Café con canela y letras - Antología

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Café con canela y letras


Café con canela y letras / Norberto Osvaldo Ramazotti ... [et al.]; compilado por Norberto Ramazotti. - 1a ed ilustrada. - Vicente López : Norberto Osvaldo Ramazotti, 2017. 74 p. ; 22 x 15 cm. ISBN 978-987-42-4713-1 1. Antología. 2. Cuentos. 3. Poesía. I. Ramazotti, Norberto Osvaldo II. Ramazotti, Norberto, comp. CDD A863

Primera Edición: julio de 2017 Tirada: 100 ejemplares © de los textos: Diana Mesterman, Ester Moro, Gabriela Garro, Norberto Ramazotti. © de esta edición: Norberto Ramazotti Compilador. © de las imágenes de esta edición: Gabriela Garro Arte de tapa: Daniel Frini Diseño y maquetación: Daniel Frini Edición: Barrio Sur Ediciones Este libro no puede ser reproducido, ni total ni parcialmente, ni incorporado a un sistema informático, ni transmitido en cualquier forma o cualquier medio, sea mecánico, electrónico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo y por escrito de los titulares en copyright.

ISBN 978-987-42-4713-1 Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723 Impreso en la Argentina Printed in Argentina.


Deseamos expresar nuestra gratitud al entañable y cálido Chemichaux, refugio donde alzan vuelo nuestros sueños. En este ámbito se siembran palabras, ideas, sonrisas para poder compartir nuestras creaciones literarias en el Paraíso de las Letras, saboreando una humeante taza de café. Diana Mesterman



PROLOGO Celebración de la amistad: esa es la sensación, ese es el testimonio de estos textos. Y esa es quizás, una de las razones de ser de la literatura. Me corrijo: esa es, quizás, «la» razón de ser de la literatura. Diana, Esther, Gabriela y Norberto tienen voces disímiles; su forma de escribir, la historia de cada uno de ellos, sus vivencias; son dispares. Pero aquí reside la importancia de este libro; en esa búsqueda, tan humana, de un espacio común donde cada uno pueda dejar volar su imaginación y traducirla en un relato, en un poema; y ser escuchado. Y escuchar. Y crecer. Se me ocurre que, gratamente, no hemos abandonado el cálido fuego que reunía las historias contadas antes de la tecnología desenfrenada; que solo han cambiado las formas, pero no ha mutado esa percepción de cobijo, de comunidad y de pertenencia. Ahora, en vez de transcurrir las noches sólo alumbradas por la luna y las estrellas, las reuniones se hacen los viernes, al caer el sol; en lugar de un terreno preparado para soportar el fogón, las reuniones habitan el cálido Chemichaux; y en vez de fuego, hay un humeante café con canela. En aquellas noches lejanas, el crepitar de las maderas quemándose y la luz naranja de las llamas tenían la misión de ahuyentar soledades. Hoy, ese café compartido, llave de las historias, tiene la misma función. Y este hermoso libro es el que nos permite asomarnos a esa celebración. Daniel Frini



Diana Mesterman


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Diana Mesterman es profesora especializada en Enseñanza Elemental y Preescolar, recibida en el I.S.F.D (Instituto Superior de Formación Docente). Siempre sintió una gran pasión por Las Letras. Publicó poesías y cuentos en diversas editoriales, entre ellas: AQL (Libros Galería), Lunes al atardecer (Antologías correspondientes a la Biblioteca Delom, con la coordinación de Santiago Espel), Al desnudo y Huellas a la Mar (ambas de Ediciones Literarte, bajo la supervisión de Graciela Pucci). Además, participó en Revistas Literarias como Ventanal, creada por Ester Caputto, De Raíz Letras, ideada por Cecilia Ortiz, y Literarte, soporte papel y digital, donde actualmente continúa interviniendo. También obtuvo Menciones de Honor en Ediciones Baobab, donde aportó material literario e intervino en diversas Agendas Poéticas. Asistió a los Talleres de los escritores citados. diamym20@yahoo.com.ar 10


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Pasajero del viento Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy. El río anuda al mar su lamento obstinado. Pablo Neruda

Lunas de otoño despiertan mi piel ojos de nácar abrazan tu mirada —febril dilema— Anochecido el mar rostros de ámbar me dictan en la sombra una a una las letras de tu nombre. Camino ausente de mañanas donde la brisa me lleva. Siento estremecida tus tibias manos. Los confines de un continente acontecen luminosos en el tiempo. Tiempo donde la imagen del amor ya no es disfraz del olvido donde tu cuerpo —desnudo entre las letras— madura —fruto abierto al sol— donde tu corazón despliega una retenida dulzura. Arriban tus palabras tejidas con finas hebras de miel y oro. En las esquinas cada uno de tus pasos se perfila en los contornos y tú apareces —amante púrpura— fugaz pasajero del viento. 11


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Poesía Parece que ya nunca vendrás poesía y sin embargo....... Tu vals tenue esta tarde sobre el silencio árido, transitas por el borde y mi pluma clamando. Gacela fugitiva de páginas en blanco, sobre todo vacío tu nombre dibujando. A ver si acudes en este tiempo pálido, de mis noches sin luna a mi sangre temblando, algún perdido acorde lentejuelas y tango. Gacela del ocaso si vuelves, ah da color a mis labios.

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Encuentro Miradas de fuego incendian sensaciones juego en la seducción cómplices caricias desnudan las almas manos inquietas vibran en el esplendor de la piel jugueteo de labios en deseo recorren laberinto de los cuerpos se rozan en la búsqueda lujuria de los sentidos penumbra de infinitas formas suaves gemidos en la inmensidad de la noche aullido del viento azota ventanales hoguera infernal que desvanece sus llamas cuando el sol despierta.

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Pájaros al amanecer Las bandadas de pájaros atraviesan la luz como barrilete de trinos maravilloso triángulo del aire, puente de alas hacia las estrellas.

Tierra Madre Renazco a cada vuelta del día en las mañanas frías o calladas en los silbidos del viento en el soplo inmenso de una sonrisa. Mis huesos hilan la silueta de un cerezo en primavera y yo renazco Tierra Madre en la mirada abierta del amanecer.

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El verso No llegaré al final del verso todas las palabras soltarán sus cuerdas ya no serán fieles furgones de los ferrocarriles eternos del Lenguaje. No llegaré al final del verso diciendo que el hombre pudo hablar hasta el éxtasis y tuvo miedo. Hablo de mí. No llegaré al final del verso porque es el verso quien me escribe.

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Eco Los días que llegan grises aunque brille la vida caben en una oscura nada, cuesta creerlos. Bastaría cerrar el tiempo guardar las palabras en sueños retroceder al encuentro en la siembra del deseo. De tanto en tanto, las utopías nos guiñan un ojo cómplice, entonces es posible cambiar una sombra por un beso una lágrima por una sonrisa un quebranto por un verso. No hay piel que resista mil inviernos ni ocasos eternos ni soles sin lunas ni quimeras al desnudo. Todas las llamadas tienen eco todos los ecos, esperan respuesta las cenizas retroceden con el viento y el color de la vida trasmuta su tinte incipiente alborada tras la ausencia.

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Desierta en azabaches Queda la noche perfumada de nogal y recordar, no es posible y tampoco volver a tejerme la mirada al ritmo de tus versos tan amados. Queda la noche caracoleando en lo ácido, queda una música de arpa y ningún violín que susurre tus acordes. En mi jardín, ausente añoré tu presencia y deliré aguardándote. Y aguardar no es posible y tampoco quebrar esta clepsidra si se dispara trampolín hacia el alba. Queda la noche desierta en azabaches y solloza mi sombra, deshojado pétalo del alma. Queda la noche hechizando el nácar de luna y mi huella en ocaso anida su agonía.

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Pájaros inquietos Manos que tiemblan como pájaros inquietos ávidos de horizontes posados sobre un arco iris de madera. Alas surcadas por canales nudosos que llevan hasta la recóndita profundidad de la carne. Manos que aprisionan los colores y latidos de la vida hacia el interior de laberintos inundados por la luz de una luciérnaga fugitiva. Manos que desean volar lejos y sólo se abren en abanicos de pétalos ajados. Esas manos impertinentes, vagabundas sin caminos absorbentes de lágrimas y alegrías silenciosas que palpitan, sollozan y ríen reflejándose en espejos de lagos estremecidos por un viento de poemas. Manos donde la vida está hecha ojos, líneas y formas con perfiles sin imágenes puentes por los que se penetra a un universo creado por resplandores de sombras transparentes. Esas manos, pájaros encadenados apoyados en un bastón sobre el ojo del mundo. Las del misterio, los sueños,la muerte. Las manos de Borges.

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Melancolía Sublime adolescencia corazón que aprende a latir sentimiento que germina, pasión que talla el alma. Primer beso, dulce delirio recelos confusos surgen de mi ser. Designios del azar incógnita de mis sentidos, ópalo de luz eclipsa mi reflexión. En mis manos estuvo el amor todo y todo se me ha ido de las manos. Desgarré mis entrañas forjando a hierro vivo el recorrido de una lágrima.

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Sueños Solos entre la espesa niebla nocturna, soñábamos nuestros sueños y un enorme globo rojo acunaba las cabezas. No hay luna que opaque nuestro abrazo. No hay sol que abrillante más palabras que las mías, alimentando un ocaso que quiere ser luz. Te digo, entonces : "No es más que el misterio de todas las cosas" El universo en su quietud de mar, una cintura de arena dibujada sobre la pared . Y la música.... Explotaban los violines en horizonte de corcheas diminutas como hormigas, saltando del violín al contrabajo, del chelo al cielo. Y otra vez más, cual terciopelo azul, aquel compás inolvidable haciendo honores al amor.

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Sombra Último límite del cuerpo. El amor y su sombra sobre la estela de la pared vacía. Últimas palabras antes que la sombra eche a volar sobre mi espalda. Antes que la luna en su esfera de luz me rodee con sus manos y nada sabré entonces de aquellos días cuando tu risa estallaba en todas las esquinas. Última mirada, triste eslabón de la noche perdida entre auroras sin dueño. Última sílaba, sí, última esquela de voz. Mi nombre en tus labios una vez más conjurando al olvido.

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Pura sal y espuma Me conmuevo en mar majestuosa quietud lleva dentro el corazón de la agonía nocturna. Una Alfonsina eterna en mis entrañas Un malecón pirata anclado en el fondo de la nada. Mar en plenitud salpica tu verdor en melodías , genuina música en tu alma. Mar de adormecidas esperanzas seduce a los hijos de esta tierra abrillanta sus sueños entre olas y pincélales matiz de tus corales y a mí tu enamorada hazme tuya mar tómame cubre de algas mi cuerpo y sálvame bésame los labios como besas los abismos de las más bravas costas, cantiles a la deriva. Mar , tu abrazo es refugio sálvame conviérteme en tu heredera, pura sal y espuma flotando en tus orillas.

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Abrigo de luz Alcánzame al poema allí, junto a la música mayúscula, ceñida. Escríbeme a su trazo descansa sin permiso ajeno a lo mediocre pendiente de tus huesos. Regresa por la letra abrigo de luz en la noche. Enciende la memoria que te acaricie al tiempo si te conmueve el alma que te estremezca el cuerpo.

