NĂşmero 43. Septiembre 2020
Revista
No. 43. Septiembre 2020. Es un proyecto de la Catarsis Literaria.
Editada en Matamoros, Tamaulipas. Revista de Circulación Mensual. Dirigida por: Adán Echeverría. Edición: Larissa Calderón. Colaboraciones a romeodianaluz@gmail.com / Consejo Editorial: Javier Paredes Chí, Cristina Leirana, Blanca Vázquez, Roberto Cardozo, Rocío Prieto Valdivia, Mario Pineda Quintal y J.R. Spinoza.
Contenido
La verdadera y única musa de Manuel Acuña Adán Echeverría 3 Minificciones Stivailet Guerrero 15 Redonda felicidad José Trinidad Aranda Aranda 21 Los habitantes del Bosque de Garret Mario López Araiza Valencia 24 En el recuento de las memorias Zac-Nicté Batún 26 Apocalipsis Ausra Cesaityte 29 Tres textos Paty Rubio 36 Abuelo: ¿Y el país que soñamos? Yessika María Rengifo Castillo 38 Bitacovid Chris Medina G. 39 Tercero en discordia Jéssica de la Portilla Montaño 41 Mechones rojos Addy Castillo Espínola 42 Mis queridos padres Ronnie Camacho Barrón 43 Tres textos Rusvelt Nivia Castellanos 46 En la primera línea Iván Espadas 49 Los deseos de Serena J.R. Spinoza 67 Dos toneladas de realidad (o de estupidez) Daniel Barrera Blake 72 Lo encontré en un sueño Jesús Fuentes 77 Dos textos José Alberto Capaverde 78 Tres textos Javier Paredes Chí 79 Margaritas amarillas Rocío Prieto Valdivia 80
Los perros Félix Martínez 81 Sars de Covid (el vampiro en el aire) Mario Galván R. 82 Sobre El arrebato de Lol V. Stein Alicia Leonor 87
Capítulo Piloto María Jesús Méndez
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Demersales en A Mayor Sofía Garduño Buentello
Interés superior Larissa Calderón
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Introspecciones del Erizo. Javier Paredes Chí
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Dando vueltas con Silvia. Silvia Polanco Euán.
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Bajo el barandal. Rocío Prieto Valdivia.
Mi punto de risa. Roberto Cardozo
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La Niña TodoMePasa dice: Jéssica de la Portilla Montaño
Incipit.
Blanca Vázquez
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Desvaríos de la freaky neurosis. Gema E. Cerón Bracamonte
Nos vemos en el slam. Mario E. Pineda Quintal
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La verdadera y única musa de Manuel Acuña Adán Echeverría “Cuando un hombre y una mujer que se han amado se separan / se yergue como una cobra de oro / el canto ardiente del orgullo”, escribe Enrique Molina en su poema Alta Marea; y es que la separación de dos amores tiene mucho de debilidad, malentendidos, chismes, rencores, falta de diálogo; impedimentos todos que se suben unos sobre otros, y hacen tomar decisiones a la pasión que no al cerebro. Los rencores abonados en el orgullo poco pueden resolverse en acuerdos para destrabar antiguos sentimientos que nos hacían sentir plenitud por la compañía del ser amado. El rencor es “como una cobra de oro” dice el poeta, y la figura es fría como el metal: la helada sangre de la cobra, una de las serpientes más venenosas, y hermosas, que ha dado la naturaleza; sumados al brillo del oro, la textura de las escamas del ofidio; una cobra que además nos trae a la mente la muerte de la gran Cleopatra que decide morir por las mordeduras de uno de estos animales luego de enterarse que Marco Antonio había sido asesinado por el ejército de César. Todo eso va sumando en el imaginario, al reconocer la tremenda fuerza que el poeta argentino ha puesto en sus versos, seguido de “el canto ardiente del orgullo”; para la pareja será muy difícil ceder y reconocer las equivocaciones propias. Viene a cuento el poema de Molina por ese rencor que queda entre una mujer y un hombre que se amaron y que terminaron por separarse. En esos versos me ha hecho reflexionar la lectura del excelente trabajo de Leticia Romero Chumacero, sobre la historia de amor, desamor,
malentendidos, intrigas, abandono, entre una mujer a la que Manuel Acuña, en verdad, dedicara su célebre poema “Nocturno”. La broma o fantasía de la dedicatoria que todos conocemos sucedió después; pero hemos aceptado que el poeta fue quien lo escribiera bajó del título como epígrafe-dedicatoria: A Rosario, para luego realizar el acto de quitarse la vida. Hoy nos damos cuenta de que la dedicatoria solo fue una forma para proteger la historia de amor-desamor que muy pocos conocieron y que, desde hace algunas décadas, apenas comienza a llamarnos la atención. Esa otra mujer, nos cuentan Raúl Cáceres Carenzo y luego Leticia Romero, es nada menos que Laura Méndez de Cuenca (1853-1928), quien naciera como Laura Méndez Lefort, en la hacienda Tamariz, jurisdicción de Amecameca, en el Estado de México; y sobre la cual la discreción de los amigos del poeta y de Laura misma, cargados en su humildad y respeto por el fallecimiento de quien fuera el padre de su hijo tramaron el epígrafe. Han sido esos pocos amigos que conocieron de sus relaciones, quienes decidieron callar por muchos, muchos años, dejando que los lectores y la tradición se encargaran de hacernos creer el cuento de que Acuña se había enamorado de Rosario de la Peña y que al no ser correspondido se había quitado la vida. Ahora, incluso se puede pensar, que la dedicatoria “A Rosario”, fue añadida al poema durante la publicación póstuma del septiembre 2020
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poema. Juan de Dios Peza fue testigo del amor de Laura y Manuel, y testigo en la boda de Laura y Agustín F. Cuenca. Luego de leer el trabajo de Romero Chumacero, regresé al trabajo que en el 2003 publicara el maestro Raúl Cáceres Carenzo en la revista La Colmena, titulado: “Laura Méndez, la pasión y la voz”, en el que el estudioso crítico literario yucateco expone, en vísperas de celebrar los 150 años del nacimiento de la poeta mexiquense: “La voz lírica de Laura Méndez de Cuenca aportó imágenes y palabras verdaderas en su momento: en esa fuente de nuestras ideas estéticas: el segundo romanticismo mexicano. En la obra poética de Méndez de Cuenca encontramos, no siempre acallados por el ritmo verbal o las diversas imágenes: las quejas, la desolación, el grito, la angustia y el deseo de su vida. La poesía de esta escritora mexiquense se ha venido valorando en años recientes como experiencia necesaria para el destino de la voz femenina en el panorama literario nacional; José Emilio Pacheco afirma: "fue persona de insaciable curiosidad intelectual" y también "una de las primeras y más activas feministas mexicanas". Y es en ese “segundo romanticismo mexicano”, en el último tercio del siglo XIX, donde nos deberíamos situar e imaginar cómo fue en aquella época la Ciudad de México; imaginar la situación de la mujer intelectual mexicana de aquellos días, que a pesar de que con las Leyes de Reforma se establecía que las mujeres tendrían las mismas oportunidades educativas que los hombres, la realidad distaba mucho de verlo cumplido. Leticia Romero nos ayuda a entender cómo fue para Laura Méndez: “fue aplaudida y objetada a un tiempo debido a
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la índole no siempre dócil de su obra, así como a elementos biográficos relacionados con su juventud, pues fue madre soltera y amante de uno de los poetas más afamados del siglo XIX mexicano. Estos datos extratextuales han tendido a opacar su recepción y a limitar su aparición en la historia de la literatura mexicana”. Ya que la mujer de aquella época, que quisiera dedicarse a la literatura o a otro arte, tenía que hacerlo con base en lo que las “buenas conciencias” de los escritores hombres habían determinado. Romero lo expone así: “intelectuales mexicanos convencidos de que la misión vital de sus contemporáneas consistía en salvaguardar la moral, se consagrasen o no a las letras”. Cáceres Carenzo nos cuenta que la inclinación de Laura Méndez por las letras la llevó, antes de los veinte años, “a frecuentar los círculos literarios e intelectuales capitalinos donde brillaba, arrasadora. la figura del joven estudiante de medicina Manuel Acuña”. Eran sus maestros en la Escuela de Artes y Oficios: Enrique Olavarría, Guillermo Prieto e incluso Ignacio Manuel Altamirano, con quienes Laura entabló amistad de inmediato. Se reunían en veladas literarias a las cuales asistían ocasionalmente una o dos mujeres. En uno de esos encuentros Laura conoció al poeta más querido y afamado de la República Restaurada: Manuel Acuña, quien ya era reconocido en el Salón Nezahualcóyotl, y entre sus compañeros de la Escuela de Medicina. Ya había sido elogiado por Ignacio Manuel Altamirano. Ese muchacho de 22 años tuvo el atrevimiento de elogiar en público el trabajo intelectual de Laura Méndez. Pero no solo fue Acuña quien entendió la capacidad creadora e intelectual de Méndez
Lefort. Romero comenta: “Hay quien opina que en esa época Laura y Manuel eran “los dos poetas jóvenes más dotados de su generación”. Juan de Dios Peza publicó sobre Laura: “Es, si no la mejor, una de las mejores poetisas de México” Adalberto A. Esteva llega a decir sobre Laura: “Ella y sor Juana Inés de la Cruz, son las mejores poetisas del país”. Aquel amor que había crecido entre dos poetas Manuel Acuña y Laura Méndez planteaba que su amor sería capaz de sobrevivir a la pobreza a la que había que enfrentarse. Laura no solamente era una estudiante a finales del siglo XIX, no solamente asistía a las veladas literarias, apenas acompañada de una o dos mujeres más entre puros hombres. Además, había decidido vivir con Manuel Acuña; su relación con sus padres, por todo lo anterior, se había hecho ríspida, pero la juventud y libertad intelectual de Laura era suficiente para saberse capaz. Los poemas que, uno a otro, se leían y se escribían, como parte de su amor intelectual, eran publicados en los periódicos de la época. Pero la maliciosa presencia de Guillermo Prieto, quien fuera director en la escuela a donde Laura Méndez acudía, vino a destruirlo todo. Mílada Bazant lo señala de la siguiente forma: “Laura tuvo que sobreponerse a las muertes de Manuel Acuña padre, en diciembre de 1872, y luego la de Manuel Acuña hijo, en enero del año siguiente. No sólo debió sobrellevar estas penas, sino, además, hacer oídos sordos a los chismes e ignorar que la gente la señalaba cuando iba por las calles.” Cuenta la leyenda que la joven pareja, Laura y Manuel, se habían decidido a vivir juntos, compartiendo las posibilidades; lo poco que él recibía lo compartía con la mujer amada y admirada. Laura queriendo colaborar con el
hogar que comenzaba su formación, quiso solicitar "boletos de alimentación" al director de la Escuela de Artes y Oficios donde era alumna, y podemos ver a Guillermo Prieto diciéndole que sí, pero solo si le entregaba sus favores carnales. Muchos dicen que Laura cedió al chantaje, basados en que Prieto lo quiso divulgar. Ella dice que no ocurrió jamás, que ella siempre se negó. Los mismos aduladores de Prieto, le calentaban la cabeza diciéndole, al patriarca de las letras, que "no era posible que el joven Acuña estuviera teniendo más éxito y fama, y que comenzara a ser tan leído y buscando por los críticos"; alimentando en el anciano un odio creciente hacia el joven Acuña, de 24 años, quien además era el amor de la solicitada Laura, su pupila en la Escuela. Señalan que tal vez esos fueron algunas de las intrigas que hicieron a Prieto actuar, como lo hizo, contra una joven mujer admirable. Sin embargo, los comentarios, las mentiras, las alusiones, que Prieto y sus aduladores dejaron crecer llegaron a los oídos de Acuña, y la relación Acuña-Méndez terminó. Manuel Acuña al dar por terminada la relación aún no estaba enterado de que Laura estuviera embarazada. Luego de los reclamos, coge sus cosas y regresa a su cuarto en la Escuela de Medicina, y presa del desamor comienza a acudir a las reuniones en casa de Rosario de la Peña, mujer a la que no pocos cortejaban, y Acuña decide hacer lo propio para olvidar, con la ayuda de Rosario, y mediante la bohemia, a Laura. Amigos hay que cuentan que Acuña había pedido no ser molestado, durante aquellos días, en aquellos trances, pero los verdaderos amigos hacen septiembre 2020
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caso omiso de este escollo de meditaciones íntimas. Llegan a él, y es así que el poeta les enseña dos cartas de despedida, que en aquel momento a los compañeros del poeta les parecen otros de sus ejercicios que, como "textos literarios", eran asiduos del poeta (léase la historia del “libro de hueso”, que narrara años después Juan de Dios Peza), y le piden no quedarse encerrado, salir y disfrutar las noches a su lado —recuerde usted que estamos hablando de jóvenes cuyas edades giraban entre los 19 y 25 años de edad. Además de las cartas que el poeta les enseñara, algunos estudiosos señalan que Acuña llegó a esgrimir comentarios como el siguiente: " ¡El que contrae obligaciones sin poder cumplirlas es un miserable! ", ellos no sabrían entonces que Acuña se estaba refiriendo al hecho de haber tenido un hijo con Laura. Se acusaba de haberse precipitado en sus juicios, dejándose llevar por la maledicencia de los que querían verlos sufrir, y se arrepentía de haber terminado su relación con ella. De haberla juzgado de ligera sin siquiera haberla escuchado. Arrepentido, insultado por Prieto y sus camarillas, necesitado de dinero, Acuña va cayendo en un remolino de pensamientos que aletean la sombra de la depresión en su intelecto. El resto es historia: Acuña muere por su propia mano “que no se culpe a nadie de mi muerte”, Laura pierde al padre de su hijo; poco después el hijo de Acuña y ella comienzan a morirse de hambre, de enfermedad, de pobreza, de abandono. Pues no tienen donde vivir, la familia de Laura la rechaza por ser madre soltera. Hasta que se decide a vivir de nuevo con otro hombre, a ser rescatada de ese lodo de tristezas por un amigo de ambos, por el escritor
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Agustín F. Cuenca, quien siempre quiso mantenerse a su lado, conocedor de su historia, y de la tragedia que se había cernido sobre ellos. La historia y la tradición que nos han hecho llegar, cuentan que el poeta Acuña se mató de amor por la tal Rosario, pero esta mujer poco tenía que ver en esta historia, más que apuntalar la tristeza de un hombre que no pudo con su tiempo y su depresión: chismes, romance, pobreza, intimismo, extrema sensibilidad, son el escenario para el drama en que se debatieron. Y de esa batalla de pasiones en las que se confunde la ficción con la realidad, los poetas nos dejaron algunas obras literarias. He acá los tres poemas que narran esta historia. El primero es el “Adiós” escrito por Acuña para Laura, dando por terminada la relación. El segundo la respuesta de Laura (publicada muchos años después de los sucesos; por lo que ahora se sabe, leída por el poeta Acuña antes de morir, donde se entera del hijo que tendría con Laura, al que ve nacer, pero con el que no puede convivir como hubiese querido porque la relación entre ellos no logra componerse); y el tercer poema es el famosísimo “Nocturno”; en el que se puede notar, de la pluma de Acuña, la intromisión del "hijo de Laura y el poeta", que toma la voz del hablante lírico, siendo el niño aún no nacido (Manuel Acuña Méndez) el que dice "y en medio de nosotros / mi madre como un dios"; pues eso es justo lo que es una madre para todo niño, y Acuña puede darse cuenta de ello, al borde la locura en la que se debate. Todo este diálogo poético se desprende al notar que los tres textos están construidos con el mismo ritmo y medida; y muchas de las imágenes escritas por Laura Méndez son
retomadas por el poeta Acuña, quien los acomoda y recompone para continuar el diálogo poético que ha sostenido siempre con su Laura. Veamos: El primer Poema que transcribiremos fue escrito por Manuel Acuña (dirigido a Laura Méndez). Se titula “Adiós a…”; el poema apareció publicado el 4 de marzo de 1873: “Después de que el destino/ me ha hundido en las congojas/ del árbol que se muere/ crujiendo de dolor,/ truncando una por una/ las flores y las hojas/ que al beso de los cielos/ brotaron de mi amor./ / Después de que mis ramas/ se han roto bajo el peso/ de tanta y tanta nieve/ cayendo sin cesar,/ y que mi ardiente savia/ se ha helado con el beso/ que el ángel del invierno/ me dio al atravesar./ / Después... es necesario/ que tú también te alejes/ en pos de otras florestas/ y de otro cielo en pos;/ que te alces de tu nido,/ que te alces y me dejes/ sin escuchar mis ruegos/ y sin decirme adiós./ / Yo estaba solo y triste/ cuando la noche te hizo/ plegar las blancas alas/ para acogerte a mí,/ entonces mi ramaje/ doliente y enfermizo/ brotó sus flores todas/ tan solo para ti./ / En ellas te hice el nido/ risueño en que dormías/ de amor y de ventura/ temblando en su vaivén,/ y en él te hallaban siempre/ las noches y los días/ feliz con mi cariño/ y amándote también.../ / ¡Ah! nunca en mis delirios/ creí que fuera eterno/ el sol de aquellas horas/ de encanto y frenesí;/ pero jamás tampoco/ que el soplo del invierno/ llegara entre tus cantos,/ y hallándote tú aquí.../ / Es fuerza que te alejes.../ rompiéndome en astillas;/ ya siento entre mis ramas/ crujir el huracán,/ y heladas y temblando/ mis hojas amarillas/ se arrancan y vacilan/ y vuelan y se van.../ / Adiós, paloma blanca/ que huyendo de la nieve/ te vas a otras regiones/ y dejas tu árbol fiel;/ mañana que termine/ mi vida oscura y breve/ ya solo tus recuerdos/ palpitarán sobre él./ / Es fuerza que te alejes/ del cántico y del nido/ tú sabes bien la historia/ paloma que te vas.../ El nido es el recuerdo/ y el cántico el olvido,/ el árbol es el siempre/ y el ave es el jamás./ / Adiós mientras que puedes/ oír bajo este cielo/ el último ¡ay! del
himno/ cantado por los dos.../ Te vas y ya levantas/ el ímpetu y el vuelo,/ te vas y ya me dejas,/ ¡paloma, adiós, adiós!
Es un poema por demás hermoso. Los versos “mañana que termine/ mi vida oscura y breve/ ya solo tus recuerdos/ palpitarán sobre él”, parecen una prefiguración del aciago desenlace del poeta. En un segundo trabajo, Romero Chumacero describe lo que Balbino Dávalos cuenta a uno de los biógrafos del poeta: “fue novia y, después, amante de Acuña: por estas relaciones, vivió sola, alejándose de familiares y amigos; económicamente dependía del poeta, paupérrimo a la sazón. Buscando alivio, [...] se dirigió a Prieto; lo reputaba leal amigo de Acuña, quien tenía un elevado concepto del exministro. Éste ofreció conseguirle boletos de alimentación gratuita y proporcionarle otros subsidios, siempre que la joven concediera sus encantos al vejete. [Ella] rechazó las viles proposiciones”. Ahora vamos a dar lectura al poema 2 de este Diálogo Poético en el que la pareja se embarcó en aquel momento. Es escrito por Laura Méndez en respuesta al poema de Manual Acuña, y aunque éste no fue publicado en su momento, las investigaciones reconocen el tiempo en el que se escribió como respuesta al poema de Acuña, y cuyo ritmo e imágenes fueron retomadas por el poeta saltillense para componer su Nocturno. Se sabe que Laura hizo llegar su poema a la redacción del periódico que publicara el primer poema que ya hemos revisado; pero éste fue recibido por el mismo Acuña, quien de esta forma se entera que su Laura está embarazada, y cae septiembre 2020
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en cuenta de lo que ha hecho, al exponer su relación, y su rompimiento dentro de una publicación, y por haberse marchado como lo hizo de aquel hogar, abandonando a la mujer embarazada. Coge el poema y acude a ver a Laura, pero el golpe ya está dado. No logra encontrarla pues ella también ha abandonado el cuarto, para vivir algunos meses con una hermana; Acuña vuelve a casa a repasar y repasar las letras del poema que le han entregado. Pasan los días, semanas, los meses en esta opresión, que apenas son paliadas con las visitas a las veladas literarias en casa de Rosario de la Peña, o con las salidas que hace junto a los amigos que intentan arrancarle el sentimiento que le oscurece el rostro; el niño nace dos meses antes de que Acuña decida quitarse la vida. Cáceres Carenzo nos informa que Laura y Manuel se enamoraron: “estas dos almas románticas se enamoraron y procrearon un hijo, Manuel Acuña Méndez, que moriría a los tres meses de nacer, un mes y días después del suicidio de Acuña.” Esto evidencia que, a pesar de los intentos de Acuña, no pudo recomponer la relación con Laura, y con su hijo, y recurrió al suicidio cuando su hijo tenía alrededor de dos meses de nacido. La historia y la tradición nos muestran al taciturno Acuña en la casa de Rosario de la Peña. Al poeta en charlas con Juan de Dios Peza, al estudiante pobre pidiéndole a Celi que le lave y le planche bien la ropa y se la deje muy temprano sobre la cama. Lo demás lo sabemos ya. “Al casarse con Laura y darle su apellido, Agustín E Cuenca, íntimo amigo de Acuña, logra que a ella se le recuerde siempre como 'Laura Méndez de Cuenca'... y no como 'Laura la de Acuña'; como se recuerda a la otra, a 8
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Rosario”; termina diciéndonos el maestro Raúl Cáceres Carenzo, conocedor de la historia, y del valor literario de la obra de Méndez, que por su relación con Acuña, y por el rumor esparcido por Prieto ha sido olvidada como la gran mujer de letras que fue. He acá el poema número dos de este diálogo poético que estamos ensayando, y con el cual la mente de Acuña terminó por trastornarse. También se titula “Adiós” (por Laura Méndez Lefort): Adiós: es necesario que deje yo tu nido;/ las aves de tu huerto, tus rosas en botón./ Adiós: es necesario que el viento del olvido/ arrastre entre sus alas el lúgubre gemido/ que lanza, al separarse mi pobre corazón./ / Ya ves tú que es preciso; ya ves tú que la suerte/ separa nuestras almas con fúnebre capuz;/ ya ves que es infinita la pena de no verte;/ vivir siempre llorando la angustia de perderte,/ con la alma enamorada delante de una cruz./ / Después de tantas dichas y plácido embeleso,/ es fuerza que me aleje de tu bendito hogar./ Tú sabes cuánto sufro y que al pensar en eso/ mi corazón se rompe de amor en el exceso,/ y en mi dolor supremo no puedo ni llorar./ / Y yo que vi en mis sueños el ángel del destino/ mostrándome una estrella de amor en el zafir;/ volviendo todas blancas las sombras de mi sino;/ de nardos y violetas regando mi camino,/ y abriendo a mi existencia la luz del porvenir./ / Soñaba que en tus brazos de dicha estremecida,/ mis labios recogían tus lágrimas de amor;/ de nardos y violetas regando mi camino/ y abriendo a mi existencia la luz del porvenir./ / Soñaba que en tus brazos, de dicha estremecida,/ mis labios recogían tus lágrimas de amor;/ que tuya era mi alma, que tuya era mi vida,/ dulcísimo imposible tu eterna despedida,/ quimérico fantasma la sombra del dolor./ / Soñé que en el santuario donde te adora el alma,/ era tu boca un nido de amores para mí,/ y en el altar augusto de nuestra santa calma/ cambiaba sonriendo mi ensangrentada palma/ por pájaros y flores y besos para ti./ /
¡Qué hermoso era el delirio de mi alma soñadora!/ ¡Qué bello el panorama alzado en mi ilusión!/ Un mundo de delicias gozar hora tras hora/ y entre crespones blancos y ráfagas de aurora/ la cuna de nuestro hijo como una bendición./ / Las flores de la dicha ya ruedan deshojadas./ Está ya hecha pedazos la copa del placer./ En pos de la ventura buscaron tus miradas/ del libro de mi vida las hojas ignoradas/ y alzóse ante tus ojos la sombra del ayer./ / La noche de la duda se extiende en lontananza;/ La losa de un sepulcro se ha abierto entre los dos./ Ya es hora de que entierres bajo ella tu esperanza;/ que adores en la muerte la dicha que se alcanza,/ en nombre de este poema de la desgracia. Adiós.”
El maestro Cáceres Carenzo repasa de esta forma el oleaje de juventud pasional en la que Laura Méndez tuvo que bogar: “época de juventud apasionada, —en la que sufrió los asedios galantes de dos patriarcas liberales: El Nigromante: Ignacio Ramírez y Fidel: Guillermo Prieto—, es la que dicta sus mejores páginas románticas, entre las que destacamos, como documento literario y humano, de extraordinario valor, el poema "Adiós", que asume la respuesta femenina (y premonitoria) al desolado "Nocturno" de aquel "niño sentimental" que fuera Acuña. Porque tuvo el destino del siglo XIX la desdicha de impedir que los poemas de Laura Méndez no fueran publicados de forma inmediata en las revistas y suplementos, como los de los hombres de su época; recordemos que para esos años el trabajo literario de las mujeres era apenas vista como una actividad de esparcimiento, y así lo señala Leticia Romero: “la de los hombres es literatura, sin más; la de sus pares femeninas es literatura 'de mujeres'”. Y si a ello sumamos que este poema de Laura cayó primero en manos de Acuña, quien se dio el tiempo de enfermarse en su lectura,
reconocemos que tardó en llegar a ser publicado. Ahora repasemos el Tercer Poema del Diálogo Poético en el que nos hemos encauzado; fue escrito por Manuel Acuña, y es el que la gran mayoría del México lector conoce. La fama de Acuña, así como sus relaciones, hicieron que el poema fuera publicado como recuerdo de su desaparición de este mundo terrenal, y aquel epígrafe que dejara: a Rosario, terminó pasando a la posteridad, quizá como una idea de Juan de Dios Peza, o de los mismos Agustín F. Cuenca y Laura Méndez, para terminar de una buena vez por todas con la novela que se había comenzado a escribir en la prensa mexicana. Dejar la dedicatoria, en un poema con el que finaliza la vida, a otra mujer que no fuera la verdadera amante, la verdadera musa, la mujer amada, madre de su hijo, la mujer a la que había abandonado presa de los celos, era una forma de acallar las voces que sobre Laura habían caminado, señalándola, o sobre su propio hijo que había muerto en la pobreza, o también sobre el mismo Prieto, que algo de oscuro tenía en este drama. Romero documenta: “el 17 de enero de 1874 un periodista había comparecido ante el Registro Civil para notificar la muerte del “hijo natural del finado Manuel Acuña y doña Laura Méndez”. Para qué publicar los dos poemas en el orden cronológico en que fueron escritos. Si Acuña había conservado el poema de Laura para enloquecer con él, aprenderse el ritmo y recuperar las imágenes (amor, hogar, madre, cuna, desamor, olvido, adiós) para intentar responderlo mediante su Nocturno. Lo mejor fue escribirle un septiembre 2020
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epígrafe que hiciera que la atención se alejara por completo de Laura Méndez. Se conoce que las intrigas de Prieto contra Acuña eran amplias, al grado de que la misma Rosario de la Peña cuenta que el gran patriarca le dijo en una ocasión: “Sé que te corteja Acuña y creo es de mi deber, por la estimación que te profeso, decirte que mantiene relaciones con dos mujeres: una poetisa y una lavandera. Es más, a una de ellas se le acaba de morir un hijo, hace poco tiempo. Así es que tú sabes lo que haces”. Tal vez la fama de un joven de 24 años no dejara de molestar a Prieto. La historia no puede ser cierta, puesto que Manuel Acuña Méndez murió un mes después de que su padre se suicidara. Esto evidencia incluso que la misma Rosario de la Peña ayudó a crecer la falsa dedicatoria, al querer creer en ella. Algo debe representar el sentirse amada hasta la inmortalidad. Pero es en los versos de Laura Méndez en su poema “Adiós” es donde queda muy claro el reclamo, el rencor perlado, el dolor, y la incapacidad de la reconciliación (la cobra de oro que se erige) con el poeta Acuña: “La noche de la duda se extiende en lontananza la losa de un sepulcro se ha abierto entre los dos. Ya es hora de que entierres bajo ella tu esperanza; que adores en la muerte la dicha que se alcanza, en nombre de este poema de la desgracia. Adiós.”
