Esperanza cerón

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Doctorado en Educación con Especialidad en Mediación Pedagógica

Chifladura

VIVIR ES APRENDER

DE LA DESOBEDIENCIA VITAL A LA DESOBEDIENCIA EPISTÉMICA CAMINO A LA SALUD AMBIENTAL

Aprendiente Esperanza Cerón Villaquirán 2014




Universidad De La Salle San José, Costa Rica

Doctorado en Educación con Especialidad en Mediación Pedagógica

Chifladura

VIVIR ES APRENDER

DE LA DESOBEDIENCIA VITAL A LA DESOBEDIENCIA EPISTÉMICA CAMINO A LA SALUD AMBIENTAL

Aprendiente Esperanza Cerón Villaquirán 2014



Dedicado a Julio CĂŠsar PayĂĄn de la Roche A mis hijos Juan, Juliana y Alejandra A mi madre A Yul


Indice Preparando el camino P. 12

Travesía en un cruce de caminos. De epistemes y otras yerbas

P. 15

Travesía cuesta arriba. Vivir es aprender, un asunto de coevolución

P. 35

Travesía sin planos. La desobediencia vital

P. 55

Travesía sin brújula. De la desobediencia epistémica

P. 71

Travesía por la salud. No hay salud humana si no hay salud ambiental

P. 83

Travesías inconclusas

P. 91

Bibliografía P. 97


RECONOCIMIENTOS: A mi madre, Paulina Villaquirán, que me enseñó a amar la lectura y la aprendiencia, a su amor y solidaridad ejemplares A mis hijos: Juan Sebastián, María Alejandra y Juliana Lucía Cárdenas, de quienes no termino de aprender el difícil arte de la coherencia A Yul Francisco Dorado, compañero de todos los caminos, y apoyo amoroso en todos los tropiezos A mis ancestras maternas, las primeras feministas que conocí y cuyas vidas fueron actos de transformación y rebeldía permanentes A mi hermana Carena por acompañarme en la infancia y reencontrarme en la adultez A mis hermanitos Luis Felipe y Beatriz, al abuelito Marcos, quienes me acompañan siempre desde otras dimensiones A las personas con quienes crecí y fueron asesinadas en éste absurdo conflicto A las amigas de toda la vida, por darme los empujones necesarios A Ben Johnson, por las breves pero deliciosas conversaciones de sobremesa A Jeanette Rojas Silva, sin cuya amorosa solidaridad, no hubiésemos podido atravesar un día las puertas del dolor Al rizoma extendido: Álvaro, Beatriz, Clara, José, Oscar, Yul, Socorro, Patricia y Gerardo Al Décimo holón de Colombia


AGRADECIMIENTOS: A la vida en todas sus infinitas manifestaciones. A Juan, Ale y Julis, por enseñarme las profundidades del amor. A Julio César Payán, maestro y amigo. A Gustavo Wilches, mediador de mediadores. A José Joaquin Dulcey, pionero en medicinas alternativas y salud ambiental. A Antonio Elizalde, siempre presente. A la Universidad de la Salle de Costa Rica, a su Rector y todo el cuerpo administrativo, a Cruz Prado, Francisco Gutierrez, Cecilia Diaz, Anne Robert y Juan Carlos Madrigal. A Paulis, lo más importante lo recibí de su saber vivir en los primeros años de mi vida. A Nicolás Buenaventura por la generosidad de prestarme sus cuentos.


Preparando el camino


Preparando el camino Estamos hechos de historias construidas desde el conocer del conocer, es decir desde las epistemes que en diversos momentos históricos, han sustentado el pensar, sentir, decir y hacer de la humanidad.

