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Cambiar la historia energética de un país
Velentín Guitiérrez
Economista de la Fundación Libertad y Progreso.
Como tantas historias hay de héroes argentinos, retomo ahora la de José Fuchs y Humberto Beghin en Comodoro Rivadavia: un pueblo ventoso recién nacido en la Provincia de Chubut, de condiciones hostiles, sin agua y lejos de la metrópoli. Allí, una hazaña sin precedentes y un telegrama que quedaría para la historia. Con fecha del 13 de diciembre de 1907, data en un mensaje que iba dirigido a la Dirección General de Hidrología, Geología y Minas del Ministerio de Agricultura de la Nación a cargo del ingeniero Enrique Hermitte: “Perforación sigue bien profundidad quinientos treinta y nueve metros. Inyección sube siempre espesa con kerosene. (…) Garantizamos que es kerosene de la mejor calidad”. Los hombres ahí reunidos habían decidido desafiar los límites y llevar la máquina perforadora hasta su máxima capacidad. Ese día, el destino de la Nación había cambiado para siempre: Argentina sería un país petrolero. Donde descansa hoy el Museo Nacional del Petróleo, nació definitivamente el primer pozo de petróleo en el país. Al recibir la noticia, el gobierno del presidente Figueroa Alcorta decidió actuar rápidamente, dictando el 14 de diciembre de ese año un decreto de reserva petrolífera que abarcó miles de hectáreas alrededor del pozo, declarando el área como reserva del Estado nacional.
Desde entonces, la historia petrolera y energética argentina avanzó con ideas disímiles. En 1922, la creación de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) bajo el gobierno de Yrigoyen, y el nombramiento a cargo de esta del General Mosconi, durante el gobierno de Alvear. Más tarde, el creciente intervencionismo de Perón, la Ley de Inversiones extranjeras de Frondizi, las privatizaciones de Menem y las expropiaciones del kirchnerismo, por nombrar algunas. Todos estos episodios dan muestra de la falta de estabilidad de política pública en el sector. Más aún, ninguna de estas estrategias logró marcar un rumbo a seguir y convertir al sector energético en algo equiparable a lo que es la producción agrícola y ganadera en nuestro país. Eso, sin embargo, puede estar a punto de cambiar.
El desastre energético populista
Los mercados energéticos son extremadamente complejos. Entre sus características están que son intensivos en capital, con altos costos fijos que funcionan como barrera de entrada, que cuentan con recursos de carácter agotable, localizaciones especiales, diferencias de costo, diferencias de calidad y más condiciones particulares. Aunque eso es solo el principio. Sucede que las actividades de energía son las que generan mayor cantidad de rentas, dando lugar a formas de mercado muy diferentes que van desde la competencia perfecta hasta los oligopolios y mo- nopolios.
el nivel de tarifas debe seguir criterios económicos y sociales rigurosos, manejándose la cuestión de manera profesional para evitar las peores consecuencias
De ahí la necesidad de regulación a la que se da lugar, y con ello, el trilema energético; dado que las empresas del sector operan bajo condiciones impuestas por el Estado, el trilema que enfrenta el regulador es el de asegurar al mismo tiempo la accesibilidad, la sostenibilidad financiera y la calidad de los servicios energéticos. De esta forma, cuando aumentan las tarifas que pagan los usuarios mejoran los últimos aspectos, en detrimento del primero. Y cuando las tarifas se reducen o se retrasan con respecto a la inflación, mejora el primer aspecto, empeorando los otros dos. Por esto, el nivel de tarifas debe seguir criterios económicos y sociales rigurosos, manejándose la cuestión de manera profesional para evitar las peores consecuencias. En la Argentina, déjenme decirles, nada más lejos de la realidad
En economía, la forma correcta de dar subsidios es mediante la Comprobación Previa de los Medios de Vida - como en Chile. Esto es, con encuestas directas a hogares que permitan identificar quién necesita el subsidio y quién no. De otra forma, sin una población objetivo clara corremos el riesgo de cometer errores de inclusión o exclusión, es decir, que se subsidie a quién no lo necesita o se deje fuera a quien sí. Ahora bien, ¿qué pasaría si en lugar de seguir hogares, extendiéramos los subsidios discrecionalmente por todo el territorio del país? Entonces el error de inclusión se maximiza, el costo fiscal del subsidio se vuelve insoste- nible y el sistema se hace tremendamente regresivo, puesto que los mayores beneficiados son quienes más energía consumen (usualmente los más ricos). De tal forma, nos paramos solo en una esquina del trilema, cayendo la sostenibilidad financiera y la calidad de los servicios energéticos. Pero anteponer la accesibilidad a toda lógica económica, obviando las otras puntas del trilema, nos trae ahora a una situación crítica. Y lamentablemente, solo hay una forma de arreglarlo. Incluso cuando el costo político de hacerlo no será asumido por quienes generaron el desastre.
