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Opinión

Dra. Marcela Junín

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Biodiversidad marina, Fundación de Historia Natural Félix de Azara. CONICET.

¿Quién no ha paseado por la rambla marplatense y quizás se ha fotografiado con el fondo de la estatua del lobo marino de Fioravanti, emblemática de la ciudad? ¿Quién no ha ido a comer al Puerto y avistado de más o menos cerca a estos sorprendentes animales que no nos dejan entrever en su andar terrestre que se nos antoja cansino y torpe, lo rápidos, hábiles y exitosos nadadores y buceadores que son? Descansan al sol, bufan y se rascan, pegados unos con otros, gregarios y dormilones, habituados a la presencia humana. Se los llama lobos o también leones marinos, por la orla de pelo en el cuello que ostentan los machos. Pertenecen a la especie de mamíferos marinos Otaria flavescens o lobo marino de “un pelo”, para diferenciarlos de los de “dos pelos” más pequeños y gráciles, que no suelen asentarse en áreas urbanas. Llamados “otaridos “porque tienen “orejas”, si miramos con atención veremos una pequeña prominencia esbozo de pabellón auricular, para diferenciarlos de los “ fócidos” que no las tienen, y que son las focas. La única” foca “que podemos ver en nuestros mares fuera del área antártica, son los elefantes marinos… que ¡efectivamente son focas! La colonia más grande de lobos marinos se encuentra en Isla de Lobos en Uruguay, y se distribuyen en loberías a lo largo de la costa atlántica sudoccidental desde el sur de Brasil, estado de Rio Grande do Sul hasta Tierra del Fuego e Islas Malvinas. Pasan gran parte del año en el agua, donde se alimentan y pueden desplazarse grandes distancias, y salen a tierra durante el periodo reproductivo de diciembre a marzo, cuando forman harenes de gran cantidad de hembras alrededor de un macho. Un macho llega a tener tantas hembras como puede vigilar. Los machos son sumamente competitivos controlando sus hembras y su territorio produciéndose escaramuzas y verdaderos combates en los que suelen morderse entre ellos, y cuyas huellas de mordidas ostentan orgullosamente los machos adultos, posando en su actitud típica sus contundentes 300 kg. Las hembras son más gráciles y pesan la mitad o menos que los machos, luego de parir la cría del año anterior, copular y amamantar, vuelven al agua con su cachorro que la sigue mientras se amamanta y aprende a capturar pescado, hasta el próximo ciclo reproductivo anual, en tanto que los machos alternan estadías en el agua con sesiones prolongadas de descanso en tierra formando colonias de “invernada” algunas de las cuales se asientan en los puertos y aledaños. Por lo tanto, todos los lobos que vemos en los puertos son machos de distintas edades…

Lobos marinos en los puertos: ¿visitantes o residentes?

Pero ¿Por qué eligen los puer-

tos? La explicación más simple es porque ellos estaban ahí antes que el puerto fuera construido, y es una especie de alta fidelidad al sitio, son muy adaptables y cuando los estímulos son repetitivos dejan de ser percibidos como amenaza, aprenden a tolerar al-

tos grados de presencia humana y los movimientos de estructuras o contaminación acústica pasan a ser no disruptivos. ¿Pero qué es lo que los atrae ahora a los puertos? Puede que nos resulte difícil sentir como lobo marino, pero las estructuras elevadas y lisas de hormigón como plataformas y pilotes se asemejan en su forma y la temperatura que adquieren por el sol a las explanadas y promontorios rocosos que solían habitar antes que otra especie el “Homo sapiens”, ( nos reservamos el segundo sapiens, ya que a veces hasta dudamos del primero… ) reclamara como suya el área costera para intervenirla y modificarla de formas que solo recientemente se han percibido como extremas y no sostenibles. La geomorfología costera marplatense y aledaños, con sus promontorios rocosos y acantilados es única en la provincia de Buenos Aires. Fue mapeada y descripta por los primeros navegantes y exploradores de nuestras costas: en 1578 Sir Francis Drake, denominó al actual Cabo Corrientes como “Cabo de lobos “y en 1581 Juan de Garay describió los enormes acúmulos de estos animales en la actual Punta Mogotes y Punta Cantera. En 1742, los náufragos del barco inglés “Wagner” sobrevivieron un año alimentándose de carne de lobo marino y las misiones jesuíticas del siglo XVII establecidas en Tandil, que mapearon la costa, denominaron a esta área “Cerros de lobos”. En 1748 el Padre José Cardiel recorrió y exploró 400 kilómetros de costa bonaerense, desde Claromecó a Punta Rasa, ubicando loberías en todos los promontorios rocosos: Punta Mogotes, Punta Cantera, Punta Piedra, Punta Iglesia, eran habitados por esta especie y la presencia de cachorros nos hacen poder afirmar que en ese entonces fueron colonias reproductivas. Los pueblos originarios realizaban una caza artesanal utilizando sus cueros y huesos para fabricar utensilios y probablemente consumían su carne. En 1826 el naturalista francés Alcide d’Orbigny del Museo de Paris explora la costa bonaerense y patagónica describiendo también la presencia numerosa de lobos en el área de la actual Mar del Plata y en la desembocadura del Rio Negro (actual colonia reproductiva de Punta Bermeja). Había loberías en todos los afloramientos rocosos y se calcula que en la región bonaerense podía haber unos 150.000 animales. En 1873 Patricio Peralta Ramos, fundador de Mar del Plata también hace referencia a la presencia de crías. Después de más de tres siglos de presencia documentada en estas costas, empiezan a desaparecer …se fueron desplazando hacia el sur hasta despoblar estas costas. Como sorprendente y mórbida curiosidad existe un registro del área de Punta Mogotes utilizada en 1895 como

