Pomelos a penique seguidos de El Santo Oficio Poemas de James Joyce Trad. Gabriel Jiménez Eman

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JAMES JOYCE POMELOS A PENIQUE Poemas seguidos de

EL SANTO OFICIO

Prefacio y versión castellana de Gabriel Jiménez Emán

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1ª Edición Fábula Ediciones 2022 Dirección Editorial y diseño: Gabriel Jiménez Emán Edición homenaje a la primera edición de Ulises, 1922 Obra capital de James Joyce © De la traducción de Pomes Penyeach, 1927 © Pomelos a penique y El Santo Oficio, Gabriel Jiménez Emán, 2022.

Edición americana de Pomes penyeach

Santa Ana de Coro, estado Falcón, República Bolivariana de Venezuela. Email: gjimenezeman@gmail.com ISBN 980-12-2075-9 RIF: J-31218464-F

© Derechos reservados James Joyce © De esta edición: Ediciones Fábula, Venezuela 2022

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INDICE

James Joyce, poeta, Prefacio por Gabriel Jiménez Emán, 4 Pomelos a penique, 8 Tilly, 9 Mirando los barcos en San Sabria, 10 Una flor para mi hija, 11 Ella llora sobre Rahoon, 12 Tutto e Sciolto, 13 En la playa de Fontana, 14 Hojas, 15 Torrente, 16 Nocturno, 17 Solo, 19 Memorias de aquellos que hablan frente a los espejos a la medianoche, 20 Bahnhofstrasse, 21 Una oración, 22 Ecce puer, 24 El Santo Oficio, 25 Noticia biográfica sobre James Joyce, 31 Noticia sobre el autor de la traducción, 32

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Prefacio JAMES JOYCE, POETA

No hay duda de que el mundo, el lenguaje y la voluntad creadora de James Joyce configuran una estética literaria que apunta a lo que pudiéramos llamar una poética del lenguaje, ciertamente reconocible e identificable. Joyce creó un mundo, pero también un lenguaje, y ello le convirtió en uno de los pilares de la lengua inglesa del siglo XX. Esa lengua no puede comprenderse bien si no se la mira formando parte de una poética del mundo. En sus versos, Joyce no solamente da rienda suelta a un caudal verbal para hacer la descripción (y la crítica) más acerba a la sociedad de su tiempo, de sus instituciones, la familia, la religión, el colonialismo inglés y otros tópicos sociales importantes, empleando todos los recursos posibles del idioma, sino también aspira a brindar una visión poética distinta en la tradición de la lengua inglesa, retomando elementos de esa música de cámara, intimista, sensual, recogida, que forma parte de la concepción joyceana de la literatura. En el temperamento lírico del verso, el autor de Música de cámara, (sin duda su mejor libro de poemas), se nos muestra íntimo, vulnerable, sentimental, enfocado en escenas delicadas, aun cuando siempre parece atento sólo a indagar en aspectos fonéticos, en modalidades propias del verso y de las debidas 4