Los científicos dicen que estamos hechos de átomos, pero a mí un pajarito me dijo que estamos hechos de historias. Eduardo Galeano

Una de las historias hegemónicas de las que se desprenden otras muchas, es precisamente aquella que nos cuenta cómo se llegan a conocer las cosas; y la otra es aquella que relata cómo la vida obedece a unas leyes ya suficientemente conocidas. Una y otra historias madres, tienen en común el señalarnos una luz al final del túnel: hay una verdad única; es lineal y nos lleva a la verdad certera. Aunque se pueda descomponer en sus partes, a ella, mecánica como es, se llega por un único método científico medible y cuantificable: el camino de la razón pura. Esta tesis pretende colocarse en muchas otras aristas que apuntan a la desobediencia vital, desde la cual defendemos la desobediencia epistémica. Los nuevos estudios geológicos, biológicos, de la física cuántica y de la complejidad aplicados a los orígenes de la vida en el planeta, nos afirman en el concepto de coevolución y no de evolución, es decir nos hablan no de linealidad sino de aprendiencia en red de todo el entramado de la vida; nos dicen que no empezamos de cero hasta llegar al top donde estamos los seres humanos, sino de autopoiesis, complejidad, fractalidad, sincronía, interdependencias y metamorfosis. A partir de la pregunta, ¿por qué pensamos lo que pensamos?, y aceptando que la ciencia es solo una explicación temporal; interpelamos el sustento epistémico de la modernidad, enfocado en el antropocentrismo, la conversión de la ciencia en un nuevo credo, y de los científicos como sus nuevos oficiantes.

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La subvaloración histórica de saberes considerados periféricos; y la negación total de saberes y de conciencia en otras especies; refleja en gran parte el sustento de la episteme que nos tiene en esta crisis que parece orientarse a la mayor degradación posible de la biósfera misma, al menos tal y como la conocemos hoy. Desde estas ideas generales, haremos referencia a un tema que nos es sensible: la salud ambiental, entendida como la emergencia de una compleja red de relaciones que permite el sostenimiento y florecimiento de la vida, proponiendo una afirmación: no es posible la salud humana, si no hay salud ambiental. Hablamos de desobediencia vital, porque la vida no se ajusta a la ciencia, ésta última apenas si logra comprenderla y ponerle un sello de verdad terminal, cuando ella, la vida, nos vuelve a desafiar con su contingencia entramada en la red de interrelaciones con todo el universo. Es decir, la vida es una desobediente que burla todas las pretensiones antropocéntricas de ser como dioses y poder saberlo y controlarlo todo. Y hablamos de desobediencia epistémica en contraposición a la violencia epistémica de imponer una única verdad a todo: a la ciencia, al modelo de desarrollo, a lo que debemos degustar, a un solo tipo de semillas, etc., a todo lo que está certificado o tenga un sello de incuestionabilidad. Certificados los saberes, las Universidades, las prácticas, los consultorios médicos, los protocolos únicos, las pruebas internacionales para estudiantes, las calificadoras de riesgo que bendicen o maldicen países, etc.

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La biología de los últimos 20 años viene aportando elementos que reafirman hacia adelante una inmensa laguna de saberes pendientes, pero también nos ha ido abriendo nuevas puertas, no solo a quienes trabajamos en ella, sino a todas las demás disciplinas: la medicina reconoce elementos de inervación en el estómago que se asimilan a un cerebro (fractalidad), y los economistas como Georgescu-Roegen afirman que la economía debería ser una rama de la biología; nuevas ciencias como la Biomímesis se están desarrollando, etc. Es decir, la vida, esa desobediente, esa no lineal, esa no mecánica; desmonta un conocer del conocer único, es por eso que hablamos de la desobediencia vital como sustento para colocarnos en la desobediencia epistémica. Esta tesis ha sido mediada aprovechando textos a manera de espejo, esto es, relatos que se introducen antes de cada capítulo bajo el título Hechos de Historias, y que por su valor literario, científico o anecdótico, hacen sincronía con el contenido desarrollado a continuación. De igual manera se ilustran con algunas obras de arte o imágenes que intentan desde la evocación estética, reafirmar tales sentidos.

