Enfoques psicologicos contemporaneos iii unidad

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TERCERA UNIDAD

Conductismo, neoconductismo y psicología cognitiva

El conductismo tiene una fecha de aparición, 1913. Tiene también un lugar: las páginas de la prestigiada revista Psychological Bulletin, que en ese momento era editado por John B. Watson (1878-1958). Fue en el volumen 20 (pp. 158-177) que Watson publicó un artículo que en su momento debió dejar perplejos (cuando no encender en cólera) a muchos de sus lectores. Nos estamos refiriendo a “Psychology as the behaviorist views it”. En ese trabajo Watson proponía una revisión en verdad radical de la psicología. Watson quería una psicología que dejara de lado categorías filosóficas como espíritu y alma, por supuesto, y se concentrara en lo visible, en lo mensurable, en lo indiscutible, que es el comportamiento. En su clásico libro Teorías y sistemas contemporáneos en psicología, Benjamin B. Wolman define así el sistema creado por Watson: “El sistema de Watson estaba basado en el determinismo, el empirismo, el reduccionismo y el ambientalismo. Estos cuatro principios guiaron la labor de Watson y fueron incorporados con gran eficacia a su investigación. A los ojos del propio Watson su sistema psicológico es tal que “dado el estímulo, la psicología puede predecir cuál será la respuesta. O, por otro lado, dada la respuesta, puede especificar la naturaleza del estímulo efectivo. De acuerdo con el empirismo radical, Watson rechazaba todo lo que no pudiera ser observado desde el exterior. En su postura contra los fenómenos no observados, dejó atrás a Pavlov, y en su celo por un reduccionismo radical sólo fue igualado por Bekhterev” (1965, pg. 89)

Sin duda, Watson es el positivista por excelencia en la historia de la psicología. Nadie como él, con la sola excepción de Freud, se ha atrevido a proponer un golpe de timón de tal intensidad a la psicología.


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Como resultado de sus planteamientos, la psicología debía concentrarse en el comportamiento, que ofrecía la tremenda ventaja de permitir observaciones por lo general inequívocas y mediciones precisas. Es decir: un afronte objetivo de la vida psicológica. Watson supone toda una revolución en la psicología, que encontró una gran acogida en su momento y que dominó la escena psicológica norteamericana por aproximadamente 50 años. John B. Watson (1878-1958) Nacido en 1878, Watson asistió a la Universidad de Chicago, donde recibió el grado de doctor en 1903, para después integrarse a la plana docente. En 1908 pasó a ser profesor de la prestigiosa Johns Hopkins University, en Baltimore, y allí estableció un laboratorio de investigación en el cual se llevaba a cabo trabajos con animales. Fue en esa época que apareció el artículo antes mencionado. Su primer trabajo de envergadura, Behavior: an introduction to comparative psychology apareció en 1914. En esta obra Watson se manifestaba a favor de la investigación con animales en la investigación psicológica y describió a los instintos como una serie de reflejos que son activados por la herencia. “Ofrecía una psicología cuasireflexológica: la conducta debía analizarse en términos de conexiones mecánicas entre estímulos y respuestas; en ocasiones mostraba la presencia de reflejos aislados simples, en otras, cuando discutía los instintos, señalaba que los reflejos podían llegar a concatenarse en largas secuencias para producir ajustes complejos, y, cuando hablaba del hábito, lo reducía redes de reflejos interconectados, que diferían del instinto solo en la génesis del patrón y en el orden de los movimientos individuales, pero no en los propios movimientos. En el libro aparece algunas de sus radicales ideas posteriores: elimina la conciencia y la introspección; entiende la conducta como una actividad de ajuste de un organismo globalmente considerado; descalifica el estudio de las imágenes –“no existen procesos iniciados centralmente”-; reduce la diferencia entre bestias y humanos a la existencia del lenguaje; identifica el lenguaje con el hábito; relega el pensamiento a hábitos en pequeña escala cuyos movimientos implícitos deberían ser detectables y medibles con instrumentos adecuados; identifica la emoción con la estimulación sobre las zonas erógenas…, aunque todavía están ausentes otros de lo que luego serían aspectos definitorios de su conductismo, como el radical ambientalismo y la idea de que con un


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entrenamiento adecuado se puede llegar a hacer virtualmente cualquier cosa” (pp. 297-298; tomado de Pérez-Garrido, A., Tortosa, F. & Calatayud, C., “La propuesta conductista de J. B. Watson”, en Tortosa Gil, F., ed., Una historia de la psicología moderna, Madrid, McGraw Hill Interamericana, 1998, pp. 293-314.