armonías internas del lenguaje, como herramientas para trasladarse a regiones puras de la poesía, a esa expresión sublime que sólo logran los grandes líricos, con medios propios o recursos que, aun en medio del espíritu vanguardista que los domina (es decir, como expresiones de una sociedad inmersa dentro de dos guerras mundiales y sus devastadoras secuelas) y de una voluntad de experimentación, logran mantener el sutil encanto del sentimiento, con toques de romanticismo y de ciertos giros arcaicos o manieristas que pueden saborearse en la lengua original inglesa; por esa razón tan difíciles de traducir a otro idioma. Afortunadamente el castellano es una lengua inmensamente rica, desde la cual pueden conseguirse buenos efectos y pueden lograrse versiones dotadas de mucha musicalidad; registrando cadencias o atrapando buena parte del espíritu de aquello que transmite el poeta, en su lengua original. En efecto, en Pomes penyeach pueden detectarse todas estas sutilezas. Desde las piezas dedicadas a la familia, al nacimiento de una hija, a la muerte del padre, a una calle, una ciudad, una plaza, un río o un joven, en el simple acto de donar una flor a su hija, es decir a temas aparentemente “sencillos” en los cuales efectúa hallazgos de primera importancia en textos breves, de la misma manera en que conquista, mediante su lenguaje narrativo, vastas zonas del mundo, valiéndose de una prosa dotada de enorme plasticidad poética y musical. Todo ello ha llevado a muchos observadores a decir que Joyce siempre fue un poeta que escribía en prosa. A la vez, es percibido como un hombre cosmopolita, un poeta “europeo” muy conocedor de la vida de varias ciudades (Dublín, Londres, Zurich, Paris, Trieste) por donde hubo de errar debido a las guerras y a las circunstancias políticas. En su poesía Joyce se refugia en temas más elementales: la ternura, la inocencia, la tristeza, se sume en la contemplación de paisajes, lagos, torrentes. De hecho, muchos críticos han subrayado sus acentos excesivamente nostálgicos, sentimentales o quejumbrosos. Es posible que sea así, en cierta medida; mas aquí lo que merece ser resaltado es sobre todo el mundo interior del autor, su soledad íntima, su recogimiento descrito con lujo de detalles. Prefiere no inspirarse en los temas que habían llamado la atención de la lírica inglesa e irlandesa, clásica o romántica: los motivos tan recurrentes por entonces de la idealización del campo, de la vida humilde del labrador o de las personas sencillas. Él se concentra como siempre en la ciudad y sólo en la ciudad, estableciendo con ella 5


a veces un sentimiento de amor-odio. Muchas veces, no se sabe si Joyce está satirizando una situación o no, debido a que salta de súbito al plano de la ironía o el humor, desea crear nuevas palabras o categorías distintas. Esta ambigüedad expresiva del autor ha hecho que traducirle haya sido arduo, aun tratándose de poemas relativamente “claros” como en el caso de Pomelos a penique, donde Joyce se las arregla para otorgarles valores más allá de lo inmediato, y lograr el sentido de permanencia de toda gran poesía, alcanzar esos dobles fondos, esos significados enigmáticos. Se ha hablado con insistencia en la connotación que Joyce quiso imprimir a sus poemas comparándolos con frutos (pomelos o manzanas) que se vendían a un chelín en las calles de Dublín, y en la similitud de la palabra pomes con poems y penyeach (a penique cada uno), palabra con un peculiar sonido en inglés que también implica algo jugoso, apetitoso. De ahí que una de las primeras traducciones que leí en mi adolescencia, debida al erudito musical J. M. Martin Triana (en la famosa colección de Visor en España) haya sido directamente la de Poemas manzanas que, aun no respetando por completo el espíritu del título, da en cambio una atrevida versión del conjunto, válida por demás. Como sabemos, Joyce fue un experimentador y creador de nuevas palabras, jugaba con ellas y les otorgaba significados múltiples. He querido contrastar la lírica profunda de Pomelos a penique con El Santo Oficio, un poema extenso donde nuestro escritor efectúa una crítica demoledora de la hipocresía religiosa, de la institución católica cuando ésta no responde a las necesidades espirituales de la sociedad, y se convierte más bien en una institución represiva, creadora de antivalores. El autor no es aquí ya el lírico sereno de los poemas breves, sino el oficiante de un severo juicio a la estructura social del Santo Oficio. En efecto, uno de los alegatos más firmes de Joyce a lo largo de su obra se hallan en sus permanentes cuestionamientos a las instituciones estimuladoras del odio, el derroche, la guerra, la hipocresía y la corrupción; en esto es implacable y así lo muestra en El Santo Oficio, como también lo hace en Gas de un mechero (1914), donde realiza otro tanto con Irlanda y su historia, sus personajes o su cultura vistos a través del lente mordaz del escritor, quien no tiene empacho en someter a un examen sus costumbres, instituciones y personajes a través de su lente deformante, sin llegar nunca a lo grotesco.

