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Blanca Vázquez

Desvaríos de la freaky neurosis.

Armas rompecabezas

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“Hoy somos una emoción, mañana sólo una pieza buscando su lugar; todo tiene que encajar. Sólo somos una pieza buscando un lugar”. Una pieza. Luis Gerardo Garza “Chetes”

El 2020 ha sido complejo. Al inicio de la pandemia recordaba los universos distópicos de los libros leídos y aquellas películas sobre epidemias devastadoras, que tanto aborrezco. Pensaba en las probabilidades de contagiarme e incluso propagar el virus a mis seres queridos. En las posibilidades de morir y dejar huérfanos a mis hijos, o bien que ellos murieran y me dejaran devastada con su ausencia. Con el paso de los meses, al no perder a ningún familiar y tampoco haberme contagiado, fui olvidando el miedo e incluso acostumbrándome a la idea de que el mundo ya no volvería a ser como antes.

El cerebro humano tiene una enorme plasticidad para cambiar y adaptarse a circunstancias adversas. El aprendizaje, capacidad de modificar el comportamiento en respuesta a una experiencia, y la memoria, son los rasgos más sobresalientes de los procesos mentales de los animales superiores. Esto también me hace pensar en la resiliencia; es decir, esa capacidad que los seres humanos tenemos para atravesar por dificultades y salir fortalecidos de ellas. Nos adaptamos a entornos adversos, todo en aras de nuestra supervivencia. Ha sido así durante todo nuestro proceso evolutivo.

La pandemia, no sólo puso en jaque al sistema de salud, también lo hizo con nuestra economía. Las medidas restrictivas del gobierno con respecto a los negocios de primera necesidad y los no necesarios, obligaron a micro, pequeños y hasta medianos empresarios a despedirse de sus negocios. Muchos ciudadanos fueron rescindidos de su empleo, algunos por cuestiones de salud, al ser obesos, diabéticos o hipertensos; porque sus empresas se negaban a responsabilizarse si llegaran a enfermar o morir a causa del virus, o bien fueron retirados debido a las medidas de sana distancia y restricción de la movilidad a la población en general. La gente se cuestionaba si morir de hambre o morir por el virus, y muchos optaron por sobrevivir aún con la pandemia; pero no morir de hambre; así que emprendieron diversos negocios de producción o distribución de alimentos; que al fin y al cabo, era lo único que el gobierno, no podía prohibir. Es decir, adaptarse para no morir, era la alternativa más viable.

Otra cuestión importante fue la educación, donde se evidenciaron y magnificaron las desigualdades económicas a causa del modelo educativo a distancia. Muchos estudiantes sin acceso a internet o computadora, perdieron el ciclo escolar. Incluso algunas universidades, solicitaron al

alumnado darse de baja si no podían cumplir con el programa educativo que exigía conectarse en línea para tomar clases o realizar tareas.

Una vergüenza, francamente, la insensibilidad de ciertos académicos ante las personas de escasos recursos. Por otro lado, los contenidos educativos para educación básica, parecían improvisados, más para paliar el hecho de que los niños habían dejado de asistir a clases que para enseñarles lo acorde al programa correspondiente del ciclo que cursaban.

Sin embargo y a pesar de las dificultades, quienes sobrevivimos hemos tenido que adaptarnos a todo; aún sin los recursos suficientes, aún después de haber perdido el empleo, aún quizás después del enorme sacrificio que representa comprar una televisión o computadora a crédito, con tal de no rezagarnos. Porque la vida sigue avanzando a pesar del virus, aunque el gobierno restrinja o imponga toques de queda. Cada persona libra sus batallas, a veces contra el estrés, a veces contra la violencia infligida por algún familiar, contra la depresión o angustia a causa del encierro, contra el insomnio e incluso, contra la pérdida de nuestro empleo.

Todos armamos rompecabezas, buscando piezas que completen lo faltante. La vida es eso, al fin y al cabo. Nos vamos construyendo, reconstruyendo y a veces, deconstruyendo. Formamos parte de un engranaje más complejo llamado sociedad, en la cual tenemos un papel a desempeñar, necesario para continuar con nuestra vida.

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