Junio- Julio 2021
Revista
No. 52
Junio-Julio 2021
Es un proyecto de la Catarsis Literaria
Editada en Matamoros, Tamaulipas. Revista de Circulación Mensual. Dirigida por: Adán Echeverría. Edición: Larissa Calderón. Colaboraciones a romeodianaluz@gmail.com Consejo Editorial: Javier Paredes Chí, Cristina Leirana, Blanca Vázquez, Roberto Cardozo, Rocío Prieto Valdivia, Mario Pineda Quintal y J.R. Spinoza.
Contenido La venganza es dulce Alfa Tao 5
Para publicar narrativa en revistas independientes J.R. Spinoza 78
Dudas en el tiempo Eduardo Omar Honey Escandón Insectos Beatriz Pérez Fierro
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Charlas cotidianas... Irina Garcés
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La locura Jimm U León Olmos
Mariposas de Chernóbil Ángel Fuentes Balam
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Sonidos Wend Edith
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Desencuentro Blanca Vázquez
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Matriarcadia: Separatismo
La muerta era yo Rocío Prieto Valdivia
Norma Leticia Vázquez González
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Introspecciones del Erizo Javier Paredes Chí
Gaby Norma Domínguez
23
Un modo para todo
Anclas Susana Pérez-Salvatierra
27
Interés superior
Tropical Rivera Mario Galván Dos textos breves Paty Rubio
Mi otra yo Adriana Rodríguez
88 90 92
El mono-grafo
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Jorge Daniel Ferrera Montalvo
F es de Fantástico. J.R. Spinoza.
47
Rocío Prieto Valdivia.
49
Mi punto de risa. Roberto Cardozo
98 100
La Niña TodoMePasa dice: Jéssica de la Portilla Montaño
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Incipit.
Blanca Vázquez
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Desvaríos de la freaky neurosis.
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Letras Norma Leticia Vázquez González
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Bajo el barandal.
Trilogía de cuentos Sagrario Melina Loya Mancilla Ella Édgar A. Rivera
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Nancy Yáñez Corrales Demersales en A Mayor Sofía Garduño Buentello Larissa Calderón
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Gema E. Cerón Bracamonte
Nos vemos en el slam. 64
La sensación del otro en algunos cuentistas Adán Echeverría 73
Mario E. Pineda Quintal
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Editorial
Somos estos parásitos “Un parásito es un organismo que vive sobre un organismo huésped o en su interior y se alimenta a expensas del mismo. Hay tres clases importantes de parásitos que pueden provocar enfermedades en los seres humanos: protozoos, helmintos y ectoparásitos”, esta es una definición si queremos buscarla. Sin embargo, estamos seguros que “parásitos” es una palabra que todos hemos escuchado y dicho en más de alguna ocasión, aún cuando no tuviéramos muy clara su definición. Tal vez incluso nos pueda parecer más desconocido saber de protozoos o de helmintos, o del prefijo ecto, que significa fuera. Parásitos son las lombrices intestinales y las amibas, tanto como las garrapatas y los piojos. Los primeros son endo parásitos (los llevamos dentro de la panza) y los segundos son considerados ecto parásitos, andan sobre nuestra piel y sobre los animales. Un gran número de hongos, también pueden parasitar alguna planta. Y podemos ampliar la definición hasta reconocer que parasitar es vivir a expensas de otro individuo, o como bien señala la RAE: “Vivir o estar sin hacer nada y a costa de otra persona o de la sociedad.” Parásitos pueden ser esos hijos e hijas que con más de 24 años siguen viviendo a expensas de sus padres, sobre todo cuando son improductivos: parásitos pueden ser tanto esos hijos, como algunos padres, algunas suegras, algunos burócratas y la mayoría de diputados y senadores (si no es que todos, al menos en México) que viven como parásitos del Sistema, del Erario, del bolsillo de nosotros: los ciudadanos. Parásitos pueden ser algunos países, cuyos gobiernos lloran y reclaman que los países desarrollados por favor los ayuden. En la literatura (reflejo siempre de las sociedades humanas), en el arte, también nos hemos encontrado en varias ocasiones a estos personajes: un parásito es el que le va sorbiendo la sangre a Alicia en “El almohadón de plumas”; como una de las grandes evidencias de que hay toda una serie de parásitos, desde insectos, arañas,
cucarachas, alacranes, piojos, garrapatas, y lombrices que se van mencionando en la literatura universal. Jorge Volpi señala en un ensayo: “las novelas se asemejan a los parásitos: al igual que éstos, persiguen un sólo objetivo, introducirse en el mayor número posible de mentes, provocando numerosos trastornos –que van del simple malestar a la enfermedad crónica–, a fin de poder multiplicarse una y otra vez gracias a los pensamientos, las palabras, las opiniones o los escritos producidos por sus víctimas”. Harold Bloom decía que Shakespeare había inventado al hombre moderno. Lo que refuerza lo señalado por Volpi. Con cada lectura nos alimentamos del pensamiento de Los Otros, de Otras Épocas de la humanidad. Nosotros, los seres humanos, somos los parásitos de nuestro propio planeta; vivimos enfermándolo mientras creemos que avanzamos como civilización tecnificada. La teoría de Gaía, ideada por Lovelock y difundida y fundamentada por Lynn Margulis (Los Cinco Reinos de los Seres Vivos), clarifica esta misma idea: el ser humano como el gran parásito de la Madre Tierra, que no ha dejado de enfermarla con sus avances tecnológicos en busca de vivir de la Ley del Mínimo Esfuerzo. Al reconocernos como parásitos de alguien, debemos entonces diferenciar el tipo de parasitismo en el que nos desenvolvemos. Cuando bebés somos el parásito de nuestra madre y le chupamos todo el alimento. Somos el parásito de nuestra pareja, desarrollando estados enfermizos de codependencia, el parásito de nuestra familia, de la colonia, del Sistema, de la Sociedad. Parásitos temporales, periódicos o permanentes. Es algo que quizá cada uno de nosotros tendrá que resolver haciendo un análisis de su propia vida, recostando la cabeza en la almohada, mientras algún animalejo nos sorbe también la sangre.
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La venganza es dulce Guantes de látex, cubre bocas de tela, careta y gel desinfectante, el uniforme de todos los días. Corto la tira de cinta adhesiva de las cajas de cartón con una navaja que ha de tener más de 20 años de usarse. Saco las bolsas de paletas, caramelos, chocolates, rielitos, gomitas, y toda la chatarra azucarada y repleta de sodio que ofertamos en la dulcería de la Juárez. Tres, cuatro y hasta cinco sellos del exceso de todo, pero se venden como pan caliente. El dueño dice que desde el cierre de las escuelas, le bajó mucho la venta. Antes de abrir cada bolsa hay que desinfectarla con ese pinche líquido que penetra por la nariz hasta la glándula pineal. Hasta siento que las pupilas se me han aclarado; es neta, ¡eh! No me quejo, tengo trabajo. Igual que a otros músicos, con este desgarriate de la pandemia, me tocó buscar chamba de lo que cayera. Un amigo pianista trabaja como guardia de seguridad en Valle de Guadalupe. Otro que es trompetista, durante el verano anduvo haciendo entregas de comida en Mexicali para completar los gastos de un semestre de maestría. Algunos han agarrado trabajo de afanadores en centros comerciales. Los más jóvenes andan empacando en los supermercados y, créanme, ésos ganan mejor que todos. Lo malo es que les tumbaron la chamba a las personas de la tercera edad. Otra morra, la clarinetista, empezó a vender empanadas de hojaldre hechas en casa. Yo perdí a la mayoría de mis alumnos de canto por falta de solvencia y, no me quedó más remedio que abrirme a otros horizontes. Como dije, no me quejo por la oportunidad de ganarme unos pesos para comer. Lo que sí, es que estoy hasta la madre de la música norteña, de banda y del puto reggaetón. Ocho horas en la dulcería y como cuarenta minutos o más desde que espero el micro y llego a la casa. Por supuesto traigo mis audífonos, pero no es suficiente. Díganme ustedes, ¿quién puede contra los setenta y nueve, ochenta o cien decibeles de la calle? ¡Ah!, y no se diga con la musiquita del patrón; que
Alfa Tao le sube al volumen como si quisiera revivir el tímpano de los difuntos. El primer día hasta lo disfruté, ¿saben? Hacía mucho que no escuchaba esas rolas de cantina y despecho. Hay una canción de Bertín y Lalo que traigo como disco rayado. Yo creo que mi ADN mutó, y por eso la tarareo hasta en el baño. ¿Si la han oído? Esa de: “pero quererte jamás, porque mi amor no se dispersa por doquier, antes de ti yo ya tenía otro querer, si te dije te quiero es porque siempre te desié”. Pues ese primer día estuvo bien. Para el segundo había hecho un análisis minucioso de la letra. Es interesante; aunque me pone furiosa y triste a la vez que, en cuatro frases se reduzca el valor de la mujer al de un objeto sexual. En el mes que llevo desempacado, limpiando y acomodando, ya tuve suficiente. Ya me harté. Entre la música y la sana distancia que a todo mundo le importa un carajo, tengo el buche lleno de piedritas. Hoy fue el acabose. Tomé el micro en la terminal del centro, entre Juárez y Sexta. Me fui hasta atrás y al minuto siguiente, el microbús estaba repleto de gente. De acuerdo con el informe estatal ya estamos en semáforo amarillo y, el transporte público, debería operar al 50% de su capacidad. Entiendo que a todos nos ha pegado en el bolsillo esto del COVID 19, pero el chofer no se midió. El micro no iba lleno, sino que se retacó. Éramos como cuarenta personas. Unos sentados, otros de pie y dos más que iban de “aguilita”, agarrados de unas manijas metálicas ancladas afuera de la puerta. Generosamente, el chofer nos compartió a Maluma, Bad Bunny y a otros reguetoneros que tienen millones de reproducciones en Youtube. Antes que el micro se llenara escuché que el chofer le platicaba a otro pasajero, que recién había adquirido un celular con bluetooth y por eso a un lado de su asiento traía una bocina “para que los graves se oyeran más perrones”. Entre tanto yo intentaba escuchar un mix de jazz japonés setentero que me mandó mi amigo el junio-julio 2021
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pianista. Mis audífonos ya están en las últimas, y desde hace varios meses no detienen el sonido exterior; por eso, aún con el volumen a todo, el reggaetón opacaba al jazz. Repentinamente la música que se escuchaba en el microbús cambió. De la nada, en todo el micro, comenzó a escucharse un redoble de batería y luego un piano con acordes sincopados. Como por acto divino, mi bluetooth se había conectado a la bocina del chofer y, por si fuera poco, el volumen se quedó trabado. El conductor intentó detener la reproducción en curso, pero con tanta gente amontonada no alcanzaba el botón de la bocina; y en un frenón que dio al querer rebasar por la derecha a otro microbús, su teléfono se cayó al suelo y le fue imposible encontrarlo. Además, era claro que debía cumplir un horario y, entre el tráfico y los baches, no se podía dar el lujo de perder más tiempo para arreglar el sonido. Por escasos minutos, desde La Reforma hasta el Libramiento y Las Águilas, los allí presentes, se recetaron una dosis con un cuarteto de jazz japonés; y la rolita Soulful, del álbum “Alone, alone and alone” de 1967. Los reclamos no se hicieron esperar. Hasta se escuchó la queja de un paisano que gritó: ¡Cácaro! Pedí la parada y cuando logré bajarme, la música se detuvo. La multitud me despidió con una ráfaga de insultos. Con los pasos en marcha, alcé mi brazo derecho y les devolví sus atenciones con el dedo correspondiente. Saqué gel desinfectante de la bolsa y me froté las manos. El cielo asomaba sus primeras pinceladas verdes, azules y anaranjadas, anunciando que el día estaba por concluir. Hacia el horizonte, los rayos solares se colaban a través de algunas nubes tímidas, iluminando espectacularmente la Bahía de Todos Santos. Caminé dos cuadras y media hasta mi casa tarareando una melodía improvisada que decía: ¡la venganza es dulce!
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Dudas en el tiempo —No entendí, ¿lo repites? —Si, por mi posdoctorado tuve la oportunidad de visitar el Partenón… —¿El de Atenas? —No, el que está en Arenas de Iguña. Tuve que … —¿Lo mudaron de Grecia a España? —¿Qué? ¡Ah! No, es un templo católico construido en el siglo XIX. —El tema de tu tesis: la arquitectura clásica en la España del novecientos. —Más o menos, no importa. No es lo que quiero contarte. Te decía: visité el Partenón, tomaba fotos y notas cuando una lugareña se me acercó. Al verla pensé que superaba los cien años. —¿La que te dijo que estaba en un equivocado? —Sí, dijo algo como “lo que en verdad buscas está en la Iglesia de San Andrés, apenas eres un jovenzuelo y estás a tiempo”. Tuve que insistirle sobre la iglesia. Contestó “Claro que te acuerdas. Es la que está en Cotillo, Anievas”. Entonces se retiró lentamente. —¿Qué hiciste? —Ya era tarde, acabé y regresé a mi alojamiento. Temprano, gracias al GPS, llegué a la dichosa iglesia. Pequeña, estilo románico con añadidos de otras eras, restaurada. Linda en verdad. Era temprano así que estaba cerrada. Enfrente había una mujer, bajita y rechoncha, en espera de que abrieran. Me acerqué para contemplar una figura, creo que un San Cristóbal, ya algo desgastada. —¿Estás bien? Te pusiste pálido. —No puedo evitarlo al recordar lo que siguió: la mujer se giró para observarme y noté que también tendría sus años. —¿Era la misma otro lugar? Estás tomándome el pelo. —¡Claro que no! Era otra anciana, similar y diferente. Antes de que yo hablara a exclamó “Padre, por fin llegas. Llevo años esperándote”. Pensé que me había confundido.
Eduardo Omar Honey Escandón —Pensaste que era una broma o estaba loca, ¿cierto? —Al principio, pero algo en su rostro, en su mirada, decía que no mentía, que estaba bien de la cabeza. “Mamá dijo que no me creerías y pidió que te entregara esto”. Me entregó una foto que, según la anotación a mano sobre ella, fue tomada en los cuarenta del siglo pasado. —¿Y? —Me reconocí ella con algunos años más abrazando a una joven mujer. Al verme callado, la anciana dijo “Ella es mamá. Desapareciste tras vivir con ella tres décadas. Dejaste una indicando que regresarías un día como hoy en el siglo XXI. Se burlaron de mamá quien nunca dejó de creer en ti. Ni yo”. —Suena a bulo. —Si, parece eso. Dije que estaba confabulada con la vieja de Iguña. Cuando se la describí pegó un grito y se quedó transparente. Luego dijo “Pero falleció años atrás por allá”. —¿Qué hiciste? —Al verla tan descompuesta me la llevé a su casa. Allí sacó unos diarios y más álbumes con fotografías. ¡Era mi letra y yo estaba en esas fotos! Me lo entregó y lo he estado revisando. Desde entonces no he podido quitarme una idea: si es verdad, ¿terminaré en el pasado para vivir esa vida? Y si luego desaparecí, ¿a dónde habré llegado?
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Insectos Beatriz Pérez Fierro
El calor húmedo de la latitud a pocos kilómetros del mar resulta difícil de asimilar. Como cada año, mi madre insiste en visitar a la suya en su ciudad, exactamente cada Semana Santa. También insiste en visitarla en algún punto del verano, otra vez. La casa de la abuela está en el centro de la ciudad, a poca distancia del parque con fuentes y árboles, pero siendo aún pequeña, no me dejan ir sola. Aburrida y acalorada deambulo por la casa con olor a tortillas de harina. El enorme patio trasero me produce miedo. Está siempre lleno de hollín, que por la tarde llueve cual mariposas negras sobre la ciudad dominada por el Ingenio Azucarero, hasta que llega el agua de lluvia y se lo lleva. Salgo por la puerta de cristal que lleva a la cochera techada, que es un poco más fresca que el interior de la casa. Hay dos sillas tipo “Acapulco” a la sombra. Me dejo caer en la de cuerdas color naranja brillante, trenzadas y tensas alrededor de su estructura de hierro. La silla azul permanece vacía, hasta que la llene con su rescate mi prima “la güera”, que me salva del aburrido encierro de vez en cuando. Con los pies colgando, me voy quedando dormida. Si permanezco quieta, no siento tanto el calor. En el sopor de la tarde y con las piernas desnudas y llenas de piquetes de mosco, siento una picazón junto al perímetro de mi sandalia blanca. Estoy casi dormida. La sensación de cosquilleo avanza a tramos y se estaciona. Abro un poco los ojos y extiendo la manita para rascarme. Mis dedos tocan la piel…y algo más. En un santiamén abro los ojos, me enderezo y salto; me sacudo como tocada por un rayo, bailo y chillo, loca de terror por la cochera. La enorme cucaracha que ligera como una pluma, escalaba mi pierna como si fuera el indómito K2, sale volando, extendiendo las translúcidas alas además de sus seis repulsivas patas. Los escalofríos perduran en el tiempo, junto al recuerdo del andar del insecto sobre mi piel.
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Charlas cotidianas… Irina Garcés –Papá, ¿qué es un parásito? –Es un bicho feo que se mete en tu cuerpo y hace que te enfermes; son organismos que a simple vista no podemos ver. –¿Cuándo me enfermé de la panza por comer pastel de lodo tuve uno dentro de mí? –Así es, pero descuida que ya no lo tienes, la medicina hizo que se destruyera, por eso es importante que aunque sepan feas te las tomes. –¿Y entonces por qué mamá dice que tío Manu es un parásito? –Bueno, hija, es que esos son otra clase de parásitos, aunque no está bien que nos expresemos así de tío Manu. No le digas a mami que te dije eso. –Supongo que mami se enoja porque tío Manu no hace nada, todo el día está en el sofá, ¡ya hasta se terminó mis galletas de queso y mi mantequilla de maní! –No te preocupes, hija; tío Manu ya no se comerá tus snacks, la siguiente semana se muda y si quieres en este momento vamos al súper a conseguir más galletas de queso. –¡Oh no!, ¿se va porque te dije que se comió mis galletas de queso? –No, hija, por supuesto que no; yo se que tú quieres mucho a tío Manu y el te quiere a ti, pero se va porque él necesita encontrar su camino e independizarse –Para que no sea un parásito que los enferme a ti y a mami, ¿verdad papá?
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La locura
Jimm U León Olmos Fragmento de novela en proceso
Agobiado, llego al departamento vestido y alborotado. Como si fueran las joyas de la corona de un pésimo día, los vecinos tenían un escándalo atroz con música de banda de un lado, y vomitiva música de reggaetón del otro. Lo más coherente esa noche era salir, distraerme de todo esto. Por lo tanto, decido ir a un bar solo. Aunque no bastó con salir del departamento para deshacerme de esa espantosa “música”, a donde sea que iba la escuchaba. Eso me obligó a conducir poco más de una hora, hasta que encontré un bar restaurante bastante decente, donde tenían música de rock en vivo y cervezas de barril. Más no podía pedir y menos esperar. No pasaron poco más de dos cervezas durante la noche, cuando vi llegar a una chicha al otro lado de la barra. Observé que me noto cuando yo la noté, pero solo seguí con mi trago, no tenía ánimos de otras tantas decepciones y deprimentes situaciones por el día de hoy. Seguí perdiéndome en mi trago y en la buena música; sin darme cuenta de que alrededor del sexto tarro, ella se acercó. – Hola ¿qué pasa contigo? – Pregunta la chica de aquel bar. – Solo estoy disfrutando de la música, ¿y tú? – Ya relajado con los tragos no parecen entrar los nervios que constantemente me atormentan al hablar con una chava guapa. – Que bien por ti, pero responde ¿Qué pasa contigo? – Ella, insiste con la misma pregunta. – Disculpa ya no entendí, ¿hice algo malo? – Me pongo nervioso por el temor de haberla regado, sin siquiera haberle puesto atención alguna. – Si, y muy malo, de hecho. – Toma el banco de un lado, se sienta mirándome directo a los ojos. – llevo como quince minutos masticando la misma bebida, mirándote y tú ni me has pelado en todo ese tiempo. – Asentí la cabeza mientras sonrío. – De verdad disculpa, he tenido un pésimo día, créeme. Pero déjame invitarte algo. – Bueno, pues podemos ver claro como está cambiando ¿no? – Si su intención era quitarme el
mal gesto, lo había conseguido por completo tras el primer “Hola”. – Si, gracias, de verdad eso parece. – Ven, vamos, pongamos ambiente… Durante gran parte de la noche seguimos bebiendo en un rincón del bar en una mesa. Ella intentaba hacerme bailar, cosa que en ningún momento consiguió, pero sus copas las había pagado con aquel sensual baile que hacía frente a mí. Me gustaba esa forma de moverse y aún más, esa manera de sobre llevar la vida sin prejuicios ni complejos morales. Con tantas cervezas encima no pude resistir más, así que me levante de la silla, traté de hacer dos o tres pasos siguiéndola, sin embargo ella se da la vuelta dándome la espalda, juntando su cuerpo sin temor alguno. Con un deseo paranoico le doy vuelta y me arrojo tras sus labios; no fueron más de dos segundo cuando ella se alejó de nuevo, me miró, y dejó de bailar. No sé si lo que había hecho está bien o mal, su expresión era más de asustada que de gozo. No coincide su reacción con el cómo había estado durante la noche, pero no dijo nada, solo miró hacia sus costado, corroborando que nadie nos hubiera visto, pero en medio de un bar, con todo el mundo bailando y bebiendo, a nadie le importábamos. – ¿Pasa algo? – Pregunté, ya que la manera inmutada en cómo había quedado me desconcertaba. – Si… cuéntame, a qué te dedicas y cómo te llamas. – Exclamo con un comportamiento diferente a como había iniciado. – Soy Dante y soy nuevo en la ciudad. – A ambos nos había dado por sentarnos. – ¿Entonces no estás trabajando se puede decir? Alicia… – Pregunta sin más acompañado de su nombre a secas. – Conseguí algo pequeño, pero solo es temporal en lo que me acomodo mejor. – Comenzaba a tornarse un poco penosa para mí la conversación. – Entiendo viniste al bar… ¿por qué? – Bebe un trago largo y preguntó.