Promovió asimismo las respuestas condicionadas como una herramienta experimental muy prometedora. En 1918 incursionó en el campo hasta entonces poco explorado de la psicología infantil. En 1919 apareció su trabajo Psychology from the standpoint of a behaviorist, en el cual pretendió ampliar los principios y métodos de la psicología comparada al estudio de los seres humanos. El conductismo Como hemos dicho, el conductismo representa una posición objetiva radical en la psicología, que pronto encontró favorable acogida en muchos, que veían en esta doctrina un enfoque objetivo, medible y confiable de los fenómenos psicológicos. Para Watson, categorías como la conciencia debían ser dejadas de lado por la psicología, dada la imposibilidad de objetivarlas y de cuantificarla. La psicología tenía más bien que concentrarse en el comportamiento, que ofrecía la posibilidad de la observación directa y de la medición objetiva. Hacia 1920 cuando su doctrina iba ganando cada vez más fuerza, Watson se vio involucrado en un sórdido affaire sentimental con una alumna. Esto, que hoy no tendría mayores consecuencias, fue recibido por la comunidad académica de aquel entonces con extrañeza y reproche, razón por la cual se forzó su renuncia a la Johns Hopkins University. Después de su abrupto retiro de la academia, Watson pasó a trabajar en el terreno de la industria, en calidad de asesor. Allí pudo ganar cantidades de dinero que nunca podría habría podido recibir en su calidad de profesor universitario. Al margen de la vida universitaria, Watson demostró grandes habilidades como psicólogo práctico. Poco antes de fallecer se produjo un acercamiento entre él y la academia al ser premiado por la American Psychological Association, la más importante asociación de psicólogos en los Estados Unidos.


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Los planteamientos conductistas dieron un fuerte empuje a la psicología de naturaleza objetiva. La postura watsoniana en materia de la interpretación de la conducta en términos de naturaleza y ambiente, se inclinó de manera radical por este último. Watson no negaba la importancia de algunas pautas innatas de la conducta, pero consideraba que éstas eran muy limitadas y que carecían de mayor importancia con respecto al papel de la experiencia. “Dadme una docena de niños sanos, bien formados […] para que los eduque, y yo me comprometo a elegir uno de ellos al azar y adiestrarlo para que se convierta en un especialista de cualquier tipo que yo pueda escoger –médico, abogado, artista, hombre de negocios e, incluso, mendigo o ladrón-, prescindiendo de su talento, inclinaciones, tendencias, aptitudes, vocaciones y raza de sus antepasados”, declaraba Watson de manera totalmente convencida en Behaviorism (1925, pg. 82).

Como hemos dicho, las teorías de Pavlov y Bechterev influyeron notoriamente en Watson, de modo tal que éste consideraba que el reflejo condicionado era la mejor forma de interpretar el aprendizaje, aunque hay que señalar que Watson no fue un seguidor total de Pavlov, pues él consideraba que el estímulo condicionado era en realidad un estímulo sustituto del incondicionado. Para Watson la conducta se dividía en conducta implícita y explícita. Esta última comprendía todas las actividades observables (hablar, sonreír, caminar). La implícita abarcaba las secreciones glandulares, algunas contracciones musculares y las funciones viscerales y nerviosas. Para él, el lenguaje era un acto de conducta explícita, tal como todos los demás. Watson ingresó también, en su deseo de formular una teoría abarcativa de la conducta humana, al estudio de las emociones. Para él existían tres emociones innatas: ira, miedo y amor. Cualquier otra emoción se adquiría por condicionamiento. En cuanto a la personalidad, “el conductismo considera la personalidad como la totalidad de las pautas de conducta. Estas pautas son muy consistentes pero no inmutables. Determinados reflejos condicionados pueden extinguirse o reforzarse y otros nuevos pueden establecerse. Ningún