campo de tiro al lobo, donde los turistas que eran tiradores iban a “ejercitarse”. Ya en 1897 el director del Museo de La Plata Fernando Lahille recorre la costa para establecer el primer centro de Biología marina de América del Sur y ya el área estaba despoblada de lobos, y en 1907 Florentino Ameghino visito el área y tampoco constata la presencia de la especie. Existen datos que en 1940 ya los lobos recomenzaron a merodear el área y a entrar al puerto cada vez con mayor frecuencia y lo que es más llamativo ¡es que comenzaron a permanecer ahí! El Puerto de Mar del Plata es el de mayor desembarque de pesqueras del país y es también puerto cerealero de ultramar; se comenzó a construir a fines del Siglo XIX y ya operaba en 1924. Es una “hoya” mantenida por dragado con una profundidad de 8 m en su canal de acceso de 80 m de ancho entre dos escolleras, Norte y Sur. Accediendo al interior del puerto los animales se acostumbraron a comer del descarte pesquero, abundante y fácil de obtener y en 1960 ya una cantidad creciente deambulaba por la banquina de pescadores, accedían a las cubiertas de las embarcaciones y se agrupaban para descansar en muelles y pilotes. Ya ningún área de operaciones portuarias estaba libre de su presencia por lo que comenzaron a producirse situaciones de conflicto y agresiones por parte de pescadores y portuarios. Los corrían con perros, los azuzaban con bicheros y hasta les disparaban con armas de fuego. Pero los lobos… ¡no se iban! El problema escalaba, hasta que a comienzos de la década de 1980 una familia marplatense, ”los Lorenzani”, conocidos por ser los mas importantes proveedores de cadenas, preocupados por la situación de los animales deciden hacer algo. El padre y los dos hijos entonces adolescentes, con recursos

propios y un par de voluntarios crean una ONG, la FUNDACION FAUNA

ARGENTINA, cuyo objetivo inicial fue preservar la colonia de lobos del Puerto de Mar del Plata que en ese momento estaba dispersa por muelles y banquinas. Muchos presentaban heridas principalmente por enredar su cuello en “sunchos“ que son aros de plástico o alambre que se utilizan en el enfardado pesquero y son intencional o accidentalmente descartados al agua; el lobo juvenil “juega” e introduce su cabeza en el aro, que queda retenido en su cuello y a medida que el animal crece va apretando y cortando su piel y tejidos condenándolo a una muerte lenta y dolorosa. Con sentido común y habilidad, los Lorenzani diseñaron un “corta sunchos“ artesanal, una hoz con un borde cortante en su lado interno soldado en la punta de un largo fierro que permitía actuar desde la distancia de un par de metros. Acercándose al sufriente animal cuando estaba dormido se introducía la hoz entre la piel y el suncho y el tirón del mismo animal al tratar de huir sumado a la fuerza del operador posibilitaba cortar el mortal lazo. Cuando se trataba de alambre esto no era suficiente, entonces adquirieron un rifle de dardos anestésicos y con la ayuda de voluntarios veterinarios dormían al animal para poderlo liberar. Desde el inicio de los 80 hasta el presente, la FUNDACION FAUNA

