NĂşmero 34. Feb-Mar 2017.
Revista
No. 34. Feb-Mar 2017. Es un proyecto de la Catarsis Literaria El Drenaje. Editado en Ensenada, Baja California. Revista de Circulación Mensual. Dirigida por: Adán Echeverría. Edición: Larissa Calderón. Colaboraciones a romeolobos@yahoo.com.mx / Consejo Editorial: Alejandra Aké Sustersick, Joelia Dávila, Cristina Leirana, Roberto Cardozo, Mario Pineda Quintal y Anel Mora. La gran oscuridad de las sensaciones
Wilbert Piña Castillo.
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De Lunes a Viernes Ilseé Morfín.
Silvia Polanco Euán
Mi punto de risa.
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Roberto Cardozo 101
Foc mi.
La Niña TodoMePasa dice:
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La Chontalpa en tres ensueños primaverales de los 80.
Oveth Hernández Sánchez.
Corazón alegre.
Judith Almonte Reyes.
Jéssica de la Portilla Montaño Blanca Vázquez
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Gema E. Cerón Bracamonte
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Mario E. Pineda Quintal
Debut. José Trinidad Aranda Aranda.
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Placer culpable.
Jéssica de la Portilla Montaño
Acto circense.
Marta Aragón R.
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Me niego a desaparecer. Paty Rubio.
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Julio Castillo. Hombre de teatro. Uriel Martínez . El Butoh, una filosofía de vida. Mariana Dolores. Un sueño. David Salazar Miranda.
Empacho.
Paty Rubio.
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Residentes. Addy Castillo Espínola
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Procastinación. María Nieto
80
Incipit.
46
Cuenta los años. Jesús Fuentes.
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Sofía Garduño Buentello 99
Malgré tout. Ángel Fuentes Balam.
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Demersales en A mayor.
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José Ramón Enríquez.
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Dando vueltas con Silvia.
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Anel Mora.
Ángel Augusto Uicab María Jesús Méndez
Cárcel de luz. No te vayas Jesusa.
La memoria del pájaro. Capítulo piloto.
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Charly Perera.
Contenido
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Desvaríos de la freaky neurosis. Nos vemos en el slam.
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La gran oscuridad de las sensaciones. (trilogía escénica original) Cuadro 1. Personajes: Ana Thompson. Gerárd Smith. (Escenario: Una estación de trenes, sin gente. Es de noche. Gerárd se encuentra de pie fumando, junto a su maleta, mirando las vías. Entra Ana, que lleva apenas una maleta pequeña; la mujer luce desorientada e insegura como si quisiera ocultar algo terrible que acaba de pasar. Ve a Gerárd. Él también la mira). Gerárd.- (apagando su cigarro). Buenas noches. Ana.- (dejando su maleta a un lado). Buenas noches. Gerárd.- Creo que perdimos el tren de las ocho. Ana.- (confusa). ¿Lo perdimos? Gerárd.- Sí. Yo llegué a las ocho en punto, según mi reloj, pero ya había partido. Supongo que se adelantó unos minutos. Ocurre con frecuencia en los horarios nocturnos. Ana.- Ah. Gerárd.- Pero me gusta viajar de noche, es mi hora favorita. Es calmada, silenciosa… uno puede escuchar sus pensamientos. Aunque también puede ser cálida, húmeda, sensual… excitante. Por lo tanto, me resulta placentera. ¿a usted no? (Ana se sorprende e incomoda por la excesiva confianza de Gerárd y no responde). Gerárd.- ¿Viaja sola? Ana.- (mira para todos lados, como si alguien la siguiera). Sí. Gerárd.- Pregunta obvia, ¿verdad? Yo también viajo solo. Mi nombre es Gerárd, Gerárd Smith. (le extiende la mano). Ana.- (duda un poco, pero responde el saludo). Ana, Ana Thompson. Gerárd.- Mucho gusto, señorita Thompson. Ana.- Señora. Señora Thompson. En realidad, soy viuda. Recientemente viuda. A partir de hoy para ser exactos. Gerárd.- (sorprendido). Lo siento mucho. Lamento su pérdida. (pausa breve). ¿usted va al…?
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Ana.- No. No me encuentro muy bien. Y no sé por qué le estoy diciendo esto, si no lo conozco. Gerárd.- Pero ya nos presentamos. Ana.- No es suficiente. Somos un par de desconocidos. Gerárd.- Eso debe ser mejor. El anonimato garantiza cierta confidencialidad. Ana.- Pero ya sé su nombre. Gerárd.- Podría ser falso. Podría ser un mentiroso, un estafador, un contrabandista, el criminal más buscado de la ciudad, un asesino a sueldo… (Ana mira a Gerárd un tanto desconcertada). Gerárd.- (ríe). ¡Estoy bromeando! Puede respirar tranquila. No soy peligroso, pero tampoco inofensivo. Ana.- ¿A qué se refiere? Gerárd.- A que sólo hago daño cuando ellas me lo piden. (Ana vuelve a mirarlo aún más desconcertada). Gerárd.- (ríe otra vez). ¡Tendría que ver la cara que puso! Perdón… (ríe más). No soy un psicópata. Soy tan normal o anormal como cualquiera. No fue mi intención asustarla. Ana.- No sé si ya ha dejado de hacerlo. Gerárd.- Espero que sí. Pierda cuidado, soy un caballero. Tampoco quise ofenderla. Sólo buscaba animarla un poco. No debe estar en su mejor momento. Ana.- La verdad no. Necesito tomar distancia, alejarme de todo lo que pasó. Gerárd.- Entiendo. Escapa. Ana.- (sintiéndose descubierta, casi asustada). ¿Cómo dice? Gerárd.- Huye. Los seres humanos huimos con frecuencia. Evadimos lo que nos hace daño, lo que nos duele, lo que nos entristece, lo que nos preocupa. Somos un poco cobardes. Ana.- Yo no soy cobarde. Gerárd.- Quise decir tristes. Ana.- Tampoco estoy triste. Ya no. Me siento… ahogada. Me sentía ahogada. Gerárd.- ¿Entonces quizá celebra su libertad? Ana.- (un poco ofendida). Usted habla mucho.
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Gerárd.- (sonríe). Sí, me declaro culpable. Como ya habrá notado tengo la curiosa costumbre de socializar. Desde niño. Mis padres constantemente debían ofrecer disculpas por mi comportamiento atrevido y confianzudo. Una vez me acerqué a un cura y levanté su sotana sólo para cerciorarme de que no llevaba nada debajo. (Ana suelta una carcajada, pero enseguida se contiene y reacciona con un gesto de desagrado). Gerárd.- (sonríe). Lo sé, no fui correcto ni educado. Aunque asistí a los mejores colegios. Eso, sra. Thompson, no asegura la pérdida de la inmoralidad. Ana.- No comprendo qué quiere decir con eso. Gerárd.- Nada en concreto. Ana.- Entonces está bien. Gerárd.- ¿Quiere saber qué pasó? Ana.- ¿Qué pasó con qué? Gerárd.- Con mi travesura infantil. Ana.- No me interesa. Gerárd.- De todas formas se lo voy a decir, porque no tengo nadie más con quien socializar. El cura no llevaba nada. (Ana intenta contener su risa). Gerárd.- (riendo). ¡Era un exhibicionista! Y creo que un poco pervertido porque lo disfrutó. Estoy seguro que le excitaba saber que iba por ahí, caminando sin mayor preocupación que el goce que produce lo prohibido. No lo culpo. Yo tenía apenas cinco años. Era un niño desenfadado y locuaz. Sin duda una terrible carga para mis padres. Consideraron un internado… ¡hasta un reformatorio! Ana.- Hubiera sido pertinente. Gerárd.- Creo que nací para romper las reglas. Ana.- Todos podemos transformarnos, por las buenas o por las malas. Gerárd.- (seductor, atrevido). Mucho me temo que soy incorregible, señora mía. Ana.- (toma su maleta. Incómoda, cortante.). Buenas noches, sr. Smith. Gerárd.- ¿Se va? Pero el tren aún no llega. Ana.- Tal vez debo buscar otro transporte. Gerárd.- (quitándole la maleta a ana y colocándola a un lado). Ningún vehículo la llevará con mayor seguridad y fascinación que el tren. Ana.- (confundida). ¿Fascinación?
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Gerárd.- Sí, sra. ¿acaso nunca ha viajado en tren? Ana.- No. No suelo viajar muy seguido. De hecho, nunca. Gerárd.- Se ha perdido una gran experiencia. Ana.- ¿Usted lo cree? Gerárd.- No lo creo, lo vivo. Esto no se trata de fe. (se acerca mucho a Ana). Sino de sentir, de experimentar… (casi sexual)… de disfrutar. Entregarse al placer de los sentidos; como el cura sin calzoncillos. ¿se imagina? El roce de la piel con la tela, sin la estorbosa ropa interior… la erótica sensación de libertad… estoy seguro que tenía erecciones continuamente. Ana.- (alejándose). Me queda claro. Es demasiado extrovertido. Gerárd.- Se lo dije. Y ya que mis padres no están aquí soy yo el que ofrece disculpas. Ana.- (tomando su maleta de nuevo). Me voy. Gerárd.- Lo va a lamentar. Ana.- ¿Si me voy o si me quedo? Gerárd.- Prometo portarme bien. O al menos intentarlo. Ana.- (deja la maleta en el suelo). ¿Me da su palabra de caballero? Gerárd.- (sexual). Y todo lo que usted guste. (Ana vuelve a tomar su maleta, más enojada y trata de irse. Gerárd la detiene de inmediato). Gerárd.- ¡Lo siento! ¡lo siento!… tiene razón. Le doy mi palabra. Ya es muy tarde, no debe estar caminando por ahí, sola. Está más segura aquí, conmigo. Lo digo de una manera correcta, sin mala intención. (Ana mira a Gerárd. Piensa un instante. Deja su maleta a un lado). Ana.- Voy a esperar el tren, únicamente porque quiero irme de esta ciudad, no porque usted me lo pida. (Ana se aleja un poco más. Gerárd enciende otro cigarro. Ana mueve las manos alejando el humo, molesta). Gerárd.- Perdón, ¿le molesta el humo? Ana.- Un poco. Gerárd.- ¿Quiere que lo apague? Ana.- No es su obligación, pero sería cortés de su parte y se lo agradecería. Gerárd.- No hay problema. (da una última fumada y apaga el cigarro). Listo.
(Ana sonríe forzada sin dejar su incomodidad). Gerárd.- (acercándose demasiado a Ana). Dijo que me lo agradecería… ¿en qué forma? Ana.- (ofendida). ¡Sr. Smith! ¡Por favor! No soy su cura con sotana. Gerárd.- ¿O sea, que usted sí lleva ropa interior? Ana.- ¡Le voy a exigir que se comporte! Gerárd.- (divertido). Ahora exige. ¿nos tenemos ya tanta confianza? Ana.- Usted es el menos indicado para medirla. ¿qué les ocurre a los hombres de hoy en día? Gerárd.- Ah… presiento… (corrige) no, intuyo que esa misandria tiene alguna relación cercana con su matrimonio. ¿o es usted androfóbica? Eso es más grave. Tal vez necesite ayuda médica. Ana.- Si fuese androfóbica no estaría hablando con usted, ¿no le parece? Gerárd.- Tiene razón. Entonces sólo nos desdeña. Ana.- No, sr. Pero algunos de sus congéneres son verdaderamente insufribles. Gerárd.- Ajá… como su difunto marido. Ana.- (pausa breve). Pues sí. Mi difunto marido, el sr. Thompson, era un completo imbécil, al igual que usted. Gerárd.- Veo que hemos roto el hielo. (pausa). ¿Por eso se va? (Ana no contesta). Gerárd.- Ya me respondió con su silencio. Ana.- (respira, piensa un poco). Dejo atrás un matrimonio de once años. Sí, once años de insultos, decepciones, agresiones físicas y verbales, infidelidades, humillaciones… Walter, mi difunto marido, no era precisamente un amor perfecto. Gerárd.- ¿Y por qué no se fue antes? Ana.- No tenía opción, sr. Smith. Algunas veces, la vida no ofrece opciones. Estas ocurren tarde. Gerárd.- Es verdad. Por eso yo no espero a que lleguen. Lo único que espero es el tren. (acercándose de nuevo, seductor). Yo provoco mis oportunidades. Ana.- Creo que usted sólo juega con fuego, sr. Smith. Tenga cuidado, causa cicatrices, imborrables. Gerárd.- (nuevamente divertido). ¿Es una amenaza?
Ana.- (seria. Descubriéndose uno de sus brazos y dejando al descubierto una gran cicatriz). Es una experiencia. Gerárd.- (sorprendido). ¿Su esposo le hizo eso? Ana.- Walter tenía métodos muy extremos para castigarme. Gerárd.- ¿Castigarla? ¿de qué? Ana.- Intenté escapar varias veces. Las consecuencias eran cada vez más severas. No le temo al infierno, sr. Smith, ya estuve en él. Fue un largo camino, nada agradable. Tres costillas rotas, cicatrices por quemaduras en brazos y espalda, un hombro dislocado… en una ocasión me golpeó tan fuerte que me dejó inconsciente. Desperté al otro día con los labios inflamados y dos dientes rotos. Gerárd.- (escandalizado). ¡¿Pero… por qué no lo denunció con la policía?! ¡¿cómo pudo permitir que le hiciera todo eso durante once años?! Ana.- Lo acusé, lo denuncié, inclusive llegué a pegarle. Bueno, fue un manotazo ligero comparado con la golpiza que recibí después. Hice todo lo que pude para alejarme de él. Todo fue inútil. Si acaso, peor. Walter era un hombre con muchos amigos influyentes. Gerárd.- Me cuesta creer lo que me dice. Al verla así tan… entera. Ana.- No busco su lástima. Las cosas son mejores para mí ahora. Tiene razón: por fin soy una mujer libre. Gerárd.- Entonces la felicito. Ana.- (pausa breve). ¿Usted también huye? Gerárd.- No. Yo no necesito huir. Pero no suelo quedarme en un lugar mucho tiempo. Soy un ave migratoria. O en todo caso, errante. Ana.- Un nómada. Gerárd.- Exacto. Ana.- ¿Y puedo preguntar a qué se debe? Gerárd.- Sí puede, con una condición. Ana.- (desconfiada). ¿Cuál? Gerárd.- Que me llame por mi nombre de pila: Gerárd. Ana.- Está bien, Gerárd. Gerárd.- …y que yo pueda llamarla Ana. Ana.- De acuerdo. Gerárd.- Tú y yo somos muy diferentes, Ana. Yo me canso muy rápido. No soporto la rutina. Ni siquiera una buena. Hasta el placer me fastidia, con la misma persona, claro. (sonríe). No me he casado nunca. No he querido. ¿para qué? Me volvería loco,
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atado de pies y manos, pero sobre todo: no podría tolerar que me amordacen la conciencia. Ana.- Pensé que no tenías. Gerárd.- (ríe). Sí la tengo, bien oculta. Sólo la enseño en ocasiones especiales. Ana.- ¿Esta es una de ellas? Gerárd.- No lo sé. La noche es joven. Ana.- Y el tren todavía no llega. Gerárd.- Entonces tenemos tiempo. ¿quieres que te la enseñe? ¿prometes no asustarte? Ana.- (sonríe). ¿Cuántos corazones has roto en estos viajes, gerárd? Gerárd.- Ah… esa es una incógnita, inclusive para mí. De verdad, ¿cómo saberlo? Ustedes las mujeres son un misterio. Dicen que nos aman y podrían estar amando a cinco al mismo tiempo. Ana.- Tal vez debas cambiar de amigas. Gerárd.- Lo digo sin afán de ofender, claro. Ya diste tu opinión de los hombres. Ana.- ¿Es una venganza? Gerárd.- Es una experiencia. Ana.- Pero tú no tienes cicatrices. Gerárd.- No de las que se ven a simple vista. Ana.- Pues a mí no me pareces tan experimentado como dices. Creo que sólo eres un fanfarrón. Gerárd.- Soy diferente. Ana.- ¿Diferente porque te hartas de repetir? ¿Porque saltas de cama en cama? ¡Qué innovador! Gerárd.- Diferente porque lo admito. Ana.- Eso sólo te hace cínico, no diferente. Gerárd.- (seductor). Tal vez tú me hagas cambiar de opinión. Tal vez tú logres domar a la bestia. No sé… enseñarme a dar la pata… a no ladrarle a los extraños… a moverle la cola a una sola mujer… Ana.- Dicen que perro viejo no aprende trucos nuevos. Gerárd.- Llámame loco, pero tienes algo que me atrajo desde que llegaste. Ana.- (sensual). ¿Es posible tanta suerte? Gerárd.- ¿Crees en las casualidades? Ana.- Creo en las coincidencias. Gerárd.- ¿No son lo mismo? Ana.- (sonríe). No. Gerárd.- ¿Lo ves? Tengo mucho que aprender. Ana.- No me digas. Gerárd.- ¿Cuál era la probabilidad para que tú y yo nos encontráramos esta noche? ¿Cien entre mil? Ana.- Una en un millón.
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Gerárd.- Una fue suficiente. (Acerca sus labios a los de Ana). Ana.- ¿Vas a besarme, Gerárd? Gerárd.- Sólo si tú lo permites. Eres una mujer libre. Ana.- Hazlo. (se besan). Gerárd.- Huye conmigo. Ana.- ¿A dónde? Gerárd.- El lugar no importa. De todas formas no deseamos estar aquí. Ana.- Te voy a cansar, tú lo dijiste, no soportas la rutina. Gerárd.- La soledad también es aburrida. Di que sí. Ana.- (sonríe). Sí. (se oye el sonido del tren que se acerca). Gerárd.- Justo a tiempo. (toma ambas maletas). Presiento… (corrige) no, intuyo que este viaje será muy especial. Ana.- Yo también. Gerárd.- Y por cierto, no me dijiste de qué murió tu marido. Ana.- (con la mayor naturalidad). Lo maté. (gerárd queda perplejo. Ana mira al tren que va llegando).
Telón. Cuadro 2. Personajes: Dolores (madre). Ernesto (hijo). (escenario: un comedor modesto. Dolores está en una silla de ruedas cerca de la mesa. Llega Ernesto del trabajo. Es de noche. Ambos se miran sin hablar. No están molestos, pero es importante esa primera impresión en el público, quien debe comprender la relación tirante entre ambos personajes a pesar del parentesco. Ernesto se sienta y enciende un cigarro). Dolores.- Ya vas a empezar a fumar… Ernesto.- Sabes que siempre fumo cuando llego del trabajo. Dolores.- No siempre. Algunas veces no lo haces. Ernesto.- Algunas veces fumo afuera, mamá. Antes de entrar.
Dolores.- Ah. A escondidas, como un ladrón… Ernesto.- No. Como un ladrón no, como un vicioso. Nada más. Dolores.- No encuentro mucha diferencia. Ernesto.- (tratando de cambiar el tema). Hoy tuve un día difícil. Dolores.- (ignorando la evasión). Yo nunca te enseñé a fumar. Pero los hijos aprenden algunas cosas por sí solos. Cuando crecen… o cuando se sienten grandes. Pero uno nunca es demasiado grande para desobedecer. Ernesto.- (respira, tratando de no alterarse). ¿Y quieres que lo apague? Dolores.- Si eso no supone un sacrificio inalcanzable para ti, te lo agradecería. Ernesto.- ¿Por qué siempre tienes que ser dramática? Dolores.- ¿Dramática, yo? Ernesto.- Sí, dramática. Exageras todo. Dramatizas todo. “si no supone un sacrificio inalcanzable”… ¿de qué novela sacaste esa frase, mamá? Por dios… Dolores.- Eres muy injusto conmigo. Injusto, casi rayando en una crueldad incipiente y perversa… Ernesto.- Mamá… Dolores.- No soy tu mamá, ahora. Ni tú eres mi hijo, eres tan sólo Ernesto. Y yo soy Dolores. Así me pusieron mis padres y el nombre me quedó chico. Dolores. Qué precisión de los viejos. Y eso me causas tú: dolor. No mereces llamarme mamá. Ernesto.- ¿Ves lo que te digo? Dolores.- No, no puedo ver lo que dices. Puedo oír lo que dices y ver lo que haces. Y lo que veo y escucho me duele. Ernesto.- ¿Puedes sentir lo que escuchas? Dolores.- Sí. Y entonces cierro los ojos y ya no veo nada. Ernesto.- ¿Y también dejas de sentir? Dolores.- Quisiera, pero el dolor no desaparece tan fácil. Ernesto.- Namá, no desenvainemos las espadas. Hoy no. No es un buen día. Dolores.- Nunca es un buen día para que madre e hijo desenvainen las espadas. Ernesto.- Sí, mamá. Escúchame. Escucha lo que digo. Dolores.- Yo escucho.
Ernesto.- No quiero pelear. Dolores.- ¿Y acaso yo sí? Ernesto.- No. Estoy seguro que no. Dolores.- Tienes que ensayar un poco más tu ironía, porque no te sale nada bien. Ernesto.- Contigo nada me sale bien, mamá. (Dolores lo mira y ya no dice nada. Ernesto apaga su cigarro, no sin antes darle una última fumada). Dolores.- ¿Tienes hambre? ¿quieres que te prepare algo de comer? Ernesto.- No, estoy bien. Comí algo en la calle, antes de venir. Dolores.- En la mañana ni siquiera desayunaste. Ernesto.- Tomé café. Dolores.- ¿Y cuánto te alimenta un café? Nada. Sólo te mantiene despierto y algunas veces es mejor no despertar, como tu padre. (Ernesto la mira). Dolores.- ¿Qué? …esa mirada no logro descifrarla. Y mira que una madre conoce todas las miradas. Pero esta es nueva. Me asusta un poco. Ernesto.- No, a ti no te asusta nada, mamá. Y eso lo sabemos bien, ambos. Dolores.- Y sí… para qué nos hacemos pendejos. (Ernesto la mira otra vez). Dolores.- Esa mirada sí la he visto antes… es una mirada de sorpresa. ¿y de qué? ¿de que dije: “pendejos”? No será la primera vez. Tú fumas, yo digo leperadas. Y el mundo sigue girando. Es una canción, creo, ¿no? (Ernesto sonríe un poco). Dolores.- Ah… una sonrisa… bueno, un intento rescatable de sonrisa. La primera en varios días. Me agrada. Ernesto.- Tampoco han sido días buenos para sonreír. Dolores.- Ni para llorar. ¿sabes que no he llorado mucho? Ernesto.- Lo sé, mamá. Dolores.- ¿Lo sabes? Ernesto.- Bueno, lo imagino. Dolores.- Pues qué imaginación la tuya. Ernesto.- No te he visto llorar. Dolores.- Porque me escondo para hacerlo. Pero esta vez no he tenido que esconderme porque no lo he hecho.
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Ernesto.- Ya habrá tiempo. Dolores.- ¿Tú quieres que llore? Ernesto.- ¿Pero qué pregunta es esa, mamá? ¿quieres volverme loco? ¿cómo voy a querer que llores? ¿ese concepto tienes de mí? Dolores.- Dijiste que no han sido días buenos para sonreír. Ernesto.- Y no lo han sido, mamá. Pero siempre vendrán tiempos mejores… y esa sí es una canción. Dolores.- Espantosa, por cierto. El pop vino a desbaratar la buena música. A sangrar los oídos de los que amamos la poesía y la belleza que se forman con las palabras y las notas adecuadas. Qué diferencia con un tango que lo mismo puede ser apasionado que sublime... Arrebatarte, que conmoverte… Ernesto.- Sí, mamá, después del tango, todo lo demás fue ruido. Dolores.- Tampoco hace falta la burla. Ernesto.- No es burla. Dolores.- Y tampoco la mentira. Ernesto.- Dejemos a un lado la música, la poesía y el tango sublime. Que de tangos ya tenemos los justos. Dolores.- Si quieres. Ernesto.- ¿Ya pensaste qué vamos a hacer con las cenizas de papá? Dolores.- ¿Pues qué más vamos a hacer? Tenerlas aquí. No vas a pensar que las voy a arrojar al mar o esas tonterías que hace la gente. ¿para qué? ¿para que se la coman los peces?? Ernesto.- ¡Los peces no se comen las cenizas, mamá! Dolores.- ¡Cuando yo muera no quiero convertirme en alimento de ningún animal marino o terrestre! Te lo advierto. ¡porque regreso del más allá y te armo un tango y no del sublime sino del arrebatado! Ernesto.- …¡y cuando yo vea tu fantasma me muero de un infarto y nos vamos juntos al más allá! Y bailamos un tango desde el infierno. Dolores.- Sí, bonitos nos vamos a ver los dos bailando un… (se da cuenta de lo que dijo Ernesto). ¡¿cómo que desde el infierno?! (estalla en carcajadas). ¡¿acabas de mandar a tu madre al infierno?! Ernesto.- (riendo también, un poco de nervios). No…
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no quise… no lo dije con esa intención. No lo pensé. Dolores.- Te perdono porque te creo. Y sólo porque sé que efectivamente no piensas. Nunca pensaste mucho tú. Ernesto.- (deja de reír, por el comentario de Dolores. Se enoja un poco). Además, no podríamos tirar las cenizas al mar, no estamos ni cerca. Lo más parecido sería tirarlas por el retrete. Dolores.- ¡¿Quieres que tire a tu padre por el retrete?! Ernesto.- (molesto). ¡No, mamá! ¡claro que no! (Ernesto, alterado, toma su cajetilla y saca un cigarro. Dolores lo mira inquisitiva y él lo guarda de nuevo). Ernesto.- (un poco más calmado). ¿En qué parte de la casa quieres poner la urna? Dolores.- No lo sé. ¿en dónde se ponen las cenizas de un marido? Eso no te lo enseñan. Nadie te prepara, nadie te avisa. Ernesto.- (tomando la urna y poniéndola en la mesa). Qué te parece si por ahora la dejamos aquí. Dolores.- ¡¿Sobre la mesa del comedor?! ¡qué desagradable! ¿y va a estar viendo los platos y los frijoles?... ¿los cubiertos y las verduras cocidas? No, no me gusta. Va a seguir criticando mi comida y no pienso soportarlo. Ernesto.- Dije: por ahora. Ya luego pensamos bien en dónde quieres ponerlo para que no tenga que ver los frijoles y las verduras cocidas… Dolores.- Ni escucharme. Ernesto.- Yo no dije eso. Dolores.- Pero lo pensaste. Es otro de los poderes de una madre, leer la mente. Ernesto.- ¿Y qué estoy pensando en este momento, mamá? Dolores.- Que tienes ganas de encender otro cigarro. Pero no lo vas a hacer porque me quieres…. O porque me tienes todavía un poquito de respeto… o consideración. Ernesto.- Eso es un chantaje. Dolores.- Sí. Un privilegio que tenemos las madres. (Ernesto abre la urna). Dolores.- ¿Pero qué estás abriendo tú? Ernesto.- Nunca había visto las cenizas de un muerto. Dolores.- ¡No es sólo un muerto, es tu padre! Ernesto.- (viendo las cenizas). ¿A esto se reduce todo?
Dolores.- (cerrando la urna). Tienes razón. No han sido días buenos para sonreír. Ernesto.- (pausa breve). ¿Vas a dormir temprano hoy? Dolores.- No. No lo creo. Sabes que no concilio el sueño fácilmente. Ernesto.- ¿Quieres que te prepare un baño? Dolores.- No. Me bañé en la mañana, muy temprano, antes de que te tomaras tu nutritivo café. Ernesto.- (comienza a enojarse cada vez más). Lo sé. Dolores.- Y no me siento sucia. Ernesto.- No dije que así fuera. Dolores.- Pero puedo escucharlo en el tono de tu voz y puedo verlo en tu mirada. Ernesto.- Mamá, tienes que dejar de hacer eso. Dolores.- Ernesto… Ernesto.- Mamá, por favor. Te lo ruego. Dolores.- No soy tonta. Ernesto.- Nunca he dicho que lo seas. Dolores.- No con palabras… Ernesto.- (a punto de explotar). ¡Yaaaa! (Ernesto azota la mano en la mesa en donde están las cenizas, estas vuelan esparciéndose sobre la mesa. Ambos se sobresaltan). Dolores.- Voy a recogerlo. Ernesto.- ¡No! Yo lo hago. (recoge las cenizas y las va colocando en la urna. Pausa breve). ¿Por qué eres así? Dolores.- ¿Así, cómo? Ernesto.- (mira a dolores, molesto, muy dolido). Así conmigo. Dolores.- Yo soy así con todos desde hace tiempo. Ernesto.- Pero yo soy tu hijo. Dolores.- ¿Y crees que no te quiero? Por favor… soy peor con los demás. Pero en mi defensa debo decir que yo nunca lanzo la primera piedra, yo sólo la pateo de regreso. Lo que pasa es que suelo patearla bastante fuerte. Ernesto.- ¿Y cuántas piedras te he lanzado yo? Porque no recuerdo ninguna. Dolores.- Después de lo que hizo tu padre, me has lanzado varias. Ernesto.- Esto no tiene nada que ver con lo de papá. Él tomó una decisión y todos salimos afectados, no lo podemos evitar. Pero no me desquito contigo, tú sí.
Dolores.- Por favor… en el fondo me consideras culpable. Ernesto.- ¡Eso no es verdad! Es un pretexto, lo sabes… y de todos modos disfrutas haciendo un drama. ¿qué quieres que te diga, mamá? Dolores.- Lo que sientes. Ernesto.- Está bien. Me siento cansado. ¡cansado! ¡harto! ¡hasta la madre! Dolores.- (cómica). ¿Hasta yo? Ernesto.- ¡Mamá, por favor! Dolores.- No es momento de sonrisas. Ernesto.- Es momento de verdades: quiero paz. Dolores.- La verdad no siempre trae paz. Ernesto.- Sí, tienes razón, lo vivimos con papá, que deseaba morirse para descansar en paz. Y se suicidó. Y su muerte no nos trajo paz a nosotros, por muy cierta que haya sido, ¿no es así? (Dolores no responde). Ernesto.- ¿Ahora te callas? No. ¿quieres hablar? Hablemos. Dolores.- ¿De qué? Ernesto.- De la muerte de papá. Dolores.- Del antes o del después. Ernesto.- Tú también tienes que ensayar más tu ironía, mamá. (pausa muy breve). Yo creo que empezar con el antes es una buena opción. Dolores.- Adelante, suéltalo. Ernesto.- ¿Qué cosa? Dolores.- Lo que piensas, lo que tienes atorado y te quema. Porque los sentimientos, hijo, cuando no se liberan, te queman. Te hieren. Te gobiernan. Te dejan marcas. Ernesto.- (pausa tensa). ¿Por qué se mató papá? (Dolores no responde otra vez). Ernesto.- ¡Te estoy preguntando, mamá! ¿Lo sabes? Tienes que saberlo… (Dolores sigue sin responder). Ernesto.- ¡¿Por qué no me respondes?! Dolores.- ¡Porque eso tendría que decírtelo el tipo que está en esa urna, no yo! Ernesto.- ¿Y en dónde quedaron tus poderes de clarividencia? ¿Los perdiste de pronto? Dolores.- Los poderes de una madre únicamente funcionan en los hijos, no en los esposos. Ernesto.- Ah… qué conveniente. Dolores.- Tú me culpas por la muerte de tu padre.