“La noche de la duda” es justo la forma de reconocer con claridad el reclamo que Manuel Acuña debió haberse permitido sobre la mujer que vivía con él. La duda sembrada por Prieto y sus seguidores habían anidado en un espíritu frágil que tuvo que ser el de Acuña. Y que le hiciera perderse en ese abismo de dejar de reconocerse a sí mismo, hasta arrastrarse en pos del suicidio. Era verdad lo que decía Laura, Acuña había dudado de ella; no le había 10
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importado las vivencias juntos, las decisiones que se habían tomado, las amplias charlas luego de las horas de pasión, carne contra carne: de qué habían servido, si un tipo infame podía venir a verter aquel veneno, y Acuña había decidido recibirlo, calentarlo en su dolor, y restregárselo en la cara a Laura. Resulta incomprensible que el poeta hubiera caído presa fácil de la insidia, pues fue el mismo Manuel Acuña “una de las primeras conciencias mexicanas en advertir (y anunciar) la naturaleza y destino literarios de su amada Laura Méndez”, como nos dice Cáceres Carenzo, el poeta de Saltillo había reconocido la capacidad intelectual de la mujer a la que amaba. Lo reacción de Acuña ante el rumor soltado por Prieto habla de una confrontación personal y ególatra; y Laura se vuelve un pretexto en esa historia entre el ego de dos hombres. Porque como ha dicho Romero, Laura sabía que Acuña admiraba y respetaba al viejo escritor, y es por considerarlo su amigo que decide acudir a él en busca de ayuda. Ver que Acuña le reclamara debió ser duro para ella, enterarse que rompen con ella, y la lanzan a la calle, mediante un poema escrito y publicado en un periódico, evidencia el infantilismo del hombre de quien se había dejado embarazar. Por eso el verso: “mi corazón se rompe de amor en el exceso”. Sobre aquella muchacha lavandera a la que Prieto hace maliciosamente mención, el mismo Juan de Dios Peza señala, tal vez para lavar la memoria de su amigo y, por supuesto, también de la chica: “Acuña en sus ideales, en su amor de lírico, no fijó nunca sus ojos en los negros y brillantes de Celi, que lo miraban con ternura y respeto”. Con ello sacamos que mienten Prieto y Rosario de la Peña.
Por todo lo anterior, y antes de leer el tercer poema, demos paso a lo que Romero Chumacero vuelve a declarar a manera de cronología de hechos: “Ciertamente, hacia el mes de octubre de 1873 dio a luz a su “hijo natural” Manuel Acuña Méndez, primogénito del poeta Manuel Acuña; el 6 de diciembre de ese mismo año éste se suicidó en su habitación de la Escuela de Medicina, y el 17 de enero de 1874 falleció el bebé. Así las cosas, a los veintiún años de edad, Laura era madre soltera y el mundillo literario la sabía vinculada con el célebre escritor extinto.” Ahora repasemos el tercer poema, como hemos prometido: Nocturno. (Siempre se ha publicado con la dedicatoria: a Rosario). Pues bien, yo necesito/ decirte que te adoro,/ decirte que te quiero/ con todo el corazón;/ que es mucho lo que sufro,/ que es mucho lo que lloro,/ que ya no puedo tanto,/y al grito que te imploro/ te imploro y te hablo en nombre/ de mi última ilusión./ / De noche cuando pongo/ mis sienes en la almohada,/ y hacia otro mundo quiero/ mi espíritu volver,/ camino mucho, mucho/ y al fin de la jornada/ las formas de mi madre/ se pierden en la nada,/ y tú de nuevo vuelves/ en mi alma a aparecer./ / Comprendo que tus besos/ jamás han de ser míos;/ comprendo que en tus ojos/ no me he de ver jamás;/ y te amo, y en mis locos/ y ardientes desvaríos/ bendigo tus desdenes,/ adoro tus desvíos,/ y en vez de amarte menos/ te quiero mucho más./ / A veces pienso en darte/ mi eterna despedida,/ borrarte en mis recuerdos/ y huir de esta pasión;/ más si es en vano todo/ y mi alma no te olvida,/ ¡qué quieres tú que yo haga/ pedazo de mi vida;/ qué quieres tú que yo haga/ con este corazón!/ / Y luego que ya estaba?/ concluido el santuario,/ la lámpara encendida/ tu velo en el altar,/ el sol de la mañana/ detrás del campanario,/ chispeando las antorchas,/ humeando el incensario,/ y abierta allá a lo lejos/ la puerta del hogar.../ / Yo quiero que tú sepas/ que ya hace muchos días/ estoy enfermo y pálido/ de tanto no dormir;/ que ya se han muerto todas/ las
esperanzas mías;/ que están mis noches negras,/ tan negras y sombrías/ que ya no sé ni dónde/ se alzaba el porvenir. //“¡Que hermoso hubiera sido/ vivir bajo aquel techo./ los dos unidos siempre/ y amándonos los dos;/ tú siempre enamorada,/ yo siempre satisfecho,/ los dos, un alma sola,/ los dos, un solo pecho,/ y en medio de nosotros/ mi madre como un Dios!”/ / ¡Figúrate qué hermosas/ las horas de la vida!/ ¡Qué dulce y bello el viaje/ por una tierra así!/ / Y yo soñaba en eso,/ mi santa prometida,/ y al delirar en eso/ con alma estremecida,/ pensaba yo en ser bueno/ por ti, no más por ti./ / Bien sabe Dios que ése era/ mi más hermoso sueño,/ mi afán y mi esperanza,/ mi dicha y mi placer;/ ¡bien sabe Dios que en nada/ cifraba yo mi empeño,/ sino en amarte mucho/ en el hogar risueño/ que me envolvió en sus besos/ cuando me vio nacer!/ / Esa era mi esperanza.../ más ya que a sus fulgores/ se opone el hondo abismo/ que existe entre los dos,/ ¡adiós por la última vez,/ amor de mis amores;/ la luz de mis tinieblas,/ la esencia de mis flores,/ mi mira de poeta,/ mi juventud, adiós!
El maestro Cáceres Carenzo es fuerte en sus comentarios al realizar el análisis, y escribe: “Es al poema 'Adiós' del poeta saltillense al que da respuesta el desolado e intenso poema de Laura Méndez, del mismo título, que parece ser el modelo imitado en el famoso "Nocturno" (A Rosario). La plenitud expresiva del 'Adiós" de Laura Méndez no la logra alcanzar Acuña en su "Nocturno". En estos textos observamos el mismo metro, parecida lamentación por el infortunio amoroso, pero la riqueza idiomática del testimonio de ella hace que, al ser confrontados, la última despedida de Acuña se muestre plagada de excesos retóricos, ripios, carencia de ideas, dispendios verbales y desorden formal.” septiembre 2020
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Sin embargo, no deja de ser claro el diálogo poético entre Laura y Manuel que se observa en los tres poemas que hemos transcrito. Usted lector puede constatar conmigo lo que ella le responde; esa tristeza de poder realizar juntos una familia, de pasar de la dulzura de ser ellos dos a la ternura de ahora ser tres (“la cuna de nuestro hijo como una bendición”); y en el que se puede percibir la presencia del hijo de ambos. Esto dialoga con fragmentos del poema final de Acuña: “¡Que hermoso hubiera sido vivir bajo aquel techo. (los poetas ya vivían juntos, y compartían su pobreza) los dos unidos siempre (que fuera triturado por la noche de la duda, escribe Laura) y amándonos los dos; (creyendo los maliciosos chismes de Prieto, los poetas se separan; porque aun cuando ella hubiera cedido, “la noche de la duda”, jamás dejaría en paz al joven Acuña. Laura terminó por convertirse en una de las primeras feministas reconocidas de México, y ya mostraba en este drama que no sólo podía colaborar con Acuña para obtener el sustento de su hijo, sino de la forma en que se necesitara para conseguir el alimento, la renta, en fin... lo necesario para mantenerse juntos) tú siempre enamorada, (el amor se sostiene dentro de la confianza; Laura escribe: Y yo que vi en mis sueños el ángel del destino/ mostrándome una estrella de amor en el zafir; donde deja más que claro el estar enamorada. Acuña lo sabe) yo siempre satisfecho, (acá Acuña, da muestra de saber que Laura lo amaba; y con "satisfecho", el poeta intenta señalar que los disparates vertidos por Prieto no le habían hecho mella; por lo trata de decirle a Laura que 12
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la razón por la que se quita la vida, no es por celos, sino sabedor que no se siente capaz para enfrentar la pobreza a la que conduce al hijo que Laura y él han procreado; pobreza que incluso pone en riesgo a su amada, dado que al no poder él con los gastos, ha impulsado a Laura a conseguir dinero para ayudarlos, volviéndola presa de personajes como Prieto; los cuatro versos siguientes muestra a la familia toda, junta, desde la voz y los ojos de su hijo:) “los dos, un alma sola, los dos, un solo pecho, y en medio de nosotros mi madre como un Dios!” Dice Raúl Cáceres Carenzo que “Bien sabemos que los críticos suelen pasarse de listos o de oscuros”. Y así es como hemos transcurrido a través de esta historia, en este drama Laura Méndez-Manuel Acuña, recurriendo a fuentes, y ficcionando presa del romanticismo en el que nos hemos querido situar. De esta relación amorosa, cargada de pasión, nos cuenta Cáceres Carenzo que, en la emotiva biografía de Manuel Acuña, escrita por José Rojas Garcidueñas, que las relaciones amorosas de estos dos poetas de nuestro romanticismo "parecen haber durado menos de dos años (l872 y parte de l873)". En los inicios de la pasión romántica que floreció entre ellos, Manuel tendría veintidós años y Laura diecinueve. Ya desde 1872, en el mes de abril, Acuña leyó ante los miembros del Liceo Hidalgo reunidos esa noche en el Conservatorio, el poema “A Laura”, que había sido ya divulgado en las páginas de “El Eco de Ambos Mundos”, una serie de tercetos endecasílabos encadenados en los que termina diciendo: “y que hallemos en ti a la mujer
fuerte / que del oscurantismo se redime”. Y con eso es con lo que debemos quedarnos al hablar de Laura, con su capacidad intelectual, creativa, su fortaleza de espíritu que siempre la hizo seguir adelante. Durante largas décadas, la de Laura Méndez ha sido una voz injustamente olvida por las memorias, diccionarios y recuentos poéticos nacionales. Leticia Romero Chumacero termina señalándolo de esta manera: “Sus piezas de crítica social, su destacada participación como representante de México en el extranjero, su nexo con los círculos literarios más importantes del país, su labor escritural de varias décadas, su feminismo y la admiración que suscitó, se disolvieron poco a poco. Fue tan estrepitosa (si vida y obra), que la mejor estrategia para silenciarla fue el olvido.” Para terminar, tenemos que reconocer que justo ahora es cuando más nos debe llamar la atención el poema “Acuña” del maestro Marco Antonio Campos, que dice cosas como éstas: “Ah paradoja aflictiva: Laura, la poeta de la época, se enamoró de él, y él no la quiso, y él se enamoró a su vez de la inteligencia glacial, de la piel lasciva y la figura cleopátrica de Rosario de la Peña, que siempre pero siempre le marcó distancias”
para luego rematar con un muy sentido:
“Molido, raspado, gargajeado, dejad en paz a Acuña, por Dios, dejadlo en paz.”
Yo añadiría: Y reconozcamos la obra de Laura Méndez Lefort. Leamos no solo su vida, leamos su obra, ese es su mayor legado. Reconocer a Manuel Acuña y a Laura Méndez como dos personajes creativos capaces, a los que el destino decidió juntar por tan solo dos años, colisionando en una tremenda y novelada historia de amor pasional; pero separemos su
obra. Hacerlo nos permitirá reconocer la vida de este enorme poeta de 24 años, y reconocer la calidad vital de Laura, no solo como la mujer de la que se enamorara, y por cuya terrible relación no pudo caminar más sobre este “valle de lágrimas” en que siempre acabamos por coincidir; sino como la mujer que fue capaz de hacer sucumbir por la claridad de su pensamiento, actitud y obra literaria, a las grandes mentes literarias del final del siglo XIX y principios del XX. Lo sucedido es triste en verdad. Pero más triste es el olvido en que se ha sumido la obra de Laura. Sin embargo, eso no puede hacernos olvidar que lo que Acuña nos regala no es solo su obra, sino esa capacidad de admiración por una mujer de una inteligencia incluso superior a la suya. Una mujer que era capaz de dibujar en el poema una pasión mucho mayor que la del admirado poeta del siglo XIX. Porque el poema “Nocturno” de Manuel Acuña, que tanto ha sido leído y admirado por tantas personas, no es más que una caricatura, una mala copia, una respuesta apenas al poema “Adiós” de Laura Méndez Lefort, que le había removido tanto las entrañas, haciendo que el poeta se precipitara en una espiral de palabras que, si bien sí logra esbozarse como una respuesta, jamás tendrán la calidad del poema que Laura había escrito para dar por terminada toda relación con el padre de su hijo. Lo cual deja demasiado claro al reclamar con fortaleza: “La noche de la duda”; una duda que se anidó de tal forma en el poeta coahuilense que terminó por horadarle el alma y la cordura.
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Referencias. Bazant, Mílada. Una musa de la modernidad: Laura Méndez de Cuenca (1853-1928). Rev. hist.edu.latinoam - Vol. 15 No. 21, julio-diciembre 2013 - ISSN: 0122-7238 - 19 - 50. Cáceres Carenzo, R. Laura Méndez la pasión y la voz. La colmena. Oct-Dic 2003. No. 40. UAEM. Peza, Juan de Dios. (1982) Manuel Acuña íntimo. Publicado en “Cuadernos mexicanos”. Varios. Secretaría de Educación Pública. México. Páginas 1-32. Romero Chumacero, Leticia. (2008). Laura Méndez de Cuenca: El Canon de la Vida Literaria Decimonónica Mexicana. En: RELACIONES 113, INVIERNO 2008, VOL. XXIX. Romero Chumacero, Leticia. (2013). Laura Méndez y Manuel Acuña: Un idilio (casi olvidado) en la república de las letras. En: FUENTES HUMANÍSTICAS 38.
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Minificciones
Stivailet Guerrero
Vero tiembla. Vero tiembla, azota la ramita que encontró en el patio cuando Alfredo la sacó a caminar. Quiere pero no toca a su esposo con ella. No puede, está amarrada a la silla metálica con un chal. Él besa su mentón miel surcado. —Ya ves, gordo—dice la comadre— así me tienes que tratar, con cariño. —Sí, gorda, pero ella está enfermita. No puede hacer nada por sí misma, no chingues. Estuvieron casados por cuarenta años. Que se dio cuenta de que algo andaba mal cuando ella empezó a fallar con los pagos de la casa, sencillas sumas y restas. ¡Antes de todo tenía tantos sueños para su retiro…! Míralo, su sonrisa es pasiva, resignada. —¿Crees que la enfermedad se haya desencadenado debido a una infidelidad de parte de él? —Oh, sin duda. ¿Además, qué otra razón podría tener para cuidarla tan devotamente, sino una sincera y penetrante culpa?
Instrucciones para amar a París en barrio de mierda Parece que no, pero los lunares se mueven; sólo hay que prestar atención.
Suicidio del pobre que nada tiene, que nada debe. En mis pensamientos imagino una vida diferente. En algún otro universo habré nacido más fuerte, más bueno, más bello. En este herbaje pegajoso que aclama el poder del mar invertido, permanezco a expectativa de desenlace. Qué milagro tan inesperado haber muerto primero por el mundo y al final haber nacido de uno mismo. Se avecina una tormenta, el guardabosque te desea la muerte: por haberte jactado de útil, por haber completado el ciclo. Bien debí haber escuchado la advertencia de mi madre. Todo amor, incluso el escupido con buena entonación como el mío, causa la muerte. Aquí quedan mis pájaros bajo la sombra del pino. Uno no muere de amor, dicen. Pero suicidio es a fin de cuentas, del pobre que nada más ofrece. Uno muere de pensamientos consumidos en la poca cordura, de suspiros que quitan nervio al pulmón, de laceradas en el corazón, en el hígado, en la costilla. Tengo un tic nervioso que no se me quita. Pero no hay prisa, ya se me quitará. septiembre 2020
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Redonda felicidad. Tadeo caminaba con una sonrisa apenas insinuándose en su rostro: “Y para finalizar unos chocolates para mis tres amores, sí de esos redondos envueltos en papel dorado como joyas en un alhajero”. Un zumbido en el bolsillo lo despertó: “No te olvides de los rábanos, amor”, decía el mensaje del primero de esos amores. Mientras salía de la aplicación observó el carrito del súper con los víveres de la semana y apretando los labios renunció a la caja vacía que se observaba como una anhelada meta al final del pasillo; dio la vuelta y al ritmo de las chirriantes ruedas se encaminó nuevamente a la sección de vegetales. Es increíble cómo a veces algunos productos se esconden en los anaqueles de las tiendas. Dio varias vueltas y no, los rábanos no aparecían por ningún lado. “¿Habrá escasez de rábanos en el mercado nacional o mundial?”, se rascó la cabeza. Pidió información a una empleada de la tienda quien en silencio –y sin dejar de acomodar una caja de tomates– levantó el brazo hacia atrás con el índice extendido. Tadeo alineó su mirada a esa inesperada referencia y caminó derecho hacia el punto que señalaba. Sólo veía una pila de hojas de plátano en insólito equilibrio. Milagrosamente se inspiró: levantó los atados dispersos y ahí, debajo, estaban envueltos en bolsas de plástico muy apretadas, turgentes, tanto que las formas de los rábanos tensaban su envoltura a punto de estallar. Al principio fue el alivio, pero inmediatamente algo empezó a surgir en su cabeza, las formas sugeridas de los rábanos en la apretada bolsa le decían algo. Con un rápido parpadeo metió los rábanos al carrito y retomó el camino a las cajas; satisfecho el trayecto pareció breve. Una señora de plácida mirada se disponía a pasar su compra por la banda automática de la caja. Tadeo iba a sacar el teléfono para sobrellevar el tiempo, pero su mirada chocó nuevamente con el paquete de rábanos, entonces
José Trinidad Aranda Aranda
cayó en una espiral que absorbió su atención completa. Todo desapareció alrededor, incluyendo los rábanos, en su lugar vio dos formas iguales, pero no eran paquetes de plástico, sino los bolsillos de sus pantalones del uniforme de segundo año de primaria y en lugar de rábanos, estaban llenos de canicas de barro, de barritos como les llamaban, la terlenka estaba a punto de romperse. Fue una mañana como muchas otras: levantarse temprano, despertar con un chorro de agua fría y la espuma del jabón tallando su cara al ritmo de las palabras de mamá: “sécate la cara y ve a peinarte, se hace tarde para ir a clase”. Su escuela en aquel pueblo era la más grande y parecía una gran romería la entrada por la mañana, entre el griterío, el vaho de las exhalaciones y las bromas de los compañeros. Era la escuela perfecta, no bajo criterios pedagógicos, sino por su ubicación. “La placita”, como se conocía a ese rumbo era casi un cuadrángulo perfecto: en una esquina la vieja capilla abandonada y derruida aportaba un toque de misterio, “mortal” para la imaginación infantil; enfrente de ella un espacio que en poco tiempo se convirtió en parque infantil y del otro lado el espacio enorme, flanqueado por la escuela –hacia el sur– y el patio de una casa –en el norte. Todo el espacio en medio de esos linderos era la cancha de los sueños. En temporada de futbol las porterías se ubicaban sobre la calle transversal, –la veintisiete–, todavía sin pavimento. Si se trataba de “los encantados”, había espacio suficiente para correr “a galope tendido”, ya para evitar quedar encantado, ya para librar del encantamiento a los amigos. Caso especial era el beisbol. Parecía que esa plazoleta había sido diseñada para practicarlo. En la esquina sureste del cuadrángulo, junto a los grandes ventanales del
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salón de sexto año, estaba el home, había que dibujarlo en la tierra con un palito. Obviamente a esa altura, pero hacia el este, se encontraba la primera base, una piedra oblonga de naturaleza caliza, que sobresalía varios centímetros de la tierra, tan pulida y blanqueada por el sol que parecía de mármol, y lo mismo que las otras dos bases, casi tenía las dimensiones oficiales. Era lindo pisarlas de refilón –inclinando el cuerpo para conservar el equilibrio sin perder velocidad– mientras se buscaba con ansias y con el sudor chorreando sobre los ojos, la siguiente base o el home. Al fondo, en el lado norte un gran ramonal era la zona de home run. Se jugaba sin guantes, usando una pelota de goma o de hilo y un pedazo de madera que el papá o el abuelo de algún amigo habían cortado en el monte y pulido con cariño hasta darle aspecto de bate de beisbol. Ser dueño del bate era una posición de prestigio. Si no era temporada de algún deporte organizado, siempre estaban disponibles las canicas, barritos les decían. Esa mañana durante el recreo se armó tremenda reta de canicas y alguien, –¿quién fue? ¿“El Caimito”?, ¿“La Piedra”?–, le animó a jugar y le prestó unas cinco de las suyas y un bombo medio descascarado. Sin muchas ganas, pero agradecido, Tadeo se unió al juego. Ignorante aún de la alineación planetaria y de los decretos al universo, ese día todo empezó a salir bien para Tadeo, no perdía ni una mano, varios de los participantes al quedarse “desbancados”, salían del juego. Todos estaban sorprendidos, el primero era el mismo Tadeo, pues su habilidad para jugar canicas era más bien mediocre, el gran campeón era su buen amigo Bizcotela, quien además era excelente estudiante y chambeaba con su papá ayudando en su paraje con las vacas y becerros. Poco antes de que la campana indicara la terminación del recreo sólo quedaban Bizcotela y Tadeo en un gran duelo final. Entre la neblina del tiempo recordó el cuadro lleno de canicas, todas las que tenía cada jugador. Lanzaron los bombos para ver quien iniciaba. Le tocó a Bizcotela, eso era letal, pues no fallaba una, y así empezó. Sacó cinco
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canicas del cuadro y de pronto en su sexto lanzamiento su bombo rozó dos barritos pero ninguno salió del cuadro. En su turno Tadeo recordó las oraciones que había aprendido como acólito, respiró hondo y lanzó su poco estético bombo. Como si supiese qué hacer, el bombo fue “arreando” una a una todas las canicas del cuadro. La cara de Bizcotela mostraba una gran desazón. Los comentarios resonaban en los oídos de Tadeo, pero se esforzaba por no escucharlos: “ya lo chingó”. “Ni madres, es pendejo”. “Bizcotela es muy chingón; nomás que falle ese cabrón, se lo jode”. Una voz también se oía regularmente “¡Sácalas todas, Tadeo!”, era el incondicional Chucho. Tadeo sólo pensaba en recoger el bombo en cuanto se detenía para medir la distancia y volver a lanzarlo en pos de otra canica, hasta que con el último suspiro de ese momento de tensión colectiva salió la canica que faltaba. Silencio súbito. El ladrido de un perro del vecindario los activó a todos de nuevo. La canica había quedado muy cerca del cuadro y Bizcotela, ansioso de poder decir la última palabra pidió verificar la distancia para ver si no había quedado “quemada”, quería darse el gusto de sacar la última canica del cuadro. Se acercó y con él todos los espectadores formando un círculo que se fue cerrando hasta que desaparecieron en medio el cuadro y los jugadores. Bizcotela sudaba, cerraba y abría rítmicamente las manos, si su meñique alcanzaba a tocar la canica mientras su pulgar tocaba una de las líneas del cuadro aquella se “quemaba”. Aferró el pulgar al borde exterior de la línea del cuadro y estiró tanto la mano que temblaba, pero no, aunque estaba cerca, no alcanzó a rozar la canica, la distancia era menos del diámetro de otra canica, pero era evidente que no la tocaba. Se oyeron gritos alrededor, palabrotas, palabras que no se entendían. Tadeo cerró los ojos aliviado de toda la tensión que había acumulado, recogió la última canica y Bizcotela se le quedó viendo con tristeza, le dio una silenciosa palmada en el antebrazo y se fue a su salón. Acababa de sonar la campana que indicaba el final del recreo y entre felicitaciones de amigos todos entraron a sus salones.
¿De qué se trató el resto de la clase?, Tadeo no es capaz de decirlo, sólo recuerda que sentado en su lugar, mientras sonaba como ruido de fondo la voz de la maestra, él observaba sus bolsillos del pantalón retacados de canicas, dibujándose debajo de la tela sus siluetas redondeadas, y para convencerse de que lo que estaba viendo era real, pasaba sus manos suavemente sobre los bolsillos, una sensación deliciosa, experimentó la felicidad. “Señor, ¿le puedo empezar a cobrar?”. La voz de la cajera lo regresó al presente. Apenado, volteó hacia atrás y se topó con una fila de rostros impacientes. “Claro que sí, señorita. Gracias”. Para empezar tomó los chocolates y observó su forma redonda, imaginó las sonrisas de sus amores y dio gracias a Dios por poder sentir otra vez la felicidad que proporciona una esfera.