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– Para serte sincero, tuve un día del asco, vine aquí con la intención de tomar unas cuantas cervezas e irme al departamento, pero apareciste tú, y pues… aquí estamos. – Espero mínimo poder darle la suficiente lástima para que se quede conmigo el resto de la noche. – Gracias por los tragos, cuando te vayas sal con cuidado, que estés bien – Se levantó sin más de la mesa y se dirigió a la salida sin voltear ni un instante. Me quede allí unos segundos tratando de asimilar lo que pasaba. Mi cuerpo reaccionó justo cuando ella abrió la puerta. A lo cual salgo casi corriendo tras ella. – Espera, dime qué hice mal ahora. – pregunté al alcanzarla. – Qué haces, Dante, vete de aquí rápido… – Apresura el paso alejándose de aquel bar. Yo la sigo detrás. – Espera dime si te puedo llevar a algún lado… – De la nada siento que alguien me toma de la solapa y me arroja en medio del estacionamiento. – Vaya ¿así que este niño bonito será el del día de hoy, mi amor? – Un extraño aparece de la nada, no era difícil darse cuenta de que venía drogado y buscando problemas. – No quiero pro… problemas. – Respondí como pude, desde el piso solo podía ver la silueta del tipo, detrás de él, Alicia aproximándose cautelosa, quería gritarle que no intentara algo estúpido para ayudarme, pero las palabras no me salían. – Déjalo, Jesús, apenas y le alcanzaba para los tragos, fue una pérdida de tiempo con él. – Comento Alicia. Tal parecía que mi noche si podía empeorar, todo era un engaño de ellos dos– Vámonos mejor. – Alicia intenta dar media vuelta jalándolo del brazo. – Quizás fue una pérdida de tiempo, – El sujeto se quita las manos de Alicia de manera brusca. – Pero vi cómo te beso… y eso le va a costar caro. O qué, mi amor ¿tú también disfrutaste que lo estás defendiendo? – La toma del cuello con fuerza al terminar de acusarla. – Qué te pasa Jesús, mi trabajo es seducirlos y traerlos hasta a aquí, fue lo que hice, él fue quien aprovechó. Suéltame ya. – Como pudo respondió Alicia apenas respirando. 14
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– Entonces debo de ir contra ti… – Aquel sujeto deja en paz a Alicia y camina hacia a mi señalándome con dos dedos directo al rostro. – E… espera, por favor. – Me levanté del suelo antes de tenerlo encima. – Dime, maricón ¿te gusto tallársela por el culo a mi novia? – Me toma del cuello y comienza a golpear el rostro mientas pregunta. – Vamos imbécil, dime ¿qué tanto te gustaron sus labios y sus nalgas? ¿excelente culo verdad? – Puedo ver como Alicia da la media vuelta y se aleja encendiendo un cigarrillo. – P… por favor, no quiero problemas… – Solo puedo suplicar, sintiendo una vez más esa maldita impotencia, las manos y las piernas me tiemblan de miedo y ese nudo en la garganta está de nuevo. – Por favor, qué, niña ¡JA, JA, JA! – Me arroja al suelo tan fuerte con ambas manos que mi rostro raspa un poco contra el pavimento. Se abalanza nuevamente para seguirme golpeando, a lo cual con un esfuerzo sobre humano puedo soltar un golpe desde el suelo hasta su rostro – Ahora si te llevó la verga, imbécil. – Exclamo el tipo mientras limpiaba su rostro. Al mismo tiempo que saca una navaja de su bolsillo. Aquel minuto de inspiración que había llegado a mí, al ver la navaja se fue por completo. Intento salir corriendo pero lanza el primer tajo, rasgando mi espalda y parte de mi brazo. Correr ya no es opción. – ¡Ja, ja, ja, no corras niña, no corras! – Sus gritos aturden mis oídos, debo seguir de prisa, pero llego a un lugar sin salida. – ¡Ja, ja, ja la conejita quedó atrapada! – Estoy temblando por completo y no encuentro nada con que defenderme a la vista, tal parece que fue corta mi odisea. Intento patear algunos autos para que suene la alarma, pero nada. Él camina despacio, sonando los zapatos contra el pavimento, me aterroriza aún más. – Listo para rogar por tu vida. – Comienza a sacudir la navaja un poco y se acerca lento. Solo me queda intentar poderle dar la vuelta, pero el sigue cerrándome el paso – No iras a ningún lado puto maricón. – No deja de hablar y sigue acortando su distancia. Con las manos temblorosas, no tengo de otra más que jugarme el todo por el todo. Y es allí
donde me lanzo a querer sujetar el brazo donde tiene la navaja, comenzamos a forcejear. Puedo sentir como poco a poco va cortando mi antebrazo, al igual los golpes que me propina en el rostro con su mano libre. Estoy desesperando, llorando, mis manos no dejan de temblar al igual que no puedo dejar de hacer fuerzas para sostenerlo aún que me esté cortando, tengo miedo de morir, tengo mucho por que luchar aun, no quiero, no puedo, no debo morir aquí… Por su peso y tamaño logra hacerme hacia atrás, donde me encuentro una piedra que me hace resbalar, azotando de espaldas contra el piso y mi cabeza rebotando por igual, el golpe me aturde de tal manera que nubla mí vista, pero el instinto no me deja soltar su brazo. Él maldito hijo de perra me saca el aire al caer, casi por completo, sobre mí. Siento que la fuerza de aquel sujeto se apacigua, como puedo doblo su mano y le incrusto la navaja por un costado, empujo lo más fuerte que puedo, con los ojos cerrados y la vista nublada, mientras por mi cara escurre saliva empapándome todo el rostro y parte del pecho. – ¡Noooo! – Escucho un grito agonizante venir de lejos. Sin estar en mis cabales, abro los ojos y puedo ver como el tipo tiene incrustado en el rostro un tirón de arrastre en forma de gancho de una camioneta. Al estar a unos centímetros de mí, puedo ver perfectamente claro como le atraviesa desde el ojo hasta lo más profundo del cráneo aquel tirón de gancho. Al concentrar mi vista, me doy cuenta de que aquello que me escurría por el rostro no era saliva como yo pensé. Era sangre… solo puedo gritar del impactante escenario. – ¡Dios mío, que he hecho! Cómo puedo me arrastro para quitarme el cuerpo ensangrentado de encima. Alicia se acerca corriendo para intentar ver el estado del tal Jesús. No había ya más que hacer. Solo el mirar mis manos y parte de mi pecho bañados en sangre, provoca un sentimiento que no puedo explicar y que recorre todo mí cuerpo. Intento limpiar mi rostro pero es inútil, puedo probar aquel sabor de la sangre entre mis labios, puedo sentir su aroma tan peculiar perforando lo más hondo de mi nariz. El temblor en mis manos comienza a bajar lento, pero en cambio, entra este terror autoinducido por tan grotesca situación.
– ¡Eres un maldito, lo mataste, asesino! – Grita Alicia. Sin parar de llorar no sé cómo reaccionar, comienzo a dar pasos hacia atrás sin dejar de poner atención a cada detalle. – No huyas, maldito, te voy a matar. – El dolor en el rostro de Alicia pone mi estado aún peor – Te haré mil veces lo que le hiciste. – Desencaja la navaja y me la arroja con toda su furia, pero solo golpea mi pierna con la cacha. No puedo más y salgo corriendo mientras vomito al instante. Huyo hacía mi camioneta que dejé a una cuadra del bar, y justo cuando paso por enfrente, alguien más sale y me ve bañado en sangre por completo. – ¡Auxilio! – Grita aquella chica despavorida. Corro lo más rápido posible y conduzco sin parar hasta llegar al departamento. La ropa infestada de sangre la había arrojado de camino, mientras hacía lo posible por limpiarme. Al llegar pasé tres horas en la regadera, mientras frotaba mi cuerpo con jabón para quitarme de encima ese olor tan peculiarmente nauseabundo de la sangre; por más fuerte que tallaba no lograba quitármelo, para las 4:27 a.m. estaba terminando de limpiar la camioneta también. No podía decirle a nadie sobre esto, y tampoco tenía a quien contarle, así que tuve que guardar todo en lo más profundo de mí, tratando de llenar el vacío con cosas peores, como está... Al no poder dormir ni un minuto durante la noche, llegue a la conclusión más coherente, hacer que nada paso, que solo fue un producto de mi imaginación y que aquel sabor a sangre que aun persistía, no era otra cosa más que saliva. – No pasó nada, solo es otro más… – Me repetía una y otra vez frente al espejo. – Otro más que hay que reprimir. – Toda la mañana la pasé allí, frente al espejo, era tan fuerte el trance que el ruido de la ciudad no lo percibía. Como si perdiese los sentidos, como si mi alma me abandonara para dejar de sentir, de pensar, de analizar, solo era un cuerpo vacío frente al espejo, justo igual que aquel que quedó colgado del tirón de esa camioneta, un cuerpo hueco, inerte en su totalidad.
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La muerta era yo
Rocío Prieto Valdivia
Sentada en un viejo sillón, Amelia jugueteaba con sus manos; su mutismo era eminente. La anciana entre cierra los ojos, sus párpados color violáceo por ese insoportable insomnio que la aquejaba desde hacia mucho tiempo. En la mesita contigua a su sillón estaban las pastillas para dormir. Pero Amelia ya no quería tomarlas, solo la hacían olvidar unas cuántas horas a esa extraña voz. Con el paso de los años se fue quedando sola o al menos eso creía. Sobrevivía con aquellos recuerdos que tanto le dolían; muchas veces esa absurda letanía le hablaba… Amelia sólo quería cerrar los párpados y no recordar el rostro de su agresor y tan solo atinaba a ver la última escena de su existencia. Su piel amarillenta, su rictus de dolor, el aroma a formol saliendo del pequeño cuartito mortuorio. La hipocresía de la vendedora de paquetes funerarios y los brazos fuertes del encargado de arreglar los cuerpos. Sin lugar a dudas han hecho en su mente un laberinto sin retorno, cada noche le es más difícil dormir pues su pensamiento se instalaba en la última vez que lo vio. Le sonreía, su boca deshabitada, sus ojos entre claros se veían velados, sus arrugas, su chamarra llena de grasa, en sus pies las pantuflas mal puestas, el rechinar de la andadera seguían taladrando las sienes. La anciana se acomoda en el viejo sillón y se cuestiona a si misma en qué debió decirle y preguntar, por qué le robó la inocencia y quizás zarandearlo un poco y luego llorar o correr lejos de todo ese desastre. En lugar de eso se sentó a su lado. Lo observó, intercambio un par de oraciones y se levantó minutos después para no volver a verlo más con vida. En muchas ocasiones tuvo que mantener una historia feliz para no hacerse nuevas heridas pues las que ya tenía, seguían supurando; su piel algunas veces hedía tanto que se tenia que envolver entre sábanas fantasmas y dormir en esa fría tumba imaginaria, y al igual que Jesucristo resucitar al tercer día, he inventarse alguna enfermedad. Fueron muchas veces las que estuvo frente al espejo y esa silueta le gritaba —¿Hasta cuando vas a soportar? Otras veces gusanos le corrían por debajo de la piel apiñonada. Su infierno era insoportable. Pasaron los años, el día que la muerte se enfrentó al frágil cuerpo del padre de sus hermanos ella tuvo que soportar 72 horas más de lenta agonía, y supo disfrazar bien la pose de reina. Siempre con la cabeza en alto. junio-julio 2021
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Una voz dentro que le gritaba y ella trataba de apagarla. Pero todo intento era en vano, no podía; el parásito aquel le había dejado sin fuerzas. —¿Qué más podía hacer? Nunca pensó que la muerte seria su aliada y lo arrebataría con un dolor agudo. Lacerando su garganta, quemando su instrumento del mal como dirían las beatas de la iglesia donde fue la ceremonia para entregar sus restos mortuorios. A pesar de que habían pasado mas de 30 años desde aquel día funesto, y por lo general casi siempre uno quiere olvidar el pasado, sepultarlo bajo una pesada lápida, pero esos malditos recuerdos siempre encuentran la forma y resurgen como pequeños bichos, hieden y trasgreden. Para la frágil Amelia de escasos 36 años en aquel entonces no alcanzaba a ver cómo caían las paladas de tierra y crujía aquella caja de latón pintada de blanco. Por un momento suspiro aliviada y creyó en lo más profundo de su ser que por fin el parásito del dolor y la conmiseración estaba a punto de morir y palada tras palada se iría al fin, al caer la última palada de tierra sería libre, feliz aunque con lágrimas en los ojos tenía una sonrisa. Por fin dentro de su corazón algo se volvía a acomodar, pero en su mente aquel bicho dejó un mecanismo, y antes de cerrar aquella fría tumba saltó para clavarse en su cerebro. Y con las últimas fuerzas de la anciana al fin gritó: —¡Ahora no sé si el muerto es él o soy yo! Todos en aquella habitación corrieron auxiliarla. Aquella anciana que por más de 40 años estuviera en mutismo total por fin había hablado. En la mesita de noche una extraña mariposa negra se posaba en el vasito color amarillo que hacía juego con el color de las paredes, estaba inerte, sin vida.
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Gaby El hotel donde Wanda y yo nos hospedamos no estaba mal, íbamos a vacacionar para olvidar las penas. La habitación no era lo que esperaba, era pequeña, en especial el baño, un escusado repleto de costras gruesas de sarro, que provenían del mismísimo fondo de un caño obscuro, una ducha con mosaicos marrones, una regadera que se caía a pedazos. Salimos a un bar. Regresé a media noche a la habitación, con algunas copas encima, Wanda me había dejado por un chico, no supe más. De inmediato quise darme un baño para refrescarme, recordé lo incómodo que sería estar parada dentro de esa regadera. Las perillas oxidadas del agua crujieron, mis manos se cubrieron de óxido; de una pasta café gelatinosa llena de pelos y largos cabellos, solo salían tres hilitos de agua, los orificios estaban tapados. Tomé el cabezal de la regadera, lo desenrosque y vacié el contenido en el piso de azulejos amarillos. En el agua cayeron sus restos, eran negros, largos, con delgadas patas. Desesperada giré la perilla del agua para intentar barrerlo, la regadera escupió un poco de agua con algo que tenía atorado. Los restos se perdieron flotando con la poca agua encharcada en el suelo. Mi cuerpo estaba pegajoso, en mi mano había quedado una larga pata velluda, observé mi pecho y tenía miles de pedazos de su esqueleto; frotaba pero era inútil, no se caían, más me los embarraba, Estaban pegados a mi cuerpo como aserrín. Traté de tomar mi toalla, pero al jalarla cayó al suelo, y se mojó. Salí del baño desnuda, no había botellas con agua de cortesía, busqué en mi bolso toallitas desmaquillantes. No pude dormir, al cerrar los ojos, volvía a verlo, su esqueleto flotando en el agua, el goteo de la regadera resonaba en mi cabeza. En la obscuridad alcancé a ver que salía lentamente del baño, No era solo uno, eran muchos más, estaban vivos, y caminaban por el piso de la habitación, por las paredes, se camuflaban con el papel tapiz, vivían debajo de él, miles, millones de ellos. Los escuchaba moviéndose por la habitación, en las
Norma Domínguez
ventanas, las paredes, bajo la cama, bajo la almohada, pegados a mi oído. Sentada en la cama, sentía sus patas que se pegaban a la piel y subían lentamente; salté de la cama, gritando y sacudiéndome, pero eran veloces, huían antes de que los descubriera: — ¡Malditos! ¿Dónde están? No se escondan. Me quedé en una silla de madera, con las piernas encogidas y abrazadas bajo la barbilla, no había dormido, estaba despeinada, llevaba unas marcadas ojeras, cubiertas por el llanto. Decidí no pasar otro día más en ese hotel infernal. Pero antes acabaría con ellos. Bajé de la silla, sentí que crujían bajo mis pies descalzos, volteé las camas y nada, los burós, arranqué las cortinas, tiré las lámparas, pero no estaban; eran rápidos. Entonces divisé una pestaña levantada del papel tapiz, estaba podrido, tiré de él, y lo arranqué. Y ahí estaban era millones de ellos, formando un solo cuerpo, se lanzaron hacia mi inundándome, correteando por todo mi cuerpo, di vueltas tratando de quitarlos, fue inútil, me di golpes contra la pared, unos cuantos chillaban, se retorcían, caían al suelo, me daba topes contra las paredes, algo caliente escurría por mi cara, era mi sangre o la de ellos, no lo sé. Me desmayé. Quedé tirada en medio de una habitación destrozada. Con mi último esfuerzo alcance a escuchar a Wanda entrar… — ¡Gabriela!, pero ¿qué has hecho?
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Anclas
Susana Pérez-Salvatierra
Roxana entra en la sala de exposición con un semblante esplendido. Sus grandes ojos verdes brillan hoy de una manera especial. Era una joven de extraordinaria belleza. El día empezaba y el sol resplandecía en su alma marinera, aunque una tormenta acechaba con tonalidades obscuras imponiendo su naturaleza. Era su primera exposición de talla. Estaba nerviosa, un lugar como aquel imponía respeto. Su anhelo se hacía realidad, aunque ella necesitaba saber que aquello no era un sueño. Mauro Dion había ido a recogerla al hotel en donde se hospedaba para dar los últimos retoques a la exposición. La sala del gran Museo Oceanográfica de Mónaco será donde muestre sus fotografías. Roxana no cree del todo lo que está pasando. Con su pantalón vaquero y una sudadera con El Calipso estampado, entra con Dion en aquel “Templo del Mar”. Mauro le explica la importancia que ofrece el recinto a exposiciones de arte contemporáneo en donde se envuelve ciencia e historia. En aquel momento la tormenta se aleja ya de los muros del museo. Roxana se detiene en lo alto de la escalera que precede a la gran sala y observa su perspectiva. Se impresiona. No puede evitar retroceder en el tiempo y a su memoria llega inevitablemente, Jacques Cousteau, el segundo en mostrarle los misterios submarinos que tanto la emocionaron en aquel programa que nunca se perdía, “El mundo del Silencio”. Sonríe al recordarlo. Mauro la saca de su ensimismamiento ̶ ¿preparada Roxana? Juntos comienzan su cometido. Roxana piensa de Mauro, que siendo una persona de espíritu abstracto y quizás algo cruel en su percepción del arte, está comprendiendo perfectamente lo que quiere expresar con sus fotos. Terminan de subir la escalera y en el preámbulo de la sala aparece el panel que presenta su obra. Ambos se detienen en silencio. Es Mauro quien lo rompe y lee en alta voz. ANCLAS de Roxana Muciño. Anclas, históricas y contemporáneas. Aún con brillo unas, envejecidas y colonizadas por moluscos otras. Anclas sencillas para puertos protegidos. Otras especiales para combatir huracanes. Anclas de arena, rezones para rocas. Anclas que luchan entre la necesidad de conservación y el daño terrible que subsiste a su alrededor. Ancla de viejo galeón pirata y corsario. Anclas que quedan enterradas en la bahía y nunca dicen adiós. Hoy todas…cuentan su Leyenda.
Son las siete de la tarde. Roxana llega con Mauro al Museo. Su vestido de gasa verde luce sobre su escote una tira de terciopelo negro sobre la que cuelga engarzada, un ancla de oro en donde grabado puede junio-julio 2021
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leerse, “Breton”. Desprende fugaces destellos cuando es iluminada por la gran lámpara del recinto. Mauro, en su esmoquin negro, la toma del brazo. Ella tiembla, por eso aprieta fuerte entre sus dedos el pequeño bolsito en el que apenas cabe su móvil. Tras la inauguración llamará a su padre. Fue él quien le presentó la inmensidad del océano en todo su esplendor y la enamoró. El ya no lo recuerda. Aquel día trágico la espesura en el mar había sellado en negro y fuego una historia que Roxana jamás pudo contar. Sumergida hasta los confines del océano la marea los fue olvidando mientras enterraba su tesoro más querido. Hoy desvela por primera vez su más preciado secreto, su hallazgo jamás revelado. Inéditas sobre las paredes de la sala, sus piezas habían encontrado donde anclarse y contar su historia. Se escucharon las campanadas de un viejo reloj. Se estremeció, levantó la cabeza y miro hacia la ventana. La tormenta había cesado por completo. Dion toma su mano y la tranquiliza. Ella le cuenta que pretende reunir con el mismo resplandor dos fuerzas motrices de la civilización, el arte y la historia. Cree haberlo conseguido. Dion, mirándola a los ojos, le contesta que el artista se convierte en antropólogo cuando cuenta su historia. Roxana sabe lo que un objeto puede narrar. Las anclas, con la simplicidad como elemento esencial en un navío, contrastan con las complejas historias que relatan. Evitan dejar el barco a la deriva. Hoy solo hay una pieza en el museo que no cuenta su historia en un texto. Va inscrita en ella. Custodiada por una antorcha encendida, un pequeño prefacio reza: “Entre las aguas navegarás por siempre, Anclada a tu estirpe marinera Y adornarán las sirenas tu silueta Con corales y anemonas. De nuevo surcaras libre Entre las aguas someras. Breton será tu navío Y tu estandarte, una estrella.”
