Paula Pérez, La historia de mi mayor aventura

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La historia de mi mayor aventura

Paula Pérez Barragán B2B Llatí INS Can Planas 2016-2017


Una historia empieza con otra buena historia Aún recuerdo las palabras que Clara, mi querida madre, solía decirme a menudo, "dedícate a aquello que te guste, que te llene y que no te parezca una pérdida de tiempo". Por ese motivo decidí no seguir los pasos de mi padre, Juan Corbera, en su trabajo de navíos, así que desde pequeño me centré en la lectura, un placer que me inculcó mi madre. Sí, aquel maravilloso arte capaz de transportarte a otro mundo en escasos segundos, dejando de lado cualquier problema. Era un niño feliz, con un padre que me reprimía por mi comportamiento a cada momento, pero con una madre a la que amaba con todo mi corazón, algo recíproco para mi suerte. Aunque todo tiene un fin, y lo marcó una enfermedad, como muchas otras veces. Una fiebre afectó hasta tal punto a mi madre que le concedió la muerte cuando yo apenas tenía 6 años. Después de aquel suceso, me invadió un gran desamparo. Mi refugio fueron los libros, puesto que ni mi padre, ni mi hermano mayor Tomás podían animarme. Aunque eso sucedió hace años. Actualmente tengo 20 años y me mudé con mi familia a Barcelona hará poco más de 2 años. Estamos en plenos años 20, y mi padre se centra en su trabajo más que nunca, haciendo crecer su empresa día a día. Tomás lo imita paso a paso para llegar a ser su sucesor, y en cuanto a mí, no sé qué hacer con mi vida. -¿Acaso me escuchas, Víctor? ¡Aún no tienes trabajo, ni metas en la vida, ni nada! ¿A qué aspiras? -Te lo he dicho mil veces, y lo repetiré mil veces más. Aún no he decidido a qué dedicarme seriamente en un futuro. Además, actualmente trabajo. -Sí, en la relojería, como ayudante. ¡Eso no cuenta! Deberías seguir los pasos de Tomás. Tiene un buen trabajo en la empresa, está prometido y solo tiene 5 años más que tú. -No quiero ser ningún protegido, quiero labrar mi propio futuro dedicándome a algo que me guste. -Ni siquiera sabes lo que te gusta. Estoy harto de tu palabrería, te vendrás conmigo en el viaje a Sevilla el martes. Tengo que cerrar unos acuerdos allí. Y dicho esto, salió de la estancia. Era costumbre suya amenazarme, ¿pero obligarme a un viaje de negocios? Era algo que no deseaba ni en mis sueños. Decidí salir a calmar mis pensamientos y llegué a las Ramblas. Allí se podía apreciar un maremágnum de gente como habitualmente, y más siendo domingo. Esquivé a la muchedumbre con dificultades y accedí a una serie de callejones, uno de los cuales me llevó a un edificio con aspecto ruinoso. Decidí entrar, puesto que nunca había estado allí. Una vez dentro, admiré un lugar de grandes dimensiones y techos altos, con infinitas estanterías, una tras otra. Tardé un par de minutos deambulando por allí para darme cuenta que me encontraba en una antigua biblioteca.


-Es impresionante, ¿cierto? Pese a que esté totalmente desolada y olvidada... Una voz retumbó en la sala, produciéndome un pequeño sobresalto. Me giré sobre mis pies y pude ver a un hombre de unos sesenta años, bajo y jorobado, con una cabeza nevada por las canas y un rostro amable. -Perdona, no sabía que había alguien. -No te preocupes, no es de extrañar. Soy David Vidal, el protector de este lugar. Se me hace realmente curioso que hayas llegado hasta aquí. -Llegué paseando entre calles, no era consciente de esta biblioteca hasta día de hoy, a pesar de ser amante de los libros. A propósito, soy Víctor Corbera. Disculpe mi intromisión pero, ¿qué le ha sucedido al edificio? El hombre rio y por un segundo me pareció ver un gesto de tristeza por su parte. -Es una larga historia hijo lo que albergan estas paredes. -Por favor, cuénteme, si es usted tan amable. David asintió y empezó a caminar a paso lento entre las librerías, a lo cual yo le seguí. -Verás... este sitio, aunque no lo parezca, fue bastante concurrido unas décadas atrás. Su dueño, el señor Dorian Hoffman, era un bibliotecario amable que todos apreciábamos. Yo era gran amigo suyo, y descubrí que era un gran escritor. En el ínterim de su juventud y su madurez, llegó a escribir diversas obras de gran calibre. Pese a tener talento, a menos que fuese de buena familia, sus obras no alcanzaban la gloria, así que optó por utilizar el alias de Atlantis. En ese momento sacó un par de toscos libros de la estantería y me los entregó para que los hojeara. En efecto, ambos libros contenían su ex libris en la cubierta con el nombre de Atlantis escrito. Giré las páginas rápidamente hasta llegar al addenda, con varias correcciones. Parecía no estar presto para ser publicado. -Algunos de sus libros - prosiguió David – ni los acabó, ya que tenía ideas nuevas a cada momento y no esperaba un segundo a darles forma. Un día, cuando él ya tenía


30 años, se celebró un certamen literario y decidió presentarse con una de sus recientes obras, El susurro de la noche. -¡Conozco ese libro! Lo leí hace unos años. Tiene un estilo muy personal a la hora de escribir, me agradó mucho. David sonrió, mostrando con su mueca una gran felicidad y prosiguió. -Me alegra saberlo, a Dorian seguro le encantaría oírlo. Como iba diciendo, presentó su obra con su alias. El día de la entrega de premios, Dorian consiguió quedar en primer puesto, pero Pedro Aguirre, un señoritingo de cumbre que también se había presentado, hizo saber a los jueces que era de familia humilde, y a causa de ello se le descalificó y se le expulsó del certamen. Pese a todo, uno de los jueces le otorgó el accésit, reconociendo su gran talento. Aún así, Dorian se llenó de ira, puesto que el público presente el día de la entrega, en concreto el ganador, que resultó ser Pedro, se rio de él: tanto altos mercaderes, como simples snobs que hacían ver que poseían grandes riquezas, como personas de altos cargos políticos. Después del suceso, desapareció entre las calles. Esa misma noche me contó todos los hechos, aunque ya no parecía la misma persona. Había pasado de ser alguien amable y afectuoso a alguien rencoroso y maníaco, como si hubiese despertado su álter ego, algo así como Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Salió de la biblioteca como alma que lleva el diablo y fue en busca del desmerecedor del premio. Lo encontró saliendo de una taberna y allí mismo, en un lapsus que tuvo el hombre sin darse cuenta, lo asesinó. Después de ello, marchó despavorido y no se ha vuelto a saber de él. Se produjo un pequeño silencio, ya que me dejó totalmente asombrado. -Todo esto... ¿es verídico? -Tan cierto como la vida misma, señor Víctor. -¿Y el señor Dorian, sigue con vida? ¿Se conoce su paradero? -Ni yo tengo menor idea de donde puede localizarse. Después de su cometido lo busqué en su casa y en este lugar, incluso viajé a lugares característicos suyos cerca de aquí, pero nunca supe más de él. Créame, señor Víctor, puede que le haya parecido un psicópata, pero Dorian era un buen hombre y estoy seguro de que si sigue con vida, no debe ser un demente. Aunque eso ya nunca lo sabremos... Esto último lo dijo en un tono apagado, a la vez que bajó su mirada al suelo. Después de su relato, le pregunté acerca de él y me respondió contento, dejándome a ver que escasa gente se interesaba mucho por ese pobre hombre. Pasaron unas horas desde que había llegado a ese lugar y empezó a anochecer cuando decidí irme, no sin antes prometer a David que volvería. Puse rumbo a mi casa, encontrándome a Tomás en el salón, leyendo un periódico. -¿Saliste a vagabundear por ahí? Deberías buscarte un trabajo digno ya, echas tu vida a perder. -No quiero acabar siendo un amargado como padre o un protegido como tú, prefiero hacer algo que me apasione, cosa que deberías hacer. -Muy bonito, pero de sueños no se vive, Víctor. El trabajo de navíos da dinero, y pienso ser el sucesor a toda costa. -Pues adelante, no seré yo quien te lo impida.


Tomás hizo un gesto altivo y antes de dirigirme a mi habitación, su voz me interrumpió otra vez. -Nuestro padre me dijo que le acompañarías al viaje de Sevilla. No me lo esperaba, realmente. -Puesto que él me obligó, pero ya puede olvidarlo. -¿Pero qué... No le dejé acabar su frase y finalmente llegué a mi estancia. Una vez allí, medité sobre los acontecimientos de esta tarde, los cuales no me habían dejado indiferente. Dorian me había resultado alguien muy interesante y ambicioso con su deseo de conseguir un hueco en el mundo de la literatura, pese a su humilde inicio. Era alguien digno de admirar, podría decirse. Con esto en mente, y con mi curiosidad desbordada, decidí descansar.