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Edén Me confundo en el edén de las letras las letras encienden mi Eva y danzo en el soñado jardín mi jardín de paraíso paraíso de vida vida en el árbol árbol de prohibido fruto y la mirada de Adán me realza me estremece hasta el delirio y repito la historia genuina fantasía y el carmesí del manzano me regala su frescura frescura de Venus Venus en mi hechizo de cristal, de fogata de mujer el sueño de mis sueños. Desnudo mis tabúes bajo una hoja de parra y las palabras susurran su estética. La frescura me regala su aliento

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de luces y sombras de sombras y luces. El farol de las letras es sólo rocío de luz luz de poesía, luz del alma, luz de amor efímera mariposa de inspiración y las palabras me acarician. Mis sensaciones recorren sus senderos con los aleteos de mi mariposa y me poso en una flor libo de su néctar pincelo sus pétalos con los matices de mi sello y les pongo nombres los nombres que Dios grabó en mi alma, en mi mente, en mi cuerpo los nombres de la poesía en el edén de las letras.


Rosa Esther Moro


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Nació en CABA y reside en Vicente López, donde desarrolló su actividad literaria. Colaboró en revistas zonales, entre ellas «Literarte» y, actualmente, en las antologías anuales «Al desnudo». Con esta editorial editó su primer libro «Rastros del Fuego» (poesía y relatos cortos). Recibió menciones de honor en concursos organizados por Ediciones Mis Escritos. Participó en la antología «Letras en la piel». La misma editorial seleccionó un cuento para la antología «Puro Cuento». Resultó finalista en poesías y cartas de amor, en el mismo sello editor (2010). Editorial Dunken seleccionó uno de sus cuentos para integrar el libro «Los rostros y las tramas» y, en 2017, volvió a seleccionar otro cuento suyo para un nuevo libro. Publicó cuentos y poesías en Ediciones Aql, y «Palabras de amor» con la editorial Letras Nuevas. Formó parte de la revista «De Raíz letras», proyecto de la escritora Cecilia Ortiz y, actualmente, en su revista digital. Participó, hasta 2014, en la Biblioteca «Bernardo Delom», en el taller coordinado por el escritor Santiago Espel; y participó en las antologías anuales. En 2015, Ediciones Mis Escritos le otorgo el primer premio por su poema «Ojo Oblicuo»; en el 13er Certamen Internacional de Poesía. Posee dos blogs: «Fuego no desperdiciado» (esthermoro.blogspot.com) y «Tu voz y mi palabra» (esther-moro.blogspot.com). Es autora de dos libros: «Rastros del Fuego» (poemas y cuentos breves) y «Ojo Oblicuo» (poesía), este último resultado del primer premio mencionado. Pertenece al grupo «Literarte». esthermoro7@yahoo.com.ar 26


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Miércoles negro Por que te roban Eulogia, carnavaleando

Entonces me miró; mirada sin atuendos. Se sentó a mi lado, después de acomodar el cartel que enarboló en la marcha en la cual participamos. Sus manos firmes, definitivas; alas en reposo, quietas sobre su falda Estábamos sentadas en un banco de la Plaza, que comenzaba a desalojarse; húmedas y cansadas. Ya no llovía. La convidé con un café; sonreímos cuando la bebida tibia nos acarició los labios. —Soy Eulogia. Nací pobre y mujer Lo dijo claro y sin concesiones, sin que yo lo esperara. Solo pude expresar, que yo también era mujer, y que era de aquí nomás, que estudiaba abogacía y que había marchado porque…, no sé qué más dije,

me sentía algo tonta explicando lo que era evidente. Ella volvió a mirarme desde ese lugar de su interior habitado por su sola voz. Voz conquistada, pensé, para desalojar otras voces depredadoras de su fortaleza. Y así, comenzó a hablar, como si siempre hubiera estado sentada a su lado. —De animal joven mi piel, un buen día —comenzó a pensar por su cuenta buscando expresarse—, la noche me encontró con su seducción. Noche de comparsa y jolgorio y me robaron, como robaron a la pomeña, que lleva mi nombre, carnavaleando. La madrugada se llevó la 27


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noche, y me devolvió al gesto preocupado de mi madre, el mismo que observé mientras crecía mi vientre y desaparecían mis lunas. Mi madre no dijo nada, ella nunca decía nada. Cuando le nació el nieto, lavo más ropa, amaso más pan. Sus manos nudosas y ásperas, acariciaron, y sus brazos acunaron al niño, y agradeció a la Virgen que fuera un niño La mama, quiso que yo volviera a la escuela. Así que nos repartíamos el trabajo, el estudio, y la crianza del niño. Ella en silencio, ordenaba el mundo para que fuera más bueno. Pero también estaba el viejo. A veces, cuando me quedaba sola, sentía sobre mi cuerpo su presencia amenazante; casi no me dirigía la palabra, pero me miraba, y su mirada me penetraba en el horror que después conocería muy bien. En un atardecer, donde solo se escuchaba el río y su olor húmedo cargaba el aire de pesadumbre, tendía ropa en el cobertizo para resguardarla de la lluvia que se anunciaba, cuando lo sentí a mi lado. Me di vuelta y lo enfrente, y vi su bestialidad contenida, desatada. Quise escabullirme, pero él me abofeteo y se me echo encima. Me tiro sobre un montón de trapos viejos, esos que mi madre juntaba y luego vendía. Me destrozo la ropa tratando de arrancarla. Y fui grito que nadie escucho en ese paisaje oprimente, donde mis uñas se alargaron y mi cuerpo se hizo muralla y golpe, que el maldito no logro quebrar. Mi madre, cuando llegó a la casa, observó y no dijo nada, como siempre, pero entendiendo todo; curo de mis lastimaduras, junto mis cosas en un bolso, me dio dinero y me dijo «Vaya, mi hija, yo le cuido la criatura. Busque un trabajo, que nada bueno hay para usted por aquí. Venga a ver a su hijo; y, si le sobra un peso, acérquemelo». En Iguazú conseguí un trabajo provisorio, del que apenas podía vivir, y un lugar con las monjas, donde dormía y a veces comía. Sabía que allí no podía quedarme, que era provisorio, a menos que entrara al noviciado y no, yo no quería esa vida. Pero el diablo andaba detrás de mí y no me percate de su hedionda presencia, absorta en tratar de mantenerme en pie y en el camino. Él estaba atento, y caí en su trampa, otra vez. Una mujer de la ciudad, me ofreció un buen trabajo en una agencia de viajes, en Rosario. Me 28


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entusiasmo la idea, aunque no quería alejarme tanto de mi hijo y mi madre, pero esta mujer me dio tantas referencias y ofreció un abanico de posibilidades tan amplio; que al final, cedí. Me fui a despedir de la mama y de mi hijo, que crecía sin reconocerme. Pensé: cuando tenga mi lugar, me llevaré al niño y a mi viejita, si ella quiere. Al otro día salimos, muy temprano. Llegamos a los suburbios de la ciudad santafecina, pasado el mediodía. Hacía calor. Nos instalaron a los fondos de un local de aspecto oscuro, en una barraca que tenía lugares separados por paneles de aglomerados, con una cama y un armario. Me designaron un espacio. En los otros lugares había mujeres durmiendo y otras a medio vestir, que me observaban con una mirada que no llegué a entender en ese momento. «Explíquenle cómo son las cosas por aquí». Les dijo la mujer que me contrato. Yo, desconcertada, me aferraba a mi bolso. No era lo que esperaba, y algo parecido al miedo comenzó a estrenarse, produciéndome un estremecimiento. Entre a transitar por un callejón sin salida. Por rebelde, fue más doloroso. Fui golpeada, atada y confinada en un sótano tenebroso; y, finalmente, amenazada con el bienestar de mi hijo; del que dijeron que si hacia lo que debía, iba tener todo lo que necesitara, y si no, primero él, y después yo tendríamos un final no deseado. Al fin accedí; con el tiempo descubrí que fui vendida. Vendida por el Viejo, mi abuelo. Anduve por muchos lugares. No nos dejaban mucho en el mismo sitio. Gracias a Dios que no alcanzaron a sacarme del país. ¿Que cómo salí de esto querés saber? A lo mejor por un golpe de suerte, o porque hay mujeres que se ocupan en descubrir estos lugares, porque le desaparecieron familiares, o porque solo buscan hacer lo que se debe. Eso fue lo que paso. Una de esas organizaciones, a la que ahora pertenezco, encontró ese lugar donde yo estaba. Y llegaron justo a tiempo. Ya iban a levantar vuelo. La cana y el poder, que también están metidos en el negocio, siempre le avisaban. Sin palabras, solo pude balbucear «Lo siento». Pero lo que sentía era una tremenda culpa por mi vida de estudiante que todavía vivía con sus padres, por pertenecer a este sistema 29


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depredador, donde las vidas son mercancía, y donde vivimos dormidos, ausentes, no conociendo esta cruel realidad. Y si lo sabemos se deja de lado, ocupándose en resolver urgencias de la existencia. —Tranquila mujer —dice, generosa—. Yo pude salir adelante, ahora estoy terminando mi carrera de trabajadora social. Además, empecé a cursar psicología. Tengo un trabajo, mi hijo, ya casi adolescente, vive conmigo, tengo una pareja. Y sobre todo tengo mi militancia, que me salva del resentimiento. Se puso a lloviznar de nuevo, y el cielo protestaba. Nos levantamos; teníamos los pantalones húmedos de estar sentadas en el banco mojado. Nos miramos a los ojos y nos abrazamos un rato, y casi sin palabras nos despedimos. Cuando me di vuelta para pedirle el teléfono, ella ya había desaparecido.