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TravesĂ­a en un cruce de caminos De epistemes, ciencias y otras yerbas


Hechos de historias Una crónica habla de un Indio que en los tiempos de la conquista le cuenta a un Español la historia de su pueblo. El Español tiene un escriba, un amanuense que todo lo traduce a palabras sobre el papel. Termina ese primer encuentro y el Indio y el Español se dan una nueva cita, en el mismo lugar. Vuelve el indio… --usar la palabra Indio para nombrar habitantes de este continente podría ser un error, pero ya hace parte de lo que somos. Si. Tenemos muchos errores como ese. Árboles autóctonos, pájaros nativos mal nombrados. Ritmos mal notados. Ciudades, ríos, lagos, y montañas rebautizados… Casi no podríamos hablar sin cometer errores--…Vuelve el Español y le pide al secretario que lea lo último que hablaron para que el Indio pueda retomar el relato donde había quedado. El secretario lee. El indio oye y a medida que oye, reconoce (o desconoce) sus palabras, una a una. Mira espantado aquellos instrumentos, aquel gesto de los ojos siguiendo aquellos trazos. Escucha aterrado esa voz nombrando aquellas huellas… Cuenta la historia que el hombre quedó en silencio, un silencio largo, doloroso, como cuando el silencio duele. Y al cabo, desposeído, huérfano y más vulnerable que nunca dijo: Ustedes no nos derrotaron ni con la espada ni con la gripa ni con el caballo, nos derrotaron con eso. Señaló la pluma en la mano del escriba, dispuesta a seguir robando el alma de la palabra. Señaló el papel, cómplice de aquella infamia…y concluyó: Es el arma más terrible que poseen. A ella le deben la victoria sobre nuestros pueblos. Cuando Santiago, un indio patmiota de Paris leyó esta crónica, me contó que se preguntó si no habría sentido Sócrates algo parecido, de haber visto a Platón escribir sus diálogos. De la pluma y la espada, Nicolás Buenaventura (Buenaventura Vidal, 2010)

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Si la ciencia es solo una explicación temporal y contextual, si es un cuerpo de creencias que organiza paradigmáticamente unos saberes que de una u otra forma se institucionalizan o normatizan; creemos estar ad portas de redescubrirnos desde el pasado al futuro, en una nueva ciencia, esperamos despojada de antropocentrismo, justo ahora que crece la masa crítica a la cual no le satisfacen las explicaciones actualmente “certificadas”. Quienes habitamos originalmente el continente Americano, fuimos arrebatados de nuestros saberes durante el proceso de colonización-invasión europea, que borró y distorsionó nuestra historia logrando que en general, llegáramos a interiorizar mentalmente que habíamos carecido de ciencia, y lo que es peor, que pudiéramos llegar a hacerla. Solo para dar un vistazo a lo negado, nuestros pueblos originarios desarrollaron una arquitectura e ingeniería maravillosas en diversos asentamientos americanos, algunas con una hidráulica que garantizaba agua limpia y permanente para todos; realizaron cirugías de cráneo, desarrollaron una farmacopea increíble que le dio a occidente la quina, entre otras plantas; y pusieron en las mesas del planeta el tomate, el cacao, el maíz, la papa o el aguacate. Pueblos ancestrales mesoamericanos, basados en el conocimiento heliocéntrico que le tomara siglos a Europa reconocer, la astronomía sin aparatos pero que había atesorado un largo conocimiento a partir de la observación colectiva, fue capaz de pronosticar la alineación de planetas hasta el 2012; los mayas conocían el valor del número cero, e incluso, inventaron el futbol, para hablar de lo más conocido (Goñí, y otros, 2006). Nada de esto pudo ser adecuadamente leído y menos traducido apropiadamente a la lengua del colonizador. Ante el desconocimiento de la exuberante naturaleza y sofisticados pueblos encontrados, se dejaron guiar por su supina ignorancia, y/o por su vasta creencia en la única y verdadera existencia de seres más aptos, versus los menos aptos.