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Ernesto.- (fastidiado). Mamá… mamá… Dolores.- ¡Piensas que él también se hartó de mí! ¡se cansó! Ernesto.- ¡Por favor! Dolores.- (pausa breve). En serio, Ernesto, eres muy cruel algunas veces. Ernesto.- ¿Cruel? ¿yo? Dolores.- Sí, tú. Ernesto.- ¡¿Cruel, yo?! ¡Sacrifiqué mi vida por ti… por ustedes… por ambos! ¡Renuncié a mis sueños, a mis proyectos! Dolores.- ¿Qué proyectos tenías? Ernesto.- ¡Yo tenía una vida, mamá! ¡O debería tenerla! ¡Dejé todo! ¡Me quedé con ustedes! ¡Yo soy el que tendría que estar cansado… fastidiado… encabronado! Dolores.- Eres muy injusto. Ernesto.- ¡Me olvidé de mí! ¡eso es injusto! Dolores.- ¡Nosotros no te lo pedimos! Ernesto.- ¡Pero me necesitaban! ¿Y qué iba a hacer yo, mamá? ¿Dejar que se las arreglaran como pudieran? ¿Ignorarlos? ¿Dejar de ver y oír? ¿Ser un mal hijo? ¿Cerrar los ojos y dejar de sentir? ¿Sufrir tus reclamos? Dolores.- ¿Qué reclamos? Ernesto.- ¡Sabes perfectamente de lo que hablo! Dolores.- Sí, pero recurro a mi derecho de hacerme a la desentendida. Ernesto.- (pausa). Te dije que no quería pelear… pero ahí vas de nuevo a poner el dedo en la llaga... ¡Suficiente por hoy, mamá! Necesito descansar. Y tú también. (Ernesto cierra la urna y empieza a irse). Dolores.- (pausa). Se quería marchar. Ernesto.- (se detiene). ¿Qué? Dolores.- Tu padre, se quería ir. Y te iba a llevar con él. Ernesto.- ¿A dónde? Dolores.- Yo qué sé, lejos. Lejos de mí. Ernesto.- Él no quería hacer eso. Tú puedes ser una mujer muy complicada algunas veces y causas dolores, como tu nombre, pero no es para tanto. Uno se acostumbra a ti, así como te acostumbras a una úlcera. Dolores.- (sarcástica). Y te agradezco la comparación tan linda. Ernesto.- (con sarcasmo también). Fue lo que se me
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ocurrió. Como no pienso. Dolores.- ¡Él quería que se fueran! No lo estoy inventando… lo sé, me lo confesó. Ernesto.- ¿Cuándo? Dolores.- Una noche antes. Yo no quería perderlos. ¿Pero qué iba a hacer, amarrarlos? ¿Qué se hace cuando alguien te dice que ya no te quiere, que ya no siente nada por ti? ¿Qué opciones te quedan? Ernesto.- ¿Él te dijo eso? Dolores.- Sí. Mejor se hubiera quedado callado. Yo no le pregunté. Sabía que ya no me quería, no soy tonta. No hay nada peor que la indiferencia. Bueno, sí hay: el abandono, la soledad, el desprecio. ¿por qué quieren dejarme? Primero él, ahora tú. Ernesto.- Yo no quiero dejarte… y no te desprecio. ¿Te das cuenta de lo que dices, mamá? Dolores.- ¡Me doy cuenta que soy una carga! Primero para tu padre y luego para ti. No tienes idea de lo que se siente… ser un estorbo. ¡Yo era la reina de esta casa! ¡antes de esta maldita silla de ruedas! Y tu padre me amó alguna vez. Sí… ¡Estaba loco por mí! Perdido de amor… tendrías que haberlo visto. Era muy diferente todo. A ti te tocó el principio del fin. Cuando tú naciste, yo me puse mala. Me hicieron varios estudios… muchos… y fue entonces cuando me dieron el diagnóstico. Ya no pude recuperarme y todo fue cuesta abajo. Me dijeron que nunca debí embarazarme, pero tu padre quería un hijo. Te tuve para darle gusto. ¿y de qué sirvió? Ernesto.- Papá aún te quería. Dolores.- No. Ya no. Me toleraba, cada vez menos. Como dices, me convertí en una úlcera... De esas que no sanan. Mi enfermedad me obligó a ser la villana, la bruja, la mala del cuento. ¡Yo no pedí esto! ¡Se me obligó! Y las malas no hacemos cosas buenas. Traté de no desquitarme contigo ni con él. Pero era muy difícil. Ernesto.- ¿Por qué nunca me dijiste? Dolores.- Él me pidió que no lo hiciera. Me dijo que ya era suficiente veneno con que tuvieses que soportarme todos los días. Ernesto.- Nunca lo vi de esa manera. Dolores.- Sí, ya sé. Tú siempre fuiste bueno. Te juro que también intenté ser una buena madre.
Ernesto.- (pausa breve). ¿Y por qué se mató papá si planeaba irse conmigo? Dolores.- (pausa breve). No podía dejar que se fueran. Él me repitió una y otra vez que no tenías un futuro junto a mí. Que te estaba consumiendo como lo consumí a él. Dijo que tenía que llevarte lejos, para salvarte de mí. Ernesto.- ¿Y qué pasó? Dolores.- Él no se fue, aquí está. (señala la urna). Conmigo, con nosotros. Ernesto.- Ahora tú me estás asustando. Dolores.- Las villanas asustamos un poco. Es nuestro papel. Yo no era así. Pero me fui amargando y desesperando… la desesperación es un peligro, te impulsa a hacer cosas… cosas malas… cosas irreversibles. Ernesto.- (empezando a alterarse). ¿Qué hiciste, mamá? Dolores.- No me mires así… te prohíbo que me mires así. Ernesto.- (más alterado). ¡¿Qué hiciste?! Dolores.- ¡Conservarlos a mi lado! Eso hice. (pausa breve). Tu padre siempre tomaba un café cargado cada mañana al despertar, sin azúcar, así como tú. Era casi un ritual. Ese día cumplió con su rutinaria costumbre. Se lo preparé yo, a pesar de todo lo que me había dicho la noche anterior. Qué hígado el mío. Él seguía firme en su decisión de irse. Con esa sangre fría. Ya había hecho la maleta. Y pensé: ¿qué pasaría si le echo tranquilizantes a la taza que se va a tomar este hombre? Con lo amargo del café ni lo va notar. Y así fue. No iba a permitir que me dejen. ¿entiendes? ¡A mí no se me abandona como un trasto viejo! ¡No lo iba a permitir! ¡somos una familia! O solíamos serlo… Ernesto.- (desencajado, incrédulo). No puedes estar hablando en serio… no creo que hayas sido capaz de algo así… Dolores.- ¡Lo fui! ¡con todas mis fuerzas, con toda mi alma, con todo mi rencor, con toda mi impotencia, con todo mi coraje! Con todo el dolor que tenía guardado aquí dentro. Con toda la oscuridad que la vida me dio. Hacía mucho tiempo que no deseaba la muerte de otra persona. Otra que no fuera yo. (pausa breve). Tu padre está
aquí. (señala la urna). Y ahora tendrá que ver los frijoles y las verduras... Conmigo. Y tú también. No estoy arrepentida. (Ernesto mira a dolores sin poder hablar). Dolores.- No dices nada… pero me hablas con los ojos, no puedes ocultarlo. Y ya no quiero descifrar tus miradas. Me hacen daño. Sólo quiero recostarme un poco. Tengo que levantarme temprano para cocinar. (Ernesto va a salir). Dolores.- ¿A dónde vas? Ernesto.- (con voz entrecortada). No sé. Necesito aire. Dolores.- Está bien. El aire es bueno… te calma. Te apacigua. (Ernesto la mira fijamente y se dirige a la salida). Dolores.- Ernesto, ¿vas a volver, verdad? (Ernesto se detiene un instante. No responde. Sale).
Telón.
Cuadro 3 Personajes: María. Gabriel. Ángel. (Escenario: un comedor. En la mesa hay algo de comida y cervezas. María está sentada con los ojos vendados. Se puede ver cerca un pequeño estéreo o grabadora. Es de noche). María.- (sonriendo). ¿Qué pasa, Gabriel? Estoy impaciente. (entra Gabriel con un pastel). Gabriel.- (cantando). Estas son las mañanitas que cantaba el rey David… María.- (quitándose la venda) y ríendo). ¡Pastel de mantequilla, me encanta! Gabriel.- A mí me encantas tú. Feliz cumpleaños. (le da un beso). María.- ¿Es todo para mí o tengo que convidarte? (Gabriel se acerca a un pequeño estéreo o grabadora y pone música salsa. Empieza a bailar).
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Gabriel.- (sin dejar de bailar). Como quieras, eres la festejada. Es tu día. María.- Entonces todo para mí. Gabriel.- (sacándola a bailar). Pero antes tienes que bailar conmigo. María.- (bailando). ¿No lo he hecho ya? Gabriel.- (bailando). Durante siete años. Ya tenemos una historia. María.- (alejándose. Cambiando de humor). ¿Siete? El tiempo pasa demasiado rápido. No entiendo por qué tiene que ser así. Gabriel.- Mary, hoy no. Hoy vamos a estar felices y a celebrar. María.- Es que un día más es un día menos. Gabriel.- (apaga la música). Pero faltan muchos. (pausa muy breve). Le dieron quince años. María.- Y fueron pocos. Sólo quedan ocho. Debieron ser más. Gabriel.- No podemos vivir pendientes de eso. Él ya no forma parte de nuestras vidas. Quedó atrás: olvidado. María.- Yo lo recuerdo todos los días. Y tú también. Gabriel.- Él está dentro. Nosotros seguimos fuera. María.- Todos estamos dentro, Gabriel. Las cosas no van a ser iguales nunca. Gabriel.- (tratando de cambiar el tema). Me niego a seguir con esta plática. Quiero bailar. (enciende la música de nuevo). María.- (acercándose a Gabriel). Vámonos a otra parte. Gabriel.- (apaga la música). ¿Y a dónde? ¿A otro estado? ¿A otro país? ¿A otro planeta? ¿Sirve de algo? María.- Me tranquilizaría. Gabriel.- Nuestra conciencia nos sigue a donde vayamos. María.- No me refería a eso. Gabriel.- Pues ese es el verdadero problema. María.- No quiero quedarme aquí. Debimos irnos desde hace mucho. Gabriel.- (tratando de convencerla). Está encerrado. Era la única forma de librarnos de él. Ya discutimos esto muchas veces. Estaba consumiendo nuestras vidas. Era un parásito, un tumor que teníamos que extirpar. La mala hierba se corta de tajo. María.- La mala hierba nunca muere.
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Gabriel.- Ya lo veremos. (se oye un ruido). María.- (asustada). ¿Qué fue eso? Gabriel.- (sin darle importancia). Algo se habrá caído. (se acerca a la mesa y abre dos cervezas). ¿brindamos? (Gabriel le da una cerveza a María. Tocan a la puerta). María.- (sobresaltada). ¿Quién es? Gabriel.- No sé. (sale y regresa casi enseguida). No era nadie. María.- ¿Cómo nadie? Gabriel.- Tal vez fue el viento. María.- Gabriel, ¿tú piensas que el viento hace eso? Gabriel.- Bueno, un vecino jodón… o algún niño. Los niños son así, ¿no? María.- No hay niños en la calle a estas horas. Gabriel.- (empezando a enojarse). Pues no sé, María. Salí y no había nadie. María.- Pero alguien tocó la puerta. Gabriel.- ¡Pues ve tú si quieres y averígualo! Yo no vi nada. María.- ¿Cerraste bien? Gabriel.- ¡Sí! ¿por qué quieres arruinar tu cumpleaños? María.- ¿Te parece que es intencional? Gabriel.- Tienes que controlar tus nervios. Te entiendo. Tampoco yo estoy completamente tranquilo, pero no ganamos nada con atormentarnos. (María asiente con la cabeza. Gabriel se acerca a la mesa). Gabriel.- Y yo quiero pastel. María.- Dijiste que era todo mío. Gabriel.- (sonriendo). ¿A qué hora dije eso? María.- Sólo voy a compartirlo porque te has portado muy bien. (Ángel aparece repentinamente sin que ellos lo noten). Ángel.- Eso no es cierto. Ambos se han portado muy mal. (María y Gabriel se sobresaltan al ver Ángel. Su reacción es casi la de haber visto un fantasma. Se quedan sin habla, asustadísimos, pasmados). Ángel.- (sonriendo). Buenas noches. Espero no interrumpir. No quiero ser inoportuno.
(María y Gabriel siguen sin hablar ni moverse). Ángel.- ¿Qué? ¿no les da gusto verme? O es por la sorpresa. A mí sí me da gusto verlos. Y verlos tan bien. Tan libres… sin cargos de conciencia. (se acerca al pastel, toma un cuchillo y prueba un poco del betún con él). No sé por qué me siento como el hada mala que llegó a la fiesta sin invitación. (ríe). Me gusta. Siguen siendo divertidos. Yo no tanto. La cárcel me cambió un poco, ¿saben? Claro que lo saben. ¡ustedes me metieron ahí! (pausa breve). Pero no quiero que nuestro reencuentro comience con reclamos. Tenemos que ponernos al día. Hay tanto de qué platicar… Gabriel.- ¿Qué haces aquí? Ángel.- Pasé a saludarlos. ¿hice mal? Mary, te veo un poco tensa… ¿quieres un masaje? Gabriel.- ¡No te le acerques! Ángel.- ¿Qué pasa? A ella le gustaban mis masajes. Ah, perdón… se me olvidaba, ahora te tiene a ti. (a María). ¿Los de él son tan buenos? ¿mejores que los míos? María.- Vete por favor. Ángel.- ¿Por qué? Acabo de llegar. Yo también quiero pastel. María.- (muy asustada, a punto de llorar). Por favor… Ángel.- No. Este es un momento especial: el trío reunido de nuevo. Ángel, Gabriel y María. Somos la “anunciación”. Hasta podríamos hacer al niño Jesús. Porque aún no hay niño, por lo que veo. (María y Gabriel no responden). Ángel.- No saben cuántas veces soñé con esto. (saca una cajetilla de cigarros y enciende uno). No les molesta que fume, ¿verdad? Gabriel.- Mary es alérgica al humo. Ángel.- Es cierto. Lo había olvidado. (fuma). Pero recuerdo muchas cosas que sí le gustaban. (da una última fumada y apaga el cigarro). Acostarse con los dos, por ejemplo. (maría mira a ángel, sorprendida). Ángel.- (a María). ¿Creíste que nunca me di cuenta? Por favor… aprendí a compartir… a no ser egoísta. Si ese era el precio por quererte lo pagué. Nunca fui tacaño. Cedí tanto como ustedes quisieron. Sus deseos se convirtieron en mis
deseos. Llegué a pensar que deseábamos lo mismo… hasta que me hicieron a un lado. Gabriel.- ¿Qué quieres? Ángel.- Quiero bailar, como bailábamos antes… ¿se acuerdan? Toda la noche, borrachos… riendo… hasta que yo me quedaba dormido y ustedes se iban a coger al baño. Así fue cómo me enteré. Un día me desperté antes de tiempo. Ya no tomo. Me da alergia… y furia. Mala combinación, no se las recomiendo. (pausa breve. Se acerca a María). ¿Me quisiste alguna vez… aunque sea un poquito? (a Gabriel). ¿Y tú? (pausa breve). ¿O no encontraban la forma de librarse de mí? Gabriel.- No queríamos herirte. Las cosas se dieron así. Ángel.- Eso pasa, ¿verdad? El corazón es así: cabrón. Los sentimientos cambian. Y uno se confunde… Gabriel.- Nosotros no estábamos confundidos. Ángel.- Ah. Pero yo los quería, a los dos. Así de pendejo fui. María.- ¿Cuándo saliste de la cárcel? Ángel.- Hoy. Gabriel.- ¿Y cómo? No has cumplido tu condena. Ángel.- Libertad condicional, por buen comportamiento. Gabriel.- No es cierto. Ángel.- Está bien, me escapé. Gabriel.-¡¿Y se te ocurre venir aquí?! Ángel.- ¿Y a dónde más? Estoy en casa. María.- ¡Esta no es tu casa! Ángel.- ¡Alguna vez lo fue! Y tú eras mi mujer, ¿no? Gabriel.- Ángel, esto no está bien. Tú sabes que te van a encontrar. Y te va a ir peor. ¿eso quieres? Ángel.- Yo quiero… yo quiero… yo quiero... Todas las explicaciones que me deben. En realidad a eso vine. Bueno, entre otras cosas… María.- ¡Nosotros no te debemos nada! Ángel.- Me deben una ducha caliente… una comida casera… me deben un abrazo. Quiero sentirlos, a los dos, como antes. María.- ¿Y luego te irás? Ángel.- En serio quieren que me vaya. ¿No se dan cuenta que los extrañé tanto? En mi celda soñaba con ustedes. Los imaginaba juntos, sabía que no me dejarían… que ni siquiera se moverían de aquí. Y yo tampoco pienso dejarlos.
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(Ángel se acerca a María y la abraza. Luego va con Gabriel, pero en lugar de abrazarlo, lo besa en la boca). Ángel.- (a María). Sabe a ti. Como en los viejos tiempos. (sonríe). (Gabriel abraza a María, tratando de protegerla). María.- (a ángel). ¿Crees que vas a recuperar nuestro cariño? ¿Crees que todo va a ser como antes? ¿Así de fácil? Ángel.- ¿Cuando hablas de recuperar te refieres a que ya no lo tengo? Gabriel.- Estás perdiendo tu tiempo. Ángel.- Ya perdí siete años. Qué tanto es tantito. ¡Me arrancaron siete putos años de mi vida! ¡Mi vida, carajo! El tiempo perdió su valor para mí. Se pierden muchas cosas cuando estás encerrado… se pierden las esperanzas… se pierde la calma… la razón… la paciencia… la vergüenza… excepto una cosa: las ganas. Tengo ganas de muchas cosas con ustedes. María.- ¿Qué quieres? ¿el dinero? Ya no lo tenemos. Ángel.- (sarcástico). Nunca supieron ahorrar. Gabriel.- ¿Cuánto necesitas para desaparecer, para largarte de nuestras vidas? Puedo conseguirlo. Ángel.- Quería pensar que esa no fue la causa para hacer lo que hicieron. María.- ¡Nosotros no hicimos nada! Ángel.- ¡Los tres hicimos mucho! ¡Tengan un poco de huevos para admitirlo! (a María, humorístico). Bueno, tú no. Pero tú, Gabrielito, sigues siendo un pinche miedoso. ¿Se acuerdan que yo tuve que planearlo todo? Éramos un equipo… ¡hasta para coger! Bueno, al final resultó un dueto. Yo sólo fui un comodín, un celestino, un puente, un escalón… Gabriel.-No tienes salida. Esto se acabó. ¿Qué vas a hacer, matarnos también como lo hiciste con el tipo ese? Ángel.- Creo que te falla la memoria, Gabrielito… o quieres hacerme pendejo, otra vez. A ese tipo, le debíamos mucha lana… los tres. Si no se moría, nos iba a cargar la chingada… a los tres. Tú eras mi amigo. ¿Qué pasó? ¿Te ganó la ambición? ¿La calentura? ¿Neta? Gabriel.- ¡Tú nos metiste en eso! Ángel.- ¡Y ustedes me metieron a la cárcel! María.- ¡Porque lo mataste!
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Ángel.- ¡Los tres lo matamos! Yo sólo jalé el gatillo. ¡Pero los tres lo decidimos! ¡Fue un trato! María.- ¡Yo no estaba segura! Ángel.- ¡Tú nunca has estado segura de nada! Me cambiaste por ése. (señala a Gabriel). No me digas… estabas deprimida… te sentías culpable. ¿O fue un premio de consolación? Bajaste mucho tus estándares. Gabriel.- ¡En el juicio te encontraron culpable! Ángel.- ¡En el juicio ustedes lograron inmunidad porque declararon en mi contra y porque gente corrupta es lo que sobra en este sistema! Salvaron su pellejo. Y me rompieron el corazón. Nunca lo hubiera esperado. Me dejaron solo. ¡Éramos un equipo, carajo! ¿Por qué tenían que joderlo todo? (a Gabriel). ¡Eras como un hermano para mí! Gabriel.- Las cosas son diferentes ahora. Ángel.- Sí. Eso veo. (viendo la mesa). Pero, podemos tener una última cena juntos, ¿no? Gabriel.- Preferimos que te vayas. María.- Ya no eres bienvenido. Ángel.- ¿Y qué van a hacer, matarme? (sonríe cínicamente). No tienen el valor. (a Gabriel). ¿Ya se te olvidó cómo te pusiste aquella vez cuando viste al muerto? Estabas tieso, como él. (a María). Y tú no parabas de gritar. ¡Se los come el miedo! Además, no pueden salir porque mientras abren la puerta, yo dispararía… (saca una pistola) …y todos saldríamos perdiendo. María.- ¡No tienes derecho a amenazarnos! Ángel.- ¡Claro que lo tengo! Y a diferencia de ustedes, también tengo huevos para hacer las cosas. Gabriel.- (tomando el cuchillo del pastel). ¡¿Te vas a largar ya?! Ángel.- (ríe). A menos que sea para servirme un pedazo de pastel no veo que puedas hacer mucho con ese cuchillo. ¿No se dan cuenta? Lo dijeron: no hay salida. Ya no. Gabriel.- María y yo nos vamos. Tú haz lo que quieras. Ángel.- ¿Estás seguro? Gabriel.- Sí, ya no me importa. (Ángel le dispara a Gabriel en la pierna. Gabriel cae al suelo con el dolor de la herida. María grita y corre hacia él).
Ángel.- Me dijiste: haz lo que quieras. Y no quiero que se vayan. María.- (llorando). ¡Estás loco! Ángel.- No. Sólo quiero entender cuáles fueron sus motivos para joderme la vida y luego desentenderse con todo el cinismo posible. No me han respondido. María.- ¡Está sangrando mucho! Ángel.- Va a sufrir un poco, como yo sufrí. Ambos deben hacerlo. Es necesario. (respira profundamente). El olor a sangre te vuelve agresivo. Eso lo aprendí en la cárcel… de la peor manera… a la mala. La gente puede hacer cosas que nunca imaginaste. María.- (llorando). Por favor… déjanos en paz. Ángel.- No se va a morir… aún. Tenemos unos minutos. No llores. Te ves fea cuando lloras. Siete años sin verte, María. Ni una sola visita. Nada. María.- ¡Te lo suplico! ¡Me arrepiento de todo, pero ya vete! Ángel.- Tienen que ser congruentes con sus acciones y con las consecuencias de sus actos. ¡Tienen que afrontar la realidad! Todo este tiempo estuvieron viviendo en una burbuja. Y se acaba de romper. No pueden arrojar la piedra y esconder la mano. No se hagan las víctimas, no les queda. Son tan lobos como yo… y peor, porque se pusieron una piel de borrego y ya se la estaban creyendo. (ríe). Gabriel.- ¿Quieres que te pida perdón, cabrón? Perdón. ¡perdón! ¡¿ya?! Ángel.- No están arrepentidos, sólo están desesperados. ¡eso no me sirve! ¿A quién quieren engañar? ¿A ustedes? La oscuridad de mi encierro me hizo ver todo con más claridad. Esperé tanto… ya no me conformo con las sobras. Gabriel.- (cada vez más débil por la hemorragia). Deja que Mary se vaya. María.-No. Gabriel.- Esto es entre tú y yo. Ángel.- Tengo planes para nosotros tres. Si, tú no te mueres, claro. Esta vez yo voy a ser el juez. Y como no hay jurado ni testigos, yo voy a dictar sentencia. María.- ¿Qué quieres que hagamos?
Ángel.- (corrigiéndola). ¿Qué quiere que hagamos, su señoría? María.- ¿Qué quiere que hagamos su señoría? Ángel.- (ríe). ¡Me gusta, es divertido! Primero vamos a dejar a un lado las máscaras, a sostenernos. (otra vez humorístico, a Gabriel). Bueno, tú ya no. María.- ¡Somos culpables! ¿Está bien? ¡Lo aceptamos! Ángel.- ¡No pueden declararse culpables! ¡tiene que haber un juicio! María.- (llorando). ¿Y entonces?... Ángel.- Quiero escuchar sus argumentos… ¡no pudo ser sólo sexo! Díganme por qué me hicieron eso. ¡¿por qué?! María.- (suplicante). Gabriel está perdiendo mucha sangre. Necesito llevarlo a un hospital. ¡No tenemos tiempo! Ángel.- Otra vez el tiempo. Me faltaban ocho años para salir de la cárcel. ¡Ocho años más! ¿Saben cómo se sienten las horas en un cuartito de dos metros de ancho por tres de largo? Lentas. Como esa herida que tienes, Gabrielito, cada minuto… cada segundo te hace sangrar, te duele… y te mata. María.- (llorando). Nosotros tampoco la tuvimos fácil después. Todos pagamos nuestras culpas. Por favor… Ángel.- (sin hacer caso). Te acostumbras a la muerte. Te vuelves cínico con ella. Yo he muerto un par de veces. De Ángel no queda mucho… o casi nada. ¿Lo recuerdan? Yo ya no. No tenía espejo en mi celda. Dejé de verme. Llegué a creer que ya no estaba ahí… que era otro el que estaba preso… que era otro el que se volvía loco… ahí pagas por todo: pagas por dormir, por caminar, pagas por hablar, por beber, por comer, por bañarte... Pagas por respirar… ustedes no han pagado. Bueno, Gabriel ya empezó. María.-Ten un poco de compasión. Ángel.- (sonríe). La perdí. Perdí todo en la cárcel. No hay sentimientos allá adentro. Vales lo mismo que la sábana con la que te amarran para que no grites mientras te parten la madre, mientras te violan, mientras acaban con lo poco que te queda de humanidad. ¿eso valía yo para ustedes? (Gabriel ya no se mueve).
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María.- Te lo suplico… déjame sacar a Gabriel de aquí y te prometo que luego puedes vengarte de la forma que quieras… ¡Te lo juro! Ángel.- Mary… mi querida, dulce y temerosa Mary… prometer poco, decepciona menos. Ya no hablemos de jurar... Después de lo que pasó, no tengo mucha tolerancia a la decepción. Aquí no hay acuerdos, este es un juicio justo. Además no va a sobrevivir. Le di en la arteria femoral. Debimos hacerle un torniquete, pero ya es tarde para eso. Olvidé decírselos. Míralo, ya no se mueve. María.- Porque está muy débil. Ángel.- Porque está muerto. María.- ¡No! (abrazando a Gabriel). ¡se va a poner bien! Ángel.- ¡Se va a poner frío y tieso… otra vez! Como el tipo que matamos… como tu vida, como la mía… como nuestra suerte, como nuestros planes… eso pasa por no saber esperar. La paciencia es un tesoro. Te endurece, te hace fuerte. También lo aprendí en prisión. Ahí más te vale no ser blando. Lo blando es fácil de atravesar. Ahora sólo quedamos tú y yo. Tal vez debamos irnos. María.- ¡Yo no me voy a ir sin Gabriel! Así que vas a tener que dispararme a mí también. ¡O la que te va a matar soy yo! Ángel.- ¿Lo harías? María.- Ponme a prueba. ¿Crees que no puedo… apuntarte y apretar el gatillo? Ángel.- ¿Y dónde está tu arma? (mira su pistola). Sólo tenemos una… y somos dos. ¿La vamos a compartir? ¿Cómo una pareja de nuevo? María.- Voy a hacer lo que tenga que hacer, así como tú. Ya no tengo nada qué perder. Ángel.- Bienvenida al club. Todos tenemos un lado siniestro. Todos permanecemos impasibles hasta que alguien aprieta el botón… hasta que algo nos rompe… hasta que nos quitan lo que nos mantenía vivos… hasta que nos roban la tranquilidad… hasta que detonamos. Y la explosión nos hace pedazos. Y entonces todo cambia… porque no podemos reconstruirnos. Las entrañas quedan expuestas, las partes quedan lejos unas de otras… y nada importa. Nada. Ya llegamos hasta aquí. ¿qué más puede pasar? (María trata de quitarle la pistola a ángel, forcejean. Se escucha un disparo).
Telón final.
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De Lunes a Viernes.
Ilseé Morfín
Escena 1
(Sale Ella, luz específica) Ella: (Mientras transcurre el texto deshoja cada flor armada). Por jugar cosas de niñas, por vestir barbies, por convivir con mi mamá, por saber cocinar, por planchar, por ayudar a su esposa, por saber barrer, porque no está mi papá, porque nunca se rompió el pasado, porque le pasaron cosas feas, por mirar los colores, por apreciar las flores, ¿Por jugar cosas de niñas?... ¿sí? ¿Por eso?... ¿Por vestir barbies?... por saber cocinar, por planchar… ¿Por cocinar? (se estremece cada vez más, va repitiendo el texto, mientras se aclara el escenario, se coloca ropas del anaquel, está muy afectada y saca el anaquel con el texto) Transición: Pasan todos los personajes de la Escena 1 con un interacción corporal y vocal, leyendo diarios de la ciudad, notas superficiales, amarillistas, todo tipo de notas que no hablen de política ni sucesos a niños.