Ni Dion, el afamado artista científico, ni los príncipes monegascos, son hoy los protagonistas en el museo. Ni siquiera Roxana lo es. Hoy es la historia contada por cada una de sus piezas, sus anclas, las que toman el timón de la embarcación y le dan el protagonismo que merecen. Roxana se detiene frente a la única pieza que se exhibe sola en la sala,” Ancla Breton “y su mano acaricia la joya que cuelga de su cuello. Cierra por un momento sus ojos. Cuando los abre, el recinto queda iluminado con una penumbra de oro y miel en las que relucen expectantes las anclas ya cautivas, dando atributo a los navíos que alguna vez anclaron en puertos lejanos. Roxana, con sus ojos anegados, toma su móvil y llama a su padre. ̶ Ella navega libre papa, sin ancla, a la deriva. 28
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Tropical Rivera Antes de visitar Yucatán, yo no conocía el mar. Mis papás fallecieron cuando era chico y me dejaron encargado con tres señoras típicamente morelianas: devotas, solteras y ancianas. Mela y Gela, mis tías adoptivas, me tuvieron cautivo en la casa de la tía Lancho en Morelia, una réplica en cerámica de cualquier casa michoacana de provincia. Con su arquitectura colonial, sus balcones y sus floreros. Ahí pasé catorce años dedicado al estudio en mi habitación sin poder salir, como un monje en un monasterio. Algo cambió un verano que fuimos invitados por mis tíos yucatecos a compartir una temporada en la playa. La Semana Santa era una época de encuentro y reflexión para mi familia devota, así que mis tías y yo volamos a Mérida y después nos movimos al puerto de Chicxulub dónde nos esperaba una casa de verano rentada. De toda la familia, quizás mi tío Pepe era al que más apreciaba, pues me trató, al menos por esa temporada, como uno más de sus hijos. Omar y Julio, sus hijos, eran gemelos cuates, y yo un puberto igual que ellos. Además de la edad punzante compartíamos la afición por el heavy metal y las películas raras como “La naranja mecánica”. La diferencia era que ellos eran vagos y amigueros. Yo era introvertido como cangrejo ermitaño. Chicxulub era la zona vacacional de las familias más adineradas de Mérida, curiosamente ahí donde cayó el meteorito hace mucho tiempo. Tal vez por eso añoro tanto esa temporada en la costa yucateca. El pescado frito, el agua de coco, el olor a bronceador y el agua de mar... Un martes de vacaciones, Julio y Omar recibieron una invitación de su amigo Johnny para visitar el departamento que sus papás rentaron en el edificio de Cocoteros. En Chicxulub uno puede ubicarse según el nombre de las entradas dónde se encuentra su casa de verano. Se trata de una extraña clasificación que se convierte en un sistema de coordenadas. Solo supe que nos encontrábamos a seis entradas de Cocoteros. ¿Y cómo llegaríamos? A pie no era una opción, pues
Mario Galván había mucho sol. A coche tampoco porque ninguno de los dos tenía licencia de conducir y tampoco el permiso de mi tío Pepe. Entonces sugerí que fuéramos en camión, pero ellos dijeron que no había necesidad, pues podíamos hacerlo mediante “ride”. Mis primos gemelos eran lo bastante ociosos para aventurarse en coches ajenos a visitar a su amigo Johnny, así que, después de rezar el rosario matutino con la tía Angélica y desayunar con mi tío Pepe y mi tía Ruth, mis primos anunciaron su salida. —Vamos acá cerca a ver a Johnny —dijeron, y su papá les bendijo con un "Cuídense". Sin más equipaje que su cajetilla de cigarros, su celular y sus chancletas, tal vez unas monedas, emprendí con ellos el viaje. Salimos a las once de la mañana de nuestra entrada en “Marlín” e iniciamos la estrategia: los tres nos situamos al borde de la carretera y levantamos el dedo pulgar. Automóviles de todos los modelos pasaban junto a nosotros, ignorándonos. Algunos reían burlonamente, otros nos saludaban. Pero al quinto automóvil, la solicitud cobró eficacia. Nos abordó una camioneta Hummer conducida por dos hombres adultos con aspecto libanés. —¿A dónde van, chavos? —preguntó el conductor. —Aquí a Cocoteros —dijo Julio. —Vamos, suban. Nos costó trabajo subir a ese monstruo de vehículo. Parecía un tanque de guerra por fuera, pero por dentro tenía acabados de lujo. Nuestros anfitriones tomaban cerveza en lata. —¿Gustan? —ofreció el copiloto. —No gracias, acabamos de desayunar —respondió Omar. Yo estaba nerviosísimo. Era normal, pues Morelia, a pesar de ser la imagen del rompope, las iglesias y las monjas que hacen el rompope, padecía de inseguridad pública. El gobierno declaró la guerra al narcotráfico y Michoacán era una zona caliente. Mis tías siempre evitaban platicar del tema, pero yo lo vivía a diario en las junio-julio 2021
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noticias locales. En cambio, Omar y Julio estaban alivianados. Su relación era distante, un poco seca, pero andaban juntos en todas partes. A veces parecían una réplica del mismo. Una réplica complementaria. Un doppelgänger. No sé si me explico. Se tenían el uno al otro y creo que eso era motivo suficiente para dirigirse a cualquier lado sin temor extremo. A bordo de la camioneta Hummer atravesamos las mansiones de verano de las familias de alcurnia yucateca. Parecía Cuernavaca. El trayecto duró cinco minutos. La camioneta se detuvo frente a un edificio de condominios que tenía unas palmeras en la entrada y el letrero “Cocoteros”. Nos despedimos de mano con esos extraños de quienes jamás supimos su nombre. Me parecieron buenas personas. —Servidos chavos. Nos vemos. No se vayan a mamar. Y si lo hacen, inviten —dijo el conductor y aceleró. Julio y Omar me tomaron del hombro e ingresamos en el edificio de condominios. Tenía una piscina muy linda con vista al mar que hizo latir mi corazón. Un conserje limpiaba el agua. —Buenos días —dijeron Julio y Omar, casi al mismo tiempo, como si conocieran a dicho conserje. Tomamos las escaleras y subimos al tercer piso. Tocamos a la puerta y salió el amigo Johnny, sin playera y en calzonera. Nos invitó a pasar y nos sentamos a la mesa. —¿Y tus papás? —No están, salieron al mercado. Johnny se sirvió cereal con leche y le echó jarabe de chocolate encima. A nosotros nos ofreció agua. —¿Y tú quién eres? —me preguntó directamente Johnny. Yo me ruboricé. —Es mi primo Adrián, viene de Michoacán —dijo Omar. Johnny alzó las cejas, sorprendido. —No conocía a nadie de Michoacán —dijo, y siguió comiendo su cereal con una notable mancha de chocolate en el cachete que pronunciaba su aspecto infantil. —¿Pues qué rollo, qué plan hoy? —preguntó Julio. Johnny se alzó de hombros. Terminó su cereal de un sorbo. —Vamos a ver qué hace Brito. —¿Quién es Brito? —pregunté, a pesar de la pena. Brito, un chico delgado y feo como Cuasimodo, con braquets, llegó a los pocos minutos y puso música en el estéreo con su Ipod. “Master of puppets”, de Metallica. Con vehemencia interpretó un solo de guitarra en el aire. Nadie aplaudió. Solo agitamos la cabeza, aunque yo estaba eufórico por dentro. —Buen disco. And Justice for all —atiné a decir. Brito me miró y asintió. Era mediodía y el clima estaba fresco. —Unas caguamitas en la playa, ¿no? —dijo Johnny. Julio y Omar se miraron. —No traemos varo —alcanzaron a decir. 38
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Con tal de continuar el itinerario, me llevé las manos al bolso para sacar la gastada que mi tía Gela me había dado. Julio me detuvo. —Tengo una mejor idea —dijo Brito. —Tenemos que ir al Tropical Rivera. —¿Para qué? —Tengo una cita a ciegas con una chava. —¿Y por qué no vas tú solo? —Porque tiene unos amigos que me quieren romper la madre. —Qué hueva, yo no quiero —dijo Johhny. —Vamos, ahí tiene amigas guapas. —No lo sé, suena improbable —dijo Omar. —¿Y dónde queda Tropical? —preguntó Julio. —Por Telchac —dijo Brito. —No mames —dijo Johnny. Nadie de ellos había llegado en ride hasta Telchac, pero el mismo reto les motivó a salir, pues su récord era de nueve “aventones” en un día. Sin chistar, comenzaron el procedimiento. Nos situamos en la esquina de los departamentos y alzamos el dedo. La presencia de Johnny, quien era ojiazul, facilitó la tarea. El segundo carro nos levantó: un convertible rojo conducido por un joven nos hizo un ademán para subir. Johnny subió adelante, y los otros cuatro nos achocamos en la parte de atrás. El convertible rojo aceleró de golpe y condujo muy rápido. La música electrónica sonaba a todo volumen. —Está poca madre tu nave, macho —dijo Brito, intentando agradar. —¿A dónde van? —A Tropical Rivera. —¿Dónde queda esa madre? —dijo el joven. —Antes de llegar a Telchac. —¿Telchac Pueblo o Telchac Puerto? Todos miramos a Brito. —Telchac Puerto —dijo Brito después de unos segundos dubitativo. El joven hizo una mueca y aceleró. Atravesamos Chicxulub como un rayo y dejamos atrás las casas veraniegas con arquitectura modernista de los años setentas. Entramos a la carretera estatal y atravesamos el manglar, donde había algunos asentamientos de paracaidistas con casas de láminas. El auto volaba, pero todos se veían tranquilos y felices. Yo me aferraba tenso al respaldo, nervioso de volcarnos en el camino. A lo lejos se veía un viejo hotel sepultado por la vegetación. —¿Ven “El Príncipe Negro”? Esa es la entrada a Telchac Puerto. Admiré la majestuosidad del hotel estilo neo-maya en ruinas. De pronto, el convertible rojo dio un volantazo y dobló a la izquierda. Se detuvo de golpe. junio-julio 2021
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—Hasta aquí llegamos, camaradas. —¿Oye, pero no nos puedes acercar un poco más? —suplicaba Johnny. —Nel, me está esperando mi novia. Pero de aquí ya están cerca. Bajamos del auto y lo vimos alejarse por el camino, levantando una nube de polvo y arena. —¿Y ahora qué pedo? Había un Servifresco enfrente, por lo que decidimos preguntar por Tropical Rivera. Un señor nos dijo que estábamos a 2 kilómetros aproximadamente, así que aprovechamos para comprarnos un agua de litro para los cinco. El lugar se sentía como una frontera. —Nunca había llegado hasta aquí —dijo Johnny. —¿Vamos a caminar más o pedimos otro ride? Una camioneta pick up se detuvo en el Servifresco y surtió dos garrafones con agua. Brito se apuró a acercarse al chofer, un señor regordete. —Oiga don, necesitamos llegar a Tropical Rivera, ¿puede llevarnos a mí y a mis amigos? El señor nos miró escéptico. —Súbanse atrás —dijo, y todos corrimos a subirnos a la camioneta. Era nuestro tercer ride del día y cada uno era más atrevido que el otro. Eran las doce quince de la tarde. En el compartimiento trasero íbamos los cinco, golpeados por la brisa marina y la expectativa de esta aventura. La libertad que experimentaba era de lo más placentera y no se comparaba con ninguna experiencia virtual en mi habitación. La camioneta se orilló a la derecha y se detuvo. El señor asomó la cabeza y nos indicó que hasta aquí llegaba. Todos bajamos de un salto. —¿Le debemos algo? —preguntó Brito. El señor negó con la cabeza, hizo una reverencia y se alejó. Con cuidado cruzamos la carretera y dimos con un letrero que decía labrado en piedra “Tropical Rivera”. A la distancia se apreciaba un obelisco con la pintura opaca u asoleada. —Ahí es —dijo Brito. —Ahí quedamos en vernos. Caminamos por la vereda que conduce hacia las casas que están frente al mar en dirección al obelisco. La complicidad nos convertía en un grupo del que yo ya me sentía parte. —¿Y tú por qué no hablas tanto? —me preguntó Brito. —Es porque es de Michoacán —dijo Johnny. Brito me miró un momento. —Hmm… te voy a decir “El Mudo”. ¿Te parece bien? —dijo con su voz aguda. Con tal de pertenecer yo estaba dispuesto a ello. Asentí tímidamente y Brito me pegó un puñetazo amigable en el tríceps que me durmió el brazo. Si yo le hubiera podido poner un apodo le 40
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habría dicho “El Camello”, porque durante todo el trayecto no paró de escupir al suelo, producto de algún tic. El obelisco estaba ante nosotros con su extraña arquitectura egipcia, cuya sombra bajo el sol del mediodía simulaba unas manecillas de reloj. Hacía bastante calor y a unos metros había una palapa, tal vez una caseta de seguridad abandonada, que ofrecía una sombra seductora. Nos ocultamos ahí, a esperar la cita misteriosa. Cada quien se tumbó en el suelo. Yo hice lo propio también. Mi celular sonó. Era mi tía Lancho. —Adrián, hijo, ¿cómo estás?, ¿todo bien? Le dije que estaba todo bien y que estábamos en la playa con unos amigos de mis primos. —¿Pero no van a venir a almorzar? —dijo con voz lastimera. —Tía —le dije— relájate, en la cena platicamos. Adiós. Y colgué. —¿Quién era? ¿Tu mamá? —preguntó Johnny. Julio y Omar alcanzaron a darle un puntapié que desconcertó a Johnny. —No, era mi tía. Que es como mi tutora —atiné a contestar. Los papás de Julio y Omar preferían tenerlos fuera a que les estén molestando la vida en la casa veraniega. Además, ellos se habían matado trabajando ocho meses para tener estas vacaciones, por lo que podían prescindir de los gemelos y sus hormonas alteradas un rato. Esperamos una hora y ya habíamos fumado media cajetilla de cigarros “Boots” entre todos. Comenzaba a tener hambre y el calor era sofocante. La cita a ciegas de Brito no llegaba y sospechábamos que no lo iba a hacer. Johnny se sacó de la manga un chiste malo. —¿Por qué se suicidó el libro de matemáticas? Nadie respondió. Johny sostuvo la intriga. —Porque tenía muchos problemas... Julio y Omar le dieron un lapo en la cabeza. Brito también se sumó a los lapos, pero Johnny reaccionó violentamente. Si iban a haber madrazos, ahora era momento de ponerse buzos para que no nos agarren fríos, así que Julio y Omar practicaron secuencias de golpes con Brito. En una de esas, sin querer, Brito dio un mal paso y la pata de gallo de su chancleta reventó. Yo me consideraba una persona pacífica, ya que incluso en el juego brusco no participaba, prefería quedar siempre al margen, tal vez por la vida tranquila que había experimentado viviendo con mis ancianas tías. No obstante, Johnny me empujó al desmadre, y yo le caí a lapos a Brito. Lo que comenzó siendo un juego, terminó en molestia. —Vale verga… ya me voy. Brito hizo berrinche y se fue caminando por la vereda hacia la playa. Nadie hizo tampoco un esfuerzo para remediarlo. Me sentí mal, así que comencé a caminar detrás de él, pero Julio y Omar me detuvieron. No lo volvimos a ver en toda esa temporada. junio-julio 2021
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Decidimos entre los cuatro regresar a Cocoteros. Johnny prometía un “tikinxic” asado patrocinado por sus papás para el almuerzo, así que sin más regresamos a la carretera con el sol de las dos de la tarde esperando un cuarto aventón en coche que nos llevara de regreso a Chicxulub. Nos colocamos a un costado de la carretera estatal Progreso-Telchac Puerto, ahora en sentido contrario. Casi no pasaban autos a esa hora y los pocos que pasaban lo hacían de largo. No sé de qué lugar común se me ocurrió, tal vez de alguna postal religiosa de los misioneros de Guadalupe que consumían mis tías quincenalmente, pero me arrodillé y junté las manos, levanté la cabeza al cielo y oré. Un Tsuru II de color marrón con forma de vagoneta se detuvo a unos metros. —¡Pinche Adrián, eres una verga! Johnny corrió eufórico a la ventanilla del copiloto para convencer con sus ojazos. Eran un par de mujeres: una madura al volante y una joven a su lado, quienes aceptaron llevarnos. —Nada más que si ven a la policía, uno se agacha —dijo la mujer madura—. Me llamo Rocío y ella es mi compañera Laura. Rocío nos miró por el retrovisor. Laura, la más joven de las dos, de cabello pelirrojo y tez blanca con pecas, volteó y nos saludó con una sonrisa muy linda. —¿A qué se dedican? —preguntó Johnny. —Somos maestras de inglés —dijo Laura. Julio y Omar se miraron a ver y sonrieron maliciosamente. Yo le pregunté qué era tan gracioso y Julio me susurró al oído “Las Chichers”. No contuve la risa y se me soltó la carcajada y hasta los mocos se me salieron por la nariz. —¿Qué pasa por ahí, todo bien? —preguntó Rocío. —Sí, todo bien —dijo Johnny —le cargó el payaso a “El Mudo”. —¿El Mudo? ¿Por qué te dicen así? —preguntó Rocío. —Me llamo Adrián. —¿Y ustedes cómo se llaman? —preguntó Laura. —Yo soy Johnny Pepperonni. Ambas rieron. Julio y Omar se invirtieron los nombres por el puro ocio de hacerlo. —Bien chicos, les vamos a dar un aventón, pero primero haremos una escala técnica en nuestra casa de Uaymitún, ¿les parece bien? —dijo Rocío con cierto tono de autoridad que nadie cuestionó. El Tsuru II ingresó en la entrada “Tolok” y tomó la vereda. A lo lejos se asomaba una gran palapa. En ese instante, comencé a sentirme nervioso. Las sienes me palpitaban advirtiendo algún peligro. Sin embargo, la presencia de esas dos mujeres guapas disuadía mis sospechas. Volteé a ver a mis primos y ambos se veían serenos mirando el camino. Johnny coqueteaba por el retrovisor con Laura, la joven maestra. Todo parecía normal.
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Estacionamos frente a una mansión de playa y las mujeres bajaron. —Bájense, no tardaremos mucho —dijeron. Ingresamos al interior de la mansión y me abrumó la frescura que se sentía. El techo alto de la palapa era aerodinámico, y la casa lucía moderna con las puertas de cristal. Desde el recibidor se asomaba una playa hermosa con red de voleibol. La cocina de talavera lucía lujosa. —Ahora vuelvo, no tardo. Pónganse cómodos —anunció Rocío. Laura también se fue. Mis primos y yo nos echamos en los sillones comodísimos de la sala, mientras que Johnny ocupó una silla del comedor de vidrio y agarró un puro que yacía sobre el cenicero. Simuló fumar. Rocío y Laura regresaron inmediatamente con sus bañadores puestos. —Ahí están los baños para el que desee cambiarse también. En ese instante me sentí de lo más extrañado pues intuí que aquellas mujeres guapas estaban usando su experiencia y su encanto ¿para qué? —Tranquilo, ni que nos fueran a violar —dijo Omar burlonamente y se levantó del asiento. Se quitó la playera y se embarró por todo el cuerpo bloqueador solar que Laura le había invitado. —Vamos a jugar voleibol —dijo Julio, y las mujeres aceptaron con gusto. Todos se dirigieron a la cancha que estaba habilitada en la playa y yo me quedé rígido con mis pensamientos e inseguridades, mirando cómo Johnny tomaba la pelota y emitía un saque de un lado a otro. Se habían organizado en equipos. De un lado de la cancha los gemelos Julio y Omar, y Johnny. Del otro lado estaban Rocío y Laura. A pesar de la diferencia de integrantes, conformaban un partido equilibrado en masa corporal y en edades. Se veían contentos. Rocío alzó la mano y me llamó. —Adrián, ven. Yo todavía permanecí ahí bajo la enorme palapa todo estático y miedoso. Mi sentido de alerta me decía que debíamos salir de ahí, pues esas extrañas desconocidas nos estaban conduciendo hacia un destino terrible: nos descuartizarían y nos cocinarían en un pozole, como solían hacer los narcotraficantes en mi ciudad a la gente inocente. Detrás de mis amigos, que también me llamaban, el sol creaba un resplandor sobre el mar verde turquesa del Golfo de México que se expandía al horizonte. Tal espejismo me produjo sed, y entonces la piel se me erizó. Algo me impulsó hacia el campo de juego. Me quité las sandalias con correa de cuero que mi tía Gela me había regalado y sentí la arena caliente en la palma de mis pies. La sensación fue excitante. De una palmada me integré al equipo de Rocío y Laura y el partido comenzó. Nos tiramos sobre la arena, junio-julio 2021
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compartimos pases, hicimos saques fallidos y nos animamos con aplausos. Tras treinta minutos de partido, Laura se quitó la camiseta que tenía sobre el bañador y nos invitó a todos a ir al agua. Yo no sabía nadar, así que dudé nuevamente en ir tras ellos. —Vamos Mudo —dijo Johnny, y comenzó a empujarme. En un principio resistí, irritado, pero luego comencé a dejarme llevar hasta la orilla. Era mi primera vez dentro del mar. Todos ya habían pasado la orilla y se tiraban agua mutuamente. Yo entraba caminando despacio, procurando sentir lo que mis pies rozaban. Despacio, porque el agua fría a la altura de mis testículos me causaba cosquillas. Des-pa-cio, porque todo lo pensaba doble. —¿Ya comieron? ¿Tienen hambre? —dijo Rocío y todos nos volteamos a ver. Todos asentimos. Hasta el hambre se nos había olvidado. Rocío se paró, se escurrió el agua del cuerpo y comenzó a caminar de regreso a la orilla. —Sígame el que quiera. Johnny fue el primero en secundarle, luego Omar y luego Julio. Laura permaneció en el agua, y yo, como observador distante que solía ser, también permanecí. Estaba muy a gusto ¡y era mi primera vez dentro del mar! Luego, el cielo se nubló. Poco a poco me encontré con Laura más cerca en el agua. Solos, ella y yo, frente a frente. Ella me gustaba y solo podía pensar en besarla, pero tampoco me animaba a faltarle al respeto. Ella tampoco lo hizo. Conversamos movidos por la marea sobre su labor docente y la globalización del idioma inglés. En algún momento su pie rozó el mío y se sintió muy bien, pero no me animé a averiguar si fue un accidente o una insinuación. —Creo que me rozó un pez —dije. Después de todo, era mi primera vez dentro del mar. El roce me provocó una erección incómoda para las circunstancias, pues ella comenzaba a salir y yo tuve que nadar aun con el bajo nivel de altura del agua. Ella lo notó y rio. Salimos del agua. Mientras nos escurríamos afuera, yo estaba intrigado por mis compañeros. Después de la ambigüedad de mi encuentro con Laura, imaginé que quizás ellos podrían estar teniendo un trío sexual con Rocío. Para mi sorpresa, los cuatro estaban fumando y jugando cartas, sentados a la mesa. —Por fin. Les estábamos esperando. ¿Qué no tienen hambre? —nos dijo Rocío. Entonces se levantó y sirvió para todos un plato de ensalada. Comimos con gusto. Después, retiramos los platos y Rocío nos invitó unas copitas de cognac “para el desempance”. De inmediato, Johnny sacó las cartas y mientras las repartía, contó otro chiste. —¿Qué le dijo una impresora a otra? —¿Qué? —preguntó intrigada Rocío. —Esa hoja es tuya ¿o es impresión mía? Laura rio a carcajadas de lo malo que era. “Muy ingenioso”, alcanzó a decir.
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Yo no entendía nada del póker. Me costó trabajo entender las figuras ganadoras: que si la escalera de color, el full de naipes, el “Ace to Five” o el “Deuce to Seven”, que Rocío dominaba con soltura. El sol ya se había puesto y todavía no recibíamos propuestas indecorosas o tentativas de secuestro. —Es hora de irnos chicos, prepárense —dijo Rocío. Todos tomamos nuestras cosas y subimos al Tsuru II. Rocío cerró la puerta de vidrio y pasó llave. Un trueno sonó. Rocío apuró el motor y aceleró rumbo a la carretera. Ya era de noche y un aguacero cayó sobre la costa. Todos subimos los cristales del auto. Rocío encendió la radio y sonó “Riders on the storm”, de The Doors. La voz profunda de Jim Morrison y el solo de piano de Manzarek evocaron un ambiente nostálgico y un poco triste frente a esa tormenta. “Into this house we're born, in to this world we're thrown. Like a dog without a bone, an actor out on loan”, cantaba el Rey Lagarto mientras los limpiaparabrisas quitaban el exceso de agua del panorama oscuro y tenuemente iluminado por las farolas de la carretera. Todos permanecimos en silencio, disfrutando la melodía. Entonces, el auto comenzó a tambalear. Rocío tuvo que orillarse a la altura de la salida a Chicxulub. —Puta madre, creo que es la llanta —dijo y salió del auto bajo la lluvia. Inmediatamente regresó y confirmó lo dicho. —Estamos varados. ¿Alguien sabe cambiar llantas? Con unas bolsas negras de basura todos improvisamos unos impermeables y bajamos del auto. Ninguno de los cuatro sabíamos cambiar una llanta pero teníamos toda la intención de salir de ahí. Todos, excepto yo, habían sido hijos de papá y esos pormenores siempre los había solucionado un adulto. No obstante, Johnny y su fanfarronería hicieron lo propio, pues hizo un intento estéril por colocar el gato y levantar el auto. Nuestra única solución fue hacerle “casita” a Rocío, quien con cierta intuición y destreza logró colocar el gato, alzar el auto y retirar la llanta. Los demás hicimos lo nuestro pasándole la llanta nueva y guardando la ponchada, pues “mucho ayuda el que no estorba”. —Ahí está. Para que aprendan, chavos —dijo con tono didáctico. Logramos poner en marcha de nuevo el Tsuru II y seguimos el derrotero. La lluvia cesó. Rocío nos dejó en la gasolinera de Chicxulub antes de agarrar la carretera hacia Mérida. Antes de despedirse, nos advirtió. —Cualquier cosa chicos, este encuentro no sucedió. —Pero, ¿por qué? —preguntó Julio. —Porque es una travesura que hicimos —sentenció. Nadie discutió ese argumento con la maestra de inglés. Simplemente nos despedimos y caminamos de regreso a nuestras casas de verano, esta vez por la orilla de la playa. Tal sábado de gloria no rompimos ningún récord de aventones, pero aún quedaban ocho días de Semana Santa antes de regresar a mi monasterio moreliano. junio-julio 2021
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Dos textos breves
Paty Rubio
En fuga Querido lector, no sé si alguna vez te ha tocado ser testigo de la existencia de muebles de casa que caminan misteriosamente, abandonando el hogar de quien los tiene en uso. Hoy te voy a platicar algo sobre uno de esos muebles que se ha marcado en el almanaque de la memoria de Punta Banda. En el municipio de Ensenada La Perla del Pacífico, sobre la cual he sido testigo fehaciente; No diré lo que logré escuchar que éste decía, mientras caminaba por la calle muy despacio… ya estaba bastante viejo y desvencijado. Un día lo vi al asomarme por la puerta de mi casa. El susodicho estaba descansando a unos cuantos pasos de la entrada a mi propiedad. Se posaba sobre el mural que viste la barda que limita mi casa y cubría con su cuerpo, dos de las varias aves que forman este mural. Por cierto, te hablo de un colchón matrimonial. Yo amablemente caminé hacia él y lo recosté, porque las aves que adornan mi mural, ya se veían sofocadas. No sé si por escuchar las confidencias que el colchón les contaba y qué, siendo matrimonial, estoy segura de que tenía para contar muchas intimidades, tal vez esas mismas historias fueron la causa de que abandonara a mi vecino incómodo y huir de su casa. Y bueno lo acosté tratando de evitar que lo pisaran y lo jalé con mucho trabajo para que se quedara bajo la banqueta. Pues resulta que el pobre colchón desvencijado y maltratado, al día siguiente ya se había subido sobre la banqueta de nuevo y caminado varios centímetros más. Yo salí de casa todo el día y ahí lo dejé al irme. Él se subió de nuevo para caminar sobre la banqueta y se movía muy despacio. Las aves del mural se tapaban con sus alas los oídos. La paloma se veía sonrojada, imagino que ya no quería escuchar el chismorreo del colchón, a quien le faltaban unos tres metros para llegar a la esquina.
Cualquier semejanza es el resultado de ser un hecho real.
Yo me di a la tarea de solicitar ayuda de las autoridades para que alguna de ellas lo levantara para llevarlo a otro lugar y que no incomodara más con su voluminoso, chismoso y cachondo parloteo. Amén de la mezcla de olores que desprendía entre jugos con olor a mar y sudores de quien no se baña con la regularidad suficiente para no dejar un aroma ácido y picante a la nariz. Resulta que no he encontrado eco en las instancias a las que he llamado, y el colchón después de detenerse por un día, rendido seguramente por el esfuerzo de caminar, permaneció recostado en la esquina de la calle, no se ha atrevido a cruzar la calle, porque podrá soportar un par de cuerpos en sus resortes, el ser pisado por los pasos de un transeúnte, aunque le duela, pero por lo visto no quiere que pase sobre de él un carro. Hoy amaneció tratando de ponerse en pie y solo a medias, sostenido por la esquina de mi barda y el poste de luz mercurial. Por más que tenga el propósito de llegar a la playa. Hoy no he visto que avance un paso más, solo espero no se le ocurra dar la vuelta a la esquina, porque bloquearía la salida de mi garaje. Y lo que también espero es que a mi colchón no se le ocurra salir, porque no quiero ni imaginar las intimidades que contaría. En fin, esa sería otra historia. Hasta hoy la de este colchón que camina por las calles de Punta Banda, ya se quedó en la memoria de la colonia y sus habitantes. P.D. Como dato curioso… “la chinche que brincó en este colchón, desde hace más de treinta años, me ha acosado con querer brincar en el mío, situación qué, ni en otra de sus chinches vidas tendrá oportunidad”.