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Generalizando e intentando ser justa, quienes llegaron a “leernos”, “escucharnos” y escribir nuestra historia venían de una episteme ya dicotómica en lo esencial, así que no tuvieron otro marco de referencia que decidir ignorarnos y “darnos la oportunidad” de partir de cero, de la famosa Tabula rasa, presupuesto epistemológico que asume que cada ser nace con la mente "vacía"; así las cosas y descontextualizados, decidieron que bastaría con entrenarnos en sus saberes y habilidades, a ver si algún día, alcanzábamos su nivel de civilización. Santiago Castro- Gómez en su libro la “Hybris del puntos cero” (Castro- Gómez, 2005), se refiere a la arrogancia de los invasores, quienes carentes de palabras para nombrar la desmesura de lo desconocido en esta nuevas tierras, desaparecen con su lengua dominante los significantes, significados y sentidos de los pueblos invadidos, mientras se adueñan, crean, instituyen y legitiman su propia realidad, imponiendo sus palabras, incapaces de decir muchas cosas sobre nuestra natura, a la que por supuesto no pueden entender, solo temer y desear. A éste desconocimiento y despojo de otros saberes, de otras epistemes, es a lo que se ha llamado la violencia epistémica, concepto ampliamente desarrollado por la pensadora de estudios postcoloniales, la feminista Gayatri Spivak (Spivak, 2011) que en su libro “¿Puede hablar el subalterno?, la definió como alteración, negación y en casos extremos, como la extinción de los significados de la vida cotidiana, jurídica y simbólica de individuos y grupos. Al casi borrar el lenguajeo de los pueblos invadidos, los territorios de sentidos se fueron difuminando o metamorfoseando para sobrevivir, aceptando la supremacía de un saber, que se impone al estar cubierto de cantidades, demostraciones y poderes.

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Es a esto a lo que el indio del relato de Nicolás Buenaventura, señaló como el triunfo verdadero sobre su pueblo, a esa acomodación de otras realidades a una única interpretación válida del mundo; a esa traducción a su episteme dicotomizada, lineal, que perdería muchas veces y para siempre, sentidos de enorme valor patrimonial para la humanidad. Thomas Kuhn, en su libro La estructura de las Revoluciones Científicas (Kuhn, 2011), define los paradigmas como “realizaciones científicas universalmente reconocidas que, durante cierto tiempo, proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica”. Los mismos se van conformando en una estructura de postulados, escritos o no, que a la mayoría de las personas de una sociedad le explican desde la macroeconomía hasta la vida cotidiana. Kuhn afirma que tal paradigma dura hasta que el conjunto de la sociedad entra en crisis dado que no le satisfacen las explicaciones, de modo que las preguntas vuelven a formularse en busca de mejores respuestas; momento en el cual, un nuevo paradigma empieza a emerger respaldado por una comunidad científica. Nuevos hallazgos científicos, coincidentes en ciertos aspectos con antiguas epistemes, han llegado para desafiarnos a interpelar o intentar escuchar de otros saberes no solamente humanos, sino de la naturaleza misma, aspecto que intentaremos tejer en esta tesis. Desafío que a nuestro juicio, desmonta uno de los más fuertes pilares del paradigma hegemónico: el antropocentrismo.

Thomas Kuhn.

En 1962, publicó La estructura de las revoluciones científicas, obra en la que expuso la evolución de las ciencias naturales básicas de un modo que se diferenciaba de forma sustancial de la visión más generalizada entonces. Según Kuhn, las ciencias no progresan siguiendo un proceso uniforme por la aplicación de un hipotético método científico. Se verifican, en cambio, dos fases diferentes de desarrollo científico. En un primer momento, hay un amplio consenso en la comunidad científica sobre cómo explotar los avances conseguidos en el pasado ante los problemas existentes, creándose así soluciones universales que Kuhn llamaba «paradigma».

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Ilustración 1 Ciclo del Paradigma, según Kuhn Las explicaciones del Paradigma vigente no satisfacen

Crisis

Revolución Científica

Permanecen remantes de todos los anteriores paradigmas

Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado; está fundado en nuestros pensamientos y está hecho de nuestros pensamientos. Buda