Ella: Siempre te ha gustado jugar a la súper heroína con tacones, se pone los tacones de mamá y no para de dar vueltas elevándose, como si tuviera poderes de Sailor Moon, (lo mira) ese eres tú… ¿Ese eres tú?... Tú eres ese… (Se dirige a la creación visual). (Fin de la multimedia, Lunes sale de escena, Ella se sienta en la silla). Ella: A mi hermano mayor desde pequeño le encantaban las flores, desde muy pequeño creció en casa de la abuela, le gustaba salir al patio debajo de las esferas enormes del árbol de lec; ahí creció entre las flores, la abuela, las mariposas y mamá… mi papá no estaba en casa muy a menudo y mi abuelo menos… mi mamá procuró que él siempre se sintiera a gusto ahí. (Entra un señor cargando una mesa sobre su cabeza la pone junto a la silla). Ella: ¡Mi papá! (Sale) (Entra Lunes muy delicadamente, con otra silla, se sienta al otro extremo) Papá: Abre las piernas tú eres varón, no vieja. (Entra Ella para servir la mesa; ellos comen sopa, el papá cada que sorbe hace un estruendo en su boca). Papá: Come bien… (Golpea a Lunes en el hombro y luego se pone en pie), el niño se para y lo abraza, el papá lo repele) Multimedia 2: Detrás de ellos salen mariposas, el papá al rechazar al niño, provoca que las mariposas mueran y caigan al piso, esta acción se repite cerca de 4 veces, pueden haber más imágenes. (obscuro).
Al escenario un joven 25 años es Martes, está vestido cómodamente como si estuviera en su casa, está haciendo una piñata, en el escenario hay un banquillo, el bote de engrudo y los periódicos que se irán pegando en la estructura que cuelga de alguna vara o techo. Martes: Si en los diarios se escucharan las historias de todos, sonarían muy distinto, aunque duele leer otros sucesos nacionales… La gente aquí en mi ciudad no se ocupa de sí misma, no sé si en otras ciudades; pero yo puedo hablar de esta, ni yo mismo me ocupo o trato de ocuparme de mí. Lo que es insoportable es la realidad y es que: Nos formaron para mirar justamente lo que no tenemos, lo que nos hace falta, “esas cosas importantísimas para un ser humano”, una casa de infonavit, seguro social… diría mi mamá: ¿Cuándo vas a tener un trabajo seguro? Eso es lo importante para esta vida según la sociedad, y si no tienes coche realmente eres un fracasado… esperen, que digo si no separas para tu caguama, cigarro o vicio cual sea. ¿Para qué naciste? De estas cosas se trata la vida. No hablemos de las relaciones amorosas, en cada pareja se da el valor de dominar y chingar, o supuestamente eres muy feliz con tu pareja, y pasa el tiempo pensando en… (Pausa) Multimedia 3- Imágenes muy rápidas que realizan fantasías amorosas con muchas personas. Martes: Ninguna de esas personas es mi pareja. ¿Te han pasado, esos instantes en que se te escapa el tiempo, aquellos en los que despiertas y te miras en un lugar pequeño y abandonado?; se escapa el aliento… No
Esta obra está escrita para abrazar la imagen mediática, como parte de la definición del personaje; la música gran apoyo para ambos: El actor y la imagen, las acotaciones en multimedia se facilitan para la creación del artista visual, el cual complementará con su propuesta la escena. En el escenario un ropero o algo que simule tener mucha ropa de todo tipo, como vestuarios de obras y danzas y una silla. Todas las transiciones van acompañadas con música. Entra Lunes a escena, niño de 10 años; saca la ropa del anaquel y danza muy femeninamente. Después de un tiempo entra Ella, que se encuentra armando flores de papel periódico sobre una mesita alta, la mesita tiene ruedas. Multimedia 1 (En cada acentuación dancística ocurre algo en imagen un gesto, o alguna exaltación, a Lunes, le salen alas de mariposa).
Escena 2.
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sabes que es por que tú divulgas que eres feliz por todos lados; ves pequeños montones de felicidad, porque la felicidad la miras y la tienes por instantes, pero realmente nunca has tenido esos momentos en los que cierras los ojos y algo toca tu corazón, tan cálido que lloras de paz. Yo tampoco he tenido esos instantes, a mí se me antoja llorar de paz, no sé cómo hacerlo. Pero miro a Chico y me muero porque él experimente esa sensación muchas veces en su vida… (Martes recoge todo, menos el banquito y se marcha, entra a escena Ella y se sienta en el banquillo de madera) Ella: Estoy aquí y no estoy aquí; no me interesa pensar en nada serio; a Chico se lo puede llevar el DIF, no me interesa, o alguien que se lo quiera llevar sería mejor; si lo cuido, pero como cualquier animal cuida a sus crías, él ve tele todo el día, lo veo feliz por eso; va a la escuela, pero es flojo, no le gusta, puro jugar hace, dice el maestro; la verdad apago mi cerebro, no me interesa pensar en la responsabilidad. Aún vivo con mis padres eso pues, no sé si está bien; pero no tengo a dónde ir, no puedo salir adelante sola con dos hijos; para que me voy, aquí me cuidan, además acabo de terminar la prepa, tal vez ya trabaje, para comprar mis cositas y la de los niños. Mi papá toma mucho, le encanta el trago y pues todo eso también lo aprende Chico; el papá de Chico también toma… por eso se lleva bien con mi papá, así son las cosas aquí en mí ciudad; siempre ha sido así, generación tras generación, vaya, es lo normal, que tomen en tu casa… la verdad no se dice, por eso nunca lo digo, pero hoy quiero contar algo que está en mi corazón. Sí… pienso en algo, pienso en el momento en el que el papá de Chico me ama, me abraza y me dice que me ama; pienso en que me trata como una princesa, que me da para los gastos de Chico, pienso solo en esos momentos que vamos por unos tacos, y se nos olvida todo. Por esos momentos lo sigo viendo, por los momentos que me enamora y me lleva a la cama, en eso si pienso; pero lo tuve que sacar de la casa de mis papás; él vivía aquí también, es un uso y costumbre de esta ciudad, vaya, es normal, pero lo tuve que sacar… aunque lo sigo viendo a escondidas después de: (Ella tendrá interacción con él, que se encuentra en la imagen, estas acciones serán en dos planos, en el plano de tiempo real, y el plano multimediatico). Multimedia 4: Chico está en un cuarto, dentro de una hamaca; se encuentra dormido, a la habitación entra Él, está muy borracho, agita las manos, y la boca ya que le grita a Ella pero no hay sonido alguno, solo la musicalización. Fin de multimedia. Ella: No me fuí con nadie, solo era una fiesta, lleve a los niños y era tarde, por eso regresé aquí para dormir a Chico.
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Multimedia 5: Él no tiene control, avienta de la hamaca a Chico, que se cae y se rompe la cabeza; en lugar de sangre por la ruptura le salen: juguetes, caricaturas, pingüinos, dulces... en la imagen entran otros tres sujetos, uno queda en un extremo, en un plano delantero para manotear con Ella; Él es el papá de Ella, los otros dos sujetos recogen al niño y salen de la imagen; cuando esto sucede, Ella también sale de escena tras ellos. (Entra Martes): Martes: Ese día tuvimos un día cansado, llevamos a Chico a la Cruz Roja. Le costuraron la cabeza, pero lo que se le escapó de ella desapareció; no hay manera de regresarlo de nuevo. Quisiera enojarme con esas parejas que solo tienen hijos y los maltratan, pero sería hacer lo mismo que ellos hacen conmigo. Chico no quiere subirse a la hamaca desde eso, tiene miedo que se le escapen tesoros de la cabeza de nuevo. Nos tiene a mí y a mi pareja, pero nosotros no lo tenemos a él, el sigue viviendo con Amor; Amor se llama su mamá y ella sigue buscando amor en donde no hay, cuando el amor es Chico, que está en su casa, y nosotros buscamos que Chico tenga amor. Intervención: Cruza la escena un avión de papel periódico, entra Chico y la pareja, establecen un juego a forma de núcleo familiar; al final quedan en una imagen de papel cortado agarrados de la mano, como si fueran un emoticón (obscuro).
Escena 3
Entra una mujer de 30 años a escena; lleva ropa jovial, no parece una señora, pero se nota más madura que una joven, está haciendo una máscara de papel maché, la máscara es para Miércoles; a sus pies muchos periódicos. Mamá: Él es un niño feliz; no se crean, no lo digo yo, lo dicen los demás, aquellos que dicen de todo, los demás, los que juzgan y miden que tan bien estás, la sociedad dice: Es un niño feliz; pero no siempre le va bien, ha sido muy difícil… (Cruza Miércoles con un uniforme de ballet, realiza movimientos de de danza clásica, luego sale del escenario) Mamá: ¿Qué ven?, ustedes son aquellos… los que dicen todo… los que dicen… los que marcan y juzgan. Les voy a comentar algo, Miércoles es un niño diferente, no mira la tele porque no tiene, sus papás no lo consideran necesario, existe la computadora y tablet en donde puede mirar todos los programas, con vigilancia, y sin comerciales, que le produzcan un consumismo mayor del que puede tener; sin embargo aprende todo, mucho por los medios, con sus compañeros de la escuela de gobierno… Miércoles es un niño diferente (Entra Miércoles y juega con unos
patines) hace danza clásica; y le encanta la cumbia (suena una cumbia, Miércoles la baila en patines, realiza un solo, luego sale de escena). Ha sido muy difícil para él. No, no es lo que creen, no es lo que piensan… de hecho a él le gusta una niña, él no sabe que le gusta, o tal vez sí, pero en su cabeza tiene considerado otra cosa; él prefiere jugar, mirar la compu, ver pelis… ¿Por qué desde pequeño la sociedad te empuja a ser malo? A Miércoles no le gusta pegar, no tiene idea de las cosas de grandes, como los otros niños de su edad… ya saben, es absurdo… a esta edad qué varón tiene inocencia en esta ciudad… Miércoles… Miércoles tiene inocencia, y la estúpida sociedad lo empuja, lo golpea con sus palabras; lo mal mira, los otros niños las otras niñas, le saquean la felicidad, todos los días como si fuese un periódico, un diario, de lunes a viernes, Miércoles escucha… (entra Miércoles se coloca de frente a la proyección; el haz de luz lo atraviesa). Multimedia 5: Miércoles está parado. En la proyección salen siluetas de niños y niñas, maestros y maestras, con palabras, voces, murmuraciones: Apestas, eres un tonto, pégale, clávale el lápiz, insuficiente, tienes malos pies, un mal ritmo, se distrae, te odio, tú no juegas, eres horrible. Miércoles sale de escena muy apagado. Mamá: ¿Ustedes que piensan? Ya lo vieron… A veces quisiera irme a la luna y llevarme a Miércoles para que nadie lo toque, que no lo contaminen… cuando eres mamá es de muerte ver esa expresión de dolor de niño; recuerdo cuando yo era niña, que sufría mucho, que sentía el acecho de la soledad, la tristeza de ver a mi padre borracho todos los días sin esperar nada de él; cuando le pasan estas cosas a Miércoles, me recuerda que duele vivir… pero hay cosas que no recuerdo, cosas que se borraron de mi cabeza; no… lo malo no se fue, lo malo sanó pero eso no se olvida, eso sana y se perdona… luego me siento feliz y dichosa de que Miércoles tenga un hogar, que su papá no tome, no fume… que me haya perdonado todas las infidelidades… que tenga un hermanito, o hermanita, al que amará y le enseñará a ser feliz… me siento tan dichosa de cerrar los ojos y ver que somos padres tan imperfectos (Entra a escena Miércoles, y escucha lo que dice Mamá), pero que queremos mejorar y pedirle perdón a Miércoles cada día de la semana, cada vez que nos equivoquemos; cada día de la semana puedo abrazarlo… puedo cerrar los ojos y… (Silencio y luego llora de paz), y luchar cada día con él, en contra de lo estereotipado, en contra de muchas cosas... en contra de casi todo. Como no nacimos nubes para no ser humanos. (Mamá le coloca la máscara que estaba haciendo) Mamá: ¿Sabes qué es un campeón?
Miércoles: Alguien que sigue intentando las cosas aunque se confunda hasta lograrlo. (caminan al centro de los periódicos y se toman las manos, hacen oración. Luego juegan a las cosquillas encima de los papeles, estableciendo una interacción) Obscuro.
Escena 4.
Jueves entra a escena, con un bulto de periódico en la cabeza; tiene 11 años, está haciendo grandes barcos de papel periódico mientras habla, su ropa es muy bonita, un tutú en color morado con mallas a rayas del mismo tono o similar, su blusa dice: Jueves. Jueves: Está es la forma que encuentro para viajar, así me escapo siempre de mi mamá ¿La han visto por aquí?, parece una bruja malvada encerrada en una cara bonita, me quita todo lo que tengo, cada que mi abuelito, que es su papá, nos regala algo a mi hermanita y a mi, nos lo arrebata, es como si no nos quisiera; mi hermanita se llama Viernes, yo la quiero por todo lo que mamá no nos quiere. Viernes nació un Sábado, un poco después del Domingo que yo nací. Yo la quiero por todo lo que mamá no la quiere, tampoco me quiere a mí. A papá lo vemos muy poco los fines de semana, quisiéramos estar más tiempo con él, pero mamá ganó el juicio, que injusta es la ley, deberían preguntarnos a nosotras que es lo que queremos, yo ya se lo que quiero y no es vivir con mi mamá. (pausa) Tuve un sueño… Multimedia 6: En la imagen se observa un chiquero, dentro del chiquero Jueves y Viernes están abrazadas en la obscuridad; no hay cerdos, pero todo se encuentra sucio, de pronto por todos lados aparecen culebras, estos animales tienen grandes dientes intentan morderlas, de pronto la silueta de su papá entra y empieza a machetear a las culebras, ellas se desvanecen, la imagen se dispersa con un destello; reaparecen Jueves y Viernes, en un barco de papel con su papá, están navegando. Jueves: Y así navegamos sin parar lejos de ella, pero hay algo que me duele dentro, aquí en mi corazón, siento como si un cangrejo ermitaño de los grandes, enorme, estuviera agarrando mi corazón con sus tenazas, y lo apretara fuerte todo el tiempo, duele tener mamá… (Entra Miércoles a escena) Miércoles: Duele ser diferente. Jueves: Duele crecer. Miércoles: No lloramos porque somos “niños”. Jueves: Hay cosas que lloramos que de verdad duelen. Miércoles: (imitando) ¡No te muevas!… Pero si tengo piernas y manos. Jueves: No es para ti, tú no, no, no… Pero si tengo corazón. Miércoles: Si no me hubiera tirado de la hamaca, no se me hubiera salido la felicidad, por ese hueco que tengo.
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Jueves: (se pone una gorra simulando ser Lunes) Si me hubiese aceptado desde pequeño, tal como era, hubiese sido Sailor Moon. Miércoles: Yo solo quiero… Jueves: Una ciudad feliz, es una ciudad con niños felices, una escuela feliz es una escuela con niños felices, una casa feliz es una casa con niños felices. (Miércoles y Jueves continúan haciendo aviones y barcos de papel periódico; transición corporal, muy lúdica entre ellos, hasta llegar a una pauta en el centro del escenario).
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Miércoles: Hola, soy Miércoles. Jueves: Yo Jueves ¿Conoces a Lunes y Martes? Miércoles: (Triste) Sí, todos los días conozco nuevos Lunes y Martes, y varias Jueves y Viernes. Jueves: Y ¿nacieron en sábado y domingo? Miércoles: Sí… ¿Quieres jugar? Jueves: Sí, Juguemos a ser adultos y a olvidarnos de nuestros problemas. Música.
Obscuro.
Cárcel de luz
Charly Perera A mi mamá, por ser la luciérnaga incesante que siempre alumbra.
Personajes: Norma Vicenta Esther Álvaro Los Demás, serán interpretados por los mismos actores.
Escena 1: Premisa La gente pasa. Norma y Vicenta se encuentran en una banqueta pidiendo caridad. Vicenta: Señor, por favor ¿no me da un peso aunque sea?, es para ayudar a mi hermana. Ella está muy enferma, sus medicinas son muy caras, no puedo pagarlas… ándele, ayúdeme por favor… ¿Señora? ¿No quiere colaborar? Muchas gracias muchacho, Dios lo bendiga… (Norma no habla del todo, articula algunas palabras, pero es torpe en sus movimientos porque tiene retraso mental severo. Vicenta alza la voz, una que otra persona le da dinero.) Oscuro. Transición.
Escena 2: La casa como un relicario.
Casa de Norma y Vicenta, la última es grosera y altanera, manipula a Norma. Vicenta se asegura de que nadie llegue y saca una caja vieja donde guarda todo el dinero. Norma: (Intenta decir, con dificultad) ¿Qué es esto? Vicenta: No lo toques es basura y la basura se quema. (Tocan a la puerta.) Vicenta: ¡Ahí vooooooooooooooooooooy! (Guarda rápidamente la caja. Llega Esther, trae con ella bolsas de súper.) Esther: Hola Vicenta. (No le contesta.) Esther: Hola Norma ¿Cómo estás? Vicenta: Pues cómo va a estar ¿No la vez? Cada día más retrasada. Esther: ¡No seas grosera Vicenta! La niña te entiende. Vicenta: Ella no entiende nada, solamente pide, pide y pide. Esther: Eres insufrible… de veras que tú… Vicenta: ¿Yo que? Esther: Nada… mejor miren lo que les traje.
(Empieza a sacar las cosas de las bolsas y su cara se llena de emoción.) Esther: Les traje cereal, unas cajas de leche también, huevo… ¡Vicky, te traje pastelitos de frambuesa! Vicenta: No me gusta la frambuesa… Esther: ¿Y desde cuanto tú? Vicenta: Pos ya ves… Esther: Bueno pues… y para Norma, tus gelatinas de fruta que tanto te gustan. (Norma denota felicidad en el rostro, aplaude y se levanta para agarrarlas.) Vicenta: Ya te dije que no le traigas de esa marca, luego le producen gases. Esther: La gelatina no produce gases. Vicenta: ¡Todo le produce gases a esta chingada chamaca! ¿Trajiste los pañales? Esther: ¡Ay! Sabía que algo se me estaba olvidando, perdóname. Vicenta: ¡Ay Esther! ¡¿No hace rato te llamé para recordártelo?! Luego se me anda meando por todas partes. Esther: Pues lo limpias y ya estuvo. Vicenta: Claro, como tú no lo haces las 24 horas de día. A ti únicamente te preocupa darle de comer a tu maridito, y a tus dos hijos. Esther: Bueno, bastante hago con comprarles un poco de despensa y venirlas a visitar de vez en cuando ¿no? Vicenta: Podrías intentar ayudar un poco más ¿no crees? Esther: Discúlpame pero tengo un trabajo; dos hijos pequeños y un "maridito" que atender… así como tú bien le llamas. Vicenta: Cuando digo ayudar, me refiero al dinero. Esther: ¿Qué haces con la pensión de papá? Vicenta: ¿Tienes idea de cuánto cuestan las medicinas de tu hermanita? Son carísimas, el 80% del dinero lo invierto en ella… y la luz, el agua, el teléfono, el gas ¿Tú crees que se pagan solos, Esthercita? Esther: Y… por qué no buscas un trabajo de medio tiempo. Vicenta: Ay Esther, por favor, no seas estúpida. Norma: (Intenta decir) "Es-tú-pida". Esther: ¡Norma! Vicenta, deja de insultarme… ¿Ves que la niña si entiende? Vicenta: No entiende, solo repite. Esther: Quién sabe cuanta sarta de tonterías le dices al día. Vicenta: Pues ella tiene razón, eres una estúpida ¿Cómo se te ocurre pensar que pueda conseguir un trabajo de medio tiempo? Dime: ¿Quién atenderá a Norma? No se le puede dejar sola ni un momento… (Sin percatarse, Norma ha tomado una caja de leche, la abre y la derrama toscamente sobre la mesa.)
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Esther: ¡Norma! Vicenta: ¿Vez lo que te digo? Voy por una jerga. Norma: (Intenta decir) "lo siento". Esther: No es tu culpa Normita, no te preocupes mi cielo, ven, siéntate aquí, ahora te doy tu leche. (Vicenta regresa con una cubeta y trapos para limpiar.) Esther: Tú podrías trabajar por las tardes, yo puedo escaparme un poco antes del trabajo, tú la cuidas por las mañanas y cuando tú regreses del trabajo, yo podría irme a mi casa. Vicenta: A mi edad Esther, no seas ridícula… Esther: Bueno, inténtalo aunque sea, no pierdes nada… mira, si lo intentas, te prometo que te voy a ayudar más. Vicenta: Bueno, lo voy a intentar, pero no te aseguro nada. Esther: Gracias. Bueno me voy, que tengo que pasar por los niños a la escuela. Nos vemos. Vicenta: ¿Oye puedes venir hoy en la noche? Esther: ¿A qué? Vicenta: Necesito que bañes a Norma. Esther: ¿Por qué, no la puedes bañar tú? Vicenta: Hoy es la novena de Doña Yulissa y me comprometí a ayudarle con la comida. Esther: ¿No la puedes bañar ahorita? Vicenta: Hay un chingo de basura ¿no la vez? La tengo que quemar y cuando termine debo de ir al súper a comprar las cosas que hagan falta. Al rato me debe echar un telefonazo Doña Yulissa para decirme bien. Esther: ¡Ay Vicenta! ¿Por qué te comprometes? Sabes que mi marido… Vicenta: Por una vez que lo hagas, Álvaro no se va a molestar, si quieres yo hablo con él. (Silencio.) Esther: Esta bien, yo vengo en la noche a bañar a la niña. Adiós. Vicenta: ¡Vaya bien! (Vicenta sale, Norma está sola, está hurgando en la alacena y agarra la caja vieja donde Vicenta guarda el dinero.) Vicenta: ¡Norma! ¿Qué estás haciendo? Dame eso… (Forcejean.) Vicenta: ¡Eres una entrometida! Norma: (Intenta decir) "Yo lo quiero". Vicenta: ¡No, ya te dije que no, chiquita! No lo vuelvas a tocar, es basura… y ni me veas así… ándale vete a cambiar, que todavía tenemos que ir al doctor… ¡Chin el doctor! (Marca por el celular.) Vicenta: Oye acuérdate que Norma tiene cita en el doctor a las 4. Esther: Si, pero yo todavía tengo que llevar a mis hijos a la casa y atenderlos… Vicenta: Pues tráelos aquí; ha comen algo y después del doctor los llevas a tu casa. Esther: Vicenta, no puedo es que…
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Vicenta: ¡Bueno, ha vez que haces! pero nos tienes que llevar a Norma y a mí, no podemos tomar dos taxis, o pago el de ida, o pago el de vuelta… si no regrésate para darme dinero pa' que pague ambos. (Cuelga. Vicenta saca el dinero y cuenta desde donde se quedó.) Vicenta: Ay Norma, si mamá viviera ¿sabes que podríamos hacer con todo este dinero?
Escena 3: Escenas de la vida en familia.
Vicenta: ¡Un vestido con holanes! ¿Me lo compras?… ¿Si mamá? ¡Por favor… ándale! Mamá ese vestido azul con holanes me encanta ¡Quiero ponérmelo para navidad! Madre: No hay de tu talla Vicenta… incluso no creo que la talla más grande te quede. Vicenta: ¡Mamá, mamá! ¿Ya viste esa muñeca con cabeza enorme? Me recuerda a mi hermanita Norma. Quisiera cuidarla como a ella. Madre: Está muy cara, vamos a ver si en otra tienda está más barata. Vicenta: ¡Chocolates! A mis hermanas les encantan los chocolates… ¿Podremos compartirlos entonces? Madre: Tú no puedes comerlos, tú papa y yo hemos decidido que ya no te daremos esas porquerías para comer. Padre: No le hagas caso mi'jita, otro día venimos sin la ogra de tu madre y te compro el vestido, la muñeca y los chocolates ¿sí?
Escena 4 Regreso Esther: Vicenta… ya regresé… ¿Dónde estás? ¡Ay, seguro que está en el baño! (Norma señala el bote de Vicenta, intenta decir "Basura"). Esther: ¿Basura? No mi amor, la basura no está allá… tu hermana la quema, pero eso no está bien… ¿Vicenta? ¡Vicenta! Ay, bueno… voy a dejar el dinero aquí corazón ¿Se lo dices a tu hermana? Ay, qué tonterías digo, le voy a dejar una nota… Mejor le mando un mensaje… ¡Gracias mi amor!, me voy que ya es tardísimo, te veo en la noche.
Escena 5: Billetes y muñecas
(Norma está dormida; Vicenta se asoma en la habitación para ver si realmente se encuentra bien. La arropa y le da un beso, Norma entre-despierta, y Vicenta empieza a tararear una canción. Vicenta: Mamá siempre te tarareaba esta canción…
siempre te prefirió a ti y a mi hermana, por sobre todas las cosas… Nunca entendí porque no me quería. Parecía que a papá le gustaba seguir el juego, no decía nada, prefería quedarse callada, aunque debo reconocer que su frialdad con las tres siempre fue igual. Recuerdas esa navidad cuando le dio a Esther esa bicicleta que tanto le pidió; y a ti te trajo ese pintarrón, con una enorme caja de plumones de color; te encantaba dibujar debajo de las ventanas, por eso te lo compraron; mamá ya estaba harta de tallar y tallar las paredes, limpiando los restos de tus crayolas, Norma. A mí solo me trajo dinero, un billete de veinte pesos. ¿Qué iba a hacer con ese dinero a esa edad? Supongo que mamá no me conocía del todo, o le daba flojera comprarme algo bonito. Desde pequeña acepté responsabilidades que no me correspondían… Esa tarde, cuando te caíste de las escaleras, mamá no dejó de culparme; papá solo cuestionaba. Yo solamente tenía 8 años… Transición - Niñas. Madre: ¿Qué le hiciste Vicenta? Vicenta: ¿Yo? Yo estaba jugando con mi hornito mamita; Norma se salió del cuarto con la andadera, no le hice nada, no la vi… Padre: ¿Y tú Esther? Esther: Yo solo escuché un ruido muy fuerte en las escaleras… Vicenta: Luego corrimos a ver que era… Padre: ¿Y qué pasó? Esther: Salimos y vimos que Norma se lastimó… Transición. Vicenta: Recuerdo perfectamente cómo se rompía el plástico con la dureza de los 23 escalones; tu cuerpecito rodaba como una muñeca de trapo… me quedé perpleja. Esther y yo miramos, desde lo alto, tu cabecita desangrarse, bajamos lentamente por que teníamos miedo de resbalarnos también. Esther: ¡No oye, no siente, no se mueve, no se levanta, no respira! Doctor: Diagnóstico: Discapacidad cognitiva profunda. Vicenta: Después de eso no hubo ni chocolates, ni vestido azul, ni la muñeca con cabeza enorme que se parecía a ti, solo un enorme silencio entre nosotras que se perpetuó con los años y un billete. (Vicenta empieza a arreglarse, va a salir. Norma se queda dormida. El escenario lentamente se transforma en un casino.) Vicenta: ¿Doña Yulissa? Que cree… no voy a poder ayudarla hoy con la novena… Si, ya sabe, mi hermana que no pudo cuidar a la niña… Si, ni modos verdad ¿qué le vamos a hacer?... Si… pero no me deje de invitar ¿eh? La próxima vez es seguro que si
le ayudo… Sí, nos vemos, que esté muy bien. Vicenta: Cuando mis papás murieron, encontré una caja con muchos más billetes en su ropero. Decidí juntarlos, los míos y los suyos; el día de su funeral se los iba a aventar en el hueco de su tumba… pero no pude, no pude despegarlos de mí. Tenerlos a mi lado es como sentir un poco de su cariño, su olor tan peculiar, esa rugosidad almendrada que hace estremecer hasta el más fino de mis alientos matinales. Si los paso por mi mejilla, casi puedo sentir como sus labios me besan… siempre esperé que los billetes estuvieran acompañados de una carta que dijera… cualquier cosa… un "te quiero", tal vez. (pausa). Una vez, en día de reyes les escribí una carta, les pedí perdón por lo que había pasado, les pedí a los reyes que le dijeran a mis papás que solo quería que me quisieran… y la dejé asentada junto a mi zapato en la sala. Cuando me levanté de mi cama, fui corriendo a la sala, encontré otro billete, otro billete de una denominación mayor. La carta ya no estaba, años después me enteré que nunca la leyeron. (Vicenta va por la caja, saca el billete y la carta de los que estuvo hablando.) Vicenta: Siempre éste es el primero en mi caja. (Antes de salir, agarra una muñeca con cabeza enorme que pone entre los brazos de Norma, le da un beso y se marcha.)
Escena 6: Amor de hermanas
Esther: ¿A dónde crees que nos lleven mamá y papá en las vacaciones? Vicenta: … Esther: ¿Qué tienes? ¿Te comió la lengua el ratón? Vicenta: A mí no me van a llevar Esther: ¿Cómo lo sabes? Vicenta: Hace rato escuché a mi mamá hablando con Tía Sandy; le estaba preguntando que si me podía cuidar mientras ustedes se iban a Tulum. Esther: La tía Sandy es muy divertida… le voy a preguntar a mi mamá si me puedo quedar con ella también. Vicenta: ¿No quieres ir con ellos? Esther: Si no vas tú ¿con quién voy a jugar caza venado? Vicenta: … Esther: Si tú no vas, yo tampoco voy… además ellos le prestan más atención a Norma que a mí. Vicenta: Si, parece que ella no ha crecido después de lo que pasó… todavía no habla. Esther: Yo ya no puedo jugar bien con ella. Vicenta: Mamá se la pasa alejándome también de ella. Esther: Ojalá se hubiera muerto… Vicenta: ¡Esther no digas eso! Esther: Es la verdad, si ella no estuviese mala, papá y mamá dejarían de vernos como adornos.
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Vicenta: Es nuestra hermanita, debemos cuidarla… Esther: … Vicenta: ¡Esther! Esther: Tienes razón… cuando sea grande voy a comprar una casa bien grande para que podamos vivir todas juntas, y le voy a decir a la tía Sandy que también se vaya a vivir con nosotras para que nos prepare pasteles de frambuesa. Vicenta: ¡Siiiiiiiiiiiiiiiii! Le voy a decir que los cocinemos cuando vaya a su casa en las vacaciones… Esther: ¡Ay, dichosa! Tú vas a comer cosas bien ricas con tía Sandy Vicenta: No te preocupes, yo te voy a guardar un pedazo de todos los pasteles que cocinemos con la tía y te los voy a dar cuando terminen las vacaciones ¿dale? Esther: ¡Dale! (Norma se acerca a gatas, trae una pelota de plástico y se las avienta. Vicenta y Esther le siguen el juego y mientras ellas dos juegan caza-venado, Norma ríe, aplaude y las acompaña al juego.)