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La poesía de El Santo Oficio es una poesía narrativa con una cadencia que relata acciones de personajes, diálogos, chistes, exclamaciones, anécdotas, pero también disecciona, examina, contrasta los acontecimientos con una fuerza avasallante. Esta fuerza, esta implosión del lenguaje, es característica en Joyce, desde los magníficos diálogos del Retrato del artista adolescente –la cual puede ser considerada una novela dialogal (como buena parte lo es también el Ulises) y en las frescas conversas de los cuentos de Dublineses. Joyce también utiliza estos recursos en estos dos poemas extensos, donde su poder satírico es indetenible, implacable, desmonta la hipocresía y las buenas maneras, la cultura burguesa, las tradiciones absurdas; nada escapa al ojo escrutador de Joyce. Pero todo ello lo hace con gracia, cada verso se engasta en un ritmo trepidante, con una intensidad única, utiliza símbolos, emblemas, metáforas atrevidas, comparaciones ridículas o cómicas, todo eso sirve para llevar a cabo un examen implacable de la sociedad o de lo establecido. Pero en el fondo de todo esto hay un goce, un disfrute, pues aun cuando Joyce realiza su examen social o ideológico también realiza una crítica del lenguaje y de la tradición literaria, extrayendo de ellos todas sus esencias, sus zumos lingüísticos, llevando a cabo con ello una proeza estética. Pues eso es Joyce en el fondo: un esteta verbal que somete a la inmensa ola creadora de su lengua todo lo que observa, todo lo incluye en su magma, mediante una cadencia envolvente. El Joyce poeta lírico de Música de cámara y de Pomelos a penique y el Joyce satírico de El Santo Oficio se complementan mostrando sus dos caras inversas, así como lo hace el Joyce narrador de los relatos de Dublineses, y el Stephen Dedalus del Retrato del artista adolescente el cual pudiera considerarse un ejercicio preparatorio para llegar al enjambre majestuoso del Ulises, donde todos estos elementos se integran. Los poemas de Pomes penyeach fueron escritos entre 1904 y 1915 en distintas ciudades europeas. No fue sino hasta 1927 que Silvia Beach los publicó en París en Shakespeare & Company, cinco años después de aparecida la edición de Ulises en la misma editorial. Aparecen, entonces, cerrando una especie de ciclo lírico en la obra del escritor y complementando, a través de una expresión diáfana y sintética, la inmensa obra literaria de James Joyce. Gabriel Jiménez Emán 7


James Joyce Pomelos a penique

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TILLY

Viaja tras un sol invernal El ganado a toda prisa Por un rojo camino frío. Llaman a las bestias Con una voz que ya conocen Conduciendo las reses a Cabra.

La voz les dice que el hogar es cálido Sus cascos y mugidos Van tejiendo una música salvaje. Él las conduce hacia una rama florecida. El humo tiñe sus frentes.

Tosco esclavo de la manada ¡Esta noche descansarás junto al fuego! Al lado del oscuro caudal Por esa rama desgajada Me desangro.

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MIRANDO LOS BARCOS EN SAN SABRIA

He oído llorar sus grandes corazones Hacia el amor, sobre su remo Que suave se desliza, Y oye el suspiro de las hierbas y la pradera Diciendo: no vuelvas nunca más.

Oh yerbas y corazones suspirantes En vano sus pendones estallan Y se afligen de amor. El viento salvaje pasa Y no volverá nunca más, Nunca más ha de volver.

Trieste, 1912

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UNA FLOR PARA MI HIJA

Frágil es la blanca rosa Y frágiles son las manos que la ofrecen Alma desgastada y aún más pálida eres Que la desvaída ola del tiempo, Rosa frágil y justa, aún más delicada Que una salvaje maravilla, Que tus grandes ojos disimulen El portento salvaje Que se encuentra velado en tus ojos Niña mía, hija mía, jaspeada de azul.

Trieste, 1913

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ELLA LLORA SOBRE RAHOON

La lluvia en Rahoon cae suavemente, Suavemente se desliza Ahí donde mi oscura amante yace.