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A ras —Un año tres meses Se le escuchó decir con un suspiro, para marcar el tiempo que había pasado con la vida detenida. —Ya sé, pasó la primavera, el verano, el otoño y el invierno, ahora estamos de nuevo en tiempos de verano, el silencio se quedó estacionado en los rincones y el cielorraso, haga frío o calor. El tiempo que se detuvo aquí ha logrado que el aire huela a rancio. —¿Será que aún respira? Le pregunta el sillón abandonado junto a la puerta de entrada a la sala, mientras conversaba con la silla situada frente a la computadora. La conversación la iniciaron porque ella, la mujer que ahí habitaba, aun no bajaba de su recamara y ya eran las 12 del mediodía, se encontraban verdaderamente preocupados y extrañados. La mujer de la casa que, a pesar de su edad, siempre había acostumbrado llevar una vida de muchos ires y venires, de múltiples reuniones con los amigos y noches de bohemia, donde corría a discreción el vino tinto y el humo de carrujos. Ella sea como sea y aunque la noche hubiera sido larga, acostumbraba a levantarse a eso de las siete de la mañana. Hora en que tenía que tomar los medicamentos prescritos por el cardiólogo que la atendía desde hacía varios años. Igual le costaba mucho conciliar el sueño, ya estaba acostumbrada a dormir un máximo de tres horas por noche. Este día los habitantes de la ciudad sufrían el calor del verano, y en la casa, con todo cerrado bajo siete candados, con más razón se encerraba y se tornaba punto menos que insoportable el calor, cual si fuera un horno o asador. Por las noches Ella tenía por costumbre que puertas y ventanas fueran atrancadas herméticamente, tapaba hasta las rendijas con papel periódico que doblaba cuidadosamente para formar bloques que impidieran la entrada hasta del aire o diminutos insectos. Ella tenía muchos años viviendo sola y esa era su costumbre. En alguna ocasión los enseres y 48
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muebles de la casa, le escucharon decir que así reducía el escándalo de afuera y que le costaba más trabajo poder dormir esas dos o tres horas. —Cómo extraño esos veranos en los que Ella se levantaba para salir a caminar antes de las siete, regresando sudada y con hambre; toda la casa se colmaba de aromas ya sea del picor de unos sabrosos chilaquiles, del café y jugo de naranja recién exprimido… en fin, de tantos más. También se echa de menos verla salir por las tardes con una toalla bajo el brazo, ya que indirectamente nos informaba que iría camino a la playa a darse un chapuzón que la refrescara. Dijo la mesa en la cocina, metiéndose en la conversación que escuchaba y le llegaba desde la sala. Nada de lo que estaba dentro de la casa podía saber que el encierro se debía a que las salidas de casa se habían hecho peligrosas, debido a un virus que estaba matando mucha gente. Tampoco podían saber que las playas estaban cerradas para evitar la aglomeración de personas. —Shhhhh shhhh ¡Cállense! La escalera silenció con una imperiosa orden. —Con tanta alharaca nadie se ha dado cuenta de que la cama estuvo dando voces de auxilio desde hace muchas horas, para avisar que Ella lleva mucho tiempo tirada a ras del piso y se ve que ya no respira. Se colapsó antes de poder ponerse las pantuflas que estaban junto a la cama como de costumbre.
Trilogía de cuentos Historia de un poema
Sagrario Melina Loya Mancilla A mi papi, quien me enseñó de los números y letras para que yo supiera contar historias.
Génesis “What can I do to make you mine, falling is so hard, so fast, this time…” How can I fall in love with you, Backstreet Boys.
– Soy una idiota – pensé, mientras comenzaba a escribir un poema en el parque. Y es que necesito decirles que casi todos los poemas que he escrito desde hace casi quince años tienen algo de él: un punto, una coma, una metáfora, un verso o un acento. –Eres una idiota- confirmé en voz alta. Sucede que siempre sigo el instinto al tomar mis decisiones, para después intentar racionalizar las consecuencias y poder justificarme. Recuerdo… Yo parecía cometa orbitando alrededor de aquel grupo de inadaptados que, como suele suceder, pudieron adaptarse entre ellos al igual que una especie más. Ese campo gravitacional no fue lo suficientemente fuerte como para que yo necesitara aterrizar. Él estaba ahí. Él sí era un cometa, más por obligación que por convicción, siempre estorbando mi trayectoria. Decidió alejarme de una oscuridad para involucrarme en otra más profunda, para hacerme caer en los estúpidos clichés de las personas enamoradas. Y sí, era un día de octubre. Y sí, llegué a tomar fuertemente su mano para ya no sentir miedo. Y sí, apoyé mi cabeza sobre sus piernas para que me llevara a los lugares más comunes, mientras recorría con su dedo el borde de mi oreja derecha y exclamara alegremente: –¡Pero qué pequeña! Él me hacía sentir analizada, como a un motor de combustión interna. Yo decidí aprender de él. Tenía que hacerlo, es uno de esos giros inesperados que me hacen dudar y creer al mismo tiempo en el destino. Él era los extremos de la gaussiana, mi media, mi medida, mi moda y mi incertidumbre. Él sabía dirigirme como Wagner a una orquesta. Cantó mi nombre hasta que se cansó. Dejé que me dejara. Tratándose de él, siempre fui una cobarde y también una idiota. Nunca fui lo que él esperaba y yo nunca luché por serlo, pensando que mis defectos serían obviedades ante una idea típica de lo que podría haber sido la felicidad. Aprendí a dejarlo libre con el deseo de que volviera, amándolo de ese modo que parece no ser amor, con el ridículo recurso de la esperanza para la conformación de la jaula en la que un ave irracional como yo pudiera estar cautiva. Recuerdo todas las veces que desenterré su corazón y lo estrujé entre mis puños. Yo he perdonado todas sus ofensas porque éstas se volvieron mi penitencia escrita. No soy Dios… saberlo duele. Ese perdón viene de la junio-julio 2021
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culpa, no de la gracia, cerrando el tajo que infringe el peso de los años con cinta tape. Es extraño reconocer que aunque la luz me envuelva, su sombra es lo que se sigue proyectando. Sé que él no me ha disculpado, porque a mi ofrenda de ruido me entrega la herida del silencio para explicarme la respuesta. Por eso cargaré nuestro pasado por los dos, así de fuerte me siento. Caigo en la bella resignación de lo absurdo de la huida, al menos no en esta vida. Me rindo. Quiero que lo entiendan. Él no es un recuerdo ni el primer amor, ni alguna de esas cosas que puedan eliminarse con un disparo en la cabeza. Él morirá hasta que mi víscera palpitante deje de latir. Es tarde ya. He terminado. El poema se parece a uno de esos de Neruda. Sigo siendo una idiota por sorprenderme. Yo y mi increíble capacidad de escribir estupideces con formato literario… él no ha llegado.
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Presencia. “Ya no deshace el somier aquel amor tan fugaz, que en ese cuarto de hotel se declaraba inmortal. Cuando las estrellas iluminan mi pasado, puedo verte de rodillas pidiéndome que vuelva…” Cerveza, Las pastillas del abuelo.
Ese día arribé de manera impuntual, pero temprano, quince minutos antes... El tiempo es relativo, ¿quince minutos antes de una cita sería exageradamente temprano? Sentí que pasó la eternidad antes de su llegada. Pero tenía que ser así. Tenía que asegurar el lugar en ese sitio tan artificialmente intelectual, donde la idea de pagar cinco veces más por una bebida que normalmente podría valer diez pesos me genera una engañosa satisfacción. Él llegó cinco años y diez meses después. Extrañamente el corazón no estaba acelerado en medio del pequeño apocalipsis. Cálido final de los tiempos. No estaba nerviosa por reencontrarme con el pasado, el tiempo verbal de los aciertos y errores. Eso lo hago siempre y por eso vivo deprimida. Mi nerviosismo provenía del hecho de encontrarme frente a frente con una musa, el guardián del poema que nunca termino de escribir. Me sorprendió la llamada, aunque fuera anunciada. Era él. Contesté el teléfono con la misma tranquilidad con la que le hubiera contestado a alguien ofreciendo productos bancarios o de telefonía, llamadas que no permitiría que duraran más de cuarenta y cinco segundos. El timbre de su voz y su tono sonaban desconocidos, había cambio en los dos. Ante la confirmación de su arribo me salió esa mueca tan mía de extrañeza. Primera llamada. Llegó el golpe de otro recuerdo… ¿les he platicado que nacimos en el mismo mes, en el de la luna más hermosa? ¿Les he dicho que él es el principio y yo soy el fin? No, no es una imagen poética, eso no es un lugar común. Literalmente, él nació el día uno de ese mes y yo el último, como una broma de la vida. Además, formalizamos nuestra relación (la primera vez) un dieciséis de octubre, justo en medio de todo. La simetría me obsesiona. Pensaba en todo aquello para interrumpirme a mí misma con un reproche: – Tu eterna búsqueda de coincidencias te volverá loca. –Y podría inventar una nueva religión – me tranquilicé. Cerré los ojos. Oí su voz. No puse atención en su chamarra café, en su pantalón de mezclilla, en lo gracioso del logo de su camisa negra, en su cabello rapado, en la barba y bigote que antes no estaban. No. La verdad es que hasta ese momento había apostado a su no llegada, porque ¿qué tipo de enfermedad mental debe de tener alguien que se reúne para escuchar su historia en los labios de alguien más? Pudiera ser que él seguía siendo cortés en ese sentido. Tal vez eso no había cambiado. Así que mejor puse atención en la junio-julio 2021
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pregunta que él parecía no poder pronunciar: ¿qué hago aquí? Un saludo más bien típico rompió el iceberg. Evité la inercia de bombardearlo con cuestionamientos innecesarios del tipo ¿cómo es el mundo después de mí?, ¿por qué abandonaste?, ¿por qué no entiendo que eres un problema sin solución?, ¿por qué alimentamos el encanto?, ¿quién eres tú?, ¿qué somos, qué fuimos?, ¿penitencias, recuerdos, suicidas, personas sin oficio, compas, conocidos, acople? Según el Manual de Carreño, todo eso resultaría inapropiado, aun tratándose de él. – Si quieres ir a ver qué puedes tomar – sugerí, dándome cuenta de que llevaba un minuto de no respirar, para dejarlo ir. Creo que ya dejé en claro lo cobarde que soy. Segunda llamada. Cuando al fin estuvimos realmente frente a frente, la plática trivial supo evadir el deseo de abordar lo de sus ojos en forma de almendra. Movimiento y suspiro… ¿Les he platicado del poema, del poema que comencé a escribir en un parque hace más de dos lustros? Lo borré de todas partes: de las computadoras, del papel, de las libretas, de la memoria, por la angustia de no alcanzar a deliberar en el valor de un poema que no hace presa ningún tipo de emoción. Por ello, decidí escribir en ese momento respecto a un lunar de su mano izquierda mientras él hablaba… Llegaría el tema de los cuentos-novelasreflexiones que sirven de catarsis a los escritores. Del egoísmo oportuno que somos capaces de desarrollar por medio de la palabra. Al final de cuentas, ¿qué sería de mi mundo sin el egoísmo, el poema, sin él? La humanidad también hubiera desaparecido milenios atrás. El egoísmo nos permite sobrevivir. Aquella, nuestra historia, descaradamente puesta en papel, no era un escrito pretencioso, así como tampoco lo nuestro fue. –Breve impostación de voz, cuidado en la puntuación, gesticulación – repasé mentalmente algunas lecciones de teatro. El calentamiento vocal lo había llevado a cabo menos de una hora antes… cosas de actor. Durante algunos días estuve preparando la actuación. Que conste: actuar no es 52
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fingir. Actuar es tener el valor de ser lo que no se atreve a ser. Para ello también tenía una lista de canciones llamada Masoquismo en mi reproductor de música, las cuales me hacían pensar que así haría Sylvia Plath en estos tiempos… si no fuera Sylvia Plath, claro. Se le podría llamar laboratorio teatral. Lectura anunciada. Tercera llamada ante un telón ya abierto. Trazo, desempeño, conclusión. Algunos se pusieron de pie de pie, aplaudieron. Otros abuchearon, otros se fueron para seguir siendo felices. Él se quedó en medio de una hilera de butacas, sin que yo me diera cuenta, sin flores, sin albricias ni comentarios. Pero se quedó. Ritmo roto. ¿Así que así se siente ser un relato tan mal escrito? Silencio. A pesar de lo que pueda decir Depeche Mode, no siempre disfruto del silencio. Las palabras significan algo, aunque sea nada, aunque sean sinsentido… aunque se puedan olvidar. No siempre se puede cargar con el silencio, por más contemplativa que pueda ser. El silencio también dice algo, pensándolo bien. Y entonces me acerqué brevemente para escuchar de él un recuerdo. Me dijo que ya éramos adultos en referencia a la naturalidad con la que “hablan los grandes sobre temas escabrosos”. Pero no es así, no para mí. Eso es para los niños, que dejan de serlo en cuanto pierden conciencia de la libertad al decir las cosas, cuando firman los contratos sociales que les permitirán ser “excelentes ciudadanos”. Yo entendí que había pizcas de liberación cuando él comenzó a hablar de algo que tiene que ver con reencuentros, conquistas mutuas, piel, anclajes momentáneos e inmortalidad. Yo, como se habrán dado cuenta, me quedé en el copretérito del verbo querer sin decirle que podré olvidarme de los veintiséis de enero e incluso de su nombre, pero nunca de la inexorable pasión. Yo comprendí que me estaba reescribiendo. No todo podía ser malo. Al menos cuando él habló existió algo de coherencia. Sonreí al saber que yo no era un mal recuerdo. Paliativo típico para aminorar la penitencia. Funcionó. Escribir podrá liberar, pero leerte en los demás permite rehacerse en uno mismo.
Ahora sé que él es El Niño, cíclico y de fuertes consecuencias. Como tal, sé que como apareció se irá dejando un desastre y regresará… tal vez en un sueño. Él tiene ese poder sobre sí mismo. Yo perfecciono mi búnker con todo lo que él me ha enseñado. Estaré mejor preparada. Nuevo suspiro para dar entrada de la necesaria trivialidad contenida en charlas sobre senos artificiales, peleas de bar, ética y moral. ¿Pero quién me mandaría a preguntar y quién le mandaría a contestar? El tiempo, ese que está contenido en las veinticuatro horas de un día. No podemos tenerlo todo sólo por el hecho de quererlo. No era que yo postergara el fin de cualquier cosa que fuera esa reunión, sólo que al menos yo no sabía cómo. Pero él sí. Él siempre sabe. Entonces llegó el abrazo que contenía la despedida. ¿Eso sería morir? No creo. Morir fue soltar. Pero no me malentiendan. Morir es dejar de existir en la concepción del ser anterior, pero no es dejar de existir. Morir es encarar una verdad, a veces dolorosa, para convertirte en polvo y darle vuelta al universo. Morir es tal vez lo más cerca que yo esté de ser un cometa. Y es así como estoy llegando al lugar donde no hay expectativas, la concepción del presente.
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Nubes de realidad. “Take away my pain, let the cold inside, it's time to let it rain, there's nothing left to hide Take away my pain; I'm not frightened any more, I'm learning to survive, without you in my life 'til you come knocking at my door” Take away my pain, Dream Theater.
Escuché el estruendo de un vidrio al romperse, a las cuatro de la mañana con trece minutos. Se trataba nuevamente de él: el poema. Porque él, el chico especial, había dejado de estar materializado cuando en vez de sentirlo comencé a pensarlo. El único remedio disponible frente a un acoso literario tan descarado e inoportuno fue escribir hasta que se acalambraron los dedos, tras lo cual siguió el golpeteo frenético sobre las teclas de la computadora. Aun así, el poema se volvió a ir. Comenzó entonces a sofocarme la duda respecto a la diferencia entre realidad y verdad. No lo sé. Supongo que a la verdad, por ser infinita, es sóooooolo Dios quien la puede ver. La verdad supone un peso muy grande, ¡qué terrible! Por otro lado, la realidad viene en partes y está descrita por los sentidos y al menos yo estaba ciega en él. Mi realidad es la siguiente: él me dejó cuatro veces. Cuatro es, de hecho, el primer número no primo en la escala de los números naturales. Por lo tanto, él y yo ya no podíamos ser uno ni dividirnos entre nosotros mismos. Ya estábamos compuestos por las circunstancias. La primera vez que él se fue caía su cumpleaños número 19, era un regalo para sí mismo. En la segunda ocasión se aproximaba la Navidad; romper se convirtió en una dádiva al niño Jesús. La vida dio una tercera oportunidad y entonces él le dedicó el frenesí de su existencia. La cuarta (he's such an idiot!)… decidió darme en envoltura tipo sin-alma un regalo que nunca pedí: su ausencia eterna. Yo cerré la puerta. No fue su culpa. Ciertamente yo no necesitaba entender por qué lo hizo. Eso es lo que ocurre cuando las personas se rinden en su intento de arreglarme, como si ellas no estuvieran rotas. La realidad es que duré un tiempo contándole historias, dejándole en un clímax para intrigarlo, como Sherezada, hablándole cada noche de nosotros, salvando mi vida y despertando a su lado. Hasta que un día ya no tuve historias que contar. Lo real también abarca la parte en la que él tal vez hubiera deseado contemplar un poco mejor de las ruinas de mí, conservar estas pinturas rupestres, no por su ego sino para conocer la verdad. Mas ya no fui capaz de darle la copia de mis recuerdos, no pude. Porque lo cierto es que esto ya no se trata de él. Ya no era su historia desde hacía tiempo. Es la historia de un poema, si es que no se había notado. Me siento como en una versión chafa de Diario de una pasión. Él reaparece en mi vida. Él me busca, aunque lo niegue (después de mí, no había conocido a alguien con tan mala autoestima). Y me enloquece 54
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porque eso sí quisiera entenderlo: ¿por qué vuelve? Yo lo dejo entrar no por amor, porque ya ni siquiera lo conozco; no sé qué o quién es… Les confieso que padezco de melancolía, así lo dijo el psiquiatra la última vez que lo vi. No es que no pueda superar el pasado; es mi mente la que está enferma: él es un síntoma. – Estoy harta de la relación imaginaria que tengo con él después de tantos años, no sabe la cantidad de veces en las que he roto y me he reconciliado con su idea- le comenté al doctor la primera ocasión que fui a consulta. “Enamoramiento patológico”, una de las primeras conclusiones. – Escribo para atraparlo, doctor; en las historias lo puedo leer, poseer, ser todopoderosa, incluso a veces puedo escribir que él me amó, aunque no haya sido cierto. Sin embargo, no quiero forzar la historia, eso se notaría. Luego releo para ver en qué me equivoqué… en realidad no tengo tiempo para esto, necesito escribir… Creo que él sí me explicó alguna vez por qué se fue, pero, pues… yo nunca le entendí- “Rasgos de delirios de grandeza, ¿obsesiva-compulsiva?, definitivamente hay codependencia”, alcancé a leer en su bitácora. – ¿En verdad tengo que tomarme las pastillas, doctor? Yo sé que él ya no está… pero por favor ¡ayúdeme a escribir aquel poema, está en alguna parte del cerebro! ¿Qué ustedes no hacen este tipo de cosas? ¿Cómo le explico?, ¿es que nunca se le han perdido las llaves de su casa?… ¡Sólo quiero recordar su olor, sus letras! - Y nunca más regresé… Ahora me encuentro sentada en un restaurant-bar donde los platillos principales están constituidos por carne que, aunque sea blanca, sigue siendo carne. No sé cómo llegué aquí. Es un lugar cruel para una vegetariana abstemia, lo que me hace recordar El café nocturno (de la Plaza Lamartine) de Van Gogh. Y él comienza a hablar, aunque ya no lo escucho, porque mientras lo hace lo único que viene a mi cabeza es la canción de Creep, de Radiohead. – Hola, ¿cómo estás? – saluda. I wish I was special. – Bien, ¿y tú? – clásica respuesta. If I had been special, parafraseo en la mente.
– Bien, bien – responde. You're so fucking special. – ¿Qué tomarás? –.salió de mis labios, queriendo realmente decir ¿notaste que no estuvimos contigo por años? – ¿Qué es lo que buscas de mí? Necesito no volver a verte, yo… tengo esperanza- estalla él, incluso con cierta repulsión. Mientras yo pensaba en cualquier respuesta, él huyó de nuevo, como siempre hizo, sin contacto alguno el cual ya no fue necesario porque ahora realmente sé que de algún modo lo tuvimos todo; él había tocado hasta lo imposible dentro y fuera de mí. Cualquier cosa que él desee, definitivamente no está conmigo. En cambio, yo guardé el “siempre te voy a querer”, en la hoja de pendientes. Sonreí ante las ironías de mi vida, como un payasito. Recordé cierta ocasión en la que preguntaron algo así como: ¿qué criterios utilizas en una feria de libros para elegir alguno? Y uno de esos juicios, aunque ridículo, era la idea de él, buscando desesperadamente su final, algo que me ayudara a no lamentar su recuerdo o inventarme historias… Porque pensándolo bien, la que hizo Dios no está muy bien escrita; sin embargo no es la primera vez que le pasa, de ahí el Nuevo Testamento. Me llegó esta copia con el objetivo de hacer una crítica (en su acepción de análisis). Yo seguía siendo errónea tanto en forma como en fondo, pero noté que el texto tenía millones de faltas de ortografía. Y que voy viendo, ¡caray!, ¿por qué su nombre fue puesto en un capítulo intermedio, atrapado en la tensión? ¡Ningún cierre! ¿Cuál voz narrativa, cuál género literario? ¡¿Cuál?! Pero el archivo estaba protegido, “no se permite esta modificación porque la selección está bloqueada”... mmmh, el mito del libre albedrío y la dificultad de escribir los finales. Pagué la cuenta, me encontraba de tan buen humor que dejé cien pesos de propina después de haber bebido tan sólo un café. Es la felicidad que nace al tomar la decisión de caminar hacia ninguna parte. Y al salir, en una escalera de piedra, esperaba pacientemente la epifanía más bella que jamás experimentaré: mi poema. Comprendí que como seres humanos asumimos las cargas en cualquier instante y entonces queda el buscar la sabiduría junio-julio 2021
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para despedirse de ellas aunque el momento y el lugar originales hayan cambiado, ¡aaaaagh, odio sentirme tan Coelho sin los millones de dólares! No simetrías, no dignidad: ese era un tiempo poético genuino. Los versos se entrelazaban mientras me abrazaba a mí misma. No hacía falta luna, la luz de las estrellas muertas era suficiente. El poema quería salir, ¡tenía años queriendo salir de mí!, de la funda que puede ser la mente, de la sexta cuerda de una guitarra, de la cosmetiquera en mi mochila (donde en vez de maquillajes cargo con plumas y lápices). Y podrá ser amorfo, sin cabeza, oscuro y trivial, pero es inspiración pura, es MÍ creación. Quiero que lo conozcan al fin. Se llama JG; Caen tus letras en árboles muertos tus letras caen… intento de palíndroma quería leerte al revés, recuperar los inicios Y aunque eras una hoja más terminas germinando cicatrices para florecer en el después con aroma a libro viejo tú existes - yo te creé De ti la pestaña olvidada, apretada entre mis dedos que te deseaba En mí la vida recogiendo tus pedazos átomos orgánicos: irreversibilidad Hambre de buey seguida del diámetro seco franja de aceptación hiriéndome… en el cuello Vagabundos y yo murmurando juntos un padrenuestro sin fe (entonces ¿por qué lo hacemos?) Trío imperturbable en la verticalidad del tiempo cambio/ luz verde claxon avanzar
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Epílogo. Esta trilogía termina. No es como Star Wars, que parece que se acaba y se acaba y se acaba. Aunque no tengo nada más que perder, ya tampoco tengo nada más que ganar, pero pienso que el amor no se trata de eso. Es más bien algo respecto a la libertad sobre la paz. Yo elegí tener algo de él, pero sin él. Y él, no lo sé, pero juntos salvaremos al universo, cada quien desde su planeta. El final destruyó una parte de mí, constituyendo otra al mismo tiempo: una historia que sentí merecía ser contada, como dirían Las Pastillas del Abuelo. Transformación. Porque, después de todo, no éramos tan especiales; era mi ego el que lo creía así. La termodinámica no nos fue ajena, por ello la mayor parte de la energía que no se consumió en los malentendidos se disipó en forma de calor (gracias Clausius). Afortunadamente la punta de ese lápiz está rota. Iré por un sacapuntas y escribiré de otras cosas.