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individuo permanece el mismo durante toda su vida. Usualmente los individuos no cambian rápidamente, de forma que la personalidad experimenta una modificación lenta y gradual. En cualquier momento la personalidad puede ser comparada a ‘una máquina orgánica conjuntada a punto de funcionar’. En el estudio de la personalidad, deben considerarse los reflejos innatos o incondicionados, los reflejos condicionados y el ambiente físico y social junto con su influencia en el desarrollo de la personalidad” (Wolman 1965, Teorías y sistemas contemporáneos en psicología, Barcelona, pg. 96). El impacto del conductismo “El impacto que produjo el conductismo fue, fundamentalmente, metodológico y tecnológico. Más que una solución a un problema básico, el conductismo surgió de la creencia en la validez de una metodología objetiva, un compromiso que exigía el abandono de aquellos fenómenos que no eran compatibles con aquella. Por lo que el cambio revolucionario, caso de haberse producido, se hubiera reflejado fundamentalmente en la forma de obtener evidencia por parte de una mayoría de los psicólogos, algo que además se hubiera incorporado en la formación de nuevas generaciones de psicólogos. Y eso, desde luego, no fue dominante en el escenario americano de la psicología humana. Bruner y Allport mostraron la pervivencia del enfoque metodológico tradicional, que fue cuestionado y mejorado, pero no erradicado. Los intereses de los miembros de la APA y sus publicaciones no acusaron el cambio de una forma radical y muchos de los autores más influyentes del periodo siguieron defendiendo un enfoque funcional o ecléctico e, incluso algunos, puramente introspeccionista. Así, el presunto cambio no solo no ocurrió repentinamente, sino que nunca llegó a producirse del todo. Más bien se aceptó la propuesta en términos de complementariedad que de sustitución. Watson fue otro de los hijos de su tiempo, dentro de un ambiente positivista en lo científico y progresista en lo social, que preconizaba una revolución en la organización social, plasmada en el necesario alzamiento del intelecto contra el corazón. Esta corriente incidiría particularmente en psicología, facilitando el nacimiento de una auténtica ciencia de la conducta (experimental, funcional y aplicada) cuyo último fin, como ya señalara Watson, sería precisamente el cambio social. En aquella corriente ejerció el papel de un potente catalizador, y algunos psicólogos jóvenes gravitaron hacia su versión de la psicología objetiva, si bien en forma minoritaria. Además, su salida de la universidad coincidió con la propuesta de nuevas fórmulas de conductismo y un activo conjunto de programas experimentales de los que Watson estuvo ya ausente” (pg. 314). Tomado de Pérez-Garrido, A., Tortosa, F. & Calatayud, C., “La propuesta conductista de J. B. Watson”, en Tortosa Gil, F., ed., Una historia de la psicología moderna, Madrid, McGraw Hill Interamericana, 1998, pp. 293-314.


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Seguidores de John B. Watson Los planteamientos de Watson despertaron rechazo en algunos pero también le valieron numerosos seguidores. Uno de ellos fue Albert P. Weiss (1879-1931), autor en 1925 de A theoretical basis of human behavior, obra en la cual la conciencia, el mentalismo y el introspección eran rechazadas como parte de la psicología. Todo el funcionamiento del organismo fue entendido en términos de procesos fisicoquímicos y de la interacción con el ambiente. Otro fue Edward R. Holt, y un tercero, para solo mencionar tres, fue Walter S. Hunter, quien propuso remplazar el término psicología por antroponomía. De mucho mayor significado para la psicología y una figura de gran importancia en general, fue Karl S. Lashley, una de las autoridades más destacadas en materia del estudio de la fisiología del sistema nervioso. Aunque seguidor del conductismo, Lashley no se acogía las ideas de Pavlov, y llevó a cabo una importante línea de investigación personal que lo condujo a ser una de las grandes figuras pioneras de la neuropsicología. Llevando a cabo experimentos con ratas formuló la ley de acción de masa, señalando que el aprendizaje no es el resultado de la superación de algunas resistencias sinápticas sino que, más bien, toda la masa cerebral se ponía en acción en ese proceso. Si bien Lashley no se oponía a la localización cerebral, planteaba también una ley de equipotencialidad, que señala que en el proceso de aprendizaje participa toda la masa del sistema nervioso y que su se pierde una parte del sistema las partes restantes son equipotenciales. Un discípulo de Lashley fue Donald O. Hebb, que incursionó en temas de relevancia para la neuropsicología. Concentrados en la psicología misma y explorando nuevas posibilidades de desarrollos teóricos aunque reconociendo su raigambre conductista, encontramos a Edward Chace Tolman (1886-1959) y a Clark L. Hull (1884-1952).