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Yo, mujer Ella sentía la mano del hombre sobre su cuerpo, preservándola cuando otro macho del montón que vivía en la cueva la tocaba con intenciones de tenerla. El, beligerante abría zarpas y rugía con descontento. Ella sintió: yo mujer. El fuego de la fogata se extinguía, mientras los primeros rayos del sol anunciaban el día. Salió de la oscuridad de la cueva, gruñéndole al hombre que cuidaba la entrada. Él dejó que pasara sin mayor dificultad. Era respetada en la comunidad por pertenecer al grupo de mujeres que conocían el secreto del fuego. Se alejó unos metros de la fogata. Un rayo de sol le iluminó el pelo abundante, rojizo y largo. Su cuerpo rotundo iba apenas cubierto con pieles. Olfateó el aire y se echó sobre la tierra, también husmeándola, rastreando alguna presencia animal no deseada. Corrió hasta una arboleda y tomó unos frutos que mordió con ganas. Siguió andando hasta una laguna, volvió a olfatear, se acerco a la orilla y se observó en el espejo transparente y verde; y, desde las entrañas, con voz gutural, dijo: «Yo, mujer». Hundió su cuerpo en el agua fría, retozo un rato y salió sacudiéndose con energía. Arregló su pelo y le enredo unas cuantas flores de un arbusto cercano. Con esa conciencia fue buscando el lugar, un sitio que estimó como propio. Un árbol enorme reinaba absoluto en el lugar. Al acercarse, una colonia de monos comenzó a chillar. Pájaros e insectos, hacía rato que ya eran algarabía ensordecedora. Con sus manos arrancó hierbajos, junto ramas. Acarreó piedras desde los roquedales. La gente, su gente, se acercaba curiosa. Ella mostró sus dientes para que no avanzaran. El hombre se quedó allí, a cierta distancia, atónito; sin saber qué estaba mirando. No entendía lo que ella estaba haciendo. Edificó su casa bajo el árbol. La forró con pieles. 31


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Construyó un cerco, con ramas, alrededor de la vivienda. Se mudó sola al lugar, y en el atardecer prendió el fuego. Con el tiempo aprendió, en su forrajeo, a distinguir los plantones que tenían raíces; y los planto. Después, por casualidad, o tal vez o por esa voz que le decía «Yo, mujer», cayeron las semillas. Con asombro vio cómo rasgaban la tierra y se estiraban hacia el sol. Las cuido con respeto y amor. El hombre se mudo. Trajo la carne de sus cacerías, que se secaba al sol. Protegió el nido, mientras ella abría piernas y paria el hijo que acunaba en sus brazos. Todo creció. Se hizo tiempo. Y «Yo, mujer» siguió hablando. Sobre la piedra molió la avena y el trigo de su huerta, amasó el pan y cocinó la carne. Domesticó animales, tejió la lana y levantó un altar agradeciendo a la voz «Yo, mujer». Escribió sobre la piedra, con su sangre menstrual, el misterio de la luna alumbrando y oscureciendo las noches y dándole medida al tiempo. Y todo paso hasta el momento en que fue destronado el «Yo, mujer» para quedar solo sombras de ese apogeo. Apenas fue madre, apenas esposa; la voz acallada en las estocadas de ese tiempo que la hizo una desconocida de ella misma. Todo ese conocimiento revelado creando vida, conocimiento de ser, combustible de hogueras y represión; represión de pelo oprimido, de corsés ajustando; cinchas domesticadoras de ideas. Ajustes para ser niñas buenas, educadas, mascotas. Diversión de lo dominante. Pero lo apretado se acomoda. Forcejea, afloja, desanuda. Emerge. Vuelve, de a poco, la conciencia sepultada por siglos. Ella se mira en un espejo. Acomoda un rulo y pregunta al reflejo «¿Quién soy?». Piensa, habla, baila, vive. Rodando desde los túmulos de tiempos resuena la respuesta: «Yo, mujer—aspecto femenino del Ser—mostrando su rostro—luz 32


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y sombra—resguardando territorios». Comprende que sin el conocimiento de «Yo, mujer», no hay un «Yo, hombre». No hay identidad, no se construye, no hay reino. Porque no hay amor. Y sin amor no existe la magia que desata la fuerza salvaje del «Yo, mujer» que sugiere y crea mundos, que inventa lazos y ve los puentes que unen orillas, mientras amasa pan, junta flores, reza, condimenta la comida, escribe un poema, descifra un enigma, cura, conduce una comunidad a su logro, pinta un paisaje o un rostro amado, o el suyo para ser la hermosa de alguien, mientras canta y baila descifrando músicas de las esferas que giran en el universo.

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El señor Bassano y su perro Es de noche. Seguro es de noche. Sí, noche penumbrosa de neblinas del río, abatidas sobre el paisaje de casas sin luz. Tal vez el amarillo resplandor de una agónica lamparita de alguna esquina abandonada al suceder del tiempo. Lo ve de espaldas. Es alto y lleva un sobretodo largo, oscuro, que una luz solapada le blanquea en la espalda, en el pelo largo canoso y en parte del sombrero. En una mano, un fuste; en la otra, un cordel que debe pertenecer al perro grande, lobuno, que acompaña su paso. A unos metros, formas de hombres alambres, gorros sin rostros, desprendiéndose de las sombras. Corren cuando ven al hombre y al perro. Corren dejando sus presas, todo eso que pertenece al día, y que se abandona cuando la gente duerme. Corren, desbaratándose en el aire sus formas tortuosas Son los ladrones de sueños que rondan, buscando saciar su hambre. Huyen y son muchos. Huyen del señor Bassano y su perro que, rodando entre las sombras, buscan llegar al amanecer. Le dice a la niña, la que viste de raso blanco y que sueña esos sueños de quimeras y que anda distraída y utópica danzando en los reflejos de las nubes, que se cuide de los seres sangre de estopa que buscan beber de su boca esos sueños que le vienen del vientre de una madre muy lejana y bella. Por eso, cuando lo velado extiende sus dedos de alambrera, las dos corren las cortinas y llaman a los cuidadores de los sueños, el señor Bassano y su perro, porque si los sueños desaparecen en las fauces de los ávidos de algo que los sustente, el río de la vida se agota, y el barro no se transforma. El barro no se ilumina, y solo se es tierra desperdiciada.

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Largo camino, el recorrido La cita fue al final de la tarde, en el exclusivo Castle Bar, en el bosque antiguo; lugar de moda frecuentado por élite de ese barrio parque. Fueron llegando una tras otra. Mientras se acomodaban y hacían sus pedidos al mozo, no dejaban de observarse atentamente. Se reconocían como aún bellas, añejadas pero contundentes; y todas pensaron que detrás de alguna u otra arruga, había pasado mucha agua bajo el puente. —¿No va a venir Rojita? —preguntó Aurora, mirando la hora en el celular. —Sí —dijo Nieves—, pero llega un poco más tarde. —Ya no somos tan princesas —comentó, franca, Cenicienta; y se miró las manos, no tan tersas y blancas como fuera de desear, aunque se hizo una manicure para la ocasión. —No —dice Nieves—, pero dejar de ser princesas es lo mejor. No sé a ustedes, chicas, que les paso. Porque eso de escaparse de un libreto es duro, pero es bueno. ¿Y cómo las trato la vida, fuera de la eterna historia? Esa vida tan deseada por tantas mujeres, aún en estos tiempos. En cuanto a mi príncipe, les cuento, en cuanto se volvió rey y vistió nuevos ropajes, todo cambio. Traté, les juro, de adaptarme a mi nuevo rol, pero esos esfuerzos de nada sirvieron. Fue el recuerdo de aquellos enanos sabios que contuvieron mi desamparo, lo que me impulsó a salir a buscarlos. Y los encontré, y tome conciencia gracias a ellos, que volver a entrar en un sarcófago era una posibilidad, si no hacía algo. Y esta vez no saldría, porque nadie vendría a despertarme con un beso. Volví al bosque con mis amigos y ahora soy feliz y plena. También me amigué con mi madrastra. Ese perdón me ayudo a comprender por qué ella actuó así conmigo. Son cosas que le venían de muy lejos, de sus antepasadas. Puse toda mi voluntad para no cometer sus errores. Ella me enseñó a mirarme en el espejo; pero supe hacerlo de otra manera. Esa mirada me hizo descubrir mis verdaderos valores, que entregué a la vida, buscando que sean para el bien de todos, y 35


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no para compararme con otras mujeres. Porque no existe esa competencia por ser la más apetecible ante los hombres. O al menos, no tiene que ser así. Por eso me convertí en consejera social y terapeuta. Busco posibilitarle a la gente el andar por caminos distintos a los que otros quisieron marcarles. —Y en el amor, ¿cómo te fue? —preguntó una de ellas. —No tengo pareja, ni nunca más la tuve. Pero si hijos que definieron mi ser mujer —Y a vos, Aurora, que también te despertaron con un beso, ¿cómo te fue? —preguntó, curiosa, Cenicienta. —Mi príncipe azul destiño al asumir como rey. Como el tuyo, Nieves. Volví, entonces, a deambular por los lugares secretos del palacio. Me encontré, en esas búsquedas de mí misma, con el Hada ofendida, la de la maldición. Le pedí disculpas en nombre de mis padres. Ahora tenemos una relación de maestra y pupila. Y comprendí, como vos, Nieves, que ella siempre fue una maestra; porque por aquella condena, yo soy la que soy, y pude ver lo que nunca vería. Entre mis logros está el haber sacado a ese rey de papel mache del reino y de mi vida, y apropiarme de lo que soy heredera. Y ser soberana en mis territorios, donde soy amada por mi pueblo. Además, como jefa de estado, viajo y soy reconocida por dignatarios de todo el mundo. Y estoy en una relación que parece querer una definición. —Ahora te toca a vos, Cenicienta —pidieron todas al unísono. —Nunca fui de la realeza, como ustedes. Accedí a ella a través de mi casamiento. Pero el matrimonio no cumplió con mis expectativas. Él se sentía más a gusto con los hombres de los que vivía rodeado en toda circunstancia. Mientras yo me desgajaba, otra vez, en cenizas. Convoqué a mi madrina, que me oriento con los cambios que debía hacer para salir de tan agobiante situación. Mis animales me ayudaron, como lo hicieron siempre. En agradecimiento y por amor a ellos, soy una defensora de la vida natural. Y ayudo a concientizar a los seres humanos de su propia ecología. Escribí varios libros sobre el tema, y soy reconocida por mi tarea. Vivo sola, pero me dejo agasajar de vez en cuando, porque de vez en cuando, 36


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todos son príncipes. Y no me hice amiga de mi madrastra ni hermanastras; aunque la más chica intento acercarse, pero no resulto —aclaró con una sonrisa. Con alegría, celebraban sus vidas y el encuentro; cuando una deslumbrante mujer de roja cabellera, hizo volver la cabeza a los concurrentes del lugar. El maître le abrió paso, con la condescendencia que se da alguien importante. Bella y sonriente, avanzó, altiva, hacia donde estaban sus amigas. —¡Rojita! —exclamaron todas, al reencontrarse con su amiga más joven. Rojita, vestía ropas sensuales y caras; y se elevaba, esbelta, sobre sus tacones. Su rostro y actitud personal corporal, denotaban satisfacción. —Estás preciosa, y por lo que vemos, te ha ido muy bien —expreso Nieves. —Sí, mis queridas. No me puedo quejar. Y todo gracias a mi abuelita, que en paz descanse. Ella, me enseño cómo tratar a lobos y cazadores. No olviden su experiencia en dejarse comer por lobos y ser rescatada por cazadores. Esto entraña un arte que solo conocen la mujeres sabias. Y manejar este arte trae suntuosos beneficios. Entre lobos y príncipes, a mí me tocaron los lobos. Y me quedo con ellos. Saben lo que buscan, y una aprende hasta dónde dar, para que no te consuman. Y si lo hacen, están los cazadores siempre listos para salvarte. Además, los lobos y los cazadores, gustan de las mujeres. No es bueno prescindir de ellos totalmente. Pueden ser muy buenos amigos. Sobre todo, los lobos, que saben orientarse en buenos negocios, lo que va con mi profesión: tengo una empresa de recursos humanos y soy couching empresarial. Y, sobre todo chicas, no destiñen. Todas rieron y abrazaron a su amiga y decidieron pedir algo burbujeante para brindar, porque después de tan largo camino, estaban enteras y sin bastones, disputando por la vida. La vida que les pertenece, y no una prestada.