Su voz, tan triste, me llama, Me llama tristemente, una y otra vez En la gris inlunación.

Escucha, amor, cuán suave Y cuán triste es su voz llamándome, Siempre desatendida, Y cómo cae la oscura lluvia Como antes caía Nuestros corazones oscuros, amor, Reposarán y yacerán fríos Y su triste corazón también yacerá Bajo las ortigas grises de la luna, Bajo la negra tierra Y la lluvia que murmura. Trieste, 1919

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TUTTO E SCIOLTO

Cielo sin pájaro, crepúsculo Y estrella solitaria doblando hacia el oeste, Como tú, corazón sin fondo Que aun recuerdas el tiempo del amor Tan tenue y tan lejano.

La tierna mirada de los jóvenes, Los limpios ojos y las cándidas sienes, Cabellos perfumados que caen, Como ahora, a través del silencio, Atravesando al viento.

¿Entonces por qué, al rememorar Aquellas tentaciones dulces y esquivas, Te quejas aún de aquel amor Que ella te brindó con sus suspiros No era de nadie más, Sino un suspiro tuyo?

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EN LA PLAYA DE FONTANA

El viento se queja y se quejan los guijarros, Los locos pilares del muelle grujen y grujen. Un mar senil cuenta una a una A las piedras que el limo platea sobre la arena.

Del viento que juega y del mar gris Aún más frío, le cubro Con calidez, tocando su hombro trémulo Y su brazo adolescente.

El temor nos rodea, descendiendo, Mientras la oscuridad del miedo asciende Y en mi corazón la oscuridad desciende y nos aterra, Y en su corazón, cuán profundo e interminable Es el dolor del amor.

Trieste, 1919

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HOJAS O bella bionda Sei como la onda

Con dulce rocío fresco y tierno La luna teje el silencio de las olas En la quietud del jardín donde un niño Recoge sencillas hojas de la tierra.

Las estrellas del rocío cuelgan De su cabello, que caen Mientras los rayos de la luna Besan las sienes de la joven Mientras canta: “Tan bella como la ola Eres tú también.”

Oído mío, te ruego que no escuches, Ni me empapes de tu pueril canción, Y pon mi corazón a resguardo Para aquel que recoge Las hojas de la luna. 15


TORRENTE

Los racimos de uva sobre el torrente, Se elevan y mecen, bruñidos, una y otra vez. Mientras las grandes alas, Dan cabida a un día lúgubre Que lame las aguas.

El gran derroche de aguas Que caen y se elevan Con sus melenas de algas A donde el día llega A cobijarse Fijando sus ojos en el mar Con insensible desdén.

Oh adorado viñedo, elevas vacilante Tus apiñadas uvas a la nada Enorme del amor, vasta y brutal, Sigues en tu misma incertidumbre.

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NOCTURNO

Las pálidas estrellas ondulan Con sus antorchas consagradas Despejadas de la oscuridad. Desde lejanos bordes en el cielo, Arcos sobre arcos superpuestos, Iluminan tenuemente Los fuegos fantasmas. La nave de la noche Oscura de pecados.

Serafín, El huésped perdido ha despertado Y servirá Hasta que cada uno de los huéspedes pase, Callado y oscuro, Bajo la penumbra, Cuando ninguna luna se eleve, Cuando haya agitado todos sus inciensos.

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Envanecida se yergue. Crece la nave de esta noche, Un lúgubre badajo de campana Dobla como un pálido incienso, Se eleva, nube sobre nube, Hacia el vacío, hacia donde se encuentra El adorado desperdicio De las almas.

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SOLO

Las doradas y grises redes de la luna Tienden su velo toda la noche, Las farolas del lago dormido Arrastran zarcillos de lapurnio.

Los furtivos juncos susurran Un nombre a la noche, Un nombre, su nombre. Y toda mi alma es una delicia, Un desvanecimiento de la vergüenza.

