Año 75 Nº 4086 - 3 de Agosto de 2014 18º Domingo ordinario - Ciclo A - Color verde
La solidaridad hizo el milagro La multiplicación y los peces evocan la gran tentación de considerar que únicamente la satisfacción de las necesidades básicas nos conducen al Reino. Jesús se preocupó de que sus discípulos fueran mediadores efectivos frente a las necesidades del pueblo, pero no recurriendo a la mentalidad mercantilista que reduce todo a la presencia o ausencia de dinero (Mt 14, 15). Es muy fácil, a falta de un benefactor, despedir a la multitud hambrienta para que cada cual se rebusque lo necesario. Pero Jesús no quiere eso, Él pide a sus seguidores que sean ellos mismos quienes se ofrezcan a ser agentes de la solidaridad entre el pueblo, ofreciendo lo que son y lo poco que tienen. Entonces la ración de tres personas, cinco panes y dos peces, se convierte en el incentivo
para que todos aporten desde su pobreza y pueda ser alimentado todo el pueblo de Dios; Jesús demuestra, de este modo, que el problema no es la carencia de recursos sino la falta de solidaridad. Algo que hizo diferente a Jesús de todos los predicadores de su época fue la capacidad para despertar los mejores sentimientos de la gente: amor, generosidad y respeto. Por eso, si entendemos con qué amor Jesús nos amó, estaremos seguros de lo que proclama Pablo: nada nos puede separar del amor de Cristo. La solidaridad debe significar que uno se hace responsable de los otros, el sano del enfermo, el rico del pobre, los países del norte de los países del sur. Significa que recibimos en tanto que damos, y que siempre podemos dar sólo lo que nos ha sido dado y que por eso jamás nos pertenecemos solamente a nosotros..
«Denles ustedes de comer»