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Las locas La empleada me hace pasar a un comedor de diario. En la cocina, el fuego vivo de la hornalla resplandece poderoso. Las cortinas blancas con mariposas naranjas del ventanal están entreabiertas y dejan entrar al sol de una tarde de invierno. Ese reflejo apenas tibio ilumina, entre otras cosas, la cabeza lunar de la mujer que escribe en la mesa familiar, abstraída en su momento. Solo quedan dos. A las otras, el tiempo se las fue llevando. Se las llevó con su energía transformada. Quedan dos, pero voy a entrevistar a una: la que está más en estado para tener en cuenta. Es pequeña, envuelta en un grueso mantón tejido a mano, pero fuerte en cómo está instalada en el momento. Hace mucho que deseo esta entrevista para mi revista que se ocupa del pensamiento femenino y sus mitos. Busco comprobar cómo, a estas mujeres, las guió un arquetipo muy potente, que las llevó a resquebrajar a un régimen masculino y autoritario. Levanta la vista, dejando de hacer lo que hace; me sonríe con una sonrisa de hada madrina, que no es la de una anciana. Me presento con timidez. Siento que estoy en presencia de alguien enorme. Alguien que transmutó en esa Eternidad, esa que alberga cada ser. La que despertó su camino. —Acércate, y siéntate, muchacha ¿Tomamos un mate? —Bueno, sí —respondo; y veo que tiene un equipo para matear en una mesita, a su costado. Me acerca un plato con palmeritas—. Digo, quiero saber algunas cosas de esa etapa que le toco vivir con sus compañeras…. —Hermanas. Más que compañeras, hermanas — me interrumpe, y la mirada que se enciende en sus ojos se pierde en lejanías, pero vuelve a mí y me ofrece ese mate que entibia mis manos. Algo cercano nos envuelve en el ir venir de ese mate. Continúa, como pensando en voz alta—. Nos 38


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hermanamos por ese dolor en el vientre que nos empujaba a ir más allá. —¿Dolor en el vientre? —Sí, dolor en el vientre. En esas épocas tomamos conocimiento de nuestro vientre, de nuestro cuerpo, morada de aquello que supimos concebir. Fue doloroso despertar a nuestro poder. Doloroso, pero necesario —limpia la bombilla, con una servilleta bordada, echa el agua, bebe el líquido espumoso y sigue, con voz profunda—. Nuestro vientre es y fue nuestro poder, nuestra guía en las tinieblas —extiende sus manos sarmentosas, de dedos largos y uñas cuidadas, y se queda muy quieta, suspendida. Temo perderla en esa maraña de potente realidad, de muchos tiempos juntos, que la vive. Levanta la vista y vuelve con su tarea de preparar ese mate que me ofrece y continúa: —Supimos que el circular ordenado no tenía que ser lineal, sino redondo, como es redondo todo. La tierra, la luna, la divinidad es circular, como lo son nuestras caderas y nuestro útero. La vida es redonda y todo tendría que ser horizontal y circular. Así, todo se distribuiría mejor. Ese fue el mandato interior. Por eso comenzamos a circular en redondo por esa plaza donde se gestó el sueño de ser Patria, de nuestro suelo; y ese poderoso sentimiento de libertad que nos atraviesa como pueblo. Esto es lo que deseabas saber, lo que te trajo hasta mi, ¿ no? Me quede aferrada a ese mate. La hora de la tarde comenzó a navegar hacia un gris. La luz languidecía; y el tiempo en ella se volvía real. Yo, con asombro, pensaba que esta mujer veía más allá; porque en ningún momento dije lo que buscaba comprobar. Ella fue directamente a eso que yo esperaba dilucidar. —Comenzaron a llamarnos «las locas». «Están locas, pero son inofensivas», decían. Vos sabrás que las mujeres somos siempre las locas. Y las putas, y las yeguas, y las perras, y las brujas; entre otros epítetos. Pero eso fue una ventaja. En ese momento y siempre, porque se olvidan de lo que realmente somos: no somos débiles, ni inofensivas. Somos 39


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fieras, cuando nos tocan lo que amamos y que podemos ser límite. Todo es hijo de una madre, y una madre es el límite. Lo que pasa es que ser guerrera no quiere decir salir a matar y a maltratar. Es un poder. El poder de seguir adelante con eso que nos motiva; más allá de todos los impedimentos, que son los que nos transforman. Entra la empleada, y le avisa de algo. Sé que debo despedirme. La calle me recibe fría, con un cielo bajo y penumbroso. Me envuelvo en mi bufanda, y me reconforto pensando en esta mujer, que tal como la Isis Resucitadora; que, en su dolor, logró traer al mundo a su hermano-esposo-hijo, dando vueltas alrededor de la pirámide que guardaba parte de sus restos. Éste es el mito femenino que buscaba vivenciar en esta anciana, para afianzar mi conocimiento en el poder de los mitos y los arquetipos; y que están allí, en algún lugar de nuestro bagaje como seres humanos; y que en la necesidad se hacen presentes para guiarnos. Así que, tarea cumplida.

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Gabriela Garro


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Egresada del profesorado nacional de inglés St Catherine`s, se dedicó a la docencia a nivel primario y secundario. De la mano de Santiago Espel, en la Biblioteca popular Bernardo Delom de Vicente López, incursionó en las letras donde participó en las antologías de los años 2012, 2013 y 2014. Asistió a dos seminarios “Más allá del realismo” dictados por Betina González en el Museo Casa Carnacini de General San Martin en 2014 y 2015. En el marco del Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires 2015, asistió al taller “Nuestros textos: hijos del asombro” a cargo de Marcelo Di Marco en la Biblioteca Ricardo Guiraldes. Ese mismo año participo del taller experimental dado por Sylvia Cirilho en la librería Garabombo de General San Martin. Desde 2015 asiste al taller dictado por Lucila Satti en la Delegación Municipal de Vicente López en Florida. garrogabriela@gmail.com 42


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El último gran vampiro Se abrió la cripta, con su típico crujido de goznes oxidados. Una tenue niebla, o polvo, flotó por sobre el opacado lustre de la milenaria madera. Un nuevo ciclo comenzaba. No estaba alerta aún. Su cuerpo aletargado, como atado con finas hebras de plomo al sedoso colchón se resistía a moverse. El debate entre despertar o rendirse al sopor que lo arrastraba. Mientras tanto, su cerebro ya ordenaba que era hora de volver a la vida. Había algo inédito, distinto. Una vuelta de evolución tal vez. Sí. Por más increíble que parezca, la evolución alcanza, también, a seres como él. Aún sin saberlo, así era. Su primera impresión: la tibieza del dulzor de aquel aroma a vainilla y canela; un especiado olor que lo sedujo más allá del erotismo de la sangre. Olfateó y se deleitó. Tibieza, eso era nuevo para él, que siempre reinó en las sombras frías de la noche eterna. Sus dominios y sus designios eran una sola cosa. ¿Se trataba de un sueño distinto o una pesadilla? Era hora de retomar su cacería. Sacó sus nuevas prendas del armario. Las observó con asombro. No más el pesado traje negro y la larga capa. Esta es la nueva moda. Una deslumbrante camisa blanca que, por suerte, no le quemo la carne con su brillo; pantalón angosto que resaltaba su longilinea figura y un saco informal. Un toque distinguido de sedoso paño azul. Los zapatos italianos de suave 43


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cuero para sus delicados pies y el último modelo de Ray Ban tridimensionales. Tener buen gusto no era condición excluyente de un monstruo. Este nuevo ciclo vino como un premio. ¡Había sido liberado! Instintivamente ordenó una taza de café negro y unas cookies de avena, miel y canela en una cafetería nueva, a la vuelta de su casa. Le sonaba el logo de la vidriera, debía ser un dejà vu, tal vez. Ese rostro femenino le recordó a alguien. Ahora, no. Se focalizó en su pedido. Miles de años de una aburrida dieta solo de sangre. ¡Uagh! Solo variaba en su factor, grupo y en la cantidad de hematíes, leucocitos y trombocitos. Simple y sencillo aburrimiento. No quería darle demasiado espacio a la idea para preguntarse el porqué de este cambio en él; pero, de seguro que era una respuesta evolutiva a todas las nuevas enfermedades transmitidas por la sangre. Disfrutaba cada nuevo día probando distintas delicias gastronómicas; así, instintivamente. Nada planeado. Delicias que lo tentaban a viajar por todo el mundo solo para hincarles el diente. Para él eso no era problema ya que tenía a su favor el don de la ubicuidad. Un nuevo descubrimiento lo regocijó. Ahora ya no cazaba almas por su sangre. Bastaba mirar a toda esa gente embobada en las pantallas de sus smartphones, o sus tablets y de toda la gama de variantes en esos pequeños dispositivos para saber que sus almas ya no les pertenecían. Todo ello sin que él tuviese que hacer el menor esfuerzo. Conocía muy bien el efecto de absorber el alma de alguien. Así, conectados invisiblemente, dilapidaban sus voluntades hasta el aislamiento. La tecnología al servicio de sus planes. Su milenaria sabiduría no lo previno que la fusión de identidades lo arrastraría a una metamorfosis ineludible y ¡zas!, el hechizo también lo alcanzó a él. Todas esas apps que le facilitaban la vida, todos unidos en cuerpo y alma hasta el infinito. «Ad infinitum, et ultra», gritó con una carcajada, seguro de su poderío resucitado. Su inmortalidad, la nueva dieta y los avances tecnológicos no se llevaron bien con él. Ya sin razón de ser, 44


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estaba perturbado, perdido. Transmutaba entre infinitas formas sin poder recuperar su monstruosidad, ahora empequeñecida hasta el límite de lo tolerable. No había vuelta atrás tanto en su evolución como en la de la humanidad. Tan fielmente se habían amalgamado que no contaba con sus huestes para volver a su antiguo resplandor. Se recostó sobre la antigua tierra de sus orígenes, con la esperanza de deshacer lo andado, pero ésta se desintegró debajo del engrosado cuerpo del otrora rey de las tinieblas. Rechazado hasta por su propia esencia, solo le quedó un camino: tomo el control remoto, se desplomó sobre su última adquisición por la internet, un colosal sillón masajeador y retomó la clásica «Drácula», protagonizada por Bela Lugosi.