Zurich, 1916

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MEMORIA DE QUIENES HABLAN FRENTE A LOS ESPEJOS A LA MEDIANOCHE

Ellos mascullan el lenguaje del amor, Gnash, Los trece dientes de sus magras mandíbulas Rechinan con una mueca. Están azotando tu inquietud y tu miedo. Se ha hecho viejo el aliento del amor, en ti, Fue dicho y fue cantado, Agrio como el aliento del gato, Áspera su lengua.

Ese gris que te clava los ojos No miente, magra piel y huesos Dejan los labios grasientos con su beso. Nadie escogerá aquella Que tú ves por encima de tu boca, Un hambre terrible sostiene su hora. Anímate y marcha hacia adelante, Corazón y sangre salada Fruto de las lágrimas. Anímate y devora.

Zurich, 1917 20


BAHNHOFSTRASSE

Los ojos que de mí se burlan Señalan el camino Por donde paso al final del día.

Caminos grises guiados por violetas Como estrellas enroscadas Cumplen la cita.

¡Estrella de maldad! ¡Estrella del dolor! La optimista juventud No vuelve otra vez.

Tampoco la sabiduría de los viejos Conocen corazones Los signos que de mí se burlan A medida que avanzo.

Zurich, 1918

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UNA ORACIÓN

¡Otra vez! ¡Ven a mí y cúbreme con tu fortaleza! El aliento de una palabra en voz baja Habla a mi cerebro con una calma cruel, Absorbiendo su miseria, Suavizando su temor como si fuera Un alma predestinada. ¡Cesa, amor silencioso! ¡Destino mío! ¡Ciégame con tu oscura cercanía! ¡Oh ten piedad ¡Amado enemigo de tu voluntad! No me atrevo a soportar El tacto frío que me atemoriza, ¡Aleja de mi esta inquieta y lenta vida! Inclínate profundamente sobre mi Con tu cara amenazante, Orgulloso de mi caída, recordándole A él quién es y quien fue!

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¡Otra vez! Juntos, abrazados por la noche Yacen sobre la tierra, y oigo de lejos El aliento de sus palabras En mi cerebro agotado. ¡Ven! Me entrego a ti. Inclínate más profundamente sobre mí, Aquí estoy. No me dejes, tirano, Sólo alegría. Sólo angustia. ¡Llévame, sálvame, sosiégame, auxíliame!

París, 1924

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ECCE PUER

Del oscuro pasado Nació un niño; Con alegría y pena Desgarra mi corazón.

Quieto en su cuna Descansa vivo, Que el amor y la gracia Abran sus ojos. La joven vida es respirada Sobre el cristal; El mundo que no fue Vino para irse.

Un niño duerme, Un viejo se marcha, Oh, padre que reniegas, Perdona a tu hijo.

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JAMES JOYCE El Santo Oficio

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Me impondré a mí mismo este nombre: Catarsis-Purgadora. Yo, que abandoné los sórdidos estilos Para adaptarme a la gramática de los poetas, Difundiendo en las tabernas y burdeles La ciencia del ingenioso Aristóteles, No vaya a ser que los poetas fallen en el intento, Debo ser aquí mi propio intérprete, Prepárense entonces a recibir de mis labios Una sabiduría peripatética. Para ingresar al cielo o viajar por el infierno, Ser alguien compasivo o terrible, Sin duda es indispensable el amparo, De las indulgencias plenarias.

Cada místico de nacimiento Es un Dante sin prejuicios, Que sin dar la cara y oculto tras la chimenea, Se expone a la heterodoxia radical, Como quien encuentra el placer en la mesa, 26


Sin importarle las incomodidades, Adaptando su vida al sentido común, ¿Cómo no ser, entonces, vehementes? Pero no debo ser considerado miembro De tal compañía de farsantes… Junto a quien se apresta a mitigar Las cortesías de las damas veleidosas, Mientras ellas lo consuelan mientras gime, Con encajes célticos repujados en oro… O con aquel que está sereno todo el día Profiere maldiciones en un acto teatral, O con quien “parece mostrar” su proceder Se decide por hombres de “buen tono” O con quien sirve de “piltrafa andrajosa” A los millonarios de Hazelpatch Llorando después de la Santa Cuaresma Confiesa todo su pasado pagano Con quien no se ha de descubrir Ni ante el whisky ni ante el crucifijo Si no es para mostrar a todos lo mal vestida que va Su eminente nobleza castellana… O aquel que adora a su mentor querido… O aquel que apura con temor su jarra de cerveza 27


O aquel que arrebujado en su lecho Divisó una vez a Jesucristo sin cabeza Y puso todo su empeño en recuperar Las obras de Esquilo tanto tiempo extraviadas.