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Los habitantes del Bosque de Garret Mario López Araiza Valencia Se dice que en el Bosque de Garret, cercano al pueblo de Zul, vivían criaturas extrañas. Elí pasó su infancia escuchando las historias de sus abuelos, visitantes frecuentes del bosque, donde a menudo iban a buscar leña. Ellos le contaron sobre las formas peculiares de esos seres, que rara vez se les acercaban y de sus voces rimbombantes hablando en un idioma que no entendían. Para Elí, conocer sobre los habitantes del bosque era más que cuentos; era curiosidad, imaginación y deseos de aventura. Quería comprobar que los protagonistas de los sueños que a veces tenía eran reales y ansiaba volver a casa con la alegría de contarle a sus abuelos que había tenido contacto con sus amigos. Cuando alcanzó la adolescencia, Elí determinó emprender camino hacia aquel lugar. Un día salió de casa y solo llevó consigo a su mascota Piura, una mosca gigante. Su compañera era tan grande que le llegaba a la cintura, sus enormes ojos rojos le devolvían mil reflejos al salir al patio. Lo cierto es que en el planeta Locanto las moscas gigantes eran difíciles de domesticar y la familia de Elí logró hacerlo con Piura desde que era una larva, alimentándola con raíces de plantas cultivadas en el jardín. Con un aleteo que comunicaba excitación, Piura siguió los pasos de Elí alejándose del hogar. Elí se negaba a viajar en sus alas, ya que las moscas gigantes tenían un largo historial de abusos por parte de los habitantes de Locanto y su propósito era redimirse un poco para que Piura creciera como una mosca libre y feliz. Elí se destacaba en el pueblo de Zul por ser una persona optimista y brillante, sus ideas contribuyeron recientemente a mejorar la calidad del aire en la zona y consiguió que solamente se usara una especie de árbol cuya madera emitía la cuarta parte de humo que cualquier otro al ser quemada. Las cocinas y los pulmones de la gente agradecían el descubrimiento y el ingenio de Elí.
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Las advertencias de la gente que le apreciaba vinieron a su cabeza durante el trayecto: “ten cuidado”, “es posible que ni se te quieran acercar”, “dicen que son muy feos”, “pueden ser peligrosos”. Por supuesto que los comentarios carecían de importancia en ese momento. Estaba por experimentarlo y quería registrar fielmente lo que iba a pasar. Al comienzo de la tarde ingresaron al bosque. El sonido de los diminutos leones de luz voladores les llamó la atención. Piura agitó las alas con nerviosismo, le era complicado convivir con insectos más pequeños que ella. Elí la acarició para tranquilizarla; los leones de luz medían tan solo una porción del globo ocular de la mosca y, aunque el sonido de estos insectos era estruendoso, no significaba peligro alguno. Ni siquiera sus diminutos cuerpos recubiertos de pelusa, con la parte trasera iluminada, eran un problema. Al contrario, eran un espectáculo digno de apreciar. Pero lo que Elí buscaba se hallaba más al fondo, donde los árboles yacían al revés, con las raíces desprendiéndose del cielo. La copa de estas plantas enormes se encontraba con las cabezas de los viajeros, mientras que el tronco y la parte inferior se perdían de vista, allá arriba. En este punto Elí y Piura se detuvieron. Los leones de luz revoloteaban a su alrededor, lanzando chispazos amarillos y morados. Instantes después ocurrió. Cinco seres, que eran de altura similar a Piura se aproximaron. Parecían ensamblados de piezas multicolores, tenían caracteres indescifrables por todo el cuerpo. En la parte superior de cada uno se asomaba un par de ojos incandescentes, que parpadearon al acercarse a los visitantes. Al principio, Elí se quedó callado, contemplando a las creaturas con expectación. Un movimiento brusco de Piura hizo que los seres se desplazaran, la rodearon y daba la impresión de que la examinaban. Uno de ellos se giró hacia Elí.
─ Las moscas gigantes son cada vez más escasas – dijo en el idioma de Elí, las historias de los abuelos habían fallado en algo –. Está muy bien alimentada. ─ Solo come flores – contestó Elí. ─ Impresionante, es la primera que conocemos con esa alimentación. ─ ¿Quiénes son ustedes? ─ Somos de la Tierra, o más bien, fuimos creados con materiales de ese planeta – se señaló a sí mismo y a sus acompañantes –. Surgimos de la combinación de polímeros plásticos. Los científicos nos diseñaron para comernos el plástico que los humanos desechaban, pero fue tanto lo que produjeron que excedieron nuestra capacidad. Nos desterraron hace algunos años y la nave cayó en este bosque. Esto que vez son marcas de cosas que venden allá: comida, juguetes, artículos de limpieza – le mostró los caracteres y algunos logotipos en los objetos que conformaban su cuerpo. ─ Mis abuelos han estado con ustedes varias veces y dicen que jamás entendieron su idioma. ─ Eso es porque hasta ahora tuvimos la necesidad de comunicarnos con ustedes. Ya que
estás aquí, tienes que saber que dentro de poco, vendrá alguien de la Tierra a ofrecerles usar plástico para facilitarles la vida. Ahorrarán agua, tendrán tiempo para otras tareas, incluso gastarán menos dinero. Es falso, cuando empiecen a producirlo, harán más y más hasta que caminen sobre plástico e incluso lo comerán. Debes decirle al pueblo y así evitarán la batalla que ahora se libra en la Tierra por causa de este material. Elí recibió el mensaje y algunas precisiones de los curiosos habitantes del Bosque de Garret. Al despedirse prometió visitarlos nuevamente y aprender su idioma. Regresó al día siguiente junto con Piura al pueblo de Zul, habló con la gente y sus abuelos. El material llamado plástico era desconocido ahí y las advertencias de los seres del bosque se hicieron a tiempo; no así para el planeta Tierra, donde aún se luchaba por prevenir que estos objetos fueran ingeridos por peces y otros animales, que terminaban afectando a los seres vivos de aquel lugar tan lejano y misterioso.
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En el recuento de las memorias
Zac-Nicté Batún A mi familia…
–“Ernesto, ¿tienes todo?”, interpelaba mirando al vacío. –“Sí, todo, no te preocupes!” –respondía con voz silente y suave para procurarle la tranquilidad que ella requería antes del traqueteo del viaje. Ella se inclinó, quiso coger una maleta, no sin antes dirigir una mirada inquisitoria, penetrante, a Ernesto que uno interpretaría más como un regaño que como un pase de revista; pero toda su insistencia obedecía a que el impulso intuitivo propio, y no a la sospecha de que Ernesto estuviese olvidando algún objeto específico. Ella conocía tan bien el beneficio de la duda y sabía aquella máxima antigua de que los insistentes diálogos remiten a los recuerdos; recordar era indispensable para ese viaje que ella y todos consideraban una gran aventura. Estaban aún en casa, a unos minutos por salir. Doña Feliz reincidía por tercera vez en el asunto del recuento de las cosas para el viaje. Esa mañana era fría, una de esas mañanas de invierno cuando la temperatura baja hasta los 5 ºC; sin embargo, las cobijas de los viajeros se mantenían calientitas y alternaban los golpes del frescor al estrecharse contra ellas; aún así, el alba fría los incitaba a dar otros sorbos a ese café caliente preparado desde antes de salir sol. Su tendedero en el patio lindaba con la cocina de doña Ady. Eso hacía que sus cobertores despidieran un olor a neblina mezclado con humo porque doña Ady, su amigable vecina, era de la usanza y tradición lineal maya del recurso de la leña. De cualquier forma, a los hijos de ambos bandos familiares nunca les escaseaba el café calientito servido en pequeñas jícaras asentadas sobre reducidos aros de hule sobre la mesita desde las lúgubres mañanas. De este lado, doña Feliz reanudaba el conteo de sus tiliches para el viaje, a la vez que urgía a sus cuatro hijos a apresurar los tiempos, casi a gritos, porque el tren no tardaba ya en dar señales de aparcamiento en la estación. Además, porque de la 26
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cas,a de los viajeros a la estación había un buen tramo que era preciso caminar con la tranquilidad del turista al traqueteo del correcaminos. Los chicos, siendo apurados, cargaban con dificultades cada uno una maleta, pero felices en medio de sus forcejeos porque al fin pasarían algunos días en Izamal, ese mágico e icónico destino de los turistas que vienen a la tierra maya; esa amarilla ciudad, la ciudad de la abuelita, en donde el chocolate en jícara es de lo más delicioso, donde siente uno el calor de ese primer hogar. Al llegar a la estación, se impone una sensación de felicidad; esa sensación se desliza por las venas, impulsa a uno hacia la ansiedad por la llegada del tren y por el destino de Izamal. Para desdicha, el tren aún no se asoma a la estación. La eterna espera allí, con todas las maletas listas y con cada uno de los hijos aferrados a ellas, hace que doña Feliz navegue en los recuerdos de esa misma estación y los mismos correteos que sus padres hacían con ellos. En un instante, las emociones de los chicos se desbordan al escuchar ya los vibrantes sonidos de las rieles y el insigne silbido que anuncia sublime el esperado aparcamiento; el olor del tren ha reemplazado al del café y del humo. Ante la casi llegada del amado transporte, Ernesto recibe una última mirada maternal más apaciguada para recordarle asegurarse de subir todo el equipaje. El tren ya casi sale de la estación. Arriba, sentados cada quien como ha podido, miran de un lado al otro observando cómo la gente sigue subiendo. Doña Ady y sus chicuelos también han escogido sus asientos de altos respaldos; los rayos del sol impiden ver en su totalidad el paisaje; esos rayos de sol son los mismos que acarician con calor intenso las mejillas de la niña que va sujetando ligeramente una de las maletas, la misma quien con tanto esfuerzo había subido con pasos pesados sobre los peldaños de las escaleras del tren a la vez que le hacía vibrar el corazón de felicidad.
Los frenos del tren se liberan y se ponen en marcha las ruedas dejando atrás la estación de Calotmul, Yucatán. Apenas el tren se ha alejado unos metros y doña Feliz, Ernesto, la niña y los otros contorsionan sus cuerpos hacia atrás sobre el respaldo de los asientos o simplemente se ladean para ver cómo la estación y su pueblo desde lo lejos, caben dentro del aro formado por los dedos pulgar e índice. Empieza un corto pero divertido viaje. Se reponen en sus asientos. El oficial de cobro se dispone a pasar por cada uno de los asientos. Al llegar justo a ellos los mira, ellos también le responden con la misma mirada: –“¡Sus boletos por favor, chiquillos!”–, les dice sonriente. –“¡Los tiene mi mamá y está justo ahí,!”, –responde la niña apuntándola con el dedo índice al otro lado del vagón, y mirándola con fortaleza infantil y con cierta fascinación por el traqueteo de las rieles y los suspensos que provocan los columpios del terreno. Un corto pero emocionante viaje, uno donde la naturaleza se encarga de divertirlos y el tren de darles un pasaje a la felicidad que jamás pudieran experimentar de otra forma. El aire golpeando esos rostros flácidos, resecos ya por el sol quemante. En ese momento pasan por la selva frondosa y espesa, miran al oficial de espaldas, pausar los cobros y dar señales con sus manos hacia los asientos lejanos y decir cosas inaudibles; de pronto, se voltea para hablarles de este lado y dar las mismas instrucciones con sus manos de aparragarse firmes sobre de los asientos para no ser golpeados por las súbitas elevaciones mientras que grita a todo pulmón: –¡Agáchense, agáchense! A Ernesto, a la niña y a los otros los cunden las risas y las inflexiones por el efecto del suspenso sobre el aire y la rotunda bajada. Mientras que los rayos del sol, las hojas y el aire hacen lo suyo, el viaje configura una combinación perfecta para una pequeña niña que se levanta y camina en el pasillo del vagón perdiendo el equilibrio en cada paso, pero con una enorme carcajada, disfrutando el aire en la piel, el ligero roce de las hojas y el sol brillando en su rostro, reflejando la libertad de su alma y disfrutando de la vida sin temor a ser herida.
Su madre no puede hacer nada para detenerla por miedo a caerse, y su padre la observa admirando esa plena felicidad que la embarga. Transcurre el viaje corto de trayecto y largo en la memoria. Ernesto y los demás hermanos se levantan tambaléandose en medio de otro columpio para regresarla a su asiento. Ella se encuentra a unos tres asientos de distancia sujetándose de los brazos carnosos de una mestiza que también la sujeta mientras que con la otra mano le acomoda el fleco. El tren ha llegado a la estación de Dzitás, unas personas bajan y otras suben, algunas de las nuevas pasajeras al instante destapan sus palanganas y se liberan por todo el aire distintos olores de antojitos; unas contienen panuchos y salbutes; otras, polcanes; hay también mestizas que ofrecen unos ricos kibis. Ella los identifica porque los olores son inconfundibles para los sentidos de un yucateco. La niña, ahora sentada junto a la ventana, asoma su mirada hacia el pasillo y observa otros venteros ahora con arepitas de almidón blancas y dulces, arepitas de maíz frágiles y dulces, los zapotitos de pepita chiclosos y dulces, además de unos deliciosos dulces de leche. Mira a su papá y le señala manipulante la cesta de arepitas de maíz. Son sus favoritas. El padre, con su dedo índice le indica que habrá de haber un trueque: la arepita de maíz por su compostura durante el viaje. Ella lo acepta. Se celebran los trueques. Atrás del asiento de la niña hay unos empleados del INAH que van charlando, a colación de los dulces, sobre la edad del maíz al tiempo que disfrutan las de maíz dulce, que si Bonfil Batalla sugiere 7000 años de edad desde las cuevas de Tehuacán, que si Matsuoka va más allá con 9000 años desde el sur de México. Interrumpen la discusión para compensar sus cuerpos ante el gran columpio que se acerca. Ahora se les escucha hablar sobre la compostura del hombre con base en el maíz desde el Popol Vuh. Llegaron a su destino. La emoción hace brillar el rostro de la niña. Ella emite una sonrisa de felicidad. Mira aquel letrero en el que se lee septiembre 2020
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con palpitación “Izamal” escrito sobre la lámina blanca con enormes letras. Ese destino es el mayor motivo para madrugar y tomar café acompañado de galletas de animalitos aún sin apetecérseles, la razón para tomar su velís de prisa dentro del tren estacionado y vivir la aventura del viajero de salir disparado de su asiento para ser el primero en bajar a la estación. Todos han bajado ya del vagón. Doña Felíz cruza palabras de instrucciones con Ernesto, él torna rápido una mirada a sus hermanos y hace recuento de los equipajes, cada dedo de su mano derecha lo dirije hacia una persona abrazando un velís. Con su pulgar apuntando a su padre sosteniendo el velíz más pesado y terminando con su meñique sobre la niña. Son cinco maletas en total. Todos enfiladitos dejan la estación atrás mientras alargan sus pasos camino a casa de la abuelita. Doblar las calles desde la estación de Izamal hacia la casa de los abuelos no es nada fácil. La caminata familiar hacia el destino les reprocha al instante sobre lo fugaz de la vida, porque en unos escasos días, se encontrarán haciendo los mismos vértices desde la abue hasta la estación en un triste retorno a su hogar en Calotmul. La idea de llegada se funde con la de la vuelta. La niña, sin recriminarse sobre la efímera emoción de la aventura, va captando cada instante con el audiovideo de su imaginación y su ocurrencia, las calles, las copas de los árboles frondosos, las albarradas de piedras con enredaderas de plantas de Aristolochia grandiflora o Flor de pato, (que un yucateco no vacilará en identificarlas desde lo lejos), a los perros ladrando a una familia a la que parecen desconocer, y que se enfila para entrar por una reja de madera, donde sonriente mujer vestida con huipil desgarrado y parchado con otros retazos de telas, con los brazos abiertos y con una sonrisa de felicidad les grita: –“Pasen, pasen”–. Ella se emociona a tal grado que, al ver a su hijo una vez más, le recuerda cuando también ellos, sus hijos, eran pequeños y el tren los transportaba y les causaba tantas emociones, yendo y viniendo. Todos, excepto la niña, han besado a la abuelita, Ernesto y sus otros hermanos corren alrededor de la casa con los perros que ya escrutaron la sangre, y se divierten dando de trotes. La niña ha esperado queriendo ser la última en agasajar a su amada abuelita. Porque ella es la que brinca y baja de sus brazos con la precipitación y la caída de suspenso de los columpios del tren, la recorre por su pecho, sus brazos y su cuello como sus andanzas por el pasillo abordo. Arriba en sus brazos ella se impregna del olor a humo de su vestido tradicional, también capta una lejana remebranza de olor a café matutino y una capa ligera blancuzca de talco. Disfruta tanto ese abrazo cálido, en esa mañana aún fresca.
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Apocalipsis
Ausra Cesaityte
Año 2060, la humanidad despertó con un aviso por radio: ¡Apocalipsis! ¡Peligro! ¡Apocalipsis! En un parque y en un banco viejo estaba tumbada una mujer sin hogar. Sus zapatos rotos y un abrigo sin botones era lo único que la calentaba. Unas gafas tapaban sus ojos y era imposible saber su color. Llegó un perro ladrando, era como un reloj. Era las ocho de la mañana. La mujer se asustó y empiezo decir algo; parecía que hablaba otro idioma. De lejos se escuchaba: –¡Jon, vuelve! ¿Dónde estás?– dos ladridos más y el perro se calló. Apareció su dueña, una mujer bien vestida, con unos tacones altos y unas gafas negras, era más grandes que su cabeza. El olor de una colonia fuerte dejó sin aliento a la mujer sin hogar: –¿El perro es suyo? Gracias a él pude levantarme. –Sí , pero tenemos prisa porque hoy pronóstico un apocalipsis. –¿Apocalipsis? Hace años hubo uno pero la gente no tenía sitio para esconderse y… La mujer quedó callada un segundo. Respiró hondo y acariciando al perro continuó: –Mi pueblo era pequeño, la gente pobre y los niños jugaban descalzos. El sol calentaba más que otros días. Alguien empezó a gritar: ¡Ya viene, ya viene! Todos se metieron debajo de las sombras de los árboles; solo yo me quedé buscando a mi perrita. Los rayos brillantes me atraparon y no pude resistir, por verlos; de repente me caí al suelo. Más tarde pude escuchar las voces, ladrido de mi perro, pero ya mis ojos verdes no pudieron ver. –Jon, tenemos que irnos. La mujer sin hogar pudo escuchar la respiración profunda de aquella mujer que con el último ladrido de perro se marchó.
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Tres textos
Paty Rubio
Bla bla bla En mi casa no se para de hablar; para donde voltee, por donde pase, siempre escucho que se parlotea sin parar de infinidad de temas. Si es el sillón, ese siempre está quejándose con que si… –Soy el respaldo y nadie me reconoce, siempre aguardando a la fiaca o esperando el descanso. Y la cama, ¡uy!, ella, cuando no suspira por los amores acumulados, llora por tanta melancolía gravada, o por los insomnios que le han hecho mella. De las sábanas, mejor me callo por su tanta indiscreción. La escalera con su crujido y lamento me tiene loca. De cuando en cuando se deja escuchar una risa infantil entre algunos juguetes que pertenecieron a mi nieta. Lo sé, porque los de mis hijos hace harto tiempo que desaparecieron, su infancia se fue de casa con el tiempo, cuando en un tris… se ha convertido en muchos años. Los tantos libros, diseminados por la casa, cuentan y cuentan sin parar historias a mi paso. Todo con el propósito de hacer que me detenga para llevarme en vuelos galácticos entre sus hojas, y los muy taimados con la misma intención prosaica de ser tomados entre manos y manoseados con concupiscencia. Aquellos que fueron escritos por mí, hablan de la tanta historia en mi vida, y cómo no, si ya lleva la cuenta de sesenta y seis años. Ella habla a mi paso de instantes llenos de esperanza, de sueños trucados y por qué no, de algunos que se realizaron y muy bien recreados. También me recuerdan en su parloteo… ¡Uuy!, de los amores vividos desde el fondo del corazón y los cosquilleantes aleteos mariposados. Algunos aún se encuentran presentes, pero otros ya casi están olvidados. Por la casa se hallan diseminadas muchas libretas, garrapateadas con la premura de ideas que 36
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no quieren fenecer en el olvido, o por nacer abruptamente con la pasión encendida. Al paso se pueden ver montañas de hojas sueltas, encimadas al garete, una sobre otra, en tantos años. ¡Imaginen cuántas se han acumulado! Y tantas que dan la apariencia de ser un pastel que se está derrumbando de lado y que permanece de pie, haciendo malabares tan solo por puro orgullo. En algunas de esas hojas, rebeldes, al paso del tiempo y el abandono, hablan o cuchichean de intentos de relato, ya sea inconcluso por el abandono en que se quedaron, de lo que se quejan claramente pidiendo ser terminados. Otros más de historias cachondas, de miedos y terrores nocturnos, de historias de infancia o de cuentos fantásticos que han servido de jarabe para dormir a los niños o levantar el ánimo en días de tormenta, y algunas otras tan cachondas que chamuscan las manos de quien las sostiene. Las más, al igual que muchos de los libros impresos… (suspiro), cantan poesía en volutas de versos cojos, el canto de mis huesos, los caminos hacia las utopías que, dicho sea de paso, han sido inútilmente recorridas en un espejo sin fin. No se diga más. Mi casa me enloquece con tanto parloteo. Oigo las voces de esquina a esquina, de rincón en rincón, desde los cimientos de su planta hasta el cielorraso y más. ¡Silencio! Que alguien calle tanta palabrería que en realidad no me lleva a ningún lado y sin embargo me hacer llegar a todo y todos… los confines del universo con su bla bla bla.
No sé decir cómo, pero lo recuerdo. Yo era apenas un bulto de cincuenta centímetros de largo, a lo mucho, con éste corazón que nació hecho pedazos, pude sentir a cachos el amor primario. Yo estaba llorando debido a una fuerte punzada en el estómago, aún no sabía que ese era el nombre del órgano interno donde se ubicaba el pinchazo que sentía, eso lo supe mucho después. En ese momento me pusieron en los brazos de quién comprendí era mi madre. Escuchar el latido en su pecho me fue harto conocido, ella puso en mi boca abierta por el llanto, lo que para mí fue maravilloso, era un bulto de carne redondo, suave y tibio. Por instinto succioné el reconfortante y dulce líquido que brotaba de su pezón, lo que calmó mi molestia, y me inundó, junto con el agradecimiento, una sensación tan placentera que rebasó todo mi cuerpecito. No me pregunten cómo lo supe, pero fue mi primera experiencia llamada amor. Recuerdo que fue tan satisfactoria que, apegada a esa redondez, mi hambre quedó satisfecha, y eso, tanto el calor de los brazos de mi madre, como el rítmico pálpito de su corazón, me hicieron dormir plácidamente. Al paso del tiempo, me di cuenta de que el amor también podía doler hasta querer morir, y me enteré que no sería el primero que yo sufriría, al momento en que me destetaron. Hoy sé que hay múltiples formas de gozar y sufrir, tanto o más, como experimenté el primer amor en el seno de mi madre. Pero también, que siempre valdrá la pena vivirlo.
Diez segundos –¿Y tú eres feliz?– me preguntó mirándome a los ojos. –¿Qué es específicamente lo que deseas saber?– respondí como en defensa, tratando de no pensar. –Bueno –empezó algo cortado–, desde el día que Liza se fue, pasas la mayor parte del tiempo ensimismada, y sólo de repente pareces irte a otro planeta y una media sonrisa aparece en tu rostro. –Está bien, te diré: la mayor parte del día la extraño tanto, que me cuesta trabajo respirar ¡No sé cómo me mantengo con vida!, y cuando te parece que vuelo, es porque la recuerdo. Veo su sonrisa frente a mis ojos y revivo cualquiera de los momentos que compartimos juntas, o me siento envuelta en sus brazos; en fin, son momentos en que casi olvido que ella no está. Y sobre tu pregunta de si soy feliz. ¡Sí! pero sólo lo soy diez segundos al día. -–Oye, pero ¡cómo! ¿¡Cómo es que sólo diez segundos!? Eso me parece muy raro. No lo entiendo– dijo frunciendo el ceño. –Mira –le dije mirándole a los ojos, para que pudiera ver que yo no le mentía– al despertar tardo diez segundos en estar consciente de que Liza se fue, y me doy cuenta no regresará más; y... bueno, esos son los diez segundos en que puedo decir que soy feliz. Cuando creo que si veo hacia el otro lado de la cama… la encontraré. septiembre 2020
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Abuelo: ¿Y el país qué soñamos? Yessika María Rengifo Castillo
El abuelo contaba que Colombia se caracteriza por ser un fragmento del Edén. Edén bañado de ríos, costas, la perla más bella de América Latina, unos zapatos viejos, un castillo, un Macondo que recorre el mundo, una hacienda El Paraíso que cuenta el amor de María y Efraín, danzas africanas, orquídeas, entre otros. Pero paradójicamente Colombia es un país con una historia trágica. Desde el ingreso de los españoles a nuestro territorio en el siglo XV, no hay paz. Innumerables son las guerras que tiñen ese pedazo del Edén que contaba el abuelo, que saca tantas lágrimas y voces de protestas con un mensaje contundente: ¡Paz! Los indígenas y los criollos se enfrentaron contra el dominador español logrando vencerlo. Alcanzando la independencia política, pero a mediados del siglo XIX partidos liberales y conservadores que hoy en día son una mezcla de tantos, provocaron nuevas guerras. Ocasionando una multitud de muertos, viudas, huérfanos, desplazados, y un alto índice de desolación y pobreza. Desde 1948 con el asesinato del líder popular Jorge Eliécer Gaitán la lucha es entre el gobierno y los grupos guerrilleros. Una lucha que ha desencadenado tanta sangre, y rendijas de paz que se consolidaron bajo el gobierno de Juan Manuel Santos. Unas rendijas que han sido ultrajadas tantas veces, y que nuevamente se fortalecen con el clamor de un pueblo que no soporta más voces silenciadas. En ese llamado, el escritor William Ospina en su último libro señala que: “Lo que necesita la humanidad no son soluciones; creo que lo que necesita es conciencia de lo que está pasando." Es decir, que se requiere sujetos sentipensantes de esa Colombia que ha sido devastada muchas veces por la violencia, corrupción, y hambre, evadiendo estrategias transcendentales como la educación, salud, alimentación, vivienda, y demás; que garantizarían un nuevo horizonte. Ahora, encima de todo, ese horizonte se hace lejano con la lucha que se libra contra el narcotráfico que sigue segando vidas. Hasta ahora no hay ganadores ni derrotados o quizás sí: los vencidos son el pueblo, campesinos, madres, desplazados, líderes sociales, y tantos, que ponen los muertos. Entonces, los miedos deben salir de cada rincón de la nación. De esa forma se podrá construir el país que sueña, ese que el abuelo hablaba desde la naturaleza, la interculturalidad, el respeto, el amor, la esperanza, y la prosperidad. Dejando de lado el país de las malas costumbres; y como decía García Márquez: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla.”