Ella
Édgar A. Rivera “Y al instante llegaron. Y tú, oh feliz diosa, mostrando tu sonrisa en el rostro inmortal, me preguntabas qué de nuevo sufría y a qué de nuevo te invocaba”. Himno a Afrodita, Safo de Mitilene.
La tarde comenzó a refrescar y Jaime sintió la mejora en el ánimo de los transeúntes. Probó otro bocado de su tarta de Limón ”Carlota” y deslizó un dedo sobre la pantalla de su teléfono. Sentado en una de las mesas junto a la acera en uno de los muchos cafés al aire libre de la ciudad, esperaba a que diera la hora y repasaba las fotografías de varias muchachas que aparecían en un artículo sobre las grandes promesas del ajedrez en México y Latinoamérica. Observaba sus caritas llenas de juventud, la proporción de sus ojos y labios, la forma de las cejas y extendía las imágenes tanto como podía para apreciar cada detalle de sus orejas. Abrió una nota y escribió el nombre y ciudad de residencia de cada una de ellas. Bebió un trago del café que acababan de servirle y no pudo contener una mueca de disgusto por la bebida que momentos antes, con toda claridad, ordenó sin azúcar. Recordó los momentos junto a su esposa, cuando en el café de cada tarde solían confundir las tazas y bebían del café del otro. Durante muchos años Erika y Jaime bebieron café y comieron pan dulce al caer el sol, hasta que la edad y las órdenes del doctor le impidieron (la mayor parte de las veces) probar los bocados dulces que tanto le gustaban a ella. Sentados en dos mecedoras de yute en el frente de su casa, platicaban sobre las nimiedades del día a día, o compartían el silencio, uno lleno de amor y solemnidad, con frecuencia mientras cada uno se hundía en las páginas de la novela que estuviesen leyendo, cada quien con su copia personal, en tanto la vista de Erika se los permitió. Fueron casi cincuenta años de paseos por las veredas y las calles empedradas, de partidas de ajedrez junto a la hoguera cuando en el pueblo no se conocía otro deporte que no fuera el futbol o el tiro con pistola, de tardes lluviosas haciendo el amor, de discusiones que terminaban con gritos e inevitablemente eran seguidas de reconciliaciones
cargadas de lágrimas y caricias que terminaban en abrazos de finales oníricos con los cuerpos sudorosos en el suelo. Fue Erika quién le enseñó el gusto por los pastelillos y postres mexicanos, pero nunca pudo convencerlo de tomar el café dulce. ¿Qué pensaría Erika de los cafés helados, espumosos y cubiertos de chocolate, de la infinidad de postres y golosinas que se servían hoy en día en las cafeterías de las plazas? Tal vez lo mejor sería no preguntárselo. Enterró a Erika 20 años atrás, un día que ya olvidó, en un panteón de Jalisco al que jamás volvió y no quería recordar. ¿Para qué? No tenía objeto pensar en ello y, sin embargo, no podía evitar volver al recuerdo de tanto en tanto. Remembró los pésames de amigos y familiares, los indiferentes Lamento tu pérdida de conocidos o lejanos, seguidos de los invariables qué joven te ves y qué bien te conservas de cada reunión. Revivió los abrazos y llantos compungidos de sus cuñados a quien probablemente ya los hayan enterrado en la misma tumba de su hermana. No había vuelto a saber de ellos después de ese día, pero qué más iba a ser de ellos sino morir como todos. Jaime y su mujer nunca habían podido tener hijos y una vez que Erika falleció no hubo nada más que lo uniera a esa familia. El reloj marcó diez para las cinco. Jaime terminó su Carlota y se limpió con la servilleta, pagó la cuenta y cruzó la calle, dejando sobre la mesa junto al café dulce, los recuerdos de hace 20 años. Se detuvo frente a la puerta del edificio, contemplando su reflejo sobre el cristal. Trató sin mucho éxito de aplanar el cabello que el viento le había levantado, acomodó su saco y abotonó la camisa hasta el cuello. Se había cortado el cabello y rasurado la barba para verse lo más joven posible. Quería aparentar treinta años o menos, pero no estaba seguro de que sus esfuerzos bastaran. Empujó la puerta al tiempo que abría el junio-julio 2021
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último botón de la camisa, pensando que eso lo haría parecer más joven y despreocupado. Pidió instrucciones a la recepcionista. Atravesó la galería de arte y dio vuelta a la izquierda en el pasillo al fondo, subió las escaleras rápidamente y se internó en la sala de eventos donde unas treinta personas estaban de pie alrededor de una mesa en el centro de la habitación, con el tablero y las piezas acomodadas listas para comenzar la partida que definiría al campeón estatal. Un jovencito muy delgado, encorvado y de cabellos largos miraba fijamente las piezas sentado del lado de las negras. Ema llegó un poco tarde; lo suficiente para hacer que se preguntaran por ella pero no tantos como para molestar a nadie. Lucía un vestido azul corto de falda holgada y tacones altos que remarcaban sus piernas contorneadas. Sus aretes dorados con piedras coloridas iban a juego con la pulsera en su muñeca derecha. Era diestra. Caminaba y se contoneaba con un aire de superioridad, como el que solo una bella mujer de 20 años puede tener y que dejó muy en claro cuando saludó a su contrincante, el cual torpemente no sabía dónde colocarse para las fotografías. El muchacho sudaba en exceso y evitaba la mirada de otros, concentrándose casi exclusivamente en el tablero. A su lado, Ema lucía imponente y gloriosa. El organizador del evento hizo las presentaciones pertinentes y dio lugar al encuentro. Ema se deslizó en el asiento con elegancia. Cruzó las piernas, tenía muslos fuertes. Centró los peones en las casillas y giró los caballos con delicadeza. -Cuando gustes. -Le dijo Ema al muchacho, con voz suave pero tono enérgico, casi ordenándole con ojos penetrantes y los labios teñidos de un rojo intenso. El joven activó el reloj y al instante todo el murmullo cesó. Sólo se escucharon el movimiento de las piezas por el tablero y el flash de las cámaras de reporteros de diarios locales. Ema hizo el primer movimiento llevando el peón de Rey a E4, el muchacho hizo E5, Ema desarrolló su caballo en F3 y el rival hizo Caballo C6. Fue en la tercera jugada que Jaime se interesó de verdad. Ema movió su Peón a C3. La apertura Ponziani siempre fue una de sus favoritas. A partir de ese momento, Jaime no despegó los ojos de Ema. 58
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Siguió cada movimiento de su mano, del tablero al reloj, del reloj a la pluma y libreta, tocando un instante bajo el mentón y de nuevo a una pieza. A diferencia de Jaime, el oponente de Ema no conocía bien las jugadas y luego de caer en una celada, no pudo zafarse de los problemas, lo que lo llevó a entregar la partida cuando una mala posición y una torre de menos lo dejaron sin opciones. Ambos jugadores estrecharon las manos sellando la victoria de Ema y fue en ese instante que la chica tuvo un momento de espontaneidad pura. Jaime advirtió algo que disipó toda duda en su mente. Ema ladeó ligeramente la cabeza hacia la izquierda con una leve sonrisa, lamió un poco su labio superior y acomodó el cabello detrás de la oreja, acariciándola unos instantes. Jaime reconoció ese pequeño gesto, lo había visto miles de veces. Lo vio en una plaza de la antigua babilonia, en el palacio del Maharajá en donde con un juego de ajedrez ganó la libertad de una doncella, lo vio en el rostro de un joven soldado persa que murió luchando contra las filas griegas, lo vio en una mujer que conoció demasiado tarde en las costas italianas, lo vio en los campos de trigo en el medievo, en un rostro gitano, en una mulata de la Nueva Vizcaya, lo vio sin duda en una joven llamada Erika 70 años atrás y en muchas otras encarnaciones. Era ella. La ceremonia concluyó sin mayores festejos con una formalidad seca y francamente tediosa. Jaime iba de un lado a otro esperando el momento de poder acercársele, con el corazón lleno de excitación y miedo, como cada vez que la volvía a encontrar. El lugar se vació poco a poco y Jaime dudó de ir tras ella, el primer encuentro siempre lo ponía nervioso. Ema se fue sosteniendo el pequeño trofeo acompañada de una amiga. Las siguió de lejos, las vio detenerse a apreciar una de las pinturas y cuando salieron del edificio las vio cruzar la calle para entrar en la cafetería al otro lado. Vio a Ema elegir la mesa en la que él había estado esperando y lo interpretó como una señal de que todo iría bien en esta vida. Se armó de valor y cruzó la calle, decidido a conquistarla una vez más.
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Mi otra yo La lluvia caía sobre el pavimento avivando el olor a preticor, su aroma despertó mis sentidos, al abrir los ojos, la luz de la mañana invadía la habitación, un bello arcoiris se dibujó en el cielo que se veía a través de la ventana; mis pies desnudos acariciaban las sábanas, me puse en pie, ver a través de mi mirada me hacía sentir ajena, como dentro de una caja con visor, por inercia mire mis manos, siguiendo por mis brazos, la extrañeza llegó al ver un lunar que no existía antes de ir a dormir, me frote los ojos, corrí al espejo más próximo, ahí estaba de nuevo, una yo que no conozco, pero que vive en mí, usando mi alma, sentidos, mente, corazón, el cuerpo es lo único que no compartimos cada vez; su cuerpo menudo, pelo castaño cubriendo hasta los hombros, ese par de ojos marrón, me encontré conmigo dentro de alguien más. Sonó un despertador, una larga trenza se movía al andar tras de mi espalda, un vestido a manta con delantal era mi atuendo en esta ocasión, afanada iba de arriba a abajo por toda la casa, un edificio colonial, con fachada histórica, sus grandes puertas de madera con vistas de cristal atravesaban la cocina, una olla de agua cayó rompiendo al impacto, una detonación quebró el cristal de la puerta, un grito, activó mi sistema de alerta, me tiré al suelo, pecho tierra, mientras los proyectiles impactaron en el interior, hasta que uno de ellos fue a dar en mi costado, seguido de una queja de dolor; desperté en medio de un charco al parecer de agua, en un pasillo oscuro, que se iluminaba tan solo por unas viejas antorchas colgadas de las paredes, caminaba a gatas, deslizándose por el fango estancado, cuando una hilera de hombres vestidos de negro con capuchas cubriendoles el rostro, caminaban atravesando los pasillos, me deslice por un hueco entre la pared, caí en una pileta llena de "agua", lavando mi cuerpo de la suciedad que atravesé, un líquido amargo color azul claro revuelto con tierra, me supo a calma, hasta que ví que de entre sus profundidades, cuerpos inertes flotaban entre las aguas estancadas; nadando hacia arriba, esperando alcanzar el aire, un claro de luz guiaba mi camino,
Adriana Rodríguez
al salir, una bocanada aliviaba mis pulmones, un sonido chirriante dejó al descubierto una puerta, que se abrió, un par de manos, arrojaron dentro otro cuerpo desnudo; los pasos se alejaban, era mi oportunidad, a zancadas alcance el portal, no salí sin antes asomarme, a lo lejos, se miraban un par de sombras perdiéndose en la oscuridad, me aferré al pórtico, impulsando mi cuerpo, intentando trepar, salí de aquel hueco, caí en otra laguna fangosa, seguí, caminé hasta que sentí una ráfaga de viento colarse por algún orificio, ¡Era mi salida!, buscaba con la yema de los dedos alguna palanca, mecanismo o tranca que pudiese mostrar la puerta, pero no, la desesperación me abrazaba, golpee la pared intentando vencerla, pero solo se escuchaba el correr del líquido que caía a través de los pasillos, de pronto, sus voces, se hacían más claras y nítidas, se acercaban, vencida, deje caer el peso de mi cuerpo en la pared que finalmente se abrió jalandome hacia ella, salí de aquel sitio, la luz de la tarde iluminaba mi cuerpo, dejando al descubierto, que aquel fango que creí, en realidad era sangre… —¡Escucha mi voz!— el tic tac de un reloj se hacía presente. —Al escuchar "la palabra" quiero que abras los ojos, 3, 2, 1… ¡Despierta!
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Letras — Buscaremos quién le enseñe a leer y a escribir —dijeron mis padres.— Es listo y aprenderá pronto. A los tres días, ya empezaba a conocer letras, sonidos y a memorizar sílabas. No sé por qué; pero creo que a mis padres nunca les importé, ni siquiera tuve hermanos. —Con un hombrecito nos conformamos—, decían siempre. Tal vez me parieron sólo para taparle el hocico a la gente, en especial a mi abuelo. “¿Y cuándo van a tener un hijo?” Ahora les dice: “¿Y cuándo tienen otro?, pues unos tres más si van a tener, ¿verdad?”, con eso de que él le hizo diez a mi abuela. ¡Qué asco echar tanto bastardo y tanto esclavo al mundo! Las clases eran tres horas al día en los casi dos meses de vacaciones. —Ya estás listo, entrarás a primero y serás el único que lea. — ¿Estás contento?, me preguntó antes de irse. —Mmmm, sí—, dije pensativo y emocionado. Momentos después, vi cuando mis padres le daban un sobre y las gracias. Desde la ventana seguí sus pasos mientras salía de mi casa hasta perderse y no volver nunca más. En la semana libre, después de que concluyera con mis clases y antes de entrar a la escuela, leía y escribía. El primer día. Estaba listo a las seis de la mañana, con uniforme y zapatos nuevos, peinado de Benito Juárez, con reloj, —porque hasta a leer el reloj me enseñó—, con lonchera y mochila. Me sentía emocionado, feliz, ya sabía leer y no lloré cuando me dejaron en la escuela. —Hazle caso a tu maestra y a la hora de salida espéranos, no te vayas con nadie—, me aconsejaron mis padres. Entro. No se ve tan joven como mi mamá y no está tan gordita. Empezamos escribiendo nuestros nombres en un gaffette. Después, el alfabeto en el pizarrón. Ella nos pregunta: — ¿Alguien lo conoce? Sí, yo lo sé. Tres más también lo saben. 64
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Norma Leticia Vázquez González Ahora, palabras breves. ¿Por qué ahí no dice así? La siguiente palabra tampoco es como yo la sé. Repaso las clases de las vacaciones para saber si estoy bien; pero recuerdo las voces de “muy bien, excelente, aprendes pronto”. Recuerdo también “El Principito”, “El narrador de cuentos”, “El jardín de las hormigas”, a Perrault, a Andersen, las historias de Chikatilo, Maribeth Tinning, El hombre del saco, Las Poquianchis y de los judíos. Recuerdo: “La a está igual; la e, es i; la i, es e; la o, es u; y la u, es o. Ya sabrás cómo, todo consiste en darle sentido a lo que lees. La d, es r; la c, s y z, son d; la r también es d”. Ahora estoy aquí, con miedo. Pero yo sé leer. Nos dice que leamos alternadamente las siguientes palabras. Es mi turno (…) “árbol”, me dice. Continúan los otros. La otra ronda, mi turno (…) “No, bota”, me dice. Siguen los otros, otra ronda, mi turno (…) “cabello”, dice ella. Siguen los otros. Ahora con d, mi turno (…) “dulce”, me corrige. Ahora no siguen los otros. Me pregunta si estoy aprendiendo a leer, le digo que no, que ya sé, que acostumbro a leer periódicos y revistas. — ¿Dónde aprendiste a leer? En mi casa mis papás contrataron quién me enseñara. La a está igual; la e, es i; la i, es e; la o, es u; y la u, es o. Usted sabe cómo, todo consiste en darle sentido a lo que lea. La d, es r; la c, s y z, son d; la r también es d. Seguimos con las rondas. Me ayuda. Salimos al recreo. Antes me dice que tengo que corregir unas cosas. Que en una semana podré leer como debe ser.
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La sensación del otro en algunos cuentistas
Adán Echeverría …y siempre recuerda que tú eres el otro para los demás
Para Jorge Luis Borges (1899-1986), Juan Carlos Onetti (1909-1994), Julio Cortázar (19141984) y Julio Ramón Ribeyro (1929–1994), la idea de construir en sus cuentos a “el otro” hasta alcanzar el desdoblamiento (considerado como la formación de dos o más cosas a partir de una sola, y dentro del arte literario como una forma en que el personaje desarrolla una interiorización lectora hablándose a sí mismo, e intentar una angustiosa ficción para una comunicación profunda con su propia conciencia), ha sido un tema que abordaron una y otra vez para liberar pliegues temporales: “—Si usted ha sido yo, ¿cómo explicar que haya olvidado su encuentro con un señor de edad que en 1918 le dijo que él también era Borges?” (El otro, de Jorge Luis Borges) soñados: “Se detuvo frente a ella y se arqueó para acercarle el rostro. — No necesitaba saber inglés, porque las balas hablan una lengua universal. En Transvaal, África del Sur, me dedicaba a cazar negros.” (El posible Baldi, de Juan Carlos Onetti) fantasiosos o posibles: “No sé si sería un proverbio o un aforismo, pero de todos modos era una fórmula cerrada que no he podido olvidar: "Todos tenemos un doble que vive en las antípodas. Pero encontrarlo es muy difícil porque los dobles tienden siempre a efectuar el movimiento contrario". Si la frase me interesó fue porque siempre había vivido atormentado por la idea del doble. Al respecto, había tenido solamente una experiencia y fue cuando al subir a un ómnibus tuve la desgracia de sentarme frente a un individuo extremadamente parecido a mí.” (Doblaje, de Julio Ramón Ribeyro) fantasmales incluso: “Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un
zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico.” (Borges y yo, Jorge Luis Borges) y hasta teorizar con el concepto de la inmortalidad: “Contó que en un autobús de la línea 95 había visto a un chico de unos trece años, y que al rato de mirarlo descubrió que el chico se parecía mucho a él, por lo menos se parecía al recuerdo que guardaba de sí mismo a esa edad. Poco a poco fue admitiendo que se le parecía en todo, la cara y las manos, el mechón cayéndole en la frente, los ojos muy separados, y más aún en la timidez, la forma en que se refugiaba en una revista de historietas, el gesto de echarse el pelo hacia atrás, la torpeza irremediable de los movimientos. Se le parecía de tal manera que casi le dio risa, pero cuando el chico bajó en la rue de Rennes, él bajó también y dejó plantado a un amigo que lo esperaba en Montparnasse. Buscó un pretexto para hablar con el chico, le preguntó por una calle y oyó ya sin sorpresa una voz que era su voz de la infancia.” (Una flora amarilla, Julio Cortázar) No son los únicos autores en los que podemos percibir a ese personaje que se desdobla en dos, que pueden habitar tiempos diferentes, lugares diferentes, que les invita a perseguirse, aunque nunca puedan encontrarse, o que logran sorprenderse ante la maravilla de estar mirándose a sí mismos desfasados en el tiempo. Vemos desdoblamientos en “El extraño caso del Dr Jelkill y Mr Hyde” de Robert Louis Stevenson (18501894), por ejemplo. En los cuentistas americanos que ahora discutimos, cada uno realiza el desdoblamiento a su propio estilo e incluso marca con ello la inteligencia con la que su búsqueda lectora los hace volcarse como autores para tratar de descubrirse. junio-julio 2021
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¿Qué somos los autores sino la repetición de la conciencia humana, el puente por el que el lenguaje de las sociedades quiere volcarse hacia la hoja blanca, soporte al fin, para sostener el paso del tiempo, aquella inmortalidad en el que todo autor cifra sus esperanzas de comunicación perpetua? De los cuatro autores acá presentados, de los que les invito a leer las obras comentadas, podemos observar que el uruguayo Onetti es quien atiende a dicho desdoblamiento con más realismo, pues su personaje Baldi intenta presentarse, ante una desconocida mujer que lo ha abordado en la calle, como un hombre diferente al que realmente es; impulsado por la dama que le insufla piropo tras piropo, Baldi, cansado, mordaz y fastidiado de la mujer decide vestirse de otra personalidad, pero termina anhelando esa fantasía que ha descrito, al grado de dolerse por no serlo. Veamos dos fragmentos: “Comprendió, por las r suaves y las s silbantes, que la mujer era extranjera. Alemana, tal vez. Sin saber por qué, esto le pareció fastidioso y quiso cortar. — Me alegro mucho, señorita, de haber podido... — Sí, no importa que se ría. Yo, desde que lo vi esperando para cruzar la calle, comprendí que usted no era un hombre como todos. Hay algo raro en usted, tanta fuerza, algo quemante... Y esa barba, que lo hace tan orgulloso... Histérica y literata, suspiró Baldi.” “Comparaba al mentido Baldi con él mismo, con este hombre tranquilo e inofensivo que contaba historias a las Bovary de plaza Congreso. Con el Baldi que tenía una novia, un estudio de abogado, la sonrisa respetuosa del portero, el rollo de billetes de Antonio Vergara contra Samuel Freider, cobros de pesos. Una lenta vida idiota, como todo el mundo.” ¿No somos, acaso, al menos en ocasiones, eso mismo, nosotros los escritores de mundos y fantasías? ¿Acaso no comenzamos a fantasear que somos o nos convertimos en aquellos personajes que describimos en alguna de nuestras propias creaciones? ¿Esto lo inventé o de verdad lo he 74
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vivido? ¡Ya no puedo saberlo! Ya nos lo dejaba claro Miguel de Unamuno en su novela “Niebla”: “Mas antes de llevar a cabo su propósito, como el náufrago que se agarra a una débil tabla, ocurriósele consultarlo conmigo, con el autor de todo este relato.” Donde el personaje Augusto decide confrontar a su creador Miguel de Unamuno. ¿Son reales nuestros personajes, somos personajes de algo más grande que nos escribe escribiendo y creando historias? Podemos notarlo con un Jorge Luis Borges que a la edad de 70 años tiene un encuentro con el joven Borges que alguna vez había sido: “Aventuró una tímida pregunta: —¿Cómo anda su memoria? Comprendí que para un muchacho que no había cumplido veinte años, un hombre de más de setenta era casi un muerto. Le contesté: —Suele parecerse al olvido, pero todavía encuentra lo que le encargan. Estudio anglosajón y no soy el último de la clase. Nuestra conversación ya había durado demasiado para ser la de un sueño.” Borges llega a su cuento “El otro”, que forma parte del Libro de Arena publicado en 1975, después de haber ensayado la idea con “Borges y yo” que forma parte de su colección “El Hacedor” de 1960, recreándose a sí mismo en una idea que no deja de intrigarle: desdoblarse. Sin embargo, no serán esas las únicas dos veces que lo ensayara. Ya dentro de su trabajo Ficciones (1944), el escritor argentino nos ha compartido: “Pierre Menard, autor del Quijote” que fuera publicado con antelación, en mayo de 1939 en la revista Sur para luego incluirlo en su cuentario. Con este cuento, Borges representa ese mismo desdoblamiento, pero no en él mismo, sino en el personaje Pierre Menard: “Quienes han insinuado que Menard dedicó su vida a escribir un Quijote contemporáneo, calumnian su clara memoria. No quería componer otro Quijote —lo cual es fácil— sino el Quijote. Inútil agregar que no encaró nunca una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admirable
ambición era producir unas páginas que coincidieran —palabra por palabra y línea por línea— con las de Miguel de Cervantes.” Con esta fábula, el autor nos provoca la erudición, la constante recreación de la inteligencia, así como el arduo trabajo que corresponde a quien quiere considerarse un escritor. Menard como Miguel de Cervantes, presente, redivivo, como el escritor único, que acaba siendo otro y el mismo, y que forma parte de la Gran Literatura que entre todos vamos creando. Pero baste con ir a 1929 para ver el inicio de esta idea sembrada quizá como fijación, cuando Borges escribe y publica su comentario crítico: “El otro Whitman”, en el que traduce tres de sus poemas, y sopesa el pobre valor que Europa le ha querido conceder —en aquel inicio del siglo XX— al poeta fundador de la literatura norteamericana Walt Whitman (1819-1892). Me atrevo a leer en la traducción de uno de aquellos poemas, lo que puede ser el inicio de aquella idea recurrente del maestro argentino sobre el desdoblamiento del escritor, la inmortalidad a la que accede con su obra, la inmortalidad de su nombre, e incluso la creación de todos los mitos y leyendas sobre los que pudieran llegar a convertir, los otros, su vida. Whitman reflexiona sobre lo anterior en el poema que Borges traduce:
“WHEN I READ THE BOOK Cuando leí el libro, la biografía famosa, y esto es entonces (dije yo) lo que el escritor llama la vida de un hombre, ¿y así piensa escribir alguno de mí cuando yo esté muerto? (como si alguien pudiera saber algo sobre mi vida; yo mismo suelo pensar que sé poco o nada sobre mi vida real. Sólo unas cuantas señas, unas cuantas borrosas claves e indicaciones intento, para mi propia información, resolver aquí.)”