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B. F. Skinner Pero tal vez el seguidor más destacado de Watson, el que alcanzó mayor fama, aun mayor quizás que la del padre del conductismo, fue Burrhus F. Skinner (1904-1990). Interesado inicialmente por la literatura (un interés que queda puesto de manifiesto en su novela utópica Walden II), Skinner finalmente se concentraría en la psicología, en donde destaca no solo como renovador del enfoque conductual sino también como un prolífico autor. Sigue a Watson en el trabajo con animales, partiendo del supuesto de que lo que se encuentre en ellos puede ser extrapolado en buena medida a los seres humanos. Cuando Skinner inicia su labor publicista la psicología estadounidense se encuentra ya en la segunda oleada del conductismo. Marc Richelle describe de la siguiente manera el ambiente en el cual Skinner inicia su obra: “En ella [la segunda oleada de conductismo] ya aparecen líderes que aportan su propio punto de vista sobre las tesis de base de la psicología del comportamiento: Hull elabora sus modelos formales, Guthrie busca en la contigüidad la base del aprendizaje asociativo, Mowrer construye su teoría de los dos factores, Tolman aborda la cuestión del comportamiento orientado hacia una meta, Lashley, psicofisiólogo, se lanza a la búsqueda de los correlatos corticales de los aprendizajes discriminativos. Estos cinco nombres no agotan, ni mucho menos, la lista de los neoconductistas. Todos invocan con la misma convicción su relación de parentesco con el conductismo. Comparten, con la mayoría de los psicólogos de su tiempo, la concepción, proclamada por Watson, de la psicología como ciencia del comportamiento, y ya no más como ciencia de los estados de conciencia o de los estados mentales. Todos tienen en común el extraer sus datos empíricos del animal de laboratorio, tomado como modelo reducido y metodológicamente más accesible que el hombre para estudiar las leyes del comportamiento, a la manera en que los fisiólogos habían emprendido desde hacía mucho tiempo la construcción de la fisiología general sobre algunos modelos animales bien elegidos. Aunque apuntando a construir una psicología general, todos se centran –y se limitan- de hecho, a un campo, el aprendizaje” (pg. 337; Tomado de Richelle, M., “B. F. Skinner y el conductismo radical”, en Tortosa Gil, F., ed., Una historia de la psicología moderna, Madrid, McGraw Hill Interamericana, 1998, pp. 335-345.


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Dos son los grandes aportes que se pueden destacar de Skinner. El primero es de naturaleza metodológica, al poner en circulación una nueva herramienta experimental, la caja de condicionamiento operante, más conocida como la caja de Skinner. En ella un animal aprende a producir un acto motor simple, que es apretar una palanca, al que sigue un reforzamiento positivo, por ejemplo la obtención de alimento. Esta innovación no es un invento de Skinner: un antecedente de ella se encuentra en el puzzle box que empleara Thorndike. El segundo aporte es de corte epistemológico, al señalar que se estudiará solo los elementos visibles de la vida mental, con lo cual, como lo señala Richelle, “el conductismo metodológico sigue siendo fundamentalmente dualista, a diferencia del conductismo radical, que, monista, rechaza toda distinción entre lo mental y lo comportamental” (pg. 338). Skinner llevó a cabo una serie de aplicaciones prácticas, en el terreno de la educación (las famosas máquinas para enseñar), el tratamiento de los trastornos psicológicos y la vida social en general. En el caso de los trastornos psicológicos, aunque Skinner no poseía calificación alguna como psicólogo clínico o psicopatólogo, promovió programas de intervención que se han conocido después como modificación del comportamiento o terapias comportamentales, en las cuales la figura más importante deja de ser el psiquiatra para pasar a ser más bien el psicólogo. Estos enfoques a su vez han contribuido en su momento al desarrollo de lo que hoy se conoce con el nombre de psicología de la salud. Skinner incursionó también en el estudio y comprensión así como en las posibilidades aplicativas en la vida social. El mejor ejemplo de eso es su utopía Walden dos. Esta obra, sin embargo, no tendría la repercusión ni daría lugar a las controversias despertadas por Más allá de la libertad y la dignidad. En este libro Skinner relativiza el significado de las nociones de libertad y autonomía que en realidad esconden a realidades esclavizadoras.