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Bitacovid. Chris Medina G. Año 2412. Nueva Randa. Hola, soy Lan. Tal vez alguien reciba este mensaje en algún momento del pasado, sólo diré que lo siento. Han transcurrido casi 40 horas desde que los Jorags, seres de otro mundo, se apoderaron de ambos planetas completamente, obligando al resto de los países a ceder ante un dominio de esclavitud y tortura que actualmente ha puesto en jaque a la humanidad. Somos tan vulnerables como lo fuimos de torpes y egoístas. Todo comenzó cuando la Agencia de Viajes y Exploraciones Espaciales o AVEE capturó a un Jorag en un viaje de exploración en Saturno. Entre 23 pasajeros astronautas dominaron salvajemente sin razón alguna a este ser casi del tamaño de los ya extintos elefantes; se le llamó “Lucio”, tenía piel pálida, caminaba en dos pies, era robusto y cubría sus piernas y torso con una especie de tela negra en la que guardaba utensilios que no conocíamos, no tenía nariz pero sí fosas nasales, tampoco contaba con pelaje alguno. Lucio gritaba pidiendo su libertad en un idioma desconocido, ni siquiera trató de defenderse a pesar de su enorme tamaño, sólo quería piedad. La humanidad lo trajo hasta la Tierra 2 (antes Marte) para exhibirlo vivo y moribundo cual trofeo en un museo local. Nadie sabía qué alimentos consumía Lucio, pues no ingería nada de lo que se le ofrecía, aun así lo mantuvieron ahí encerrado en una jaula por un mes hasta que dejó de moverse, estaba muerto; lo disecaron y lo montaron en una exhibición acerca de Saturno, lo que trajo gran fama y ganancia económica para el museo, su reconocimiento llegó hasta la Tierra 1 (el planeta Tierra original). Casi tres o cuatro meses después la AVEE recibió un mensaje de arriba, de las estrellas. Eran Jorags utilizando el antiguo lenguaje maya, intentando comunicarse con la humanidad del 2412. Sólo quedaban tres lingüistas en América y otro más en la Tierra 2 que podían traducir aquellas palabras y los cuatro acordaron trabajar para la AVEE con la condición de hacer públicas las
conversaciones así como de habilitar cursos de lenguas originarias en todos los niveles de educación en sus academias. Gracias a ellos es que conozco esta información. En fin, la comunidad Jorag sólo pedía conocer las condiciones de Lucio para que pudiesen extraerlo, pues las esporas que sueltan sus lágrimas los habían llevado hasta nuestros planetas y resultaban dañinas para algunos seres. Sabían que él estaba en alguna de las dos Tierras, pero no sabían exactamente en cuál. La AVEE, poniendo en juego las condiciones de los lingüistas, los obligó a decirles a los Jorags que Lucio les pertenecía, que no había manera de devolverles ni un dedo de su amigo. Era obvio que las ganancias económicas que el museo recibía por la funesta exhibición traspasaron hasta las oficinas de la AVEE. Los Jorags sólo argumentaron su desagrado, pues exhibieron que ellos habían ayudado mucho a la humanidad hace años cuando necesitábamos ayuda con las pirámides; supusimos que se referían a la antigua civilización egipcia, a los tiempos de Mesoamérica y a la decaída del 2022. Supongo que fue la misma razón por la que Lucio no intentó defenderse, estaba confundido por el actuar de una especie que se suponía era amiga. Por alguna extraña razón, en esos momentos, enfermaron todos los trabajadores que laboraban en el museo, casi la mitad de ellos murieron… Quizás la arrogancia humana fue el detonante de nuestra actual situación… Al parecer habían estudiado a los humanos… Hubo algunos países que intentaron resistirse a los Jorags con armas de guerra, pero sólo los condenó a una desaparición total… Se escuchó un gran estruendo, posteriormente se deshabilitaron todas las comunicaciones, tecnologías y los androides del planeta… septiembre 2020
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Llegamos a una enorme cueva después de una larga caminata, cientos de esos mamíferos voladores ingresaron sonoramente dejando caer un par de pequeñas concreciones calcáreas. Se puede ver toda la ciudad desde aquí, es extrañamente hermoso… Sean prudentes, no son una especie superior a ninguna otra, los humanos estamos obligados a convivir pacíficamente con el resto de seres que habitan la galaxia, pues nada nos pertenece… Sean pacientes, las cosas pueden arreglarse…
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Tercero en discordia Jéssica de la Portilla Montaño Me escapé varias veces a la hora de la comida para ver al escritor. También los fines de semana que enfadé a propósito al arrejuntado. Era hermoso, con un perfil como esculpido a mano y una gran plática sobre poetas malditos y aspirantes que peleaban por becas del gobierno. Hasta dibujaba chingón. Platicamos sobre literatura por un par de meses, previo al acto impúdico… Pero con él no pasó a mayores por cuestión de detalles. 1) Salió con una ex amiga de antaño, esa mamona y bellísima con fama de acostarse con todo(s). Las hermandades de leche no eran gratificantes en el minúsculo círculo de farándula defeña. 2) Amó a una bailarina. No le molestaba que ella bailara en calzones y, cito, “hasta sin ellos”. Mis prejuicios respecto al tema eran mayúsculos. El mundo vivía la crisis ninja y lo perdimos casi todo… Mientras, nuestra inquilina aventaba lujos dignos de la sugar baby de un investigador de la UNAM. ¿Acaso me equivoqué al solo tener novios imbéciles y ningún, digamos, mecenas o patrocinador? 3) En todos esos años no fui capaz de serle infiel al arrejuntado. Nunca fui capaz de engañarlo… No completamente. a) El baboso de Acapulco, pues bueno. Ni pasó ni cuenta. b) Dejé vivo al rancherito asesor que solo engullía melones gigantes. Uno más de la lista de idiotas que recuerdo con estos recuentos ridículos. c) Y luego escribí versos para uno que cumple años el mismo día que yo. Mi entusiasmo duró poco ante su indolencia general.
Oportunidades no me faltaron. Pero sí las ganas de quitarme la ropa frente a alguien distinto. De abrirle espacio definitivo a un tercero en discordia. Claro que yo comenzaba a cazar cada que cachaba en nuevo “cotorreo” (así lo justificaba mi ex suegra) al arrejuntado. Y no fui capaz de rematar a una sola de mis posibles presas… Al único que deseaba asesinar era al mismísimo estafador. Mi obsesión radicaba en la imposibilidad de que un ser tan poco agraciado se la pasara brincando de araña en araña. Aunque, más que arañas, las pobres parecían caras de niño aplastado. ¿Cómo que el tipo juraba envejecer conmigo mientras buscaba a otras? ¿Y para qué buscar a otro ser teniéndome a mí, que soy como veinte mujeres con sus respectivos alter egos? Jamás negué que en esa relación yo era la loca. Pero me molestaba que todos negaran que él era un pinche pendejo nomás porque se hacía la víctima. Bueno: dejémoslo en culero. Conmigo fue el más culero de todos. Debí dejarlo como mi tercero en discordia, y no andarlo presumiendo como novio oficial y mi “caso de éxito” de culturización para adultos. Sé que lo sabes perfectamente, aunque niegues tus errores por aparentar que tienes una pizca de humanidad… Por lo menos agradece por mi Eme de McDonalds.
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Mechones rojos
Addy Castillo Espínola
La puerta se cerró y el silencio cayó como losa sobre la cama. En medio de los doseles y las sábanas revueltas yacía el cuerpo inmóvil de Monserrat. Desnuda y con las extremidades en aspa, mostraba impávida su sexo enmarañado y lleno de residuos de semen, sus ojos fijos miraban hacia el techo y su boca en un rictus de horror dejaba entrever un enorme hueco entre sus dientes. Las piezas faltantes estaban en el suelo, junto al buró de imitación madera. La luz tenue, robada del anuncio de neón de la calle frente al edificio, apenas si iluminaba la superficie opaca de sus ojos, el ocre era el color predominante de la habitación y era también el olor. Aun no llegaban las moscas y eso revelaba el poco tiempo que llevaba Monserrat pudriéndose sola. Su cabellera rojiza, otrora abundante, arrancada en jirones, dejaba áreas denudadas en su cráneo, el cuello aparentaba estar adornado con una especie de banda negra, pero un análisis más cercano dejaba vislumbrar la marca de cuatro dedos a la derecha y cuatro más a la izquierda, hasta el cuello parecería el de un grácil cisne, si no estuviera en una elongación y ángulo humanamente imposible. Una bocina lejana emite ondas que integran alguna canción de gusto popular que inunda el cuarto y entonces todos los rincones se convierten en parte de un escenario surrealista de cualquier película mala. Afuera del cuarto, el policía novato vomita entre arcadas, sostenido por un colega casi igual de nauseoso que él. Frente a ellos, mirando como se salpican los zapatos por toda esa basca; inmóvil, pálido y ocultando el temblor de las manos agarradas con las esposas, enciende un cigarro, cubriendolo del viento frío de esa madrugada que entra por donde entra aquella música espantosa. Ha reconocido a Monserrat tras unos segundos que le llevó despabilarse; su mirada sigue la ruta de los mechones rojos desperdigados por la cama; y así logra reconocer a Violeta, Julia, Regina, Graciela, Claudia y Romina. Todas con el cuello destrozado en un cuarto miserable, desnudas y con huellas del último trance sexual en sus cuerpos inermes. Siete mujeres ya. Siete mujeres menos Monserrat era la más joven, la más nueva en ese barrio rojo. La conoció durante las vueltas de siempre, y después del descubrimiento del cuerpo de Romina creyó que todo había terminado. La cabellera roja era reluciente, larga , ondulada; más de una vez mientras hablaba con ella, sintió el deseo de sumergir la nariz y las manos en cada parte de ella. Acurrucarse en su cuello, aspirar su aroma a niña-mujer salvaje, erotizada y pública. No era la primera vez que su deseo afloraba frente a las profesionales del barrio rojo, pero si fue la única en la que deseó no recordarlo. El humo del cigarro se interpone a las figuras de los policías que lo insultan y jalan para que se ponga de pie. Siente la brisa astillar su piel desnuda. Hoy, por primera vez, mientras apretaba ese grácil cuello hace apenas unas horas, por primera vez deseó no seguir sintiendo aquella necesidad y que no hubiera sido Monserrat la que había estado en esa cama con él.
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Mis queridos padres Ronnie Camacho Barrón ¡Los macarrones están listos! ¿Sabes?, nunca pensé que te traería a casa, no eres muy simpático y realmente muchos te tenemos miedo, pero bueno mis padres querían conocerte y que mejor forma de hacerlo que invitándote a cenar. Ya quiero que den las ocho para que se despierten y al fin te puedan conocer. Yo sé que para ti es muy gracioso molestar a los demás y más centrarte específicamente en mí solo porque soy adoptado, pero Mamá y Papá ya me había advertido que muchas personas no lo entenderían y que otras más se reirían de mí solo por eso. Siendo sincero no te entiendo, pero debo admitir que, durante el día mi vida sin ellos es muy solitaria, pues tengo que levantarme desde muy temprano para ir a la escuela, solo para que me molestes, luego saliendo tengo que ir a hacer el súper y finalmente llego a casa a prepararme la comida. Tal vez mi vida no sea como la tuya o la del resto de los niños, pero no me siento mal, pues desde el principio mis padres me han hecho saber que si bien la sangre no nos une, ellos me aman con todo su corazón. Y cuando despiertan juegan conmigo, me ayudan con la tarea y tratan recuperar todo el tiempo perdido, antes de que yo tenga que ir a dormirme. Ellos son magníficos y de hecho, su historia favorita y la que siempre relatan al resto de la familia, es la de cómo me encontraron y aunque la he escuchado miles de veces, siempre es un gusto para mí, oírla de nuevo. ¿Quieres escucharla? ¿No? Bueno, de todos modos te la contaré. La primera vez que me vieron fue al conocer a sus vecinos del departamento de arriba. Al parecer mis verdaderos progenitores eran una pareja joven y sin experiencia que recién se había casado y trataban de formar una familia juntos. Pero lo que parecía el comienzo de un
cuento de hadas, terminó siendo una horrenda pesadilla. Como los vecinos de abajo, mis padres adoptivos fueron testigos de todos los gritos, pleitos y amenazas que se suscitaban entre la joven pareja del piso de arriba. Cuentan que, sin importar la hora, fuera día o de noche, ellos escuchaban mi incesante y desgarrador llanto que en ningún momento mis verdaderos progenitores se molestaron en calmar. Pasaron los meses y las cosas fueron de mal en peor, fue así que mis padres decidieron hacer algo al respecto, y aunque habían tratado de mantener un perfil bajo después de haber tenido problemas en su antigua ciudad, decidieron rescatarme. Con sigilo, se adentraron en el departamento de mis padres biológicos y lo que vieron, los horrorizó. Las personas que me dieron la vida tenían su casa hecha un muladar, comida vieja se podría en la nevera, botellas de cerveza se esparcían por todo el suelo y yo dormía en una cuna repleta de basura, con el pañal lleno y evidentes signos de desnutrición. Fúricos por lo que vieron Mamá y Papá trataron de encontrar aquellos monstruos para hacerles pagar, pero por más que buscaron solo encontraron señales que delataban que se habían marchado hacía tiempo. Mamá dice qué al verme, el primer pensamiento de ambos fue llamar a una apropiada institución para que se hiciera cargo de mí, y aunque estaban decididos a hacerlo, cambiaron de opinión, cuando me tuvieron en brazos. Con mucho cariño y un brillo en los ojos, ellos siempre relatan que desde el momento en que sintieron mi tibia cabecita y mi entre cortada respiración, su corazón se derritió por completo. Pues en sus palabras yo era una bolita de carne, tan tierna y adorable que tuvieron que hacer un esfuerzo enorme para no comerme. septiembre 2020
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Desde entonces y sin que nadie se les opusiera, me criaron con el mismo amor que le darían a un hijo verdadero. A diferencia de la relación de mis verdaderos progenitores, la relación entre mis padres adoptivos llevaba siglos de existir, aun así, fue difícil para ellos adaptarse a mí, después de todo, las personas como ellos no suelen tener hijos. Imagina la sorpresa de todos, mis tías y tíos, cuando se enteraron de mí, aun hoy no puedo estar cerca de algunos de ellos sin que mis padres estén presentes. Durante mis primeros diez años de vida me criaron como uno de ellos, dormía durante todo el día y jugaba con ellos toda la noche, pero con el tiempo, cuando notaron que más que acostumbrarme todo eso me hacía daño, decidieron criarme de un modo más “normal” Cuando tuve la edad suficiente para valerme por mí mismo ellos recuperaron su habitual costumbre de volver a dormir durante el día y dejaron que me hiciera cargo de todo, la luz, el agua, la comida, etcétera. Pero sin importar qué, cada noche les cuento cómo me fue durante el día; y fue así como supieron de ti y de todo lo que me haces. Hubieras visto la cara que pusieron cuando les mostré los primeros moretones que me hiciste o cuando les repetí todos tus insultos o peor aun, cuando supieron que me bajaste los pantalones frente a toda la clase. Estaban tan molestos que no puedo ni describirlo; de hecho, no tendré que hacerlo, justo ahora acaban de dar las ocho, estoy tan contento, ¡Por fin los vas a conocer! Mientras espero en la mesa del comedor las puertas del sótano se abren y de ellas emergen mis padres. Lucen somnolientos, se estiran y bostezan de tal forma que dejan expuestos sus afilados colmillos, para mí es algo normal, pero para mi diario agresor es razón más que suficiente para comenzar a temblar en la silla en la que lo tengo amarrado.
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Cuando mis padres me ven sus ojos se iluminan. ―Hola Má, hola Pá. ―Hola, tesoro― me abrazan y, a pesar de sus cuerpos fríos, puedo sentir lo caluroso de su afecto. ―Éste es Ricardo, el compañero de quien les hablé. ―¿Con que éste es el niño, ¿Eh? ―pregunta mi padre con desdén. ―Es el compañero que todos los días me molesta y se burla de mi por ser adoptado. Al enterarse de quien es, mis padres gruñen furiosos y en un parpadeo se plantan frente a él. ―¡Jamás debiste meterte con nuestro niño!― ruge mi madre a centímetros de su cara. Ricardo comienza a suplicar bajo la mordaza que aprisiona su voz y a pesar del desagrado que siento por él, les pido que se detengan. ―¡Mamá, Papá, esperen!, quiero escucharlo. Ante mi extraña decisión mis padres se detienen, intercambian una mirada confusa y tras unos segundos de dudas, obedecen y le quitan la mordaza. ―¡Perdóname Francisco no vuelvo a molestarte, yo…y…yo solo estaba jugando pero te juro que a partir de hoy no me vuelo a meter contigo!― promete. Sus súplicas y lloriqueos me hacen pensar; y aunque me gustaría creer en sus palabras me gusta más comer en familia, que comer solo mis cotidianos macarrones.
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Tres cuentos Rusvelt Julian Nivia Castellano
Apocalíptica Desde el ayer hasta el hoy, las bombas explotan en la ciudad de Gaza. Abajo se vienen las edificaciones; las casas y las chozas, quedan derrumbadas. Todo está caótico entre los bombardeos y la humareda. Aquí tiembla esta urbe con estridencia. Por tales horrores, sufre esta población humana, presenciando a la misma guerra, que los descalabra. Muy grave, se halla la desesperación, los pobres sobrevivientes salen a las afueras, revueltos en angustia. Las familias corren despavoridas por las calles, huyen de los ataques terroristas. En despliegue, unas se dirigen hacia los refugios y otras van a meterse en los túneles. Cada persona, trata de esconderse con rapidez entre los rincones. Igual, los tanqueros enemigos persisten con sus cañonazos. Desde la frontera; los milicianos van lanzando misiles a los ciudadanos desprotegidos, imponiéndose por el fuego violento. Y enseguida, recaen los estallidos contra mucha gente de esta región palestina. Así que de súbito; resultan madres moribundas en los arenales, descubriendo sus dolores y sufrimientos, resienten ellas sus heridas reventadas, gimen en medio de la agonía. Más declinados, los jóvenes aparecen chorreando sangre, repletos de magulladuras. Mueren al mismo tiempo, niños y niñas, fallecen tumbados contra la tierra, ya masacrados por la ofensiva de los asesinos. Desigual a la hora, pasa esta invasión guerrerista en los barrios marginados de la capital gazatí. Los civiles andan presentemente metidos en una pesadilla. Más aún, resuenan los torpedos tremebundos, que destrozan apartamentos y destruyen los hogares, seres humanos allí son matados. Eso la candela rebulle adentro en los distritos catastróficos. Entre los retumbos, centenares de personas se tropiezan contra las paredes y ellas terminan enterradas bajo los escombros. Ahora este territorio se ha vuelto una necrópolis, la urbanización está casi toda destruida. Acontece en realidad lo terrorífico. Hay muchos desangrados en esta ciudad del medio oriente. Y por tal genocidio; solos y entre ruinas, los huérfanos gritan la pérdida de sus seres amados, ellos enlutados, lloran a los suyos, desamparados entre esta mortandad.
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Pobre mártir El niño se encuentra en medio de la guerra. A plena luz del día, corre por una calle de Alepo. Va rápido por entre las ruinas; yendo desesperado, procura esquivar los fusilazos de los militares, quienes armados con metralletas, disparan contra los rebeldes. Eso balas van y vienen por los aires, sólo suenan los estruendos aterradores. Mientras, sigue avanzando el niño por un costado de la calzada, se sabe vestido de gris, suda según como agita los pasos hacia adelante. Pasa por varios tugurios de la ciudad. Cuando de pronto, se acrecientan los tiroteos en las afueras, se tornan más tremendos. A lo cierto, ya aparecen varias personas heridas, tiradas en el suelo. El pequeño sirio, remonta entonces unas rocas y pasa a recostarse contra la pared de una edificación. Ahí entre la angustia, permanece en silencio, aguarda el momento oportuno para reanudar su ida hacia los albergues. Precisamente; no tiene otra salida, él está solo, hace unos minutos murieron sus padres por las avionetas bombarderas. En el barrio donde ellos vivían, las explosiones fueron terribles, se derrumbaron las casas y la gente fue quedando destrozada, simplemente al rato surgieron de los escombros, unos pocos moribundos. A causa de esta situación, ahora el niño sirio, lucha por su vida, se esfuerza por llegar a los cambuches de los asilos. Aún estando detrás de la pared, capta los gritos de los soldados y oye las ráfagas de las balaceras. De a poco, percibe que los bandos pelean hacia el norte, supone sus movimientos hacia esa dirección montañosa, persistentes ellos en combate. De más, por esta realidad caótica, él piensa la evasión complicada y un poco llora. Desafortunadamente, tiene que arriesgarse y entre el peligro, se alista para arrumbar hacia el oriente, toma impulso y sale en picada a la carretera destapada, corre con todas sus fuerzas, yendo de largo por entre los caserones. Con agilidad, saltea pedazos de muros, rebasa unos cadáveres, recorre varias cuadras medio destruidas. De seguido, voltea el niño en una esquina, se resbala al dar la curva, vuelve y se levanta del arenal, pronto reimpulsa su marcha fugitiva. Ya avanza precipitosamente por la calzada, adelanta unos almacenes saqueados y una vez ve cierto atajo, se mete por el callejón, mientras estallan por los rededores las bombas. Momentos después; va el niño derecho hacia las carpas plásticas, que avista a lo lejos entre el sol anaranjado. Así que sin renuncia, agiliza su travesía por el tierrero, dando largas zancadas, trasiega por entre la trocha polvorienta. Ahora este sirio, sale a un campo de aridez y desechos, donde más allá de este paraje, ve el albergue. A lo decidido, pues coge por este tramo, moviéndose con intrepidez, ladea hacia donde hay restos de construcciones. Entre los instantes, prosigue a lo veloz por un sendero, queriendo llegar al asilo. Cuando intempestivos, los milicianos vuelven por ahí a retundir sus ofensivas, ellos ponen a tronar sus fusiles y vuelan los tiros como rayos, menos el niño, no se alcanza a agachar y de súbito, recibe tres balazos en la espalda, cae ahora contra las piedras, botando sangre y ya todo desparramado, muere.
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Los títeres del castillo Desde hace años; los artistas, sabían que el reinado de Lugonia era un teatro. Allí, los altos cortesanos, quienes provenían de tradición monárquica, siempre eran los que decidían por el país feudal y no los hombres y mujeres del pueblo, los trabajadores honestos. A las mayorías, obligaban a obedecer, reprimían sus derechos a la ilustración, mandados estaban por medio de los capataces, quienes golpeaban a los pobres. Ciertamente, había multitudes de esclavos por aquella época, ellos cargando del bulto, yendo por entre la miseria humana. Entre tanto, para la fortificación del imperio, surgía cada cuatro años una maquinaria de publicidad, cual se movía en función del poder, porque era de los reyes. Y esta existía para mantener a la sociedad confundida. En tales tiempos, inventaban las comedias y tenían hipnotizada a bastante gente. La mayoría de pajes, ofrecían un poco de noticias pomposas, distorsionando la realidad, divulgaban sus imposiciones con trampas. Qué dizque tocaba votar por el reinado y qué la resistencia al espectáculo, no poesía validez. Pues los siervos del campo, no podían reclamar nada y simplemente si protestaban, varios eran atrapados y luego eran llevados a las mazmorras, allá donde los dejaban abandonados. Para otro colmo, los cortesanos arreglaban como fuera posible a un rey, porque dizque la participación en blanco, si ganaba en el torneo, no tenía poder de decisión. Esto mostraba que toda la trama era engañadora. Obligatoriamente, los burgueses ponían a testarudez un rey, vistiéndolo con su nuevo traje. Este dictamen, igual venía de los de arriba, apoyado por los invasores extranjeros. Y por supuesto, la coseidad siguió por el mismo espacio vicioso, subieron rabiosos tiranos, que hicieron el mal durante largos años en Lugonia. Así por el caos; los aldeanos presenciaron en el reino la barbaridad, sufrieron en las regiones la represión, capataces a caballo, quemaron sus villas y madres con niñas, fueron asesinadas. Asimismo, jóvenes murieron azotados bajo las minas, sucedieron los hechos horribles, pasó por allí y por allá, lo tenebroso del vasallaje. Todo hasta un día, cuando los obreros no se aguantaron más la subyugación que padecían y entonces juntos, reaccionaron de frente a sus vidas, por una política justa. De hecho, se agruparon en vanguardia con los artistas y emprendieron hacia adelante la revolución, siendo rojos, lucharon por sus ideales más humanos. A lo raudos, recorrieron el monte y pronto llegaron a su destino. Más con valentía, enfrentaron a los guardias del castillo y pelearon contra sus fierezas, propiciando la sublevación, lo dieron todo en el campo de batalla, se impulsaron en perseverancia y ya tras la reyerta, ellos consiguieron la independencia. Años después; románticos estos hombres, levantaron a la patria.
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En la primera línea —¡Aquí lo tienes gordito! ¡El regalo de cumpleaños, como lo prometí!— fue lo que Orestes escuchó mientras estiraba el brazo para recibir de uno de sus compañeros una servilleta arrugada en forma de bolita. La introdujo en el bolso interno de saco y se sirvió de la cafetera que tenía al frente. El reloj en la pared señalaba a las ocho de la mañana. La perilla de una radio giraba, entre los dedos de joven que buscaba una sintonía de cumbias. Los primeros rayos del sol entraban por las persianas, empujando por debajo de los escritorios las últimas sombras de la madrugada. Orestes era un empleado con sobrepeso, tímido y con lentes de gruesos cristales. Caminó del coffe-break a su escritorio igual que los demás compañeros de oficina que regresaban a sus puestos con humeantes tazas entre las manos. Se sentó frente a su computadora, dio su primer sorbo al café: sabía que éste sería diferente a los anteriores. Cerró los ojos para disfrutar lo que prometía ser el único placer de las próximas ocho horas. Con su imaginación pudo ver, desde su mente, los rayos cafeína que recorrían la red del su sistema nervioso. Pensó de igual manera que sería un buen día para hablar con Marina y romper de un solo golpe con todos los deseos reprimidos durante años,¿qué podía salir mal? Había analizado todas posibilidades con sus respectivos planes de reserva. El momento idílico no tardó mucho. La alerta antisísmica emitió una alarma. Un lápiz rodó en el suelo. Después de un instante las miradas de los oficinistas subieron al techo. Orestes vio salir del baño a Marina. La mujer se acomodaba la falda con las manos mojadas. Él la siguió observando, pensando en que la mujer de sus fantasías eróticas se veía más sensual con el rostro mostrando miedo. Todos se dirigieron de prisa al centro de la oficina. Mario, un sesentón extremadamente flaco dijo, apuntando al techo con algo de teatralidad dramática: “¡Vean!¡Las lámparas no se mueven!”
