Demersales en A mayor Hablará el silencio: sobre cómo la elipsis es un recurso pasivo-agresivo Yo solo vine a hablar por teléfono es el título y el argumento principal del relato de García Márquez, y es precisamente la frase que condena a su protagonista. No por el contenido y el fondo del enunciado en sí, si no por todo lo que no dice, por lo que omite. María forja su destino a partir de su incapacidad para defenderse, a partir de la incapacidad de argumentar su cordura. Este silencio que dice tanto, es precisamente el mismo silencio que vemos en los indigentes, la elipsis constante en la vida de mi tía Silvia (alcohólica) que murió atropellada después de ser la loca del vecindario por más veinte 20 años; en mi abuela María (psicótica), quién dormía con cuchillos bajo la almohada ¡qué coincidencia, también María!: (Ay María, te sé muerta desde hace mucho tiempo y aún tu voz y aún tus piernas se esconden tras la cortina por donde el ojo se lanzaba en busca del amor. Ay María, sonríe, no te han visto sola, ni llorando a los perros que dicen hambre con el hocico. Por todas las Marías del mundo, por las lágrimas de María, por la decrepitud de María, por la sola idea que despide su sonido, por la punta de sus dedos, su sexo inconforme y complaciente, por el vuelo del agua María. Tu tinta humedece la arena María, sangre de tu sangre María y tu costilla no
se queda quieta María. Tú debes saberlo más que nadie María, dime que has sido feliz.) En mi madre, María Elena (bipolar), quien escapó con un hombre casado en un arranque de euforia; en mi prima Tania (esquizofrénica), a quien encerraron en un manicomio a la edad de veinte años, en mí y mi otra yo. Todas y cada una de nosotras fuimos señaladas por los hombres de la familia. Mi abuela no recuerda ni su infancia ni cómo hacer ciertas operaciones matemáticas de las que te enseñan en la primaria, resultado de la terapia electro convulsiva que se practicaba aún en los años setenta. El primer verdugo, en cualquiera de los casos, incluyendo el de María de la Luz Cervantes, fue el silencio, un silencio con cara de hombre, un silencio producido por la carencia de valor de la palabra. Los locos son mudos e inválidos porque se les ha arrebatado toda credibilidad. La historia de María, una mujer de veintisiete años (como yo), mexicana (como yo), bonita y seria (como yo) que “una tarde de lluvias primaverales, cuando viajaba sola hacia Barcelona conduciendo un coche alquilado sufrió una avería en el desierto de septiembre 2020
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