Quedémonos con estos versos: “¿Y así piensa escribir alguno de mí cuando yo esté muerto? / (como si alguien pudiera saber algo sobre mi vida;” Y volvamos a “Borges y yo”, donde el maestro argentino sentencia: “Hace años yo traté de librarme de él y pasé
de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro. No sé cuál de los dos escribe esta página.” ¿Pueden notarlo? Es evidente que los versos de Whitman se instalaron para siempre en la idea creativa de Borges, en sus intentos de construir, más que construir, ficcionar el relato de su vida, ya no solamente con su obra, sino hacer del Borges real, el Borges imaginario, el Borges personaje, el Borges incluso mitológico. Tal como lo hace Baldi, el personaje que nos presenta Onetti, que como cualquier escritor hace una leyenda de su patética vida de oficinista, genera su propio ente fantástico, heroico, alguien que incluso pueda ser temido, y desde esa sensación intenta volverse presente y perenne para traspasar el tiempo. O como aquel personaje de Cortázar en la obra que nos ocupa al señalar al inicio de su cuento: “Parece una broma, pero somos inmortales”; hasta llegar a la conclusión siguiente: “Toda la tarde, hasta entrada la noche, subí y bajé de los autobuses pensando en la flor y en Luc, buscando entre los pasajeros a alguien que se pareciera a Luc, a alguien que se pareciera a mí o a Luc, a alguien que pudiera ser yo otra vez, a alguien a quien mirar sabiendo que era yo, y luego dejarlo irse sin decirle nada, casi protegiéndolo para que siguiera por su pobre vida estúpida, su imbécil vida fracasada hacia otra imbécil vida fracasada hacia otra imbécil vida fracasada hacia otra...” Y también podemos notarlo en “Doblaje”, el cuento en que Ribeyro parece estar recreando algún otro instante de ese personaje que ha leído a Whitman junto con Borges: “A veces, pensaba que, en otro país, en otro continente, en las antípodas, en suma, había un ser exactamente igual a mí, que cumplía mis actos, tenía mis defectos, mis pasiones, mis sueños, mis manías, y esta idea me entretenía al mismo tiempo que me irritaba. Con el tiempo la idea del doble se me hizo obsesiva.” junio-julio 2021
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Hay algunos detalles poéticos en las obras que nos pueden servir de punto de unión para el tema del desdoblamiento. Borges siempre utiliza sus referencias lectoras dentro de sus textos creativos, y de esta manera da luz para las interpretaciones que podemos atrever los lectores. Dentro de “El otro”, Borges señala: “Antes, él había repetido con fervor, ahora lo recuerdo, aquella breve pieza en que Walt Whitman rememora una compartida noche ante el mar, en que fue realmente feliz.” Y posteriormente nos brinda una posibilidad poética para poder reconocer el sueño o la realidad: “De pronto recordé una fantasía de Coleridge. Alguien sueña que cruza el paraíso y le dan como prueba una flor. Al despertarse, ahí está la flor.” No debe ser gratuita esta idea para el cuento de Cortázar, que desde el inicio ha titulado su obra: “Una flor amarilla”; y es que durante el cuento el personaje debraya: “Usted sabe, cualquiera los siente, eso que llaman la belleza. Justamente eso, la flor era bella, era una lindísima flor. Y yo estaba condenado, yo me iba a morir un día para siempre. La flor era hermosa, siempre habría flores para los hombres futuros. De golpe comprendí la nada, eso que había creído la paz, el término de la cadena. Yo me iba a morir y Luc ya estaba muerto, no habría nunca más una flor para alguien como nosotros, no habría nada, no habría absolutamente nada, y la nada era eso, que no hubiera nunca más una flor” Ribeyro para su desdoblamiento, recurre al mismo artificio que sirviera para identificar entre realidad y sueño, pero abandona la flor, quedándose con el color; veamos tres momentos: “No puedo evitar un poderoso movimiento de romanticismo al evocar esta pequeña villa. Su tranquilidad, el gusto con que estaba decorada, me cautivaron desde el primer momento. Me sentía como en mi propio hogar. Las paredes estaban decoradas con una maravillosa colección de mariposas amarillas, por las que yo cobré una repentina afición.” “¿Un doble? ¡Qué insensatez! ¿Qué hacía yo allí, perdido, angustiado, pensando en una mujer excéntrica a la que quizá no amaba, dilapidando mi tiempo, coleccionando mariposas amarillas?” 76
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“Al mirar mis pinceles sentí un estremecimiento: estaban frescos de pintura. Precipitándome hacia el caballete, desgarré la funda: la madona que dejara en bosquejo estaba terminada con la destreza de un maestro y su rostro, cosa extraña, su rostro era de Winnie. Abatido caí en mi sillón. Alrededor de la lámpara revoloteaba una mariposa amarilla.” ¡Caemos en cuenta de que nada es gratuito en la literatura! La influencia queda ahí, en los lectores que suelen convertirse en escritores y siguen comunicándose. Los dos textos de Borges son sobre el ser humano que es él y el artista que se ha dado a conocer; el artista que al mismo tiempo es un ser inmortal, como lo plantea Cortázar en su historia, sin embargo, en estas tres obras son los narradores personajes solitarios; y no es Ribeyro quien mete a la ecuación literaria del desdoblamiento a la mujer, tanto como a las pasiones y a la violencia, sino que lo hace para unificar el concepto planteado por Borges, y unirlo al entusiasmo de las pasiones que planteara Onetti en “El posible Baldi” (escrito en 1936). Ya vimos que Baldi comienza el engrandecimiento de su vida, la creación de ese otro Yo, para darle gusto a la desconocida mujer a quien le ha ahuyentando a un acosador callejero. Ribeyro, en cambio, la hace parte de su vida desdoblada. Son los dos (o más bien, el mismo personaje de las antípodas), quienes han pertenecido a Winnie: “Inútil describir a Winnie; sólo diré que su carácter era un poco excéntrico. A veces me trataba con enorme familiaridad; otras, en cambio, se desconcertaba ante algunos de mis gestos o de mis palabras, cosa que lejos de enojarme me encantaba.” “…me di cuenta de que lo que me incomodaba era la familiaridad con que Winnie se desplazaba por la casa. En varias ocasiones se había dirigido sin vacilar hacia el conmutador de la luz. ¿Serían celos? Al principio fue una especie de cólera sombría.”
“De un golpe derribé la lámpara, con riesgo de provocar un incendio, y precipitándome sobre Winnie, traté de arrancarle a viva fuerza una imaginaria confesión. Torciéndole las muñecas, le pregunté con quién y cuándo había estado en otra ocasión en esa casa.” Winnie ha tenido que soportar a los dos personajes que son el mismo personaje habitando dos cuerpos diferentes y viviendo alejados uno del otro al grado de jamás poder alcanzarse: “Todos tenemos un doble que vive en las antípodas. Pero encontrarlo es muy difícil porque los dobles tienden siempre a efectuar el movimiento contrario”. Mientras que la mujer del cuento de Onetti tiene que soportar el enojo de Baldi consigo mismo: “Tiró el cigarrillo y se levantó. Sacó el dinero y puso un billete sobre las rodillas de la mujer. — Tomá. ¿Querés más? Agregó un billete más grande, sintiendo que la odiaba, que hubiera dado cualquier cosa por no haberla encontrado.”
influjo de los desdoblamientos, de la inmortalidad, con guiños literarios que se hacen una y otra vez, fruto de las lecturas, de la posible admiración que entre los mismos autores se tenían, o quizá entusiasmados e inspirados acerca de los mismos sentimientos, sensaciones, búsquedas creativas, preocupaciones humanas. ¡He ahí lo maravilloso de la lectura! Nos permite encontrar las referencias a otras muchas lecturas, sin jamás perder la novedad que distingue el estilo de uno y de otro autor, lo cual nos hace reconstruir el diálogo de las sociedades humanas imaginadas a través del tiempo. Y quedarnos con esa indescriptible sensación de haberlo leído antes, de haberlo vivido incluso en algún otro momento. ¿Acaso no has tenido la sensación de que alguien escribe tu vida?
De la misma forma que hemos visto el artificio de la flor, del color amarillo en la flor y en las mariposas, e incluso respecto al enojo contra una mujer, o en la relación entre un hombre viejo y un hombre joven, también podemos apreciar alguna similitud en las acciones que se narran. El personaje de Cortázar encuentra un chico en un camión y considera que se trata de él mismo cuando joven, se baja del autobús y lo alcanza para comprobar su idea y asombrarse; mientras que el personaje de Ribeyro señala: “En una ocasión, estuve siguiendo durante una hora, presa de una angustia feroz, a un sujeto de mi estatura y mi manera de caminar. Lo que me desesperaba era la obstinación con que se negaba a volver el semblante. Al fin, no pude más y le pasé la voz. Al volverse, me enseñó una fisonomía pálida, inofensiva, salpicada de pecas que, ¿por qué no decirlo?, me devolvió la tranquilidad.” ¿No les parece una idea demasiado semejante? Y claro que lo es. Los cuentos que hemos revisado se rozan unos con otros bajo el junio-julio 2021
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Para publicar narrativa en revistas independientes
J. R. Spinoza
1. Cuida la presentación (ortografía, texto justificado, tipo de letra, etc). 2. Revisa tu texto (de poco te servirá tener una ortografía impecable si tu historia no es interesante o no termina de resolverse). 3. Lee bien las bases y cúmplelas al pie de la letra (no esperes ser tomado en cuenta si no respetas las normas de la revista). 4. Si no fuiste seleccionado no despotriques contra la revista, 9 de cada 10 veces es porque tu texto no fue suficientemente bueno o había mejores; 1 de cada 10 es porque simplemente no les gustó. 5. Agradece siempre que seas seleccionado y comparte en tus redes. 6. Suscríbete a páginas de convocatorias y concursos literarios. Revisa y elige cuáles se acoplan a tus obras. 7. Si la revista pide inéditos, valora si vale la pena enviar tu texto o reservarlo para otra convocatoria. 8. Publica el mismo texto en cuántas revistas puedas (a muchas personas no les agrada ésto, pero es igual a tener tu libro exhibiéndose en distintas librerías, el objetivo es que te lean, mientras más espacios tenga tu texto, mejor). 9. El fracaso es parte del camino. Aprende de él. 10. Promueve las revistas independientes. Los editores hacen un gran esfuerzo porque operan con recursos propios. Valora su trabajo y difúndelo.
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Mariposas de Chernóbil (Fragmento)
Ángel Fuentes Balam
Personajes: Bruno, Macana, Rito y Rata
Tocaron la hora de la salida en la secundaria. La mayoría de alumnos ha desaparecido por el rumbo. En un pequeño parque detrás de la escuela, Bruno, sentado en una gradería de piedra, mira el andar de una oruga que se arrastra en el peldaño más bajo. Sostiene una hojita, todavía anclada a su largo filamento, y la pone frente al bicho, como para tentarlo. Bruno.- (A la oruga) Ayer, vi en un video que hace años, en el 86, un reactor nuclear ruso estalló. Bueno, ya sé que no se llamaba Rusia, sino “Urs”. Lo dijo el maestro Julio, el otro día. El caso es que mató a mucha gente. Hubo gente que se derritió, se le cayó la piel, se le fundieron los ojos, sus órganos se hicieron papilla. Me imagino que fue como los huevos cuando los abres en la sartén: se fueron expandiendo, inflándose con bolitas de calor que se rompían bien fácil. Bueno, ¿tú qué sabes de huevos? Supongo que para ti eso no importa. Hum, bueno… ¿Tú morirías en una explosión así? Dicen que las cucarachas aguantarían una bomba nuclear, así que tal vez sí. Quizá ni lo sientas. Pero ahí, hubo gente llena de pánico que lloraba, se atropellaba, gritaba. Las alarmas sonaban: ¡U-í-uu-í-u-u-í-u! Debe ser feísimo irte acabando así. Toda la ciudad se contaminó. Y escuché que la radiación mató a más gente todavía. Pasaron los años y como la gente estaba intoxicada, se enfermó de cáncer y otras cosas. ¿Sabes qué es lo más loco? Que nacieron animales y bebés deformes por eso de los gases tóxicos. ¿Te imaginas? (Deja de ofrecerle la hoja y la usa como apuntador en su cuerpo) Nacieron sin brazos, sin piernas, con los dedos pegados como pingüino, con tres ojos, bueno, no sé. Pero hubiera estado genial: dos cabezas, cuatro brazos, una boca adelante y otra en la nuca. Bebés caníbales de dos metros que se comieran a todos. (Vuelve a la oruga y la toca con cautela) Si tú hubieses resistido la explosión, y te hubieras contaminado, serías radioactiva, y entonces, harías un capullo y
luego, te convertirías en una mariposa: ¿cómo serías? A lo mejor brillarías con un verde fosforescente, tendrías ojos en las alas, o hubieras crecido gigantesca, de modo que cuando batieras las alas provocarías huracanes en el otro lado del mundo, haciendo caos y destrucción. Así nació Godzilla… Se oyen las voces de Macana, Rito y Rata, desde el otro lado de la calle; están corriendo. Alertado, Bruno toma su mochila y se aleja hacia el borde de las gradas para ocultarse en un costado: los tres niños de tercer grado llegan hasta unos metros de él. Rito.- (Riéndose) ¿Vieron al pinche gordo? Rata.- Casi rueda hasta aquí. Rito.- Te la rifaste, Macana. Rata.- Estuvo buenísimo el zape que le diste. Macana.- Ni se la esperaba el mastodonte ese. Rito.- Cayó como vaca. Rata.- Hasta retumbó. Macana.- Seguro sigue berreando. Apresurado, Macana se pasa la mochila hacia adelante y la abre. Rata.- ¿Aquí? Macana.- Tranquilo, no pasa nadie por acá. Rito.- Dale, dale. Rata.- Estamos cerca de la escuela, Macana. Rito.- No seas putito. Macana.- No pasa nada. En mi casa se puede quedar el olor. Luego mi abuela empieza con sus mamadas. Rito.- (Parodiando a la abuela) “Ay, Marito, eres un mariguano”. (Se persigna muchas veces, sacando la lengua y contorsionándose.) Rata.- Eso sí… Pero, ¿y si pasa alguien? Rito.- ¡Ya, güey! Si pasa alguien le escupimos el humo en la cara, ¿verá Macana? Macana.- Le damos en la madre. Macana saca un cigarro de mota del tamaño de la oruga. Macana.- Vamos acá. (Va hacia las gradas y sube hasta la más alta. Los otros lo imitan. Tiran las junio-julio 2021
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mochilas hacia adelante. El insecto se acerca a ellos, por lo bajo). Rito.- (Extrayendo un encendedor de su bolsa) Aquí está. Rata.- ¿Y si nos quitamos el uniforme? Rito.- ¡Je, je! Este nos quiere ver en tanga. Rata.- No, güey… Es que… Al menos la camisa, para que no se vea el logo de la escuela. Macana.- (Encendiendo la bacha) No pasa nada, cabrón. Quítatela si quieres. Rito.- Y los pantalones igual, pinche teibolero. (Ríe) Mientras Rata se quita la camisa, Macana fuma la mariguana. Rito lo observa embelesado. Bruno, que se había sentado, trata de incorporarse para salir corriendo en cualquier momento. Rito.- ¿Está rica? Macana.- (Exhalando el humo espeso) Más o menos. He fumado otras mejores. Rito.- A ver, a ver… Rata.- (Viendo de un lado a otro) ¿No quieren refrescos? Macana.- Mejor una cerveza. (Le da el cigarro a Rito) Anda, llégale. Rito.- (Relamiéndose los labios, como frente a una tarea titánica) Va. Rata.- ¿Si te pega? Macana.- (Ríe) No seas mamón, Rata. Esta mierdita no te pega. Además, nunca te pega luego luego. Rata.- Es que yo nunca he fumado. Macana.- Pues no, güey. Rito.- (Fuma abriendo los ojos. Cuando trata de pasar el humo, tose) No-ma-mes… Macana.- (Carcajeándose) ¡Por pendejo! Bruno, desde el otro lado, aprovecha las risas y la tos para pararse por completo y emprender la huida, pero resbala con la misma hoja que tenía al principio y olvidó soltar antes. Rata se pone de pie de un brinco, Rito guarda el cigarro velozmente tras su espalda y Macana voltea con alerta. Bruno intenta levantarse, pero antes de que esté completamente en pie, Macana, que ha caminado a través del último peldaño, brinca, quedando a su lado. Macana.- ¿Y tú qué pedo, güey? 80
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Rito ha dejado de toser y al ver a Bruno, vuelve a darle una calada al cigarro. Rata baja de las gradas. Rata.- ¿Qué hacías allá? Macana.- Te dije que qué pedo. Bruno.- (Ya en pie) No… nada… Sólo estaba… Rito.- Nos estaba espiando. Es un “bollerista”. Rata.- ¿Nos vas a acusar? Bruno.- No, no… Macana.- ¿Entonces qué haces acá? Bruno.- Estaba aquí desde hace rato… Estoy esperando a mi papá. Rata.- ¿A esta hora? Bruno.- Sí. Macana.- ¿Y por qué no lo esperabas en el estacionamiento? Bruno.- Porque… Rito.- Se olvidaron del pendejo (dice riendo). Bruno.- (Mirando a Rito, desafiante) No. Es que siempre llega tarde. Por eso vine aquí. Macana.- ¿Viste lo que hacíamos? Bruno niega con la cabeza. Rata.- (Temeroso, acercándose a él) ¿Nos vas a acusar? Bruno.- No, no. (Toma su mochila e intenta dar la vuelta) Macana.- (Lo agarra por la mochila) No te vayas, güey. Di la verdad. ¿Viste lo que hicimos? Rito.- Sí nos vio, sí nos vio. Rata.- (A Rito) Guarda esa madre. (Rito le extiende el cigarro como burla.) Macana.- ¿Entonces? Bruno.- (De espaldas aún) Sí, pero no le voy a decir a nadie. Macana.- (Jalando la mochila fuertemente, hasta que Bruno cae del lado opuesto) No. No le dirás a nadie. Pásame esa madre, Rito. (Rito obedece.) Bruno, asustado, los mira desde el piso. Rata.- Párate. Macana.- No tengas miedo, cabrón. No te vamos a hacer nada. Rito.- Oye… ¿tú eres de primero, verdad? Macana.- Es más, pa' que veas que somos cuates, te vamos a invitar. Bruno se para. El susto es mayúsculo en su rostro. Rito.- ¿Sí, verdad? Rata.- Sí, lo he visto antes.
Bruno.- Sí… De primero b. Pero, no. No quiero. De verdad no le voy a decir a nadie. Macana.- Pues no, porque si nos acusas, también diremos que fumaste (Le extiende el cigarro) Dale. ¡Métele! Rata.- Creo que ya sé quién es… Rito.- ¡Órale, güey! Está chida la verdad. Es más… Creo que ya siento el efecto. Bruno.- En serio… Macana.- ¡Dale, cabrón! Rito.- (Empujando a Bruno) ¡Ora, no seas puto! Rata.- Oye, Rito… Macana.- ¡Fuma! Rito.- Está rica… (A Rata) ¿Qué onda? Bruno.- (Con ganas de llorar) No, no… En serio que no diré nada… Macana.- ¡Fuma, güey! Si no, te damos en la madre para que en serio no digas nada. Tú eliges. Bruno derrama algunas lágrimas. Rito.- (Burlándose) ¡Mota, mota, mota, mota! Rata.- ¡Este es el que estaba con Elsa el otro día! Macana.- ¿Con Elsa? Rito.- ¡Sí es cierto! (Ríe) El que estaba hablando con ella por los baños. (Ríe) Le estaba tirando la onda. Bruno.- No, no es cierto. Rito.- Sí, hasta le dio un abrazo bien acá. (Abraza a Rata, untándose. Rata lo empuja.) Macana.- ¿En serio? Bruno.- No… Sólo me devolvió mi bata de laboratorio. Macana.- ¿Y por qué la tenía ella? Bruno.- Fue a mi salón… Estaba pidiendo una y yo tenía una extra. Rito.- (Riéndose) Todo meco el vato. Rata.- (Nervioso) Ahí viene un coche. Macana.- ¿Sí sabes que Elsa es mi novia? Bruno.- No… no sabía. Macana.- Pues ya lo sabes. Y no me gusta que hable con otros. Bruno.- (Mirando el cigarro humeante) Ella la necesitaba… Y es libre de hablar con quien sea. Macana.- (Sonríe) Sí. Está bien. Rata.- Mejor vamos a otro lado. Déjalo, hasta pálido está. Rito.- ¿Qué no la pálida te da después? Macana.- Anda, fuma.
Bruno.- (Respirando fuertemente, excitado por el arrebato de valor de la frase anterior) No. Macana.- (Ignorándolo, le da el encendedor y le pone la mano en el hombro) Anda, no te va a pasar nada. Rata.- (Impaciente) Vamos, ya se hace tarde. Rito.- ¡Ándale, cabrón! Bruno toma el encendedor, mirándolos uno por uno. Se lleva el cigarro a la boca y lo enciende torpemente. Rito.- ¡Ahí está! (Aplaude) Bruno tose. Macana.- ¿Ves? No pasó nada. Un toquecito y ya. Rata.- Vamos a otro lado, Macana. Ya no va a hablar este güey. Macana.- Vamos. Rito.- Dame otro toque… Rata comienza a caminar y Rito lo sigue. Macana le da palmadas en la espalda a Bruno, hasta que deja de toser. Macana.- Una cosa más… Asesta un puñetazo a la cara de Bruno quien pierde el equilibrio y cae. Los amigos se vuelven. Rito se ríe. Rata se muestra consternado. Macana.- ¡Te vuelvo a ver con Elsa y te parto la madre! (Da una patada a Bruno en el abdomen.) Macana hace una seña y se van corriendo. Bruno se incorpora con dificultad. Se toca el pómulo. Recoge la mochila y va sentarse en el primer peldaño de las gradas. Bruno.- (A la oruga que casi ha llegado al otro extremo, donde se halla sentado) Así son las cosas, hay que vivir entre bestias como esas. Así es la vida para los humanos. Hay cosas peores que morir derretido en un reactor nuclear, como ser más débil que un insecto. Mi papá no vino a buscarme. Cuando no viene, aparece en la tarde, bien borracho. Eres afortunada. A los bichos les da igual que su madre esté o no esté con ellos. Las orugas sólo comen, cagan, duermen y cuando pasa el tiempo, hacen un capullo y despiertan convertidas en mariposa. Ya no se arrastran. Vuelan. Vuelan lejos de esta mierda. Aquí abajo nos ven, todos bobos. Monos que se creen mucho, como esos idiotas. ¿Te confieso una cosa? Sí me gusta Elsa. Es más, cuando la vi pidiendo bata de laboratorio una vez, le dije a junio-julio 2021
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mi papá que se me había roto la mía y me dio dinero para otra. La cargo bien doblada en la mochila. Esperé hasta que volviera a mi salón a pedir bata y se la presté. Me abrazó al darme las gracias. Los dos, con las batas, parecíamos científicos de Chernóbil: podíamos crear mariposas mutantes, mariposas capaces de llevarnos en el lomo y hacernos volar hasta otros lugares. Pero no… (Se pone de pie, mirando a la oruga) Las mariposas mutantes no existen. Da un pisotón fuerte, aplastando al insecto antes de que pueda llegar a su destino. Oscuro.
