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La Escuela Austríaca, el Evolucionismo y Argentina
Matías BOLIS WILSON
Economista.
Hace algo así como veinte años empecé un cambio de perfil profesional. Formado, al principio, en finanzas y manejo de carteras de inversión me di cuenta de que eso no era suficiente para comprender el complejo mundo o tomar buenas decisiones. En mi recorrido, en esa primera etapa profesional, me tocó vivir varias crisis internacionales y locales como el Tequila, el Caipirinha, el fin de la Convertibilidad, la crisis de los Tigres Asiáticos, la crisis de las dot com de los 2000, la crisis Sub-prime, la crisis de 2001 del final de la Convertibilidad. Mi curiosidad me llevó a profundizar mis conocimientos en economía para superar la frustración generada por las crisis.
Así dejé mi perfil en el sector financiero y el mercado de capitales para dedicarme a la investigación.
Trabajé en un think tank (tan distinto al ambiente de los bancos y de las bolsas, al que estaba acostumbrado desde los 18 años). Fue mi primer contacto serio con la Escuela Austríaca, más allá de lo que pude estudiar en la Universidad. Recuerdo que uno de los directores de la fundación me dijo que los economistas de esta escuela eran menos del dos por ciento de los del mundo y que llegar a poder manejar la economía era una entelequia. Me dio gracia la expresión, pero después de tantos años, y con la realidad en Argentina actual, volví, una vez más, a los papers de Pensamiento Económico.
¿Es distinta la Escuela Austríaca de la Neoclásica?, fue una de las primeras preguntas que me hice. En mi tesis de la licenciatura en economía estudié la Revolución Marginalista, es decir el nacimiento conceptual de los neoclásicos. Pero, también, de la Escuela Austríaca. Carl Menger, William Jevons y León Walras desarrollaron los conceptos, casi al mismo tiempo y sin coordinación entre ellos, que mostraban al valor de los bienes como algo subjetivo, en respuesta a Marx que decía que el valor de las mercancías podía calcularse de forma objetiva sumando costos. Por su postura positivista (solo se estudia lo que puede “verse”), no tardaron en acusar a Marx de metafísico porque en realidad no podría medirse el valor de los bienes por la carga subjetiva que tiene (raíz claramente utilitarista) y, por esto, la ciencia económica solo podría estudiar el hecho que se ve: el intercambio. Cuando un bien se intercambia se convierte en mercancía y así surge el precio, que es cuantificable; lo que pasa por fuera de los mercados no debería ser objeto de la ciencia económica, de acuerdo a los marginalistas
Esta es la raíz fundamental para entender por qué para la Escuela Austríaca es central el desarrollo de los mercados libres, del individuo metodológico y de las señales de los precios. Y esta raíz conceptual es compartida por los neoclásicos y los austríacos. De hecho, Carl Menger, uno de los protagonistas centrales de la Revolución Marginalista, es el fundador de la Escuela Austríaca.
Pero, aunque no parezca, la Escuela Austríaca está considerada heterodoxa por ellos mismos (ver “Is Austrian Economics Heterodox Economics?” de Peter Boettke, un economista de esta escuela) y posee dos grandes divisiones hacia adentro: los seguidores de Ludwig von Mises (praxeología), que se consideran los únicos que tienen los lineamientos correctos austríacos (Rothbard, 1992); y los adherentes a Friedrich Hayek (con una noción más evolucionista y cercana al naturalismo). Ambos son discípulos de Karl Menger.
Este pequeño rodeo es para llegar a la pregunta de qué puede pasar en una Argentina con la Escuela Austríaca al frente. Primero, hay que admitir que la llegada de un presidente con este tipo de visión, estrictamente la Escuela Austríaca, ya es un hecho histórico de por sí. Segundo, para analizarlo más prolijamente, habría que separar el hecho en dos tiempos: por un lado, la estabilización de la economía que se está llevando adelante con éxito mediante un programa clásico (estabilización que, de todos modos, iba a pasar por la política económica o por la realidad, y siempre es preferible la forma ordenada de la política económica); por otro lado, la etapa del desarrollo de la Argentina a mediano y largo plazo. En este segundo tramo es en el que deberían revelarse los indicios de hacia qué parte de la Escuela Austríaca va a orientarse la política económica: hacia Mises o hacia Hayek. Hay justificaciones en Rothbard de que la visión de Mises es la que hereda los fundamentos de Menger. Otra parte de la biblioteca dice que las ideas de Menger fueron el puntapié inicial para que Mises desarrollara su epistemología y metodología y que la herencia no es única y justifica, también, el desarrollo teórico de Hayek, más orientado al natura- lismo, empirismo y evolucionismo de las ciencias naturales. Mientras tanto, habrá que esperar que las bases de estabilización estén definitivamente establecidas.

La economía es compleja. Por eso existen escuelas y teorías diferentes. Aferrarse a la doctrina es peligroso, porque es perder la función crítica de cualquier científico. Creer que existe una “verdad revelada” o leyes inamovibles como si fueran la ley de gravedad para la física, dificulta el avance del conocimiento en esta materia. La posible aplicación de modelos nomecanicistas que vean sistémicamente a la economía como un conjunto de interacciones me entusiasma para la segunda etapa de este gobierno. Después de todo, la economía es una ciencia social.
Aunque las experiencias internacionales sobre la aplicación de los conceptos de la escuela austríaca (sean de Hayek o de Mises) no fueron puras, sino que, más bien, fueron una combinación ad hoc de distintas visiones y escuelas. Esto abre, justamente, la posibilidad del desarrollo que tanto anhelamos, no a través de la aplicación de conceptos mecanicistas, sino de entender las falencias, limitaciones y oportunidades a través del recorrido histórico de nuestro país. Ahí está el desafío.
Si Argentina quiere venderle al mundo su valor agregado (lo que implica la creación de empleo genuino) tiene que pensar que va a competir con un número grande de países no solo por el precio, sino por la calidad. Y ahí es donde entra el dilema de cómo mejorar ese valor agregado para volvernos cada día más atractivos y salir de la trampa de los países de ingreso medio. Por eso, no queda mucho espacio para seguir ensayando programas. Hay claramente países con una velocidad de avance tecnológico y desarrollo, y otros que van mucho más lento. Y no estoy seguro de que esa brecha tienda a cerrarse. Para eso, Schumpeter (otro economista que podría considerarse originalmente como austríaco), con su concepto de destrucción creativa como entendimiento evolutivo de la innovación, el crecimiento y desarrollo, la función empresarial como motor del avance del capitalismo, puede aportar una clave. Argentina puede convertirse casi en lo que quiera. Pero lo que no parece justo es que nos hayamos detenido en el camino del crecimiento hace más de trece años. Nos queda preguntarnos qué país queremos los argentinos. Reducir las crisis internas y protegernos de las externas puede darnos una pista para la respuesta. Y si eso viene de la mano de la Escuela Austríaca, el tiempo lo dirá. Y, por supuesto, será bienvenido.