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Nuevo Paradigma


¿Por qué pensamos lo que pensamos de la ciencia? Inmanuel Wallerstein1 (Wallerstein, 1996) dice que entre 1850 y 1914, incluso casi hasta 1945, el 95% del conocimiento científico – académico que se impuso en el mundo, provenía de 5 países: Francia, Alemania, Gran Bretaña, Italia y Estados Unidos; la mayoría de los cuales eran estudios sobre sí mismos, es decir, que podemos hablar de una geo-episteme que se impuso como un geopoder. No se trata de afirmar que dejamos de pensar sobre lo propio, sino de algo peor, dejamos de pensar que tal cosa tenía real valor, dado que no estaba autorizado por los verdaderos sabedores, los escribas. La ciencia que se imparte en general, ha sustentado unos pilares básicos dentro de los cuales todo se mueve, pilares a los que Sheldrake llama el “credo científico” (Sheldrake, 2013, págs. 16, 17) y que constituyen el corazón del paradigma positivista, cartesiano, darwinista o de la modernidad, y de los cuales presento una versión personal que creo, nos permite acercarnos más fácilmente a lo que hemos llegado a pensar de la vida en general, es decir de la naturaleza y de la salud: 1. Las leyes en el universo son fijas, eternas, inamovibles y basta descubrirlas en cada fragmento de saber para entender sus jerarquías. 2. Únicamente tiene validez aquello que se mide y pesa porque es “objetivo” y real. Lo “subjetivo” no tiene nada que ver con la realidad. El primero tiene que ver más con lo externo y lo segundo con “lo interno”.

Immanuel Wallerstein1

Es un sociólogo, historiador y científico social estadounidense. Principal teórico del análisis de sistema-mundo. Wallerstein inició como un experto en asuntos post-coloniales africanos, a lo que dedicó casi todas sus publicaciones hasta principios de los setenta, cuando empezó a distinguirse como un historiador y teórico de la economía capitalista global. Su crítica al capitalismo global y su influencia en los movimientos anti-sistémicos lo convirtieron en uno de los pioneros del movimiento antiglobalización.

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3. Todo en la naturaleza es mecánico; opera con mecanismos predecibles, intercambiables en sus piezas, incluso los seres humanos operamos como sistemas mecánicos de engranajes. Esta es la razón por la cual, podemos generalizar para todas las personas los mismos tratamientos; ofrecer la misma “educación”; aplicar el mismo modelo de desarrollo para todos los países, etc. 4. La herencia es material y depende de los genes, que todo lo determinan. Determinismo que aplica a toda la ciencia, negando el principio de incertidumbre que llegara a aportar la física cuántica, por tanto, llegando a negar otras maneras de conocer el conocer. 5. El todo es igual a la suma de las partes. 6. Solo las personas certificadas, poseen un saber válido. La ciencia institucional es la última palabra, es objetiva e imparcial. 7. La tecnología (los cómo hacer), van a resolverlo todo, así que no hay que preocuparse mucho por los “daños colaterales” de nuestro hacer; total, el fin justifica los medios. 8. Los seres humanos estamos separados de los animales, plantas y del resto de la naturaleza; como somos diferentes, unos superiores a otros, aplica el darwinismo social del más apto, el más competitivo, dado que la vida es una lucha. 9. Los seres humanos son el centro y cúspide de la naturaleza.

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10. El tiempo y el espacio son conceptos que remiten a lo lineal y fijo; independientes de nosotros, no son una construcción histórica. Además, el tiempo, al menos, corre en nuestra contra, de allí que es el referente más importante sobre el cual construir el desarrollo: el tiempo es oro. Esta reducción a unos pocos postulados, es por supuesto incompleta, y solo pretende, pedagógicamente, señalar un punto de partida para dilucidar, por qué y cómo llegamos a pensar lo que pensamos de la ciencia, la educación, la sociedad, la salud, la medicina, etc. La formación científica es siempre una construcción histórica; la Europa del siglo XII consideraba que la tierra era plana y que el sol giraba a su alrededor; ese era el conocimiento impartido y aceptado; decir lo contrario, que éramos un sistema heliocéntrico, casi le cuesta la vida a Galileo Galilei. Cuando empecé la carrera de Medicina, durante un tiempo se nos enseñó sin cuestionar, que a los recién nacidos no se les diera ningún alimento durante sus primeras 24 horas para prevenir un caso de posible obstrucción intestinal; aunque el sentido común hablara de hipoglicemia en el recién nacido, y las madres supieran por cientos de miles de años, que el instinto de supervivencia dictaba lo contrario. El mensaje que recibí fue: la medicina es una de las más potentes ciencias y sabe más que las mamás, todos los bebés son iguales y la medicina puede tratarlos como tal, sin importar si nacen malnutridos. Hoy por fortuna, este “saber” ya pasó de moda. Diversas corrientes en algún momento consideradas por sectores o civilizaciones como científicas, han terminado siendo refutadas por el paradigma que le sucedió; al decir de Margulis, “La astrología conduce a la astronomía; la alquimia evoluciona hacia la química. La ciencia de una era se convierte en la mitología de la siguiente”. (Margulis & Sagan, ¿Qué es la vida?, 2009, pág. 13)