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Sonidos La última canción que puse no fue para nada difícil de escoger. Pensé muy bien cual y tomé mucho en cuenta que sería la melodía final que escucharía. Sonaba ilógico creer que al morir, me llevaría para siempre solo eso de una vida que aunque corta, había sido bastante ruidosa. Can´t help falling in love de Elvis Presley fue la canción que un jueves, a las 4:00 p.m. decidí utilizar para cortarme las venas. Las desgarré tal cual yo creía, el mundo me había desgarrado a mí. Después de mi canción me coloqué muy despacio dentro de la tina, me quité la camisa y me dejé puesta solo una camiseta blanca y los pantalones azules que tanto me gustaban. Por obviedad sabía que alguien me encontraría y suponía también que de ser algún curioso, quizás me tomaría una foto. Que mejor que quedar en la memoria de las personas con mis pantalones favoritos. Abrí la llave solo un poco, quería disfrutar de la canción pero sabía que en menos de tres minutos no terminaría lo que pretendía realizar, así que la programé para que se repitiera una y otra vez hasta dar por concluida mi acción y perdiera la conciencia. Me encontraron justo como supuse y justo como siempre fue: muchas horas después, cuando mi cuerpo estaba frío y sin una pizca de vida. Cortar en forma vertical mis brazos y sentir el ardor de mi sangre coagulada fue, quizás, el menor de mis dolores. Lo pensé demasiado. Toda la vida renegué de vivir y creía también que solo los valientes se atrevían a cortarla de tajo. Yo nunca fui valiente, de haberlo sido me habría bañado en la lluvia, me hubiese saltado una clase, le habría contestado a mi maestra de bachiller solo porque creía que mis ideales iban en contra de los suyos y mi autonomía estaba muy bien definida, hubiese gritado cuando mis compañeros de primaria me obligaron a ingresar al baño y me mostraron sus penes con total descaro, les habría dicho a mis padres que yo era solo un niño y que no podía elegir con cuál de los dos quedarme; que los quería juntos a ambos, pero no lo hice.
Wend Edith “Porque a veces la tristeza se nos va durmiendo. Justo ahí, cuando se cierran los ojos, se nos pasa un poco el dolor del corazón.” Joel Acosta
La sangre manaba de mis brazos y mis muñecas poco a poco se durmieron, dejé de sentir el ligero dolor causado y por fin me relajé dentro del agua. La canción de fondo seguía sonando y escuchaba la melodía cada vez más lejos. Quería que todo terminara pronto pero sucedió lo contrario. Mis ojos comenzaron a cerrarse y la última visión que tuve fue la imagen de un lavabo, pero mi mente seguía viva y mi corazón aún palpitaba. Mi cabeza daba vueltas y mi cerebro todavía mandaba señales, una de ellas gritaba que estaba vivo. Por un momento quise salir de la tina y arrastrarme hasta poder alcanzar mi teléfono y avisarle a quien fuera que necesitaba ayuda, pero ocurrieron dos cosas: la primera es que yo quería morir, dejar de existir, y la segunda, es que no tuve a quien llamar. El tiempo exacto no lo sé, pero recuerdo que antes de convertirme en algo mísero y sin vida pasé por distintas fases. Me había preparado muchos meses antes para ese momento. No me despedí de nadie, no mandé cartas ni dejé recados, lo único fue una nota que decía: espero llegar al infierno, todos ustedes ya compraron su boleto al cielo, ¿no es así? Quise ser un poco dramático, ignoraba quien pudiera encontrarme y leer la nota. Cierto, hablaba de fases y de mi ardua investigación. El cuerpo humano contiene en promedio 5 litros de sangre y con una herida profunda puede llegar a perderse más de la mitad en cuestión de segundos, así que los cortes que yo hice fueron poco profundos, quería ser plenamente consciente de lo que iba a ocurrir. En la fase número uno empecé a sentirme mareado y con un ligero dolor de cabeza, la segunda me cortó poco a poco la respiración y la sed me tomó entre sus manos, la tercera me llevó a sentir miedo irracional e hizo que mi temperatura bajara, y luego me sentí relajado y supe que había llegado la fase final. junio-julio 2021
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Desencuentro
Blanca Vázquez
La banda tocaba un blues. Tenía la mirada fija mientras varias personas salían y entraban en el pequeño bar de la esquina. El olor a cigarro era penetrante, y la cerveza al tiempo no le impedía que de vez en vez hiciera mueca de que le sentaba bien el ambiente. Otras dos personas estaban en la barra, pero parecían ignorarla. De pronto sintió muy cerca de su oído un susurro. — Disculpa. ¿Teresa? Asintió con la cabeza y al mismo tiempo quería saber cómo sabía su nombre, no se atrevió a voltear para reconocerle. — ¿Sigues siendo profesora? Meneó la cabeza y dijo que sí. Él le dijo su nombre y en ese instante recordó la huella de aquellos labios que en algún momento le habían torturado. —En realidad no te recuerdo, segura estoy que todo ha sido una coincidencia. Dio un trago largo a su cerveza, volvió sus ojos a la banda y sus dedos llevaron el ritmo de la música, su boca parecía sonreír.
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Matriarcadia: Separatismo Parasitismo masculino y esclavismo femenino Con frecuencia se cree que la mujer es una parásita, pero solo se consigue imaginar la apariencia de la mujer como parásita si hay una visión muy estrecha de la vivencia humana históricamente provinciana, en la concepción de aquello que son los bienes necesarios. Generalmente la contribución de la mujer para su bienestar material es y siempre fue substancial en muchas épocas, independientemente suficiente. Podemos y debemos distinguir entre una dependencia material parcial creada por una cierta economía de dinero y estructura de clase, y la casi ubicua dependencia espiritual emocional y material de los hombres frente a las mujeres. Actualmente los hombres proveen, a veces sí y a veces no, una parte del apoyo material de las mujeres en circunstancias aparentemente hechas para volver difícil a las mujeres el conseguirlo por ellas mismas, pero las mujeres tienen provistos a los hombres de energía y del espíritu necesarios para la vida de ellos, y son apoyados psíquicamente por las mujeres, y eso es algo que los hombres por lo que parece no pueden hacer por ellos mismos. El parasitismo de los hombres frente a las mujeres es demostrado por el pánico, rabia e histeria, generados en tantos de ellos solamente de pensar que van a ser abandonados por las mujeres. El parasitismo masculino significa que los hombres tienen que tener acceso a las mujeres, es el imperativo patriarcal, pero el decir “no”, el “no” feminista es más que una remoción substancial de bienes y servicios porque el acceso es una de las facetas del poder, la negación de las mujeres al acceso masculino a las mujeres corta
substancialmente una serie de beneficios, pero también tiene la forma y la plena posesión de asumir el poder. El parasitismo masculino explica de muchas maneras cómo un ser discriminado, oprimido, en este caso la mujer, sigue la misma forma de discriminación y opresión que los grupos que han sufrido discriminación racial: indios, en la conquista y en la Colonia, y los negros, con el esclavismo en el mundo occidental. Una característica y un tema es la explotación de las mujeres, porque el esclavismo de las mujeres se da en dos ámbitos: el servicio sexual y el servicio doméstico. Es increíble cómo en este siglo el mundo grita contra la esclavitud, se pronuncia para proteger los derechos de indígenas y afroamericanos, pero la esclavitud de las mujeres en el ámbito sexual y doméstico es venerada y hasta se espera como ideal de nuestro sexo. Kathleen Barry ha documentado en su libro “Feminismo sexual y esclavismo” que en el caso de que lo que ha sido llamado esclavismo blanco, es el esclavismo de las mujeres y chicas para servicios de prostitución, concubinatos y producción de pornografía. Marilyn Frye habla sobre ese tema en su capítulo llamado Esclavismo en su libro “La política de la realidad” y se refiere a que ella realiza un esquema porque el esclavismo es la categoría específica para la opresión. En el capítulo de La mirada arrogante, Frye explica que cuando un hombre convive con una mujer, ya sea en concubinato o matrimonio, la mujer no es organizada en referencia a los intereses del hombre, y al grado que la mujer ya no junio-julio 2021
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está moldeada a su voluntad, no ajusta a la estructura que impone, entonces hay fricción, anomalía o incoherencia en su mundo al grado que él se da cuenta de su incongruencia, y él no puede experimentar más que la idea de que algo malo hay con la mujer, es su percepción y es una percepción arrogante y su sentido le dice que el mundo y cada cosa en él, (con la excepción de otros hombres), es la naturaleza de las cosas que hay para él, que ella por su constitución y Telos, es su sirvienta, él cree que hay algo mal si la mujer no le sirve al hombre, él puede solo concluir que ella es defectuosa, que no es natural, que es anormal, que está dañada, que está enferma, sus normas de virtud y salud son puestas acorde al grado de congruencia del objeto de percepción con los intereses del vidente, es decir, del hombre. Vamos ahora a revisar la metafísica de este proceso: la brutalidad y la impotencia radical crean una fisura: la inteligencia animal no tiene vehículo, el cuerpo del animal juzga mal y es inapropiadamente agradecido, el cuerpo inteligente deja de ser; inteligencia y corporalidad se escinden incapaces de fundamentarse o defenderse mutuamente. La mente y el cuerpo separado se vuelven a conectar pero solo indirectamente, sus interacciones y comunicaciones ahora están mediadas por la voluntad y el interés del hombre. La mente y el cuerpo solo pueden preservarse subordinándose mutuamente a él. La mujer o la niña ahora se sirve a sí misma solo sirviéndole a él y puede interpretarse a sí misma solo por referencia a él. Él ha partido a la mujer en dos y se ha injertado las puntas en bruto para que ella pueda actuar, pero solo en interés de él. Ella ha sido anexada y es su apéndice. En el caso límite, el esclavo es un robot, su comportamiento está determinado por el interés de otros, su voluntad por la voluntad de otros, su cuerpo funcionando como vehículo de otro. Y Marilyn Frye explica muy bien que la condición de esclavo no exactamente lo que Mary Daly llamó robotitud y Simone de Beauvoir, llamó solo no morir, la sustancia esclava, explica Frye, se asimila a una transferencia que Ti-Grace Atkinson llamó canibalismo metafísico, esto es: aunque el esclavo no se empeña en superarse a sí mismo, está empeñado en superarse porque se ocupa de que el amo se supere a sí mismo, su substancia está organizada en su trascendencia, es decir, la trascendencia del hombre. En el capítulo La mirada del Amor, Fyre expone cómo la esclavitud hace mancuerna con el amor, el opio de las mujeres, como le llamó Millet. Y por lo tanto, el apego del esclavo bien quebrantado al amo, se ha confundido con el amor. Bajo el nombre del amor se ha promovido una servidumbre voluntaria e incondicional, como algo estático, noble, satisfactorio e incluso redentor. La mujer “se cuida” porque su familia la necesita, su esposo “la mantendrá” porque su familia la necesita, su esposo “la mantendrá” porque ella sirve con tanta devoción. Que no quede duda sobre quién es el parásito.
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Introspecciones del Erizo Principio de lo terrible En el poemario Las Elegías de Duino, Rainer Maria Rilke dice que la Belleza es "Principio de lo terrible". Es principio porque no se revela de golpe como relámpago nocturno; cada manifestación progresiva es dualidad: lucha entre Eros y Thánatos; tensión entre lo apolíneo y dionisiaco. Y terrible porque nos pone fuera del confort, nos conduce hacia las profundidades de la condición humana. Muestra de ello en la música es el álbum de estudio Disintegration, de The Cure. Publicado por Fiction Records en 1989. Cada una de las canciones posee una factura de impactante lirismo. Robert Smith depositó en las letras emociones propias: sus temores, sus tristezas, el vértigo existencial que lo agobió al llegar a los 30 años. En Plainsong, el hablante lírico expresa el cansancio de quien se siente viejo y cree que el viento golpea como si fuera a destruirlo todo. Su sonido intimista dialoga con texturas de Atmosphere, canción incluida en el álbum Closer, de Joy Division. El efecto Reverb en la voz recuerda experimentaciones sonoras de Pink Floyd. Esta pieza es cercana al Dreampop encabezado por bandas como Cocteau Twins. En Closedown, Untitled, Homesick, Prayers for rain, The same deep water as you, Last dance, la carga emotiva de las letras es reforzada por el efecto Flanger de las guitarras, las líneas de bajo, percusiones ecualizadas, arreglos instrumentales de piano, cello y acordeón generados por sintetizadores.
Lovesong y Pictures of you son joyas del Pop. La primera representa el amor que prevalece a pesar de la distancia. El ritmo nostálgico, melancólico, de la segunda, nos transporta a tiempos que se añoran, pero son irrepetibles. Lullaby es metáfora del insomnio, de los miedos nocturnos, de la ansiedad que generan las preocupaciones. Fascination Street y Disintegration son las canciones más enérgicas del disco. Su fuerza expresionista prolonga la atmósfera de sonidos electrónicos de One hundred years, canción contenida en el álbum Pornography. La voz poética de Disintegration descarga su enojo, su impotencia, ante una realidad que no puede ser cambiada y es principio de lo terrible.
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Un modo para todo Seré licenciado Dice la letra de una canción que recuerdo desde la infancia y de las primeras que me memoricé: “Cuando yo sea grande seré licenciado, tal vez arquitecto para que los dos puedan descansar”, quizá en esa época era verdad, y crecimos creyendo en esa verdad; actualmente muchos estudiantes lo creen y posiblemente sea el futuro al que llegarán. Sin embargo, en la actualidad muchos profesionistas estamos optando por combinar desempeño profesional con alguna actividad productiva, y algunos otros definitivamente dedicarse a desempeñar algún oficio y tener la satisfacción de haber estudiado una profesión e incluso algún postgrado. Lo anterior ha orillado a muchos profesionistas a recurrir al endeudamiento con créditos por préstamos, tarjetas de crédito, créditos hipotecarios, créditos automotrices, viviendo sin ahorros, sin casa propia, sin prestaciones médicas, sin prestaciones laborales y sin posibilidades de jubilación. Mientras papá y mamá esperaban que sus hijos profesionistas ahora cubrieran sus necesidades básicas, de diversión, de esparcimiento, de gustos, de antojos, de lujos, de disfrute de alimentos en lugares exclusivos, no es así; por el contrario, ahora recurren a ellos en busca de consuelo y de apoyo económico, para salir de deudas o cubrir los pagos mínimos de los créditos quedando de lado eso de “para que los dos puedan descansar” o aquella frase que escuchaba de “no les doy estudio para que me den sino para que no me quiten”. 88
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Sin duda el estudio es importante como vía para acumular conocimiento, como superación personal, como medida de apoyo a los demás, como estimulación o entrenamiento del pensamiento crítico; sin embargo, es cierto que eso no garantiza que tendrás el trabajo de tus sueños, ni tampoco la estabilidad económica deseada. Un pasante de licenciatura comentaba “creo que seguiré estudiando y viviendo de becas, si al terminar me llaman a trabajar (inocente, cree que lo llamarán), me pongo a trabajar y si no me sigo con otra y otra beca”, pensando ser parásito de las becas, de las instituciones, de la ciencia. Así que de alguna u otra manera se es parásito de los padres, de algún otro familiar, de las instituciones, de las becas, de las amistades, de la política o de quien se deje o descuide. Por lo pronto seguiremos esforzándonos para no ser unos parásitos.
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Demersales en A mayor Somos estos parásitos Madre, te pido disculpas. Mi nacimiento te quitó cinco años de vida saludable. No lo digo yo, lo dicen doctores y científicos de todo el mundo. Robé calcio de tus huesos, fósforo, nutrientes, hierro, sangre de tu sangre. Dieciocho años después me fui de casa porque nos mataríamos en cualquier momento y por azares del destino volví a vivir bajo tu techo a los veintiséis a costa de ti, a costa de tu tiempo y de tu fuerza. Hoy, veintiocho años más tarde, no has recuperado los kilos que perdiste al amamantarme, ni el terciopelo de tu piel durazno, ni el rubor de tu rostro. Mis tres hermanos y yo nos sabemos profundamente amados pero si multiplicamos cuatro por cinco son veinte los años saludables que te hemos robado. Somos estos parásitos. Afrontémoslo. Habrías estudiado antropología de no haber sido por mí, habrías recorrido el mundo, conocido gente y lugares imposibles de imaginar. Habrías sido primera bailarina de alguna compañía de Ballet en Rusia o en Cuba. Habrías sido libre. Lo siento mamá nunca he deseado que mi existencia te mutilara la vida pero así fue. Hay especies semélparas que dan la vida por sus hijos como los pulpos. El pulpo hembra pone sus huevecillos; el pulpo hembra deja de comer; el pulpo hembra comienza a adoptar comportamientos autodestructivos, anda errática y confundida. Se arranca trozos de piel, se come las puntas de sus propios tentáculos, se limpia obsesivamente hasta abrirse heridas. Madre, he visto cómo te has quitado el bocado de los labios toda mi vida, he visto tus huesos bajo la piel cuando a duras 90
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penas le quedaba un poco de carne a tu cuerpo, como se te caían mechones de cabello, la angustia en las arrugas de tu frente, el cansancio que se anida bajo tus ojos. He visto que te autodestruyes y sé muy bien que podrías darnos a comer de tu cuerpo si fuera necesario. Comenzarías por tus manos y terminarías con tu hígado. Guardarías tus uñas para ti, para calmar el hambre. Y así en mi madre como en la Tierra, hemos llegado a un punto de no retorno. No podrás volver a reverdecer. Esa culpa me la quedo yo. La culpa de nacer a costa de ti, primero, de la Tierra después y de otros cientos de personas y seres vivos que jamás veré a los ojos. Soy un parásito porque tengo más esclavos de los que alcanzo a imaginar para mantener este estilo de vida. Todos los objetos que me rodean representan el tiempo de vida de algún desconocido. Los alimentos de mi refrigerador sudan sudores humanos. La computadora en la que escribo sangra sangre humana, sangre mineral, sangre africana. Mis ropas huelen a un cansancio asiático. Los muebles de mi hogar contienen el llanto de un bosque mutilado. La carne que consumo sabe a consciencia de muerte. ¿Conocen a aquel hongo que convierte a las hormigas en zombis? El hongo Ophiocordyceps unilateralis tiene una sola meta: autopropagarse y dispersarse. El hongo
infecta a las hormigas a través de esporas que se fijan y penetran su exoesqueleto y domina poco a poco su comportamiento, la obliga a abandonar su nido en busca de un microclima más húmedo, la obliga a descender a veinticinco centímetros del suelo, a morder una hoja en la parte norte de una planta y a aguardar su muerte. El hongo se alimenta de las entrañas de su víctima hasta que muere y una vez muerta atraviesa su cabeza con un esporocarpo para utilizar el cadáver como plataforma de lanzamiento de nuevas esporas para repetir el ciclo una y otra vez. Soy un parásito literal y figurativamente. Soy más parásito que humano y comienzo a dudar, si la cándida que me habita se ha apoderado del hormiguero. Me ordena que devore azúcar y carbohidratos. Se alimenta de mí. Se ha salido de control. Todo estaba bien mientras bacterias, levaduras y hongos vivían en armonía. Después, un suceso le dio ventaja a alguno de ellos y se inventó el egoísmo y con el egoísmo el poder. Madre, perdóname aunque ya no sé si soy yo quien te ha explotado toda la vida o si en realidad es obra del hongo-sistema que usa este cuerpo para un fin que desconozco. Soy solo un medio para un plan despiadado y no hay nada más malévolo que usar a un hijo como arma.
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Interés superior Esos parásitos En 2016 durante las elecciones norteamericanas que se disputaban Hillary Clinton y Donald Trump, WikiLeaks filtró una serie de correos electrónicos entre la candidata demócrata y personas de alto nivel y poder en ese país, en especial con John Podesta, su jefe de campaña. En los mensajes se hablaban en clave y se empezó a especular que era el lenguaje que los pederastas y redes de pederastia y explotación sexual infantil supuestamente utilizan. En los correos se podía leer “quiero una pizza” lo cual significa “una niña”, por lo cual llamaron al caso el Pizzagate ya que se atribuye a estas filtraciones que H. Clinton perdiera las elecciones Todo quedó en una teoría conspirativa más, de esas que le dan vueltas y vueltas a las cosas, muchos hilos de Twitter y Facebook, páginas con investigaciones, pero que no concluyen en nada y solo hacen perder perspectiva y tiempo. Porque la explotación sexual infantil, que se debería considerar como un crimen de lesa humanidad, por su carácter sistemático y contra un grupo civil específico que es la infancia, está más cerca de nosotros de lo que imaginamos. Está en nuestro país, en México, en las escuelas públicas y privadas de nuestros hijos. En el informe “Es un secreto. La explotación sexual infantil en escuelas”, realizado por La Oficina de Defensoría de los Derechos de la Infancia A.C. (ODI) coordinada por Margarita Griesbach Guizar y con el apoyo de La Fundación McArthur. La ODI que es una asociación dedicada a la defensoría en representación de niños, niñas y adolescentes.
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El informe que presenta es alarmante, ya que se trata del abuso sexual que sufrieron niñas y niñas entre 3 y 5 años en diversas escuelas públicas y privadas de varios estados en México. Encontraron patrones inusuales que dan indicios de que se trata de un patrón delictivo relacionados a la explotación sexual con fines de lucro, a través de pornografía infantil en línea, con un alto grado de violencia y formas denigrantes, además de la participación de varios adultos, desde conserjes, maestros y maestras, personal administrativo y directivos. Esos criminales, parásitos que obtienen un beneficio en detrimento de la integridad y el sano desarrollo de menores y de sus familias. Que a su vez son beneficiados por la impunidad, ya que las fiscalías, tanto locales como federales, han sido incapaces de investigar los casos, a pesar de tener denuncias expresas, con claros indicios de redes de explotación infantil con la participación conjunta y organizada de varios adultos. Tratan las denuncias de manera aislada, fragmentan la investigación, excluyen a las víctimas y no tienen los procesos adecuados para los
testimonios de los infantes, dan garantía plena para la impunidad de este tipo complejo de delincuencia organizada. Las escuelas de nuestro país no tienen una supervisión adecuada. En el informe se documenta que en varias escuelas los niños y niñas sufrían violencia sexual de manera cotidiana y masiva a una gran escala, lo cual hace imposible que fuera un asunto oculto. Y que la participación de la SEP oscila entre la omisión y el encubrimiento. Los casos registrados de esta forma de explotación sexual en escuelas capturadas por lo que parecieran redes organizadas, corresponde a 1 escuela en San Luis Potosí, 1 en Baja California, 2 en Oaxaca, 2 en Morelos, 2 en EDOMEX, 4 en Jalisco y 6 en CDMX. Los padres y las madres, en muchos casos, no tenían suficiente información sobre cómo hablar con sus hijas e hijos para detectar posibles abusos. Y por consiguiente, los y las menores carecían de información y medios para denunciar este tipo de violencias. Además las víctimas de edades entre 3 y 5 años eran severamente amenazadas. Silenciados por el temor, solo manifestaban lo sucedido por su comportamiento. Caso tras caso de violencia solo fue develado a través de la pregunta expresa de los padres. Las consecuencias son devastadoras en el comportamiento y desarrollo de los niños y niñas sometidos a la violencia sexual y no queda más que estar alertas y protegerlos. Aquí unas claves: ¿Cómo indagar con niños y niñas sobre estos temas? La mejor forma de lograr que un niño o niña cuente si le ha pasado algo, es transmitiendo mensajes de protección. Transmitan a sus hijos 4 ideas claves para que ellos puedan hablar sin temor:
Si te pasó algo que no te gusta y me cuentas, yo te voy a creer. Si te pasó algo que no te gusta y me cuentas, yo te puedo proteger. Cuando pasan cosas entre un adulto y un niño/a, que lastiman, nunca es culpa del niño/a. Hay personas que cuentan mentiras a los niños/as para asustarles, pero lo que les dicen no es verdad. junio-julio 2021
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El mono-grafo Sobre discernir Con frecuencia te veo atento y silencioso, enredado en conversaciones y comentarios inútiles en los que adviertes, con enojo y sorpresa, un límite, una insuficiencia al momento de opinar. Me refiero, a esa distinguible habilidad que se adquiere con el tiempo y el ejercicio diario. Con angustia, durante mucho tiempo, has observado esa rapidez, esa disposición de ánimo con la que se arrojan y apresuran a emitir su opinión, como si lo importante fuera el lugar y no su pertinencia, su puntual aporte. Entonces, te llega, te sobrepasa el tedio y la desidia. Escuchas con indiferencia sus observaciones, mientras asientes con la cabeza y les sonríes con ironía; así que esperas el avance o el retorno, la mirada precisa, que distingue el matiz de lo múltiple, de lo indeterminado. Pero también conoces (¡Cuánta desdicha!) el otro lado de lo ordinario: los titiriteros, los hábiles maniobreros que redirigen la discusión a sus dominios, a los territorios que tantas veces han explorado. Entonces, eres testigo de la verborrea, de la exageración en las palabras y la fe ciega en sus creencias. ¿Y si intervienes? ¿Y si les hablas con franqueza, sin respeto y osadía? Tal vez, solamente tal vez, les sea insoportable y te nieguen humildad.