Iván Espadas Sosa En aquel momento escucharon un fuerte zumbido desde el exterior, como si el viento se desgarrara en dos. La claridad del sol que entraba atreves de las persianas fue interrumpida por al menos media docena de sombras que pasaron muy rápido. Mario, asumiendo el liderazgo del grupo, tomó el control remoto de la tele y la encendió. En la pantalla vieron a la conductora de las noticias con los ojos inundados de lágrimas pero todo era silencio. Uno de los oficinistas gritó: — ¡Por un demonio!¿Qué esperas? ¡Súbele el volumen! Mario apuntó a la tele con el control a pescó el botón del volumen, pero sin éxito, en la pantalla la chica de las noticias ahora lloraba a todo pulmón. Todos se miraron a la cara asustados. Uno de los presentes trató de arrebatarle el control a Mario diciendo: “¡ya se te olvidó utilizar este aparato, así como vamos a saber que está sucediendo afuera!” Pero opuso resistencia apretando la mano: el control cayó al suelo rompiéndose. Durante el forcejeo la pantalla había quedado gris, sin señal. Todos voltearon al mismo tiempo hacia la radio pero ésta emitía sólo un sonido de “bip” cada determinado número de segundos. Sobre el receptor, desde años atrás, se encontraba la figura de un cerdito rosado de porcelana con una risa siniestra. En ese momento parecía que la figurilla de porcelana se reía de todos. Mario, quien décadas atrás había visto morir su sueño de ser actor, pensó que nada mejor que un drama de la vida real para interpretar a su mejor personaje. —Sigamos el protocolo. Orestes se desabrochó el nudo de la corbata, dio unos pasos ligeros hasta su escritorio y tomó de éste una tortuga. Ésta era artesanía no más grande que un puño y tenía la peculiaridad de tener la cabeza móvil, muy
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sensible a cualquier movimiento :incluso la brisa del aire acondicionada la hacía mecerse todo el día. Los oficinistas movieron algunos escritorios y sillas, colocaron la tortuga en el suelo e hicieron un círculo alrededor de ella. Mario se inclinó, bajando la cabeza hasta estar frente a frente con la tortuga. En segundos se incorporó diciendo: Si es un temblor, ya ha pasado. La tierra no se mueve más. La desesperación y el miedo desaparecieron de los rostros. Marina se dirigió hacia la ventana, sus manos jalaron de las persianas y su mirada quedo fija al exterior mientras gritaba: — ¡Alguien vea allá fuera! ¡Hay columnas de humo y las nubes están muy raras!¡Parecen manchas negras! Un joven de nombre Rivelino, que minutos antes buscaba música en la radio, extrajo del interior de su saco un libro de pasta negra, alzó una de sus manos y cerró los ojos: ¡Es el fin de los tiempos! ¡Juan lo menciona en el libro del Apocalipsis! Orestes se secaba el sudor del cuello y frente con un pañuelo. Mario sintió en ese momento que la luz de un reflector caía sobre él y dijo:“salgamos”. Orestes fue el primero en emprender la carrera hasta las escaleras, una mano en el pecho, la otra en los pasamanos, y el portafolio aprisionado bajo el brazo. Junto al resto de sus compañeros descendió los seis pisos del edificio mientras pensaba en la muerte escalón tras escalón. Recordó que estaba a tan solo un día de cumplir los cuarenta y cinco años: seguramente el pastel que comería en solitario tendría que esperar. Todos llegaron al centro de reunión en el exterior del edificio: la calle y la ciudad misma parecía vacía. La alarma sísmica seguía con su alerta. Los oficinistas pudieron observar algunas columnas de humo muy angostas y tan altas que se perdían el cielo: Marina no había exagerado con las nubes de manchas negras. Rivelino, con el Nuevo Testamento en mano, expresó: — ¡Miren el sol!¡Tiene un aro de sangre que se mueve a su alrededor!¡Es el final! Mario le apuntó amenazadoramente. —¡Estás loco! ¡Sólo empeoras este momento! Tendrás que callarte: el sol es el mismo de todos los días 50
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El joven contestó a gritos, dirigiéndose a todo el grupo : Si es un temblor, ¿porque demonios no tiembla? A todos les extrañó la extraña conversión de Rivelino ya que tenía la reputación de sinvergüenza. Incluso, lo más extraño era que hasta ese momento no había salido ninguna palabra de la boca don Delio, un ministro cristiano, quien nunca perdía la oportunidad de expresar citas bíblicas entre los oficinistas. Después de formular su pregunta el joven Rivelino corrió a una calle alterna perdiéndose de vista del grupo. Marina ya había recuperado la calma. Tomo su teléfono, marcó y se lo puso al oído. Minutos después fue bajando su mano muy lentamente. —Supongo que, desde el principio, se dieron cuenta que no hay comunicación, no hay Internet: no hay nada. En silencio todos movieron las cabezas con los teléfonos en las manos. De pronto, escucharon un rugido como si una montaña se partiera en dos o como si un edificio se hubiera desprendido de sus cimientos para caminar, los letreros de las calles empezaron a vibrar, algunas bombillas del alumbrado público explotaron. Una parvada de aves atravesó el cielo. Mario, quien en ese momento se había dado cuenta de lo difícil que era actuar en la vida real, dijo, apuntando hacia arriba: “¡miren!” Los oficinistas vieron al menos una docena de aviones caza volando en formación: parecía el espectáculo de un desfile militar de no ser por que dos de las naves explotaron en el cielo ante sus ojos. Las sirenas antisísmicas callaron para darle paso a los altavoces. Escucharon, por primera vez, la voz de alguien que no era uno de ellos. —¡Nuestra nación ha sido invadida en una guerra no declarada!: el enemigo una potencia militar que ha destruido todas las fuentes de comunicación civil. Por tratarse de una ciudad fronteriza nos encontramos en la primera línea de batalla…repetimos: hemos sido invadidos y nos encontramos en guerra, nuestras autoridades civiles han interrumpido las garantías individuales… manténganse en grupos en sus centros de reunión: muy pronto personal militar se contactara con
ustedes. Manténgase pendientes y disponibles a reclutamientos…todo acto de insubordinación será considerado como alta traición, con castigo sumario. Mariopor primera vez perdió la calma —¡Una guerra! ¡Quién putas madres nos ha invadido! Las mujeres del grupo empezaron llorar. Orestes, que hasta ese momento no se había despegado de su portafolio, lo abrió y sustrajo media docena de folletos para revisarlos mientras murmuraba: —Manual para casos de temblor, manual para casos de maremotos, manual para la epidemia bubónica, manual para caso de terrorismo ¡Pero, nada!¡Absolutamente nada para una invasión militar del vecino! Orestes dejo caer al suelo los folletos. Tendría que buscar alguna ventaja que lo alejara de un eminente peligro de ser reclutado: no tardó en darse cuenta que tenía muchas: era miope como un topo, su sobrepeso era más que evidente y la báscula no se cansaba en advertirle de sus veinte, quizás treinta kilos de más. También estaba su edad: se encontraba a veinticuatro horas de cumplir cuarenta y cinco años. ¿Quién lo iba a reclutar cuando todos saben que la guerra era para los más jóvenes? En ese momento Marina gritó en llanto, desesperada: “¡Y si nos lanzan una bomba atómica! ¡Dios mío! ¡Moriremos todos!” En ese momento el ministro don Delio se quitó la corbata y se empezó a deshacerse del saco. Todos creyeron que predicaría pero, en lugar de ello, gritó: — ¡Vamos a morir!¡Forniquemos todos como animales! Don Delio se abalanzó sobre Marina, intentándole bajar el escote del vestido. Pero Orestes se acercó a liberar a la chica del “santón” quien quería morir como nunca había vivido. El gordito alzó su pesado maletín lo para impactarlo en la cabeza del agresor, quien cayó al piso, inconsciente. Orestes y Marina se miraron como nunca antes lo habían hecho. En ese instante escucharon fuertes detonaciones y disparos de metralletas que parecían venir de lejos y no pasó mucho tiempo antes de
aparecerse una unidad militar con camiones de transporte de tropas y vehículos blindados. En un segundo ya tenían delante de ellos, a un alto mando militar que no hizo pregunta sino que dio órdenes: —La misma situación a hecho que seamos la zona cero del conflicto: pronto tendremos la honra de ser la primera línea de defensa. Mario dijo en tono de reclamo: —Un momento: nosotros no tenemos ningún entrenamiento militar, podemos auxiliar, pero no entiendo esto de estar en la primera línea. Dos soldados se acercaron Mario y le dieron un fuerte golpe en el estómago con la culata de un fusil: el hombre se desvaneció, los militares lo alzaron, lo amarraron de un poste y aun no regresaba del letargo cuando un pelotón de fusilamiento se plantó delante de él. Seis balas se incrustaron en el pecho del actor, quien posiblemente representó así el mejor papel de toda su vida, al menos a lo que al final del acto se refiere. En cuestión de segundos había desaparecido quien hasta el momento fue el hombre que había asumido el liderazgo. El general dijo, mirando a los otrora oficinistas: “¿alguna pregunta más?”.Marina respondió, apuntando al que hasta hace unos minutos había sido su agresor “¡este hombre es una agitador!” Todos dieron su afirmación moviendo la cabeza. Un par de militares tomaron al hombre, este se resistió, tratando de aterrizar golpes y lanzando maldiciones. Lo introdujeron en una camioneta, de donde nunca más sele volvió a ver más. Después de un breve silencio, el militar dijo, muy erguido y con las manos en la espalda: —Las mujeres diríjanse a la unidad que se encuentran ahí. Ustedes servirán para labores de enfermería detrás de las trincheras que se están levantando. Los hombres serán sometidos un interrogatorio y a una valoración. De esto dependerá su presencia en la primera línea. Llegó el turno de Orestes. Un militar lo observó por todos los ángulos y dijo: — ¡Usted está gordo!
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Orestes, que nunca antes había estado tan orgulloso de su obesidad, respondió: — ¡Sí, señor! Debería estar en setenta pero tengo cien, y tal vez más. El soldado, tras un breve silencio, afirmó: —¡En la Primera Guerra Mundial los británicos gordos realizaron grandes proezas! ¡Sí! Una bazuca antitanques pesa treinta y cinco kilos: usted podrá alzarla sin problemas Orestes se dijo a sí mismo que había perdido la primera batalla pero aún le quedaban cartas bajo la manga. El militar le preguntó: —Y de la vista, ¿cómo está usted? —Mal, muy mal: vea lo gruesos que son los cristales de mis lentes. El soldado le preguntó: —¿Usted puede distinguir a un elefante que cruza hasta la otra calle? — Sí…un elefante, sí —contestó, balbuceando, Orestes. —Yo no lo veo como francotirador sino más bien como unidad antitanques: a lo que usted le disparará son tan grandes como elefantes. La última pregunta:¿cuál es su edad? Porque no podemos reclutar a nadie con cuarenta y cinco años o mayor. — ¡Tengo cuarenta y cinco! —dijo Orestes, sin ocultar su emoción y mirando su reloj—. En menos de ocho horas cumpliré cuarenta y cinco. El militar le hizo un saludo marcial: — ¡Felicidades soldado!¡Usted estará en la primera línea para evitar que entren los tanques enemigos! En menos de ocho horas estará probablemente bien muerto. Minutos después de su reclutamiento Orestes se sentaba en la parte trasera de un vehículo para transporte de tropas. Sobre su camisa y corbata portaba una chamara verde olivo y en las manos un pesado lanzagranadas. Observó que el conductor del vehículo y era el joven encargado de las fotocopias, Rivelino, el mismo que durante la crisis anunciaba el fin del mundo y que, seguramente, no
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avanzó mucho antes de ser reclutado. Orestes se preguntó:“¿qué demonios puede saber Rivelino de transporte militar?” La pregunta fue más que profética: el inexperto chofer tenía la capacidad deber señales apocalípticas como al sol sangrar pero no se percató de una mina terrestre que el ejército había sembrado, en espera de las tropas enemigas. El vehículo voló por los aires, superando la altura de un edificio de tres pisos y regresó al suelo llantas a arriba. No hubieron explosión ni fuego: sólo un fuerte impacto. Muy cerca, el viento arrastró por los suelo una hoja en forma de tríptico que decía:“manual para temblores” Orestes sintió que algo pesado sobre el pecho le impedía moverse. Enseguida pensó que era el lanzagranadas, abrió los ojos y se percató que era un pedazo de cañería. Había poca luz: el sol se colaba a través de una grietada pared que se parecía mucho a la de su oficina y muy pronto alcanzo ver entre los escombros que lo cubrían a un hombre con casco industrial y una manta que le tapaba casi toda la cara. Le decía:“soy rescatista, mantén la calma mientras llegamos a ti”. pensó que su mente le había jugado una broma, creando la alucinación de un mal momento para encubrir otro igual de atroz e intentó esperar su recate con cierta serenidad pero su paz fue interrumpida por el rugido de los tanques blindados y de bombas que caían de los aviones. Orestes cerró sus ojos por unos minutos, sintiéndose atrapado en medio de dos pesadillas: los fue abriendo poco a poco y vio su rostro reflejado en un líquido negro. Escucho la voz de Rivelino diciéndole: “Escúchame bien, gordito, tan solo es media pastilla en el café… no más”.
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Los deseos de serena
J. R. Spinoza
Fragmento de novela CAPÍTULO CINCO La boca de Axel era suave. Lo besé. En un principio con cierta timidez, pues mi fantasía se volvía realidad y tenía miedo de que en cualquier momento me despertarán de un profundo sueño. Pero no pasó, era real, estaba ocurriendo. Me temblaban las rodillas y la temperatura de mi rostro pudo haber evaporado el agua. Como él me devolvió el beso, decidí continuar. Abrimos nuestras bocas y le dimos paso a nuestras lenguas. Nunca lo había hecho antes, pero ahora podía entender perfectamente por qué los adultos lo hacían. Por veinte minutos no hablamos. Éramos mudos. Sólo dos amantes que no conocían otro lenguaje que el de intercambiar saliva. Cuando nos separamos, él fue quien tomó la palabra. —Me fascinas —dijo mientras acariciaba mi mejilla. Ese precisamente fue mi deseo número veintidós, que Axel quedará fascinado con mi belleza. Mi deseo veintitrés tenía el mismo destinatario, que mi compañía le resultara muy placentera. —¿Vas a pedirme que sea tu novia? —Claro que sí —me respondió— estar contigo es muy placentero. Me chocaba un poco la exactitud de sus respuestas, pero no me podía poner muy exigente, James hacía lo mejor que podía. Fuimos al centro por un helado. Descubrimos que ambos teníamos debilidad por el cookies & cream. Después de una tarde que me pareció eterna y al mismo tiempo fugaz, lo llevé a su casa. Conduje hasta el otro lado de la ciudad. No me molestó en lo absoluto, hasta que llamó su madre para preguntarle si estaba bien y me invadió el sentimiento de que yo era mucho más adulta que él. Medité sobre eso de regreso a casa. Tenía todo lo que siempre había deseado, pero aun así sentía que
algo no estaba bien, como si faltase algo, un hueco, un vacío. James debió notar mi malestar. —¿Te encuentras bien? —Sí —mentí. —Sabes, eso que sientes es normal. —¿Cómo sabes? ¿Acaso lees mi mente? —Bueno… soy un genio, tengo grandes poderes. Lo importante es que sepas por qué te estas sintiendo así. Ha sido muy común entre mis amos, ¿sabes?, ese vacío que sientes tiene una explicación. —¿De verdad?, ¿cuál es? —Muchas personas creen que si tuvieran ciertas cosas serían felices, pero no es así. A veces lo que necesitan es algo más. La verdad es que para poder usar bien los deseos debes conocerte a ti misma. Llegué a mi casa una hora antes que papá. Después de estacionar el auto me topé con Ami, quien traía un plato de galletas. —¿Y eso? —pregunté. —Pensé que, si te iba a guardar tus secretos, tú podrías guardar también los míos. Usé el horno. Fue muy fácil, vi como hornearlas en internet. —Es muy peligroso que tú… —el olor a la pasta de las galletas era muy intenso. Seguramente le habían quedado crudas. Pudo más mi antojo que mi papel de hermana mayor y tomé una de sus galletas. Le habían salido muy bien las chispas de chocolate. Le di una buena mordida, esperando lo peor. Para mi decepción le habían quedado riquísimas, estaban suaves, pero no aguadas, la combinación de la pasta que usó con las chispas de chocolate produjo una explosión de sabor en mi paladar. La maldita horneaba galletas a la perfección y a mí se batía un pinche arroz. Ami se sentó en el sofá donde se había procurado una mesita, un vaso de leche y el libro que compró con mi soborno.
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—¿Qué lees? —le pregunté. —Las mil y una noches —respondió mostrándome la portada. Era un libro de color morado y rojo. El título estaba escrito con letras doradas. Mostraba unos castillos árabes y un par de personas volando sobre una alfombra. —Oh… ¿está bueno? —Sí —dijo mojando una galleta en el vaso con leche—, trata de una mujer a la que el sultán quiere matar y comienza a contarle historias para seguir con vida. —¿Cómo es eso? —Ella deja la historia inconclusa para que el rey continúe interesado en escuchar el final de la historia la siguiente noche. —Oh, por eso el título —Parecía una mujer lista. Me gustaba pensar que yo también era una chica inteligente. —¿Quieres leer conmigo? —me preguntó Ami y por primera vez en tres años me pareció que era sincera y amable. —Sí —dije sentándome a su lado. Comenzamos a leer sobre un tal Simbad cuando sonó el teléfono. Ami contestó. —Bueno, sí, ah, hola, mamá. —Estoy dormida —le susurré a mi hermanita e hice un ademán juntando mis manos para que entendiera. —¿Quieres que te pase a Serena?, está dormida… sí mamá, está bien, sí, yo le digo a papá, también te amo, adiós. Ami colgó el teléfono y me reveló el misterio detrás de la llamada. —No vendrá a casa —dijo—, se quedará toda la noche a doblar turno. Mi padre llegó veinte minutos después. Se veía molesto, incluso se había retirado su gorra del Cruz Azul, mostrando sus pronunciadas entradas. —¡Chingado! —exclamó— ¿alguna vio quién estacionó ese auto rojo en mi lugar de estacionamiento? Mi hermana negó rápidamente con la cabeza. Yo me debatía entre decirle que era mío y quedarme callada. —Creo que vi a un señor de traje dejarlo ahí.
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Lo siento papá, no se me ocurrió decirle que se moviera. —Está bien, hija —dijo desplomándose sobre el sofá, ya más calmado —me tuve que estacionar frente a la casa abandonada de la cuadra de atrás. Eso era. En la cuadra anterior a la mía había una casa en obra negra, donde los vecinos solían tirar su basura, sea quien fuese el dueño, no estuvo interesado en seguir la construcción de la misma, y aunque tenía las paredes y el techo, carecía de ventanas y puertas. Si la compraba podía estacionar mi auto en la cochera, también hacer fiestas e invitar a Axel y estar solos. Pensé que no sería inteligente gastar un deseo en eso. Tenía mucho dinero y una credencial de elector, podía adquirirla por mi cuenta. Le di un beso de buenas noches a mi padre y me retiré a dormir. Había sido un miércoles muy especial. El prefecto Medrano recibió su merecido, me deshice de Luis y Dina, conseguí un auto, aprendí a conducir y lo mejor era que Axel me había hecho su novia. Incluso me alegré de llevarme mejor con Ami y no ver a mamá. Había un torbellino frente a mí. Una nube con ojos monstruosos rugía. Lentamente fue desvaneciéndose, había algo en el suelo que la engullía. De un momento a otro aquel ser fue tragado por completo por un termo. Uno que me resultaba familiar. Me desplomé. Sentí un agudo ardor en todo el cuerpo. Olía a carne quemada. Tanto mis brazos como mis piernas no respondieron. Me arrastré como serpiente hacia un charco de agua. Tal vez con un poco refrescara mi cuerpo herido. Entonces me miré. Era un hombre. Tenía un ojo cerrado y había perdido el cabello y media cara que se encontraba chamuscada. Hundí mi rostro en el agua y el dolor se multiplicó. Desperté. James estaba parado frente a mi cama. Vestía todo de negro. Su camisa le quedaba muy ajustada, hacía que se le marcara la musculatura. El sueño se disipó tras unos segundos, disuelto en lo más recóndito de mi memoria, como el azúcar se disuelve en el agua. —Buenos días, guapo —le saludé dándole un fuerte abrazo y un beso en la mejilla.
—Hoy despiertas muy afectiva, dime, ¿a qué se debe tanta miel? —¿Estás bromeando? —dije mientras me ponía el pantalón—, gracias a mi bello genio he tenido los dos días más felices de mi vida, y planeo que hoy sea el tercero. —Espero que sí —dijo James regalándome una de sus dulces sonrisas—, ¿qué haremos hoy? —Para empezar, vamos a comprar una casa. Una vez arreglada salí del hogar, y decidí no asistir a la escuela. Conduje hasta la casa abandonada y marqué el número que había rotulado en la pared para informes. —Buenos días, hablo para preguntar acerca del terreno. —Sí, diga. —¿Cuánto cuesta?, ¿puedo pagar en efectivo? —¿Eres una niña? —dijo la voz del otro lado— no juegues conmigo, esto es… —Me lo dicen seguido, pero no es el caso —fingí una risa— si me da su dirección puedo mostrarle mi carnet de identidad y podemos negociar la compra. El dueño del terreno era un hombre rondando los cincuenta. Usaba una camisa horrible, de muchos colores y unas gafas muy aparatosas, que en él, resultaban ridículas. Verme conducir mi Lamborghini y mostrarle la credencial fueron pruebas suficientes para que dejara de cuestionar mi edad. —Quiero cuatrocientos mil por el terreno. —Trescientos noventa mil —regateé. —Hecho —dijo el hombre. Me sentí la mejor negociante. Quizá debía estudiar finanzas en la universidad. Le mostré el dinero en la bolsa y lo conté sobre su mesa. Al sujeto parecieron casi salírsele los ojos al verlo. —No deberías cargar tanto dinero, jovencita —dijo en un débil intento por reprenderme. La verdad es que aquel hombre estaba más emocionado contando el dinero. Cuando se aseguró que estaba todo y yo terminé de guardar en mi bolsa lo que me sobró, decidió llamar a un notario. —Descuida —me dijo— haremos esto más rápido porque traes efectivo. Mientras esperaba recibí una llamada. Era mi padre. Le di ignorar. No quería que descubriera que
no había asistido a la escuela. A pesar de que el notario ya traía todo preparado tuve que esperar un par de horas para ver el proceso terminado. Llegaron un par de llamadas más, tanto de mi padre como de Ami. Fuese lo que fuese, tendrían que esperar. Recibí las escrituras de mi casa justo después de pagarle treinta mil pesos al notario. Tal vez sería mejor convertirme en una notaria, ganaban bastante bien. Luego de cerrar el trato y con las llaves y escrituras de la casa en la bolsa, me fui a almorzar unas enchiladas verdes en una fonda. La salsa estaba perfecta, ni muy picosa ni demasiado aguada. Las bañé con crema y regué sobre ellas trocitos de tomate picado. Cada bocado era una caricia a mi estómago. Decidí que almorzaría seguido en aquel lugar y al despedirme dejé una buena propina. Revisé mi celular. Era la una con cuarenta y cinco. Noté que tenía más de doce llamadas perdidas. Quizá sí había descubierto que no fui a la escuela. “Lo más molesto será escuchar la cantaleta de mamá”. Si mis suposiciones eran verdad, no habría mucho que hacer, y daría igual recibir un regaño ahora o en la noche. Le marqué a Axel y nos pusimos de acuerdo para ir a la pizzería cerca de la escuela. La franquicia era famosa por combinar buena comida con juegos de vídeo interactivos. Compré mil pesos en créditos y los gastamos en juegos como si no hubiera un mañana. Mi favorito era el Pump It Up. Susana y yo solíamos jugarlo por horas. Me sentía un poco mal por eso. No es que no disfrutara jugar con Axel, él era amable y me besaba mucho después de cada juego, pero de pronto caí en cuenta que jamás volvería a jugar con la que alguna vez fue mi mejor amiga. —¿Qué te pasa? —Nada. Revisé mi celular. Siete con quince de la tarde. Otras seis llamadas perdidas. Debían estar furiosos conmigo. Casi me hizo sonreír. Con James en mi vida, ya no tendría que preocuparme por eso.
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—Vamos a comer, yo invito. Pedimos una Pizza grande, con las orillas rellenas de queso, con pepperoni, aceitunas negras y champiñones. Me gustaba bañarla en queso parmesano. Cuando terminamos de comer eran casi las ocho. Conduje hasta una cuadra de su casa y le dejé ahí. No tenía ganas de conocer a mi suegra. Se escuchaba bastante antipática cuando hablaba con él por teléfono. Iba rumbo a mi casa cuando escuché un ruido, después comencé a perder el control del volante. Por fortuna no había mucho tráfico y maniobré para orillarme. Me bajé del Lamborghini y noté la llanta trasera ponchada. —Podrías pedir que cambie la llanta. —No, llamaré a un mecánico —revisé en Google al mecánico más cercano. —O podrías pedir saber de mecánica. —Yo soy una dama, se vería mal que estuviera cambiando una llanta. —¿Por qué mal?, te verías súper independiente y sexy. Su comentario me hizo reír. Aun así esperamos al mecánico por más de una hora. “Total, si me van regañar que valga la pena”. Era un hombre gordo y bigotón que me recordaba mucho a Mario Bros. —Muy bien, ya quedó. Serían trescientos pesos. Pagué y conduje hasta mi casa. Se me hizo extraño ver tanta gente fuera, parada en la calle. Pude reconocer a algunos. Mi tío Julio estaba cruzado de brazos en la puerta de mi casa. Tía Margarita, una mujer regordeta y simplona lloraba a moco tendido. Cuando me vio, fue hacia mí y me abrazó con fuerza. Llenándome la ropa un poco de mocos en el proceso. —Lo siento mucho, Serena —dijo antes de dar otro grito de dolor y seguir llorando. —Tía… voy… voy a entrar a mi casa —le dije con toda mi paciencia tratando de zafarme de su abrazo. Dentro de la casa estaba mi padre y Ami. Vestidos de negro. Mi hermana tenía los ojos hinchados como si hubiese llorado mucho. Mi padre, al verme hizo un gesto de molestia y agachó la mirada. Había algo más. Un objeto que antes no
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estaba en mi hogar. Rodeado de flores y coronas de muerto. Era un ataúd. Me acerqué rogando que no fuera verdad. Era una maldita broma o un sueño del que pronto debía despertar. Pero nadie rio y tampoco soñaba. Caminé hacía aquel imponente féretro. Me asomé. Era mi madre. Por eso me habían estado llamando. Recordé la pelea con ella. Fue la última vez que le hablé. Entonces lloré. Derramé todas mis lágrimas sobre el cuerpo de mi madre muerta, con el pecho oprimido y el estómago revuelto. Como si mi llanto fuese a lavar mi pecado. No lo hizo.