Escena 7: Tiempo muerto a solas.
(En ésta parte se debe notar el paso del tiempo entre las pláticas de Vicenta. Se debe combinar con escenas de casino.) Vicenta: Esther por favor necesito que me des dinero… sí, se me acabaron los pañales. Transición. Vicenta: Esther, tienes que cuidar a la niña… ¡Por Dios, necesito distraerme un poco! Si… voy a salir a la plaza con las vecinas. Transición. Vicenta: Esther, necesito que vengas por nosotras, olvidé decirte que tenemos cita en el seguro. Transición. (Norma y Vicenta llegan de la calle, se repite el momento cuando están pidiendo caridad, igual que en la Escena 1. Posteriormente llegan a la casa.) Esther: ¡Toma, aquí está el dinero! Y por favor deja de estarme molestando ¿quieres? Bastante hago para mantenerte a ti y a Norma, como para que la casa y tú estén así de puercas. Te bañarás, le cambias de ropa a la niña, porque no quiero que el doctor la vea así. Me dejas todo listo para que yo la bañe cuando venga… Y quiero que la próxima vez te organices mejor o le llamo a alguien para que la venga a bañar. No puedo estarme haciendo cargo de ella ¿si, por favor? Oscuro.
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Escena 8: Antes de la visita.
Esther: (Al Teléfono) ¿Si? ¿Qué pasó Vicenta? Vicenta: Te llamé para recordarte lo de los pañales de Norma. Esther: Sí… lo tengo pendiente. Vicenta: ¿Sabes que talla son? Esther: ¡Por Dios, Vicenta, siempre se los compro! Ya sé que Norma es talla mediana. Vicenta: Esther, no me vayas a traer los baratones de la vez pasada, son una porquería; ella usa los Tena. Esther: Sí, sí… no te preocupes, yo te compro esos ¿ok? Nos vemos al ratito ¡Chao! (Esther permanece perpleja frente al televisor, se ríe y reacciona respecto a lo que ve.) Álvaro: ¡Ya llegué amor! Esther: Si, ya te escuché. Álvaro: ¡Hola! Oye… ¿no te tocaba ir con tus hermanas? Esther: Si, ya le hablé a Vicenta. Le dije que voy a ir más tarde. Álvaro: ¿Estás segura? No es muy temprano que digamos ¿Ya fuiste a sacar el dinero? Hoy es quincena, siempre hay mucha gente en la caja popular y luego tienes que ir con ellas a… Esther: ¡Si Álvaro, ya lo sé, sé que hoy tengo que ir con mis hermanas a llevarles el dinero! (Álvaro: Pues se te está haciendo tarde, hace varias horas que llegaste de trabajar y no has ido ni al súper.) Esther: Ay… mañana las puedo ir a ver, que se esperen hom'be, lo bueno es que solo les tengo que entregar el dinero y ya está… igual y si termino de ver mi novela, me dan ganas y voy a su casa. (Álvaro se retira. Paso del tiempo. Esther sigue pegada al televisor. Álvaro llega con bolsas del mandado, las mismas de la Escena 2.) Álvaro: Ahora no tienes pretextos, agarra tu bolsa y ve a ver a tus hermanas ¡Por favor!
Escena 9: Lo que sueñan las luciérnagas.
(El baño. Esther baña a Norma. Es de noche.) Esther: ¡Ay Norma! Esa tu hermana que le encanta comprometerse en cosas que no puede cumplir… ¿Hizo todo lo que tenía que hacer? ¿Quemó la basura? Norma: (Intenta decir) "basura". Esther: Sabe que me choca que haga eso. Esa es una mala costumbre que se le pegó de mi mamá… ya el funcionario de ecología dijo en las noticias que está prohibido. ¡Pérate que la agarren un día, y luego yo voy a tener que pagar la multa o sacarla de la cárcel! ¡Puras tonterías hace Vicenta! (Le moja el cabello. Ríe.) Esther: Me gusta ver tu cabello mojado, me recuerda
mucho al de mamá… largo, lacio, castaño, me ponía bien alegre cuando ella me pedía que se lo peinara. Transición. Mamá: Trae el cepillo mi amor, es hora de peinar a mamá. Esther: ¿Qué peinado te voy a hacer hoy, mami? Mamá: ¿Cuál te gustaría mi cielo? Esther: ¿Te hago una trenza? Mamá: ¡Mejor hazme dos! Y después me prestas una de tus diademas para que estemos iguales. Esther: ¡Zas! Y luego nos vamos al parque para que juguemos en los columpios. Mamá: ¡Dale! Pero tú vas a tener que empujarme ¿eh? Esther: ¡Ah no! Para eso llevaré a mis hermanas, ellas nos van a empujar. Mamá: Eres una pequeña pilla, Norma está muy chiquita, ella no puede empujar a nadie, ni siquiera sabe caminar, mi'ja. Esther: Bueno, entonces yo la empujaré a ella en los columpios para bebés. Transición. Esther: Había un cuento que siempre nos contaba ¿te acuerdas? Norma: … Esther: Que mensa, ¿cómo te vas a acordar? Ese cuento lo inventó mamá… era sobre nosotras tres. Norma: (Intenta decir) "cuéntamelo". Esther: En el bosque de Cleevenfill existía un tesoro escondido, era el tesoro de las hadas. Ese tesoro contenía secretos ancestrales y joyas que habían recolectado las hadas en el bosque. Después del último terremoto que azotó al Reino Foster, todas las hadas huyeron, solamente quedaron algunos animales y las luciérnagas. Norma era una luciérnaga valiente y aventurera, un día que revoloteaba por el lago de nenúfares, se encontró con el mapa del tesoro de las hadas, estaba con sus dos amigas Eva y Margarita. ― ¡Deberíamos intentar ir por el!― dijo Norma con gran entusiasmo. ― ¡Si; nos podremos dividir el tesoro en partes iguales cuando lo encontremos!― contestó Margarita ante la emoción de su amiga. ―Eso no es justo, yo encontré el mapa, así que yo debo quedarme con la mayor parte― ante tal hecho, ambas amigas se decepcionaron y buscaron cualquier pretexto para abandonar a Norma en medio del lago de nenúfares. Triste y agüitada, Norma regresó a su casa con el mapa del tesoro debajo de sus alas. Ahí la esperaban sus hermanas: Esther y Vicenta. ― ¿Por qué regresaste temprano? Creíamos que te quedarías a jugar con Eva y Margarita ― preguntó
Vicenta, la mayor. ― Ya no quisieron jugar conmigo, creo que ya tienen a una nueva amiga― contestó la cabizbaja Norma. ― No te preocupes cielo, las amigas así son; pero si realmente te quieren regresaran a tu lado. Además no las necesitas ¿Pa' que quieres a esas coleópteras si tienes a las mejores hermanas del mundo?― Le dijo Esther mientras la cargaba y le hacía cosquillas con las patas. Sin darse cuenta, Norma dejó caer de entre sus alas el mapa que había guardado con tanta enjundia, Vicenta lo tomó y empezó a leerlo ― ¿Dónde te encontraste esto Norma? ― Estaba cerca del lago de nenúfares― contestó la chiquilla entre risa y risa. ― Deberíamos ir por él― asintió Vicenta. ― Eso les dije a mis amigas, pero no quisieron― respondió Norma, a lo que Esther alegó ― ¿Por qué no quisieron ir esas chamacas? ― Es que se querían quedar con todo el tesoro, yo les quería dar la mitad, pero Margarita dijo que lo dividiéramos entre las tres. ― Ya veo, salió tu parte coda de la familia. ― Es que no es justo, yo me encontré el mapa, yo merezco ganar más que ellas, si yo no se los hubiese mostrado, jamás hubiesen sabido nada del tesoro. ― Te entiendo princesa, pero son tus amigas, debiste ser más considerada. Además ¿Tú para que quieres tanto dinero? No sabrías ni qué hacer con él. ― Yo si ―Refutó Vicenta― Tú dame un balde de billetes y en seguida voy a la tienda de Doña Gansa a gastarlo en esos hermosos vestidos que tiene. ― ¡Ay Vicenta, tú siempre buscas en qué gastar lo que no tienes! ― ¿Y por qué no vamos las tres juntas? Con ustedes no me molestaría compartir el tesoro― Les comentó Norma con un brillo hilarante en los ojos. ― Pero no podemos ir ahora Norma, Vicenta… recuerda que nos comprometimos a ayudar a mamá a cuidar a Don Cutberto, el caracol. ― ¿Qué le pasó a ese señor Esther? ― Esta muy enfermo, ninguno de sus hijos se hace cargo de él, ya ni siquiera le dan para comprar sus medicinas; así que mamá se ofreció a ayudarlo, pero como hoy trabaja todo el día, entre Vicenta y yo nos comprometimos a atenderlo. ― Pero si vamos las tres Esther, lo encontraremos más fácil; a esta hora debe estar durmiendo y falta bastante para la cena, si nos apuramos podremos regresar las tres con el tesoro de las hadas― Apuradas y emocionadas, las tres luciérnagas se asomaron por la ventana de la casa del señor caracol, y era verdad; él dormía, así que sin chistar revolotearon hasta donde decía el mapa. El lugar no estaba lejos, era en el interior de un árbol de manzanas petrificado por el tiempo; las tres bichitas se
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dispusieron a buscarlo ferozmente hasta que Vicenta lo encontró. Cargando el cofre pesado, todas deseaban llegar a casa para dividirlo, pero al rebasar al borde de la entrada había una barrera invisible que no las dejaba avanzar; lo intentaron muchas… muchísimas veces, pero no'mas no resultaba, el cofre siempre caía y no salía de dicho árbol. Conmocionadas y tristes, las tres descansaban mientras se les ocurría que hacer para sacar el cofre. Esther quién tenía el mapa, intentó encontrar alguna clave para descifrar por qué no podían llevarse su banquete de oro. Redrogeó el mapa hasta que encontró una cita que decía "Solo las causas nobles generan grandes satisfacciones", lo leyó en voz alta a sus hermanas y después de meditarlo un poco, la más pequeña dijo: ―Deberíamos dárselo a Don Cutberto, él lo necesita más que nosotros.― Entonces, las tres hicieron un pacto con el corazón, en el que se comprometían a entregarle el tesoro a quien realmente lo necesitara, entonces una bomba de luz emanó desde el cielo, rompiendo así la barrera invisible que les impedía el paso a las luciérnagas; ese mismo halo les dio fuerzas para cargar el tesoro y llegar hasta la casa de Don Cutberto, para entregarle el dinero y al fin así poder comprar las medicinas que le hacían falta. Todos en el bosque de Cleevenfill estaban contentos por la hazaña de estas hermanas tan bondadosas. Transición. (Ensoñación de Norma. Tras la luz descrita, una centella vibrante hace que sus piernas dejen de temblar y baile al compás de una música imaginaria, plagando de luciérnagas el escenario.) Norma: Ojalá yo fuera una luciérnaga, de ese modo quizás tú y Vicenta le robarían un minuto al tiempo para observar como vuelo, o tal vez para ver la luz que emano y que se den cuenta que estoy viva. Quisiera poder perderme en un bosque para que ya no me encuentren, es muy difícil habitar este cuerpo de jaula y que ustedes dos solamente se dediquen a limpiarlo por fuera. Escena 10: La muerte nos sienta mal. (Vicenta está quemando basura. Suena el teléfono.) Vicenta: ¡Ya voy coño! ¡No estoy pegada al teléfono! (pausa) ¡Bueno! Álvaro: ¿Vicenta? Vicenta: ¿Si, que pasó? Álvaro: Soy Álvaro ¿cómo estás? Vicenta: Hola Álvaro, estoy muy bien… gracias ¿Qué pasó? Álvaro: ¿Estas sentada? Vicenta: … No ¿Por qué? Álvaro: Es que… es Esther
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Vicenta: ¿Qué tiene Esther, hoy no va a venir a vernos o qué? Álvaro: No… o sea si, bueno no es eso… es que… Vicenta: ¡Bueno, ya Álvaro, dime por Dios! ¡Tengo un chingo de cosas que hacer en la casa y tú estás de tartamudo! Álvaro: Tuvo un accidente. Vicenta: ¿Cómo que tuvo un accidente? Álvaro: Si, estaba en periférico, un motociclista idiota se le atravesó… apenas estamos esperando el resultado del perito. Vicenta: ¿Y ella está bien? Álvaro: No lo sé… Aún no logran sacarla del auto, fue pérdida total. Vicenta: ¿Ella o el auto? Álvaro: El auto Vicenta… ella… no sé… Dios mío, esperemos que todo salga bien. Vicenta: ¡Cálmate Álvaro! ¿Dónde están? Álvaro: Estamos cerca del entronque con la avenida Canek. Vicenta: Ok, me cambio, agarro un taxi y me voy para allá. Nos vemos. (Va por la caja, empieza a agarrar dinero, se detiene, lo medita, espera sentada, regresa el dinero y la caja a su lugar, coge el teléfono… marca.) Vicenta: ¿Álvaro? No voy a poder ir... no tengo dinero para el taxi. Álvaro: ¡No te preocupes yo aquí lo pago! Vicenta: No, no te preocupes, de verdad no es necesario… solo… solo avísame cuando Esther se encuentre mejor ¿está bien? Álvaro: Si claro, yo te aviso cualquier cosa. Vicenta: Ok, gracias. Transición. Periodista: El cuerpo sin vida de Lirio Esther Canto Fajardo fue encontrado a 200 metros del entronque de la avenida Canek con el periférico. Jorge Apanco Pastrana bajó de su moto y se detuvo unos segundos en el camellón antes de atravesar la carretera. Dos testigos aseguraron que el motociclista descendió del camellón y en ese momento fue embestido por el auto PIA DiverCity de la señora Canto. Sin embargo por la morfología del impacto, los peritos aseguran que el motociclista saltó a gran velocidad y sin las precauciones debidas. Es probable que la conductora del DiverCity haya intentado evadir el choque, y por ello que el auto se haya declarado pérdida total al estamparse con un poste de luz de la CFE. Transición. Vicenta: ¡Ay Álvaro! Yo no sé qué vamos a hacer después de este incidente… ¡Ay es que, todo fue tan repentino! ¿Cómo voy a seguir pagando las cosas de la niña? Si
contrabajo me alcanza con la pensión de mi papá y el poco dinero que Esther nos daba. Se me llena el cuerpo de una preocupación inmensa… Y luego ella era la que nos llevaba a todos lados; no… no puedo estar pagando tanto taxi pa' que nos lleve y nos traiga ¿Sabes que caro va a salir, ah? ¡Uy no! Y luego sus medicinas que están re-caras también, ya sabes el seguro no nos la surte… ¿Álvaro… nos vas a seguir ayudando? Álvaro: Si Vicenta, únicamente espérame un poco a que me recupere de los gastos de este proceso y te prometo que las seguiré ayudando. Transición. (Muchas luces, entran máquinas de jackpot, los sonidos de juego intenso son ingresados a la escena, y Vicenta retoza al compás de una música imaginaria.)
Escena 11: Basura.
(Entran Norma y Vicenta, vienen de pedir limosna de la calle, sus ropas están más sucias, percudidas y rotas que antes. Saca el dinero de la bolsa, toma la caja de siempre y empieza a guardar lo recolectado.) Norma: (Intenta decir) "dame". Vicenta: ¡No, Norma! No lo toques; es basura y la basura se quema… ¡Pinche Álvaro! Con el dinero que me da, ya no me alcanza. (Va por el teléfono.) Vicenta: Álvaro, que tal ¿Cómo estás habla Vicenta? Álvaro: ¿Cómo estás Vicenta? ¿Te llegó el depósito que les di? Vicenta: Si, si… ya fui por el al banco, pero que crees… ya… ya se me acabaron los pañales de Norma. ¿Puedes depositarme un poco más para comprarlos? Es que con lo que me diste… tuve que comprar la despensa y esas cosas. Álvaro: ¿Ah, sí? No te preocupes, yo te compro los pañales de Normita y te los llevo al rato a tu casa ¿Te parece? Vicenta: No Álvaro, cómo crees, ya bastante haces con ayudarnos con el dinero y… Álvaro: Para nada Vicenta, no es ninguna molestia, así aprovecho y les echo un ojo a las dos… podemos ver incluso si tiene algún desperfecto la casa y pues, lo puedo mandar arreglar. Vicenta: Si, claro, eso… eso estaría muy bien. Álvaro: ¡Bueno pues, las veo en un rato entonces! Saludos a Norma. Vicenta: Si, yo se los doy de tu parte… ¡Adiós! (pausa) ¡Ta'madre! Ahí va a venir este imbécil… dale Norma vamos a bañarnos, rápido, no quiero que el viudo te vea así de sucia.
Norma: (Intenta decir) "no quiero". Vicenta: ¡Dale Norma, no estés con tus pendejadas por favor, que no tengo ganas de estar lidiando contigo! (Norma se rehúsa a ir al baño con ella. Forcejean. Después de un rato Vicenta se cansa y la deja.) Vicenta: Bueno, me voy a bañar Norma… espero que cuando haya terminado; tú ya no estés con tus pesadeces. (Sale Vicenta. Norma se queda sola, pasa un ratito, mira detenidamente la caja con el dinero que tanto guarda Vicenta, la toma, va por aceite y por cerillos, empapa la caja y le prende fuego. Mientras ocurre el incidente, Vicenta termina de bañarse y llega como energúmena al ver lo que ha hecho Norma.) Vicenta: ¿Qué hiciste estúpida? ¡Mi dinero! (Empuja a Norma, intenta apagar el fuego con una escoba, no lo consigue, en el trance de Vicenta, Norma se entromete y sale golpeada. Cuando por fin logra apagar el fuego llora su pérdida, unta su cara sobre el dinero quemado.) Vicenta: ¡Eres una hija de la chingada, Norma! ¿Cómo pudiste hacer semejante idiotez? ¡Eres una mongola, una chamaca imbécil… eres una maldita inválida, buena para nada…! (Norma y Vicenta forcejean. Llega Álvaro. Las intenta separar.) Álvaro: ¿Qué te pasa Vicenta? ¿Qué haces? Vicenta: ¡Esta niña quemó todo mi dinero, mis ahorros, todo se fue a la chingada! (Álvaro no consigue controlarla, hasta que Vicenta vuelve a someter a su hermana. La intenta matar, forcejan nuevamente hasta que Norma y Álvaro logran salir de escena. Vicenta regresa al cúmulo de ceniza y mientras llora se unta los restos por su cuerpo.) Vicenta: ¡Mi dinero! ¡Mi tesoro! ¡Mi vida entera!
Oscuro.
Escena 12. Desde mi cárcel.
Esther: Yo ya quería morirme, estaba cansada de ver por ellas todo el tiempo, cada día era como cargar un saco de cemento, hasta que se endureció, y pesó más mi indiferencia que mi amor por ellas. Vicenta: Una vez yo estuve de tu lado, siempre es fácil mirar con desdén al otro ¿te sorprende? A mí no… Norma: La indiferencia es esa luciérnaga hermosa que se apaga. Esther: Cuando somos indiferentes con alguien, atrapamos con ferocidad y desdén todas sus expectativas en una jaula. Vicenta: Siempre me preguntaba ¿cómo le hacen esas mujeres para gastar tanto tiempo y dinero? Pero cuando
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uno lo hace, llega un punto en el que las miradas ya te valen madre; no importa cuántas máquinas ocupes, sino en cuanto tiempo puedes llenarte, te encierras como en una cárcel, podían pasar días enteros y yo nunca veía la luz del sol. Estaba insatisfecha. Norma: Yo sé que ellas lo hacían sin intención de ser malévolas. Esther: Eso hice con mis hermanas, me quedé como observadora perpetua de nuestros actos detrás de los barrotes. Vicenta: Había días en los que mi integridad se iba con las monedas que metía a las máquinas, creía que la iba a recuperar; así como pensé que recuperaría a mi papá o a mi hermana. Norma: Mis hermanas arrastraron hacia mi todo lo que les sobraba, todo lo que ya no querían, todo lo que no sabían dónde poner. Esther: Mi corazón se convirtió en ese lugar de resguardo que ya no les daba seguridad a ninguna de las dos. Vicenta: Las promociones siempre ayudaban, te hacían querer quedarte más tiempo, comía bien y por poco dinero, el refresco era lo de menos, sobraba y hasta me lo traían a mi lugar. Norma: Todo lo depositaron en mí. Esther: Sólo me impulsaba a querer irme, porque el encierro se tornaba insoportable con tanto desecho alrededor. Vicenta: Si te cansa, por supuesto que te cansa… pero nunca es suficiente el cansancio cuando sales con los bolsillos o tu tarjeta repleta de dinero. A veces incluso la agitaba, imaginaba tontamente que sonaba y eso curaba un poco mis ausencias, sentía que brillaba, me sentía poderosa, sentía que tenía un valor. Norma: Me convertí en lo único que no tenía valor en esa casa. Esther: Que lástima que la fragilidad no llega después de muerta. Vicenta: El dinero siempre te va a dar valor, tú familia nunca te lo da. Norma: Ahora sin ellas junto a mí, yo podría quizá, en algún momento de mi vida sentirme libre. Qué bueno que se fueron.
Oscuro Final.
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No te vayas Jesusa.
Anel Mora
—No te vayas Jesusa, tengo un mal presentimiento— me dijo Gloria con ojos como salidos del infierno. Esa tarde me disponía a visitar a mi madre, una anciana que ya tiembla cuando camina y se le olvidan las fechas y los días de guardar. Una fría llovizna cubría aquel poblado, de casas con techos de láminas y débiles puertas de madera. Las calles polvosas se cubrían con el olor de la tierra mojada, los perros callejeros se amotinaban bajo los árboles del camellón, y Doña Nicolasa regresaba con el maíz para el pozole del día siguiente. Parecía un día normal; no había razón para pensar que algo extraordinario estaba por suceder. Hasta la tienda de la esquina abrió como de costumbre, a las 7 de la mañana y el rutinario trajín tan lento como otras tantas veces. No, nunca imaginé lo que le pasaría a Gloria, mi vecina. Gloria es una mujer sumamente delgada, de ojos grandes, hermosos pero que expresan silencio y secretos mudos; piel morena de cabellos lacios y negrísimos. Ella es un tanto frágil e insegura y vive a un lado de mi casa. Algunas veces la encontré llorando, con sus dedos flacos restregándose el rostro como una niña perdida en una gran ciudad; rehuía la mirada y cuando al fin clavaba sus tristes y apesadumbrados ojos en los míos… me enseñaba los moretones de su cara y brazos… con una voz que apenas alcanzaba a oír me susurraba: —Me pegó otra vez; Filemón me pegó otra vez. Yo solía abrazarla y callaba. Sabía que ella nunca dejaría a Filemón; no porque lo amara, porque creía amarlo, porque así la habían educado, porque su vida era una mierda con o sin él. Mujeres como Gloria convierten, sin querer, su vida en una mierda… y no se dan cuenta. —No te vayas Jesusa, tengo un mal presentimiento. No la escuché y me fui a ver a mi madre, la mujer de caminar tembloroso. Regresé ya entrada la noche. Una multitud rodeaba mi casa y la de Gloria. Patrullas, la cruz verde, periodistas, gente morbosa, estorbosa y repulsiva. —No te vayas Jesusa, tengo un mal presentimiento— escuchaba una y otra vez mientras con codazos y patadas me abría paso entre la inerme multitud. Alcancé a ver desde la puerta entreabierta un cuerpo cubierto con una mugrosa sábana. —La mató, la mató— grité con el gran lastre de la culpa en mi alma. Sentí una mano que me sostuvo con firmeza y la voz segura de Don Francisco, el tendero. —No, ella lo mató a él; le clavó un cuchillo treinta y seis veces mientras dormía. Dicen que Gloria grita por las noches en la cárcel con ojos que han borrado para siempre su silencio: —¡Ahí viene, ahí viene, viene por mí, viene por mí! Y yo… yo aún escucho por las noches: —No te vayas Jesusa, tengo un mal presentimiento. delatripa 34
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Malgré tout.
José Ramón Enríquez
(Capricho a lo goyesco). (Sólo dos personajes. Sólo un Viejo y un Joven. Durante el oscuro se escucha la voz del Viejo.) VIEJO: "Tiemblo con toda la Tierra. No digo nada... La vida vuelve a empezar. Cuando me encuentre con Dios en su morada, le voy a reventar, yo, el fondo del oído, el interno; he aprendido. Me gustaría ver si le divierte. Soy jefe de la estación diabólica." (La luz sube sobre él, bien vestido, y sobre el cuerpo ovillado del Joven, sucio y desfajado, aunque vestido con la ropa correcta de un estudiante que lleva días de farra; quizás con sangre en la nariz y tal vez con la mancha de haberse orinado en los pantalones. Se va despertando.) JOVEN : ¿Eres tú..? VIEJO : ¿Soy yo..? JOVEN : ¿Tú eres yo..? VIEJO : Soy yo, tú. JOVEN: ¿Y me traes mis palabras del futuro? VIEJO: No. No son nuestras esas palabras y vienen del pasado. Son de Celine, el novelista. JOVEN: Pero yo no soy fascista como él. VIEJO: No. Ni lo eres ni lo fuiste ni lo serás hasta el día en que hablo yo. JOVEN: ¿Entonces..? VIEJO: Es que Celine te mira y vomita al mirarte. JOVEN: Pues yo tengo otras palabras de Celine que decir aquí.., ahora... VIEJO: Te escucho. JOVEN: "Soy la primavera en persona." VIEJO: Ni eres la primavera ni el jefe de la estación diabólica. Pero los rayos del sol te traspasan los párpados, aunque ni él público ni tú ni yo podamos calcular la hora exactamente. Te traería ron solo para la cruda, pero yo no he nacido todavía. JOVEN: Y yo que estoy a punto de morirme. VIEJO: Sí, la situación no es trivial, nos duele hasta los huesos. (El Joven se va desovillando en el escenario vacío. Poco a poco entra la música del ‘Tantum ergo’, con letra de Santo Tomás de Aquino. Tal vez esto hace que el cuerpo del joven se revuelva sobre sí mismo hasta que lleve la mirada al patio de butacas y, poco a poco, la vaya fijando en el fondo, en donde ubica el portal del templo de San Francisco en la Calle de Madero.) JOVEN; Mira ahí enfrente. ¿Ves..? VIEJO; Sí. El portal del templo de San Francisco en la Calle de Madero. JOVEN: Bordar la piedra, porque ese portal que me aparece enfrente no fue labrado, y dejarse los jirones
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de pobres uñas y de pobres dedos entre cada voluta. VIEJO: Sangre, mucha sangre también. JOVEN: Está todo bordado con agujas e hilos manejados con maestría por dedos arcangélicos del todo desangrados y, en estas tristes horas, ya del todo perdidos. (Pausa) ¿Y qué horas, son, carajo, Señor de los ejércitos que habitas el altar de San Francisco? Pero, arriba del portón de madera imbatible, hermosísimo, ¿por qué un nicho vacío? ¿A quién espera? VIEJO: Se bajó a dar su vuelta Huitzilopochtli para sacarnos la lengua, o eso es en otro lugar del mestizaje y, como siempre, confundes las lecciones. JOVEN: Y, arriba y más arriba, escudos que no veo. Les falta una figura a las piedras bordadas y escudos, medallones, sostenidos por las cuatro columnas que son penes erguidos que nos llevan al algo: al celestial orgasmo que los tiempos barrocos, hoy, mismo, aquí, hemos petrificado por tan cachondos, por tan prohibidos, por tan encabronada y plenamente deseados, anhelados, recibidos, soñados frente a un patio de butacas que no existe tampoco, como tampoco yo, ni el templo tutelar de San Francisco. VIEJO: No. Ni música ninguna de ningún Tantum ergo. (Cesa la música. Francisco escupe sangre.) JOVEN: Tengo sangre en los dientes. Me patearon la boca o es la piorrea maldita... (Pausa) Brota semen de las piedras en el desierto de las calles del centro. Beber semen. Hartarse. Rellenarse de semen las entrañas para quedar después petrificado, como el sur de la ciudad tras la erupción del Xitle, ombligo del Ajusco. (Pausa. Se yergue.) VIEJO: ¿Cómo era aquello del niñito Jekyll, que amanece aterrado, tembloroso, sediento, siempre en el atrio de la Iglesia de San Francisco, y de la mariquita Hyde que pasó la noche en un traspatio y que fue penetrada, sin ser jamás forzada, limpia, amistosa, cachondísimamente, por cuanto chacal iridiscente se formó tras de ella, con la intención ensalivada de montarla? (Le sobreviene un conato de vómito.) JOVEN: Nada, nada... La guácara seca... La que nada más le voltea a uno el estómago pero no ayuda a sacar nada de ninguna parte... Y sigue la basca. Porque se dice basca a esta "ansia, desazón e inquietud que se experimenta en el estómago cuando se quiere vomitar", como dice el Diccionario de la Real y que viene del celta waska que quiere decir opresión, como dice la Real, o "agitación nerviosa que siente el animal rabioso"...