Una decisión importante Me levanté. Era lunes y mañana se suponía que era mi partida a Sevilla, algo que debía evitar a toda costa. Claramente, el quid de viajar no era que odiase el sitio, sino que no pensaba dejarme arrastrar hasta allí a manos de mi padre. Bajé a la sala de estar para encontrarme de nuevo con Tomás, el cual no tardó dos segundos en hablarme. -Ya pensaba que no te ibas a dignar a bajar. Lo ignoré dedicándole un gesto de desprecio, a la vez que me dirigía a la cocina. -Vaya, el súmmum de la alegría… -No me molestes Tomás, solo escucharte hablar me produce jaqueca. Mi hermano formó un rictus con sus labios, acompañado de un leve levantamiento de cejas, mostrando su desconcierto. En ese instante apareció nuestro padre por la puerta. No sobra decir que parecía bastante enojado. -¿Qué sucede padre? - preguntó mi hermano. -Acabo de volver de una reunión con esos ignorantes mercaderes. No ha habido quórum para llevar a cabo la idea que estaba contándote ayer, la de… Calló un segundo al verme salir de la cocina, pero acto seguido prosiguió con su discurso ignorando mi presencia por completo. -Y además, uno de mis trabajadores me ha exigido un plus porque no cree cobrar lo suficiente. ¡Qué vergüenza! No me extrañaría que lo hayan añadido al memorándum de la asamblea de hoy. -Indignante... - prosiguió Tomás - supongo que lo has despedido. -¿Despedirlo? Si se atrevió a pedirte algo así, es que tal vez tuviera motivos - añadí. -No le defiendas, porque sí, lo he hecho. Mucho he tardado en destituirlo de su cargo. Por cierto, no creas que he olvidado lo que te dije ayer, Víctor. -Me niego rotundamente a ir, repito. -¡No te atrevas a replicarme! Vendrás, te guste o no. Y si no… -¿Y si no, qué? ¿Piensas amenazarme como siempre haces? -Exacto, mi ultimátum consiste en desheredarte a menos que sigas mis pasos. ¿Ahora te lo volverás a pensar? Me quedé callado, fusilándole con la mirada. -Todo era mejor cuando madre estaba.


De repente, noté que mi mejilla ardía. Una mano había ido directa al lado izquierdo de mi cara. -Pero ya no está, no la nombres. Supéralo como todos hicimos, ya no eres un crío. Me sobé la mejilla, que escocía como si no hubiera un mañana, y me dirigí a la puerta. -Voy a trabajar, adiós - dije, y salí de allí. Una vez en la calle, empecé a caminar hacia la relojería donde trabajaba. Debía parecer un payaso con esa marca, así que aceleré un poco el paso hasta llegar. No era el trabajo de mis sueños, pero era un lugar acogedor y de lejos, más agradable que mi casa. -Llegas tarde, Víctor ¿sucedió algo? - dijo Fran. Era mi jefe, y a pesar de tener la apariencia de un bruto, no lo era en absoluto. Además, era lo más cercano a un amigo que tenía.

-Discusión con mi padre, para variar – dije señalándome la mejilla con el índice quiere que lo acompañe mañana a Sevilla. -Tal vez deberías replanteártelo, no debe ser tan mala idea. -Lo es, sabes que no soporto su trabajo. -Bueno muchacho, solo piensa en ello. Ahora manos a la obra, hay muchos relojes que necesitan un arreglo. Fui hacia mi puesto, un pequeño escritorio cerca del mostrador, y empecé con mi faena. Era algo muy mecánico para mi, ya que como no era un profesional en ello, Fran me daba las tareas más sencillas. Por un momento me vino a la cabeza la antigua biblioteca, David, Dorian... Dorian y su salto a la locura. ¿Cómo puede un hombre cambiar tan drásticamente de personalidad? Llega a ser incluso desconcertante, pero es algo que me llena de curiosidad, hacía tiempo que no le daba


tantas vueltas a un tema ajeno a mí. Normalmente, cualquier cosa que no tenga que ver conmigo la ignoro, pero esto... extrañamente no. Tenía la sensación de querer saber más y más. Lo que es más, Dorian probablemente sigue vivo, quizás pueda... -Víctor, estás muy distraído chico. Céntrate un poco, a ver si vas a destrozar alguna pieza. Volví a la faena sin rechistar y al rato entró un hombre al lugar. Por su aspecto, alguien de dinero seguro. Saludó a Fran con un apretón de manos y una ocurrencia, divertida para ellos pero sobria para mi. Desde luego no tenía la vis cómica en mi opinión. -Oye chico, ¿no eres el hijo menor de Juan Corbera? - Sí, lo soy – dije soltando un suspiro. -¿Y qué haces aquí? ¿No trabajas en los navíos? -No tengo el placer de hacerlo, no. Si me disculpa... -Pues deberías seguir sus pasos. Soy amigo de tu padre, y me ha hablado mucho de ti. Realmente pareces un hueso duro de roer. Ignoré su comentario para seguir con mi trabajo y el hombre se fue. ¡Qué descarados llegan a ser algunos! Volví a pensar en Sevilla, y decidí qué hacer. Debía irme, lejos de aquí, solo así podría evitar el destino que me tenía preparado. Escribí allí mismo una carta a escondidas de Fran dirigida a mi padre, no quería enfrentarme a él de nuevo. Terminé de escribirla, pero en el último momento añadí una postdata después de mi firma, diciendo que no perdiese el tiempo buscándome. Una vez acabada, me la guardé y esperé paciente a salir del trabajo. No podía esperar a desaparecer, y aunque no sabía bien mi destino, sabía donde empezaría mi viaje: debía visitar a David.


El comienzo de… algo Llevaba horas allí metido trabajando y no veía la hora de salir. Debía irme antes de lo usual para poder cumplir el plan, y para ello debía convencer a Fran. -Oye Fran... hoy tengo unos asuntos pendientes y me iría bien salir antes. -¿Asuntos pendientes? -Sí, Fran, sabes que tengo más vida además de la relojería... -Lo sé, lo sé, pero hoy tenemos bastantes encargos y eres mi único empleado. -Por favor... sabes que no te lo pediría si no fuese importante. Hizo un gesto titubeante y negó con la cabeza. -Lo siento Víctor, pero hoy no podrá ser. -Vamos Fran, siempre pongo mucho empeño en lo que hago. -¿Si te dejo salir antes... qué harás a cambio? Tiene que haber un quid por quo justo. -Vale... a cambio, haré horas extra gratis otro día que me pidas. -¡De acuerdo! Eso sí que es un buen trato. Debes tener asuntos muy importantes que atender. -Ni lo dudes - asentí con una ligera sonrisa. Estuve trabajando un par de horas más y salí casi corriendo de allí, rumbo a la biblioteca. Una vez allí, me pasé un rato buscando sin éxito a David. Empecé a desesperarme, poniendo en duda la eficacia de mi planificación, hasta que me topé de bruces con el bibliotecario que ansiaba encontrar. -¡David! Ya pensaba que no estabas. -Claro que sí, es mi segundo hogar, ¿recuerdas? No esperaba volver a verte tan pronto. ¿Qué te trae por aquí? -Pues verás, puede parecer un poco precipitado, pero me voy de Barcelona, y no me refiero al viaje de mi padre como te conté ayer. -¡Vaya! ¿Cuándo? -Con suerte hoy, por ese motivo venía a verte... verás, sigo empeñado en negarme a ir a Sevilla mañana. Apenas tengo 20 años y ya debería saber qué hacer con mi vida, pero si te soy sincero, no tengo la menor idea... A causa de ello, pienso ir en busca de Dorian. Esa última frase provocó que David abriera los ojos hasta tal punto que parecían salirse de sus cuencas. -¿D-Dorian? - tartamudeó - ¿Dorian Hoffman?


-El mismo. -Pero, ¿por qué motivo? Tal y como te lo describí, supuse que lo tomaste por un loco. -En un principio, no lo niego. Pero me tiene fascinado su historia, además de ser uno de los autores que me marcó en la niñez. Era cierto. Con la tristeza que me dejó la muerte de mi madre, sus libros fueron de gran ayuda para los momentos más duros. Desde algún que otro cuento infantil hasta el célebre El susurro de la noche , la causa del por qué iba a emprender mi viaje. -Tengo la corazonada de que sigue vivo, pero no sé por dónde debería empezar a buscar. -Víctor... sé que estás un tanto entusiasmado, pero no va a ser tarea fácil. Dorian lleva años desaparecido, y si es así, es porque no quiere que le encuentren, sin descartar la opción de su posible fallecimiento – sus palabras desprendían honestidad, pero en el fondo, sabía que parte de él quería que partiese en su búsqueda. -Entonces... ¿no me ayudarás? Lo miré unos instantes a los ojos, sin dudar un momento. Él miró al suelo, justo antes de alzar la cabeza con una sonrisa. -Por supuesto que sí muchacho. Sígueme. Contento, lo seguí por las librerías, como horas antes hicimos. -Mira – dijo enseñándome unos libros – en la ópera prima de Dorian, cuando apenas había escrito unos pocos relatos, he notado que suele nombrar siempre un sitio en concreto, la ciudad de Glasgow, en Escocia. Sentía cierta fascinación por el lugar: por el idioma, sus costumbres, sus vestimentas... . -¿Quieres decir que está allí? -No tengo ni idea, pero no me extrañaría. Aún así, primero debes ir a la Vall de Nuria. Allí vivían unos familiares suyos con los que pasó su infancia. Le gustaba mucho el lugar y era muy querido en el pueblo. Seguro que allí encuentras alguna pista de su paradero, pero ten Escocia en cuenta, recuerda el sitio, puede que lo visites en un futuro. -De acuerdo, rumbo a Nuria pues. -Te advierto, Víctor. Dudo que tengas problemas, ya que es un tema algo olvidado. Aún así, para evitar cualquier suceso desafortunado, la conditio sine qua non es ser lo más discreto posible. -Por supuesto, lo tendré en cuenta. Pero dime, ¿no quieres venir? -Me halaga que hayas pensado en ello, pero con lo viejo que estoy, solo supondría una carga para ti. Aunque estaré atento a noticias tuyas. Además, si me voy, ¿quién cuidaría este sitio? Seguro que los cabrones de la constructora lo demolerían en un abrir y cerrar de ojos. Sabes, aunque esté hecho polvo – dijo a la vez que daba unas suaves palmadas a una estantería - me agradaría que algún día volviese al statu quo en el que se encontraba años atrás.