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La filosofía social de Skinner “[…] La filosofía social de Skinner no ha tenido consecuencias concretas. Algunas tentativas bastante ingenuas de realizar el modelo de Walden dos en comunidades no han tenido resultados muy convincentes. Pero el alcance de una utopía no está en la verosimilitud en la edificación de una ciudad modelo según sus prescripciones. Está en la reflexión más general que suscita y, eventualmente, en los cambios que entraña en la forma de resolver problemas que, por otra parte, nadie niega. En este plano no podemos afirmar más que las ideas de Skinner inspiran ampliamente a los actores de la gestión pública. Los detractores de Skinner se felicitarán por ello, sus admiradores le echarán de menos. Solo el curso de la historia indicara si los primeros fueron más lúcidos que los segundos” (pg. 345). Tomado de Richelle, M., “B. F. Skinner y el conductismo radical”, en Tortosa Gil, F., ed., Una historia de la psicología moderna, Madrid, McGraw Hill Interamericana, 1998, pp. 335-345.

Pocas personalidades han sido tan admiradas y atacadas como Skinner. Solo podemos imaginarnos a Freud en este terreno, igualmente combatido y aceptado, odiado y glorificado. A pesar de eso Skinner recibió en vida numerosísimos honores y es considerado uno de los grandes psicólogos del siglo XX. La modificación de conducta Como una importante consecuencia, tal vez la de mayor significado, de las ideas de Skinner tenemos que mencionar a la modificación de conducta, un importante avance en el control y superación de problemas psicológicos basado en los principios del aprendizaje y, como hemos dicho, en la obra de este importante psicólogo. Mencionaremos acá solamente algunos nombres significativos, dado que el análisis y la historia de la modificación de la conducta demandan por sí solos todo un volumen aparte. Un nombre muy importante no solo para la modificación de conducta sino para la psicología general es, a no dudarlo, el de Hans Jürgen Eysenck.


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Eysenck, nacido en Alemania pero emigrado a Inglaterra en los años del nacionalsocialismo, es una figura de inmenso significado en la psicología, lo cual no ha sido obstáculo para que sea asimismo una personalidad sumamente discutida. Aunque no se dedicó a la psicoterapia, Eysenck sí mostró un permanente interés por la psicopatología y la psicología clínica. Su Handbook of Abnormal Psychology, hoy ya passé, es, sin embargo un clásico de la psicología del siglo XX. El real objeto de interés de Eysenck fue la personalidad: “El establecimiento de un modelo de personalidad para intentar entender la conducta lo llevó al planteamiento de un tipo de terapia para la solución de los problemas clínicos. Eysenck nunca había compartido la ampliamente generalizada aceptación de las tesis analíticas como fundamento de la clínica psicológica. Su cuestionamiento ante esas ideas tuvo al menos una doble dirección: la inaceptabilidad desde una concepción psicológica científica de unas teorías cuyo estatus epistemológico era inconsistente con las exigencias de la ciencia natural; su rechazo a esas teorías desde la praxis, al entender que los resultados de la terapia psicoanalítica no soportaban su comparación con los de otras terapias de base más científico-positiva. Si bien hubo diversos investigadores que, a todo lo largo de los años cincuenta, cuestionaron la eficacia de la psicoterapia, la evaluación crítica más influyente fue la que Eysenck hiciera en su muy discutido artículo sobre los efectos de la psicoterapia. Usando los datos de los diferentes estudios dedicados al tema, concluyó que aproximadamente el 67 por 100 de los pacientes neuróticos se recuperaban de su enfermedad, aun en ausencia de la psicoterapia, en un plazo de dos años” (pg. 477; tomado de Lück, H., La reconstrucción de la psicología europea”,en Tortosa Gil, F., ed., Una historia de la psicología moderna, Madrid, McGraw Hill Interamericana, 1998, pp. 463482).