CAPÍTULO SEIS Era una niña de apenas once años. Estaba a un par de meses de terminar la primaria. Para mi cumpleaños le había pedido permiso a mi madre de hacer una pijamada. Ella me horneó un pastel y me compró algunas almohadas. Mandó a mi hermanita a dormir temprano para que no se interpusiera con sus travesuras entre mis amigas y yo. Estaba como loca de la emoción. Era la primera vez que me daban permiso de algo así. Mi papá puso muchas objeciones, pero mamá ganó la discusión. Me senté junto al tazón de palomitas a esperar a mis amigas. Susana fue la primera en llegar. Traía consigo un regalo forrado de amarillo con un moño rojo. Era un termo de Mi Lindo Unicornio, a partir de ahí comencé a coleccionarlos. Nos terminamos el tazón de palomitas esperando a las demás. Nunca llegaron. —Seguro que están con Dina —me dijo Susana. Cuando les dije de mi pijamada la mayoría de las chicas del salón se mostraron entusiasmadas, pero un día antes Dina anunció que ella también haría una. Como era de esperarse todas se fueron con ella, todas menos Susana, quien por entonces era mi mejor amiga. Mi madre salvó la noche. Ordenó pizza y nos permitió ver Niñas Rebeldes, la película de
moda, que contenía maldiciones y escenas de sexo ligero. Prohibida para nosotras hasta ese día. Susana y yo nos la pasamos muy bien esa noche. —Polvo eres y en polvo te convertirás —las palabras del sacerdote me regresaron al presente. Era un hombre gordo y casi calvo. Dio instrucción a un par de hombres y estos asintieron con la cabeza. Tomaron unas palas y se aproximaron al agujero en el suelo. Miré cómo iban cubriendo de tierra el ataúd que mantenía dentro a mamá. Una mano estrujaba mi corazón. Miré a mi alrededor. Todos mis parientes estaban ahí. Había un par de señoras que no reconocía, llevaban de esos paraguas negros y oscuros, inmensos, que las cubrían del sol, y tenían el cabello ondulado. También estaba Francisco, mi compañero de clase. Lo descubrí mirándome por unos momentos, me intrigaba un poco saber qué hacía ahí, pero no me sentía con ganas de hablar con nadie. Papá estaba consolando a mi hermanita que no paraba de llorar. La gente comenzó a retirarse. Iban conmigo y me decían palabras como: “lo siento mucho”, “es un gran dolor”, “estamos contigo”. Yo me limitaba a asentir con la cabeza. Después de que el sacerdote se marchó sólo quedamos un puñado de personas, familia muy cercana. El cielo comenzó a nublarse, en cuestión de minutos estaba casi tan oscuro como a medianoche. La primer gota de lluvia cayó en mi cara; era gorda y espesa, no tardaron en seguirle sus más de cien mil hermanas. Un paraguas evitó que me mojara, James estaba parado a mi lado. Ahora recordaba no haberlo visto desde que volví de comprar la casa. No estuvo conmigo durante la velada ni tampoco toda esta mañana del jueves. —James —dije. El deseo que estaba por pedir casi me hizo sonreír, pero reprimí la emoción. —¿Sabes lo que le pasó a mi madre? —pregunté.
—Un accidente de auto. Murió —me contestó sin expresión alguna. —Quiero que la traigas de regreso —le dije apenas abriendo la boca. —¿La desentierro? —¡No!, quiero que vuelva a la vida —dije con fuerza y lágrimas en los ojos —mi familia se me quedó viendo a la distancia, quizá, pensando que estaba loca. —Oh, entiendo… Esperaba ver rayos de colores y el sol bañando el ataúd de mi madre, y ella volviendo a la vida y toda la familia unida en un abrazo. —No puedo —dijo tajante. —¿Qué? —estaba segura de haber escuchado bien, pero pregunté porque quería tener otra oportunidad de una respuesta diferente. —Los deseos no se pueden deshacer, ya te lo había dicho. —Pero a qué hora yo… Entonces recordé mi deseo número trece. «¡Te odio!» —le había dicho a mamá— «deseo que no te vuelvas a meter nunca en mis asuntos.» James había cumplido otro de mis deseos, y lo había hecho a la perfección.
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Dos toneladas de realidad (o estupidez) Daniel Barrera Blake Fue una de las noches más calurosas de las que tengo memoria. El sudor me empapaba las canas en las sienes, junto con las axilas y las intimidades. Incluso los sueños me sudaban en los escasos ratos que lograba dormir. El ventilador no servía de mucho contra el asfixiante calor que emanaba del techo. Bajaba de forma paralizante, escupía el sol absorbido en todo el día. Me sentía clavado en una varilla, dando vueltas en un rostizador. Para colmo, mi esposa con seis meses de gestación era un quejido inacabable, una insufrible sopa de sudores que no paraba de maldecir. —¡Chingada madre, Daniel!, ¿Cuándo vas a poner un minisplit? La tercera noche al hilo de incesante calor, mi mujer por fin pudo destrozar mi renuencia a comprarnos un aparatito de aire acondicionado. Al día siguiente fuimos a la tienda departamental a empeñar el alma y los calzones, a cambio de un moderno minisplit. Lo tramitamos con el crédito de mi mujer, pues para entonces yo había decidido quemar todas las naves y dedicarme a la plástica (por fortuna, meses después cambié a la literatura). Teníamos en mente un precio máximo, el cual quedó en duda al escuchar que el monto que mi mujer alcanzaba de crédito, era el doble de lo que suponíamos. Nos paseamos entonces entre los aparatos en exhibición, con ese aire estúpido de pudientes. Terminamos comprando el aparato más costoso. Dos toneladas de pura ventisca invernal, o de calorcito acogedor para los meses fríos. Dos toneladas que nos traerían comodidad para descansar por las noches. Un descanso muy necesario cuando se vive en constante ansiedad, por no tener para pagar las mensualidades de un aparato, que financiado, ascendía a catorce mil pesos. Llegamos triunfantes a nuestra casa, descargamos del coche los sesentaicinco kilogramos del moderno minisplit de dos
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toneladas. Dos toneladas que, para instalarlas, costaría el doble de lo que hubiera costado la instalación de uno básico y suficiente para enfriar la pequeña recámara. En fin, la instalación tendría que esperar hasta la siguiente racha de buena fortuna. La semana siguiente fuimos bendecidos por un clima caprichoso, que nos mantuvo bajo un cielo alfombrado de nubarrones, por lo tanto, la instalación del aparato no fue necesaria esos días. Los primeros jueves, acudí al banco con religiosidad, a realizar el pago semanal. Pero en agosto mi mujer reventó, y ahora éramos tres los sofocados por el calor nocturno. Con la llegada del bebé, el dinero desaparecía más rápido de lo que entraba y la instalación sufrió varios retrasos más. La religiosidad del pago se fue por la borda en cuanto el bebé comenzó a firmar siete pañales al día. Las visitas al banco se volvieron esporádicas, los intereses se agigantaron. Al poco tiempo los lobos comenzaron a rondar el domicilio, yo me les escondía. Pero uno de ellos tenía tan buen olfato cazador y yo tan poca experiencia siendo presa, que resultó ser mejor tirarme al suelo y mostrarle el vientre en señal de amistad. —Buena tarde, caballero, ando buscando a la señora…—se presentó. Revisó rápido en su tableta el nombre de mi mujer. Estaba de pie, a un costado de su motocicleta de poco caballaje, con un peto y unas hombreras protectoras muy modernas, el casco aún instalado en su cabeza. —Aquí es…—dije resignado. Después de intercambiar dos o tres palabras respecto al atraso del pago del minisplit, le ofrecí un refresco. El cobrador no pudo negarse al vaso de vidrio repleto de hielos, que sudaba frescura y emitía un vaporcillo glacial. Lo invité a pasar al techo del porche y se bebió la oscura sustancia casi de un solo trago. Venía cada semana a la misma hora, justo cuando el sol había perdido su fuerza y
comenzaba su lento descenso. Yo lo esperaba con su Coca Cola en un vaso con harto hielo. Una semana me sorprendió un cobrador diferente, el banco había mandado a alguien más capacitado. Pero lo fui convenciendo también de ser mi amigo y tener piedad. A veces era refresco, pero si era un gordito goloso lo esperaba con una concha o un marrano de pan dulce. Siempre seria menos que pagar la cuenta. Cada tanto, mientras la cuenta crecía y crecía, mandaban un nuevo cobrador con más experiencia, más autoridad y menos corazón. Me sentía en un videojuego, enfrentándome al malo de cada nivel, perdiendo con unos y ganándole a otros y seguir avanzando. Me fui volviendo experto en evadir las odiosas visitas, incluso las sorpresivas fuera de fecha y hora. De vez en cuando tenía dinero para pagar lo mínimo requerido, o la mitad de eso. Mientras, la instalación seguía pendiente. Pasado un año exactamente, me llegó una oportunidad de pago. Podía liquidar el aparato de una vez por todas a mitad de precio, pero tenía que ser en menos de quince días. Pedí prestado, empeñé la bicicleta junto con otras cosas y conseguí el dinero. No me tardé quince días, me tardé nueve. Llegué al banco con el pecho inflamado, le extendí los billetes a la cajera y el aire estúpido de pudiente me envolvió de nuevo al caminar hacia la salida. Tres días después, por fin pude cobrar la liquidación de mi último empleo. Para entonces había pasado tanto tiempo, que lo gasté en un solo día. Pagué todas mis deudas. Con lo poco restante contraté a un técnico para, por fin, instalar las dos toneladas del flamante minisplit. Mi esposa, al ver al técnico llegar a la casa, no pudo disimular la sonrisa amplia que se le dibujaba en el rostro, me besó como hacía mucho no lo hacía y se fue a la recamara a sacar las frazadas del cajón para orearlas. Al terminar la instalación, el aparato no funcionó. El experto en aires le movió por un lado y por el otro, pero simplemente no quiso enfriar; venía con defecto de fábrica. Enojado, busqué la garantía. Un grito se me ahogó en la garganta, dos toneladas de realidad me azotaron de lleno al leer que la garantía era de un año, había vencido la semana pasada.
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Lo encontré en un sueño Jesús Fuentes Mi abuelo, profesor jubilado, se había refugiado en el campo, fuera de la Ciudad, para conocer el sentido de las cosas, decía. Vivía solo en compañía de un muchacho que tenía a su servicio. Alrededor de su casa tenía toda especie de flores, pinos, cedros y árboles frutales. Él amaba tanto las flores como a su vida. La noche, noche de primavera, flores y árboles estaban en todo su esplendor; soplaba un viento fresco y había luna clara. El abuelo, sentado tomaba un vaso de vino de la región y disfrutaba de la vida. A través de la luz de la luna, vio una muchacha venir hacía él, lo saludo y dijo: “Soy tu vecina, somos varias jóvenes que vamos de camino a visitar unas tías. Necesitamos descansar un poco, ¿nos permites entrar?”. Mi abuelo imaginó que algo bueno le esperaba y accedió de buena gana. Al momento, apareció un grupo de muchachas con flores y ramas. Saludaron amables. Eran hermosas de cara, esbeltas y finura de cuerpo. Emanaban un delicioso perfume. Él les invito a sentarse. Sonriendo una de ellas, vestida de verde, dijo: “ Yo soy flor de geranio”, luego presentó a otra vestida de rosa, ”Esta es flor de limón”. Después a otra vestida de blanco,” Ella flor de ciruelo”, y así fue presentándolas; al final una vestida de rojo:” Esta es flor de granado”. Somos hermanas, concluyó. “Esta noche la luna está muy linda y en tu jardín estamos muy bien”. Excelente, excelente, dijo el abuelo; ordenando a su sirviente, traer frutas y más vino. Un vino aromático llenaba las copas y la mesa rebosante de frutas. La luna brillante, limpia, clara. Cuando el vino las alegró, las muchachas empezaron a bailar, parecían mariposas volando de flor en flor, y cantaban. Los cantos sonaban sensuales en la noche clara. Ya entrada la noche, se despidieron, se diseminaron por el jardín y desaparecieron. El abuelo se quedó allí un buen rato, sumido en sus ensueños, conociendo el sentido oculto de las cosas. Hoy, al llegar muy de mañana a visitar a mi abuelo, lo encontré en un sueño… El lugar desprendía perfumes deliciosos.
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Dos textos
José Alberto Capaverde
La chica de Bucéfala. En la ciudad de Bucéfala la conocí, además de ser cortesana, movía muy bien las caderas y el vientre. Yo era un salteador de caminos, que lo único que tenía para ofrecerle eran monedas ensangrentadas, pan de centeno, y un poco de opio. Me preguntó con voz de luna: ¿De dónde eres Adrijan? ¡Soy de Bactriana!, contesté. Ella tenía los pezones erectos y duros, y de la boca brotaba miel. Yo tenía el falo encendido y feroz, y mis ojos brillaban. Nunca se me ocurrió saber el costo de sus placeres, mucho menos sus cualidades para tales menesteres, pues su don y maestría eran evidentes. Después de comer y degustar el humo fresco y alucinante, nos quedamos viendo como dos contrincantes. Se subió sobre mí, buscó mi pene, lo introdujo a su vagina, y juntos cabalgamos buscando el Olimpo...
Himeneo malévolo Ella me dijo en mi oído izquierdo: no dejes nada (de mí) para mi futuro marido, termina conmigo, hazme tuya hasta que me salga el corazón por la boca, y me desparrame entre tu cuerpo. No contesté nada, sólo le levanté el vestido (inmaculado) de novia, le bajé las bragas, y la penetré como nunca; fue algo así como un cabalgata sexual, donde los gritos, gemidos, susurros, nos hacían ser más dichosos. Nuestros cuerpos se atrapaban se alejaban; sudábamos, respirábamos, gritábamos, mientras allá afuera, preparaban todo lo referente para la ceremonia religiosa. Todo tu odio descárgalo en mí, en mis carnes, en mis huecos, me gritaba la bella mujer, mientras continuábamos haciendo el amor. Déjame en los puros huesos, que mi sangre fluya como un río embravecido, que el placer sexual me deje iluminada. Creo que se refería a que el novio era mi hermano.
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Tres textos Javier Paredes Chí
Acuarela No suelo meditar mucho sobre lo que pinto. Sin embargo, ahora recuerdo que estas tres mariposas azules, perseguidas por una esfinge amarilla, representan tres almas: un alma racional, un alma irascible y un alma concupiscente. Por medio de esta acuarela, he querido decir que ningún hacedor de enigmas posee el conocimiento absoluto. En la esfinge opera el mismo principio de incertidumbre que limita a quien establece mediciones sobre el comportamiento de una partícula subatómica o la evolución de un sistema dinámico caótico como el clima. A ella se le escapa de las manos la respuesta de Edipo.
Despierto Cinco de la mañana. Apenas puedo abrir los ojos, sin embargo, una parte de mí, la que mejor se adapta al mundo, me ordena levantarme. Todo cuanto observo transita de imagen difusa a concreta, como si cada modalidad visible, animada e inanimada de la materia, comenzara a existir. Luego, pongo un pie fuera de la hamaca, me pregunto: ¿es el izquierdo, o el derecho? ¿Qué sentido tiene esta pregunta? No puedo garantizar como un teorema la existencia de este espacio, de este tiempo, de mi ser que piensa, que siente, que pone en duda hasta lo más nimio cuando despierto.
La Rosa de Gertrude Stein Entre las palabras y las cosas en sí mismas hay una distancia muy grande, mayor que la distancia entre la Tierra y Próxima Centauri. Verbigracia, el aforismo tautológico de Gertrude Stein: “Rosa es una rosa es una rosa es una rosa” equivale a la negación de la Rosa, ya que en ningún punto de este bucle de identidades se manifiesta su ser. En un poema de Wislawa Szymborska, el hablante lírico afirma: “Cuando pronuncio la palabra Nada, creo algo que no cabe en ninguna no existencia”. Y en un poema de Alejandra Pizarnik podemos encontrar: “Nunca es eso lo que uno quiere decir… si digo agua ¿beberé? si digo pan ¿comeré?” Dicho de otra manera: al hablar o escribir creamos la ausencia de lo que nombramos.
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Margaritas amarillas Carolina, entre las fotografías de sus años de juventud, guardaba una con mucho cariño. En ella se podían ver los pinos altos y un pequeño grupo de niños de origen caucásico. Los recordaba por lo mal que se portaban con ella. Cuando les decía: ¡Miren niños esta plantita se llama “suculenta”!; ellos hacían gestos y cortaban una ramita. Eran tan mal educados que no cuidaban la naturaleza, a Carolina le daba lástima. Era como si a ella le pellizcaran un brazo. Había crecido entre la naturaleza, en ese olor a libertad que se emana de la tierra mojada, con los pies sucios corría entre margaritas amarillas y las higuerillas que le servían de paraguas, mientras observaba la belleza de esas plantas y en esa inmensa tierra que un día tuvo que abandonar para mudarse a los Estados Unidos de América con sus padres. Porque decían que en el gabacho se vivía mejor. Carolina vio desde el autobús su querida Ensenada y con su pequeña manita le decía adiós al mar, a la extensa costa, a sus litorales, al campo tan verde y sobre todo a sus recuerdos. Los años fueron pasando; en California Carolina ya no pisaba la tierra; esa selva de concreto era una agonía. Decidió ser maestra, y hacer una especialidad en botánica y biología. Se mudó a un pequeño condado al norte de California pegado casi a la frontera con México; desde el cuál veía tras la baranda su tierra, su Baja California querida. En el cuál había una escuela con hermosos jardines. Pero sus alumnos no tenían ese amor por la naturaleza. Muy triste ella se decía: –Mi tierra, tan hermosa, ¿cómo me gustaría que estos niños apreciaran la belleza de estas hermosas plantas? Carolina que era líder innata e ideó un plan. Sus alumnos eran buenos pintando. Así que entre juego, juego, y las clases de Arte, les propuso que pintaran el paisaje de una revista “Terra News”, en la cual había imágenes de fotógrafos distinguidos de Baja California. Aceptaron y empezaron a pintar esos paisajes hermosos; ella les decía ¡Muy bien, esa planta es 80
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Rocío Prieto Valdivia una jojoba, da bolitas rojas!, tiene un aceite que se usa en productos de belleza, es nativa de la región norte y les mostraba el mapa de México, en especial la península de Baja California; y así sucesivamente con cada planta nueva que era plasmada en los blancos lienzos; hasta llegar a las aves en peligro de extinción; los pequeños se quedaron maravillados con una especie: el Cóndor de California. Al ver el enorme ave color azabache, la espesura de sus grandes alas y lo majestuoso de su vuelo, les empezó a contar: –Es una especie en peligro de extinción, que vive en las sierra de San Pedro Mártir, hoy en día hay muy pocos ejemplares que son criados en cautiverio. Para más tarde incorporarlos a su medio ambiente natural, entre pinos, rocas y esas montañas esplendorosas que solo se pueden ver en la Sierra de San Pedro Mártir”. Meses mas tarde; Carolina junto con una asociación organizó un viaje a la Sierra de San Pedro Mártir con sus alumnos. Ahí la vegetación era extensa, los pinos jefrey eran tan altos y los cóndores sobrevolando en las inmediaciones del parque ecológico, formaban un espectáculo que antes los niños nunca habían visto; el musgo olía a libertad, el sonido del viento silbando, las copas de los árboles danzando al ritmo de una sinfonía nunca antes escuchada por los pequeños viajeros. También vieron pastando a un borrego cimarrón. Al cabo de tres días bajaron de la montaña pensando que era mágica, con sus pequeñas manos le decían adiós a los guardabosques. Carolina cierra los ojos, guarda sus fotografías junto a los recortes de periódicos donde salen algunos de ellos ya que hoy en día algunos son pintores muy famosos, otros biólogos, y enseñan a otros niños a amar a la naturaleza. Con lentitud avanza hacia la puerta que da a su pequeño jardín botánico, entre margaritas amarillas y suculentas de hermosos colores, un pedacito de su hermosa tierra, su bella Ensenada la hace feliz aun estando en un país extraño.
Los perros Son animales que andan manada; es su instinto formar grupos. En varios condominios prohibieron a los perros como mascotas, y los dueños los dejaron por ahí. Nadie imaginó lo que iba a pasar, empezó mi prima a contar su anécdota, cuando íbamos en el viaje a Veracruz desde Cd. Mante con la mirada perdida en el vasto paisaje que atravesábamos. En aquellos años podíamos manejar de noche con toda tranquilidad. Salimos a las seis de la tarde, para las diez ya veíamos el mar de costas esmeraldas; relajados comenzamos las acostumbradas anécdotas. Continuó mi prima: serian como 100 animales flacos y feroces, (ella era muy cariñosa con los perros); los vecinos tenían uno de raza indefinida, era tan enorme que parecía caballo, por ser tan grande; comía mucho y ella le complementaba con las sobras de su casa y algo que le compraba). La mandaron a traer algo de la tienda; estaba oscureciendo, y por precaución se le ocurrió pasar por una amiga que vivía a tres casas de la suya, ambas eran adolescentes, y las exageraciones de mi prima me hacían entender que se había perdido en esa edad, en esa anécdota. Vieron como en la tarde oscura flameaban infinidad de ojos; tenían que pasar por la plaza de aquella colonia, que tenía algunos juegos y una cancha futbol; al transitar por ahí los perros se empezaron a agitar y correr hacia ellas, de alguna manera su amiga corrió hacia una casa y se metió cerrando la pequeña puerta a toda prisa, dejando con un palmo de narices a un pequeño grupo de feroces animales que se separó del grupo para corretearla. Pero mi prima Martha, no tuvo esa suerte; y por todo lo ancho del campo se desplazaba según el pavor le permitía, ágil y delgada volteando para todos lados, esquivando dentelladas, siguió corriendo como cuando jugaba con sus primos detrás de la pelota para meter gol, pero ahora era para salvar su vida. Unos adolescentes jugaban en un área cercana al campo. Pateaban la pelota el uno al otro, y al ver a la joven correr perseguida por los perros,
Félix Martínez quisieron quitarle la presión. Se lanzaron hacia la jauría, haciendo escándalo, y los animales al verlos, y confundidos fueron también por ellos. Los demás suspendieron el acecho de unos segundos, y saliendo de la sorpresa volvieron a correr hacia Martha, que apenas pudo contemplar cómo los jóvenes defensores eran atacados, rodeados de todos lados por perros que lo han perdido todo, y solo buscan sobrevivir, volviendo a sus orígenes de animales salvajes; escuchó los gritos de dolor y miedo y vio cómo iban desapareciendo partes de su cuerpo, los gritos de aquellos pidiendo auxilio, sus voces se perdían en el aire junto con los jadeos y ladridos de aquellos animales, que traspasaban su mente. Pasó cerca de la portería y supo que era su tabla de salvación, sintió que algunos de los canes casi la olfateaban, pegando su nariz, y sentía sus colmillos en las pantorrillas, pero el destino le brindaba otras sorpresas. Entre todos los famélicos perros, se abrió paso uno del tamaño bestial, algo poco delgado pero aun fuerte, e hizo a un lado a las otras fieras salvándola de la muerte, y dándole tiempo a subirse a la portería, para desde ahí contemplar que se acercaban sus tíos y su padre con rifles en mano, lanzando disparos que comenzó a ahuyentar a la manada que huía intentando salvar su vida. El momento más triste fue ver como entre los perros que eran abatidos estaba su protector. La vista de mi prima se aleja por el horizonte de mar que en la automóvil vamos atravesando mientras, en silencio, entramos a la ciudad.
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Sars de Covid (el vampiro en el aire) Mario Galván R. No lo entiendo. Estábamos recién bañados, la lamparita de noche de gatito estaba encendida, el aire acondicionado a veintitrés grados y la tele apagada. Pero lo único rígido en él era su cuello. Francisco, mi prometido, quería hacerme el amor, pero se quedó doliéndose sobre mí con la pose de misionero miserable. “Creo que tengo tortícolis”, dijo. Entonces me zafé de abajo, le di un analgésico y se sintió mejor. Dormimos. Au revoir. Una merde. A la mañana siguiente, después de su clase virtual matutina nos metimos a nadar en la piscina desmontable que pusimos en el patio. Modesto lujo. Pensé que el agua lo relajaría y repondría, pero nada. Su miembro viril estaba muerto. Traté de reanimarlo con una felación y mi mejor lencería francesa de encaje, pero él permanecía postrado boca arriba doliéndose. Era la temporada de contagios del SARS, una pandemia que atacaba al mundo moderno, impregnándose en las cosas y en el aire. Francisco y yo llevábamos tres meses ya enclaustrados en un departamento que rentamos cerca de casa de mis papás, en una zona residencial de clase media. Él y yo comenzábamos a vivir juntos. Ya teníamos los anillos de casamiento e incluso habíamos abonado una considerable cifra a la banquetera. La fecha de nuestra boda se acercaba y la pandemia crecía también, por lo que vivíamos con el Jesús en la boca. Francisco era maestro de artes en una universidad que había adoptado la estrategia de clases virtuales a distancia. Por el día y por la tarde permanecía sentado en la silla de madera frente a su computadora hablando con sus alumnos sobre semiótica iconoclasta mientras yo me sentía ignorada. Mi prometido me parecía un hombre muy atractivo cuando estaba en clase: hablaba con propiedad, tenía un timbre de voz profundo y la soltura con la que exponía los temas se había ganado mi admiración. Pero lo que más me gustaba de él era su cuello tosco y bien trabajado, con algo de vello y esa prominente manzana de Adán que me daban ganas de morder. Era lógico que al terminar su clase me arrojara en sus brazos para exigirle un poco de atención y cariño. Pero al paso de los días, con tanto tiempo sentado en esa silla rígida, su cuello se atrofió, y con ello su mente también. Todo era mi culpa. La pandemia se adelantó y no tuve tiempo para amueblar el departamento como yo quería. A pesar de los días de confinamiento, procuraba arreglarme para él, pero él solo tenía cabeza para su curso de verano intensivo. “Es temporal”, me decía. “Esos niños necesitan atención también”, decía, entre otra clase de patrañas. No entendía su disfunción sexual. Los primeros meses de nuestra relación antes de la pandemia follábamos dos veces al día en la hamaca de la habitación trasera en casa de mi abuelo y ahora no podíamos hacerlo ni siquiera en nuestra propia cama. Lo peor es que no había a dónde ir. Estábamos encerrados en medio de este vórtice de psicosis e histeria colectiva que hacía la rutina y los problemas cada día más difíciles. Incluso dejé de asistir a mis clases de francés porque no soporté las clases a distancia. No lograba concentrarme. Entonces decidí pasar mi tiempo libre dedicada al estudio de las flores.