Le dediqué una sonrisa sincera. Sentía cierta lástima por su deseo. Muchas personas aspiran siempre a lo más alto, como mi padre, pisoteando si hacía falta los sueños de los demás. Este pobre hombre solo quería devolverle la vida al lugar en el cual tantos años ha vivido. -Bueno, Víctor, solo me queda desearte mucha suerte. Sin duda, tu partida seguro acabará siendo vox populi. No sucede cada día que un chico de buena familia desaparezca sin dejar rastro. -Créeme, muchas veces desearía no serlo... . Andaré con cuidado, solo me quedan un par de cosas por hacer y me pondré rumbo a la estación. -Mucha suerte, de verdad – me dijo mientras estrechábamos las manos. -Cuídate David, espero volver a verte. Salí del lugar, camino de nuevo hacia mi casa. El último tren a Nuria no era muy tarde, así que debía apresurarme. Al llegar, estaba Tomás a punto de irse de nuevo a trabajar. Me preguntaba por qué siempre me lo encontraba por casa, a pesar que se pasa media vida en el trabajo y la otra media en tabernas. -¿Qué haces aquí? Normalmente estarías “trabajando” – diciendo esto último acompañado de unas comillas con los dedos. -He salido temprano, puesto que acabé la faena pronto. -¿Ese es tu modus operandi? ¿Hacer las cosas rápido y mal? Así no llegarás muy lejos... -¿Y este es tu modus vivendi? ¿Molestarme cada vez que abres la boca? No sé cómo te soporta tu prometida... -Cuidado Víctor, que seamos hermanos no significa que lo que digas no tenga consecuencias. Sueltas puyas a la ligera, y más de una son casus belli, así que vigila de no acabar en una confrontación conmigo, porque saldrías perdiendo. -¿Me amenazas como cuando éramos niños? Que triste por tu parte, ¿nunca crecerás? -Lo he hecho, a diferencia de ti. Siempre que te veo, no puedo evitar pensar que eres una rara avis: sin trabajo, sin prometida, sin nada, a diferencia de mi claro. -Yo no soy tu, para mi suerte. -Claro, para tu suerte – dicho esto, se fue. Subí a mi habitación, cogí una maleta y la llené de cosas que creía necesarias. Cogí el dinero que tenía ahorrado y bajé. Tenía la mano en el pomo cuando recordé la carta que tenía guardada en el bolsillo interior de la chaqueta. La saqué para contemplarla un poco, y antes de dudar, la dejé en la mesita de la entrada, seguido de mi partida de allí.


Puse rumbo a la estación, llegando en escasos minutos. Una vez allí, me dirigí a la cabina para comprar un billete (más caro de lo que imaginaba, la verdad). Me senté en un banco a contemplar el panorama: señores leyendo el periódico en otro banco, niños jugando en el suelo con lo que parecía ser unos coches de juguete, el transfert de maletas de un tren a otro por un posible transbordo... Ya empezaba a ser la hora de mi viaje y escuché como llamaban a los pasajeros. Entre los trabajadores del tren, divisé al que revisaba los billetes. Tenía un aspecto un tanto soberbio, pese que a fin de cuentas, entre los que se encargaban de cargar maletas era solo el primus inter pares. Cargué mi propia maleta y me acomodé en un asiento sin ninguna prisa. Iba a ser un trayecto largo.


La llegada a Nuria Habían pasado unas horas y mis ganas de llegar aumentaban. Además, ya empezaba a estar un poco harto de estar tanto tiempo encerrado. Aún así, mis pensamientos me mantenían bastante distraído: no tenía ni la menor idea de lo que me deparaba este viaje. Empecé a escuchar un murmullo de otros pasajeros, dándome a entender que el trayecto estaba in extremis y estábamos a punto de llegar. Al cabo de poco, salí de allí con la maleta en mano. Miré mi reloj y eran las nueve post meridiem, aunque no era difícil adivinar que era de noche, puesto que el cielo estaba totalmente cubierto por un manto negro. Estaba ansioso por empezar mi investigación, pero a priori debía buscar un lugar donde poder pasar la noche.

El santuario de Nuria era bastante pequeño y se respiraba un aire de tranquilidad. Deambulé por las calles de un pueblo cercano, bastante más amplio que el lugar al que fui anteriormente, y me topé con un hostal, entrando sin pensármelo dos veces. Era un lugar bastante pintoresco, al igual que sencillo. Había un pequeño escritorio que parecía no estar atendido. Me acerqué ligeramente y me incliné un poco, pero ipso facto, sin tener yo tiempo a reaccionar, se alzó un hombre que parecía estar escondido debajo del mueble. -¡Oh! ¡Hola! No esperaba visitas a estas horas... ¿qué deseaba? -Bueno, yo... quería reposar aquí durante mi estancia. -Por supuesto, ¿cuánto tiempo estará? -Hmm... - hice un gesto pensante, ya que ni yo mismo sabía la respuesta - dormiré aquí sine die, ya que no sé los días que estaré en Nuria. -De acuerdo... - comenzó a mirar una libreta del escritorio, supongo que de los huéspedes, aunque parecía estar en blanco – tengo una habitación ideal para usted, señor... -Víctor Corbera. -Señor Corbera, tome – dijo a la vez que me entregaba una llave – si va a salir, no vuelva más tarde de las doce.


-Gracias, y eso haré. Me dirigí a mi habitación, la número once según la llave. Entré y descubrí una estancia bastante acogedora (para mi sorpresa), a pesar de su sencillez. Dejé la maleta encima de la cama y salí de nuevo a la calle. Quería conocer algún mínimo detalle sobre Dorian esa noche, pues la intriga me podía. Llegué a un bar y me adentré en él. No estaba muy concurrido, pero tenía cierto ambiente, sin tener en cuenta a un par de ancianos que estaban en un rincón de la sala in articulo mortis, a juzgar por las muchas arrugas que mostraban sus rostros. Me acerqué a la barra y me senté, esperando a ser atendido. Al poco, se acercó un hombre de mediana edad, un tanto rechoncho pero con una agilidad sorprendente en su trabajo: era el camarero. -¿Qué va a tomar? -Una cerveza, por favor. Me la sirvió al instante y se puso a secar varios vasos con diligencia.

-Usted no es de por aquí, ¿me equivoco? - preguntó. -No, no se equivoca. Soy de Barcelona. -Se le nota, aunque es de extrañar tener visitantes de la gran ciudad. ¿Qué le trae por aquí? -Estoy buscando la casa de la familia Hoffman. ¿Sabe dónde podría encontrarla? El hombre pareció sorprenderse al decir el apellido, y dejó su faena de lado de golpe. -¿De la familia de Dorian? Hace tiempo que nadie preguntaba por ello... ¿es policía? -¡No, no! En absoluto, créame. Mi padre era un gran amigo suyo antes de que ocurriese la... tragedia, y sé que se pondría contento si pudiese dar con él. El camarero pareció dudar un poco, pero prosiguió con su faena a la vez que me hablaba.


