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Un encuentro con Elías Crespín

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Para la memoria

Para la memoria

El arte ha rodeado su vida desde que era niño, bien sea por sus clases de acuarela o la cercanía con sus abuelos Gertrud Gold Schmidt, mejor conocida como Gego, una de las artistas más importantes del siglo XX y Gerd Leufert, diseñador gráfco, fotógrafo, pintor, dibujante, ambos muy ligados al ámbito cultural y de quién Crespín conserva buenos episodios de su infancia o cierto es que este hijo de matemáticos traza hoy su propia historia en el mundo del arte, y deja asombrados a más de uno con esta nueva dimensión que introduce el Cinetismo a través de la tecnología, con obras que te invitan a la contemplación por medio del movimiento que emanan, casi mágico.

Según nos cuenta, sus obras son una “Danza suspendida geométrica”, con una identidad propia y el resultado de un arduo proceso de investigación, ensayo y error que le llevó varios años en poder desarrollar.

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Sus ojos se iluminan al recordar tiempo atrás, aquel encuentro con la obra del maestro Jesús Soto en el Museo de Bellas Artes, en la ciudad de Caracas, donde confesa que nace la inquietud que se desarrollaría a posteriori: lograr que el objeto fjo pudiese moverse y tener cambios paulatinos en el tiempo.

No en vano los caminos en su vida le darían la respuesta, y este ingeniero informático egresado de la Universidad Central de Venezuela, encontraría justamente en su carrera y experiencia, las bases necesarias para su nuevo lenguaje plástico y el desarrollo de interesantes obras electrocinéticas, basadas en un componente matemático evidente y una técnica al servicio, que poco a poco fue desarrollando con gran éxito.

Hoy, cada una de sus creaciones parten de un boceto a lápiz, seguido de un dibujo técnico en computadora, para de allí, comunicar a su equipo conformado hasta ahora por tres personas, la distribución de los componentes y elementos visuales que darán pie a lo que denomina La Guía silenciosa, pieza clave para el posterior desarrollo de cada obra.

Esta mecanización hoy lograda es el producto de muchas horas de trabajo y una disciplina importante.

Cada obra se crea en su taller ubicado en la ciudad de París, lugar que lo acobija desde el año 2008 junto a su esposa y su hijo Sebastián, y aunque confesa que su taller funciona con fexibilidad, tiene una gran importancia la constancia, la disciplina y el orden.

Con nostalgia, manifesta que la tensión de la ausencia de Venezuela le ha ido aumentando con los años y aunque con frecuencia la visitaba, ahora quiere relacionarse más con los códigos propios del país.

Sereno y entusiasta, este romántico, como también se defne, se sorprende aún del éxito alcanzado, mostrando un sincero agradecimiento por ello, pero con la frme convicción de seguir hacia adelante.

Elías no oculta el nerviosismo que siente ante los salones y concursos, aun cuando cabe destacar que además de premios internacionales, el artista posee dos de los premios más importantes de nuestro país, el Premio Armando Reverón y el de la Asociación Internacional de Críticos de Arte AICA, distinciones de envergadura, pero que quedarían en segundo plano en el año 2020, cuando su obra cinética titulada L’Onde du Midi (La Onda Meridional) pasó a ser parte de la colección permanente del Museo del Louvre, siendo de esta manera el primer artista latinoamericano en tener esta presencia y dándole, defnitivamente, la proyección internacional.

De aquel momento tan importante en París, Crespín regresa al pasado, al proceso creativo, donde admite que hubo dos momentos muy destacados en su vida: aquella primera obra titulada Malla Electrocinética I exhibida en el Ateneo de Cabudare, donde no sabía qué iba a pasar y donde confesa que estaba muy nervioso, y luego, 16 años después, con la obra del Louvre, donde todo era un reto, con una visibilidad enorme… sin duda, una fortuna de la vida, un evento improbable para él y aunque ambas están en contextos totalmente diferentes, hoy para el artista, son de igual importancia. Así, como lo fue su relación con su abuela, Gego, pero de la cual nunca le gustó proyectarse con respecto a ese parentesco…

Si analizamos algunos elementos importantes en la obra del artista, hoy catalogadas en nueve categorías, tendríamos que hablar del silencio, que juega un papel fundamental, ya que viene a ser parte del proceso contemplativo del movimiento intrínseco de la obra, y que por cierto, le trajo muchos dolores de cabeza en el pasado, con aquellas primeras propuestas, algo toscas y ruidosas, que posteriormente se solventaron con unos chip electrónicos que controlaban el fujo de corriente, evitando así el ruido presente y logrando entonces que el silencio fuese la música de cada obra. Aquí debemos hacer un alto y hablar de la colaboración de Crespín con el músico Jacopo Baboni Schilingi, donde el silencio fue opacado en una fusión maravillosa de artes plásticas, música y poesía, en el que los elementos de la obra de Crespín daban el pié a la producción del sonido.

También deberíamos tocar el tema del color, que para el artista pasa a un segundo plano, y en el que también se unió con el artista Felipe Pantone y el cubo ondulatorio que, según cuenta, fue una interesante combinación independiente de las trayectorias, donde cada uno se conjugó sin competir… una colaboración autentica.

Con todo lo anterior, podríamos decir que Elias Crespín es un artista que siempre nos traerá algo nuevo, que fuye, que se reinventa a cada paso, y que muestra la nueva cara de una generación de cinéticos, que forjan su propia carrera, muy al margen de sus antecesores. Un artista cuyo éxito no lo arropa, no lo turba, no lo aleja… más bien lo hace más cercano, humilde y completo, confando en su talento, en lo aprendido y en lo que forja a futuro.

Crespín seguirá sin duda alguna escribiendo su propia historia. Apenas, está comenzando.

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