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La crisis de los premios en Venezuela L
as zonas crudas de nuestro tejido civil y la debilidad institucional, producto de nuestra crónica inmadurez como nación, han ido consolidando con el paso del tiempo un hecho por demás singular: la inexistencia de premios tutelares que estimulen la excelencia; la escasa tradición en materia de reconocimientos referenciales, que tengan carácter histórico, para honrar las expresiones más altas de la cultura, el talento artístico, la literatura o el periodismo.
No hay en el país un galardón de naturaleza tutelar, una instancia indiscutida en las ciencias y las artes que sea la expresión de una serie de convenciones y aprendizajes colectivos arraigados, capaces de sobrepasar las opiniones subjetivas, las relaciones personales y las opiniones políticas. Llamados a profundizar una relación con las audiencias. No existe nada parecido a un Premio Goya, un César, un Cervantes, un Gardel, un Pulitzer. No hablemos de un Oscar o un Grammy.
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Nuestra incapacidad para obtener aprendizajes consolidados de las experiencias sociales y políticas que nos ha tocado vivir difculta la creación de consensos y la consagración de referentes institucionales que superen las diatribas cotidianas, las amistades personales y los intereses del momento.
Esta circunstancia tiene varias décadas de existencia, pero por supuesto que se ha agravado terriblemente con la hegemonía del chavista, una corriente política que parceló deliberadamente a la nación, y que a continuación, negando la diferencia, ha decidido premiarse a sí misma de forma permanente, condecorando únicamente la lealtad ideológica.
El Premio Nacional de Periodismo, por ejemplo, es hace rato una instancia vaciada de contenido, divorciada del ofcio y sus obligaciones naturales, desentendida de cualquier idea del mérito profesional, diseñada únicamente para agradecer la obediencia.
Premios fundamentales del siglo XX venezolano, como el de Literatura y de Música, o el de Ciencias, han ido mermando en su signifcado literal con los años. Si bien en muchos casos se ha tratado de entregas muy merecidas, siempre va a prelar el requisito del compromiso político. Es muy probable que no se haya entregado un sólo Premio Nacional a ningún artista, escritor o poeta que haya sido un auténtico militante de la disidencia, un crítico del actual estado de cosas, o que contradiga la narrativa ofcial de estos 22 años.
El Premio Cervantes, como máxima expresión de las letras en castellano, otorgado a Rafael Cadenas, por ejemplo, fue recibido con un silencio sepulcral por el ofcialismo.
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Otro tanto ha ocurrido con el Premio Rómulo Gallegos, uno de los pocos que logró el consenso y la aceptación de manera expresa más allá de nuestras fronteras hasta los años 90, pero que hoy, cuando es otorgado, siempre será usando la mano izquierda.
Tuvimos en el pasado premios interesantes vinculados a la sociedad del espectáculo, a la industria del entretenimiento, como el Mara de Oro, el Guaicaipuro de Oro, el Meridiano de Oro o el Premio Ronda. Algunos de ellos lograron el aprecio del mercado y la crítica y fueron aclamados por el público. Los premios Urbe y los PopAndRock dieron mucho de qué hablar, también, en el underground urbano de los años 2000.
Con los años fueron perdiendo aliento, aquejados por el debilitamiento de la industria del entretenimiento que ha tenido lugar en el siglo XXI a partir de la confictividad política. Lamentablemente, dejaron de ser tradición y forman parte de las postales de la Venezuela del siglo pasado.
Por supuesto que se entregan en Venezuela premios aceptados, que algunos de ellos refejan mucha calidad profesional, y pueden también decir muchas cosas en materia de tradición.
Expresan, sin embargo, en contra de su propia voluntad, una circunstancia parcelada, desprovista del consenso y la auctoritas, —un haber de enorme complejidad que no se compra en una farmacia— porque en Venezuela hay un status quo en el cual se ha concretado una ruptura institucional, que es la ruptura del estado revolucionario, y esa fragmentación, cruzada por la ideología y la política, se expresa cotidianamente en contra de nuestra voluntad.
Cuesta muchísimo consolidar íconos y valores nacionales que superen los desacuerdos de la política y medir a los méritos profesionales de manera indiferenciada. Instancias que premien, por igual, a Sofía Imber, Luis Britto García, Jesús Soto, Alberto Barrera Tyszka, Román Chalbaud, Cecilia Todd, Simón Díaz, Rafael Cadenas o José Balza.