-Esa casa solía estar llena de vida años atrás. Dorian era alguien que se hacía querer, y al ser un pueblo pequeño, todos nos conocíamos, al igual que ahora. Cuando sucedió aquello, todos nos llevamos una gran sorpresa y quedamos desconcertados. Ab illo tempore, tras la pena que le invadió, la señora apenas sale de casa. -¿La señora? -La tía de Dorian. Ella lo quería como si fuese su hijo. -¿Y los padres? -Dorian era huérfano, por eso vivió aquí muchos años con sus tíos. Ana está ya bastante mayor, los estragos de la vejez se marcan en ella. Además, apenas tiene visitas y desde que su marido falleció, vive rodeada de soledad. -Vaya... no tenía ni idea sobre ello. Tal vez no sea buena idea hacerle una visita, dudo que quiera recordar todo lo que... -¡Y tanto! - dijo cortándome - le aseguro que le gustará tener visitas. Ver caras nuevas le vendrá bien. Su casa es bastante fácil de localizar, mire... Me dio las indicaciones y hablamos poco más. Acabé mi bebida y me dirigí al hostal. Eran las once y me moría por descansar como era debido. Me desperté a las ocho ante meridiem totalmente descansado. Realmente necesitaba ese sueño. Bajé las escaleras, llegando a recepción, encontrándome al hombre que ayer me atendió. No se había percatado de mi presencia, así que lo pillé in fraganti revisando unas cartas que reposaban en el escritorio. -Buenos días - dije con una leve sonrisa. -¡Oh! Buenos días, señor Corbera. Es bastante madrugador por lo que veo. -Tengo asuntos que hacer, así que no debo dejarlo para más tarde. Nos vemos - añadí con un gesto con la cabeza en señal de despedida. Salí de allí para encaminarme a la casa de la tía de Dorian, Ana, si no recordaba mal. Gracias a las instrucciones del camarero, me resultó bastante fácil llegar. Una vez allí, me paré delante de la puerta, dudando un momento sobre qué hacer. Pensar que estaba ahí a raíz de toparme sin comerlo ni beberlo con una biblioteca... . A posteriori, llamé a la puerta esperando respuesta. Esperé y esperé varios minutos que me resultaron una eternidad. Me rendí, echando por tierra todos mis esfuerzos. Me giré en un intento de irme, pero... -¿Quién es? - dijo una voz a mis espaldas.


Una visita poco fructuosa El sofá era, de lejos, más incómodo de lo que parecía. No encontraba una posición adecuada en la que no me hundiese. Ana no tardó en llegar con dos tazas de café y unas pastas en una bandeja. Me levanté al acto al verla venir, dirigiéndome a ella en señal de ayuda, pero negó con la cabeza, haciéndome sentar de nuevo. -Gracias otra vez por recibirme señora Hoffman, y por el desayuno. -No es molestia. Además, ¡no podía dejarle sin comer! Aún debe crecer... -No creo que crezca más señora, ya tengo 20 años - dije esbozando una sonrisa. -20 años... ¡qué joven eres, te queda tanta vida por delante! - miró por la ventana con melancolía, como si pudiese revivir momentos con ese acto. - Pero bueno, dejemos de lado ese tema. Así que está en busca de Dorian, ¿cierto? -Sí, sí. Un camarero del bar me dijo que usted y Dorian tenían una relación muy cercana. -Y no se equivoca... . Los padres de Dorian murieron una noche en un asesinato cuando él tenía apenas 8 años. Él era un niño muy cariñoso y maduro ex aequo para su edad, incluso en el funeral pronunció unas oraciones ad hoc. Pero al fallecer sus padres se volvió más cerrado, sin dejar de ser un buen niño. Siempre se entretenía con cualquier cosa para evitar pensar mucho en esa desgracia que le había ocurrido a tan temprana edad. Esas palabras me recordaron a mi infancia. Realmente podía comprender al pobre y pequeño Dorian. Al pensar en ello, bajé un poco la mirada. No podía evitar entristecerme al verme reflejado en él. -Todos pasamos por fases duras señor Corbera, no se preocupe – me dijo atenuando lo que parecía ser una triste mueca. -Desde luego... -Los padres de Dorian estaban ocupados casi siempre trabajando, por lo que yo solía cuidarlo la mayor parte del tiempo. Aún así, mi hermano solía leerle cuentos antes de dormir cuando era pequeño y tras sus muertes, no dejó de hacerlo por su cuenta. Supongo que a raíz de ello, se creó su deseo de ser escritor. No exagero cuando digo que me repetía ad nauseam las ganas que tenía de dedicarse a ello – dijo riendo. - ¿A usted le gusta leer? -Desde luego, soy amante de los libros lato sensu. -Me alegra escuchar eso. Como iba diciendo, a medida que crecía iba apasionándose más y más a la afición de escribir, hasta que dejó el pueblo y se mudó a Barcelona. Venía cada verano a visitarme una temporada y él me explicaba cómo le iba. Todo iba genial hasta que sucedió aquello... . Me sorprendió más que a nadie, pero no por el hecho de que desapareciese del mapa, más bien por asesinar a alguien después de lo de sus padres. -Imaginé que tal vez habría venido aquí después de...


-No - espetó seria – no vino. Aunque puede que esto le sirva... Se levantó y cogió unos papeles de un cajón cercano de una alacena. Estaba hasta los topes de vajilla que parecía bastante deteriorada.

-Estos documentos stricto sensu no son míos, pero como Dorian ya no está... podría considerarse que sí. Hay partes de un diario suyo, y aunque no sea de mucha ayuda, tal vez haya algún dato importante. Me los entregó y los hojeé un rato, mirándolo por encima. Habían muchas anotaciones, incluso me fijé que había transcrito in extenso gran parte de una carta. No sé si eran imaginaciones mías pero mientras lo hacía, sentía unos ojos penetrantes. Alcé la vista y vi a Ana inspeccionándome, alternando mi cara y los documentos como objetivo de su mirada. Parecía bastante ansiosa. -Tome... muchas gracias – dije devolviéndoselos, a lo que por un rápido movimiento de ella fui correspondido. - Creo que debería irme ya. -¡Pero apenas ha comido! -No se preocupe, no como mucho. -De acuerdo... déjeme acompañarlo a la puerta. Eso hizo, y una vez fuera volví a respirar. No sé con certeza en qué momento sucedió, pero el aire se había vuelto muy tenso. Supongo que no le debí transmitir mucha confianza. Decidí dar un paseo por el pueblo para aclarar un poco mis pensamientos. Estaba en un callejón sin salida, ¿qué debía hacer? Estuve toda la mañana yendo de un lado a otro, sentándome en el fresco césped durante largos ratos, hasta que decidí volver a la taberna a tomar algo. Al llegar, vi que un hombre seguía mis pasos con sus ojos, poniéndome bastante nervioso a decir verdad. Me senté en la


barra como el día anterior y esperé a ver al camarero. De golpe, el individuo de antes se acercó de manera desafiante hasta colocarse justo a mi lado. Debería haberme quedado fuera... -Oye tú, sabemos a qué has venido. Siento decirte que has venido al lugar equivocado, así que ya puedes ir a molestar a otro lado. -Sólo vine a tomar algo, como todos los demás - dije serenamente. -No te hagas el tonto. Me refiero al pueblo, sabemos que eres policía. Ya han venido otros antes y no han conseguido nada, así que largo. Suspiré intranquilo. Notaba que la conversación iba in crescendo, cosa que debía evitar, puesto que su envergadura era notoria y saldría perdiendo. -No soy policía, vine motu proprio. Estás montando un espectáculo por motivos inciertos. Así que si me disculpas... - dije mientras le daba la espalda. -Tranquilo, el espectáculo ha acabado – dijo girando mi taburete, dejándome cara a cara a él - pero aún “se me queda” el bis. Apenas tuve tiempo para reaccionar a la vez que veía venir su puño a mi rostro, pero para suerte mía, nunca llegó. El camarero de ayer le había sujetado el brazo. -Basta Pedro, ni siquiera le conoces. -¡Está molestando al pueblo y a la pobre Ana! -Venga, vamos fuera. Lo acompañó a la puerta para luego volver a mi. -Tu presencia está alterando a mucha gente, y a pesar de que no me transmites sospecha... te recomiendo que abandones el pueblo. -¿Abandonarlo? No tenéis ningún derecho a echarme. -Es sólo una recomendación. Aquí son de cabezas toscas y no van a cambiar de parecer. Te pido que te vayas volens nolens. Para evitar otra confrontación, me fui de allí sin soltar palabra. Ahora sí que estaba perdido. Únicamente tenía in mente las palabras del trabajador. ¿Realmente estaba siendo una molestia? Aunque las palabras del supuesto Pedro "aún se me queda el bis [sic]" tampoco tenían desperdicio. Desde luego era ingenioso. Volví al hotel con la mente in albis, sin saber qué hacer. ¿Tal vez debía seguir los recientes consejos proporcionados? ¿O persistir e intentar descubrir algo más? Ana se había comportado de manera muy extraña y me hacía dudar la franqueza de sus palabras. El teléfono de la habitación sonó, despertándome del trance en el que estaba. Al cogerlo, me di cuenta de que era el dueño del hostal, informándome sobre una visita que me esperaba en recepción. A pesar de mis sospechas sobre la identidad de esa persona, me atreví a preguntar. -¿Y puedo saber quién es? -Se trata de la señorita Ana Hoffman.