ARGENTINA ha logrado cortar un promedio de 100 sunchos anuales salvando las vidas de esos individuos. Pero las acciones de protección debían incrementarse, y por eso, se decidió ofrecerles un lugar más reparado, en 1986 con la colaboración de la empresa ACINDAR que donó los materiales, se cercó una plataforma de piedra hacia la punta de la escollera sur y se colocaron piedras y arena formando un ambiente protegido, con salida al agua y similar al hábitat que la especie elige en lo natural, de forma que se ejerció atracción por ambientación natural y los lobos se congregaron ahí. Así constituyeron una unidad de asentamiento, podían ser vistos por el público separados del mismo y de la circulación vehicular por una valla y durante las dos décadas siguientes la reserva de lobos de la escollera sur fue parada obligada de los visitantes del puerto. Sin embargo el problema no estaba resuelto, el puerto continuaba creciendo, la cercanía de la lobería al muelle de inflamables los exponía al contacto con hidrocarburos, muchos animales presentaban zonas de alopecia (peladura) y lesiones en la piel. A mediados de los 90 nuestro equipo que en ese momento pertenecía al Museo Argentino de Ciencias

Naturales, en colaboración con la Fundación Fauna Argentina y con financiación de la Comisión Europea y la Universita di Siena reali-

zamos un estudio de pelo, piel y sangre de estos animales, encontrando mas de 15 constituyentes de hidrocarburos y metales pesados en ellos. Ante esta situación y por gestiones subsiguientes de la FUNDACION FAUNA ARGENTINA con la autoridad portuaria en el 2002 se decide el traslado de la lobería a un emplazamiento mas cercano a la boca del puerto, de aguas más limpias y fluyentes. Aquí también gracias a la experiencia de la FUNDACION FAUNA, que realizó la ambientación natural a la que agregó olores y sonidos, los animales de congregaron con rapidez. En ese lugar se encuentran ahora, llegando a contarse en invierno más de 700 individuos. La población de esta

especie en el Atlántico sur está creciendo; una de las causas es el cese de explotación de los mismos en Uruguay y también el descarte pesquero, problema de “gran volumen” que los atrae por su calidad de predadores oportunistas. Así los machos que vuelven de asentamientos reproductivos como también los “sobrantes” que no reproducen, se agrupan en colonias de invernada. Por eso, la recolonización de áreas costeras por esta especie es un problema que posee muchas aristas y necesita de un abordaje multidisciplinario y interinstitucional dando cabida a los diferentes actores y participantes de la comunidad portuaria, urbana, científica y vecinal. Por constitución de una mesa conjunta de autoridades portuarias, ONG s y Universidad, el emplazamiento se encuentra protegido y sujeto a un plan de manejo, de conservación, investigación y educación ambiental, demostrando que se puede convivir con los lobos en los puertos. Un programa similar también con incorporación del asentamiento al circuito turístico se esta realizando en Puerto Quequén. A causa de la disminución de la operatoria por las restricciones de la pandemia en 2020-2021, los “lobos portuarios” se volvieron más confianzudos y comenzaron a ganar terreno, accediendo a calles del puerto, cercanía de edificios y galpones e incluso al área de locales comerciales y gastronómicos vacíos, eligiendo las áreas de asfalto caliente por el sol para agruparse y dormir sus largas siestas invernales. Para concluir: las colonias de lobos marinos del Puerto de Mar del Plata y Puerto Quequén, son las más numerosas de la Provincia de Buenos Aires y es innegable que la presencia de varios centenares de lobos deambulando dentro de un puerto constituye un serio problema que puede interferir con la operatoria portuaria y generar situaciones de peligro para las personas y los animales; por eso se han desarrollado planes de manejo con la cooperación de diversas entidades ya sean estatales, privadas y sociedades civiles, porque reconocemos a los lobos como habitantes habituales que deben ser protegidos y que constituyen una verdadera atracción turística que expande la conciencia ambiental y el acercamiento de los puertos a las comunidades. Se puede afirmar que el grado de modificación y antropización de ambiente costero no permitirá que estas loberías vuelvan a ser reproductivas, pero sí se puede protegerlas, dándoles la categoría de reserva faunística para que sigan siendo el lugar elegido para descanso y recuperación de los machos después de su temporada reproductiva en otras loberías tanto de la Argentina como de Uruguay. Las colonias de invernada de los puertos constituyen un verdadero “spa de machos“, donde descansan y engordan por la disponibilidad fácil de alimento, preparándose para la próxima temporada, donde los juveniles maduran y aprenden a relacionarse con otros machos y comienzan sus amagos de escaramuzas, y los seniles que ya no se desplazan a otras loberías y se radian de la actividad reproductiva anual, descansan de sus avatares pasados. Es responsabilidad de cada habitante de la Argentina que las generaciones venideras puedan ver en Mar del Plata los ejemplares vivos de lobos … y que no sea solamente la estatua que nos recuerde que ellos fueron los primeros habitantes de estas costas.

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