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Yo solo quería un poco de sexo para aliviar la tensión. Y para visualizar mi futuro. “Nadie termina de conocer al otro hasta que viven juntos", "Mejor pruébalo antes del matrimonio, porque si no te gusta después, te jodiste”, “Conozco casos de matrimonios que se separaron al año de casados". Frases así me enseñó mi madre. Pero lo que más me preocupaba era ¿cómo seríamos de padres? Discutimos. Yo quería que dejase de trabajar y él me respondió "No estamos de vacaciones, Begoña. Estamos en medio de una contingencia sanitaria, así que te puedes adaptar o nos despedimos de nuestros pequeños privilegios”. Como siempre, el maestro tenía un argumento para distraerme. Mi ansiedad por no poder ir de shopping era incontrolable, así que comencé a hacer las compras en línea. Después de otro intento fallido, le dije a Francisco que quería comprar un dildo y su expresión fue como la de una muñeca inflable. Por su puesto se negó, pero luego se tornó muy triste. “Voy a comprar Eme Force”, dijo decidido. “Pero eso no es para el que no puede, sino para el que quiere más”, le respondí. Y luego me arrepentí, porque después de eso, él se sintió peor. Trató de compensarme con regalos. Comenzó a arriesgar su vida todos los días yendo al Oxxo para traerme helado napolitano, pues era lo único que me consolaba. "Quizás se acabó el romance", dijo. "Se está transformando la relación", "necesito ejercitarme", eran más de sus excusas que derivaban de sus esfuerzos intelectuales, pero yo solo veía que estaba trabajando en exceso. No me quedaba más que esperar que toda esta pesadilla acabara. Si el fin del mundo se acercaba, al menos me encontraría hermosa. Yo siempre había sido muy femenina y me gustaba cuidar mi cabello, mi rostro y mis manos. Así que me ponía mi "eau da parfum" y me tiraba en el sofá a limar mis uñas ante la presencia rígida de mi prometido. En un momento de nostalgia, incluso, me senté en la cama y abrí mi joyero. Saqué el camafeo de hueso de marfil que me regaló mi abuela Mirna y me lo colgué para usarlo de amuleto. Acaricié el relieve de la figura femenina inscrita y pensé en las
mujeres de su época. Mi alma es antigua y siempre pensé que yo pude vivir en la época decimonónica. Sonó mi celular. Mi mamá me mandó una cadena por whatsapp con datos tenebrosos de las víctimas por SARS-19 del día anterior: Masculino, 58 años, inmuno supresión o hipertensión arterial sistémica sin comorbilidad. Diabetes melitus no específico. Femenino, 70 años, diabético. Masculino, 74 años, obesidad, has, dm e irc. Femenino, 49 años. Dm y obesidad. Masculino, 65, años. Dm y has. Femenino 75 años. DM.
Sentí miedo y busqué los brazos de Francisco. Lo encontré sentado como todos los días frente a su pinche computadora y entonces noté una protuberancia en su cuello. Me acerqué a él y le dije con decisión: "Ya te está saliendo papada, mi amor. Tenemos que hacer ejercicio". Nos habíamos prometido estar en las buenas y las malas, así que asumí el riesgo. Interrumpimos el aprisionamiento y salimos a correr al parque de la iglesia del Pilar. La tarde estaba fresca y no se avistaba ninguna amenaza en el aire, pues la lluvia ya había hecho lo suyo. Yo me había puesto mis leggins favoritos y mi top deportivo, confiando que le gustaría a Francisco ver mis nalgas zangolotearse. Por supuesto nos pusimos también el cubrebocas obligado. Entramos en el circuito de concreto que rodeaba las áreas verdes del parque. A modo de calentamiento, caminamos a paso medio. Todo se miraba distinto al salir, pues las cosas adoptaban una extraña densidad. Podía apreciar el verdor del césped, las texturas de las cortezas de los árboles, el color de las vainas y las flores de los arbustos. El olor del aire se filtraba a través de mi mascarilla blanca K-95, la mejor y más resistente del mercado. Francisco, por su parte, seguía cavilando sobre sus temas de clase y me asaltaba con todo tipo de chantajes: "¿Tú sabes qué es el Denkraum?" Obviamente lo negué con la cabeza, indiferente, distraída por el color de septiembre 2020
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los tulipanes rojos. "Después de pasar un rato en el psiquiátrico, Aby Warburg, un historiador del arte alemán, definió el Denkraum como un espacio para pensar. Un umbral o intervalo que aparece como lugar de pensamiento. Yo creo que de eso se trata este momento que vivimos, amor, de vivir nuestro espacio de reflexión". No le presté mucha atención. Apuré el paso y agarramos la curva del circuito trotando. Pasamos por la placa conmemorativa de los boy scouts con esa flor de lis en relieve y emprendimos un sprint de cien metros. Luego bajamos la velocidad y caminamos jadeantes frente a la iglesia que estaba cerrada, pero que todavía conservaba su solemnidad con la cruz de piedra enorme sobre la entrada. No había sudado así en tanto tiempo. Mi corazón latía con fuerza y tuve que bajar mi cubrebocas para respirar mejor. Miré mi reloj inteligente de pulsera que marcaba mil doscientos pasos recorridos y expresaba un buen rendimiento. Nada mal. Algún vecino dejó una caja expuesta con frutas sobre un montículo de piedras calizas y ahora un grupo de iguanas tolok tomaban el sol, custodiando la caja. Un sujeto cubierto de pies a cabeza apareció de la colina aledaña tirando de la correa a sus dos perros xoloitzcuintles. Las iguanas corrieron despavoridas ante el olfateo neurótico de los perros. Ante la amenaza me subí el cubrebocas y apretamos el paso, alejándonos. El virus se transmitía por el aire. Entonces, Francisco se detuvo frente a una casa. Un detalle llamó su atención. De la calle trasera asomaba el tercer piso de obra negra de una casa con una ventana sin marco ni cristales. Al fondo, una mancha negra de moho parecida a un enorme murciélago colgado de cabeza auguraba algo horripilante. “Francisco, esa cosa creo que palpita, ¿lo ves?”, pregunté. “Estoy muy miope para asegurarlo” respondió, “pero creo que es una imagen estimulante para el método paranoico-crítico de Salvador Dalí”. Según los mitos populares, el virus provenía de una mala cocción de un murciélago que fue a
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parar al plato de un chino de paladar curioso, por lo que me pareció normal que me sintiera sugestionada y paranoica. Encima, dos antenas parabólicas que se elevaban sobre el techo de las casas vecinas apuntaban exactamente en dirección hacia esa mancha. “Eso está muy sospechoso Francisco ¿será que emitan radiaciones para mantener viva a esa cosa?”, le pregunté. No motivé ninguna excursión para averiguarlo. Eran las seis y media de la tarde y de pronto un rayo de luz se abría entre las nubes grises creando una postal tenebrosa. “Demasiada sopa de Wuhan contigo”, me dijo, burlón. Entonces, un trueno sonó y corrimos de regreso a casa. Ese día terminamos tan agotados por el ejercicio que nos fuimos a dormir enseguida, pensando en aquella repentina figura monstruosa. Por la noche me asaltaron unos sueños a bordo de un barco que se hundía con nosotros dentro. Al día siguiente, cuando desperté, Francisco no estaba en la cama. Se había levantado temprano para mirar a la ambulancia que retiraba en camilla un cadáver de la casa de los vecinos. Me acerqué a la ventana para acechar con él. “Es 'Manchitas', el vecino que padecía vitiligo”, dijo Francisco. “¿El ruidoso que tocaba la batería?”, pregunté. “Ese mismo. Estaba bien chavo”, dijo. Sentí una enorme tristeza. Tomé a Francisco de la cintura y lo empujé de regreso a la cama. Nos abrazamos y lloré un poco en sus brazos. Poco a poco, un miembro carnoso comenzó a acariciarme el pubis. La respiración de Francisco se hizo más grave y de pronto una erección entre sus piernas comenzó a hacer presión sobre mí. “Qué rico hueles”, me dijo con una voz profunda y ronca que me parecía familiar. "¿Qué te pasa?", le pregunté sorprendida. "Creo que recuperé la circulación. El ejercicio funciona". De un brinco me puse sobre él, le metí mi lengua en la boca y le pregunté terminantemente “¿voulez-vous coucher avec moi?". Cochamos. Y podía sentir su verga palpitante empujando mis entrañas. Estaba excitadísima y él
parecía también estarlo. “Estás bien rica, mi amor”, me decía postrado sobre mí. Luego me abalancé sobre su cuello. Él me apretó las muñecas y yo le mordí los labios. Gemimos. Me soltó y lo tomé de las nalgas tonificadas por el ejercicio de ayer para arañarlas hasta sangrar. Mi hombre bufó como bestia, luego me embrocó sobre la cama y me empaló con su erección de estaca en aquella boca de murciélago hambriento que era mi vagina. Al poco eyaculó dentro de mí y gritamos al unísono. Conforme bajábamos los decibeles cruzamos nuestras manos y respiramos el mismo aliento. Mis piernas temblaban acalambradas por el éxtasis. Cuando terminamos, me mastrujó con sus brazos dulces y fuertes. Después nos quedamos un rato reposando el uno sobre el otro, disfrutando la cálida felicidad que viene después del coito. Durante el desayuno escuchamos las noticias y la nueva cifra de afectados por SARS. Todavía no se avistaba la nueva vacuna, así que Francisco apagó la tele y dijo “Tenemos que acostumbrarnos. La Cuarta Transformación ha llegado”. Luego tomó sus tenis y su cubrebocas. Parecía un hombre nuevo. Mientras más hacíamos el amor, la mancha de murciélago crecía más y los vecinos, mayormente matrimonios adultos, seguían falleciendo. No podía creer que tuvieran vidas tan delicadas. Nosotros salíamos a correr y teníamos mucho sexo, entonces tal vez podíamos ser inmunes. Siempre y cuando esa cosa no despertara, por mí estaba bien. Sin duda, el método del 'running' había funcionado. Francisco y yo corríamos agusto en el parque solo para nosotros, y después de pequeños sprints él me asestaba impulso con una buena nalgada. Al paso de los días, nos permitimos incluso cortar la yerba que ya comenzaba a lucir selvática y podía convertirse en amenaza de mosquitos. En cierto momento, Francisco tuvo curiosidad de acechar la casa del murciélago, así que cruzó la calle y se paró frente a la fachada. Se trataba de una casa común y corriente de interés social con un garage sin rejas. El vidrio espejado detrás del protector de ventanas impedía mirar al interior de la casa, lo que la hacía misteriosa. Con el interés nato de investigador, Francisco acechó al medidor de luz
que no registraba mayor actividad y encontró unas manchas azules hechas con las palmas de las manos, como de quien agoniza y se arrastra por la pared agotando su último esfuerzo. Por la noche, después de hacer el amor, vimos "La danza de los vampiros", de Román Polanski, y nos cagamos de risa con sus ocurrencias. Poco a poco creo que comencé a deshumanizarme. Me despertaba con sudores por la madrugada, y en una ocasión, durante uno de mis arrebatos sexuales, abrí mi joyero, tomé el arete de pendiente que usaba de bebé y se lo incrusté a Francisco en el lóbulo de la oreja izquierda. Mi prometido ya no tenía que preocuparse por dar esas clases de arte en línea, porque no solo estaba súper fortachón y tenía un abdomen de ensueño, sino que ya era el artista. De la cama, del amor y del placer. Mi apetito sexual era incontenible y Francisco se convirtió en mi fiel lacayo, pues su verga me respondía hasta dormido. Así lo hicimos durante varias semanas. Sin embargo, una noche Francisco se levantó sediento, diciendo que le dolía la cabeza. La luz de la luna llena que entraba por la ventana en nuestra habitación oscura le daba un aspecto espeluznante. “Soñé con hocicos de perro y colmillos”, dijo. “A lo mejor cenaste mucho”, le respondí tratando de tranquilizarlo. Al día siguiente, durante nuestra sesión vespertina de ejercicio notamos que la mancha del murciélago había desaparecido. Yo estaba horrorizada, pero se lo atribuimos a las constantes lluvias o a una posible remodelación del lugar. Seguimos nuestro camino en el circuito de concreto, y entonces, después de correr un sprint de cuarenta metros, Francisco quiso darme una nalgada. En cambio, me asestó un golpe seco en la rabadilla que me zimbró toda la columna y me acalambró los brazos. “Fíjate, coño”, le dije doliéndome hasta el alma. Por la noche nos dispusimos a ver una película. Yo todavía estaba adolorida del golpe y a él lo veía medio desganado, por lo que le concedí una noche de descanso. También le di la opción de elegir la película para que se quitara
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esa actitud compasiva hacia mí y despejara su mente viendo algo de su agrado, pero el maldito puso una película horrible con Charlize Theron sobre una mujer embarazada que se convertía en víctima de su niñera. Era un hecho. Francisco había perdido el tino. No solo fallaba a la hora de nalguearme o de elegir una pinche película, sino ahora el infeliz me la metía por el culo intentando buscar mi vagina. Y eso no es todo. Después de cojer con un parche anticonceptivo y tener el noventa y dos por ciento de eficacia, el muy cabrón me embarazó. Hoy en día, nueve meses después, Francisco y yo sobrevivimos al SARS. La calle de nuestra casa poco a poco vuelve a poblarse con vecinos jóvenes y atléticos como nosotros, que se preocupan también por el remodelamiento de sus casas. Seguimos todavía en confinamiento, pero ahora con una bebé en nuestros brazos que hemos llamado Olivia. Quizás ya no follamos como aquella temporada bestial, pero yo sigo vampirizando a mi marido, porque ahora lo único que sangra es su cartera.
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Sobre El arrebato de Lol V. Stein
Alicia Leonor
Muchas novelas, poemas y diferentes escritos me han emocionado; he deseado no lleguen al final y, hasta abusando de la emoción que me provocan, me atrevo a crear finales diferentes. Pero, “El arrebato de Lol V. Stein” ha provocado que mis emociones pasen del arrebato al estrago. Es que esta novela es en realidad un viaje por la mente de una mujer que esta fuera de sí, una mujer a la que le robaron algo y ella no está consciente de eso. Un texto clínico. Me conmovió profundamente. He llorado, he sentido como mi corazón se encoge al tocar cada fibra de mí, podía sentir el extravío de Lol. Mi emoción al leerla fue tan grande que quise saber más de esta novela y, así es como llegué a un texto donde cuenta que esta novela si fue un caso clínico.1 Marguerite Duras conoció a la paciente en persona en un hospital psiquiátrico de París. La había visto en un baile de navidad organizado por ese hospicio, estaba como una autómata, era hermosa e intacta. La llevó a su casa, estuvo largas horas con ella, luego la llevó nuevamente al hospicio. Hasta el psicoanalista Jacques Lacan se interesó tanto por esta novela y expresó que en este texto Marguerite Duras demuestra un conocimiento original de la perturbación, de la alienación mental y relata mejor que todos los informes psiquiátricos, “Un delirio clínicamente perfecto”. 1. Escuela Freudiana de Buenos Aires.
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Capítulo piloto China nos trajo un virus y no es lo que estás pensando. ¿Cuándo podríamos decir que necesitamos un ¡Alto!, a tanto contenido en canales de streaming? Alguna vez pensé que nunca; sabía que nos encontramos en una época donde existe mucho contenido por ver en las diversas plataformas sin embargo, con la llegada de la cuarentena, los contenidos se multiplicaron. Sí, es junio 2020 y algunos llevamos en cuarentena poco más de 100 días. No importa cuándo leas esto, sé que este año será recordado y pasará a la historia, se quedará grabado en nuestro adn como el año en el aprendimos a hacer las cosas diferentes; tal vez marcará cambios en nuestras rutas personales, y en definitiva buscaremos darle un significado y pasar la página lo más pronto posible. Efecto Cuarentena, hablar de la cuarentena, pero regresando a la temática de esta columna, los múltiples contenidos que surgieron y debo ser clara, no hablo de las series en esta ocasión; estoy hablando de que mucha gente se dio a la tarea de crear contenidos, ya sea para hablar del mundo de Harry Potter, o convertirse en Tiktokers o llenar nuestra oferta de cursos a distancia, y no se diga de las múltiples conferencias en la vida laboral o que se nos ocurrió hacer reuniones y celebrar cumpleaños vía Zoom; o que un día Paulina Rubio se convirtiera en tendencia por una malograda interpretación para un concierto benéfico a distancia.
Los influencers han ganado y perdido seguidores tan pronto como te molesta el cubrebocas; los encuentros generacionales en plataformas donde los adolescentes se divertían, mientras que los ya entrados en los treinta ni se daban por enterados, crean choques y críticas mutuas; sí, estoy hablando del TikTok. Esta red social China que ha permitido que mucha gente extrovertida , muestre desde la habilidad de hacer fonomímica (Lip sync, por si me lee algún centennial), hacer un tutorial de cocina de un minuto de duración y coreografías, muchas, muchas, coreografías. Creo que esta red se ha vuelto la favorita de en este período de encierro; sin embargo y como todo adulto, asustada por las nuevas tecnologías y sin caer en la satanización, me preocupa un poco que nos acostumbremos a contenidos tan cortos y nuestra capacidad de atención continúe en descenso. Debo decir que hay verdaderas “joyas” de entretenimiento en TikTok y tener la capacidad de hacerlo en 60 segundos, creo que tiene mérito. Se puede observar el septiembre 2020
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esfuerzo de quienes se atreven a crear, la inversión de tiempo para aprender una coreografía, los cambios de vestuario y, sí, tratar de hacer reír a los demás. También existe contenido educativo, profesores que han animado a sus estudiantes a crear contenidos como actividad para alguna materia escolar; sí, puntos para los educadores que incorporan medios que atrapan. Dentro de la amplia oferta que ya teníamos de las productoras de contenido, TikTok nos viene a decir: No tienes que ser Beyoncé, Thalía o Meryl Streep, solo tienes que animarte y no temerle al ridículo. Eso sí, practica, practica, practica, hasta que esa coreografía sea digna de cargarla; lo aspiracional que le llaman en este loco mundo confinado.
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Demersales en A mayor Hablará el silencio: sobre cómo la elipsis es un recurso pasivo-agresivo Yo solo vine a hablar por teléfono es el título y el argumento principal del relato de García Márquez, y es precisamente la frase que condena a su protagonista. No por el contenido y el fondo del enunciado en sí, si no por todo lo que no dice, por lo que omite. María forja su destino a partir de su incapacidad para defenderse, a partir de la incapacidad de argumentar su cordura. Este silencio que dice tanto, es precisamente el mismo silencio que vemos en los indigentes, la elipsis constante en la vida de mi tía Silvia (alcohólica) que murió atropellada después de ser la loca del vecindario por más veinte 20 años; en mi abuela María (psicótica), quién dormía con cuchillos bajo la almohada ¡qué coincidencia, también María!: (Ay María, te sé muerta desde hace mucho tiempo y aún tu voz y aún tus piernas se esconden tras la cortina por donde el ojo se lanzaba en busca del amor. Ay María, sonríe, no te han visto sola, ni llorando a los perros que dicen hambre con el hocico. Por todas las Marías del mundo, por las lágrimas de María, por la decrepitud de María, por la sola idea que despide su sonido, por la punta de sus dedos, su sexo inconforme y complaciente, por el vuelo del agua María. Tu tinta humedece la arena María, sangre de tu sangre María y tu costilla no
se queda quieta María. Tú debes saberlo más que nadie María, dime que has sido feliz.) En mi madre, María Elena (bipolar), quien escapó con un hombre casado en un arranque de euforia; en mi prima Tania (esquizofrénica), a quien encerraron en un manicomio a la edad de veinte años, en mí y mi otra yo. Todas y cada una de nosotras fuimos señaladas por los hombres de la familia. Mi abuela no recuerda ni su infancia ni cómo hacer ciertas operaciones matemáticas de las que te enseñan en la primaria, resultado de la terapia electro convulsiva que se practicaba aún en los años setenta. El primer verdugo, en cualquiera de los casos, incluyendo el de María de la Luz Cervantes, fue el silencio, un silencio con cara de hombre, un silencio producido por la carencia de valor de la palabra. Los locos son mudos e inválidos porque se les ha arrebatado toda credibilidad. La historia de María, una mujer de veintisiete años (como yo), mexicana (como yo), bonita y seria (como yo) que “una tarde de lluvias primaverales, cuando viajaba sola hacia Barcelona conduciendo un coche alquilado sufrió una avería en el desierto de septiembre 2020
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los Monegros, es la historia que sucede en detrás de cámaras, más allá del olor a orines y cerveza de la locura, detrás de la ropa holgada y sucia de la demencia. Es el testimonio de quien tiene la suerte de no tener suerte. Pareciera que todos los locos solo necesitarán un teléfono y recordar un número, del otro lado alguien escuchará, si, seguramente alguien. Y no solo el silencio de María es el que la condena, sino también el silencio del conductor del autobús, el del psiquiatra, el gran vacío silencioso en su expediente, el de Saturno; el silencio de María cada que vez que se iba de él a visitar otros planetas, el del gato. Se relame los bigotes junto a la ventana, mira (en silencio) a la gente que pasa sobre la acera de enfrente, se pasea por el regazo del Dios sin consolarlo. El gato y el silencio de su pelaje son la indiferencia, la traición y la deslealtad. María fue a dar a los profundos infiernos, donde las mujeres se movían como en el fondo de un acuario. Y debía ser cierto, porque en verano, cuando había luna, se oía a los perros landrándole al mar. El claustro era una extensión del cuerpo, y en el cuerpo el encierro. Nunca logró salir de ese silencio denso como el agua en el que las atmósferas se apilaban sobre las palabras. En el agua, las palabras son ininteligibles. En el agua, el sonido viaja con mayor velocidad y es más fuerte. Las palabras se hacen gritos, cualquier pronunciamiento es un rugido y quien vive en la superficie nunca ha logrado escuchar el gorjeo de los peces.
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Interés superior Entre las llamas La gran noticia entre la pandemia, la crisis económica y las protestas por la violencia policiaca, son los devastadores incendios en California, los cuales parecen imparables. Estos incendios se suman a los que en el verano austral de finales del 2019 y principios del 2020 en Australia asolaron la isla continental implacablemente. Sin embargo, es un fenómeno cada vez más común en el mundo, África, Asia, el Amazonas, incluso Alberta en Canadá, zona agrícola importante en ese país, han padecido de incendios. Este verano Alaska llegó a los 32° C, creando condiciones para la propagación del fuego. Datos de Global Forest Watch Fires, indican que la causa de estos incendios en todo el planeta, es la actividad humana, involuntaria o intencional, y la deforestación que provoca el cambio climático, además de las emisiones contaminantes a la atmósfera. El cambio climático ya es una realidad, que aunque ciertos líderes intenten seguir negando, sus efectos son imposibles de notar, el planeta grita entre las llamas. Quienes están siendo más afectados son las niñas y los niños; sobre todo los que viven en condiciones de pobreza, siendo las sequías y olas de calor los principales enemigos de la supervivencia de los menores, afectados por la desnutrición, las enfermedades gastrointestinales, o padecimientos como la malaria o la enfermedad de Lyme, que ha tenido un crecimiento acelerada en la infancia norteamericana desde su descubrimiento en 1975.
Las niñas, niños y adolescentes tienen derecho a vivir en condiciones de bienestar y a su sano desarrollo integral. Tienen derecho a vivir en un ambiente sano y sustentable, en condiciones que permita su desarrollo, bienestar, crecimiento saludable y armonioso, tanto físico como mental, material, espiritual, ético, cultural y social. Para garantizar este derecho, la sociedad y los gobiernos, de manera local, debemos implementar medidas urgentes en favor del medio ambiente, como la reducción de emisión de gases, un mejor manejo de residuos, reforestación, rescate de mantos acuíferos contaminados, técnicas agrícolas sustentables, así como poner al alcance de toda la población alimentos de calidad y valor nutricional, y promover el uso de energías limpias y sostenibles. La agenda de la infancia y la adolescencia 2019 a 2024, a la cual se comprometió el estado mexicano con organismos internacionales, contempla que la niñez debe estar al centro del quehacer público, privado y social. Aunque en el pasado informe de gobierno del 1° de septiembre de este 2020, no escuché ninguna septiembre 2020
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menciĂłn sobre resultados o estrategias sobre polĂticas en favor del medio ambiente o la infancia; quedamos todos los demĂĄs para recordarle a los que gobiernan la vital importancia de estos temas y ser nosotros los actores que impulsen la toma de medidas que mejoren las condiciones de vida para la niĂąez y para todos.
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Introspecciones del Erizo Sobre bibliotecas El lugar donde más ignorante me siento es en una biblioteca. Veo tantos libros, diversos temas, portadas llamativas y títulos sugerentes, que no es cómodo elegir tan sólo uno al azar o a través de algún criterio. Las grandes bibliotecas parecen extenderse ad infinitum, pero sin que la arquitectura y el contenido sigan un patrón de periodicidad; de tal manera que, a diferencia de lo pensado por Jorge Luis Borges, no exista un libro que contenga a todos. La totalidad de libros, expresada como conjunto infinito e innumerable, me hace pensar en la teoría desarrollada por el matemático George Cantor, para demostrar que existen más números reales que números enteros. Cada año de vida puede ser indexado con un entero; pero las ideas no, pues son como los números reales: en el intervalo [0,1] hay una infinidad de cifras; en el pequeño intervalo de un minuto, más obras que espacios de lectura y análisis se están gestando en toda la Tierra. La curva de producción literaria y la curva de crecimiento demográfico no son iguales. Hay una diferencia significativa en sus respectivos coeficientes de variación: la primera crece más rápido que la segunda. Lo cual implica que aún si fuéramos eternos, nuestra inmortalidad no sería suficiente para leer todo lo que se publica en medios impresos y digitales. Una vasta biblioteca como la de Alejandría es símbolo de nuestra memoria finita, del efímero orden de nuestros átomos. Por ello es importante aceptar los límites de la capacidad lectora y perder el miedo a la ignorancia absoluta.
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Dando vueltas con Silvia Entre cantos y risas con mi abuelo Entre cuentos y risas con mi abuelo me encontraba en mi infancia, como 3 o 4 años. La reina de las flores, se va a casar con un príncipe, era una de sus canciones favoritas cuando me sentaba junto a él, aquellas tardes después de llegar del kínder; yo reía y disfrutaba el ritmo. Algunos memes que aparecen hoy en redes sociales nos dicen algo como: “era feliz y no lo sabía”, pues sí, algo así ocurrió conmigo. En aquella época no me daba cuenta de lo valioso que era, no solo ése momento de mi propia felicidad, sino de varios hechos que estaban ocurriendo al mismo tiempo, y los mencionaré a continuación: No me daba cuenta de la historia detrás de la vida de mi abuelo; él había vivido en el siglo XX, nacido en 1916, 4 años después del hundimiento del Titanic; él había nacido poco después de la Revolución Mexicana, de hecho, su abuelo había sido esclavo, (es un dato que supe cuando era mayor); así es, su padre fue hijo de un esclavo, y no estoy segura si aquel entonces niño, estaba consciente de ello o no. Mi abuelo tenía un carácter recio, muy ad hoc del siglo XX, vivió su juventud en los 40's, para entonces ya se había casado y había tenido más de 4 hijos.