Un giro de los acontecimientos Me sorprendió de gran manera la noticia. Bajé casi inmediatamente, encontrándome con Ana en el vestíbulo, sentada en un sillón. -Señora Hoffman… es una sorpresa verla aquí. -Siento presentarme de improviso – dijo a la vez que se alzaba – pero debía verle después de la escena que se ha montado en el bar. ¿Cómo sabía ella acerca de ello? Realmente el chismorreo triunfa aquí. -Es usted muy amable, pero no se preocupe. Usted no tiene la culpa. -Temo discrepar en eso con usted. ¿Me acompaña, por favor? Extrañando, la seguí. Salimos del hostal y nos encaminamos (por segunda vez ese día) a su casa. Me senté en el sillón incómodo (ya terminé por llamarlo así) y esperé a que hablara. Paseó por la sala sin decidirse, hasta que decidió sentarse en una de las sillas que acompañaba a la mesa del comedor. -Lo siento… han llegado demasiado lejos. -¿Perdone? – respondí sorprendido. -Lo del bar… ha sido por mi culpa. Anoche me dijeron que alguien me buscaba, y di por sentado que era por otro periodista en busca de una noticia que publicar por la historia de Dorian. Yo mandé que le… intimidaran para que se fuese de aquí, pero le ha convertido en una persona non grata en este pueblo. Abrí los ojos asombrado, sin acabar de creer lo que me contaba. -Pero como le dije, no soy ningún periodista ni nada parecido. ¿Por qué no confió en mí? -¡¿Por qué?! ¡¿ Por qué, dice?! Llevo casi toda mi vida viviendo aquí, y ¿sabe cuántas veces han venido a sonsacarme información sobre Dorian? Innumerables. Me dejó estupefacto la manera en que Ana había reaccionado, y creo que ella también lo notó, puesto que se disculpó y volvió a recuperar la compostura en instantes. -Lo siento, no era mi intención molestarla. Pero le aseguro que no mentí al decirle mis intenciones – dije. Me miró, dedicándome una tierna sonrisa. -Lo sé, por eso voy a contarle la verdad… Mi hermano, James Hoffman, conoció a Laura, la madre de Dorian, cuando eran muy jóvenes. Eran un matrimonio de facto, puesto que nunca se casaron. Aún así, a pesar de las dificultades económicas que solían tener, nunca he visto a una pareja amarse más que ellos dos. Siendo aún bastante jóvenes, tuvieron a su primer y único hijo. Eran muy felices, pero un año aumentaron los problemas financieros. Trabajaban sin parar, pero eso no era suficiente para pagar la casa y los gastos que suponía tener un hijo pequeño, ya que


aún debían cuidarlo, puesto que la edad de iure para trabajar aún no la tenía. Por ese motivo, estaban endeudados constantemente. Una vez, no consiguieron devolver el dinero que habían pedido como préstamo a alguien de un alto cargo, y una noche que salieron a pasear los asesinaron a ambos.

-¿Los mataron por no poder pagar? – dije con gesto asombrado. -Exacto. -¿Encontraron al culpable? -Pues sí. Algún que otro testimonio pudo ver al asesino y fue llevado a juicio. Aún así, como era mandado por una familia de dinero, estaba muy protegido y por “falta de pruebas” – dijo haciendo comillas con los dedos – fue pactado ser puesto en libertad, ya que en caso de duda in dubio pro reo. Después del juicio, pude hablar con el dichoso criminal, y el bastardo reconoció haberlo hecho. Pero según él, no sabía que hacer justicia era un delito. -¿Y qué hizo? -Simplemente responderle “ignorantia legis non excusat”. Aunque jurara y perjurara al juez lo que me había confesado, no habría sucedido nada. Ya se había llegado al acuerdo de que él era inocente y no se debía hablar más de ello. Como bien sabes, pacta sunt servanda. -Pero… ¡eso es totalmente injusto! ¡Incluso lo había confesado! -Pero me lo dijo a mí, no al juez. Aunque cueste creer, dura lex, sed lex. Después de todo aquello, yo me quedé a cargo de Dorian y la patria potestas pasó a ser mía, puesto que aún era menor de edad. -Pero… seguro que nunca se pudo demostrar que el acusado era inocente, por lo tanto aún hay esperanza, ¿cierto? El caso aún no debe haberse cerrado del todo sin las pruebas suficientes, estará sub iudice. -¿Acaso no recuerdas cuánto tiempo hace de esto?


Me quedé callado un momento. Me había dejado llevar totalmente por la situación. -Lo siento… no habría pensado en ello. -No te preocupes – dijo sonriente – es comprensible. Realmente surge un sentimiento de impotencia, ¿cierto? -Desde luego… pero ¿por qué ha decidido confiar en mí? -Reconozco a los mentirosos a leguas después de estos años… y usted no es uno de ellos, señorito Corbera.


Un viaje con un nuevo destino Después de que Ana me contase sobre el contexto familiar de Dorian, sentía que estaba unos pasos más cerca de encontrarlo, algo que me tranquilizaba. -Cuando Dorian creció, se mudó a Barcelona, ya que la fábrica en la cual estaba tenía siempre problemas de déficit a finales de año. Apenas había trabajo en un pueblo tan pequeño como este, pero me alegró saber que se las arregló bien. Siempre fue un niño muy espabilado. -¿Pero por qué decidieron tener a Dorian? No me malinterprete, pero eran conscientes de sus problemas financieros y… -No es ningún misterio el motivo. Realmente no esperaban un hijo, pero utilizaron como método anticonceptivo el coitus interruptus, y no resultó bien. Pero no por ello dejaron de amarlo como a cualquier niño buscado. Siento aparcar el tema, pero creo que deberías marcharte pronto, de verdad. Si no lo haces, más de uno hará experimentos in vivo contigo. -S-sí, tienes razón – tartamudeé. – Entonces ¿París verdad? Apenas había estado tiempo aquí y ya debía irme. Aunque era una buena noticia, era una pista importante. Ana me dijo que Dorian fue a visitarla después de la tragedia para avisarla de que se iba a París una temporada. ¿Y por qué París? Bueno… es conocido que es la cumbre de famosos artistas, así que él no pensaba quedarse atrás. Era más ambicioso de lo que imaginaba. Fui a la estación para saber la manera más rápida de ir a París. Si el trayecto de Barcelona a Nuria me pareció largo, era únicamente el calentamiento… -¿A París? – Dijo el encargado a través del cristal – No hay ningún directo, claro. Deberías hacer transbordo aquí – a la vez que señalaba un mapa – y luego coger la otra vía directa a la ciudad. Te aviso que no será un viaje muy cómodo. -Lo sé, pero tengo que ir. ¿Y cuándo sale el tren? Tuve que esperarme a la noche para viajar, ya que apenas había salidas en un pueblo tan pequeño. Al llegar la hora, me dirigí allí, preparándome para un largo y pesado viaje. Habían pasado largas horas, pero apenas había conseguido dormir. El viaje se hizo eterno, pero después del horrible transbordo, finalmente llegué a la gran ciudad. Los edificios eran asombrosos, había arte por todos lados y el idioma parecía simple música. Tenía miedo de no entender nada, pero las clases de francés que tanto detestaba de niño habían dado sus frutos, así que podía defenderme.


Después de recorrer diversas calles, fui al lugar que me indicó Ana. Según ella, Dorian se instaló un tiempo en un barrio de inmigrantes, muchos de ellos españoles, así que allí debería encontrar más pistas. No sabía cómo guiarme, así que después de preguntar unas cuantas veces, conseguí llegar. Realmente… toda ciudad tenía la doble cara de la moneda. Por un lado estaba la gente de alta cuna, con sus bonitas vestimentas, y por otro lado los suburbios y la miseria, justo donde había llegado a parar. Mientras caminaba entre las diferentes calles, podía apreciar diversas escenas, cada cual más horrible que la anterior. La pobreza envolvía el lugar, saltaba a la vista. Escuché una conversación de fondo entre un par de hombres sobre un supuesto asesinato. -¿Seguro que lo mataron? -Que sí, se metió donde no debía, y ya sabes lo que pasa en esos casos. Encontraron el cuerpo en completo rigor mortis, no se le podía doblar ni un dedo de lo tenso que estaba. A saber cómo consiguieron llevárselo… Pasé de largo, teniendo la charla reciente en mente. Para tratarse de un tema tan delicado, lo discutían con una soltura sorprendente. Finalmente llegué a la posada donde Dorian se hospedaba, o eso se suponía. Entré, viendo el lugar casi al completo de gente. -Está todo fatal – comentaba uno a voces. – Mi hijo pequeño va a la escuela del barrio y ni caben en la clase. Cada día hay más pobres y los ricos hacen oídos sordos. El ratio profesor- alumno es de 1/60. -¡Luego ni saben leer! -¿Y de eso te quejas? – Saltó otro – yo apenas puedo alimentar a mi familia. -¡Referéndum! – Gritaron unos del fondo – se necesita votación popular. Razón no les faltaba, la situación era precaria. Me dirigí al que parecía el dueño del lugar para preguntarle acerca de Dorian.


