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SABOREAR
tiva lo que resultó en un verdadero éxito, y no ha dejado de experimentar desde entonces, con deliciosos resultados.
Sin embargo, su primer compromiso siempre fue con la medicina, siguiendo los pasos de su padre, quien también ejerció la profesión. “Mi padre me puso la vara alta, porque su legado ha sido muy importante”. En estas breves líneas, es difícil resumir tantas aptitudes.
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Tener múltiples talentos signifca que una persona posee habilidades o destrezas excepcionales en diferentes áreas o disciplinas. Ese es el caso de Héctor Padula, cuyas capacidades se extienden en diferentes ramifcaciones, difíciles de compilar en una misma línea. Pero ciertamente, pretender sintetizarlo en una sola defnición es una osadía innecesaria.
Anestesiólogo, cocinero, fotógrafo… ¿cuál es su profesión, su pasión, su pasatiempo? No es posible obligarlo a decidir. Si, forzosamente, tuviéramos que perflarlo, el término narrador le calzaría perfectamente. Porque, de alguna manera, en cada una de sus actividades se enfrenta a un relato que puede expresarse a través de sus conocimientos médicos, la mezcla impecable de ingredientes en los fogones o la impresión de la luz a través de una lente.
Todo comenzó más o menos al mismo tiempo y por las mismas razones: curiosidad, desafío, rebeldía, amor. Se inició formalmente en la fotografía casi adolescente, al igual que en las artes culinarias. Inquieto y revoltoso, fue una forma de canalizar su ímpetu y preguntas en el cuarto oscuro revelando sus propias fotos, impulsado por su abuela paterna, quien fue una valiente protectora de su pueblo italiano, y una diestra fotógrafa.
A la cocina llegó de una manera más ingrata, pues fue el resultado de un castigo. En sus tiempos de boy scout, cometió una falta y le impusieron como reprimenda cocinar para todo el batallón. Su abuela también fue un apoyo en esta tarea, pues le proporcionó una de las recetas más apropiadas para satisfacer a muchos comensales: una sopa tipo “cruzao”. Con la esperanza de que no lo reclamaran más para esa labor, añadió ingredientes de su propia inicia-
La primera pasión
Cirujano cardiovascular, se especializó en anestesiología, al igual que su progenitor, Héctor Padula Falci, quien fue uno de los creadores del departamento de esa especialidad en el Centro Médico de Caracas, al que también pertenece este médico, que además es artista y chef.
Ejerciendo la medicina en las zonas más remotas de nuestro país, durante sus pasantías rurales, fundó, junto a sus compañeros de estudios, el programa Parima Culebra 86, Médicos de la Selva, que tenía como objetivo brindar atención médica y servicios de salud a las comunidades indígenas de la Amazonía venezolana. Es, precisamente, en ese período que comienza a explorar los paisajes naturales de Venezuela a través de su fotografía. Su visión artística está inspirada en sus experiencias ejerciendo la medicina en esos alejados parajes. Medicina, cocina y arte aforaron con determinación durante su estancia en la selva. Para Héctor Padula, la génesis de sus vocaciones, tan aparentemente distintas, se encuentran en el espectáculo claroscuro del denso follaje del Amazonas y en las vivencias indescriptibles con la comunidad yanomami.
El poder transformador del fuego
Desde tiempos prehistóricos, el fuego ha sido un símbolo de dominio, energía y renovación, y se ha considerado un regalo divino en casi todas las mitologías. Nuestros pueblos ancestrales no son la excepción; para los yanomamis representa un elemento espiritual que debe ser respetado y protegido.
Participar de las ceremonias que realiza ese pueblo, entender e interpretar la conexión entre el pasado y el presente, el valor de la llama del hogar originario y los rituales que acompañan su traslado de un hábitat a otro, dejó una impresión indeleble en la personalidad de Héctor. Como médico, afanzó su compromiso con su profesión; como cocinero, descubrió sus habilidades y su pasión por los sabores, y en su rol de fotógrafo, percibió un reto único: plasmar en imágenes su perspectiva particular e íntima de las formas, sombras y luces del entorno selvático que se instalaron en su mente.