VIEJO: El animal rabioso, ay, el animal rabioso, ¡protégenos, Señor, del animal rabioso! O permite, al menos, que se nos pinte con una punta seca como capricho goyesco. JOVEN: ¿Tauromaquia? (Tras otro conato, ahora sí vomita algunas babas y se limpia la boca con los faldones de su camisa.) VIEJO: No. Tauromaquia, no. Dije capricho... JOVEN: La basca no se calma hasta que la última gota de bilis que me habita el estómago me estalle en la boca, amarga y amarilla, en hilos de baba, vergonzosa aunque no estoy seguro de que sea una baba avergonzada... No avergonzada, no: adolorida. VIEJO: Esta noche, Jekyll, sábete que le voltearon su calcetín a la Maruca y, dalo por seguro, ya, tócate atrás, ¿ves cómo sangras? Ella deja entrar y que la rompan y tú a sangrar con dolores y en la amnesia de anoche. JOVEN: Ay, la amnesia otra vez, y la de anoche. (Pausa) Señor Jesús crucificado, que estás en el altar de este templo tutelar de San Francisco, el santo de ese nombre y de Maruca, de la calle de Madero que ayer fuera Plateros, en la ciudad que es mía, ¿no fuiste tú, Señor, testigo silencioso del cruel desga-rramiento de sus partes anales del Jekyll en figura estrambótica de Maruca Hyde, la Maruca llamada, señora de las farras detrás de los portones de este histórico centro de la ciudad llamada la Gran Tenochtitlán. VIEJO: ¿Con acento en la a, aunque el maese Novo jure que estaba ahí al tiempo de fundarse y que oyó a los señores nahuatlacas bautizarla no aguda sino grave..? JOVEN: ¿Tú, mi Señor, viste todo? ¿Sí lo viste..? ¡¡Sí o no..?? (Pausa) Porque estabas ahí y de ello estoy seguro, como has estado siempre, y estarás, ¡vas a estar!, para llamarme por alguno de mis nombres, tal vez dentro de poco en el postrer suspiro, arrinconado atrás del "Malgré tout" de Contreras, a la hora de la hora de nuestra muerte, amén. VIEJO: De nuestra muerte, de Paquito y Maruca al mismo tiempo y también mía. De nuestra muerte, amén. (Va hacia la Alameda, hasta donde encontrará a un imaginario ‘Malgré tout’, al cual habrá de acariciar con gran ternura. Se escucha la pieza de Manuel M. Ponce "Malgré tout".) JOVEN: Y ahora me preparo a caminar yo solo en sentido contrario a las manecillas del reloj que me trajo al atrio de este amanecer. VIEJO: Voy contigo. JOVEN: A caminar yo solo aunque vaya conmigo sin conocerme a mí. VIEJO : Eso es verdad. JOVEN : Y también es verdad que debo revisar con sumo cuidado los rostros de todo aquel de género
masculino con quien me encuentre, para saber si alguno de ellos fue dueño mío y descargó en mí su jugo y me dejó sangrando incluso de la sonrisa. Y tú, Señor, del altar franciscano, fuiste testigo aunque hayas mirado para el otro lado. ¿Testigo de cargo o testigo de descargo? ¿Y por cuál jurarás al subir al estrado, por Jekyll o por Hyde, por mí, dulcito, vergonzante, de anteojos rotos y sangre en la nariz, al que da su migraña cuando ve al sol, o por Maruca tronadora, la tremendona, la más borracha? ¿Por quién vas a llegar a la hora de la hora de nuestra muerte amén. VIEJO: Amén, sí, amén amén. JOVEN: Ahí, detrás de este "Malgré tout" que esculpió Jesús Contreras después de haber perdido el brazo derecho por un cáncer muchísimo más cabrón que mi pobrecita cruda asustadora. (Acaricia la estatua imaginaria.) JOVEN: Mocho tú, niñito Jekyll, el del atrio de San Francisco, rezandero y asustado... JOVEN: Mocho yo, que le rezo al Señor de los ejércitos. VIEJO: Mocho el escultor Jesús Contreras de su brazo derecho. JOVEN: Y anoche yo, Maruca, con el trasero empinado, culo a punto, prontipuesta, la Maruca Hyde, romántica ella, decadente, que bien quisiera ser la Duquesa Job y oír hablar de sí a cuanto hombre se encuentra en su camino: "Mi duquesita, la que me adora, / no tiene humos de gran señora. / Es la griseta de Paul de Cock. / No baila boston y desconoce / de las carreras el alto goce, / y los placeres del five o'clock". (Pausa. Acecha hacia un lado y otro del escenario.) VIEJO: Has de buscar en cada transeúnte al que te conociera bíblicamente en la noche de un anoche de los años 60 como si fueras una cocotte de fines del XIX o principios del XX... JOVEN: "Si por Plateros alegre pasa / y la saluda Madam Marnat". Pero ¿no me atrevo a desprender y sigo aferrado al portal de San Francisco..? No. Ya estoy fajándole sus nalgas a la bella escultura del autor hidrócalido. Sí: "A pesar de todo", yo también, "Malgré tout". Y porquoi pas, es decir, ¿por qué no? ¡Qué franceses, carajo, Jekyll y Hyde! (El ‘Tantum ergo’ ocupa el lugar del ‘Malgré tout’ de Ponce. Irán ganándose lugar una música a la otra.) VIEJO: Me aburres con tu bobería de niñito Jekyll. JOVEN: ¿Y ella te divertía con sus travesuras de Maruca Hyde? VIEJO: Sí, sí me divertía, pero me hubiera muerto antes de verte aquí vomitar las entrañas. JOVEN : Yo, cobarde, asustado, vestidito de marinerito con mi moñito blanquito para mi eterna primera comunión. O ella, que ya se lanza a buscar, en esta ciudad que es nuestra todavía, a fines de los 60 del siglo XX, alguna cantina de apertura tempranera o tal vez la
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trastienda que debe seguir abierta, para consumir litúrgicamente la cervecita helada con submarino tequilero capaz de equilibrar a la cruda al mismo tiempo al Yo Malgré Tout encadenado para morir en pose vergonzosa por Maruca Pourqoi Pas que "ni el sueño de algún poeta, / ni los querubes que vio Jacob, / fueron tan bellos cual la coqueta / de ojitos verdes, rubia griseta / que adora a veces al duque Job". (Desaparece vencido el ‘Tantum ergo’. Queda victorioso el ‘Malgré tout’.) VIEJO : Porque ignoramos nuestros propios nombres o qué nombre a qué rostro pertenece o qué rostro nos mira al cruzar la avenida o si nadie nos mira. JOVEN : O si nos sigue alguien hacia la taquería que a esta hora permanece cerrada pero cuya trastienda, la bien amada, donde nos hablan en inglés aunque juremos y perjuremos que nacimos en la San Rafael o en la Guerrero, ocurrirá el milagro que nos cure la cruda y reinicie la historia. (Intenta moverse, pero se derrumba) VIEJO : Fuerza, fuerza... JOVEN: Voy.., voy... VIEJO : Es cosa de llegar... JOVEN: Sí, es cosa de llegar... No importa que anoche me hayan quitado hasta el último quinto, que lo quinto me lo quitaron antes, antes, mucho antes del volteamiento de calcetín al nenito Jekyll por culpa de la tremenda Maruca Hyde. Bien puedo pedirle a cualquiera que pase que me ayude con algo, una limosnita por el amor de Dios, que es para evitar la llegada segura del demonio a cobrarse los réditos de yo no sé qué trato con esa mala puta de Maruca Hyde. VIEJO : Pasan y pasan hombres que imaginamos. JOVEN : Usted o tú o usted, señor, joven, muchacho, chacalón, estudiante, guarura de joyero, albañil, ¿no quiere cooperarse o decirme por lo menos, si me tuvo y si gemí un poquito? Tal vez, usted, señor, quiera invitarme la chela salvadora para ganarse el cielo a la hora de la hora de nuestra muerte, amén. VIEJO : De nuestra muerte, amén. (Con gran cuidado se baja pantalón y calzoncillo y va tomando la postura del Malgré tout de Contreras que está en la Alameda, sobre Avenida Juárez.) JOVEN: Aquí va a ser. Va a ser aquí sin miedo y a la vista de todos. Culidispuesto a pesar de todo, el Niño Malgré Tout, y, ¿por qué no?, Maruca Pourqoi Pas, putérrima, asustada. Y los dos infecundo Jekyll-y-Hyde durmiente, a la espera de algún hombrón de piedra que por atrás le llegue, del Xitle y del barroco, para ofrecerle con la generosidad del chacal tepiteño un semen germinal aquí mismo y ahora... VIEJO : Y ahora y en la hora de nuestra muerte, amén... (Sube la música. Y, con el fade del oscuro final, se hace el silencio.)
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Foc mi
Ángel Fuentes Balam Pieza melodramática púber
Personajes Joseph Mandy Clarisa (Un cuarto andrógino. Fue el último día de clases. Los uniformes pintarrajeados de negro, con leyendas de despedida, están regados en el piso; las miradas de vidrio. En la tarde huele a ropa sucia. Mandy se viste, mientras Joseph y Clarisa la observan desde la cama.) Clarisa. Seis y media. Mandy. (los mira) ¿qué camión tomo para Las águilas? Joseph. Este… creo que pasa por… Clarisa. Por la tienda. Mandy. ¿Eh? Joseph. Sí. Dos esquinas, de cuando asomes te vas por la izquierda. Mandy. Ok. (Pausa.) Joseph. ¿Irás mañana a lo de Carlos? Mandy. No. Joseph. ¿Y eso? Mandy. Salgo con mis papás. Joseph. Será la última peda del grupo. Mandy. Lo sé... (se termina de cambiar y se queda extática) bien… no sé que se dice en estos momentos. Joseph. Ni yo. Creo que nada. Mandy. Es como que… raro. Clarisa. Pues ya está, creo. Fue… Mandy. Nada. Mejor nada. Mejor lo olvidamos. Joseph. No te gustó. Mandy. No es eso. Sólo que… Clarisa. Crees que todo cambiará. Joseph. No tiene que ser así. Mandy. Ya me voy. Joseph. Espera. Creí que esto era de los tres. Mandy. Pero yo salgo sobrando. Clarisa. ¿Cuál es el problema? Estuvo bien, ¿no? Joseph. Sí. Clarisa. Sobre todo porque ustedes dos se “entendieron” mejor. Mandy. Ya me voy. Cualquier cosa, les mando un inbox ¿sí? Joseph. Ya. No se malviajen. Clarisa. Claro, aquí el chingón fuiste tú. Joseph. ¿Qué quieres decir? Mandy. Me voy. Joseph. Te acompaño.
Mandy. Conozco la salida. Clarisa. Güey, mandy, ya. Nada cambia, todo se queda como estaba. Mandy. No es eso. Clarisa. ¿Y entonces? Mandy. Ya no será lo mismo. Esta fue como que nuestra despedida. Joseph. Más o menos. Mandy. La prepa. Clarisa. Va a ser no más la prepa. (ríe) ¡ya! Equis, estamos bien. Ni que nos fuéramos a morir. Nos seguiremos viendo. Mandy. Me voy. Joseph. No te gustó. Mandy. Pues no es eso. Clarisa. Tú querías también. Mandy. Lo sé, pero prefiero que lo olvidemos. Joseph. Te pasas del drama. Carisa. Dramamona, tómate un dramamine. Mandy. Adiós. Clarisa. Deberíamos estar bien. Joseph. Estuvo chido. Clarisa. Claro pendejo, tú fuiste el ganón. Joseph. No te quejaste. Además, no te quitabas encima de ella. Clarisa. ¿Y si pedimos una pizza? Joseph. ¿Y vemos Harry Potter? Clarisa. Mmm tú sólo quieres pretextos (se para y comienza a vestirse); conozco ése. Joseph. (a Mandy) quédate. Mandy. Prefiero irme. Clarisa. Ya, coño. ¿qué te pasa? Joseph. No te gustó. Mandy. ¡Que no es eso carajo! (Pausa.) Clarisa. Ok. (Mandy va a salir, Joseph saca una libreta de un cajón.) Joseph. Espérate. Mira. Yo me la quedé. Escribí la canción. (Mandy toma la libreta con sumo cuidado. Mientras Clarisa los mira como una pantera.) Mandy. Gracias. Clarisa. (enojada) Bueno, después del momento Kodak. (Clarisa se levanta y se va a orinar.) Joseph. ¿Te quedarás? Mandy. No. Joseph. ¿Por mí? Mandy. Por ella. Joseph. No entiendo. Mandy. Siempre me gustaste.
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Joseph. Y tú a mí. Mandy. Hasta el final del curso tenía que darme cuenta. Cómo son las cosas. Cuando estamos al borde del pozo nos damos cuenta que.., que no queremos entrar. Joseph. Entonces ¿por qué te vas? Mandy. Porque ya no será lo mismo. Joseph. Pero tú quisiste. Mandy. No sabía que sería así. Joseph. Así cómo. Mandy. Así. Joseph. ¿Los tres? (al público), lo decidimos los tres. Eso. Nos queríamos. Siempre hubo algo entre nosotros pero no supimos encaminarlo hasta que Clarisa se le ocurrió para fin de curso, los tres, como decir… pues, sólo como amigos… cogeríamos… como amigos. Sería nuestra despedida. Se imaginan cómo. Dos viejas. (Entra Clarisa.) Clarisa. (algo alterada y con sobrado desdén) Siguen con sus pendejadas. Joseph. ¿Qué te pasa? Clarisa. Nada. Se pasan; se supone que esto no era más que… un experimento, la graduación, era, es como el final. El grand finale. Y empiezan con sus mamadas. Mandy. Qué final, así. Clarisa. ¿Así como? Si bien que te gustó que este wey te metiera la polla. Joseph. ¡Clarisa, no mames! Clarisa. Es que están haciendo tanto escándalo por una pendejada. Mandy. Para ti entonces no fue nada. Clarisa. Fue lo que fue. Un momento, un alucine, un... Además yo no estoy clavada con ningún pendejo como este. Joseph. Vete la chingada. Clarisa. Porque de seguro eso pensabas pinche Mandy: en lo que te estorbaba. Ni siquiera me tomabas en cuenta. Sólo fue tu pretexto para estar con este. Mandy. Es mejor no hablar de esto. Clarisa. Mejor para ti. Olvidemos que me mandaban a la verga. Jospeh. Nadie estuvo de más. Clarisa. Sí. Ella. Joseph. ¡Coño, clarisa! (Mandy va a salir.) Clarisa. Hubiésemos venido solo tú y yo como la otra vez. Mandy. ¡¿Qué?! Clarisa. O ¿a poco creías que este wey te iba a esperar? Joseph. ¡Cállate! Mandy. ¿Es verdad? Clarisa. ¡Claro que es verdad! Ándale, dile quién me desvirgó. Joseph. No… es, Mandy…
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Mandy. No mames. Clarisa. Equis nena, no fue nada. Fue como esto, un juego, no significó nada. Joseph. Esto sí fue algo. Clarisa. ¡Porque a las dos nos cogiste ¿verdad?! (Mandy se quiebra.) Joseph. No Mandy, espera. Clarisa. Por eso no se deben mezclar los pinches sentimientos con esto. Se supone que era pasarla chido, un juego, el grand finale, eso dijimos, pero lo tenían que arruinar con sus idioteces. Joseph. ¡Clarisa, lárgate! Clarisa. Pues tenía que saberlo tarde o temprano, así son las cosas, todo te llega de madrazo. Te enamoras, te cogen y después el olvido. ¡tanto se alborotan por una pinche cogida! (Mandy va salir y Joseph la detiene, ella se zafa bruscamente.) Joseph. Espérate. Mandy. Te estuve esperando hace años y nunca llegaste. Y cuando lo haces, lo haces con ella. Joseph. Pero te quiero a ti, eso fue… Clarisa. Un juego. (al público), el mundo tiene una cualidad de juego innegable. Entonces no lo sabía porque tenía 15 y estaba viva, los pechos paraditos, el culo firme… ¿se te antoja?, sin nada que ocultar ni que perder. Pero una vez, tan sólo una vez de probar a tabletas la soledad, entiendes que se trata de un juego que te hiere invisiblemente, que sólo te va a matar por sorpresa. El mundo juega y nos enseña hacerlo: desde palitos chinos hasta las guerras que nos joden la vida, jugamos. Mi mamá y yo jugamos al busca busca de un cerdo peludo que jugaba con esto (se toca el sexo). El cabrón jugaba a madreársela y ella, para no volverse loca, canalizaba su ira conmigo y con todos los demás, jugando al chisme, destruyendo. “Oye negra, ya viste que la hija de Gloria… no más hace venir Julito y sale a dizque comprar. Siempre que llega el muchacho con el agua, sale de juzgona, se pone sus shortitos y ahí le anda coqueteando, uay, no tiene vergüenza, todas las nalgas se le ven, se viste como prostituta”. No mamá. La puta era yo. Porque nuestra vida era una mierda, ese juego terrible donde nunca ganamos. Pero no importa ahora. Todo es un juego. Mandy. Para mí no es un juego Joseph. Joseph. No, no lo es. Pero los tres estuvimos de acuerdo. Mandy. Soy una idiota. Joseph. ¡Quédate! Mandy. No tienes madre. Joseph. (al público) Y no la tenía, se había muerto cuando tenía ocho. Salimos una tarde a comprar. En la radio estaban poniendo “La carretera” y la fui cantando en el camino. Mi hermana cruzó primero. Luego yo. Esperábamos del otro lado y toda la vida nos
quedamos esperando. Sólo una ráfaga y un pedazo de carne adherido al asfalto. Eso fue todo. Sus expresiones, sus caricias, sus giros, sus manías y su voz… todo quedó reducido a carne inmóvil. Escucho a veces los gritos de mi hermana todavía, ensordeciéndome, negando la fluidez del tiempo. Mis palabras se quedaron pegadas a mi lengua como la masa cerebral a la calle. Desde entonces mi vida se fue. Desde entonces me he sentido como una cosa palpitante, sin nada que hacer, ni que esperar. Moviéndome por puro animalismo. Somos eso: pura carne, hueso y sangre, lo demás es añadido. Las viejas escandalizan todo, se olvidan que somos un puto trozo de piel y nada más; eso que hay adentro, esas cosas de emoción y todo eso… es material de viejas, putos y nada más. Mandy era un pedazo de carne; pero bien chido, con todas sus partes chidas, eso es. Sólo le seguía el juego. Joseph. Pues no, no tengo madre. Mandy. Me traicionaste. (Clarisa comienza a tararear una canción triste.) Joseph. (hacia Clarisa) ¿Por qué eres tan pendeja? Clarisa. Ninguna pendeja. Son ustedes los que no saben nada, los que están haciendo su desmadre. ¡coño ya! Sí, Mandy se caga por ti y sí, nos cogiste a las dos. Y decidimos hacer esto porque fue lo más chingón que se nos ocurrió para no sentirnos como unos pendejos solos. ¡ya! (Mandy llora.) Joseph. No entiendes nada. Ni siquiera sé por qué estuve contigo. Sólo fue… Clarisa. ¿Qué? Joseph. Una cogida. Clarisa. ¡Chinga tu madre! Joseph. ¿Qué? ¿No según tú sólo es eso? Clarisa. Eres un imbécil. Joseph. Y tú eres una puta. (Clarisa lo golpea llena de ira.) Clarisa. ¡Pues esta puta estaba preñada de ti, pendejo! Joseph. ¿Qué? No. No es cierto. Clarisa: Por eso hice toda esta mierda. Por eso, por culpa. (Va hacia Mandy) era la despedida. La despedida de los tres. No sé qué hacer… Mandy, perdón, perdón… pero quería sentirlos, tenerlos, sentirme viva, sentirme libre, quería tenerlos, recluirnos en mí para siempre. Los tres: La soledad. La soledad hace que te juntes, que hagas lo que no quieres hacer, que te dejes ser para otras soledades. Clarisa. Y entonces me enamoré de ti. De ti cabrón. Pero también de ella. Ustedes son lo único que tengo y da rabia pensar en que lo único que me hacía olvidarme de todo, sean unos estúpidos, unos… unos niños, unos… por ese momento los tres fuimos únicos.
Mandy. A Cataluña. Por eso dije que sí. Mi papá tiene plaza allá y quiere que me vaya con él. Joseph. (al público) Los tres, entre los tres. Te sientes un dios, cuando las ves a las dos, desnudas, su carne, su piel, sus culos, las dos, chupándotela. Clarisa. ¡Estoy hasta la madre de mí! Mandy. Nada será igual. Joseph: (al público) Entonces se empiezan a tocar, se tumban una encima de la otra y tú no buscas ni qué coño hacer. ¡Hasta quisieras tener dos vergas para el aguante! Y todo es súper chingón hasta que ese sentirte una mierda, ese hueco en el pecho que te hace sentir alejado de todo, un asco repentino te llega, y las agarras y te las coges como una venganza, te coges a alguien para desquitarte del mundo. Mandy. Por eso dije que sí. Porque no los veré otra vez. Porque no quería llevarlos como memorias esparcidas. Joseph. Embarradas en la carretera de la vida. Clarisa. (al público) Yo, mamá, yo era la puta y tú nunca te diste cuenta; siempre estabas tan pendiente de otras cosas que no viste que yo te gritaba. Pero no abrí mis piernas por desesperación, sino por gusto. Los tres: (al público) Por puro gusto animal, por puro placer (se besan) Joseph. No lo entienden. Clarisa. Lo ignoran. Mandy. Lo disfrazan. Joseph. Como animales, como bestias, las golpeas, las llenas de saliva. Clarisa. Llenos de saliva hablamos todos al mismo tiempo y vivimos en el mismo sitio. Mandy. A Cataluña. Clarisa. En distintos idiomas. Joseph. Cuando te vienes, te sientes un dios. Clarisa. Tres semanas, el bebé tenía tres semanas. Los tres: Todo es un juego interminable. Joseph. Hicimos esto para estar bien. Mandy. Me voy. Clarisa. No. Quédense. Ahora quédense los dos a verme. Quédense (saca un frasco vacío) te tomas a pastillas, la soledad. Tus putas pastillas (se las arroja a Joseph y se toca el vientre), quédense para el gran final. Siéntense. Vean cómo se estremece mi cuerpo (se sientan a verla) ¡véanlo! Vean como vomito mi vida, como me voy poco a poco. Después podemos hacer otra cosa, lo que sea, ver una película o comer o coger, cualquier cosa que nos haga olvidarnos de nuestra horrible tristeza diaria, pero primero véanme… después ustedes, si quieren, olviden, vayan a otro lugar, pero ahora sólo ahora, háganme sentir que no estoy sola.
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La Chontalpa en tres ensueños primaverales de los 80. En vísperas de primavera de 1986 un grupo de niños y compañeros de la escuela primaria disfrutaba el juego de las escondidas en Vicente Guerrero. Era viernes 14 de marzo y entraba ya la noche. En la calle principal de acceso y salida del pueblo, un niño tomó en turno un poste del alumbrado público como palco, colocó sus palmas sobre sus sienes y comenzó a contar regresivamente a partir del número cincuenta. La decena de chiquillos desapareció en segundos por todos los patios y espacios ocultos de las casas vecinas. Terminada la enumeración inversa, se vio al buscador deslizarse hacia los arbustos, hacia las bardas y concavidades de los lados circunvecinos. Uno por uno los delataba y sellaba sus suertes al correr hacia el palco. Así, quedaban eliminados del juego. Pero uno de ellos tuvo por fantasía encontrar un lugar alto, invisible, inaccesible para su delator, quería hallar la cima de algo que le fuera cómplice de una soledad contempladora y no ser contemplado por nadie sino por el cielo. Anhelaba estar en control de la zona invisible, de ser objeto de una larga búsqueda por todos sus compañeros sin encontrarle, tener como único testigo el cielo abierto y refulgente de estrellas. Al final, cuando en la avanzada noche no le hallasen pensaba hacerse ver, gritar desde arriba y decir en voz fuerte a sus espectadores, “aquí estoy, mírenme a dónde he llegado”. Para ello, encontró en el patio de una casa vecina un viejo y alto árbol de cocoite, se trepó hasta el pico en el cual halló un brazo bastante grueso que se extendía horizontalmente. Allí se escurrió sosteniéndose por unas ramas fuertes que le servían de cortinas y se puso de cuclillas en medio del ancho tubular a esperar con paciencia; escuchar y ver la pesquisa de la vana búsqueda allá abajo. Apenas descubiertos unos cuantos, el rastreador de escondidos, seguido de los delatados del juego y gentes de todas partes señalaban todos hacia un lugar, mientras el burlador sagaz entre risas e inflexiones se mofaba quedito. Pasaron los minutos sin entrever ni oír a nadie interesado por el objeto del extravío. Apartó la rama que ocultaba el resplandor de un brillo vertical en el infinito del Oriente, vio abajo a todos de espaldas, en una actitud contemplativa, extraña y quieta, sus colegas señalaban asustados hacia los confines de donde nace la noche. Era el Cometa Halley y su máximo resplandor que esa noche se mostraba y decrecía hacia su desaparición centenaria.
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Oveth Hernández Sánchez
A la poeta Keshia Ham, musa discreta de las heladas tierras de Fargo
La estela del cometa se reflejaba vertical en el espejo de sus ojos, él siempre acuclillado, apoquitado pero aún encima de todos. 2 En plena primavera de 1989, en la Plaza principal de Vicente Guerrero, un padre corría detrás de su hijo y a regañadientes intentaba sujetarlo por la camisa en claro propósito de impedirle subir las escaleras del escenario en donde crecía una fila de niños intrépidos que aguardaban en turno llegar al Gobernador de Tabasco. Él, entusiastamente, aceptaba fuera de protocolo los saludos de palma y de choca palmas de los chiquillos de la Chontalpa. El mandatario se encontraba de visita en la comunidad para dar un breve discurso protocolario sobre la continuación formal de la agenda agropecuaria como parte del lanzamiento progresivo del flamante programa acuñado Plan Chontalpa iniciado desde la década anterior, firma que reemplazaba al de Plan Limón. El C. Gobernador, reciente en el cargo, Salvador Neme Castillo, se trasladó en helicóptero desde la Quinta Grijalva hasta anclar en el campo de béisbol, contiguo a la plaza de la comunidad. Los niños estaban acostumbrados a las prácticas de simulación que la CENAPRED organizaba en todas las escuelas de nivel básico en el Estado como medida hacia una cultura de prevención para superar desastres naturales como el terremoto de 8.2 en la escala de Richter en el Estado de México del 85. Sentados en sus bancos, una feroz alarma sonaba desde la dirección y todos se despojaban de cuando les ataba en sus lugares, sin importar la violencia y la brutalidad como dejaran caer y deshacerse de todo su entorno, corrían en masa hacia la cancha principal del plantel. Ya allí, después de un minuto, los docentes explicaban a los estudiantes el significado del acto, como una presencia de algo catastrófico que inmisericorde convierte en caos la humanidad. La tarde de la visita oficial no era una simulación más, era la puesta en escena de un suceso real. Los niños corrían hacia la plaza principal, y en el camino les hacían señales a sus demás compañeros para que corrieran junto con ellos. La escena les causaba a los chavales una sensación de éxtasis, algunos de los cuales no sabían distinguir si se trataba de una simulación o de un acto real, y solo corrían sin importarles la verdad. Muchos de ellos corrían con más velocidad y se adelantaban hacia el lugar
donde se acometía el vasallaje. El helicóptero estaba en marcha con su piloto en posición de espera, pues la visita era fugaz como la corta duración de un terremoto, aunque con efecto catalizador. Un niño y un padre corrieron por su cuenta, el pequeño al llegar al lugar vio cómo sus contemporáneos corrían un tramo más hacia lo que se dibujaba como una especie de fila. Se deslizó entre un abultamiento de jóvenes y adultos y se incrustó entre la fila, ya cerca de los escalones. El padre lo vio desplazarse como un espectro, y esquivó todos los cuerpos que hervían en sudores y palpitaciones en son de detenerlo, pero solo alcanzó apretarle la manga de su camisa hasta desgarrarla. Desmangado, logró llegar a la línea que le llevaba hacia el objeto desconocido cual si fuera un misterio, como el sismo. Todos los niños subieron los escalones, se les vio soñar arriba en el escenario, algunos cruzaron palabras con el personaje, algunos miraban el rostro oculto detrás de los lentes, algunos miraban buscado el sentido de las simulaciones escolares. Terminaron los gestos hacia los niños, se dijeron las palabras, en menos de cinco minutos la figura gubernamental fue escoltada hasta el verde césped, desde donde se vio ascender el helicóptero, girar y tomar una altura arrogante hacia otro destino diferente al de los niños. 3 Entraba la primavera en 1989 cuando los cortacañas invadieron el poblado. Vinieron de Campeche, de Oaxaca y de Chiapas. La colonia se asentó en la zona verde, enfrente de los pobladores de Vicente Guerrero. El gobierno lo hizo posible en respuesta a su compromiso con el “Plan Chontalpa”. La confección de “galeras” fue iniciada desde tiempos previos en los veintidós Ejidos Colectivos de los Municipios de Cárdenas y Huimanguillo, Tabasco. La invasión fue pacífica, los visitantes arribaron en masa, trayendo a sus mujeres, a sus niños, a sus ancianos, a sus parientes para vivir entre ellos. Era gente de rostros flácidos y de miradas penetrantes, de asimilación rápida y de coraje para superar su condición. Eran ellos los cortacañas, “aquellos otros”, diferentes a los pobladores que en cambio sí habitan en casas bien organizadas con gozo de servicios prediales y otros derechos de población. Las galeras, en cambio, eran pequeños tinglados de entre 2.5 metros de ancho por 4 metros de largo. El techo de cartón de fardo y, en ciertos casos, de lámina de zinc, por lo que en un tramo de dos cuadras se alojaban hasta trescientas personas, intercaladas entre catres, petates, hamacas y cartones extendidos en paños sobre el piso.
Una década atrás, la suerte de los de Vicente Guerrero era diferente, vivían todos en chozas, extendidos entre sus acahuales. Si los cortacañas hubiesen llegado en la década de los acahuales, en los 70, habría sido distinto; si tuviesen que llegar juntos, de cierto que lo habrían hecho en la misma condición, hermanados y fusionados en la misma sicología de emigrantes que se desplazan de la selva a la comunidad, en este caso, a la comunidad también conocida por su fórmula económica C-29. Era día de cielo azul, los pequeños correteaban de dentro de su casa hacia el patio, como si estuvieran siendo perseguidos por avispas alborotadas. Y entre los semi claros lograban ver el vuelo de las avionetas que pasaban aleteando arrogantes por los techos de su casa. La ronda aérea desapareció de su vista, rompiendo sus aires regresaron hacia el infinito cielo de los inmensos cañales de azúcar. Los chicos también regresaron a su galera zigzagueando el camino con sus manos extendidas, emitiendo sonidos de aeromotor, imitando a las máquinas del cielo. Dentro de la galera estaban los dos paraditos trincando el suelo como soldaditos junto a un tablón donde había sartenes de frijoles, calabazas cocidas y tortillas. Permanecían con el cuerpo aun aleteando por los aires y, tras el sonido de retorno de las aves mecánicas, arrancaron corriendo como las veces anteriores para mirar sus aterrizajes. Pero las avionetas fumigadoras se perdían de nuevo en la lejanía, y ellos sin detener sus vuelos giraban sus alas en la dirección de aquella tabla de frituras. Mientras los hombres, viejos, jóvenes y adolescentes, escoraban gavillas de caña en los sectores asignados por sus cabos entre esos cañales de azúcar, las mujeres se ocupaban toda la mañana en las galeras en la preparación de los alimentos quienes, con la rapidez del correcaminos, debían ponerlos sobre las tablas en cuanto llegaran los espectros tiznados en horas predeterminadas. Cayó la tarde, las avionetas cesaron de volar y los dos niños, junto con muchos más de las galeras, se preguntaron por el rumbo que tomaran. El afecto hacia ellas se debía a la impresión que les causaban por la capacidad que tenían de dominar su arte de vuelo, por sus giros y por volar casi a ras de tierra. Cuando todos los cielos se habían apagado, muchos de los hijos de cortacañas salieron de sus galeras, caminaron hacia la orilla de la calle y montaron sobre los techos de los tractores de distintos tipos que se extendían en una hilera infinita, en estado de putrefacción, abandonados a su suerte años atrás cuando la Unión de Ejidos Colectivos del Plan Chontalpa comenzó a morir. Arriba en los techos, contemplaban el punto donde nacían y morían las avionetas, pensaban que tal vez se les habría gastado ya todo el aire y que habían de encontrar nuevos destinos.