-¿Quién? Oye, no tienes derecho a saber nada acerca del personal si ni siquiera trabajas aquí. ¿Quieres otra cosa? Hay buena comida. -Un plato caliente no me vendrá mal – dije intentando sonar convincente. Si no iba a hablarme sobre ello por las buenas, tendría que buscar otra solución, o perdería la pista totalmente. Cuando volvió para entregarme el plato, volví a insistirle. No debía darme por vencido ahora que estaba más cerca. -¿Otra vez con lo mismo? Te vuelvo a decir que no puedes saberlo, no te conozco. -¿Y si trabajara aquí? Tal vez así podrías decirme algo, veo que el sitio está hasta los topes – dije mientras daba un vistazo alrededor. -¿Y qué te hace pensar que te contrataría? Hay superávit de hombres en busca de faena. -Porqué necesito saber acerca de Dorian, es un antiguo amigo de mi familia y sé que sabes algo. El hombre se echó a reír de golpe. ¿Eso qué significaba? -¿Has traído tu currículum vitae? Necesito saber algo más de ti, no voy a precipitarme habiendo tanta demanda – dijo con una sonrisa cínica. -Mi currículum… -Que era broma. Estos jóvenes de hoy en día no pillan ni una, ¿eh Fran? – a la vez que desviaba la mirada a un hombre sentado a un par de asientos de mi. -Desde luego, están perdidos – le respondió riendo. Fran parecía tener ligeras agitaciones en el cuerpo a pesar de ser bastante joven. Aunque no era nada nuevo, poca gente tenía buen aspecto. -¿Cómo andas? Con tanto temblor parece el principio de un delirium tremens. -¡Calla anda! No me asustes, que no eres el mejor para hablar. Las pastillas esas no te curan la asquerosa gripe, solo te dan efecto placebo. ¡No te estás curando, que lo sepas! El dueño le dio un leve golpe en la cabeza y volvió a mirarme. -Chaval – dijo hablándome de nuevo – en la faena de servir somos unos cuantos aunque no lo parezca, y como eres nuevo, tu prorrata será más baja que la de los demás. No me vengas con quejas, es lo que hay. Suerte tienes de tener trabajo. - De acuerdo, lo entiendo. -Sabes, se nota que eres nuevo en el barrio. Si te asusta la gente de aquí, ya puedes largarte. -No es eso, es que me sorprende la gran pobreza del barrio. Había escuchado que París era una ciudad bastante rica.


-Es muy difícil deducir el bienestar de una nación a partir de su renta per capita, ¿sabes? Tenía toda la razón del mundo.


¿Fin? -¡Lo siento! – Dije mientras recogía los pedazos del vaso fragmentado que yacía en el suelo – mea culpa, me he distraído un momento. -Mira por dónde andas, muchacho – me dijo el hombre con el que acababa de tropezar. Apenas llevaba dos semanas trabajando aquí y no dejaba de cometer pequeños errores. Por ejemplo, era ya el tercer vaso que rompía. -¿Otro más? Cuántos van ya… ¿cinco? – Dijo Carlos, uno de los camareros. -Yo creo que diez – respondió Cristian, otro compañero de oficio – pero bueno, es peccata minuta, no te preocupes, aunque debes tener más cuidado. -¡O Rodrigo te echará! – respondió el primero riendo. -En ese caso, tu ya tendrías que estar en la calle – contraatacó Cristian. -Eh, eh, que tengo un doctorado y lo obtuve cum laude, podría encontrar trabajo rápido. -Claro, claro, y también te dieron un honoris causa, ¿verdad? -Dejad los sarcasmos para luego y a trabajar – saltó el antes nombrado Rodrigo, el dueño, por detrás de nosotros. Rodrigo se había comportado genial conmigo. A pesar de que se había podido mostrar un tanto hostil en un principio, me di cuenta que actuaba de igual manera con todos los novatos. Dejando eso de lado, no había conseguido apenas más información sobre Dorian: había trabajado allí unos años, pero lo dejó por causas desconocidas y no volvió por el barrio. Empecé a escuchar un barullo de fondo y me acerqué. Un par de hombres discutían en una mesa y estaban empezando a aumentar el tono de sus voces. -Que te digo que fue un ajuste de cuentas, ¡hasta lo dijeron en los periódicos! -¡Que no, que no fue eso te digo! Era un buen hombre, no es posible. Esa conversación se había repetido diversos días en la taberna. La muerte del hombre mencionado llevaba siendo comidilla del pueblo un tiempo, y aún no querían dar el tema por zanjado. -¿Un buen hombre, dices? Pero si se rumorea que no era de fiar… dicen que utilizaba un nombre falso. -¿Cómo dices? ¿No se llamaba Enrique? A estas alturas de la conversación, me había interesado tanto que simplemente estaba de pie escuchando con un poco de descaro. -No, y para más inri, tampoco era de Castilla como él decía, más bien de Cataluña.


-¿De Cataluña? Pues disimuló bien el hombre. Pero dime, dime, ¿cómo se llamaba realmente? Absorbido por el tema, apenas me di cuenta que alguien estaba zarandeándome de los hombros. Al girarme, pude ver a Rodrigo algo impaciente. -¡No holgazanees y a trabajar! Y vosotros dos, dejad el tema ya, el hombre no va a dejar de estar muerto por mucho que habléis de él, se llame como se llame. Volvimos ambos al trabajo, pero sin quitarme de la cabeza la discusión reciente. -¿Por qué interesa tanto la muerte del hombre? ¿Quién era Enrique? – le pregunté a Cristian. -Nadie. Simplemente que ya no saben de qué hablar y cuando sucede algo mínimamente importante, hablan de ello per saecula saeculorum. No sabía el motivo pero no acababa de convencerme esa respuesta. Tenía la sensación de que se me escapaba algo importante y no sabía bien el qué. Estaba tan absorto en mis pensamientos que no me daba cuenta que alguien de allí me estaba vigilando. Al día siguiente, unos golpes en la puerta de la habitación de la taberna donde me hospedaba me despertaron. Apenas debían ser las seis de la mañana, pero me levanté igualmente medio adormilado. -¿Quién? -Soy Rodrigo - dijo a través de la puerta – vístete, quiero llevarte a un sitio y no tenemos mucho tiempo. Le hice caso y al salir me lo encontré esperándome. -No hagas preguntas, sígueme. Salimos de allí y recorrimos lo que pareció media ciudad. No sabía hacia dónde nos dirigíamos, pero siguiendo sus reglas, no le cuestioné nada. De pronto, cruzando una calle, estábamos en las puertas de lo que parecía un cementerio. Realmente no entendía nada.


-¿Un cementerio? ¿Qué hacemos aquí? -Víctor – dijo mientras nos adentrábamos en el lugar – hay algo que no te he contado sobre Dorian. Después de trabajar conmigo unos años, no perdimos el contacto. Llegó a ser un buen amigo y de vez en cuando coincidíamos. Era un hombre humilde, no era como esos que rondan por el bar, llenos de soberbia y sin culpa alguna que les reconcoma, aliviados con el simple hecho de ser absueltos de sus pecados y de ser bendecidos por el urbi et orbis del papa sin remordimientos. Igualmente, estaba metido en unos problemas de los que no había podido escapar. El pasado le perseguía y unos hombres lo buscaban por el delito que había cometido. Aún así, fue listo y no utilizaba su verdadero nombre, además de ser muy precavido. Pero no fue suficiente, y una noche se encontró entre la espada y la pared y… De golpe, sin asimilar aún la información que mi acompañante me estaba proporcionando nos detuvimos en seco frente a una tumba. -Fue un réquiem precioso, Víctor – dijo posando una mano en mi hombro, a la vez que leía la lápida. Era gris y estaba algo sucia. En letras grandes y mayúsculas, se podía leer las siglas R.I.P, seguido de una fecha y un nombre: Enrique Ortiz Díaz.


Este muerto está muy vivo -Te dejo a solas Víctor, vuelve lo antes que puedas - dicho esto, se marchó. ¿Era cierto? ¿Realmente me encontraba delante de la tumba de Dorian? Mis esfuerzos tirados por tierra… Me había caído de rodillas al leer el nombre en la lápida, sin poder aún creerlo. Él era el motivo de mi viaje, y sin embargo, ya no tenía razones por las que estar aquí. Pero ante todo, ¿por qué su vida tuvo que terminar así? Era tan injusto… Pensaba que me encontraba en total soledad allí, pero al poco noté una presencia. Estaba cerca. Observé en todas las direcciones posibles hasta que vi a un hombre acercándose, escondido detrás de un árbol. Caminaba lentamente, cubierto con un abrigo casi por completo, apenas dejando ver su rostro. Llegó hasta mi, haciendo que me levantara de golpe. -Perdone pero ¿le conoz...- no pude ni terminar la frase, siendo cortado por él. -Escúchame. Dorian no está muerto. -¿Cómo? - contesté sorprendido - ¿Cómo lo sabe? -Porque soy yo quien debería haberlo matado en su momento, y no lo hice. Toma dijo a la vez que me entregaba una tarjeta - reúnete conmigo a medianoche en esa dirección. Te contaré lo que sé. -¿Por qué debería creerte? -Si tuvieses un poco de cabeza, no vendrías… no sin antes asegurarte si soy de fiar o no, pero no tienes muchas otras opciones, ¿verdad? - acabada esa frase, se marchó tal y como había parecido.