En los años 1950 Eysenck publicó un influyente artículo en el que evaluaba la efectividad de la psicoterapia (“The effects of psychotherapy: an evaluation”, J. Consulting Psychology, 16, 319-324). Los resultados que él daba a conocer fueron desalentadores: al parecer no existía mayor diferencia entre quienes se sometían a psicoterapia y quienes no lo hacían en cuanto a la duración de la parte más crítica de sus problemas psicológicos. Eysenck propuso un mecanismo de recuperación al que él llamó “recuperación espontánea” y sembró la duda acerca de si las personas se recuperaban por


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acción de la psicoterapia a la que se sometían o si, por el contrario, era el tiempo el que ponía en juego la recuperación espontánea. Al proponer un enfoque objetivo de los problemas psicológicos y rechazar de modo decidido (y muchas veces sumamente emotivo) al psicoanálisis, Eysenck debe ser incluido en la historia de la modificación de la conducta. Pero además Eysenck ha escrito una gran cantidad de libros, que tratan acerca de la sexualidad, la parapsicología, la genialidad, y, muy en especial, la personalidad, en la cual ha propuesto una teoría que ha alcanzado gran difusión. Según sus planteamientos, es posible distinguir en la personalidad tres grandes factores: introversión-extraversión, estabilidad-inestabilidad y psicoticismo, este último por cierto el menos explorado. Su Inventario de la Personalidad ha sido muy empleado y es sumamente conocido (H. J. Eysenck & SBG Eysenck, Manual of the Eysenck Personality Inventory, Londres, 1964). Además, Eysenck fue un muy severo crítico del psicoanálisis (véase su Decline and fall of the Freudian empire, Londres, 1985). Otro nombre muy importante es el de Joseph Wolpe, un psiquiatra sudafricano, quien introdujo la técnica de la desensibilización sistemática, basada en los principios de la psicología del aprendizaje, la misma que ha tenido resultados en verdad sorprendentes en el alivio de problemáticas psicológicas. Su libro Psychotherapy by reciprocal inhibition (Stanford, 1958) es un clásico de las técnicas de modificación del comportamiento.


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La terapia de la conducta como invento múltiple “El mundo anglosajón se abrió a este nuevo enfoque que nació bajo la forma de un ‘invento múltiple’. En Inglaterra, en Sudáfrica y en EEUU, se llegaba a una idea común por los mismos días. En Johannesburgo (Sudáfrica) sería desarrollada por J. Wolpe y su grupo –básicamente J. G. Taylor, L. J. Reyna, S. Rachman y A. Lazarus-. Sería Lazarus quien utilizaría el nombre de ‘terapia de conducta’ para referirse a la línea de investigación de Wolpe, consistente en la aplicación de la psicología del aprendizaje a la eliminación de la ansiedad, lo que sentaría las bases de la desensibilización sistemática y la psicoterapia por inhibición recíproca” (pg. 475). Tomado de Lück, H., La reconstrucción de la psicología europea”,en Tortosa Gil, F., ed., Una historia de la psicología moderna, Madrid, McGraw Hill Interamericana, 1998, pp. 463-482).

La psicología cognitiva En los años 60 ocurre la revolución cognitiva en la psicología. Agotados los esquemas propios del conductismo y del neoconductismo y asimismo las posibilidades interpretativas y aplicativas del psicoanálisis, se inicia en la psicología el retorno de la conciencia, literalmente expulsada por acción de Watson. La revolución cognitiva supone, como decimos, la reaparición de la conciencia en el escenario de la psicología y la creciente consideración por la subjetividad de los individuos, y muy en particular por sus cogniciones. Dos son las grandes figuras que lideran esta revolución en la psicología. De una de ellas hemos tratado ya, Lev S. Vygotsky, por lo tanto no es necesario referirse a ella acá. La otra sí merece una mención detenida y la consideración de sus ideas. Nos estamos refiriendo a Jean Piaget (1896-1980). Nacido en Suiza e inicialmente formado como biólogo, con un gran interés por la biología marina, Piaget reorienta de modo paulatino sus intereses hacia la psicología, llevando a cabo estancias formativas a nivel de postgrado en Francia.