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Vidas literarias Mentira. No es cierto lo que dices y no conoces lo que pretendes ser. Al principio fuiste idea, probabilidad y potencia, estado puro e incorruptible. Ahora, tu desenfado es fingido, tu soberbia calculada y tu liberalidad esclava de la indiferencia. Te apegaste a la bohemia, a la frescura, a construcciones históricas y modelos de conducta, como si éstas, en un enorme snobismo, hubieran sido tus decisiones. En fin, quisiste y buscaste hacer de tu vida, literatura. ¡Ay, amiga! ¿No es una paradoja? ¿Acaso no fui yo el impulso, el que te llevó a esos mundos? Entonces, de qué chingados me quejo.
Ambigüedad Es en verdad terrible. Todo esto. Tú, yo, los tres, ninguno, qué va. Ustedes qué saben. Tampoco tú lo sabes. Es de noche y duermes, pero es suficiente. Eres causa de sentimientos elevados y sinceros, de esos que no entiendo y que son necesarios hacerte saber, hacerte llegar de inmediato; y me descubro débil y necesitado de tu miserable atención. ¡Qué hastío! Es tan vulgar. Es tan humana y primitiva la manera en que te quiero. Amor sobrevalorado. No vales, no tienes, no traes nada y sin embargo, te quiero, te deseo y te rechazo. ¿No es absurdo? ¿Una gran carcajada? No sé. Qué importa. Chingo a mi madre.
Lugar común Sí, sí, sí, lo que dices es correcto, es hasta bonito y conmovedor, pero confundes lo que piensas con el modo de expresarlo. En resumen, tu discurso es vacío e intranscendente. Se simplifica a fórmulas, máximas y sentencias del conocimiento popular; géneros discursivos, convencionales, del buen hablar y la experiencia. Dejaste a un lado, embustera, reprimiste lo mejor que poseías: las palabras hirientes, claras e implacables.
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F es de Fantástico Dos cuentos de Etgar Keret Una de las mejores decisiones que he tomado en la vida es enrolarme en talleres literarios. No solo el tallerista recomienda grandes textos, también los compañeros comparten sus autores favoritos. Fue así como descubrí a Etgar Keret. El primer texto que leí de él fue “Romper el cerdito” en el que un padre desea enseñarle el valor del dinero y la cultura del ahorro a su pequeño hijo. Regala una alcancía de cerámica con forma de cerdo. El niño le pone nombre y termina encariñándose de éste. Lo mejor pasa cuando llega el momento de romperlo. No contaré más. Es un cuento dulce y sensible que vale la pena leer pese a la sencillez de su trama. Considero que se requiere cierta maestría para mover sentimientos con premisas simples. El escritor israelí lo hace de maravilla. Les dejo el enlace para leerlo gratis: https://www.nexos.com.mx/?p=29877 El segundo cuento es más complejo porque, para explicar la temática y de qué va, me veo en la necesidad de contar bastante. Así que si no han leído “El gordito” de Etgar Keret, pueden leerlo aquí: https://www.clarin.com/ficcion/etgar-keret-elgordito_0_S16egMoowXx.html Y después volver a la columna. La trama es la siguiente: El texto se cuenta en una segunda persona falsa, porque realmente el narrador está hablando consigo. Es una recapitulación de hechos desde el futuro. Y comienza con una pregunta: 96
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“¿Sorprendido? Pues claro que estaba sorprendido. Sales con una chica. Una primera cita, una segunda cita, un restaurante por aquí, una película por allá, siempre en sesiones matinales, exclusivamente”. Lo de las sesiones matinales es intriga de predestinación, será relevante en el texto. El chico parece tener a la mujer perfecta, pero algo nos da mala espina cuando se acerca llorando con él. El narrador piensa que puede tratarse de una infidelidad, y nos hace saber que no la dejaría por eso. La confesión resulta ser atípica. “–¿Si te dijera que por las noches me convierto en un hombre peludo y enano, sin cuello y con un anillo de oro en el meñique, entonces también seguirías queriéndome?” Resulta ser verdad. Este gordito es alguien desagradable, con un montón de defectos. Pero el hombre decide permanecer a su lado de todos modos. El tema del cuento es el matrimonio (o concubinato, en estos tiempos la diferencia es ambigua). En el noviazgo se suele ver la parte dulce de la pareja. Se pueden contener todos
esos defectos. Ello está representado en la mujer virtuosa que es de día. Muy diferente a vivir juntos, es imposible ocultar tus malos hábitos todo el tiempo, es por ello que se representa de noche con un gordito, un hombre feo y vulgar. Es un cuento divertido. Y con un gran tema que es verdad tanto para hombres como para mujeres. No podemos esperar perfección, solo amar y tolerar los defectos. Poner en una balanza y ver si puedes vivir con eso. Acabo de conseguir “Un libro largo de cuentos cortos” de Etgar Keret. Cuatrocientas noventa y cinco páginas de su narrativa. Estaré compartiendo más de sus cuentos en una próxima columna. Gracias por leer.
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Bajo el barandal Todos somos parásitos ¿Cuántas veces el verbo amar se convierte en un veneno para algunas personas? A últimas fechas me he olvidado de los recuerdos que duelen, recorrer las calles de Ensenada y ver la poca actividad que hay en la ciudad es desolador. Después de la pandemia y el cierre de la avenida Miramar para elaborar la plaza Santo Tomás, parece que dicha plaza se ha llevado los recuerdos de aquellos días en los cuales uno podía circular libremente, atrás han quedado los taxis verde y blanco que circulaban rumbo a Valle Verde y las Lomas de Valle Verde. Atrás los recuerdos que parasitan el amor de los años noventa. Las risas infantiles de mis hijos como un eco en mi memoria, sirviendo de vacuna para acabar con la podredumbre de aquellos días, y sonreír al recordar las callejuelas del mentado asentamiento de una de las colonias de la periferia de esta bella ciudad. Las grandes casas, sus empedrados y la vista hacía la Zona Centro se pudren en mis vísceras, parasitando aquellos días en los cuales la música de los Credence retumba aún en la mente. Mientras, en la dichosa plazoleta, los vestigios de las bodegas Santo Tomás yacen como un trofeo a la vista de todos; algunos transeúntes descansan en las redondeadas bancas que también sirven de macetas para los pequeños encinos que se pudren con el sol y la poca humedad. 98
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La música de bossa-nova se escucha desde las grandes bocinas amenizando el ambiente, las puertas de los pequeños y solitarios negocios son una invitación a pasar y observar todo lo que pueden ofrecerle al turista pero no a los ensenadenses por sus costos inaccesibles. Lo que se anunció como un gran proyecto nos queda mucho a deber a los ciudadanos, un pequeño parásito que de seguro dará muchas historias por contar en esta deteriorada ciudad que aún no logra recuperarse del parásito que se ha llevado parte de nuestras vidas: lo conocemos con el nombre de Covid 19. Yo me preguntó con regularidad si con las nuevas normas, el incremento en ventas de pasta dental es un gran negocio o si algunos se han dado cuenta de los miles de parásitos que habitan su boca. El verbo amar se extiende en todo su esplendor pues soporta el mal aliento del otro es una proeza. Y como ya les dije antes, habrá que reconstruir las historias felices que muchos perdimos con la renovación de la calle Miramar, y volver a levantarse de los escombros está vez más fuertes y con el
parásito del covid-19 en nuestro torrente sanguíneo creyendo que ya somos inicuos ante la mortal cepa. Todo esto para seguir parasitando cada rincón de este mundo hasta el final de los tiempos. Y no morir como en la historia de Horacio Quiroga “El almohadón de plumas" donde un pequeño parásito cobra la belleza de la amada novia, quien sin saber llevó a su cama al enemigo. ¿Será que cada uno de nosotros estamos parasitando los vestigios del amor? O solo estamos viviendo en un mundo lleno de parásitos, y así la cadena evolutiva nos sirve de hogar…
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Mi punto de risa Parásitos Cuando nacemos lo somos. La mayoría, los que tienen la mala suerte de llegar a viejos, también lo serán en algún momento. Eso pensamos. Lo cierto es que también la mayoría (Freud se regocija desde su tumba), pasa la vida intentando recrear las situaciones de la infancia donde era todo tan fácil como llorar o hacer un berrinche para tener la comida y los servicios básicos. ¿No te ha pasado que algún amigo o familiar suele intentar chantajearte con sus tragedias personales para obtener algún beneficio de ti? Cuando debemos aprender desde la infancia a hacernos responsables de nuestras acciones y aprender a tomar decisiones, por difíciles o dolorosas que estas sean. Es en las mismas familias que nos enseñan a ser estos parásitos emocionales desde que nos inculcan que la familia está por encima de todo y le debemos lealtad a cualquier costo. Tal como se puede ver en la aclamada película surcoreana Parásitos (2019), en la que el primer síntoma del parasitismo de las familias involucradas en la trama es el chantaje emocional para poner los planes personales en segundo plano para lograr los planes colectivos de un parásito que, al contrario de lo que normalmente pensamos, es mayor que su huésped. Pocas veces nos hemos puesto a pensar en la familia y la sociedad como los más grandes parásitos de los mismos individuos, siempre creemos lo contrario. Un parásito, por definición, es un sistema que se alimenta de otro para obtener un beneficio en perjuicio del que lo hospeda. Esto 100
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es algo de lo que se ve en la película mencionada, cómo en pos de la familia, los individuos se van degradando hasta el punto de la muerte en algunos casos. Pasa lo mismo en toda familia como núcleo social, cuando evitan que sus integrantes se liberen de las relaciones parasitarias para que se desarrollen plenamente como personas y como seres autónomos y autodeterminados. Aún después de esta emancipación, el individuo pasa también por un proceso de independizarse del otro parásito, la sociedad, de la cual también necesita y con la que debería ser capaz de establecer una relación simbiótica en la que ambas partes se beneficien. No siempre se logra, casi nunca. Esta lucha de control, tal como otra película retrata a la perfección, Matrix (1999) y su trilogía (de la cual está a punto de estrenarse una cuarta parte este año), nos debe llevar a reflexionar sobre nuestras propias relaciones con esa gran matrix emocional que llamamos sociedad y familia, que nos alimenta para sangrarnos hasta la muerte. Por ejemplo, en el tema de la contaminación, al final de cuentas lo único que garantizaremos es la perpetuidad del gran monstruo social, a costa de hacernos sentir culpables como individuos. En fin, quizá no todo sea tan terrible, después de todo, este gran parásito nos deja estos espejismos llamados fines de semana en los que tenemos fútbol, cerveza y carnitas. Por favor, no me desconecten de la matrix.
La Niña TodoMePasa dice: Todo gratis Pregunta un alumno de secundaria por qué tenemos que pagar agua y luz. ¿Acaso debiéramos tener servicios gratis nada más por nuestra linda cara? Dicen que queremos vivir como en Europa, mas no pagar los impuestos de allá. Si no, pregúntenle a Shakira o al Miguel Bosé. Claro que aquí le exageran con la recaudación. No tiene mucho que vi agentes del SAT invitando a los marchantes del tianguis a registrarse como persona física para obtener los beneficios de pagar impuestos. Qué tal. "Que te mantenga el gobierno", decía mi mamá. Pero el gobierno jamás lo hizo: está demasiado ocupado tramitando el registro de los partidos nuevos que desaparecerán en la siguiente elección. Acabamos de ejercer nuestro derecho al voto, y apeeenas a cierta persona se le ocurre desaparecer diputados y senadores plurinominales. ¿Y qué tal deshacernos del exceso de partidos políticos, que a fin de cuentas terminan haciendo alianzas? Las cortas o las pegas, hoy apoyo a la ultraderecha y en tres años me voy con los del otro extremo. El chiste es pegarme con alguno de los grandes para que no desaparezca mi registro, y tenga acceso al erario para seguirle pagando a celebridades e influencers. Que desaparezcan al Verde Ecologista, que lo único que ha hecho por mí fue regalarme calcomanías cuando era niña y creía que las plataformas de los candidatos eran un
contrato, no otra promesa hueca. El PRI por lo menos me dio una gorra, un botiquín y una lámpara de Peña Nieto. El PAN, un cubrebocas. La moda era afiliarse a un partido político. Hoy se trata de tener tu propio nido de arañas. Que el partido de La Calderona, el de la Maestra, etc. "Nos van a dar tantos millones y nos embolsamos la mitad", dicen que dijo cierto galán de telenovelas ochentero. ¿Acaso no es el sueño de cualquier mexicano? Desde pequeños aprendemos que el que no transa, no avanza. El caso del profesor de laboratorio de Física que corrieron del Tec por aceptar botellas es mucho menos vergonzoso que enterarse de que tal o cual alcalde, gobernador o anexo desvió recursos a "la licuadora" y así. Yo nomás robé poquito: eso argumentó cierto sujeto, y sus coterráneos hasta le aplaudieron por ser más honesto que la mayoría en su situación.
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Incipit Parasitismo colectivo Para mejorar nuestro conocimiento debemos aprender menos y contemplar más. René Descartes
Siempre, a través del tiempo nos hemos preguntado qué es el universo, por qué lo habitamos, qué somos o qué es la realidad; y en esta constante se han cimentado ideologías, se han logrado revoluciones culturales y conformado teorías o corrientes filosóficas que han buscado dar respuesta a esas interrogantes que acompañan a cada generación. Nacieron así las academias o los grupos con igualdad de intereses en el saber, lo diseminaron y creo que su manera de ver el mundo se fue afianzando de tal manera, que hoy, si no perteneces a un grupo así, o de plano no acudes a lo que llaman educación formal estás fuera. Tanto se burocratizó que cuando se pretende actuar en el contexto cultural, se acuden a instituciones para bajar proyectos, buscar becas o pertenecer a una élite cultural, pero en realidad la cultura es de todos y entre todos la conformamos; más bien los imagino metafóricamente como parásitos que se acuerpan en el sistema y viven y viven y viven de él y para él. Pensé en un documental que vi hace mucho tiempo que se llama ¿Y tú qué sabes? de William Arntz, Betsy Chasse y Mark Vicente, en el que muestra cómo es que se va creando el pensamiento, y éste, cómo es que se ve influenciado por las situaciones exteriores que le rodean (contexto), esa experiencia de vida que en algunos momentos nubla la visión de lo que realmente podemos hacer y enfrentar de manera profunda lo que se vive a diario. Recuerdo que alguien me decía que eso no estaba sustentado en la ciencia, pero ¿Es que
acaso todo debe girar en torno a ella? ¿Con esos parámetros cuantitativos y dejando de lado lo cualitativo? Pienso en nuevas teorías que ponderan el ocio humanista, el hacer las cosas con más detenimiento y al ritmo del planeta, que de nada es al azar, que somos materia llena de energía que convive y expresa con otra materia; y que de esa manera todos influimos en cada ser viviente. Y digo influir, no vivir a expensas de otros y menos dañar; creo que esa debería ser la iniciativa vivirnos en comunidad. La existencia existe porque nosotros lo decidimos; existir es estar en el mundo, nada que no percibamos está, así que también hay que poner foco a los sentimientos, al igual que la razón develan nuestra presencia en el planeta y nos ponen en contacto de manera más íntima y radical que la razón, no sé por qué se me vino a la memoria el siguiente texto de Galeano: Y nos cansamos de andar vagando por los bosques y las orillas de los ríos.
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Y nos fuimos quedando. Inventamos las aldeas y la vida en comunidad, convertimos el hueso en aguja y la púa en arpón, las herramientas nos prolongaron la mano y el mango multiplicó la fuerza del hacha, de la azada y del cuchillo. Cultivamos el arroz, la cebada, el trigo y el maíz, y encerramos en corrales las ovejas y las cabras, y aprendimos a guardar granos en los almacenes, para no morir de hambre en los malos tiempos. Y en los campos labrados fuimos devotos de las diosas de la fecundidad, mujeres de vastas caderas y tetas generosas, pero con el paso del tiempo ellas fueron desplazadas por los dioses machos de la guerra. Y cantamos himnos de alabanza a la gloria de los reyes, los jefes guerreros y los altos sacerdotes. Y descubrimos las palabras tuyo y mío y la tierra tuvo dueño y la mujer fue propiedad del hombre y el padre propietario de los hijos. Muy atrás habían quedado los tiempos en que andábamos a la deriva, sin casa ni destino. Los resultados de la civilización eran sorprendentes: nuestra vida era más segura pero 1 menos libre, y trabajábamos más horas.
La física cuántica que se expone en el documental es quizá una de sus formas más
1. Breve Historia de la Civilización. Eduardo Galeano. 2. Rita Segato, antropóloga, escritora y activista feminista.
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primarias para acercarnos a ella, pero sin duda, ayuda a que el espectador se cuestione el qué se hace en este planeta y cuál es el camino a la Utopía, o para que ésta no se diluya como 2 menciona Rita Segato . Nada es resuelto, nada es mágico ni presentado como receta; al contrario, pone en movimiento el cerebro, el pensamiento y el ejercicio de la voluntad. Del mismo modo le otorga un poder a la palabra, que es la que conforma el pensar y lo materializa, ya sea de forma oral o escrita, estos signos gráficos que influyen en el ambiente y en todos los seres vivos. El documental permite que los investigadores pensemos que nada está dicho, vivimos en la búsqueda constante, en la incógnita y en la exploración del conocimiento y de la respuesta; esa palabra por la cual nos permitimos vivir. Abrir los ojos y la mente, el cuerpo y los sentidos para lograr que nuestras incógnitas encuentren respuestas, sabiendo que éstas no serán únicas e irremplazables. Si pueden véanlo o lean el libro, más vale movernos que permanecer en el parasitismo colectivo.
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Desvaríos de la freaky neurosis El derecho a renunciar Nos enseñan que el valor de una persona se mide a través de su estatus o éxito. Que debemos respetar a quien tiene el puesto de mayor rango, o que las personas de clase humilde deben agachar la cabeza ante quienes ostentan poder económico. Que las calificaciones son un indicador de la inteligencia de los alumnos y que no debemos cuestionar a los jefes, pues ellos son quienes están a cargo y saben lo que más conviene a la empresa. Se nos enseña, pues, a seguir ciertas reglas, a mantener la boca cerrada, a no buscar problemas, a adaptarnos a las circunstancias. Cuando buscas pareja, se espera que el matrimonio dure eternamente, que resistas estoicamente las diferencias y las resuelvas en pro de la familia. Y si, por alguna razón, te atreves a ir contra corriente, entonces eres un inadaptado. Me parece que el orden establecido no es siempre lo más funcional para todos, ni lo más útil. Al contrario, resulta necesario, después de cierto tiempo, replantear nuestros intereses, metas u objetivos de vida. Por lo cual, renunciar o abandonar un proyecto, un empleo, una carrera universitaria, o incluso cambiar de pareja, debería ser un derecho. El gran error de la educación a distancia, por ejemplo, radicó en creer que todos los alumnos aprenderían de la misma forma, cuando cada uno de ellos atraviesa por realidades diferentes. Y es bien sabido que el aprendizaje es distinto para cada persona; es decir, hay estudiantes que son más visuales, auditivos o kinésicos. En este sentido, querer unificar a todos, bajo el mismo esquema de
enseñanza, el cual fue improvisado para una situación de emergencia mundial, fue un grave error. Muchos padres de familia tuvimos que priorizar las necesidades económicas, antes de poder sentarnos a explicarles a nuestros hijos los temas educativos, pues muchos profesores solamente saturaban de tareas a los estudiantes, sin tomarse la molestia de conectarse para dar clases. Realmente, parecía que lo único importante era mandar evidencias que demostraran que el alumno estaba trabajando, sin evaluar su aprendizaje. Para los alumnos que dejaron la escuela, la Secretaría de Educación, se lavó las manos diciendo que los estudiantes y sus padres eran irresponsables por no seguir el método. Es fácil tildar a un joven de “flojo” porque dejó la escuela en pandemia, o decir que una persona es mediocre por renunciar a un empleo que no le satisface o juzgar a una persona divorciada, por no haber luchado por su matrimonio. Sí, es fácil emitir juicios en contra de una persona que decide renunciar a algo, sin saber todo el trasfondo. Pero ¿qué hay de malo en dejar atrás aquello que no te complace? No todas las personas funcionan igual ante el junio-julio 2021
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mismo estímulo, todos tenemos ritmos diferentes y a veces es necesario pausar antes de continuar. Quizá esa pausa nos impulse a encontrar el rumbo adecuado para nuestro futuro. Cuando nos encontramos en situaciones que nos llevan al límite de nuestra paciencia, o nos hacen perder estabilidad emocional y mental, o incluso nos enferman de estrés; es momento de parar. No se trata de ser mediocre, flojo, de poco carácter, o inadaptado. A fin de cuenta es nuestra vida y nuestra decisión. Todo mundo puede juzgarte, pero nadie va a venir a resolver todo el caos existente en nuestras vidas, más que nosotros mismos. Si lo pensamos bien, en cada renuncia hay oportunidades de crecimiento, de comenzar nuevamente, de reinventarse. No todas las personas somos iguales y es por ello, que no debemos intentar encajar en el mismo molde; sino trazar nuestros propios caminos. Somos seres cíclicos en constante movimiento y lo que ahora nos funciona, probablemente mañana no. Nuestros pensamientos cambian, se transforman. Renunciar, también puede ser el inicio de un gran proyecto.
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Nos vemos en el slam La pandemia y las cantinas de Mérida
Días después de haber finalizado las campañas electorales en Yucatán, el gobernador Mauricio Vila hizo pública su preocupación por el aumento de contagios de coronavirus Covid19 en el estado. El mandatario no salió a cuadro, mandó a su secretario de salud a dictar nuevas medidas preventivas diciendo junto con ellas que los jóvenes y bares eran los culpables del nuevo rebrote. Vila no acusó a su especie, a los políticos que estuvieron convocando a amontonamientos con “medidas preventivas” en sus eventos de campaña, la mirada inquisidora y dedo apuntador fue directo a un sector de la población y a un rubro al que les puedes echar la culpa sin titubear. Los dueños de bares y cantinas de inmediato alzaron la voz y entre las quejas alguien dijo “creo que es el adiós”. Aunque estos lugares los tenemos regados por todas partes, no falta la cantina en las colonias de antaño y un bar en los nuevos fraccionamientos; me causa tristeza perder a las cantinas del centro histórico de Mérida. En mis años de universitario hice un lado la idea de que son “malos lugares”, según mis padres, y entré a ellas para conocerlas, con algo de temor, no lo niego, pero poco a poco se convirtieron en mis lugares favoritos y no me volví un candidato a alcohólicos anónimos. Sin importar la marca de la cerveza o la mezcla del trago, la he pasado bien en El Gallito, La Letra, La Casita de Paja, el Brindis, Dzalbay, El Cardenal, La Negrita, Estado Seco, Olimpo, Buffet, La Curva, La Curva II, El Perico Marinero y Flamboyanes. Estos lugares y los que me faltaron mencionar son parte de la estructura ósea del Centro Histórico de Mérida, junto con los parques, iglesias y espacios culturales, tanto alternativos como no alternativos. 108
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Las autoridades conservadoras que se apoderan de Yucatán necesitan ampliar su mirada más allá de hoteles glamurosos o restaurantes gourmet; las cantinas tienen un derecho de antigüedad que merece respeto, y también es motivo para procurar su salvación. Aunque algunas han sobrevivido con cambios de administración, la pandemia pone en riesgo cualquier inversión y por ello las autoridades deben dejarlas trabajar con las medidas preventivas, no imponiendo cierres “preventivos”. Digo lo anterior, porque las cantinas del Centro Histórico son lugares para botanear, almorzar, embriagarse con los amigos, con desconocidos, llevar a la novia o al novio, pactar una reunión de trabajo, olvidar el trabajo; de ellas hay para todos los gustos y estoy seguro de que la cerveza sabe más rica sin importar el color.
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