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Corazón alegre. Judith Almonte Reyes.
Porque ignorarte, mi querida mulata tan llena de optimismo, tan llena de sabiduría, con ese espíritu de lucha inquebrantable, ese baile que invita a dejar mis tristezas, ese color que te va muy bien. La dureza de la vida misma nutre tu belleza que emana de ese corazón tan frágil como la misma luna que se niega a ser testigo de la soledad y penurias que sufriste en ese cruel silencio; donde nadie escucha tus lamentos, donde nadie sabe de las injusticias, de las desesperanzas que viviste en ese mundo desierto de amor, donde lo único que predomina son los fanáticos de la opresión. Sentimientos de insatisfacción comienzan a surgir de tus entrañas, tratas de dejar esa vulnerabilidad que marcó tu existir, mi querida Mulata; aún evocó esa sonrisa tan genuina, tan llena de esperanza ante la realidad más inevitable, tu preocupación ante la incertidumbre de una vida más llevadera. Así es mí querida negrita, los altibajos, las amarguras que pudieron cambiar tu alegre corazón ahora no existen más; los demonios que alguna vez tuvieron lugar en tu alma, créeme, fueron derrotados por ese gozo de saborear una mañana de felicidad imaginando la libertad de tu ser, de tu esencia, permitiendo que tu luz brille ante la oscuridad. Y esas lágrimas que ahogaron tu identidad, y te robaron dignidad, tolerancia y el respeto a tu persona. Mulatita, nunca te dejes vencer; eres ejemplo de que la mediocridad no existe, pensamientos atrevidos para ser feliz, es lo que ahora te tienen tan entusiasta, tan llena de ilusiones, que le han dado un vuelco total a tu existir. Divina herencia corre por tus venas, tanto valor impregnado en tu historia que da paso a ser una mulata tan emotiva, y bondadosa, con el cielo a sus pies.
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Cuenta los años. Jesús Fuentes
Rodrigo camina taciturno. La mañana fría, poco soleada. Cruza la calle hacía la banqueta donde el sol pega, le caliente un poco más. Medita el sermón del Sacerdote sobre la Sagrada Familia. Él tiene esposa, tres hijos, la suya, no tan sagrada; sólo familia, piensa. —Anda, levántate, vamos a Misa— le dice a Blanca, su mujer. — Mmm... ¿ a dónde ? —A San José Obrero —Mmm... hace frío, y tengo sueño— contestó, y dando un giro, jala el cobertor guinda con blanco que la cubre, hasta ocultar su cabello crespo. Rodrigo la considera, en silencio, y con interés. Ella en decúbito lateral derecho, en el borde —su orilla— de esa enorme cama kingsize que los desune; aunque Blanca lo niega. Afirma que duerme muy a gusto, mejor que en la matrimonial que desecharon. Él le cuestiona que sus pies ya no se dan calor..., cada uno por su lado, no se entrelazan, menos sus cuerpos. ¿Dónde ?, ¿dónde?, se pregunta Rodrigo, quedaron esos días, las noches vehementes con derrame abundante de sus líquidos —lo recuerda perfectamente — ; ¿dónde aquel erotismo?, cuando sus bocas se pegaban hasta ahogarse. Un viento suave, fresco, rozando su cara, alborota su pelo entrecano, revive su evocación. Por la tarde cuando él llega del trabajo; Blanca sentada en el sillón de la sala viendo la televisión, hace como que no lo ve entrar y apenas si le responde el saludo. Rodrigo aprende a observarla así, sin emoción alguna. En la calle, pocos automóviles circulan. Aún es temprano. La mayoría de los comercios permanecen cerrados. Al pasar frente a una fonda lo envuelve el aroma de ‘menudo’ recién hecho. Y de más allá, vuela esa canción: "Como han pasado los años", sus cuarenta años de 56
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matrimonio, otea Rodrigo; la melodía escapa desde un lugar no identificado, en la voz de la española Durcal. Camina un poco más aprisa. Percibe un vacío en el estómago. Su mano izquierda toca en la bolsa de la chamarra el envoltorio caliente, los tamales de elote que compró a la salida del templo. —Le van a gustar, son estilo Sinaloa; soy de Culiacán. ¡Están buenos, ya vera!— había dicho la Doña, y murmuró: ¿Vive solo, es viudo..., no tiene familia?; son varios los domingos que lo veo y viene solo, siempre solo... Por respuesta, él solo sonríe. Dentro, en la tienda de conveniencia de la esquina de la calle Coral, ahí cerca del tianguis "Los globos", Rodrigo se sirve un café, y se sienta en la barra para comer, frente a los amplios cristales, cerca de la entrada; desde ahí observa toda la calle. Entre sorbo y sorbo a la aromática bebida, mientras va leyendo el periódico, da pequeñas mordidas al tamal..., y el tiempo se deshace en sus manos. Marca desde su celular al teléfono fijo de casa. Escucha que timbra, timbra y timbra... pero Blanca no contesta. Un auto color negro, de modelo reciente, con placas de California, se estaciona enfrente de los ventanales de la tienda, justo frente al lugar donde Rodrigo permanece sentado. Una pareja viene en el vehículo. La mujer usa lentes para sol; lleva el pelo castaño oscuro, rizado. El resplandor que pega de frente al parabrisas, así como el promocional (lleve seis, pague cinco ) de una cerveza popular, adherido al cristal delante de él, impide que Rodrigo vea con claridad sus rostros. Del automóvil baja el conductor: moreno, vestido informal, gordo, de entre cuarenta o cincuenta años. Entra al establecimiento; la puerta queda entreabierta. Coge del refrigerador dos coca-colas en botella de vidrio; de los
pasillos toma barritas de piña, pingüinos y otras golosinas —comida chatarra, piensa Rodrigo . —¡ Los cigarros, no se te olviden !, ¡los cigarros!—, exclama, ordena, la dama que se ha quedado en el auto. Esa voz, la voz que llega hasta él; ¡no puede ser! Rodrigo se levanta. Ese grito le inquieta. Sus ojos en borrasca, le prohíben ver con claridad. Como ajeno al mundo. No puede, o no quiere sujetar con firmeza el vaso con café que se desparrama; lo absorbe el suplemento cultural del diario. Escucha encender el motor del vehículo. Al instante el impacto es intenso. Un pick up azul golpea con fuerza la parte trasera del auto negro, proyectándolo sobre los cristales de la tienda, que caen estrepitosos, enmedio del desconcierto y gritadera de los clientes y empleados que no aciertan a saber qué ha pasado. La parte delantera del auto, destrozada; plástico, lámina en acordeón, vidrios rotos y fierros retorcidos. Al volante, el cuerpo, quejándose, apretado el pecho por la bolsa de aire, con una rajada en la cabeza —asemeja una alcancía— que sangra, el amigo... de esa mujer. Ella está presa en su asiento, hacía atrás, con el cinturón puesto, golpes en la frente, el rostro ensangrentado. Sin los lentes de sol. Una oleada de curiosos, salidos de quién sabe dónde, presentes. Rodrigo de pie, como ausente, el bullicio de la gente apenas le llega. Se para junto a la mujer, le toma la mano, le acaricia el pelo ensortijado. Ella lo mira, baja la vista, abundantes lágrimas escurren por sus mejillas. —Mis piernas, ay, ay mis piernas...— se queja. — Todo va a estar bien, ya lo verás, todo está bien—, susurra Rodrigo con piedad, contenido el llanto, tras un silencio atroz que lo clava por dentro. El ulular de una ambulancia se escucha próximo. Junto a los pies de Rodrigo, entre agua, aceite y desechos, la cajetilla de cigarros espera..., en tanto Blanca, su mujer, aprisiona con fuerza su mano con la de él; qué : cerrando los ojos, cuenta los años, ahogando los recuerdos.
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Debut. Ese día llegó como cualquier otro, indiferente a la ansiedad que te llenaba. Tanta preparación, el esfuerzo cotidiano por lograr la perfecta armonía, el acoplamiento adecuado entre los movimientos de tus dedos y la vocalización de cada uno de los versos de las canciones. Todo habría valido la pena si lograbas la aceptación de ese público tan difícil de complacer. Llegado el momento del encuentro, subiste los tres peldaños hasta alcanzar el singular escenario, afianzaste bien los pies para evitar riesgos y rasgando la guitarra comenzaste tu actuación con una canción de Juan Gabriel. Al principio la gente parecía no escuchar, cada quien sumergido en sus pensamientos y preocupaciones, más como todo gran artista continuaste tu interpretación, poniendo toda tu alma en cada verso y en cada nota que arrancabas a tu vieja compañera de ilusiones y desventuras, tu más preciada posesión: la guitarra de Paracho, aquella que te regalara tu padrino, el viejo trovador de la Plaza Grande. Yo no sé qué fue. Si fue el sentimiento que brotó de ti, o el espíritu del veterano trovador que aún vibraba desde el fondo de la guitarra, el efecto fue el mismo: la gente comenzó a despojarse de su letargo e indiferencia. Doña Lupe, con su bolsa entre los pies, no pudo evitar recordar cuando su marido le llevaba serenata, siendo novios y aún muchos años después, costumbre que sólo se vio interrumpida por la muerte de don Chalo, como cariñosamente llamaban a don Gonzalo Frías. Serenatas en las que al principio del noviazgo don Chalo le cantaba canciones de 58
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José Trinidad Aranda Aranda
Los Panchos, pero cuyo repertorio fue evolucionando con el tiempo, predominando en un momento las de Juan Gabriel. Hasta que en la vejez, la más sentida era “Amor eterno”. El pañuelo salió del bolso y enjugó sendas lágrimas indiscretas de los ojos de doña Lupe. Al mismo tiempo, otros escuchas revivieron los momentos que estaban marcados en sus mentes y en sus corazones por las canciones que oían: un amor frustrado, una novia de antaño, una madre o un padre que ya sólo vivían en el recuerdo. La impavidez se iba derritiendo en aquellas personas, dando paso a la sensibilidad que les contagiabas. El escenario estaría disponible por un buen rato más; así que sin hacer pausa, continuaste con una canción de rock en español, en la que hacías referencia a los sueños de un adolescente que enfrentaba una vida dura y que imaginaba qué sería de él cuando fuera grande. Los adultos jóvenes y otros más maduros, predispuestos ya por la interpretación anterior, se removieron en sus asientos, como si de repente alguna incomodidad les impidiera quedarse quietos. Ellos también recordaban. A sus mentes volvieron retazos de viejos sueños, y en un parpadeo hicieron un recuento de cómo se fueron quedando en el camino. Cómo situaciones que no pudieron controlar y decisiones que ahora veían equivocadas, los fueron alejando de aquellas ilusiones. Tensabas las cuerdas de la michoacana con tal técnica, pero sobre todo con tal sentimiento, que parecías hacerla cantar. Era como si fueran dos seres que actuaban y no solo un cantante.
Pero la actuación aún no terminaba. Para finalizar interpretaste una canción impertinentemente optimista, con una letra y ritmo tan alegres que hasta los más amargados tuvieron que aceptar un poco de color en la gris visión de su existencia. Terminaste tu actuación con un enérgico rasgueo de cuerdas que a todos dejó deseando escuchar algo más de aquel arte avasallador. Al final abriste los ojos, miraste uno por uno al auditorio y les agradeciste personalmente. Sabías, por las expresiones que veías en cada uno de ellos, que lo habías logrado. Que toda la dedicación y el empeño que habías puesto en tu preparación habían valido la pena. La diversidad de emociones que presentías en el público te confirmaba que habías llegado a sus sentimientos. No podías ser más feliz. Así que después de agradecer una vez más al respetable, que llenaba aquel foro tan especial, pediste bajarte. El autobús se detuvo en la última parada antes de entrar al centro histórico y tú, Tomás, te bajaste atesorando tu guitarra de Paracho bajo el brazo derecho, y los quince pesos cosechados en la mano izquierda.
Placer culpable.
Jéssica de la Portilla Montaño
Despidió al mensajero. Antes de cerrar la puerta, vio si algún vecino espiaba. El paquete aún envuelto esperaba paciente en la mesa. Debía cerciorarse que no hubiese testigos que juzgaran. Cerró las ventanas y las cortinas. Entre más pronto terminara, mejor; después limpiaría para que nadie se diera cuenta. Se deshizo del hilo y del nudo. Quitó una a una las hojas de papel estraza. ―Mamá me mataría ―dijo agachándose junto a la mesa. Aspiró. Se sentía mejor de lo que recordaba. Seguro que era más de un kilo, más de mil gramos para ella solita. Pasó con cuidado su dedo índice y se lo llevó a la nariz. ―¡Mh! Pero qué delicia. Si el nutriólogo la hubiera visto... El pastel de chocolate sabía más rico estando a dieta. Ya compensaría haciendo ejercicio.
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Acto circense. Después de desayunar y de hacer los quehaceres domésticos que les tocaban, Tere y Lucía salieron a jugar al patio trasero de la casa que habitaban en Obregón y calle 10. La puerta de tela de mosquitero golpeó el marco al cerrarse, y los pasos de las chiquillas al bajar los escalones, estremecieron la casa de madera que acostum-braba crujir, dar gruñidos y estremecerse con los cambios de clima y los movimientos de la vida cotidiana de aquella familia compuesta por los progenitores, seis hijas y un muchacho. Esa mañana, las hermanas mayores y el hermano no se encontraban allí, habían ido de visita a casa del abuelo y no quisieron llevar a sus hermanitas pequeñas. — Tere, manita, ¿a qué jugamos hoy? —Mmmm — dijo al tiempo que miraba la cuerda que pendía de unas de las ramas del árbol que estaba al fondo del patio, y cuyas frondosas ramas daban una sombra fresca a aquel rinconcito del solar.— Ya sé, ¡juguemos al circo! — ¡Sí, tú eres la cirquera y yo la directora del circo! Yo te anuncio y tú te cuelgas del chicote con los dientes, ¿sí? — Órale. Voy por el banquito, me subiré a él y me cuelgo de volada. — Apúrate pues, para empezar la función. Cuando Tere estuvo lista, parada en el banquito y mordiendo muy fuerte la cuerda con los dientes, hizo una seña a Lucía para que diera inicio a la función. Lucía se paró frente al público imaginario y alzando voz y brazos empezó: — Señoras y señores, jóvenes y señoritas, niños y viejitos, el circo de las Hermanas Labastida tiene el honor de presentar a su artista estrella, la fabulosa maromera y artista del trapecio, la grande, la magnífica María Teresa Labastida quien realizará un salto mortal prendida solamente de los dientes. Venga un aplauso caluroso para ella. Al decir esto, redobló tambores sobre el fondo del balde de lámina galvanizada, con el que acostumbraban trapear los pisos cubiertos de linóleo floreado de la casa, con un par de palos que encontró por allí y pasó a dar grandes aplausos porque tenía que hacer el
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Marta Aragón R.
papel de público, de orquesta y director de circo. Al escuchar aplausos y redoble, Tere tumbó el banco de una patada y quedó suspendida de la cuerda por unos breves instantes porque enseguida dio con toda su creciente humanidad en el suelo. Lucía corrió a auxiliar a su hermana, quien con la boca sangrante yacía sobre el polvo del terreno. —Manita, manita… ¿Qué te pasó? Déjame verte la boca. Tere lloraba con tal escándalo que hizo salir a la madre de la cocina, quien puso el grito en el cielo cuando vio los dientes de su benjamina volteados al revés. Los coscorrones y tirones de orejas sobre la pobre cabeza de Lucía cayeron como granizada y las dos chiquillas lloraron a mares. Al poco rato, madre y chiquillas, iban en el carro de su padre rumbo al consultorio del dentista que se encontraba por la Gastellumn entre calles 3ª y 4ta. El padre iba conduciendo muy angustiado y no se fijó que el semáforo de Ruiz y 5ª se había puesto en rojo, dando un frenón inesperado que hizo que la pobre Tere fuera a estrellarse de cara en el tablero del carro con tanta fuerza que pegó un grito de dolor. — Ahora sí que estamos amolados, creo que la niña ya perdió los dientes. Mujer, revísale la boca, por favor. La mamá obedeció en el acto y cual va siendo su sorpresa, que la dentadura de Tere había vuelto a su lugar como si nada.
Me niego a desaparecer. Sí, vaya que resulta difícil. Obcecarme en permanecer, cuando el mismo cuerpo se va tornando invisible. El gris del cabello, nace para irse perdiendo con el cielo, las arrugas del cuerpo se van mimetizando con la ropa, la yerba, con grietas de árboles, rocas, tierra y asfalto. Sí, como todos, yo también me estoy volviendo i-n-v-i-s-i-b-l-e. Mi paso hoy es lento y cansado, logra que me vaya notando menos. Y yo, que soy una necia, obcecada, insisto en vivir, aunque sea medio muerta. Vivo con algunos recuerdos de joven. Como cuando estuve en edad de ser madre, y fui madre-padre. Crié a dos hijos sola. Trabajaba y atendía a mis crías. Volaba de un lado para otro como un bólido. Los atendía en todo lo que requerían. Llegaba del trabajo a limpiar casa, ropa, bañar niños, los vestía, jugaba con ellos. Nos íbamos de paseo, a parques, cine, circo, teatro; mi afán era adivinar lo que como niños querían hacer. Contaba cuentos, y bastaba un solo "mamá tengo hambre", para como arte de magia, sentir un nudo en el estómago. Que desaparecía solo hasta el momento en que era capaz de saciar su necesidad de alimento. Escuchar un simple pedido con la palabra "mamá", que me erizaba sabiéndolos necesitados de auxilio, para desarrollar el poder de desdoblamiento astral, y en un segundo, estar al lado de mi crío atendiendo su necesidad y llamado. Llegué a la conclusión, que una madre tiene la facultad de transportación astral, cuando de atender a sus hijos se trata. Y en esa etapa uno se vuelve invisible por voluntad propia. Hoy ya voy desapareciendo sin querer, y me estoy mimetizando con el paisaje, contra mi voluntad. ¡Ley de la vida! Mi paso es mas lento, sin contar con posibles fracturas, o cuando he sido sometida a alguna cirugía. He perdido con lentitud pero implacable, mi capacidad de autosuficiencia y
Paty Rubio
autonomía física, aunque no así la económica; esa me hace ser tan visible como la necesidad ajena se presente. Con dolor tengo que sujetarme a la atención de alguien más. Muchas veces cuando solicito ayuda, emulando aquel "mamá" de antes, escucho: "Ahorita" un ahora, que en el mejor de los casos tarda 60 minutos en llegar, o no es atendido nunca. Si insisto en mi llamado, puede que llegue con mal talante y enfado. No es fácil aceptar tener la obligación moral de cubrir los ahora, de mis necesidades personales. Sin contar las veces que, sin querer, escucho la discusión de alguno de mis hijos con su pareja. Quejándose de estar “Hasta la madre de atender a la suegra.” Mientras tanto, en mi claustro, donde desaparezco poco a poco, me mantengo firme en la obcecación de que llegue el momento esperado, y lograr la recuperación de mi autosuficiencia y autonomía. Seguir siendo yo quien cubra las necesidades de mis hijos. Sin importar que siga una vida… medio muerta.
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Julio Castillo. Hombre de teatro.
Uriel Martínez
En un día como hoy pero del siglo pasado, fuimos José Alfredo y yo a ver la versión de "Los insectos", de los hermanos Karel y Josef Capek, al Teatro de la Universidad —llamado también Arcos Caracol—, puesta en escena del delirante Julio Castillo, que, a mí, me "abrió" los ojos a un teatro alucinado. Si bien yo recién había llegado del interior, el diciembre previo, ya traía conmigo el germen del teatro experimental que había observado en la escenificación de "La appassionata" (Héctor Azar, 1958), concebida por Alejandro Santiex en Torreón, con una Catrina que llega por la familia de Gardenia y Sagitario para llevarlos consigo. Zendejas Pinedo y Uriel salieron de la función fuera de sí, a raíz de ese primer encuentro con uno de los pilares del llamado, en ese entonces, teatro de "búsqueda" o de "autor". Era tal la fiebre del provinciano, que su amigo le preguntó por qué no se dedicaba a escribir teatro o sobre teatro. Cabe precisar que ambos asistían a un taller de poética y poesía en el décimo nivel de Torre de Rectoría, UNAM, 1973, donde habían iniciado amistad. 2. Quiso el hado me iniciara en el periodismo cultural al tiempo que cursaba Letras Hispánicas, vehículo inmejorable para un acercamiento con la gente de teatro. Julio Castillo me había marcado y empecé a cultivar una asiduidad a los espectáculos. Así fui conociendo espacios como el foro principal de la Casa del Lago, el teatro y sótanos de Arquitectura, el Teatro de la Ciudad; o espacios acondicionados exprofeso para una puesta en escena. Así vi "In memoriam", de Héctor Mendoza, basada en vida y poesía de Manuel Acuña; "Misterio bufo", de Dario Fo, concebido por Nancy Cárdenas, "Sólo conciencia de besar" con textos de Vera Larrosa y escenificación de Carlos Téllez. Hasta que un día los directores se fueron de este mundo y yo me fui a provincia. 3. Quisieron los dioses que hoy me desayunara la noticia de que había muerto la víspera el director José Solé, como en el pasado me tragué la medicina amarga del fallecimiento de Julio Castillo, a quien le vi la memorable trilogía "Las dulces compañías", de Óscar Liera, en un espacio de la colonia Hipódromo Condesa; y a quien anteriormente le vi "Vacío" con el grupo Sombras Blancas, basado en la vida y obra de la poeta suicida Sylvia Plath. Sabía que JC estaba enfermo, que le habían ofrecido tratamiento con piedras preciosas, alhajas, metales, lodo, imanes. Pero él ya estaba por partir a otra parte, sin nosotros, los suyos. Se decía que iba en busca de su hermano el Yeyo. 4. En un día ventoso y frío como hoy, pero de un domingo de febrero que no quiero acordarme, abrí el cárdex de mis antepasados lejanos y recientes para evocar a Julio Castillo a quien nunca fui a ver sus espectáculos al Teatro Blanquita —en homenaje al flaco Agustín Lara y al feísimo Dámaso—; pero ahí estuvieron, en la pista de los feroces, Celia Cruz (con los puños cerrados en el pecho), le preguntaba a JC: "¿cuál le canto, maestro?". Ofelia Medina y no sé cuántos. Pero ahora, en un día ventoso y helado como hoy, como nosotros, cerró sus puertas ese espacio, el Blanquita.
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El Butoh, una filosofía de vida. Con más de veinticuatro años de experiencia como bailarina, intérprete y artista de Butoh, Salomé Nieto, nos habla sobre su perspectiva de este arte japonés en entrevista para “delatripa: narrativa y algo más”. Catalogado como teatro y danza, el Butoh es un arte que nació después de la segunda guerra mundial por allá de 1960, cuando Tatsumi Hijikata y Kazuo Ohno, deciden construir un arte que se aleja del esteticismo de la danza europea y del baile tradicional japonés, y sin embargo, confluyen en él la influencia del expresionismo alemán, de corrientes como el Dadaísmo, de la tradición del teatro Kabuki y del teatro Noh. Ahora, el Butoh es una herencia universal —confesó Salomé— que ha logrado diversificarse gracias a que aborda temas sobre la fragilidad y las pasiones humanas “por eso logró difundirse desde Japón al resto del mundo y por ello es algo tan buscado”, confesó la artista mexicana radicada en Canadá. Así, el Butoh que nació en Japón ahora es diferente al que se practica en otras partes del mundo. Al preguntarle a la bailarina para ella ¿Qué es el Butoh?, confesó: el Butoh es una filosofía de vida. No basta con moverse libremente; el trabajo del Butoh requiere de disciplina y de un entrenamiento riguroso para que el cuerpo encuentre su verdad. Ese rigor es sumamente importante para el desarrollo de un Craft, o desarrollo del arte propio. Así, dentro de sus obras más significativas, que le han dado voz como artista de Butoh, se encuentran “Camino al Tepeyac” y “Umbral”. La primera es una investigación acerca de la devoción, el ritual y el mito. Una metáfora de la convergencia entre dos creencias culturales y religiosas encontradas en una deidad femenina, quien representa la vida y la muerte, el origen y el fin de todas las cosas. Mientras que la segunda es una crítica a la situación de guerra, donde cuestiona si hemos llegado al umbral de la violencia y propone que sí hay un camino para rescatarnos como humanidad. Salome Nieto emigró a Vancouver hace 24 años donde comenzó a bailar con Kokoro Dance, y en 2013 formó su propia compañía llamada
Mariana Dolores
“PataSola dance” en colaboración con Eduardo Meneses Olivar. “Al llegar a Canadá me encontré con el Butoh, y su entrenamiento me pareció semejante a la expresión corporal que practicábamos en algunas clases de danza contemporánea, lo que me hizo sentir como pez en el agua porque, aunque disfrutaba bailar con la belleza de la danza formal, estaba descubriendo una forma de expresión más orgánica. El Butoh me permitió reconocer sensaciones e impulsos reprimidos y expandir mis posibilidades como artista”, relató.
El entrenamiento en Butoh. El entrenamiento del Butoh, a diferencia de otras danzas, no tiene un lenguaje codificado; es decir, en cualquier parte del mundo se sabe qué es un “plié" y el Butoh carece de esa codificación. Gracias a esa falta de código, Salomé Nieto observó la belleza del cuerpo en movimiento a partir de impulsos internos; reconoció un cuerpo que expresa, y eso la llevó a iniciar una investigación más profunda. “Si bien el Butoh no tiene un lenguaje codificado sí tiene una metodología, y hay varias ideas con las que trabaja: tales como el vaso vacío, el sentido del tiempo en el espacio, y el cuerpo en estado crisis en el que se lleva al cuerpo más allá de su resistencia física. En el momento en que el cuerpo supera los límites concebidos, existe una transformación que lo convierte en un vehículo para la expresión”, confesó. Para la bailarina formada en danza contemporánea y ballet, el Butoh es un arte en donde no hay nada impuesto y se trata de encontrar la verdadera expresión del alma y del cuerpo. Para lograrlo existen dos formas de acercarse a la creación de una obra —explicó— una propuesta por Tatsumi Hijikata y la otra propuesta por Kazuo Ohno. Hijikata era formal y trabajaba a partir de la forma externa de una imagen, mientras que la de Kazuo Ohno es más conceptual porque trabaja a partir de la interiorización de la imagen, de su simbolismo y todo lo que conlleva. Son dos maneras de trabajar que pueden llegar a lo mismo, siempre y cuando se baile desde el interior. Salomé Nieto confesó que es muy cercana a la propuesta de Kazuo Ohno y explicó que el trabajo de experimentación parte de imágenes, por ejemplo y
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como decía Kazuo Ohno: “no se trata de imitar la flor si no de ser la flor a partir de evocar su color, su aroma, su belleza y su muerte, todas esas sensaciones transforman tú movimiento, y crean el camino para llegar a ese estado elevado de conciencia que es la danza”.
El estado actual del Butoh Lo que sucede actualmente, comentó, es que se ha dado una ola de turismo Butoh; en parte ocasionada por la falta de escuelas que ofrezcan de manera regular un entrenamiento sólido; ocasionando que toda la filosofía que es el Butoh no se transmita. Al no conocer esta filosofía sólo se reproduce la forma. Por otro lado, existe un gran número de gente que busca bailar Butoh como terapia, y si bien el arte es el espíritu de la humanidad y es capaz de ser usada como una herramienta terapéutica, cuando la práctica se queda en la terapia personal deja de fungir como arte, y sólo cuando trasciende los problemas de la persona y su condición particular, es arte. La responsabilidad del artista es diferenciar cuando usas el Butoh como terapia y cuando es arte. “Kazuo Ohno habla de que el arte sana a la humanidad, de que la metáfora es necesaria; de que no hay que crear un arte que apunta para poner el dedo en la llaga, sino de crear un arte revelador y bello que trascienda la realidad sumando otras alternativas o posibilidades. Ante esta línea tan delgada, me preocupa que el artista pierda su responsabilidad”, concluyó. Actualmente su compañía “PataSola dance” busca explorar, en su nuevo trabajo "Rift", la fusión de las emociones entre dos formas artísticas: el flamenco y el Butoh. Por un lado, el Canto Hondo en el Flamenco y por otro el lamento del Butoh como elementos representativos de cada disciplina que ofrecen la posibilidad estética y dramática de explorar el dolor femenino. “El lamento como expresión natural de dolor adquiere gran simbolismo en la actualidad donde el feminicidio sigue siendo un hecho cotidiano que provoca una fractura profunda no sólo en la mujer si no en todos los individuos que conformamos está sociedad. Así, el lamento transforma nuestros momentos en vivencias intensas que llaman a iniciar procesos de aceptación y sanación de nuestro ser. Nuestro trabajo bien podría describirse como el 'ser' en constante estado de transformación a través del Butoh".