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En el campo de la psicología, Piaget, personalidad versátil que bien merece el calificativo de genio, se especializa en el desarrollo cognitivo del niño. Desarrolla para sus estudios lo que él llamó el “método clínico crítico”, consistente en prolongadas y finas observaciones, que inicialmente son llevadas nada más y nada menos que en sus propios hijos. Como resultado de esto, Piaget establece la presencia de cuatro estadios en el desarrollo cognitivo. En el primero (0 a 2 años) se desarrolla la inteligencia sensoriomotriz, en cuyo primer momento los reflejos ya existentes son consolidados a través de la práctica funcional. Es así que tras pocos días de nacido el niño lacta con mayor seguridad y encuentra el pezón materno con mayor facilidad. Se trata aquí de una adaptación funcional del organismo a las exigencias y características ambientales a través del ejercicio. En función de esto, los reflejos condicionados ya establecidos dan lugar a un esquema amplio de naturaleza sensomotriz. Cuando la vista y el tacto están en coordinación alcanza el niño un nuevo subestadio. Si por ejemplo un niño agarra una sonaja y al hacerlo otras cosas que estén vinculadas a ella suenan, el niño repetirá esto varias veces (en lo que Piaget denomina reacción circular). Con posterioridad se establecerá la diferenciación entre fin y medios, que anuncia actos de inteligencia práctica. Por último, en un subestadio posterior el niño emprende la búsqueda de nuevos medios a través de la diferenciación de los esquemas cognitivos. “En el primer estadio se organiza según Piaget e Inhelder la realidad en una base elemental. En esto se construyen categorías de la actividad, esto es los esquemas del espacio, del tiempo, de la causalidad, etc. Se trata aquí de estructuras de conceptos futuros, que en el caso de Piaget e Inhelder no son considerados como procesos presentes desde el comienzo, como sucede en el caso de Kant” (M. Galliker, M. Klein & S. Rykart, Meilensteine der Psychologie, Stuttgart, Alfred Kröner Verlag, 2007; pg. 445).

El segundo estadio es el del pensamiento preoperatorio (entre 2 y 7 años), en el cual el niño desarrolla la capacidad para hablar, para imaginarse algo y para pensar. A los procesos mentales, sin embargo, les falta el componente sistemático.


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El tercer periodo es el de las operaciones concretas (7 a 11 años) en el cual el niño se vincula de manera directa con objetos, relaciones y condiciones. Las operaciones mentales con las cuales el niño se relaciona con el mundo físico tienen ya un carácter sistemático. Por último, el cuarto periodo, el de las operaciones formales (desde los 11 años), el niño consigue desprender su pensamiento de los objetos y es hábil para desarrollar consecuencias a partir de posibilidades. Las ideas de Piaget han ejercido una influencia decisiva en la comprensión del desarrollo del niño. Otras figuras importantes de la revolución cognitiva fueron Frederick Bartlett (1886-1969), George Miller (1920-) y Ulric Neisser (1928-). Las terapias cognitivo conductuales Como una consecuencia de la irrupción de la revolución cognitiva surgen las terapias cognitivo-conductuales, en las cuales se trata de modificar las cogniciones que llevan al desarrollo de conductas maladaptativas. Tal vez el nombre más importante vinculado a este enfoque es el de Albert Bandura (1925-), más un teórico de la psicología que un terapeuta, pero cuyas ideas han sido de inmensa importancia en los enfoques cognitivoconductuales. Otros nombres de interés son los de Aaron Beck (1921-), especializado en el tratamiento de las depresiones, y el de Albert Ellis (19132007), el creador de la terapia racional-emotiva. Bandura propone una forma de aprendizaje, la del aprendizaje vicario u observacional, respaldado en estudios experimentales que él ha llevado a cabo, que permite reconocer la inmensa importancia de las figuras significativas en la vida de los niños a la hora en que éstos desarrollan patrones de comportamiento, especialmente en lo que se refiere a la expresión de la agresión. Bandura es, asimismo, el creador del concepto de autoeficacia, que se refiere al grado en el cual una persona considera que es capaz de llevar a cabo


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tal o cual tarea, lo cual va asociado a los niveles de stress que ella experimenta. “Si se considera los puntos fundamentales de su trabajo en una panorámica, se puede decir que Bandura se concentra desde los años 1950 primero en el aprendizaje por modelos o aprendizaje por observación o imitación, cuyo significado como principio del aprendizaje puede ser equiparado con el condicionamiento clásico de Pavlov y el condicionamiento operante de Skinner. Desde los años 70 formula la teoría de la autoeficacia la cual señala que para el funcionamiento psicológico de una persona es decisivo el hecho de si está o no convencida acerca de poder controlar factores esenciales de su vida” (D. Schmelzer & Ch. Schmelzer, pg. 31, en Bandura, Albert, en: G. Stumm, A. Pritz, P. Gumhalter, N. Nemeskeri & M. Voracek, Personenlexikon der Psychotherapie, Viena, Nueva York, Springer, 2005).