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Yo mujer Ser mujer es mucho más que un enigma, como a los hombres les gusta definirnos. Resulta extraño, pero muchas veces es un enigma para mí también. ¿Quién soy, si no me siento como una sola? Muchas voces me hablan al mismo tiempo, me animan y contradicen, critican, cuestionan. Estamos predestinadas a, o socialmente configuradas para ser esposas, madres, hijas, maestras, amas de casa, sostén emocional, cocineras, princesas delicadas que creen en hadas y se casan con príncipes azules que luego se transforman en sapos, sin previo aviso; y que, a la vez, esperan que seamos unas fieras sexis, que los paseemos por varios capítulos del Kama Sutra con solo mover una varita, que por sí sola no resulta ser muy mágica. Sí, ser una mujer orquesta es una tarea agotadora. Tenemos que tener tiempo para todo y todos; si no, la culpa se instala en nuestra querida alma, mente y nuestro hermoso cuerpo; hasta, a veces, enfermarlos. Nos metieron tantos mandatos culturales en la cabeza, que desandarlos se hace muy difícil. Por suerte, poco a poco hemos ido reformateando nuestros discos rígidos; y así logramos relajarnos; aunque sea un poco. Nos buscamos y nos encontramos como seres ancestrales, llenos de sabiduría, alejándonos de los ruidos que nos separan de nuestra esencia. Es innegable que estamos dotadas de enormes ventajas que nos conectan con lo supremo, la vida que damos, la creación, con la Madre Tierra, el sentir visceral e intuitivo. Es la danza de nuestras emociones que fluye por canales que aseguran la unión y la paz de la humanidad. Es el reto constante de adaptarnos a los cambios y lograr el equilibrio. Me gusta sentirme mujer creadora, «Las mujeres creadoras, en el mercado o en la siembra, en la cocina o en la escuela, en la fábrica o en la cátedra, en el laboratorio o la cosecha, empezamos a creer que podemos cambiar el tiempo en el que el mundo nos hacía. Es el principio del tiempo en que podremos hacer el mundo» 46


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Un ciudadano X Los boletos del cine y teatro en la caja roja, tarjetas de navidad y las de regalos en la azul y la verde. La carpeta de folletos está perdida. Seguro que se la llevó esa muchacha que había venido a hacer la limpieza. La había visto tocando sus papeles, y fue suficiente para que no viniera más. Ideas de su hermana. Es una metida. Siempre lo fue, queriendo organizarle la vida. Por suerte, se fue a vivir lejos y ni apareció cuando tendría que haberlo hecho. Los recortes sobre ciencia en el estante de abajo. Los suplementos de literatura en el armario del hall, los de espectáculo sobre el banquito, a la izquierda de la biblioteca. El hall resguardado por pilas de libros a ambos lados, haciendo guardia silenciosa. Una nueva fila estacionada al lado de la anterior cerca el camino. Pronto los seleccionará por orden alfabético, o por temas. No está seguro. Cada vez que inicia la tarea se pierde entre sus hojas releyendo algunos capítulos o buscando rastros del pasado, ocultos entre sus hojas; una carta extraviada, una nota o lista que lo lleva de viaje a otros tiempos. Cuántos retazos de historias para contar. Sería la próxima tarea, escribirlas en el cuaderno rojo. Últimamente no encontraba las cosas. ¿Dónde estaba ese cuaderno? Tendría que revisar las cajas de embalaje que había comprado para tener todo organizado. Había unas treinta dentro del cuarto que había sido de sus padres, dispuestas en filas para poder pasar entre ellas. A veces le costaba entrar allí. Se sentía ahogado, oprimido por las paredes de cartón que lo superaban en altura. Tendría que girar las que están en la segunda fila para poder leer las etiquetas de los contenidos. La buhardilla es para el reciclado de botellas; las de Corona serán hermosos vasos de cerveza, las de Gatorade, cortadas de esta manera, farolitos para las fiestas. ¿Dónde están los paquetes de velas que había comprado? Ahora, las de vidrio azul son especiales y difíciles de conseguir. Aquellas de whisky, agujereándolas para pasarles un cable serán hermosos veladores. La madrugada del lunes, en su recorrido por el paseo en la costa del rio, iría 47


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de cacería. Tiene algunos puntos que recorre, donde seguro encuentra las especiales. Hay gente que solo bebe bueno e importado. Allí, solo piezas de colección, como le gusta llamarlas. También había cosas interesantes en las bolsas de consorcio, especialmente los fines de semana, cuando la gente hace limpieza. Ese es un capítulo aparte. Un proyecto que lleva a cabo en el garaje. Nadie conoce la vida secreta del señor Maidana, ni el interior de su casa. Sale, puntualmente, todas las mañanas, en su traje limpio con el maletín haciendo juego, hacia la estación. Su saludo escueto, las palabras medidas. ¿Alguien notará su ausencia? Un vecino casi imperceptible. Tal vez alguien se pregunte «¿Habrá salido de viaje?»

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Caperucita Roja Mr. Ferocious Wolf, el acaudalado rey de las finanzas de Wall Street, cierra la puerta de su oficina y llama a su asesor Mr. Hunter: —Harry, te necesito inmediatamente, es una emergencia. Todo había comenzado un año atrás cuando se abrió la puerta del ascensor que lo llevaba a su oficina. Una despampanante pelirroja entró presurosa, carpetas en mano. El detuvo la puerta que había comenzado a cerrarse. Sin querer su mano rozó la de ella. Solo un roce y sintió un cosquilleo en todo su cuerpo, como una descarga eléctrica que le erizó el pelo. Las carpetas, en el apuro por entrar, cayeron al piso. Se agacharon los dos a la vez y terminaron cara a cara, a unos pocos centímetros uno del otro. Mr. Wolf sintió una especie de aullido ancestral en sus entrañas. ¿Sería el flechazo del amor? Amor a primera vista. Sin perder un instante, se presentó. Ella, sonrojándose, respondió. —Mrs. Redhood —y bajó, recatadamente, su mirada; mientras Mr. Wolf la devoraba con sus enormes ojos. Sin perder tiempo, averiguó en qué oficina trabajaba y pidió que la asignaran a su staff. No tardó en darse cuenta de que, también, era totalmente distinta a las lobas que frecuentaba después y durante la oficina. Mrs. Redhood y su fresca ingenuidad lo cautivaban, pero no era presa fácil. Cada día le resultaba más difícil controlar su voraz deseo. Un día en el que tuvieron que trabajar hasta tarde, el la llevó hasta su casa y, ¡oh sorpresa!, vivía con su abuela. Así que, adiós idea de ponerle las garras encima haciendo que ella lo invitase a pasar. Sorprendentemente, fue la anciana que, guiñándole un ojo, insistió a que se quedara a cenar. Como no quería que su amada se pusiese a cocinar, Mr. Wolf encargó comida. ¡Qué buen apetito que tenía la abuelita! Nunca en su vida había visto a una dulce ancianita comer así. Mrs. Redhood, poco a poco, se ganó la confianza 49


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de su jefe; quien, enseguida, se dio cuenta de lo altamente calificada que estaba para el puesto que se le había asignado al contratarla en la empresa. Su infalible olfato le dijo que ella era una persona de fiar, por lo le confió el manejo de sus principales clientes y sus cuentas. Ella tenía acceso total. En realidad, era un lobo vestido en traje de cordero; que sabía perfectamente como manipular al engreído macho alfa. No se iba a dejar seducir por el jefe para luego ser desechada, conocía muy bien esa historia. Supo sortear cada una de las «trampas» que le plantó. Lo tenía comiendo de su mano, con su ingenuidad y honestidad. Mr. Wolf finalmente sucumbió ante tanta integridad. Era un hombre nuevo. Atrás habían quedado sus días de lujuria; solo había una mujer para sus ojos: la deliciosa, intocable y súper eficiente Mrs. Redhood. Le declaró su amor en una cena romántica, con un anillo de compromiso especialmente diseñado para una joya como ella, con su correspondiente millonario diamante. Era el sueño de toda mujer: ¡casarse con un lobo feroz, lleno de billetes! Ella ya había tenido a su príncipe azul bueno para nada; detalle que él no necesitaba saber. Le aclaró que le interesaba mantener su puesto en la empresa, a pesar de ser la futura Mrs. Wolf. Ni así, el pobre Wolf pudo incarle el diente. Era lo dispuesto por ella, que seguía en su papel virginal. Mr. Wolf trago saliva, lentamente. Ella bien valía el sacrificio. El tan embobado Wolf no veía más allá de sus narices. Todo era la despampanante pelirroja Mrs. Redhood, hasta el día que recibió un llamado urgente del Swiss Bank. Misteriosamente, una millonaria suma de sus cuentas se había esfumado; como así Mrs. Redhood y su abuelita. —¡Harry! ¿Me oís? —Disculpe, Mr. Wolf, Mr. Hunter no ha venido a la oficina. Eso era extraño, Harry jamás faltaba. A miles y miles de kilómetros de allí, Harry Hunter y la despampanante pelirroja, ahora morocha, ambos con nueva identidad y sin abuela, disfrutaban de un millonario exilio en una ignota isla. 50


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El inquilino Subió, lentamente, hasta el segundo piso, de manera que su peso no hiciese crujir la madera de la escalera. Se sentía un tipo con suerte. Alquilar una habitación, digna de un noble, en semejante casa y a tan módico valor era más que una rareza para esa parte de la ciudad. Cerró la puerta de su habitación, con cuidado de no hacer ruido. La dueña de casa, la señora Julia Vanderhoff, se acostaba temprano; y, si bien le había dicho que no le importunaba el horario en que llegaba o en el que se iba a dormir, sabía muy bien por sus repetidos comentarios que tenía el sueño ligero; y si se despertaba le costaba conciliarlo nuevamente. Era una anciana sacada de un libro de historia o de un museo, con su cabello inmaculadamente blanco atado en un prolijo rodete sobre la nuca; siempre en el mismo lugar, agarrado con clips en forma de «v» ¿Dónde los compraría? Seguramente tendría un stock de cajitas en algún mueble de la antigua casa. Todo en ella denotaba otra época. Su televisor led en la habitación que le alquilaba y su notebook sobre la mesita cerca de la ventana de la cocina, parecían objetos traídos del futuro. La única modernidad a la que era afecta la señora Vanderhoff, era una plancha de los años sesenta y un equipo de audio con pasa casete, radio AM/FM y toca discos. Tenía una impresionante colección de música clásica. Todos esos discos debían valer una fortuna en el mercado apropiado. El inquilino había hecho, varias veces, un recorrido por la casa aprovechando el sueño o la ausencia de la anciana, logrando así un casi completo inventario de las riquezas desparramadas en las distintas habitaciones. Todo un tesoro oculto tras las paredes de esa mansión, extrañamente al alcance de quien quisiera tomarlo. Le gustaba pensar cómo se vería la casa en su esplendor. Debió haber sido hermosa. Con frecuencia, se imaginaba como el rico dueño del lugar, recibiendo a gente importante en la sala, o dando fiestas en el parque. Debió haber sido todo un espectáculo, cincuenta años atrás. Ahora, un halo monocromático la cubría. Eso 51