Se enamoró de una chica en el parque, era clara de color y con ojos hermosos, no muy alta, pero esbelta, entre reservada y coqueta; abuela me cuenta que le encantaba ir a fiestas del pueblo y siempre andar con tacones. Mi abuelo le propuso matrimonio y se casaron, jóvenes de entre 16 y 18 años, aproximadamente. ¡Ah! Debo mencionar que para ello mi abuelo ya tenía una casa en un pueblo llamado Betania, y posteriormente compró uno en la ciudad, en ese entonces llamada Campeche; actualmente ese terreno se compone de 2 residencias. Mi abuelo fue campesino, chiclero y luego trabajó en una empresa, donde logró tener una pensión para el resto de sus días con mi abuela; así que sus años de vejez, que fue cuando yo lo conocí, eran cada día un descanso y deleite, me supongo; yo solo pensaba en jugar y tenía mis problemas de niña; ya sabes, algo así como, no poder sacarle bien la punta al color, o quizá tener algo de miedo al no poder realizar el baile que debíamos practicar para fin de año, ya saben cómo puede ser el mundo de una niña
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a esa edad, en la época de los 90's, bueno, al menos lo saben cuantos milleanialls en adelante lean este texto. Mi abuelo me cantaba además una canción muy peculiar que personalmente yo no entendía, era algo así como: Marieta, no seas coqueta, mira que estos hombres… Marieta, no seas coqueta… cuando a Marieta la invitan al baile… Años después me enteré de que esa canción era una muy común en la Revolución Mexicana, y además descubrí que existe un libro que se llama “Marieta, no seas coqueta”, ¡increíble cuando lo descubrí por mí misma! Por supuesto, ya era mayor, e incluso ya estaba en la Universidad cuando hice cuenta de ello. Lo interesante es que no la conocí porque sea parte de un repertorio literario sino porque me la cantaban de pequeña, qué experiencia más profunda; me sentí parte de la historia mexicana. Una tercera canción que recuerdo que es un poco más extravagante, pero para la mente de una niña de 4 años era solamente graciosa, va de la siguiente manera: Las mujeres de Ixtamal, cuando se van a bañar, lo primero que se lavan, lo primero que se lavan, esas patitas para bailar, esas patitas para bailar, pa' tras, pa tras… Por mi parte, entendía que las mujeres de aquel lugar, que no recuerdo siquiera su nombre correcto (podría ser Izamal, Yucatán, ya que es cerca de Campeche, pero no lo recuerdo), eran muy bailarinas y además, muy limpias, eso era gracioso. Hay algunas canciones más, pero no recuerdo todas; había una que el coro decía
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algo parecido a esto: Eres de Nunkiní, la belleza de la ilusión, mesticita, mesticita, de mi amor… Estas canciones me alegraban la tarde, además podía imaginarme las escenas del campo, donde esas mujeres, como mi abuela, estaban bailando y cantando alegremente, donde las mesticitas eran hermosas y trabajadoras. Esa era mi propia ilusión. De pequeña no entendía la belleza de mi herencia maya, no era consciente de que el lenguaje muy bien hablado de mis abuelos, el Maya, era una riqueza cultural que pude haber aprendido, pero que nunca me enseñaron, tristemente. No podía entender que esas canciones venían de una cotidianidad de esfuerzo, de trabajo, de alegría en comunidad y de disfrutar la naturaleza todos los días. Solo recuerdo que mi abuelo, en sus últimos años de vida, siempre anheló regresar a Chiví, sí, el pueblo donde nació, él deseaba regresar a cazar animales, quizá tomar café a las 5 de la mañana, alistarse vehementemente y emprender un día normal en el campo, como en sus años mozos. Yo por mi parte, aun recuerdo esas canciones de mi abuelo, con mucho cariño porque era mi abuelo y me quería y yo a él, porque le pude apreciar y valorar por quién era, sin duda era una persona con un corazón muy valioso. A veces me digo, quizá si hubiera sabido todos esos datos relevantes de mi abuelo que, ahora veo, no lo entendería o quizá sí, y su valor estuviera designado por todo eso, en realidad, no lo sé, pero la historia ya fue escrita y fue perfecta como tal.
Bajo el barandal. La libertad de seguir viviendo en la tierra
La libertad es un regalo que la vida nos brinda al momento de nacer. Respirar, caminar, observar todo lo que el planeta llamado tierra nos ofrece para beneplácito de nuestra existencia. El humano con su afán de modernizar y crear viviendas para resguardarse y formar una familia o sociedad, cada día destruye un poco. Talando árboles, dinamitando la tierra, tapando cauces de arroyos, ríos y acantilados. También se afana en acabar con el paisaje poniendo publicidad para comercializar productos y así mismo intenta recrear en su hogar parajes exóticos. Saquea la flora y la fauna acabando con los ecosistemas naturales. En México tenemos importantes áreas de reserva forestal que, a decir verdad, más bien parecen parques para que nosotros los humanos déjenos nuestros desechos. Ahora con la pandemia circulan fotografías de aves portando un cubrebocas en el cuello. ¿Hasta dónde hemos llegado con nuestra ignorancia? Se ha reportado que el 2020 es uno de los años más verdes para el planeta; a nivel mundial se han visto en muchos puntos especies que sólo se podían ver en documentales. La floración ha sido abundante sin el paso del humano en veredas y caminos. Queda la pregunta al aire: ¿Seremos los humanos presas de la respuesta de la madre tierra ante tantas barbaries que hemos hecho en contra de ella? O somos la especie más dañina que habita en ella. Seres pensantes, con la libertad de destruirla. ¿Qué estamos esperando? ¿A que la tierra se vuelque en contra de todos y acabemos como los dinosaurios? “Y cuándo despertó, el hombre había desaparecido y, con él, su libertad al momento de nacer". ¡Fatal!, ¿verdad?
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Mi punto de risa Antes que la muerte. Este año ha estado jodido, terrible; de tres meses y una eterna pausa que carcome más allá de la salud física. Este año se debate entre lanzarse al olvido o dejarlo pegado a las suelas del zapato como una sombra diabólica y eterna en nuestro andar. Este año hemos sentido ese halo polar sobre nuestras cabezas, es la señora de todas las eternidades con descaro mirándonos, acechando omnipresente. No hay anestesia más buscada que intentar regresar a esa normalidad entumecida de lo cotidiano en lugar de resignarnos a un nuevo juego de la vida. No hay mayor temor que enfrentarnos a nosotros mismos y sabernos irremediablemente incapaces de ir más allá de una pizca de años ante la inmensidad del universo y de los oleajes marinos con ese ritmo hipnotizante. Pero tenemos otra opción, otra forma de salvarnos. Entender que llegará ese momento en que nuestras lágrimas, como dice Normando López, duerman en el mar y partir de ese plazo para realmente vivir. Todos tenemos fecha de vencimiento, aunque no la veamos, incluso aunque no la queramos ver.
El aprendizaje de este año es sabernos mortales y no dejarnos vencer; aunque la vida insista en joder y joder, saber que solamente tenemos una oportunidad para hacer y que urge abrir los sentidos al universo para entender nuestro lugar y nuestra tarea en el corto andar sobre esta superficie. No hay nada más liberador y esperanzador que sabernos efímeros, que saber que todo lo pagaremos con la vida y que después de nuestra muerte todo terminará y seremos olvidados, absorbidos por una fuerza universal de conciencia superior a la que jamás podremos acceder como los mortales que somos. Cada día quedan de mí menos hojas y me acerco a ser ese árbol de cicatrices en lugar de ramas y de musgos en las raíces, ese árbol de que ni la leña se podrá. Cuando la última hoja caiga, mientras se transforma en nuevos modos de vida, espero haberme encontrado y saber quien realmente soy. Todo esto, como siempre, antes que la muerte.
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La Niña TodoMePasa dice: Al planeta Tierra le vale madres la presunción humana Gaia, nuestro planeta, ha estado vivo durante cuatro mil y medio millones de años. El ser humano no lleva por aquí más de ciento cuarenta mil años. Antes de que “el único animal pensante” hiciera acto de aparición, la Tierra enfrentó cinco extinciones masivas, eras glaciales (sin ardillas buscando bellotas) y, ejem ejem, un calentamiento global que, según la Universidad de Pensilvania, hace millones de años provocó que la temperatura del planeta aumentara cinco grados. Claro, ese calentamiento global prehistórico tomó entre diez y veinte mil años. ¿Cuánto ha tomado el calentamiento global actual, en caso de que “realmente exista”? No olvidemos que personalidades influyentes como Donald Trump y Sarah Palin niegan la existencia del cambio climático causado por emisiones contaminantes de combustibles fósiles. Desde niños hemos escuchado consejos para cuidar el agua, un recurso limitado que en cualquier momento desaparecerá por más que la ciencia trabaje en cuestiones como la desalinización del mar. Desde niños nos hablan de colocar la basura en su lugar, de ahorrar energía eléctrica (no está de más por el bien de nuestro bolsillo), reciclar, separar nuestros desechos, etcétera. Seamos claros: el ser humano NO tiene el poder de destruir el planeta. Sí tiene el poder de destruirse a sí mismo, como lo han demostrado
las “misteriosas desapariciones” de culturas antiguas que tal vez simplemente cambiaron de nombre y de lugar de residencia, o que alcanzaron la cúspide de la civilización solamente para terminar en franca decadencia. Carl Sagan, uno de los mayores promotores de la ciencia en el siglo veinte y autor de libros inspiradores como Cosmos, dijo que cambios causados por formas de vida “primitivas” y por procesos naturales, cito, “dejan en ridículo los temores de quienes piensan que los hombres, con su tecnología, han conseguido ahora ‘el fin de la naturaleza’. Estamos extinguiendo muchas especies; quizá incluso consigamos destruirnos a nosotros mismo. Pero esto no es nada nuevo en la Tierra.” Es petulante, por decir lo menos, creernos tan poderosos como para poder acabar con el planeta; poco a poco o con un botón rojo presionado por algún Mandatario cretino. Desde niños nos hablan del cambio climático y demás, pero, en todo caso, el cambio climático actual comenzó con la primera revolución industrial y la introducción de las máquinas de vapor. Y que el ser humano haya desaparecido especies animales como el león bereber, no implica que otras especies no puedan ser septiembre 2020
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extinguidas por sus depredadores naturales. O por un meteorito. Así que seamos humildes. Reconozcamos que sí, que estamos jodiendo a nuestro propio hábitat, que nadamos en mares llenos de plásticos, que comemos peces envenenados con metales pesados. Pero también pensemos que, contrario a lo que alegue el mesiánico Elon Musk, no tenemos injerencia en eventos cósmicos como las tormentas solares. Y por más que hayamos diseñado alarmas sísmicas, esto no implica que sepamos cómo “pegar” la Falla de San Andrés. Y eso del “Proyecto Haarp” me suena totalmente a la película de Geotormenta pero al revés. Aunque, luego de haber tenido en mis manos las tarjetas de Illuminati New World Order, le creo más a los conspirólogos que a quienes piensan que la historia fluye de manera natural por la buena de Dios. Gracias al Covid-19 se habla de la “venganza” de la “Madre Naturaleza” contra el “virus” llamado ser humano… Pensamiento digno de wiccanas que le queman aceitito a Ostara, su diosa primaveral, mientras critican la veneración a un dios católico opresor, machista violador y demás. Ni el sol es nuestro “Padre”
ni la luna es nuestra “Madre”, así como Erich Fromm aclara que el ser humano maduro no busca sustitutos paternos en el exterior o en el más allá pues uno mismo puede y debe ser su propia figura de consuelo y autoridad. Así que no, no creo que el mundo se acabe con la “Tercera Guerra Mundial”, misma que, por cierto, comenzó con el final de la Guerra Fría. ¿Qué mejor prueba de ello que el cierre de fronteras europeas para que los sirios se sigan ahogando en cualquier mar del Mediterráneo? ¿Acaso creen que la crisis económica del coronavirus no tiene ninguna relación con la crisis ninja o crisis subprime de 2008?, ¿o con la burbuja del punto com del año 2000? Lo mejor que podemos hacer es, simplemente, cuidar de nuestros seres queridos. Podemos cambiar el mundo comenzando por nuestra casa, porque abandonar a tu familia para irte a rescatar mujeres de otro continente suena muy loable pero poco humanitario a fin de cuentas: por algo te tocó nacer en este momento y en este lugar. Haz algo positivo por tu casa, por tu ciudad y por tu país.
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Incipit. Somos la Naturaleza Entre el poder y el deseo El que tiene un derecho no obtiene el de violar el ajeno para mantener el suyo. José Martí
Coexistimos en un espacio complejizado que ha construido a un ser humano a través de los cimientos del poder y el deseo. La civilización occidental ha fundamentado su colonialidad destruyendo civilizaciones y explotando a grupos humanos que pasan a ser cosificados como objetos de compra-venta. Una sociedad que se ve colapsada pero que al mismo tiempo se obnubila por el logro de ganancias1 y el escalamiento de clases sociales. Coexistimos sí, en un momento histórico en el que se permite gozar a expensas de la desgracia del otro, justificando desconocimiento o en la peor de las situaciones sabiendo que las acciones sociopolíticas van encaminadas para lograr el empoderamiento de unos pocos y desechando a los otros, a los nadies. Una sociedad de consumo que ha desbordado el deseo de obtención a expensas del despojo de identidad y espacios socioterritoriales que aniquilan “…todo valor, una sociedad entrenada para medirlo todo en términos pecuniarios e identificar el precio que figura en las etiquetas de bienes y servicios vendibles y comprables.”2 Una orgía entre el mercado y las nuevas tecnologías que han ido diseñando los nuevos rostros de la ciencia, la educación y la cultura para dirigir la emocionalidad de consumidores individuales que ven satisfecho su
poder en marcas, likes y en mayor escala en la apropiación de medios naturales a costos risibles y que “…separa poblaciones rurales que han vivido durante años en el campo sin ser molestadas y personajes que llegan de la nada y les prometen desarrollo…”3 les arrojan a la extinción o los convierte en desplazados que se les observa a través de smarts-tv con un dejo de incredulidad e indiferencia colectiva. El deseo es la fuerza que desata necesidades introyectadas en el subconsciente colectivo a través de los medios de comunicación masiva que han especificado ya un proscenio distópico en el que ese mundo feliz 4 del que hablaba Huxley ha sobrepasado el imaginario literario y se ha erigido entre explotadores y explotados. Mientras tanto, ha muerto gente, han muerto animales, han ardido casas, y se han perdido campos de cultivo, como en los tiempos antiguos, 5 y menos políticos.
1. La ganancia obtenida por el proceso de globalización capitalista que ha centrado su poder en la fuerza trabajadora. Consultar James Petras y Henry Veltemeyer. (2003). La globalización desenmascarada. México: Porrúa - UAZ. p.28 2. Zygmunt Bauman. (2015). Amor líquido. México: FCE. p.103 3. StefanoLiberti. (2015). Los nuevos amos de la tierra. México: Taurus. p. 274 4. Aldous Huxley. (2000). Un mundo feliz. Barcelona: Plaza y Janés - Debolsillo. 5. Wislawa Szymborska. (2014). Poesía no completa. México: FCE. Poema Hijos de la época. pp. 313-314
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El término MacLuhaniano aldea global se ha esfumado ya que esa interrelación entre las “aldeas” del planeta no se produjo en el sentido positivo sino a la inversa, el conocerse alentó al desconocimiento, el comunicarse produjo el silenciamiento, al explorarse devino el saqueamiento y con ello el planeta ha colapsado a pesar de las políticas verdes que han sido diseñadas para hacer creer que el ecocidio en el que se vive está revirtiendo las acciones humanas, pero éstas sólo están viendo nacer una nueva ignorancia en la que el desorden priva y está arrastrando a un desastre mundial; ahí estriba la importancia del paradigma de la complejidad7, el cual plantea que la realidad no es singular, por el contrario, esa multiplicidad de realidades crea una falsa percepción de dificultad, lo que se requiere es entender que esas realidades tienen que ser reinterpretadas de maneras distintas y en escenarios diferentes que no universalicen las problemáticas, pero sobretodo no homogenicen a los seres humanos. Algunos grupos sociales han previsto o detectado que el poder y el deseo producen un estado de felicidad insignificante, efímera y mortal. El planeta no está resistiendo las exigencias de la agro industria y quienes habitamos en él nos damos cuenta que los nuevos dueños de éste que hemos llamado planeta azul están acabando con todo lo que puede crecer, y lo que no, lo están diseñando con las ingenierías genómicas y bioéticas. El gozo fast fashion, fast food, low cost, light, wireless o 8 last minute hace creer que el fin de la historia no
está ni por nada cerca, pero según Fukuyama él mismo refuta su postura al darse cuenta de que “…las versiones alternativas iban a estar muy lejos del ideal liberal…”9 y con ellas se pueden encontrar que la naturaleza humana aún es capaz de reorganizarse disipando el deseo efímero y el poder de las grandes transnacionales. Una utopía quizá, pero que no deja de re-significar a la humanidad de humanidad. La búsqueda de nuevas alternativas10 no ha empezado en estos últimos años, más bien, en este momento se han incrementado los movimientos sociales que creen en la transformación del pensamiento socioeconómico para poder detener el colapso en la naturaleza. Estos grupos sociales han revirado al pasado para que en la comunidad ancestral encuentren su re encuentro con la naturaleza, no pretendiendo sobrepasar de ella, sino que a través de la horizontalidad de los pueblos originarios se reafirma la filosofía de que como parte se forma un todo, pero que ese todo también somos las partes. Somos la Naturaleza; mucho tiempo Estuvimos ausente, mas ahora Regresamos. Nos tornamos plantas, tronco, follaje, Raíz, corteza. Estamos arraigados a la tierra, somos Rocas, Somos robles, crecemos en el claro…11
Itasavi1@hotmail.com Facebook: Blanca Vázquez Twitter: @Blancartume Instagram: itasavi68
6. Marshall McLuhan en los años 60s fue considerado un visionario, ya que consideraba a los medios de comunicación como el elemento para derrumbar las barreras de comunicación e integración entre los seres humanos. 7. Edgar Morin. (2009). La introducción al pensamiento complejo. Barcelona: Gedisa. 8. Neologismos que han sido expuestos como señuelos de deseo y consumo como estrategias de mercado de las transnacionales que hacen creer que se vive en la modernidad y el desarrollo. 9. Ángel Jaramillo. (Octubre 2016). "El desafío más importante de nuestro tiempo es lograr un Estado moderno" Entrevista a Francis Fukuyama. Letras Libres, s/v, 26 - 29. 10. Henry Veltmeyer y Anthony O*Malley. (2003). En contra del neoliberalismo. México: Porrúa - UAZ. pp. 7-40 11. Walt Whitman. (1999). Hojas de Hierba. España: Planeta. Poema Nosotros dos, cuánto tiempo fuimos engañados. p. 55 - 56
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Desvaríos de la freaky neurosis. Armas rompecabezas “Hoy somos una emoción, mañana sólo una pieza buscando su lugar; todo tiene que encajar. Sólo somos una pieza buscando un lugar”. Una pieza. Luis Gerardo Garza “Chetes”
El 2020 ha sido complejo. Al inicio de la pandemia recordaba los universos distópicos de los libros leídos y aquellas películas sobre epidemias devastadoras, que tanto aborrezco. Pensaba en las probabilidades de contagiarme e incluso propagar el virus a mis seres queridos. En las posibilidades de morir y dejar huérfanos a mis hijos, o bien que ellos murieran y me dejaran devastada con su ausencia. Con el paso de los meses, al no perder a ningún familiar y tampoco haberme contagiado, fui olvidando el miedo e incluso acostumbrándome a la idea de que el mundo ya no volvería a ser como antes. El cerebro humano tiene una enorme plasticidad para cambiar y adaptarse a circunstancias adversas. El aprendizaje, capacidad de modificar el comportamiento en respuesta a una experiencia, y la memoria, son los rasgos más sobresalientes de los procesos mentales de los animales superiores. Esto también me hace pensar en la resiliencia; es decir, esa capacidad que los seres humanos tenemos para atravesar por dificultades y salir fortalecidos de ellas. Nos adaptamos a entornos adversos, todo en aras de nuestra supervivencia. Ha sido así durante todo nuestro proceso evolutivo. La pandemia, no sólo puso en jaque al sistema de salud, también lo hizo con nuestra economía. Las medidas restrictivas del gobierno con respecto a los negocios de primera necesidad y los no necesarios, obligaron a micro, pequeños
y hasta medianos empresarios a despedirse de sus negocios. Muchos ciudadanos fueron rescindidos de su empleo, algunos por cuestiones de salud, al ser obesos, diabéticos o hipertensos; porque sus empresas se negaban a responsabilizarse si llegaran a enfermar o morir a causa del virus, o bien fueron retirados debido a las medidas de sana distancia y restricción de la movilidad a la población en general. La gente se cuestionaba si morir de hambre o morir por el virus, y muchos optaron por sobrevivir aún con la pandemia; pero no morir de hambre; así que emprendieron diversos negocios de producción o distribución de alimentos; que al fin y al cabo, era lo único que el gobierno, no podía prohibir. Es decir, adaptarse para no morir, era la alternativa más viable. Otra cuestión importante fue la educación, donde se evidenciaron y magnificaron las desigualdades económicas a causa del modelo educativo a distancia. Muchos estudiantes sin acceso a internet o computadora, perdieron el ciclo escolar. Incluso algunas universidades, solicitaron al septiembre 2020
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alumnado darse de baja si no podían cumplir con el programa educativo que exigía conectarse en línea para tomar clases o realizar tareas. Una vergüenza, francamente, la insensibilidad de ciertos académicos ante las personas de escasos recursos. Por otro lado, los contenidos educativos para educación básica, parecían improvisados, más para paliar el hecho de que los niños habían dejado de asistir a clases que para enseñarles lo acorde al programa correspondiente del ciclo que cursaban. Sin embargo y a pesar de las dificultades, quienes sobrevivimos hemos tenido que adaptarnos a todo; aún sin los recursos suficientes, aún después de haber perdido el empleo, aún quizás después del enorme sacrificio que representa comprar una televisión o computadora a crédito, con tal de no rezagarnos. Porque la vida sigue avanzando a pesar del virus, aunque el gobierno restrinja o imponga toques de queda. Cada persona libra sus batallas, a veces contra el estrés, a veces contra la violencia infligida por algún familiar, contra la depresión o angustia a causa del encierro, contra el insomnio e incluso, contra la pérdida de nuestro empleo. Todos armamos rompecabezas, buscando piezas que completen lo faltante. La vida es eso, al fin y al cabo. Nos vamos construyendo, reconstruyendo y a veces, deconstruyendo. Formamos parte de un engranaje más complejo llamado sociedad, en la cual tenemos un papel a desempeñar, necesario para continuar con nuestra vida.
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Nos vemos en el slam. ¿Dónde fue mi primer slam? Al tratar de recordar la primera vez que decidí meter a un sinfín de codazos, patadas y empujones mientras sonaba a todo volumen una rola de ska o rock, no recuerdo con exactitud el lugar, ni a la banda, ni mi estado de sobriedad o ebriedad, pero sí me llegan a la mente unos slams inolvidables cuando era un joven universitario en la escena de la cultura alternativa yucateca. Recuerdo que en una ocasión la Casa de Cultura La 68, un lugar donde presentan muy buenos documentales con temática variada, hicieron a un lado las sillas y guardaron la pantalla para dar paso a un tocada de bandas locales, entre ellas, la legendaria Mama Ruda y los Skatastróficos Hijos del Henequén. El lugar se llenó de bastantes seguidores de esta agrupación y, como se esperaba, desde su primera rola empezaron los encontronazos, caídas y levantones. De lo que más recuerdo es que varios terminaban impactados en una hilera de helechos que al final de la presentación quedó con severos daños. Antes de que el carnaval de Mérida fuera enviado a los terrenos de la Feria Xmatkuil y perdiera su esencia desmadroza, el ayuntamiento organizaba esta “enorme cantina” a lo largo del Paseo de Montejo, donde estaciones de radio y canales locales de televisión instalaban tarimas para una gran variedad musical. Frente a esos escenarios disfrute buenas bandas nacionales como la Maldita Vecindad, Panteón Rococó, Gran Silencio, Inspector y Genitálica, que por lo general se presentaban en el escenario de Exa colocado muy cerca del Monumento a la Patria. Además de estas agrupaciones, en el carnaval meridano también buscaba la presentación de bandas locales, principalmente I&I y la Rikita Banana. En ambas era seguro el slam de una banda ya super pasada de vasotes de cerveza, por lo que en ocasiones algunos cruzaban de codazos y patadas a puñetazos y mentadas de madre que provocaban una entrada represora de policías locales. septiembre 2020
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Un slam que no se olvida, porque lo viví varias veces, es cuando iniciaba el toquín de I&I, con la canción “Al norte”, y tras una simulada llamada telefónica del Rasta Luis sonaba un ska digno para darse con todo para luego mover lentamente el cuerpo con canciones de reggae como La Casa de la Paz o Ceremonial. Antes de convertirse en un restaurante, El Templo, ubicado casi frente al parque perteneciente al barrio de La Mejorada, punto de reunión de manifestaciones y excursiones, era un bar que durante algunas noches evolucionaba a foro de la cultura alternativa. Me atrevo a decir que en un tiempo fue la capital del movimiento por los buenos toquines que se organizaban en su patio central o el trasero con bandas como Ayudantes de Caska y Los Detectives que a través del ska y surf nos animaban a un slam a veces amistoso, en otras ocasiones violento. Como dato personal, en esa época dependía de la cartera de papá y solo me daban para tres chevas, en ocasiones cuatro, así que en El Templo me tomaba la primera al llegar mientras saludaba a los amigos y las siguientes eran entre bandas para hidratarse después de mover el cuerpo. En u slam carnavalesco, no recuerdo la banda, creo que fue en la edición 2008, mas no recuerdo si era domingo o martes de carnaval, cuando la banda I&I subió a la tarima de la estación Ultra para uno de sus muchos conciertos de reggae que iniciaba con una llamada telefónica. En el instante en que el Rasta Luis gritaba “¡al norte de Yucatán! En el centro empezamos a empujarnos y darnos de codazos ante la mirada de policías que durante unos segundos pensaron que era un pleito pero luego entendieron nuestro ritual y continuaron parados tras la valla protectora.
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