Los sinuosos caminos que eligió comenzaron en el sur de nuestro territorio, pero lo han llevado a distintos lugares del mundo. El fuego, representado en el fogón, ha sido un hilo conductor en su historia. Para saber cuándo y por qué asumió su actuación como chef hay que ir a San Sebastián, España. En aquella oportunidad, asistió a una conferencia mundial de anestesiología. Al fnalizar el evento, Mikel Zamacona, colega anestesiólogo, le instó a quedarse unos días más, para visitar los restaurantes de moda, de los que tanto había oído hablar: Arzak, Mugaritz, Akelarre y Andra Mari. En ese inesperado trayecto, confrmó su pasión por la buena mesa.
Varias veces más, regresó a la ciudad del País Vasco. En una de esas oportunidades, coincidió en un vuelo con Juan Mari Arzak y Pedro Subijana. Sentado entre los dos reconocidos chefs, no perdió la oportunidad de expresar su admiración y —de paso— quejarse porque ignoraron una solicitud de reservación en sus restaurantes, Arzak y Akelarre. Su actitud le abrió las puertas a la cocina de ambos locales y, podría decirse, lo demás es historia.
Una cocina lúcida y lúdica
Hace 15 años, decidió dejar de soñar y concretar esa aspiración de tener su propio restaurante. Fundó Recoveco, en Galipán, un espacio en donde se disfruta del paisaje infnito que solo es posible admirar desde las cumbres de El Ávila. Su propuesta gastronómica es única y original, en donde expresa su creatividad y todos los conceptos que ha ido desarrollando a lo largo de sus viajes. Destaca una idea novedosa en su oferta: la neurogastronomía y, lo que él denomina, las 4S: sustentable, sostenible, saludable y sabroso. Todas estas nociones nos invitan a experimentar una cocina de autor, elaborada con productos cosechados en la zona.
Héctor Padula se toma muy en serio todos sus roles, sin embargo, la palabra “juego” surge con frecuencia en la conversación: “Me gusta jugar con el comensal, poner a prueba su paladar con mezclas osadas, en donde destaquen los tres sabores que, con certeza, nuestro cerebro puede desglosar”. Es probable que esa actitud traviesa ante los fogones, haya sido el resultado de su experiencia al aire libre, en sus años como niño explorador. Por Recoveco, obtuvo el Tenedor de Oro 2015 como mejor chef, premio que otorga la Academia Venezolana de Gastronomía.
En 2018, inauguró La Ofcina, en La Castellana, su particular visión de un bistró, en donde las hamburguesas, aderezadas con su Padula #5, son las protagonistas. Tostado es la versión delivery, resultado de la crisis Covid-19: “Es interesante analizar cómo ha afectado la pandemia el tema de la restauración, porque no solo ha sido el hábito de visitar un local, sino la incidencia de la enfermedad en la percepción y los sentidos, como el gusto. Pienso que aún no sabemos la dimensión de los cambios”.
La más reciente iniciativa es Quinta 63, en Altamira, donde combina su gusto por el arte con el placer de la enología, en una ambientación creada por el artista Samuel Baroni.
“No he salido de la selva” Resumir en varios párrafos una conversación con Héctor Padula no es tarea sencilla. Como todo aquel que disfruta de la alta gastronomía, los buenos vinos y la mejor compañía, el don de la palabra no se disimula. Sin embargo, la fotografía ha sido el medio elegido para expresarse.
Aunque le cuesta reconocer su motivación artística, porque se considera un científco, el resultado de su experimentación con las cualidades de la cámara fotográfca y las condiciones de la espesura de la naturaleza donde vivió, le permitieron publicar dos libros que lo llenan de orgullo y satisfacción.
El primero, lanzado en 2017 bajo la frma editorial LavaKa Producciones, Ipa Wayumi. Mi viaje es resultado de sus vivencias durante su práctica de medicina rural. Desde la perspectiva artística, se planteó preservar la memoria de cada acontecimiento, cada momento de su convivencia con los indígenas. Una manera de no alejarse de la selva.
En 2022, la misma editorial publicó su segundo fotolibro, PA_DU_LA Revelaciones con la asesoría de Vasco Szinetar y textos del poeta Igor Barreto. Esta vez, el reto surgió de una conversación con el fotógrafo y director artístico del Museo de la Universidad de Navarra, Valentín Vallhonrat. Es así como nace un libro evocativo e inquietante, que emana una energía cinética y alucinante que pretende despertar emociones y sensaciones en el espectador.
Talentoso, apasionado, responsable, tenazmente logra equilibrar todas sus pasiones e intereses. Sin duda, ha encontrado una manera de combinar su amor por la naturaleza, el arte y la medicina en cada uno de sus proyectos.
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