-Quiero irme de aquí de aquí - dijo Cristian acabando de limpiar una mesa. -¿Cómo? - le respondí. -Me voy a vivir a otro lugar. Siempre he querido tener mi propio huerto, unos animales… vivir tranquilo en la aurea mediocritas. Ni tanto ni tan poco. -Un huerto, ¿eh? Vaya gustos raros tienes, aunque los respeto, de gustibus non disputandum. Aún así, no te imagino arrancando lechugas del suelo - respondió Carlos por detrás nuestro, con las manos hasta los topes de platos. -Pues pronto sucederá. Qué suerte tienen los que viven así… Beatus ille vive en el campo. Muy pronto, ya verás…


-Eso lo dices porque quieres escaquearte de las deudas que tienes aquí - respondí medio en broma, ya que todos sabíamos que iba hasta el cuello de impuestos sin pagar. Carlos rio con una gran carcajada, dándome la razón. Rodrigo, que estaba escuchándonos, entró en la conversación sin previo aviso. -Ahora que mencionáis las deudas, acaban de venir a reclamar unas que la taberna no ha pagado, así que lo dejo en vuestras manos. Se metió en la cocina, dejándonos con el hombro en cuestión en las puertas del local y con los brazos puestos en jarra. No era la primera vez que nos echaba el muerto. -Es un honor dirigirme personalmente a los empleados de...- Carlos le cortó, con gesto asqueado. -Bien, bien, déjate de captatio benevolentiae y ves al grano. -¿Cuándo tenéis planeado pagar? -Hombre, pues me gustaría decir que mañana - contestó Cristian esta vez - pero todos sabemos que no será así. -Yo creo que… ad kalendas graecas, más o menos - dijo Carlos, creando la risa de algunos clientes y el enfado del hombre. -¡Más os vale pagar esta semana o cerraré esta pocilga! A estas alturas deberíais actuar cum grano salis hombre, que ya no somos niños. -Tranquilo hombre, ¿quiere compartir una cerveza? - dijo un hombre del fondo. -¡Eso, eso! Carpe diem, que el tiempo pasa rápido - dijo otro a carcajadas. -¡Callad! - respondió ya bastante enojado. - Ya ni se puede hablar. ¡Pagad de una vez! - y finalmente se fue. Rodrigo apareció de nuevo, saliendo de la cocina mientras miraba a ambos lados. -Ya se ha ido jefe - dijo Cristian al verlo. -Debería pagarle ya, o demolerán el lugar.


-Es que no salís baratos, ¿sabéis?

Eran casi las once y aún no sabía qué hacer. Durante el día había dejado de pensar en ello lo máximo que pude, pero no fue tarea fácil. Cuando ya tenía decidido que no iba a ir, me sorprendí a mi mismo saliendo de la taberna en dirección al lugar donde habíamos acordado vernos. Es cierto que audaces fortuna iuvat, pero yo me había dejado la valentía en la habitación. No le había dicho nada a Rodrigo sobre el hombre del cementerio, puesto que no era nada seguro que lo que me dijo en la mañana fuese cierto. Aún así, reconozco que me había otorgado cierta esperanza, de la cual carecía. Ya estaba llegando a mi destino. Era un bar bastante escondido, en una calle muy poco transitada. Realmente parecía que de un momento a otro me fueran a asaltar, pero ya estaba allí, no podía echarme atrás, no ahora. Empujé la puerta del establecimiento con suavidad, esperándome lo peor. Alea iacta est…


Un sicario agradable

Definitivamente, el lugar dejaba mucho que desear. Las paredes estaban en un estado deplorable, al igual que todo el inmobiliario. Busqué con la mirada al hombre en cuestión, pero no lograba reconocer a nadie. Estaba empezando a arrepentirme de mi decisión, tal vez no había merecido la pena ir hasta allí y resultaba ser nihil novum sub sole sobre el caso de Dorian. Antes de salir de allí, un hombre apartado de los demás y sentado en una silla me hizo una seña con la mano, como si dijese “acércate”. Hice caso a sus indicaciones y al verle de cerca, lo pude relacionar con el individuo al que estaba buscando. Me senté frente a él y lo miré con ojos expectantes. -Me sorprende que hayas aparecido. No mucha gente se fía de un hombre así por las buenas, y menos si lo ha conocido en un cementerio. Debes estar desesperado por saber sobre Dorian, ¿eh? Miré hacia otro lado, evitando que los gestos de mi rostro respondiesen a su tan obvia pregunta. -Tranquilo - prosiguió - sé que la respuesta es sí, intelligenti pauca - dijo con tono chulesco. -¿Qué relación tienes con él? - dije repentinamente. -Vaya, directo al grano. Pues verás, es un tema algo delicado pero… ya qué más da, ¿cierto? Era mi víctima. -¿Víctima? Explícate. -Como seguro sabes, él estaba endeudado. Tenía problemas de dinero y constantemente le pedía préstamos a mi jefe, un hombre muy rico que tiene a media París bajo sus manos. Dorian solía tener problemas para devolver a tiempo lo que debía y un día me mandaron matarlo. Es mi trabajo, así que acepté. -¿Entonces eres un asesino a sueldo? - le interrumpí. -Se podría decir. Se gana muy bien, ¿sabes? Y además se hace mucho ejercicio, siempre ando corriendo de un lado para otro, pero como dicen, mens sana in corpore sano. -Ya, bueno - su actitud de irse por las ramas me frustraba, pero era mi única esperanza para encontrar a Dorian - ¿Y qué pasó? ¿Por qué le dejaste vivir? -Ah, eso. Cuando llegué al lugar donde se hospedaba, estaba escribiendo. Él estaba tan centrado en su libreta que me hizo caso omiso. Se me hizo extraño, y esperé a que se diera cuenta de mi presencia, puesto que daba por sentado que matarlo sería tarea fácil, un veni, vidi, vici. Cuando se dio cuenta de que le observaba, se disculpó por no haberme visto antes. Me dijo que estaba escribiendo un nuevo libro y estaba por el final. No entendía el porqué de su confianza hacia mi para contármelo, tal vez sabía el motivo de mi visita y no tenía nada que perder, pero quien sabe. Hablé un poco con él, olvidándome de mi objetivo. Me aseguró que estaba ocupado con la obra, y que iba a ser el non plus ultra de su repertorio. Le pregunté la causa de su escritura “¿Por qué? Hmm… no me gustaría morir y que la gente se olvidase de mi, verba volant scripta manent. Además, siempre me han dicho que soy capaz de inspirar a otra


gente, y si eso es cierto, no dejaré nunca de hacerlo”. Ahí es cuando me di cuenta que estaba hablando con alguien honesto, alguien que no merecía el mal que le tenía preparado. Le advertí sobre sus deudas pendientes y el verdadero fin de mi visita, para poder ayudarle y evitar un trágico final. No se sobresaltó apenas, y me dijo que se iría a los campos del sud para poder vivir en paz. Me dio las gracias y complacido por ello, volví a mi vida diaria, hasta que el otro día vi tu presencia en el bar donde trabajas y, déjame decirte, que tu curiosidad sobre el tema que nos concierne la noté a kilómetros. Por eso decidí seguirte hoy. Espero que no le hayas contado a nadie que vendrías, ¿a que no? -No, no… - le respondí. Aún estaba pensando en lo que me acababa de decir. Si era cierto, ya tenía la pista definitiva para saber el paradero del ansiado escritor. Pero si todo era mentira… - ¿Cómo sé que es cierto lo que me dices? -¿Qué consigo engañándote? - respondió con una sonrisa franca. - Mira, si no me crees, peor para ti, sólo te doy información valiosa a cambio de nada. -Tal vez te hayan mandado para decirme estas cosas y enviarme lejos de aquí. ¿Es eso? El hombre hizo una gran carcajada a mi comentario, llamando la atención de algún que otro cliente. -Menudos quebraderos de cabeza has hecho en un instante, aunque es bueno ser precavido. Aún así, te demostraré que lo que digo es cierto como la vida misma - hizo el gesto de sacar algún objeto del bolsillo de su chaqueta y me lo entregó - toma, lo robé de su escritorio sin que se diese cuenta, ¿me crees ahora?

Cogí lo que parecía ser un libro y lo abrí. Era el texto original de El susurro de la noche, repleto de apuntes por todos lados. Inclusive tenía algunas anotaciones con un confer indicado, los cuales te dirigían al anexo del final. Tenía entre mis manos algo único, una auténtica joya. Emocionado, empecé a hojear rápidamente. -Vaya, por tu reacción puedo saber que te gustan sus obras, salta a la vista, facta, non verba. ¿Ahora me crees? -Desde luego, muchas gracias por la información, y también por esto - dije alzando el libro - pero entonces, ¿quién está enterrado en su lugar?