Mas todos estos de quienes hablo Me convierten en una cloaca de cenáculo, Para poder soñar con sus tontas fantasías Y yo defeco en sus inmundas corrientes, Y así les puedo prestar un servicio Debido a lo cual perdí mi diadema, Un servicio por el que la Santa y Anciana Iglesia Me dejó cruelmente en la estacada. Así alivio sus tímidos traseros Cumpliendo mi oficio catártico, Mi rojo escarlata los deja a ellos blancos como la lana Gracias a mí, purgan sus gordas panzas, Para todas estas oportunas farsas Hago mi papel de vicario general Y a cada doncella perturbada y nerviosa Le doy mi servicio más amable, Pues al descubrir sin ninguna sorpresa La oscura belleza de sus ojos, 28


El “no me atrevo” de su dulce juventud Respondiendo a mi depravado “quisiera” Mientras en público nos encontramos No parece pensar en el asunto, Más en la noche, acostada a mi lado, Percibe mi mano en su entrepierna, Mi dulce bien con su ligero atuendo Siente ese tierno amor que es el deseo.

Pero la codicia prescribe los usos del Leviatán, Y ese espíritu sublime lucha por siempre Con los innumerables siervos de la codicia, Aunque nunca puedan estar libres De sus imposiciones de desprecio. A prudente distancia miro hacia atrás y veo Los vacilantes pasos de esta abigarrada cuadrilla, De estas almas que odian la reciedumbre del acero, Pues la mía se templó en la escuela del viejo Tomás de Aquino, En el mismo lugar donde ellos se agachan, Andan a gatas y han rezado, Ahí yo me yergo, dueño de mi destino y sin temor Voy sin compañeros, sin amigos, voy solo Tan Indiferente como una raspadura de arenque, 29


Tan firme como las montañas de la cordillera Donde saco a relucir mis cuernos al aire, Sigan así, pues, así conviene, Para que todo se mantenga en equilibrio. Aunque hasta la tumba forcejeen, Mi espíritu nunca habrán de dominar, Ni lograrán que mi alma se vincule a las suyas, Hasta que el Mahamanvantara expire O me saquen a patadas por su puerta Mi alma los despreciará por los siglos de los siglos.

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James Joyce nació en Dublín en 1882. Fue educado en el Clongowes Wood College, el Belvedere College y el University College de Dublín. En el Belvedere comenzó a distinguirse académicamente, ganando varios premios como estudiante; por esa época, bajo del tutelaje jesuita, consideró ingresar a la congregación como sacerdote. Se alejó de la iglesia católica y también, desde ese momento, decidió dedicarse a la carrera artística y literaria, sintiendo también mucha inclinación por la música. En 1900, antes de graduarse, publicó un extenso estudio sobre Heinrich Ibsen y algunas piezas teatrales, diseminadas en Londres en varias revistas. Comenzó publicando obras teatrales breves, traducciones, crítica literaria y poemas en prosa a los que llamó “Epifanías”, así como los poemas que luego tomarían el título de Chamber music (1909), --Música de cámara--, sin duda su más notable libro de poesía. En 1902 Joyce vivió en Paris; durante esta época colaboró con trabajos críticos en periódicos de Dublín, y en 1903 regresó a su ciudad natal para atender la enfermedad de su madre. En octubre de 1904 dejó de nuevo el continente, esta vez para casarse con Nora Barnacle, una muchacha de Galway que había conocido durante un verano en Dublín, con quien se casaría mucho después, en 1931, para proteger los derechos legales de sus hijos. Desde 1905 hasta 1915 la familia Joyce vivió en Trieste, y James trabajó ahí como profesor de inglés; en Trieste terminó de escribir las primeras versiones de muchos de los cuentos de Dublineses, una colección relatos que había comenzado en Dublín en 1904. En 1912 hizo dos viajes a Irlanda para acordar la publicación de ese libro (1914), editado finalmente en Inglaterra. También por esa época había concluido la primera versión de su Retrato del artista adolescente, obra de la cual ya habían circulado capítulos en la revista “The Egoist”, con la intermediación de su amigo, el poeta Ezra Pound. En 1915 publicó su única obra teatral: Exiliados. En esos años comenzó a acariciar la idea una novela de proporciones “épicas” con el título de Ulises. La guerra lo obligó a trasladarse a Zurich, donde trabajó intensamente en su novela, la cual fue 31