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Un sueño
David Salazar Miranda
Soñé un planeta azul, tercero de un sistema solar, que era habitado por floras y faunos. Bajo la luz germinadora de una estrella amarilla, que los despertaba todos los días, y el místico rostro de una blanca luna, cuya cercanía purificaba los sentidos, seres de cerebro frágil y de sangre caliente, se multiplicaban y poblaban cuanta extensión de tierra caía ante sus ojos, reclamando como propio todo cuanto existía. Estos humanos, como ellos mismos se hacían llamar, hace algún tiempo habían vencido las limitaciones del vuelo sin alas propias, y después se atrevieron a mirar más allá de donde se esconden las estrellas. Las distancias, fueran sobre tierra firme o sobre un ondulante mar, las redujeron con el uso de su ingenio. Si bien al principio su inteligencia se mostraba lenta, ésta empezó a regir el destino de las nuevas aldeas, a partir del momento que aprendieron a grabar en piedras sus conocimientos. Sin embargo, el conocimiento fue víctima de la ambición, esa enfermedad que se propagó como epidemia, y por cuya culpa se inventaron miles de guerras. En breve intervalo de tiempo, pequeñísimo, comparado con la historia del universo, esta raza de faunos se dio a la tarea de instruir a guerreros sedientos de victorias personales. Así, de forma casi fugaz aparecieron las primeras ciudades, las primeras megalópolis. Su primitivo pensamiento era suficiente para proporcionarles la satisfacción de sus necesidades básicas, y les auguraba un mañana próspero; aunque ignoraban que la mayoría de las veces, su pensar y actuar egoísta, restaban vida a ese mañana. Soñé que estos bípedos vanidosos que perdieron parcialmente sus sentidos: sus ojos ya no eran capaces de mirar más allá de su propia sombra; valoraron los colores menospreciando su mismo origen, y lo peor, ya enfermos sólo distinguían como iguales a quienes vestían de igual manera; sus oídos perdieron el gusto por el lenguaje de las aves, clausuraron sus orejas con plásticos embudos que provocaban adicción a la soledad, aislándolos del viento y de los ladridos del camino. Su voz se transformó en órdenes breves, de unas cuantas sílabas, olvidándose de los vocablos primeros con los que identificaban la crudeza del frío, y el calor de la mano del hermano; su piel se volvió suave y nunca agradeció el sacrificio de las especies extinguidas en la búsqueda de esa suavidad, más bien, aumentó su apetito por las especies indefensas, justificándose en una selección natural; su olfato, naufragando en tóxicos parajes, poco a poco enloquecía en el nuevo imperio que exigía a la nariz quedarse sólo con la función de conducto respiratorio, y se olvidara de distinguir los olores de las flores, por ser tarea superflua. De poco sirvieron las alertas de los proclamados como última conciencia, quienes atrincherados en las verdades primeras, fueron aniquilados casi por completo, escapando sólo aquellos que fingieron ser enfermos mentales. Pero todo llegó a su fin. Se evidenció la falsedad de teorías del botín infinito, y la bondad del ego y las grandes torres de cristal donde se veneraban dioses electrónicos, fueron destruidas por su propio peso, en lo que fue el principio del colapso de tan glorioso imperio. Quienes despertaron por tal estruendo, lucharon por ordenar el caos heredado. Muchos murieron al no soportar verse con los ojos abiertos, al no soportar ver su reflejo en un espejo. Pero ya era tarde. Todavía recuerdo aquel sueño, pero lo olvidaré pronto, como me pasa con otros sueños feos.
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Empacho Eran las diez de la noche. Natalia estaba disponiéndose para ir a la cama. Oyó que tocaron a la puerta. Se quedó expectante, estaba a punto de quitarse la ropa, pero puso atención a lo que sucedía mientras su madre atendía a quien llamaba, escuchó: —¡Natalia te buscan!— dicho con voz de enfado. Oyó la carrera de pasos subiendo la escalera, antes de que ella pudiera salir de su recámara. Era su madre, que con gran preocupación pintada en su semblante y tomando aliento le dijo: —Naty por lo que más quieras no te metas en problemas. Es un hombre humilde que trae a un niño muy enfermo. No te arriesgues, no se vaya a morir en tus manos y te culpen a ti. La criatura viene desfallecida, en un bulto, no se mueve. A Natalia se le hizo un nudo en la garganta y el estómago. Estaba segura que era su misión ayudar, y esa no sería la excepción, pensó antes de mirar a la criatura. —No te preocupes, vete a la cama. Voy a ver qué puedo hacer —Pero Naty… Natalia se puso un dedo en la boca, indicándole a su madre que guardara silencio. Bajó la escalera. Y abrió la puerta, que su madre había cerrado, dejando al visitante afuera. Se encontró con un hombre de apariencia humilde, llevaba en brazos un bulto. Sin decir palabra, levantó un poco la roída manta que lo cubría, y vio el rostro de un pequeño de acaso cuatro años. Tenía la tez verdosa como aceituna, grandes ojeras, unas cuencas oscuras con los ojos casi hundidos. Le tomo la mano por la muñeca entre su índice y pulgar, bien hubieran cabido las dos juntas. La boca del pequeño tenía una costra blanquecina, que le indicaba la deshidratación. Se le anudaron las tripas, pero mostró una aparente tranquilidad, intentando contagiársela al hombre. —Soy Natalia Reyes. Es muy tarde, usted dirá ¿en que puedo ayudarle? —Señito, gracias por atenderme. Me dijieron que sólo usted podía ayudarme y aliviar a mi criatura. Por su madrecita, le pido que me lo atienda. El dotor del dispensario me dijo que ya no podía hacer nada,
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que me lo llevara pa' la casa. Pero la doñita del puesto de la esquina, la que vende tamales en la calzada, me habló de usted y me dijo que se lo trajiera. Por su madrecita ¡Ayúdeme! Natalia lo hizo pasar por un pasillo, llegar a una habitación donde sólo había una mesa vieja, grande, de madera, un estante con sábanas blancas dobladas, retazos de manta de cielo blanquísimos, cuidadosamente doblados y acomodados. Un mueble con frascos de vidrio, llenos de tés variados, y otras sustancias; todo debidamente membretado. En una pared, junto a la ventana, estaba una tarja, en un cuenco de madera una serie de hojas de col. Sobre la tarja había una repisa con la figura de la Virgen de Guadalupe, y una veladora encendida. A un lado había una mesita con una hornilla de petróleo. Una garrafa con agua, y algunos pocillos. —Pase señor… —Me llamo Pedro Gómez, pa'servirle señito, y mi niño es Juanito. —Bueno Pedro, ¿sabe usted leer? —Si señito, terminé hasta tercer año. —Muy bien, será mi ayudante, yo le iré diciendo lo que debe hacer. Puso una sábana sobre la mesa, pidió a Pedro que desnudara al niño y lo acostara sobre la sábana. Mientras ella iba a la tarja a lavarse las manos, bajo la repisa de la Virgen se detuvo, hizo una oración y se persignó. Tomó del mueble un frasco con aceite de olivo, se acercó al niño que era casi puro hueso. Sus manos volaban sobre el cuerpecito, mientras lo masajeaba —Pedro acérqueme lo que le voy a ir pidiendo: el frasco de manteca de unto, el pan puerco —ella pedía sin dejar de sobar a Juanito— ponga agua en un pocillo y una pizca de té de castilla con un cuarto de esa tablilla de chocolate; déjelo que hierva en la hornilla. Después póngalo a templar para que se lo pueda tomar el niño. Sus manos masajeaban a Juanito como si estuviera haciendo la mejor masa del mundo. Se detuvo en el vientre abultado de Juanito, poniendo la manteca de unto. Sus espigados dedos desaparecían en la piel del niño sobándolo en círculos. Lo tomó de los pies como a un recién nacido, lo sacudió boca
abajo dando unas palmadas en las plantas de los pies. Lo devolvió a la mesa, pero ahora acostó al niño boca abajo. —Pedro, páseme tres lienzos de manta de cielo, después ponga dos hojas de col a tatemar en la hornilla y únteles un poco de pan puerco, una vez que lo haga me las acerca. Natalia tomó uno de los lienzos, lo extendió en la espalda de Juanito, a la altura de la cintura comenzó a manera de pellizco tomando la piel del niño bajo el lienzo, lo sacudía hasta escuchar como tronaba. Repitió lo mismo, tres veces tres. Agarró las hojas de col preparadas, puso cada una en los pies del niño cubriendo cada pie con un lienzo a manera de calcetines. Lo sentó —Pedro dele a Juanito el té con chocolate y cúbralo bien. Va a sudar mucho. Esperó a que Juanito terminara el té y dijo. —Es todo lo que yo puedo hacer. Llévelo a casa bien cubierto, dele mucho líquido, nada de comida ni baño hasta que pasen tres días. Ya entonces le quita las coles y le da de comer cosas ligeras. Ahora todo está en manos de la Virgencita. —Gracias señito, no tengo con que pagarle —Ni yo le aceptaría ningún pago. Vaya con Dios. Pedro quiso besarle la mano pero ella lo negó con amabilidad. Luego salió con su pequeño en brazos y pensó que no los volvería a ver. Pasó una semana cuando al escuchar que tocaban la puerta, Natalia abrió. Reconoció a Pedro pero no al niño que llevaba de la mano. Su merced le traje a Juanito pa'que le agradezca la vida que usted le salvó.
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Residentes. La discusión eterna respecto a los médicos en formación (llamados coloquialmente residentes) y los médicos internos de pregrado, llevó a un tono mayor las voces. La jefa de enseñanza, con sus gafas de montura negra y gruesas, bien maquillada, pero sobria, cabello oscuro, corto, con las orejas perfectamente descubiertas y unos zarcillos discretos, argumentaba los cambios, que con el tiempo se han presentado en la Institución con respecto a las disciplinas docentes. La otra jefatura, ocupada por una enfermera altamente calificada en estos menesteres docentes, consideraba a su vez, el grado de inconsistencia que se les había permitido desde una década atrás. Y yo, agregado cultural temporal, escuchaba y recapitulaba sobre los periodos de enseñanza y práctica que me correspondieron hace ya la friolera de 15 años. Recuerdo el primer año que me enviaron a ese recinto (para mí grandioso); la entrada principal consistía en una explanada amplia con algunos maceteros gigantes. Previo al acceso principal, a la derecha, un mural de colores vívidos y rojizos, representando una cosmogonía maya daba la bienvenida a pacientes, personal y estudiantes. Me sentí impresionada y acongojada, como si toda la responsabilidad de la Institución cayera al travesar la puerta principal, sobre mis hombros. Hombros de un estudiante de Medicina en cuarto año, apenas con el Libro de Harrison bajo el brazo y el estetoscopio casi sin uso colgado al cuello. Y recuerdo haberme preguntado en silencio: ¿cómo hice para merecer este privilegio? Al fin estoy aquí. El largo pasillo hacia los elevadores, en la mañana lleno de transeúntes, vendedores y empleados, durante todas las horas del turno, ir y venir, oficinas, traslados, papeles, archivos, manos con café y batas en un ir y venir continuo,
Addy Castillo Espínola.
conforme avanzaban las horas y se acababa la luz del día, se iban vaciando y el silencio iba sustituyendo a ese barullo del día laboral. Conocer la ubicación de cada servicio (área de influencia o especialidad), nos llevo casi un día. Las reglas del hospital y las de nuestros maestros titulares, el temario, más las actividades que nos correspondía como estudiantes; la jerarquías a respetar y obviamente nuestras actitudes para con los pacientes, cuando prestáramos asistencia y cuando nos tocaran las tareas de interrogatorio para historia clínica, exploración física con el consentimiento informado de pacientes o sus familiares, análisis confidencial de resultados, integración diagnóstica y por supuesto, sugerencias de tratamiento (aun no nos correspondía la responsabilidad de prescripción), por lo pronto nadie nos haría caso si indicábamos algo por nuestra propia iniciativa, ni intendencia ni enfermería nos tomarían en serio aún. Las primeras noches en el hospital tenían un sabor a éxito e idealismo. Resistir sin dormir toda la noche, no dejar pendientes al siguiente turno, completar las recepciones de los ingresos, pasar de cama en cama verificando que los pacientes estuvieran confortables. Además tendríamos tiempo y ánimo para estudiar, y no convertirnos como esos internos y residentes que solo esperaban el momento que el jefe desapareciera para irse a dormir o cenar o simplemente salir del hospital furtivamente para asuntos no tan sanos. ¡Cuánto pesa el cansancio! Lo sientes en los pies; se arrastran y tropiezan a cada dos pasos, los zapatos parecen de buzo, con plomo, y la gravedad juega en tu contra, en alguna hora de la noche es simplemente inútil intentar levantarlos para ir a cualquier sitio. El cansancio es algo tangible en las manos, los objetos menos pesados se deslizan entre tus dedos, y sientes que los reflejos son algo inexistente, como en una película en cámara lenta. Ves como se caen, lo sientes, pero no puedes hacer delatripa 34
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nada, simple y sencillamente nunca llegas a tiempo, caen. Los hombros se endurecen, por más joven que seas, se endurecen y se encorvan; la bata que gallardamente portabas al inicio del turno, bien planchada y almidonada, inmaculada, a esa hora, ya tiene todas las arrugas que tu mamá se encargó de quitarle con ternura, hace tanto tiempo atrás cuando saliste de casa. Cae vergonzosamente sobre las mangas sucias, abierta del frente porque te la has quitado para la reanimación, para las muestras de sangre, para mover al enfermo y acabar la revisión física, la has sudado, la has llenado de salpicaduras de sangre, baba, orina y seguro que algo de caca también le ha caído. Las bolsas llenas de tubos para muestras sanguíneas repiquetean cuando te mueves, junto a las jeringas y las agujas, los bolígrafos, lápices y notas de la gaceta del piso, yacen arrugados en el fondo de cada bolsillo, es imposible tirarlos porque seguro apuntaste algo importante en esos papelillos arrugados. Has perdido tu aspecto de percha ilusionada con la que entraste por esa gran puerta con el mural a un lado. Y la noche aun está empezando. En un momento, las bandejas de comida de los pacientes, con los restos del almuerzo te recuerdan vagamente que no tuviste tiempo de ir al comedor y como autómata buscas la fruta, el pan, la galletita que se haya quedado olvidada; furtivo, como ladrón, te apoderas de ella y la guardas entre los pliegues de la bata. Para al rato… La temperatura baja y por ratos te frotas las manos, resecas por tantas lavadas con jabón aséptico, te reacomodas la bata y relees la gaceta para revisar si queda algún pendiente. Te mandan al laboratorio situado al final del pasillo de la planta baja, y sintiéndote importante e indispensable, bajas las escaleras como para reactivar la circulación y entrar en calor. Te reciben el silencio, la soledad y el largo pasillo lleno de sombras refugiadas entre las puertas, las sillas y las columnas. Caminas entre ellas, percibiendo el ruido de tus pasos sobre las lozas del piso; no tienes sombra entre las luces de neón pálido, alguna parpadea y solo acentúa las de los objetos 78
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inanimados, tú no tienes; nadie te sigue, nadie te espera después de la siguiente columna. Nadie te habla, nadie te manda, eres tú como parte del hospital y el hospital es tuyo con toda su mole arquitectónica y con sus secretos. Ahí eres un bloque más de su estructura, su gavilla, su concreto, su adhesivo. Sientes que posiblemente, esa noche sin sueño, harás una diferencia si caminas más rápido y cumples tu encomienda, dejas de pensar en poesía y llegas al banco de sangre, empujas la puerta que chilla con estruendo ante la interrupción como si ella hubiera podido dormir más que tú, y te enfrentas a un escritorio donde nadie te espera. Oyes tu golpe en la recepción como si fuera la casa de Usher derrumbándose y en un tiempo eterno nada ocurre, hasta que otro fantasma se asoma como espejo tuyo y en un tono muy desagradable te increpa: ¿qué necesita? Una vez superada la prueba, regresas a aquel pasillo lleno de sombras, ahora más frío e igual de iluminado; entre luces y sombras vuelves a perderte y regresas a tu asignación. No hay más poesía que la que escuchas dentro de tu cabeza, siguiendo el ritmo de cada latido, mientras gota a gota, la vida regresa a alguien. No sabes los motivos, no entiendes la fisiología, solo seguiste indicaciones, pero el color rojo líquido a través de los catéteres, llena las venas y su latido se sincroniza con el tuyo mientras tomas su mano y tratas de conseguir sus signos vitales, mientras vigilas que no aparezca alguna de las miles de complicaciones que leíste puede ocasionar una transfusión. Recuerdas que tu papá dijo lleno de orgullo cuando entraste a la escuela de Medicina: “En tus manos tendrás la vida”. Y ciertamente, esa noche, tienes un pulso, un latido, una vida muy cerca de tu mano. Y no es la tuya.
II.
Las máquinas de escribir llevan un ritmo propio, pronto podrás reconocer quien escribe rápido, quien toca el piano, quien escribe con un dedo, quien no usa signos de puntuación, quien simplemente no sabe acariciar esas teclas. En las
guardias, conseguir una buena máquina de escribir es parte de las habilidades del estudiante o del interno, es un lujo, es una necesidad, es causa de pleitos y sinsabores, es una prueba de vida. El repiqueteo de las teclas sobre el papel, anuncia los montones de ingresos que han llegado al piso, las indicaciones pendientes, las historias clínicas que mañana serán tu prueba final. La mirada aprobatoria o recriminadora del jefe, dirán todo. Si esas ojeras valieron la pena o si fracasaste rotundamente, y ante el beneplácito de tus congéneres estudiantes te verás humillado y recibirás el escarnio público por una coma mal puesta o por una información inconclusa, por una redacción inapropiada o por un criterio mal aplicado. Después de tí, el interno y encima, el residente. Todos ojerosos, medio peinados, tres cuartos de acicalamiento y el último temblor ocasionado por el exceso de cafeína de la noche, colgados de los labios. Se miran poco, con un resquicio de complicidad (al fin de cuentas, las decisiones las tomaron todos, las acciones las realizaron todos en el trascurso de la guardia); con la cabeza baja ante el regaño purificador y justiciero del jefe del servicio. Se callan y solo responden las preguntas directas, como ante un estrado, frente a un fiscal. Se nos pide firmeza en la voz, pero el tono usado por ellos, nos llevan al temor y a la inseguridad. El pobre individuo que se atrevió a lucir arrogante, cayó cual ángel rebelde hasta los más profundos infiernos y será difícil recuperar su dignidad. Lo aprenderás con el tiempo, después de muchas escenas similares, en algún momento tú ocuparas el lugar del interno, del residente , y quizás, s ó lo si sobrevives, el lugar del jefe. Piensas mientras el sermón sigue, ¿me portaré igual que este jefe? ¿me parece justa y proporcionada su actuación? ¿tiene razón? ¡¡No dormimos toda la noche y nos trató como flojos y desobligados!! “No, yo nunca haré eso”. ¡ que poco sabes de la vida y la responsabilidad!; pero esa mañana no piensas en eso, tú hiciste tu mejor esfuerzo aunque no tengas ese reconocimiento público, tú recorriste
mil veces ese pasillo de sombras, y comiste sobras para optimizar tu tiempo, tú ofreciste tu cansando a la Medicina, tú volcaste tu vocación en cada cama, tú, tú… tú solo tienes sueño. El cansancio se vuelve tu compañero diario. Cada tercer día sientes cómo los párpados caen sin tu consentimiento, la máquina de escribir es tu mejor almohada y consejera; la tinta sobre tus mejillas lo demuestran. Los bolsillos de tu bata, se llenan y se vacían una y otra vez de material de curación, de solicitudes de laboratorio, de notas con pendientes que se van tachando conforme los llevas a cabo. El cansancio ya casi tiene forma de loza sobre tus hombros. Ya no se despega de ti. Vas en el camión de regreso a casa y solo recuerdas que te subiste y cuando el bache rotundo te despertó justo antes de tu destino. Amnesia total del viaje. Las mañana se repiten en el trabajo, las guardias una tras otra, noche tras noche, ya no distingues entre inhábil y hábil, tus libros son almohada, referencia, receptáculo de pendientes, caja fuerte de recetarios y solicitudes. Sus páginas se desprenden una a una, se doblan las importantes y el lomo se despega, ya no quieres ni sacarlo a la calle por miedo a que salgan volando lejos de ti en un vendaval propio de las tardes de libertad que pasas fugazmente una vez a la semana. Conoces a tus compañeros de guardia, los amas y los desprecias; los evitas y los buscas entre esos pasillos, como la sombra que ya has perdido; cuando los encuentras te miras en sus ojos como si fueran tu reflejo. Los ves y te ves. No necesitas un espejo. Eres tú, siempre eres tú. Pero aún quieres ser médico.
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Procastinación Eran las vacaciones de verano y había decidido organizar las cosas de la mudanza que quedaban pendientes. Con dificultad había resuelto dar nuevo orden a la casa de sus padres. Muebles, ropa, trastos, fotografías, todo había quedado intacto. Todo tipo de objetos acumulados durante años permanecían empolvados sobre una mesa y dentro de los cajones. Después de cuatro meses, algunos de sus muebles esperaban apilados en el patio bajo el árbol. Al término de esa tarea, planeaba montar un taller de costura con la máquina que heredó de su madre y una Overlock que con mucha ilusión compró dos años antes. Con ellas haría diseños infantiles en colores inusuales, negros, cafés, grises y usaría texturas como encajes y tules. El plazo se cumplió, la casa estaba en orden, pero ella seguía repitiendo la misma rutina: hacer el desayuno, lavar trastes, fregar el piso de la cocina y barrer el patio de nueva cuenta. El empeño de su pequeño taller se alejaba cada mañana como una nube que se trepa al viento, pero por las noches volvía a aparecer nítido como una epifanía. Pasaron dos días que se hicieron cuatro. Luego una, dos, tres semanas y ella seguía pensando que comenzaría al día siguiente, pero al día siguiente algo le impedía entrar al cuarto de las máquinas, donde esperaban pacientemente telas, hilos y alfileres. Una tarde, cansada de su propia rutina cayó sobre el sillón donde su padre solía permanecer horas enteras esperando; como si su madre fuera a entrar en algún momento por la puerta de regreso del mercado. Ahora, igual que él, ella se encontraba en espera, pero sin saber exactamente qué era eso que tenía que venir. Miró hacia la ventana. La casa lucía impecable, pero oscura. Durante los años de ausencia las casas contiguas se habían elevado dos y tres niveles sobre la suya, obstruyendo el paso natural de la luz. Las cosas adquirían por la tarde una tonalidad opaca y gris. En la mesa aún quedaba una caja, papeles, escrituras, pagos, documentos personales y un sobre con estudios médicos. El doctor Zamora había muerto dos meses antes de que muriera su padre, así que los estudios también habían quedado en espera. Con un movimiento repentino tomó los estudios y su bolso; salió y subió al auto, pero una mano invisible
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María Nieto
impidió girar la llave de encendido. Bajó del auto y se quedó de pie en la acera. No pretendía quedarse inmóvil como una tonta, pero una voluntad que no era la suya la detenía. Un niño que pasó gritando por la calle hizo que levantara la vista. Justo frente a ella, había un letrero que decía “Farmacia y consultorio médico”. A pesar de que siempre le ganaba la desconfianza con los desconocidos, atravesar la calle parecía más factible que volver a subir al auto y manejar por más de una hora. Así que atravesó la calle y entró a la farmacia. No había gente, pero la puerta del consultorio estaba cerrada, se sentó a esperar echando la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. El sonido de la puerta corrediza la regresó de golpe y a pesar del sobresalto percibió la mirada directa e insistente del médico que la invitó a pasar. Notó con extrañeza que casi no parpadeaba, sus ojos le parecieron como los de un pescado. Al entrar y tomar asiento recorrió las paredes recién pintadas pero sin acabados. Un tubo era visible en una esquina, era el conducto de desagüe proveniente del piso superior. El consultorio era pequeño y sencillo, un poco improvisado. Le entregó los estudios. El médico los tomó y después de darles un vistazo procedió a revisar presión, ojos, garganta, nariz, estómago, peso. Le atendió con voz amable, casi dulce, con un tono que le parecía de algún modo ingenuo. Repetía las cosas dando un extraño énfasis en cada frase, tal vez para demostrar sincero interés. Mientras lo escuchaba, pensaba si era sólo un intento por ganar un paciente. La veo muy cansada, muy, muy cansada. Y luego de unos minutos ¡En verdad se ve cansada! Y le tomó de la mano y le ayudó a bajar de la camilla. ¿Es casada?, ¿Tiene hijos?, ¿Y su trabajo?, ¿Cómo se siente de ánimo? Ella respondió ¿Nos conocemos de algún otro lado porque yo no recuerdo? Considerar el estado de ánimo es muy importante, influye mucho en la salud. Ante tantas preguntas y tanta cordialidad entró en confianza. Ummm qué quiere que diga. Y volvió a quedar en silencio. Entonces el médico le habló de tú ¿Estás de vacaciones? Sí, estoy de vacaciones. ¿Y vas a salir? No, tengo que montar un taller de costura este verano pero no he tenido tiempo. Y se quedó callada. El silencio se hizo incómodo porque los ojos de pescado
parecían no perder detalle. Continúa, te escucho. Algo se le atoró en la garganta, se atragantó y sintió claramente cómo se le quería escapar el corazón por los ojos. Comenzó a parpadear más rápido y terminó mirando al techo. No había dicho nada y ya se habían formado diminutos charcos de agua salada que desbordaban sus pestañas. Tomó los estudios, se levantó y en dos pasos estaba con la nariz en la puerta, pero no pudo abrirla. Permítame hacerle su receta y con gusto le ayudo a abrir la puerta. Al sentir sus ojos clavados en la espalda respiró profundo, dio la vuelta y volvió a sentarse. En silencio él médico escribió una receta. ¿Has pensado algo concreto que quieras hacer, a parte de tu taller? Preguntó en tono confidencial inclinándose ligeramente al frente como si el escritorio hubiera desaparecido. Pensativa, recordó que unas semanas antes mientras lavaba trastos, le vino a la memoria Verónica, una amiga de su juventud que le confesó que su esposo nunca la besaba, ni siquiera cuando hacían el amor. En aquellos años simplemente fue algo que no pudo creer. Pero ahora, no daba crédito, era justamente lo que le había pasado durante los últimos años. Recordó entonces a ese hombre al que amó tanto y cuyos besos lo definían aún. Pensó que no podía morir sin volver a sentir la pasión de un beso, la plenitud de un beso. La juventud se le volvía un sueño y el tiempo se encogía como un sweter que se moja con la lluvia mientras se tiene puesto. Sabes lo que quieres ¿verdad? Ella sonrió sin mirarlo a los ojos, sabía que eso la delataba en cierta forma y no iba a decir semejante cosa, podría interpretarse que lo estaba pidiendo al médico, ojos de pescado. ¿Ya ves? así está mejor, mira qué bonita te ves cuando sonríes. Una situación incómoda y una frase muy trillada para sus cuarenta y ocho. Pero por ridículo que parezca, funcionó. Se ruborizó y al mismo tiempo se avergonzó porque estaba consciente de que no era su mejor día, y mucho menos su mejor look. Seguro, él lo sabía y sólo trataba de animarla. Lo cierto es que a su desánimo, había algo que ahora le hacía contrapeso. Lo que quiero es que revise mis estudios y si algo anda mal firme la receta, y un beso, sentirme bien y un beso, hacer lo que me gusta y un beso, ponerme la ropa que me gusta y un beso, comprarme cosas nuevas sin sentir culpa y otro beso. Y así, siguió la lista en su cabeza con besos como si fueran comas.
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De antologías de escritores yucatecos, en dos cantos. Canto Segundo: 2015 fue el año de publicación de “U túumben k´aayilo´ob X-Ya´axche´/ Los nuevos cantos de la Ceiba, E scri tores mayas contemporáneos Vol. II”, compilada por Donald H. Frischman en colaboración con Miguel Ángel May May; y de, “Casi una isla, Nueve poetas yucatecos en la década de 1980", por parte de Marco A. Murillo y Jorge Manzanilla. En el 2016 se dobla el número de las antologías publicadas en el año anterior, algo muy provechoso para la literatura de Yucatán; lo celebro sobremanera. Salieron a la luz nada más y nada menos que cuatro antologías literarias que toman nota de lo que actualmente se escribe en nuestro estado, y en general en la península, ya que no se puede hablar de la literatura de Yucatán sin mencionar la literatura de sus estados hermanos, Quintana Roo y Campeche con los cuales se tienen lazos inseparables. Un libro que sirve de memoria de un encuentro de escritores, antologías que utilizan la facilidad de las plataformas digitales para darse a conocer y llegar a más lectores y, un libro surgido de un taller de narrativa, estas son las obras que sirven para que los lectores conozcan (conozcamos), a los autores y el acontecer literario del año en cuestión. En febrero se llevó a cabo el Encuentro de Escritores de la Península, a cargo del proyecto Yucatán Literario. Por dos días, 26 y 27 de febrero, escritores de los tres estados de la península se dieron cita para discutir sobre el panorama literario de cada entidad y para compartir con el público sus creaciones literarias.