-Un delincuente de tres al cuarto que me encontré ese mismo día de vuelta a casa. Después de cómo le dejé, mi jefe no pudo discernir si era o no Dorian - dijo mientras se reía. Realmente era un hombre peligroso en su oficio, no me gustaría ser uno de sus objetivos. -Bueno… me alegro que no fuese un civil inocente. -Claro que no, ¿por quién me tomas? Y no te creas que soy tan benévolo, Dorian fue y será mi única excepción, y si algún día se descubre la verdad… bueno, errare humanum est, no pueden culparme. Después de aquella charla, le agradecí invitándole a bebida, cosa que agradeció muy feliz. Nos despedimos amablemente, aún sabiendo que era la primera y última vez que nos veríamos. Al salir de allí, ya tenía en mente mi próximo destino. Me emocioné ligeramente al saber que no estaba todo perdido, y me dirigí a mi habitación. En pocas horas me iría.


Última parada Estaba empezando a cansarme de los transportes. Llevaba últimamente una racha debido a mi búsqueda, pero ansiaba que fuese la última vez que subía a un tren, o al menos no hacerlo en un tiempo. Por suerte, esta vez el viaje no fue excesivamente largo. En unas horas llegué al sur de Francia y no podía estar más contento. El lugar era bastante desolado: casas alejadas las unas de las otras, pocos habitantes, campos por todos lados, etcétera. Llegué a una de las casas, con la intención de preguntar por Dorian, ya que no sabía concretamente su localización. Me recibió un hombre muy amable, pero con un acento francés tan campechano que a veces me costaba seguirle. Me dejó entrar a su comedor y me cuestionó acerca de mi visita. Le mentí, respondiendo que estaba visitando el lugar, aprovechando así para preguntarle sobre sus vecinos, ya que uno de ellos podría ser la persona que estaba buscando. Pierre (así se llama) me contó que no conocía a muchos, pero entre ellos había un par de familias y una pareja. Me quedé pensativo un momento. No podía descartar la opción de que viviese en pareja, pero siendo un tanto mayor, definitivamente no tenía una familia. Insistí, preguntando si no vivía nadie más, y después de unos segundos meditando me respondió enérgico algo que… no acabé de entender. Al ver mi cara de interrogante, se rió y me trajo un diccionario para que buscase lo que no entendía. Después de pasar unas páginas, llegué a la palabra con la ayuda de un vide de una anterior cita, y pude entender lo que me había dicho. ¡Había otro hombre! Me dijo que era algo mayor y que se aislaba de los demás vecinos, puesto que siempre andaba liado con algo, pero que aún así, no dejaba de ser alguien muy amable. Mi rostro se iluminó al escuchar sus palabras, y me indicó donde vivía. Antes de irme, le di las gracias un par de veces y me puse rumbo a la casa, sin poder contener la emoción. Llevaba ya un par de horas caminando y no encontraba nada. La supuesta casa no aparecía por ningún lado y empezaba a irritarme. No fue hasta que me tumbé en la hierba que no vi una hilera de fumo. La seguí con la vista, alcanzando a ver una chimenea un poco lejos de donde me encontraba. Me puse de pie al instante y me encaminé (más bien corrí) al lugar. Después de unos minutos, que se me hicieron eternos, llegué. Me encontraba delante de la puerta y dudé antes de picar. Me contuve unos minutos y finalmente llamé sin pensarlo. Parecía que no iba a responder nadie, pero acabó abriendo un hombre. Al segundo supe que estaba frente a Dorian Hoffman.

-¿Me lo estás diciendo en serio? ¡Esto es increíble! Dorian se sorprendió muchísimo al saber el porqué de mi visita. Le conté todo: el encuentro con David Vidal, el bibliotecario, mi huida de casa, la llegada a Nuria, a París… absolutamente todo. Estuve unas horas hablándole sobre mis pequeñas aventuras y viceversa, ya que él también había tenido estos últimos años una vida muy “agitada”, como le quiso llamar él. Apenas le había conocido ese mismo día y sentía una gran conexión con él. -¿Entonces has estado viviendo aquí desde que te fuiste de París? -Así es. - Me respondió - me mude aquí básicamente porque el lugar per se no es caro, aunque no pretendo quedarme mucho más. -¿No? ¿Y qué harás?


-Quiero establecerme permanentemente de una vez y dejar de huir de un lado a otro, es bastante cansado. -Idem, después de tanto viaje estoy harto de cambiarme de casa cada día. Dorian rió a mi comentario y me dio la razón. -Me gusta viajar - siguió diciendo - he estado años encerrado en Barcelona y ansío ver lugares nuevos, pero quiero descansar un poco de ello, id est, encontrar un lugar al que pueda sentir que pertenezco - respondió con franqueza - y creo que ya sé cuál es. -¿De verdad? -Glasgow. La he mencionado en muchos libros y ni la he visitado. He oído maravillas pero no vale con que me lo cuenten, debo verlo in situ, y eso pienso hacer. -Escocia… ¡Ah, ya lo recuerdo! - Dorian me miró extrañado - David me lo mencionó antes de mi partida. Dijo que tal vez estarías allí, por el motivo que me has dicho. -¡Este hombre ve el futuro! - dijo riendo - ¿Cómo está por cierto? -Sigue en la biblioteca, la cuida como si de un hijo se tratase. Él te buscó pero no dio contigo, es evidente… aunque cuando le diga que te he encontrado, seguro se alegra muchísimo. -Realmente me gustaría volverlo a ver, pero el riesgo que correría sería enorme… no quiero poner a un amigo en peligro. -Pues decidido, la carta la escribirás tu, y como usaremos mi nombre no habrá peligro alguno. Dorian aceptó encantado y se puso manos a la obra. Entendí que debía contarle muchas cosas, a fin de cuentas llevaba años sin verlo, así que me puse a leer algunos escritos sobre sus libros. Ya que tenía la oportunidad de hacerlo, no pensaba desaprovecharla. Pasaron unas horas hasta que Dorian no acabó y me mostró todo lo que había escrito. -Y apenas le he contado nada, pero por ahora es suficiente. Toma - dijo entregándome las hojas -, escribe lo que debas escribir y mañana la envías, que ya es algo tarde. Después de su redactado, añadí únicamente un post scriptum pidiendo perdón por la demora de la carta y de la gran alegría que sentía al haber podido conocerlo. Realmente era alguien peculiar y actuaba bastante sui generis, aunque supongo que era uno de los motivos por los que disfrutaba tanto su compañía. Hecho esto, volví a ponerme a charlar con él. -Por cierto, tengo algo que te pertenece - le dije. Me miró sorprendido y le entregué el libro que me dio aquel hombre en el bar. -¿Cómo es que lo tienes? ¡Llevaba semanas buscándolo! -Me lo dio el sicario de París. Cuando me contó que era tu “supuesto asesino” - dije haciendo comillas con los dedos - no le creí, así que para demostrarlo, me lo mostró. Te lo robó antes de irse aquella vez de tu habitación.


-Vaya… muchas gracias, me gusta tenerlo todo bien guardado, no me agradaba la idea de que me faltase una de mis primeras obras -Fue increíble poder leerlo, admiro mucho su trabajo. Puede que le parezca una tontería, pero sus obras me han ayudado a lo largo de mi vida de gran manera. Si no fuese por ellas, nunca habría llegado hasta donde estoy, en Francia, hablando con su autor. Dorian sonrió dulcemente ante mis palabras, y en ese momento, dijo las palabras que cambiarían mi destino. -Ven conmigo a Glasgow.

-¿Lo tienes todo, no? - me dijo a la vez que subíamos al barco. -Claro, apenas llevaba equipaje cuando llegué. -Deberías comprarte algo de ropa allí, la que llevas está muy desgastada. -Hasta que no consiga algo de dinero no podré permitirme nada. -Bueno, ahora serás mi ayudante, así que tienes un sueldo asegurado. Había pasado una semana desde que conocí a Dorian y ya estábamos partiendo a su lugar soñado. Dudé bastante cuando me lo propuso, pero a fin de cuentas, ¿qué iba a hacer? Me había ido de casa y no me esperaba un futuro dichoso allí. Finalmente, me di cuenta que era, sin duda, la mejor decisión que podía tomar. -Mira el horizonte - dijo Dorian apuntando al Sol con el índice, a la vez que se apoyaba en la barandilla - hacía tiempo que no me fijaba en lo precioso que es este momento del día.

-Eres un verdadero romántico, ¿eh? - le dije bromeando. -Soy escritor, no podía ser de otra manera, es algo que llevo en la sangre. Aún así, debe quedar inter nos, debo mantener mi imagen de autor de misterio.


Reí ante su comentario y le juré que así sería. -Sabes - me dijo - me recuerdas mucho a mi cuando era joven. Su comentario me cogió por sorpresa, y lo acepté con una gran sonrisa. -¿Es porque también me apasiona leer? -No, no - respondió - porque has navegado sin rumbo mucho tiempo. -¿Eso no es algo malo? -Ni mucho menos lo es. Tienes libertad, lo más ansiado por muchos, incluyéndome a mi. Aprovéchala, y si algún día quieres emprender tu propio camino, hazlo. No sabía qué responderle y me quedé callado unos instantes. -Gracias Dorian, aunque ahora puedo decir alto y claro que me gusta mi vida. He tomado por fin el timón y estoy contento de mi elección. -Me alegra escucharte decir eso - dijo dándome unas palmadas en el hombro - y espero que así sea Víctor, espero que así sea…


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