Técnicas de autocontrol “Una función de vinculación la cumplen la técnicas de autocontrol, tal como ellas fueron desarrolladas sobre todo por Frederick H. Kanfer (1925-2007). Esas técnicas pueden ser entendidas como modificaciones de los procedimientos operantes, y se diferencian de otras modificaciones conductuales a través del hecho que el control del comportamiento no ocurre a través de estímulos y reforzadores externos, sino a través del individuo mismo. Kanfer diferencia entre autoobservación, autovaloración, autoreforzamiento y autocontrol. El último es el responsable de los cambios en el comportamiento. Las autoinstrucciones que se adquieren por medio de la labor del terapeuta así como la autoverbalizaciones deben ser entendidas como procesos cognitivos […]. Proveniente de Austria, Kanfer emigró con su familia en 1941 (cuando solo tenía 16 años de edad) a los Estados Unidos. Estudió ingeniería y biología antes de orientarse al estudio de la psicología. Su más largo periodo de ejercicio profesional lo ejerció entre 1973 y 1995 en la University of Illinois” Tomado de E. Heim, Die Welt der Psychotherapie. Entwicklungen und Persönlichkeiten, 2009, Stuttgart, Klett-Cotta, pp. 134-135.

Aaron Beck ha destacado en el estudio de las posibilidades de combatir la depresión. Formado inicialmente como psicoanalista, pronto experimenta una profunda insatisfacción con respecto a la psicoterapia de índole freudiana. Influido por la psicología cognitiva, Beck desarrolla procedimientos que han logrado resultados dramáticos en la terapia de la depresión, procedimientos que han sido dados a conocer en sus numerosas publicaciones (por ejemplo,


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The diagnosis and management of depression, 1967; y Cognitive therapy for depression, 1974, en colaboración con A. J. Rush, B. F. Shaw, & G. Emery). Beck considera que los pensamientos son los factores detonantes para ciertos sentimientos, estados de ánimo y conductas. Los pensamientos disfuncionales constituyen elementos de gran relevancia en el surgimiento y el mantenimiento de transtornos psicológicos. Los conceptos centrales de sus planteamientos son los “pensamientos automáticos” (autoverbalizaciones que acompañan a nuestros actos) así como las “suposiciones básicas” (actitudes centrales del individuo con respecto a él mismo y a los demás). Cuando los pensamientos automáticos y las suposiciones básicas son modificados en dirección a una perspectiva más realista de uno mismo, de los demás y de la realidad en general, esto llevará a cambios positivos y saludables en las personas. Por último, Ellis, recientemente fallecido, propuso un conjunto de ideas que una vez que adquieren fuerza de obligación en la mente de las personas, dan lugar a desarreglos conductuales. Una de ellas es la de la necesidad imperiosa de ser querido por los demás, otra la necesidad no menos imperiosa de tener éxito en toda empresa que se lleva a cabo. Ellis considera que el combate de estas ideas así como el permanente ejercicio por parte de las personas de conductas racionales deben terminar por superar los cuadros neuróticos que los afectan. Poseído de una inagotable mística de trabajo y con una convicción casi mesiánica de lo correcto de sus planteamientos en materia de psicoterapia y de la efectividad de sus procedimientos terapéuticos, Ellis ha dejado una obra escrita impresionante, en la que aborda, en lenguaje sencillo, aspectos tales como la vida sexual de las personas (Sex without guilt, 1965), cómo vivir con padres y cónyuges neuróticos (How to live with a neurotic, 1957), cómo controlar la ansiedad (How to control your anxiety before it controls you, 1998). No se puede terminar esta rápida revisión de las terapias cognitivoconductuales sin hacer una referencia, por mínima que sea, a Arnold A. Lazarus, cuyo libro Behavior therapy and beyond (1971) sentó las bases de lo


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que después serían estas terapias. Lazarus era del parecer que no bastaba con las técnicas de modificación conductual para lograr la superación de conductas desadaptadas. Propuso además el desarrollo de una forma de terapia relativamente breve pero efectiva que tomara en cuenta todas las técnicas que hubieran demostrado en la práctica su efectividad, planteando lo que él llamo un “eclecticismo técnico”.


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