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no le molestaba. Pasaba muy pocas horas allí. ¿Sería por eso que se llevaba bien con la señora Vanderhoff ? La mujer era sin dudas excepcional. Vivía sola en la enorme casa, y su vitalidad era envidiable. No se movía como una anciana, ni su voz denotaba su edad, que debía pasar los ochenta. Lo único que a él le molestaba, era esa gata negra que parecía escudriñarlo en todo momento. Ocultaba muy bien su rechazo hacia ella; la dueña de casa indudablemente la veneraba. Amentet era su nombre; y en repetidas oportunidades se le aparecía de la nada, clavándole la mirada de ojos amarillos. Su silenciosa presencia lo llenaba de una extraña pesadez, una sensación de aletargamiento que le oprimía el pecho asfixiándolo. Hasta había soñado varias veces con ella, observándolo mientras dormía. Eran sueños que iban encadenándose en una serie de episodios tan reales, que despertaba sobresaltado; no por lo que recordaba en cuanto a imágenes, que eran muy borrosas, como por las sensaciones. Siempre le quedaba en claro la gata, los ojos amarillos mucho más grandes que los reales, una bestia que no podía describir en la oscuridad; pero que cuya presencia era clara. Mucha oscuridad y dolor. La señora Vanderhoff le había mostrado la casa, como buena anfitriona, cuando se mudó al cuarto de huéspedes. Quería que se sintiese como en su casa, le había dicho. Y así se lo propuso. A medida que pasaban los días, él iba familiarizándose con su nuevo hogar recorriendo la magnífica casa, cosa que a la gata le disgustaba. Se lo hacía saber con su lomo erizado, mostrándole sus dientes. Incluso había toda un ala de la casa que no se animó a visitar por la actitud de la gata. Aprovechó una mañana de sábado en que la dueña de casa salió al jardín. Era el día destinado a arreglarlo. Amentet había seguido a la anciana, y corrió a la caza de un insecto que revoloteaba en la húmeda mañana. Él había decidido que ese sería el día para adentrarse en la zona «prohibida». Así lo hizo. El primer recinto era una sala con un escritorio rodeado de una biblioteca, que se alzaba hasta el cielorraso, con un enorme ventanal que ocupaba 52


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toda la pared de enfrente. Nada llamó su atención allí, más que la majestuosidad del lugar y la posibilidad de encontrar algún incunable o una primera edición. Ya tendría tiempo de husmear en profundidad. Luego, por un hall más grande que el departamento donde vivía de niño, se acercó a una puerta doble. Al abrir una de sus hojas quedó pasmado ante una enorme sala finamente amueblada. Caminó lentamente, sintiéndose transportado a una época de esplendor que jamás viviría personalmente. Mientras observaba una extraordinaria estatuilla de marfil, descubrió una puerta que, definitivamente, era más antigua y grande que el resto, oculta tras un pesado cortinado. Un finísimo tallado la decoraba. La tentación, muy fuerte. Hizo girar el picaporte, pero no solo no pudo abrirla, si no que también se llevó un feo suvenir. Al hacerlo sintió un punzante dolor en la palma de la mano. La retiró con un aullido de dolor. Algo se le había clavado, pero al mirarla, aparte de un agujero que sangraba vio un grabado extraño que no entendió. La sangre llenó cada línea del grabado sin coagularse, dándole un aspecto siniestro. Ahora sentía que le ardía como si se hubiese quemado. Corrió hasta la cocina y se puso hielo sobre la herida. Comenzó a relajarse aliviado, sin animarse aún a ver como lucía. Levantó la vista y allá estaba la Señora Vanderhoff, trabajando muy tranquila en el hermoso jardín. La observó arrastrando una carretilla con sus herramientas hacia el sector más alejado de la casa, mientras volvió a pensar en la enorme antigua puerta y en qué habría del otro lado de ella. Un golpe pesado en su espalda lo sorprendió. Amentet saltó sobre él, clavándole sus garras. Era un sábado primaveral. Julia Vanderhoff corrió las cortinas de la habitación. La luz se colaba a través de los robles, y sus rayos parecían hacerla renacer con una fuerza impensada para alguien de su edad. Observo el jardín. Ya era tiempo de trasplantar los plantines a los canteros. Los arbustos del macizo más alejado a la casa se veían desprolijos. Nada que sus tijeras de podar no pudiesen arreglar. También debía emparejar la tierra revuelta entre los arbustos y la pared lindera con los vecinos. Aún había tiempo. Sin apuro, 53


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se dirigió a la cocina. Su ritual de cada día comenzaba, bien temprano, con el desayuno en la cama: té sin azúcar con leche fría, dos tostadas de pan negro con dulce de damasco casero. Ella misma lo confeccionaba, etiquetaba y guardaba en la alacena, al lado de la puerta del sótano. Leer parte del diario era otra de sus ceremonias matutinas, seguido de una dosis de música clásica. Hoy, Les Huguenots de Meyerbeer. Una Grand ópera en cinco actos. La grabación con la legendaria pareja de Franco Corelli y Joan Sutherland, en la Scala de Milán, era una joya que la inspiraría en sus quehaceres domésticos esa mañana. Por la tarde sería Wagner, ya estaba decidido. Una pequeña mancha de sangre en el piso de la cocina llamó su atención. Amentet había andado nuevamente de cacería. ¿Dónde estaría su pobre presa? ¿Sería otro ratón? ¿O tal vez una paloma? Ya la encontraría, rara vez las devoraba. La vieja gata negra no abandonaba su ancestral instinto. El problema era que con los años se estaba poniendo desprolija. La segunda mancha la encontró en el baño, y luego otra en el cuarto de huéspedes. Había subido hasta el segundo piso; era hora de ventilarlo. Pronto un nuevo inquilino iba a ocuparlo. En la planta baja, Amentet ronroneaba recostada sobre una caja de cartón con un par de inútiles modernidades para guardar en el sótano.

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Tío Enrique Su llegada a casa era una fiesta para mí. Como una navidad anticipada. Tío Enrique era un personaje salido de un cuento de aventuras, con su auto pequeño, siempre polvoriento y medio desvencijado. Los dos hacían juego. Su cabellera oscura como recién alborotada por el viento era su peinado habitual, anteojos redondeados de marco ancho y lentes gruesas, que apenas dejaban ver sus ojos claros, tan inquietos como su persona. Mis hermanos y yo compartíamos la alegría de verlo; pero, ciertamente, yo tenía jerarquía distinta en esa relación: la ventaja de que aparte de ser mi tío, él también era mi padrino. Nos abalanzábamos los tres sobre él colgándonos de sus fuertes brazos. Él nos hacía girar como las aspas de un molino, tan divertido comparado con nuestro padre, que muy rara vez jugaba con nosotros. Nos saludaba con palabras distintas a las de los demás tíos. «¡Salten borreguitos!», y nos iba atajando de a uno; y luego nos tiraba al piso haciéndonos rodar por el pasto. Aparecía él con sus historias de tiempos lejanos, cuando los grandes caciques reinaban en éstas tierras, o de su vida en el campo. Historias y más historias. «Dale, mantené el volante firme. ¡Ojo, que te vas a la zanja!». Cómo nos divertíamos con él. «Vamos, que hoy los llevo a volar en el Cessna». Ese día no fue, ni ningún otro; pero sí llegamos a sentarnos adentro del avión, y era casi como haber volado; al menos para mí. Sus promesas de safaris incumplidos quedaron anotadas en mi memoria. ¡Cuánta imaginación llenó mis horas de infancia! Creo que todo ese imaginario que quedó de él es su legado; si bien al crecer, el héroe se evaporó en un ser demasiado terrenal. No lo vi más desde su exilio al interior. Exilio forzoso, o forzado por sus malos negocios. Su habilidad para los cuentos iba más allá de los relatos infantiles aparentemente. Supe de sus visitas esporádicas a Buenos Aires, evitando ciertos lugares donde sus explicaciones, excusas o promesas nadie creía y así escapaba de los incautos que ahora lo 55


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perseguían con sus insultos. «No doy abasto con tanta demanda. Ahora estoy buscando más inversionistas para ampliar la empresa. Me estoy expandiendo a otra localidad». «El campo es siempre una buena inversión». Y más palabras. Muchas veces me lo imaginaba sentado bajo la sombra de algún árbol, contándoles sus relatos a otros niños como hacía con nosotros, o ayudándonos a ponernos el equipo para cosechar miel: «Ahora, échenle humo para que las abejas se atonten y no nos persigan». Lo veo parado en la puerta del edificio donde viven mis padres, esa tarde de junio; con su portafolio medio descocido, escupiendo papeles; un traje ajado, su cabello desordenado, como siempre. Puedo adivinar sus ojos detrás de los anteojos de lentes gruesas. Lo observo por unos instantes desde la esquina. No voy a acercarme. Controla su reloj cada pocos segundos, y veo como toca el portero, otra vez, esperando inútilmente que lo atiendan. Se frota las manos, pensará que lo volverán a perdonar. Estoy tentado de pararme frente a él y decirle —¿Todavía te da la cara para venir? ¿Qué otra historia nos vas a contar ahora?

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Norberto Ramazotti


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Nació en el barrio de Barracas, Ciudad de Buenos Aires, en 1951. Reside en Vicente López. Es Martillero y Corredor Público. En 2013 comienza a participar en el Taller Literario de la Bibioteca Delom (Vicente López, Buenos Aires), donde participó en tres antologías. Forma parte del Grupo Chemicho (Florida, Buenos Aires). Próximamente publicará su primer libro de cuentos: “El viejo bar”. Participa en el Laboratorio Literario San Martín Lee desde 2015. norbertoramazotti@gmail.com 58


Café con canela y letras

Todo cambia —¡Perdón mozo, ya que se fueron las dos señoras que estaban ahí, me paso a esa mesa! ¡Y tráigame otro café, por favor! Justo. La mesa en la que nos reuníamos. Lejos de la ventana y cerca del baño, por si había que romper y tirar algún papel por el inodoro. Hacía un montón de tiempo que no venía por acá. Creo que no vengo desde que…si, después del golpe tuvimos que cambiar muchas veces los lugares de citas. No sé qué me pasó. Bueno, creo que sí sé. Ayer a la mañana escuché en la radio, de casualidad, a la negra Sosa. ¿Me parece a mí o la tienen olvidada? Ya no la pasan tanto como en aquella época. Claro que ya no está, pero… ¡Quién dice que no está! ¡Me metí en yutu y hay un montón de canciones de ella! Bueno, la escuché de casualidad cantando aquello de «…cambia, todo cambia…»; y me dio un vuelco el corazón. Después, en el yutu escuché, como embobado, una tras otra: «Gracias a la vida», «Honrar la vida», «Como la cigarra». Hasta aquella, la de Piero, la que decía… «Soy pan, soy Paz, soy Más». Un monstruo, la Negra. Para nosotros era una bandera. Había otros muy buenos como los Quilapayún, Buenos 59


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Aires Ocho, y unos cuantos más. ¡Pero como la Negra, no! Y tenía ganas de contarle todo esto a alguien. A alguien que me entendiera ¿sabés? Alguien como vos. Lástima que ya no estés acá. Por eso vine hasta este lugar, porque… compartimos algunas cosas vos y yo, no muchas, es cierto, pero de esas que te dejan marcas. Por ejemplo, Ezeiza ¿te acordás? ¡Qué cagazo ese día! ¿Y del veinticinco, cuando asume el Tío Cámpora? ¡Día de gloria en la Plaza! Llena desde la noche anterior, sonaban las campanas, la gente venía y se ponía a llorar de la emoción ¡Y después, Devoto! ¡ Ja! Las feas también fueron unas cuantas. Me viene a la mente cuando mataron a Armando en la marcha, en Once. O la noche que nos cagaron a palos en Avellaneda. O aquella vez que nos pescaron pintando y los canas nos soltaron, porque también eran perucas. ¡Tantos recuerdos! ¡Ah, pero éramos jóvenes! ¡Siempre con ganas de fiesta, guitarreada!, ¿te acordás de Miguelito? ¡qué bien cantaba! ¡O baile! ¿Y la vez que me metejonié con aquella rubia? ¡Si hasta le hice una canción! ¡Como me gustaba! ¡Pero ella, ni bola! Tantas historias. Por eso, a veces, me duele haber rajado de la fábrica en la que militaba, por temor, cuando me dijeron que podía ser boleta. Si después me comí un balazo de dos pendejos falopeados, trabajando en un taxi a la noche. ¡Pero qué boludo! Estaba escrito. No podía zafar del cuetazo. Y menos mal que la cuento. Comprendo que los momentos son distintos. Que todo cambia, como dice la Negra. Yo también cambié mucho. No solo estoy más viejo, pelado y gordo. Después de todo, a mi la vida me trato muy bien. Tengo hijos, nietos… Pero me jode esta mesa vacía. Y esto no lo puedo cambiar, como canta la Negra. Y me 60


Café con canela y letras

falta alguien como vos, alguien que me diga, como canta también la Negra, esa que era de Piero, che, que decía: «… vamos, decime, contame todo lo que a vos te esta pasando ahora porque sino cuando esta el alma sola, llora. Hay que sacarlo todo afuera, como la primavera; nadie quiere que adentro algo se muera. Hablar mirándose a los ojos, sacar lo que se puede afuera, para que adentro nazcan cosas nuevas…» Me faltan varios, aunque haya un poco de justicia, ¿entendés? Y me hace falta alguien como vos para exorcizar a los Viejos Fantasmas que parece que hoy vuelven. Y me falta la Negra. Carajo. —Cobresé, mozo, por favor.