Si a esto le sumamos que los mencionados subsidios se pagan con impuesto inflacionario generando distorsiones de precios en contra de la eficiencia energética; escándalos por expropiaciones ilegales que suman miles de millones de dólares; mecanismos de precios máximos por barril criollo que desincentivan la actividad; carísimas importaciones de buques de GNL; y efectos indirectos por cortes de energía, lo cierto es que enfrentamos el peor de los mundos. El desastre energético populista se hace realidad.
Entre el peligro y la oportunidad
Con lo anterior, estamos ahora en una situación de emergencia energética, como bien declara la Ley Bases. Pero esa no es la historia completa; ocurre que este año Bolivia dejará de exportar gas a la Argentina, al tiempo que nuestros precios de exportación están cayendo y será difícil conseguir energía en otro lugar. Baja a su vez el rendimiento de nuestros pozos de gas y petróleo conven- cional, aumenta la presión por recursos a nivel mundial y nos vemos obligados a subir tarifas en el segundo invierno más frío de los últimos 60 años. Con todo, solo hay una salida para la crisis y nuevamente el 2024 parece ser un año de transición: es tiempo de desarrollar las energías de nuestro país.
Como todo desafío, lo anterior implica también una nueva oportunidad. Aunque la tarea que tiene la Argentina por delante no será fácil. Y es que el desarrollo de recursos naturales tiene riesgos. En la historia, los primeros economistas clásicos como Adam Smith o David Ricardo creían profundamente que los países bendecidos con recursos naturales podían basar su desarrollo en esos recursos. Más tarde, la tradición fue continuada por los postwar economists, como Rostow, que creían que la explotación de recursos naturales podía facilitar el desarrollo industrial al crear mercados y promover la inversión. En los últimos años, la literatura no es tan clara.
Como si algo maligno se escondiera en el recurso natural que se apodera de los hombres, se teme ahora que los países con abundantes recursos naturales pueden sufrir lo que se conoce como Natural Resource Curse; la maldición de los recursos naturales. Entre los casos se cuentan la creciente exposición a la volatilidad en el precio de commodities; el exceso de confianza que inducen en los gobernantes los recursos naturales como fuente de riqueza, conduciendo a la mala administración; la corrupción y peleas por apropiarse del recurso natural; los comportamientos de rent-seeking o la enfermedad holandesa, donde la apreciación cambiaria por la entrada de capitales para explotar el recurso hace menos competitivos a otros sectores. Son todos casos de la maldición y Argentina debe procurar no caer en ninguno de ellos.
Un nuevo punto de inflexión
Finalmente, con el aumento de la inversión permitida por el RIGI el sector energético no deja de sumar buenas noticias: la generación de energía nuclear está ahora en máximos históricos; la producción de gas y petróleo en su nivel más alto en casi 20 años y si tomamos el no convencional en niveles récord; el gasoducto NK en récords de transporte; la Balanza Comercial Energética acumula superávits por USD2.934 millones en 2024. Todo apunta a que la Argentina pasará de importador neto de energía a convertirse en exportador neto de ahora en más. Que todo esto pueda continuar y podamos sacar las mejores recompensas del esfuerzo dependerá fundamentalmente de que logremos batir el riesgo país y conseguir la seguridad jurídica que necesita el sector. Hacerlo significará mayores puestos de trabajo y generación de divisas, más y mejor infraestructura, mayor recaudación para los Estados Nacional y Provinciales, y consecuentemente, mejores servicios energéticos para todos. Estamos ahora en un nuevo punto de inflexión: como aquellos hombres valientes en Comodoro Rivadavia, tenemos la oportunidad de escribir una nueva página en la historia energética de nuestro país.
En economía, la forma correcta de dar subsidios es mediante la Comprobación Previa de los Medios de Vida - como en Chile. Esto es, con encuestas directas a hogares que permitan identificar quién necesita el subsidio y quién no. De otra forma, sin una población objetivo clara corremos el riesgo de cometer errores de inclusión o exclusión, es decir, que se subsidie a quién no lo necesita o se deje fuera a quien sí. Ahora bien, ¿qué pasaría si en lugar de seguir hogares, extendiéramos los subsidios discrecionalmente por todo el territorio del país? Entonces el error de inclusión se maximiza, el costo fiscal del subsidio se vuelve insoste-
el nivel de tarifas debe seguir criterios económicos y sociales rigurosos, manejándose la cuestión de manera profesional para evitar las peores consecuencias “ ”