finalmente editada en Paris en 1922 por Silvia Beach en su editorial Shakespeare and Company, obra que lo consagraría como escritor a nivel mundial. También en esa época recogió los poemas breves dispersos de varios años bajo el título de Pomes Penyeach (poemas de a penique), editado también por Silvia Beach en 1927. Joyce tuvo una salud muy frágil; padecía de enfermedades de la vista y hubo de operarse varias veces de un ojo, padeciendo de ceguera progresiva; además sufría de males estomacales e intestinales, alcoholismo y frecuentes ataques de pánico. Su hija Lucía sufría, por si fuera poco, de esquizofrenia. En 1939 publicó su última novela, Finnegan’s Wake en la que trabajó por diecisiete años. Los Joyce tuvieron que viajar a Suiza nuevamente, donde Joyce fue aquejado de una dolencia estomacal e intestinal. Ahí en Suiza, James fue ingresado de urgencia en una clínica, debido a una grave úlcera duodenal, en medio de cuya intervención falleció en 1941

James con su hija Lucía

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Gabriel Jiménez Emán es narrador, ensayista y poeta. En el campo del microrrelato ha publicado obras consideradas referentes del género en Hispanoamérica, como Los dientes de Raquel (1973), Saltos sobre la soga (1975), Los 1001 cuentos de 1 línea (1982), La gran jaqueca y otros cuentos crueles (2002) y Consuelo para moribundos (2012) e Historias imposibles (2021) y entre sus libros de cuentos más conocidos están Relatos de otro mundo (1988), Tramas imaginarias (1990) y La taberna de Vermeer y otras ficciones (2005), entre otros. En el campo de la ciencia ficción son conocidas sus novelas Averno (2006) y Limbo (2016) y dentro de la novela histórica Sueños y guerras del mariscal (1995) y Ezequiel y sus batallas (2017), y varias novelas cortas como Una fiesta memorable (1991), Paisaje con ángel caído (2002), El último solo de Buddy Bolden (2016) y Wald (2021). Ha publicado numerosos ensayos, algunos de los cuales se hallan en sus libros Provincias de la palabra (1995), El espejo de tinta (2007), Mundo tórrido y caribe. Cultura y literatura en Venezuela (2017), y sendos estudios sobre César Vallejo, Elías David Curiel, Franz Kafka, Armando Reverón, Rómulo Gallegos, y un ensayo sobre filosofía moderna, La utopía del logos (2021). Su obra poética se encuentra reunida en los volúmenes Balada del bohemio místico (2010), Solárium y otros poemas (2015), Los versos de la silla rota (2018) y Hominem 2100 (2021). En 2019 recibió el Premio Nacional de Literatura de Venezuela, por el conjunto de su obra. En esta oportunidad, Jiménez Emán ha querido rendir un tributo a James Joyce en la oportunidad de celebrarse en 2022 los cien años de su magna obra Ulises, publicando sus versiones personales de poemas dispersos que James Joyce dio el título de Pomes penyeach, traducidos esta vez al castellano bajo el título de Pomelos a penique y de su poema satírico El Santo Oficio.

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