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Amores perros La habitación dieciocho, en el primer piso del moderno hotel alojamiento Tourbillon, hierve: —¡Ah! ¡Ah, uy! ¡Ah! Después de una pizza en El Caballito Blanco de Las Heras y Lafinur, lugar elegido por la distancia al terruño de Barracas y la imposibilidad de encuentros inoportunos con gente que se mueve en otro círculo social, ese alojamiento es el más cercano y las urgencias de Evaristo y Leonor no les permiten llegar más allá. —¡Ah! ¡Uy! ¡Ah! El sudor empapa el cuerpo macizo de él, que sube y baja desenfrenado, prisionero entre las piernas del cuerpo menudo de ella, en los estertores finales de una feroz posesión, llevados por el deseo y la adrenalina de lo prohibido. Pasada la excitación, descansando entre los brazos de su hombre y enrulando los pelos de su pecho desnudo, Leonor se confiesa: —Tengo miedo, Evaristo. Si mi marido se entera, me mata. Vos sabés que Juan es muy violento —Sí, sí. Ya lo sé. Tranquila. Yo lo manejo. Ya ves, le conseguí el turno noche para sacar un poco más de plata y así, vos y yo... Además, me debe varias. Yo lo manejo. Y tengo algo entre manos que, en cuanto salga, nos vamos a pegar el viaje vos y yo, a vivir a otro lado. —¡Mi amor! —excitación renovada. Entre tanto, luego de aterrizar en el Aeropuerto Internacional de Congonhas, maravillado por la visión aérea de la enorme urbe que es la ciudad de San Pablo, Brasil, emblema del país industrial que quiere el presidente Garrastazu Medici, en el piso 15 de un elegante edificio de oficinas, con amplia vista al hermoso Parque Do Ibirapuera (madera podrida en idioma Tupí). —Mais, então ¿você não fala português? —la preocupada secretaria llama, con urgencia, a una intérprete 62


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para zanjar el problema. —¡Ahora sí! —intérprete mediante— Pase, el señor Gonçalves lo espera. —Recapitulando, señor, ehhh…Soulan, ¿si?, según estos papeles tiene usted en Argentina, en Monte Chingolo específicamente, una fábrica de engranajes para cajas de velocidad de automotores, ¿verdad?. —Así es, señor Gonçalves. Aprobados y utilizados por las principales automotrices de mi país, que los colocan es sus vehículos El señor Soulan presenta su mercadería. Muestras, gráficos, diplomas y precios componen su alegato en favor de una compra que, dada la pequeñez del mercado argentino, le permitiría a su empresa desarrollarse a escala latinoamericana. —Y, eh…además de esto, ¿está su empresa familiarizada con los trámites aduaneros de su país y del nuestro? —¡Sí, sí! ¡Por supuesto! También tenemos contactos en ambos lados de la frontera que facilitarían los trámites. Por otra parte, las cantidades por ustedes sugeridas para comenzar, podemos duplicarlas organizando un turno de trabajo extra y proyectar para el futuro una inversión en tecnología, para aumentar la oferta de producto.—Bien. Permítanos estudiar la propuesta. Lo llamaremos. —se despide Gonçalves. En el avión de regreso, el ingeniero Arturo Soulan continúa repasando sus números. No duda que, de llegar a buen término, éste sería un excelente negocio y le abriría las puertas del «gran mundo» —¿Quizás una automotriz del sudeste asiático? —se dice— ¡Espero que nada se interponga en el camino! —¿Dónde estuviste anoche? —colérica, Cristina, esposa de Evaristo Bianco; algo mayor que él y muy hermosa un tiempo atrás, pero perdidos ya los encantos que habían seducido a su marido; lo cela — ¡Trajiste olor a perfume de mujer! 63


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—¡Pero de qué mujer me hablás! ¡Me tienen loco en el sindicato con el asunto de Soulan, che! Además, minas hay a patadas en todas partes y en el sindicato también. ¡Entre eso y el humo del faso…! ¡Vos sabes lo mal que me hace a mi! —¡Tené cuidado con lo que haces!, ¿eh? —¡Ma, finíshela! —la corta Evaristo —Dale, Gringa, cebate unos matecitos —y, con una palmada en las nalgas, sale a comprar unos bizcochitos para el mate. —¡Hola Leonor! —el beso de Juan, recién llegado del trabajo, cae en la mejilla cuando su señora da vuelta la cara. —¿Qué te pasa? —¡Se me parte la cabeza! ¿Querés un mate antes de dormir? —¡Dale! —se sienta y, con un mate en la mano, le cuenta— Me parece que se viene el quilombo en lo de Soulan. Sí —pensativo, después del segundo mate—. Mejor me voy a dormir así estoy descansado, por lo que se viene, ¿sabés? ¡Y a ver si se te pasa el dolor de cabeza, después! —termina, dolorido por el rechazo. Apenas llegado a Buenos Aires, Soulan se encuentra con una serie de reclamos sindicales. —Este hijo de puta de Bianco otra vez, ¡carajo! Pero el asunto es preocupante: Aumento de salario (desmesurado pero conversable); cuestiones menores de servicios al personal (zanjables); y el punto conflictivo, difícil, de la reubicación e instalación de los balancines, enormes prensas para maquinado de piezas que, por no tener las dos capas de arena requeridas, antes de la fijación en cemento, están fuera de las normas, y hacen trepidar las instalaciones, con posibilidad de rajaduras en las paredes laterales de la fábrica y riesgo de desmoronamiento; además de la falta de elementos protectores del trabajador que, por ser un gasto «menor», su compra ya estaba siendo contemplada por la dirección. En las oficinas de Iriarte y San Antonio, entre tanto, los 64


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gerentes de la firma, ante lo inaudito del reclamo (la empresa hace quince años funciona sin accidentes, con la misma infraestructura) pero con un petitorio basado en normas que, claramente, regulan la actividad, se han tomado el trabajo de pedir presupuestos, rápidamente, para regularizar las instalaciones. La sorpresa no fue tanto el costo de los trabajos sino el tiempo que demandarían. Hacerlo significaría quedar afuera del acuerdo con Brasil. La fábrica está en ebullición. Se discute en los baños, los horarios de comida se convierten, casi, en asambleas; y hasta de máquina a máquina se conversa del asunto. Un sector de los obreros, los más antiguos —que ya habían trabajado para el padre de Soulan, fallecido dos años atrás—, ve bien la posibilidad de expansión que trae consigue mantener la fuente de trabajo, mejora de salarios y horas extras; apoyan al sindicato pero ven en Bianco a uno más de los buitres, votado por el aval y el apoyo del sindicato central. Otro sector, el más nuevo, algunos traídos a la fábrica por el propio Bianco (Juan es uno de ellos) lo apoyan totalmente, porque ven la justeza del reclamo: «como siempre, la seguridad en el trabajo y los costos, se llevan de patadas». Esa misma noche, la Comisión Interna de la fábrica, solicita una asamblea de turno para evaluar la situación y tomar decisiones. La discusión es agria: por un lado, acusaciones de negreros, explotadores, de querer enriquecerse con maquinarias obsoletas.; por el otro, promesas de mejoras y, logrado el acuerdo con Brasil, inversiones en la planta y mejoras en seguridad. La intervención de Juan es decisiva. Su argumento es muy simple: si los balancines, con su trepidación, destruyen las paredes, morirían aplastados. Luego del voto mayoritario a favor de la huelga, un papelito anónimo va a parar al bolsillo de Juan, en el que se lee «tu mujer se encama con Evaristo en el Tourbillon». Enfurecido, al llegar a casa y tomando del cuello a su mujer, le grita —¡Así que por eso te duele tan a menudo la cabeza, turra! —y, de una cachetada, la tira al piso —¡Claro! ¡El 65


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guacho me consigue trabajo de noche «por el sindicato» y para ganarme un mango extra, y vos te vas a encamar con él! —y otros sopapos colorean, aún más, la cara de Leonor que, desde el piso, se defiende con brazos y piernas, jurando que son todas mentiras. Pasada la furia, llama a Evaristo, al gremio, y lo va a encarar directamente. —¡Así que te encamás con mi mujer! —le vomita ni bien llega. Evaristo lo mira con el rostro sorprendido, los ojos muy abiertos y la mente funcionando a mil. —¿Pero vos sos loco? —contraataca— ¿De dónde sacaste esa basura? —gritando él también. Juan, entonces, le cuenta la asamblea y lo del papelito anónimo. —¡Boludo! ¡Reboludo! Pero decime, pedazo de burro, ¿no te das cuenta que es una estrategia de la empresa para desunir nuestra lucha? Vení, chabón —lo toma amigablemente del brazo y lo lleva hasta unas sillas apartadas—. Veamos qué otras demandas le metemos a este Soulan. ¡No tiene ni idea con quien se enfrenta! Seguro que le pegaste unas cuantas cachetadas a la Leonor, ¿no es cierto? Pooobreee, pero, ¡que boludo sos, che! Por la noche, una llorosa y angustiada Leonor, le cuenta lo sucedido a Evaristo. —¡No doy más!¡No soporto más sus golpes! —¡Tranquila, nena! Esto lo único que hace es apresurar los trámites. Te llamo luego Ni bien corta, hace un nuevo llamado: —Que dice ingeniero Soulan, Bianco, le habla. —¡Hola! ¿Y, qué nuevos reclamos tiene para llamarme a esta hora? —contesta, muy enojado. —Mire, hagámoslo corto. Quiero charlar, a solas con usted. Si puede, hoy mismo. ¿Conoce el bar de Vélez Sarsfield y Caseros? Esta abierto toda la noche. Lo espero en una hora. ¿Le parece? En este año electoral, con Lanusse en el gobierno, los problemas sindicales pueden ocasionar tremendos daños a las empresas. Así que, sin pensarlo más, salió el atribulado 66