Presentaciones de revistas, homenajes, recitales de poesía, conversaciones literarias, mesas de lectura fueron solo algunas de las actividades del evento. Algunos de los escritores que participaron fueron Javier España, Brígido A. Arredondo, José Díaz Cervera, Roldán Peniche Barrera, Jorge Miguel Cocom Pech entre los que tienen más trayectoria; David Anuar, Katia Rejón, Rodrigo Quijano, entre los más jóvenes. Meses más tarde, en mayo del mismo año, se publica el libro “Encuentro de Escritores de Escritores de la Península. Memoria”, lo cual me parece muy acertado ya que dicha antología nos permite conocer las voces y formas de escribir de varias generaciones. Los poemas compilados, apunta Manuel Tejada en la Introducción: sirven para dejar muestra y constancia de las generaciones y estilos que hoy confluyen. “Lo breve, si bueno… Cuentos de Hipogeo”, es un libro de narrativa compilada por Víctor Garduño Centeno. En esta obra se reúnen textos de los participantes del Taller Hipogeo fundado en 2013, por el propio Garduño Centeno. La obra es un esfuerzo por mostrar las nuevas voces de la narrativa que se cuecen en dicho taller. En “Lo breve, si bueno…” la brevedad es el elemento principal. Mateo Peraza Villamil, Carlos Canto Cetina, Adrián Pat, Joaquín Filio (Mención Honorífica del Premio Nacional de Cuento Beatriz Espejo 2016), son algunos de los autores que reúne este trabajo. delatripa 34
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El 17 de octubre, Alejandro Rejón Huchin publica en la revista electrónica Círculo de Poesía, su “Antología de poesía yucateca contemporánea”. Muestra que reúne el desarrollo de la poesía desde la década de 1920 hasta nuestro tiempo. Siendo Raúl Renán el mayor de los autores, nacido en 1928; y Alejandro Rejón —el propio compilador—, el más joven, nacido en 1997. Rejón Huchin muestra la obra de los poetas que han hecho escuela, tales como Raúl Renán, José Díaz Cervera, Rubén Reyes Ramírez, Roger Campos Munguía, hablando de los autores mayores de 50 años. Y de los poetas que perfilan una propuesta novedosa y bien desarrollada, en el caso de los autores de las siguientes generaciones, estos son Álvaro Chanona Yzá, Fernando de la Cruz, Ileana Garma, Manuel Iris, Marco Antonio Murillo, Jorge Manzanilla. En la década de los noventa, se muestra el trabajo de Rodrigo Quijano, Irma Torregrosa y Alejandro Rejón, propuestas frescas, interesantes y novedosas, poetas que trabajan aún en definir y reforzar su voz poética. Los últimos son solo algunos autores de la nueva poesía que se escribe en Yucatán. Será interesante seguirle el paso a estos y demás autores de finales de la década de los ochenta, a los de la década de los noventa y a las nuevas generaciones. A finales de año aparece en la escena literaria “Karst. Escritores de la Península Yucateca en 2016", antología compilada por Adán Echeverría y Mario Pineda. Un proyecto de La Catarsis Literaria el Drenaje, publicada en formato digital en la plataforma ISSUU. Karst reúne la voz de 21 autores, poetas y narradores, nacidos entre 1971 y 1996. Esta antología se creó con el afán de mostrar la obra de autores que, aunque no tienen una trayectoria extensa, si mantienen una constante participación en el ambiente literario de la región. Algunos de los autores son: Ángel Nimbé, de Campeche; Melbin Cervantes, de Quintana Roo; Daniel Medina, Jhony Eúan, Ángel Fuentes Balam de Yucatán; entre otros. 94
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Echeverría y Pineda apuestan por las nuevas voces, creen en ellas, por eso nació Karst, porque la literatura de la península se desarrolla continuamente, y surgen más y más propuestas literarias que no se deben ignorar sino que hay la necesidad de darles el espacio para que puedan crecer. Escribe Pineda en el prólogo: “no es la antología que presenta al mundo escritores emergentes, tampoco define a una generación en similitud de edad o por compartir años en el marco de una década. Es un atrevimiento a decir “aquí están ellos”, ya creando, ya escribiendo con miras a todas las adversidades y diversidades en materia de publicación.” Es lamentable que el Consejo Editorial de la Secretaría de la Cultura y las Artes de Yucatán (SEDECULTA) decidiera no publicarlo en físico, pero eso no le quita mérito a la antología. Al ser Karst una antología digital, ha llegado con más facilidad a otros países como lo son España, Argentina y Chile, que han publicado una muestra de la obra. De la misma forma se ha publicado parte de la antología en diversas revistas digitales y físicas de nuestro país: El Canto del Ahuhuete, de León, Guanajuato; La Culturosa, suplemento cultural del periódico La Jornada, de Veracruz; solo por mencionar algunos. El trabajo de los compiladores ha cumplido con su cometido, que es difundir, poner ante el lector el trabajo de los 21 autores reunidos. Al final, el lector es quien tiene la última palabra. Las de 2015 y 2016, en total seis (si es que no me ha faltado mencionar alguna) son antologías importantes para observar la evolución literaria de la región. Documentos que nos permiten acercarnos y conocer la obra de las escritoras y escritores, de diferentes estilos y generaciones, que convergen en estos. Abren un abanico más amplio para conocer el panorama literario actual.
El estudio de la poesía debe ir acompañado del disfrute de la misma; si tienes un libro de poemas del que quieras conversar, escríbeme augustoangel.uc@gmail.com
Un día a la vez. Comemierda es el insulto que emana de la voz de Penélope hacia la imagen del “Ché” Guevara plasmada en una playera; si no reconoces la escena es porque seguramente no has visto la recién estrenada serie de Netflix: “Un día a la vez”. En ella se cuenta la historia de una familia de ascendencia cubana ya con su segunda generación viviendo en los Estados Unidos. Penélope Álvarez es enfermera y también veterana que sirvió en Afganistán, separada de su esposo, está creciendo a sus hijos adolescentes, Elena y Alex, junto con su madre Lydia en Los Ángeles. Con la descripción anterior vemos la ruptura de estereotipos latinoamericanos, ninguno de los personajes está en drogas, ni se prostituye, ni son sirvientes o símbolos sexuales. Simplemente son latinoamericanos, sí con costumbres arraigadas, mezclando el español sin necesidad de colocar subtítulos. Es de agradecerse este tipo de comedias de situación, con el formato multicamara y con público en el estudio, característico de las series de la década de los 90s, volviendo a las historias que se desarrollan en una sala, donde para sostener la trama es importante la mancuerna guión – actuación. Un día a la vez, se atreve a hablar de la inmigración y sus diferentes tipos, para brindar comedia al asunto en el capítulo titulado “Callejeros”, uno de los personajes confiesa ser inmigrante canadiense indocumentado y en una charla de sobremesa, Lydia, la abuela platica
sobre su llegada a los Estados Unidos mediante un programa llamado “Pedro Pan” que brindaba asilo a la población cubana menor de 18 años en la tierra de las oportunidades; se habla de los ilegales, de aquellos que trabajan duro pero no tienen la posibilidad de permanecer en ese país. Esta serie no teme fijar su postura en contra del régimen Castrista, ejemplificar el término mansplaining , visualizar la desigualdad salarial entre los hombres y las mujeres , hablar de la mala atención médica que puede recibir un veterano, tocar temas tabú para una familia católica, la homosexualidad, ahondando en este tema el personaje de la hija mayor, Elena, quien está pronto a celebrar sus “Quince” no sólo es feminista, sino que va abriendo las puertas del clóset poco a poco hasta sincerarse con su madre. Justina Machado (Penélope), quien tiene su primer protagónico, y la veterana Rita Moreno (Lydia) logran hacer magia, trabajando hombro a hombro. Los personajes secundarios no sólo acompañan sino ayudan a construir este universo de 13 capítulos, creado por Gloria Calderon y Mike Royce. delatripa 34
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En Un día a la vez, sí hay estereotipos, pero estos recaen en los personajes “blancos”, un médico judío bonachón, una secretaria un poco tonta y un enfermero machista. Tal vez es como los latinoamericanos vemos en ocasiones a los “gringos”. En ningún momento se pierde de vista la comedia, logrando que los personajes crezcan en cada capítulo, liberando por aquí y por ahí palabras en español: mami, abuela, quince, y por supuesto, la palabra emblemática de Celia Cruz: azúcar.
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Dando vueltas con Silvia El arte escénico y su impacto social a través de la cosmovisión. La concepción palimpsesta-deconstruccionista del teatro, dos aspectos centrales de la postmodernidad, es el rasgo más destacado de las formas espectaculares actuales (Alfonso del Toro-Universidad de Hamburgo).
Libros, música, pintura, danza, arte escénico, etc., son considerados dentro de las bellas artes, y a su vez componentes capaces de proyectarnos (o informarnos) las distintas visiones del mundo. El arte y la información es prácticamente al instante; la comunicación se ha vuelto más accesible. A menudo se habla de la influencia que ésta ejerce sobre los individuos; se habla de un mundo globalizado. Sin embargo, hay otro arte que también ejerce influencia representativa, el arte escénico, el cual involucra distintas expresiones humanas; es decir, utiliza el cuerpo, las sensaciones humanas, la música, etc. Como cada propuesta artística, el teatro tiene una profundidad teórica particular; la "visión confesional” que presenta en su fundamento atraviesa hasta el detalle más “insignificante” que pudiera parecernos. Esta visión también se le puede llamar Cosmovisión1, la cual nos indica las presuposiciones básicas que se tienen acerca de la realidad visible e invisible; ésta dicta la interpretación y sentido que se le da a cada cosa y situación que se presenta. Pero no sólo hablamos de una interpretación al nivel teórico, sino nos zambullimos al plano de la acción:
Toda la función del pensamiento es la de producir hábitos de acción. Lo que un hábito es depende de cuándo y cómo nos mueve a actuar. Por lo que respecta al cuándo, todo estímulo a la acción se deriva de la percepción; por lo que respecta al cómo, todo propósito de la acción es el de producir un cierto resultado sensible. Llegamos así, a lo tangible y concebiblemente práctico como raíz de 2 toda distinción real del pensamiento.
Es decir, el arte escénico nos está educando, como dirían los antiguos griegos se está enseñando la “Paideía”. El público tiene la tarea de estar bien puesto para observar cuál es esa “visión confesional” o práctica, que se está proponiendo. Para así tomar más conciencia crítica sobre ello. El individuo siendo un ser complejo y artístico por naturaleza (en menor o mayor medida) se figura como el mejor crítico para sí. Luego entonces, él decide qué opinión generar para adoptar como su propia creencia, que más tarde se convertirá en acción, y ésta no resultará neutral para el entorno social. La estudiante de arte escénica Ana Correa3 nos comenta sobre este proceso en su área de estudio y trabajo, ella menciona: “el cuerpo y los
1. Albert Wolter, término alemán Weltanschauung. 2. C.S. Pierce, Collected Papers en Signo en acción. El origen común de la semiótica y el pragmatismo de Jesús Elizondo. 3. Ana Correa es artista escénica con carrera técnica en música, arte y humanidades con especialidad en teatro; sigue preparándose y aspira a una Licenciatura en artes escénicas. Actualmente trabaja en el “Circo Curioso” de Mérida, Yucatán.
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movimientos están significando una determinada cosmovisión; he ahí la importancia de escribir teoría del arte escénico además de ser artista”. Por ejemplo, el teatro posmoderno es prácticamente el que nos rodea, el teatro 4 deconstructivo es una propuesta que ha abarcado más que el área literaria, se ha impregnado en cada construcción de mundo, en el arte, en el estudio social y humano. ¿Seremos capaces de identificar la cosmovisión que hay detrás de cada propuesta teórica artística? Y no hablo de ser eruditos o expertos en la materia, sino que ¿podremos conocer nuestras propias creencias fundamentales, y sopesar cuáles se pueden o no adherir a nuestra convicción individual? Pues recordemos que el humano vive en una sociedad que está constantemente comunicando una amplia variedad de visiones de mundo y aquellos hábitos de acción individual terminarán afectando a la sociedad.
4. Teoría literaria iniciada con el filósofo alemán Jacques Derrida.
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Demersales en A mayor. La belleza. Escribir la belleza no es empresa sencilla, decirla con ahínco, agigantar la garganta para que a uno le salga. Escribirla sitiada por puentes, muelles de media tarde y océanos puede volverse un argumento frágil para quienes viven debajo, allá donde no llega la luz del sol y unos y otros se dan palmadas en las espaldas para sacudirse la lluvia. ¡Carajo que decir la belleza no es fácil! Dos que tres personas me han aconsejado que no lo haga. Nadie es amigo de una escritora que ríe. Se vuelve humorista. Pero, ¿a dónde tanto dolor, a dónde marchan las palabras, a qué lápida o a qué deceso? ¿Por qué escribir cerca de la muerte bajo amenaza de vida? Una cosa es cierta: toda creación proviene del fondo, de dentro; y es ese ir adentro lo que lo vuelve un acto doloroso. Un apneista desciende a las profundidades. Para ello, su cuerpo pide que pida menos. Su pulso disminuye, su sangre abandona lo más alejado de su centro para resguardar órganos vitales. Los pulmones se comprimen, la presión aumenta. Así, nos sumergimos. Tomamos una sola bocanada de aire y esperamos aguantar lo suficiente para alcanzar el objeto que encontraremos en el abismo y para salir antes de que nos devore la poca luz. Esperamos salir a la superficie de nosotros mismos donde todo sucede entre las personas. Y ese viaje se hace porque hay un corazón que palpita y quiere comunicarse. Muere, mejor dicho, vive por comunicarse.
La cuestión aquí es: ¿qué hago con lo que digo? Toda revolución comienza en las palabras. Adoptan la forma de un manifiesto, una idea o una justificación y toda revolución debe fundarse en la vida que no puede ser más que bella como ella misma. Por ello, a riesgo de morir, he preferido escribir viviendo. Cerca de la vida y no de la muerte, porque la muerte es un final cerrado que no admite posibilidades y la vida uno abierto que las admite todas. Así, de todas las revoluciones: Industriales, bélicas, culturales, de género, tecnológicas, todas ellas supuestamente metamórficas cambian la apariencia del ente humano colectivo más no sus tripas. Este sistema, el sistema de la institucionalización de las creencias (religión), del poder (política), del saber (educación) y una larga lista de etcéteras no es más que un intento de homogeneizar las diferencias. En palabras de Fromm, no son una apuesta por la igualdad sino un intento de eliminar las diferencias. La institucionalización nos impide que miremos dentro, nos impide sumergirnos al delatripa 34
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abismo donde encontraremos el vacío que da todas las respuestas. La institucionalización es ruido y es senda recorrida, repetida, protocolaria. Es también la institucionalización de las masas, la eliminación de las minorías. La poesía (y entiendo por poesía esa revolución que comienza en las palabras) no debe ser institucionalizada, la poesía es la ciencia de la búsqueda, es buscar el “Canto a un Dios mineral” de Cuesta, el “Canto a mi mismo” de Whitman. Los poetas deben mantenerse vacíos, de ahí también que sufran, que hablar de bellezas no sea tan fácil, solo vacíos podrán ver sin sus ojos y con los ojos de cualquier otro ser, solo vacíos podrán llenarse y desllenarse los pulmones de otras aguas errabundas. La lucidez es eso, entender otras realidades, más allá de las realidades que se le han sembrado a uno en la mente. Una revolución espiritual supondría optar por una revolución de la lucidez, de la sensibilidad y de la empatía. También una revolución que se funde en la vida. Es cierto que el poeta tiene el instinto de tánatos a flor de piel y muchas veces, ese instinto suicida no puede ser más que trágico y despiadado. Sin embargo, ese mismo instinto suicida es el que le permite a un apneista sumergirse en las aguas afóticas del océano y encontrar el vacío para escuchar la consciencia humana, la consciencia de las minorías, el dolor y la alegría del mundo. Sí, escribir la belleza no es empresa sencilla porque se trata de vaciarse de todo, supone abrirse a las posibilidades de la vida y bienvenirlas como sea que se presenten. El poeta debe ser un sabio, un suicida que sonríe y que deja morir su ego cada día para entender otros mundos y darles voz.
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Mi punto de risa Un poco sobre la educación. —Tu cabello está muy bonito, pero en la calle van a pensar que eres una niña. Este comentario, viniendo de una niña de ocho años, me puso en alerta. Al preguntarle de dónde sacó esa idea, me contestó que su maestra de tercer grado de primaria lo había dicho. Entonces tuve que tomarme media mañana jugando, reflexionando y explicando a esta niña que el cabello no define a la persona. Después de una mañana jugando, haciéndonos colitas y trenzas, llegamos a la conclusión de que no importaba cómo uno traiga el cabello, la persona sigue siendo la misma. Esta situación, aparentemente inocente, o no tengo idea de por qué la maestra les diga que los niños usan cabello corto y las niñas cabello largo, hace que desde temprana edad vayamos creando estereotipos que terminan generando la intolerancia que tanto daño está haciendo a la sociedad. La educación en las escuelas debería incluir una formación más humanista, basada en el respeto, la tolerancia y sobre todo, que enseñe que las personas merecen toda la libertad de expresarse en ese mismo marco de respeto. Estamos aún muy lejos de lograr una sociedad incluyente, a pesar de los movimientos inclusivos que se multiplican; muy lejos porque queremos resolver problemas conforme suceden sin que nos preocupemos por formar a las nuevas generaciones en estos nuevos
paradigmas de vida. Muy lejos porque queremos resolver problemas actuales con ideas antiguas disfrazadas de nuevas. Claro, es un primer paso necesario, aunque sea motivo de violencia generada por la violencia que se pretende combatir. Estoy convencido de que llegará el momento evolutivo en el que cambien todas estas situaciones, tal como los humanos hemos venido evolucionando desde hace millones de años, pero con toda seguridad no nos tocará ver esa evolución. Finalmente, debo decirles que lo que urge también, es una cultura de la paz que nos permita convivir cordialmente mientras pasamos por este mundo, porque nuestra estancia es efímera. Vivamos en paz. delatripa 34
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La Niña TodoMePasa dice: Why Donald Trump hates immigrants? The short answer is... ¿Por qué Donald Trump odia a los inmigrantes? Esta es una fácil. La respuesta corta es: Porque Donald Trump odia a cada ser humano que alguna vez haya estado vivo y respirando sobre la Tierra. Cada ser humano excepto él, sus hijos y sus nietos, por supuesto. La respuesta larga es: porque dos de sus tres esposas (sólo le faltan tres más para ser como Enrique VIII), no son originarias de los Estados Unidos de Norteamérica. Ivana Trump, madre de Ivanka, nació en Checoslovaquia, que ya ni siquiera existe. Y Melania Trump, madre de Barron, hoy día primera dama y quien es algo así como “la Gaviota” gringa, pero con menos ropa, nació en Yugoslavia, país que tampoco existe más. Sólo Marla Maples, madre de Tiffany y quien no osa utilizar el “Trump” en su nombre, nació en Georgia. Entonces se explica que Donald Trump odie a los inmigrantes, en general. Si Checoslovaquia ya no existe, ¿cómo podría deportar a Ivana?, ¿la admitirán en la hoy llamada República Checa? Igualmente, si decide dejar a Melania por, no sé, por alguna prostituta rusa (“las
mejores del mundo”, dice Vladimir Putin, gran conocedor del tema) que le orine encima, ¿a dónde podría mandarla deportada?, ¿será que la admitan en Eslovenia? Por eso es que Donald Trump no quiere perder la oportunidad de deportar a todos los inmigrantes posibles mientras aún existan sus respectivos países. Tal y como lo dice una imagen que el músico neoyorkino Moby subió a su Facebook: “2/3 de las esposas de Trump eran inmigrantes... probando una vez más que necesitamos a los inmigrantes para hacer trabajos que la mayoría de los norteamericanos NO HARÍAN”. ¿O acaso alguien por aquí duda que aguantar a un ruco raboverde, maniático y gritón color falso naranja es un trabajo muy bien pagado, pero de lo más ingrato?
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Incipit. Deberías saber por qué. ¿O no? La vida es como la música, debe componerse con el oído, el sentimiento y el instinto, no mediante reglas. Samuel Butler.
El sentido occidental ha buscado por todos los medios racionalizar todo proceso de vida, aún el artístico, dejando de lado la explosión de emociones que todo provoca en los seres vivos. Acoto seres vivos porque aquí no sólo incluyo al ser humano, sino a toda la naturaleza. Las civilizaciones primigenias provocaban arte sin ellos saberlo, por ejemplo generaban sonidos para acompañar todo proceso ritualístico cotidiano. No se detenían a pensar quién estaría de moda o de qué manera se podía ser parte del ranking musical. Las escenificaciones, la literatura, la pintura o la escultura eran acompañadas por melodías inspiradas en el proceso del ser. Sin que nosotros lo imaginemos esto también nos sucede. Cuando estudiamos, hacemos labores, ejercicio y hasta para tener sexo (o hacer el amor) podemos elegir algún tipo de música. Solo que en algunas ocasiones este ser humano mediatizado, atolondrado con la vida acelerada y trastornada no se detiene ni a escuchar la melodía o la letra. Eso me ha llevado a empatar dos artes en esta columna. Hace unos días acudí al teatro y tuve la oportunidad de ver la puesta en escena “Perdido” de José Salof, joven guerrerense que produce, dirige y actúa esta puesta en escena y en donde la música es esencial. No significa que en el escenario haya una producción musical enorme, no; hay, sí, melodías que él personaje va tarareando como nosotros vamos arrojando en nuestro tiempo circular y hasta en nuestro tiempo alterno. Cuando veía la obra pensaba en una canción de Charly García cuando estaba en el grupo Sui Generis “Canción para mi muerte”: Hubo un tiempo que fue hermoso Why fui libre de verdad Guardaba todos mis sueños
En castillos de cristal Poco a poco fui creciendo Why mis fábulas de amor Se fueron desvaneciendo Como pompas de jabón… El actor va presentando temporalidades al interior de una circunferencia, y un flash back lo arroja en unir y venir del tiempo. Parece una orquestación musical donde los tempos van cargando de emociones al espectador — que por fin ha comprendido— y éste ríe. Ríe pero más de nervios que de diversión, porque encuentra uno el espejo de aquellos sueños que todo ser adulto tuvo y que no ha podido realizar porque esta pinche existencia parece no comprender que el tesoro está en donde nosotros somos, es decir, donde nos sentimos felices, donde en verdad somos y no lo que otros quieren que seamos. Es larga la carretera Cuando uno mira atrás Vas cruzando las fronteras Sin darte cuanta quizás Tómate del pasamanos Porque antes de llegar Se aferraron mil ancianos Pero se fueron igual…
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Che si te pones la camiseta, Deberías saber porqué. Decía el gran Edgar Allan Poe que en la música es acaso donde el alma se acerca más al gran fin por el que lucha cuando se siente inspirada por el sentimiento poético: la creación de la belleza sobrenatural. La música nos va haciendo y rehaciendo. Revisen sus mapas musicales personales. Quiénes los han formado, qué les han dicho, por qué los eligieron, qué asoman en los sonidos, en las palabras. Y es que sin duda, cuando nosotros vivimos somos parte de un gran performance pero también vamos haciendo música al ir hablando, al ir escribiendo, porque marcamos ritmos, armonías, matices y hasta los timbres que vamos utilizando. José Salof en “Perdido” orquesta una sinfonía de tres tiempos, de manera simultánea y de manera acorde define al personaje que está a punto de lograr encontrarse de nuevo en el inicio: Naces, Desarrollas, Mueres. Nuestra memoria va tomando los sonidos y los va eslabonando como cadenas de notas musicales en cuaderno pautado: Quisiera saber tu nombre Tu lugar tu dirección Why si te han puesto teléfono También tu numeración Te suplico que me avises Si me vienes a buscar No es porque te tenga miedo Solo me quiero arreglar…
Aunque digas que no me meta, Deberías saber porqué, Te vas, ahí nomás Todos van hasta ahí nomás, Ahí nomás Hablando, Custodiando, divagando Haciendo cosas que no quiero hacer... Descubriendo su manera de ser Por eso... Ey! Si es que entraste a mi apartamento, Deberías saber porqué. Es muy fácil decir lo siento, Es muy fácil sentirse bien igual Ahí nomás, todos van hasta ahí nomás, Ahí nomás, hasta ahí nomás, Ahí nomás.
Como si estuviéramos afinando un instrumento pasamos los días tratando de encontrar el qué o el cómo de una existencia. Y se pasan los días, se empolvan las cuerdas, se rompen o bien se abandonan. Nos perdemos en un círculo vicioso de nuestra existencia personal. Pensemos en qué música queremos ser. Deberían Saber por qué ¿O no? Si en verdad me tomas en serio, Deberías saber por qué En el fondo de los misterios, Deberías saber por qué, Te vas, ahí nomás Todos van hasta ahí nomás. Ahí nomás.
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Desvaríos de la freaky neurosis. El teatro que perdimos. Hace algunos años, cuando era niña y aún existía el teatro Héctor Herrera “Cholo”, y cuando este genial cómico aún se encontraba con vida; recuerdo que mi padre nos llevaba a disfrutar de una que otra función ahí. Era común ver a las familias en ese espacio cálido y placentero, sintiendo esa magia que solamente el teatro puede producir en el espectador. Cuando Cholo salía al escenario con sus ocurrencias y una serie de situaciones chuscas, donde le secundaban Candita y compañía, la gente no paraba de aplaudir. Se extraña ese humor tan blanco, tan cuidado, donde se introducían las tradicionales bombas y alguno que otro chiste picaresco, pero eso sí, apto para todo tipo de público. Normalmente, las obras trataban temas de índole social o de crítica al gobierno, que te hacían reflexionar sobre las situaciones a las cuales los yucatecos de clase media y baja nos enfrentábamos día a día. Ya hace varios años que el teatro de Cholo, que estuviera ubicado en la calle 64 con 65 y 67 del centro de la Ciudad de Mérida, cerrara definitivamente el telón, para dar paso a una nueva era de modernidad. El edificio es ahora un local comercial cuya sola vista entristece. Es lamentable que el gobierno y la Secretaría de Cultura de Yucatán, no hicieran un esfuerzo para rescatar algo tan característico de la Ciudad de Mérida; que hayan olvidado la invaluable labor que Don Héctor Herrera tanto defendió en vida, pero sobre todo, que hayan permitido que el teatro cerrara sus puertas para jamás volver a abrirse.
Tras la muerte del cómico, en el año 2010, Tina Tuyub, quien fuera esposa de Cholo, formó la compañía de teatro regional “Héctor Herrera”; que en conjunto con el Centro Estatal de Bellas Artes, realizan convocatorias anuales para que nuevos talentos se sumen a ellos. Esta compañía, intenta rescatar la esencia del teatro regional. ¿Qué sucedió a partir de la muerte de Cholo? Por mi parte, creo que existe un vacío imposible de llenar por la gran mayoría de los comediantes yucatecos. Muchos de quienes se autonombran así, lo único que hacen es abusar de palabras altisonantes, albures, ofensas a sus compañeros y al público en general; haciendo creer a las nuevas generaciones que el teatro regional es una sarta de vulgaridades sin sentido. No se trata de ridiculizar a los demás, o de que un hombre se vista de mujer para parecer gracioso o caricaturesco. El teatro regional es mucho más que eso. Y es que en la actualidad, existe confusión entre el espectáculo comercial que podemos encontrar en un bar o cantina de medio día, y lo que realmente implica realizar una obra de calidad. delatripa 34
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El teatro regional es un género surgido de la cultura popular; que refleja las tradiciones e inquietudes del yucateco; conformado en una alianza entre autores y actores. Los personajes, hacen referencia a personas de la comunidad, tanto políticos como gente común. Y aunque se alude a la picardía, todo ello se envuelve en sana intención y espíritu de respeto. Entre los cómicos yucatecos de la actualidad, existen algunos que se esfuerzan por rescatar la tradición del teatro regional. Principalmente, quienes estuvieron en contacto con el desaparecido Cholo. Actores como Manolo del Río “Pixculín”, la dinastía Herrera conformada por Mario Herrera Flores, Mario y Daniel Herrera Casares (Mario III, Dzereco y Nohoch; respectivamente), Tina Tuyub y también Alicia García “Xpet”. Esta última, quien también ha incursionado como escritora y columnista. A propósito, fue Alicia García quien alguna vez habló sobre la “prostitución” en el teatro regional yucateco; aludiendo a esta falta de tema y estructura, de los espectáculos mal llamados “regionales”, cuya única finalidad es hacer reír al espectador mediante palabras soeces y chistes fáciles. De comediantes que sin ser actores o dramaturgos, llevan un espectáculo de mediodía a un teatro, vendiendo un pseudo-arte sólo para llenarse la cartera. Todavía suelo pasar por el lugar donde se erigía el Teatro de Héctor Herrera “Cholo” y me parece recordar con mucha claridad los rótulos, el retrato del comediante y la cartelera iluminada. También recuerdo el telón levantándose al inicio, a mitad del espectáculo y el escenario simulando un paisaje típico de la región. Las carcajadas y los aplausos que parecían no terminar jamás. Ojalá más gente lo recordará, ojalá que la Secretaría de Cultura hiciera algo al respecto e intentara rescatar ese espacio. Pues por más homenajes póstumos que se realicen en memoria de “Cholo”, ninguno será tan merecido como intentar reivindicar un género que parece estar en decadencia.
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Nos vemos en el slam. No olviden las calles. La ciudad de Mérida otra vez fue nombrada Capital Americana de la Cultura. Esto quiere decir que la ciudad yucateca tiene para presumir a sus locales y visitantes un potencial desarrollo de actividades literarias, visuales, teatrales, cinematográficas y musicales, pero ¿se percibe? Si caminas en cualquier día por su centro histórico ¿se respira lo artístico? O ¿es un ambiente que solo se puede disfrutar bajo un techo? … me voy por esto último. Es importante que las sedes, vamos a llamarle culturales, estén siempre vivas en butacas, escenarios, pasillos y salas. De hecho, esta tarea, la han cumplido sin problema tanto autoridades como grupos artísticos. La gente consultando plataformas de redes sociales o impresas, se puede enterar de una diversidad de eventos a realizarse en lugares como los teatros Peón Contreras o Daniel Ayala, museos de la Ciudad o de Arte Contemporáneo, salas del cine del Olimpo o del Mérida, en fin, actividad artística hay bajo techo, pero ¿y las calles? Son muy esporádicos los eventos en parques o calles del centro histórico, que antes de ser un número tiene un nombre. Deberían aumentar y ser un atractivo que refuerce las razones por la que la llamada Ciudad Blanca obtuvo de nuevo ese título.
Esto, quizás, debe ser una tarea conjunta entre las autoridades y los promotores y protagonistas del arte, ya que temas económicos, viales, publicitarios y muchas cosas más. Si las Noches Blancas han dado resultados esperados, por qué no proyectar su espíritu a cualquier día de la semana. Lo expresado, se me ocurrió tras asistir a la obra de teatro “Curriculum Vitae. Instrucciones para Armar”, presentada en el centro cultural Tapanco. Con más de 40 puestas en escena, la función es un monólogo a través del cual Ulises expresa sus miedos, ideas, esperanzas, sueños y presentes que implica la transición de joven a un adulto con las responsabilidades que dicta y obliga la vida, aunque no las quieras escuchar y hacer. La obra es ágil y divertida llena de elementos sorpresivos que Ulises va poniendo en escena, mientras es ameno con el público. En dado momento interactúa con el respetable y en el transcurso de la presentación, sus opiniones personales de dicha transición cruzan a la que de manera general viven actualmente los jóvenes de México. ¿Cuál es la relación de un joven preocupado con hacer arte en las calles? La manera
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en que comienza la presentación. El público espera en la calle a que Ulises llegue en su bicicleta e inicie su monólogo, minutos después invita a todos a pasar a las butacas para continuar con la obra. Aunque no un 100 por ciento se desarrolló en la vía pública, los productores aciertan de forma creativa en aprovechar este espacio al aire libre, por lo menos, durante unos minutos se demostró que la “Capital Americana de la Cultura” no está limitada al encierro, que caminando por algunas de sus calles históricas te puedes topar con una expresión artística y de calidad. Esperemos que más proyectos así se desarrollen en la ciudad y al mismo tiempo, sin esperar festivales como el Mérida Fest, el Otoño Cultura, Cultura Maya o la Noche Blanca; que no importe, si son foros independientes o sedes culturales de tradición, que la idea vaya más allá de la puerta del local, impregnando en Mérida, además de ese paisaje colonial que desde el año pasado el Ayuntamiento le está dando un retoque pintoresco, un ambiente artístico que con el pasar de los años sea normal en cualquier calle del centro histórico.
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