Café con canela y letras

ingeniero para el encuentro en ese antiguo bar de burros, cartas y borrachines. En una mesa separada, al lado de un billar que no está en uso, los dos hablan en susurros: —Mire Soulan, usted sabe que la fábrica está funcionando fuera de las normas de seguridad… ¡Espere, espere! ¡Déjeme hablar!! También es cierto que les debe y puede dar un aumento a los compañeros. Pero los dos sabemos que los costos de todo esto y el tiempo para realizar los arreglos lo sacan de Brasil, ¿verdad? Y, a pesar de que lo que los muchachos piden son cosas justas, usted lo sabe y yo lo sé: si desaparezco, la protesta se cae, ¿no?, o triunfaría la postura más conciliadora y usted tendría en sus manos el negocio con Brasil. ¿No es así? —¿Y a qué viene ahora todo esto?—¡Escúcheme, escúcheme! Yo tengo otras ambiciones, ¿sabe? Me gustaría, viajar, por ejemplo, pero está claro que con un sueldo de operario se hace difícil, ¿me entiende? Mire, estuve sacando números y creo que con cien mil pesos Ud. puede comprar mi desaparición. A usted los arreglos le saldrían muchísimo más; y perder Brasil sería su ruina. Así que —muy resuelto— piénselo un poco y llámeme pronto —y se va, sin siquiera pagar los dos cafés. En el coche, camino a su casa, estupefacto, Soulan va cavilando: —A ver: por un lado es un montón de plata, pero es mucho menos que el valor de los arreglos que debería hacer. Y, además, logro el trato con Brasil. Pero… ¿quién me asegura que, después, Juan y compañía no me sigan complicando? Toda la noche, la idea le da vueltas y más vueltas por la cabeza. Sopesa una y otra de las posibilidades y no ve salida. A las tres de la mañana, ya harto de enredarse en las sabanas de la cama, calienta un café y, sentado a la mesa de su cocina, toma la decisión. Luego de un baño y un par de mates, hace un llamado telefónico y sale. El camino lo lleva a la casa del Comisario, viejo conocido de su padre al que le resolvió algunos «problemitas» en otro tiempo. —¿Pero cómo le va, Soulan? —aunque el reloj 67


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marca las seis de la mañana, al comisario, viejo zorro con olfato para los negocios, no lo sorprenden el llamado y la visita— Cuénteme, cuénteme —arropado con su robe, en la comodidad de su living comedor y con otro cafecito, ayuda al hijo del amigo fallecido, a desatar el hilo del embrollo. —¡Pero esto es, claramente, un chantaje, mi amigo! Claro que, si yo lo pongo preso, a usted se le viene la fábrica encima, ¿estamos claros? Déjeme ver. Y necesita rapidez en este arreglo, ¿verdad? Hum —masculla el Comisario, montando una mise-en-scène que pone los nervios de punta al ingeniero. Al fin, dice —¿Sabe qué? Déjeme hablar con algunas personas que conozco y lo llamo mañana, sin falta. ¡Ah!, y…dígame: ¿cuánto dinero puede disponer para el «trabajito» —pregunta directa. —Y…, yo creo que puedo distraer veinte mil pesos para este asunto. ¡Pero recuerde que tengo que estar seguro que el segundo de este atorrante no me siga armando lío, ¿eh? —¡Tranquilo! Déjelo en mis manos. La mañana viene agitada. Problemas en la administración, el tema Brasil, el problema gremial en puerta y un tremendo dolor de cabeza. A media mañana, el llamado esperado. —Escúcheme bien. Lo llama y le dice que tiene «eso» para pasado mañana. ¿Lo puede conseguir, verdad? Acuérdese que es «eso» más lo que conversamos, ¿estamos? Y no se preocupe, que el resto yo se lo recupero. Cuando el tipo venga a sus oficinas, muéstrele la valija con el dinero, mándelo a él con alguno de sus empleados de confianza al correo de Brandsen, entre Montes de Oca y Hornos, el que está a una cuadra de la placita Colombia, atrás de la comisaría 26. Cuando coloque el telegrama de renuncia, le da la valija con la plata, ¿entiende? Nosotros vamos a estar vigilando y el resto es asunto mío. ¿Quedamos así? Chau —y colgó. Ni bien el ingeniero le comunicó la aceptación del arreglo, y aún con una sonrisa triunfal en los labios, Bianco llama a Leonor para pasarla a buscar. 68


Café con canela y letras

—¡Viste, Bicho! ¡Te dije que se iba a dar! Pasado mañana cobro y después, ¡chau!, ¡a levantar el vuelo! —en el Tourbillón sube, nuevamente, la temperatura. ¡Click, click, click! Ese día, alguien toma, subrepticiamente, fotos de la entrada del Tourbillon y las distribuye con leyendas anónimas. A las diez de la mañana del día convenido, un desconocido Bianco, vestido con saco y corbata, se presenta en las oficinas de la empresa. —¡Buen día! ¿Cómo le va, ingeniero? Cuando usted quiera, vamos —Soulan lo mira con desprecio y lo hace pasar a su despacho, donde se encuentra la valija con el dinero convenido. —Aquí está todo. ¿Quiere contar? —¡No hace falta! ¡Confío en usted! —Perfecto. Lo va a acompañar Norberto al correo. La valija quedará en el baúl del auto y luego de poner el telegrama, el se lo entregará. ¡Y espero no verlo nunca más! ¡Vayan! En el coche de la empresa, salen los dos hombres sin hablar y sin mirarse, con el maletín del dinero en el medio, camino al correo. Una vez colocado el telegrama, del cual Norberto tiene la copia en mano, el maletín cambia de dueño y solo una mirada sirve para despedirlos. El delegado, con una sonrisa triunfal, y el empleado, con asco en el alma, pensando «Este hombre de blanco solo tiene el apellido». El delegado, con la sonrisa en la cara y el maletín en la mano, habrá caminado dos o tres cuadras; camino al Sportivo Barracas, de Iriarte y Vieytes, donde una asustada y esperanzada Leonor lo espera, cuando, de atrás de un camión allí estacionado, una figura rabiosa y con un arma en la mano, lo increpa: —¡Así que con el dinero de Soulan te rajás con la puta de la Leonor! ¡Hijo de mil putas! ¡Me engañaste como a una estúpida! ¡Sos un malparido! —llorando, mientras le tiembla el revólver en la mano. —¡No Gringuita! —muy asustado— ¡No es así! 69


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¡Esperá! ¡Dejame que te explique! —a Evaristo le desaparece la sonrisa y suda copiosamente. Dos disparos suenan y, al caer el delegado herido de muerte, mientras dos manchas rojas ensucian el pecho de su camisa blanca y la corbata rayada que le regalaran para un aniversario de bodas, arrodillada junto a él, abrazando su cabeza y olvidada el arma en el suelo, Cristina llora: —¿Por qué? ¿Por qué? ¡Tantos años juntos…!. Dos agentes que ¿de casualidad? hacen su ronda por la zona, toman el arma, detienen a la homicida, piden una ambulancia y parten con ella y el maletín del dinero, a la comisaría ante el estupor de las vecinas y vecinos del barrio que presenciaron la escena. —¿Ingeniero? —en las oficinas de Soulan suena el teléfono, antes de los esperado— La tarea está completa. Pase a buscar «eso» por la comisaría. Lo único, que vamos a tener que descontar unos cinco mil pesos más para pagarle un abogado a la señora del muerto. ¡Pobre! ¡Nos ahorró el trabajo! Yo tenía dos hombres esperándolo y dos más en el Sportivo Barracas, pero ella se nos adelantó, Lástima. Bueno, lo dejo porque voy rápido al Sportivo antes que el otro, Juan, mate a golpes a la esposa, Leonor ¡Ese se come unos años preso por agresiones a la esposa! Ella está bastante buena, ¿sabe? Y…voy a tratar de ayudarla…personalmente. ¿Vio, Soulan?, al final la justicia siempre triunfa. ¡Ja, ja, ja!

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Café con canela y letras

Viejos fantasmas Fantasmas de los amigos de mi infancia lejana en la barriada feliz ¡Hoy los convoco! En este frio atardecer me es preciso calentar los viejos huesos al rescoldo de la sonrisa feliz de nuestra aurora. ¡Y aquí vienen! El pelo revuelto, la cara tiznada y las manos ajadas de trepar, arrastrar, descubrir y hacer macanas; con el pantalón cortito con parches y manchas: los bolsillos redondos de bolitas, mandarinas y naranjas, las zapatillas gastadas de gambetear adoquines. O la pollera cortona, las piernas muy flacas y las dos trenzas ¡Ah! ¡Esas dos trenzas rubias que nos volvían locos y nos enamoraban! Con ojos de mirada tierna y corazón puro, con los oídos llenos de viento en la carrera de la vuelta-manzana, saltando por veredas altas y bajas de Barracas de antaño, llenas de baldosas rotas y cordones escarchados. O por calles tranquilas de adoquines y vías donde con los dedos contábamos ¿recuerdan? los pocos coches que pasaban por día. ¡Si, son ellos! José y Mario, heladeros; Carlitos, hijo del militar; Oscar, el de la maestra; Silvio, del peluquero; Lita, la de la radio y Estela, hija del tendero; y viene llegando Edgardo ¡Claro! Como iba a faltar Edgardo, mi mejor amigo entonces, y tantos otros que olvido en las nieblas del recuerdo pero que son «mis fantasmas», fraternalmente muy míos, los que partirán conmigo, acompañando mi viaje cuando me toque abordar la barca que me cruzará el rio buscando un nuevo comienzo o, tal vez, o, tal vez, solamente el olvido. 71


Antología

Las manos Adoloridas, temblorosas y maravilladas, estrechándome en sus brazos al nacer; nutricias, al acercarme su pecho para mamar; digestivas, al palmear mi espalda para eructar; añorantes, al cortar los restos del cordón umbilical; sanitarias, al limpiar mi cola; curativas al masajear mi pancita; esperanzadas, al acariciarme, después del dolor de las vacunas; soñadoras, trasmitiendo ensueños y descanso. Así habrán sido, estado y/o sentido las manos de mamá y, aunque no las recuerdo por haberlas perdido de pequeño, mi piel conserva sus caricias y el fino tul de mi alma tiene, por su ausencia, un descosido, que, aún, el tiempo no ha podido zurcir.

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ÍNDICE

Diana Mesterman Pasajero del viento Poesía Encuentro Pájaros al amanecer Tierra madre El verso Eco Desierta en azabaches Pájaros inquietos Melancolía Sueños Sombra Pura sal y espuma Abrigo de luz Edén

11 12 13 14 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24

Rosa Esther Moro Miércoles negro Yo, mujer El señor Bassano y su perro Largo camino, el recorrido Las locas

27 31 34 35 38

Gabriela Garro El último gran vampiro Yo mujer

43 46


Un ciudadano X Caperucita Roja El inquilino TĂ­o Enrique

47 49 51 55

Norberto Ramazotti Todo cambia Amores perros Viejos fantasmas Las manos

59 62 71 72



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