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El saber prehistórico consideraba que todas las cosas poseían un ánima o alma, fuesen vivas o inertes, es decir que espíritu y materia eran indisolubles. La corriente vitalista postuló que todos los seres vivos poseen una fuerza invisible, distinta de la energía que estudiamos en la física y que los diferencia fundamentalmente de las cosas inertes; es decir, que el espíritu prevalecía sobre la materia. Una variante del animismo prehistórico dio curso al politeísmo, expresado en espíritus que podían estar en el árbol, el trueno, el jaguar, etc. Esta figura fue útil a sociedades nómades, necesitadas de adaptarse a y con los elementos, pero a medida que se complejizaban y crecían los grupos humanos en sociedades que combinaban u optaban por el sedentarismo y la agricultura, los humanos buscaron reglas más universales y pasaron al monoteísmo, pues es más fácil ubicar todas las explicaciones en una única fuente, no encarnada en truenos, animales o elementos, sino en una deidad, por lo demás externa al planeta. Al estar por encima de todo lo accesible, su superioridad no necesitaba ser probada: el dios en el árbol o el jaguar siempre podrían morir miserablemente a los ojos de todo el que estuviera presente, o que los hubiese herido. Ni más faltaba que lo divino muriese, no podíamos ver la transformación, el caos como parte de la vida; la muerte tenía que ser lo opuesto a la vida, y de esa manera, poniendo las cosas en blanco y negro, los incómodos grises no vendrían a poner dudas, porque esto sería cuestionar los poderes. Pero como acá en la Tierra todo moría, las deidades fueron poco a poco saliendo del entorno para ubicarse en el no lugar, ese que no se puede cuestionar; el inexpugnable, al que solo se llega por la fe: y fe es creer lo que no se ve, según me enseñaron largos años de escuela religiosa.

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Entre los siglos XVII y XVIII, cuando aparece la llamada Ilustración en occidente, destacados científicos y filósofos de la época, reviven la idea que naturaleza y Dios son la misma cosa, por lo tanto vivir en armonía con natura, significaba honrar la divinidad. Rosseau fue uno de los grandes impulsores de esta corriente filosófica, denominada Deismo, consistente en reconocer la naturaleza de dios, a través de la experiencia personal y la razón, a diferencia del teísmo que lo explica por la fe, la revelación o la tradición. Esto de explicar el poder de los reyes, las pestes, o la buena o mala cosecha por designio divino, empezó a ser cuestionado por las mayorías; es decir no les satisfacía ya tal explicación. ¿Cómo era posible que el rey, muchas veces un ser incapaz, asesino, cruel, etc., deviniera su estatus directamente de un dios definido como la bondad única? ¿Cómo era posible que ese mismo dios, hubiera condenado a padecer hambre a masas enormes de campesinos que debían trabajar para un señor feudal? ¿O que la peste los hubiera diezmado a ellos, malnutridos y no al caballero que ellos alimentaban con su esfuerzo? A ellos que eran quienes inventaban y construían los trajes, zapatos, palacios, alimentos, armas, etc. Tal como lo dice Kuhn, ante la insatisfacción por las viejas explicaciones, se desatan las crisis sociales, económicas, culturales, sociales y ambientales, y de ese caldo de cultivo, la ciencia, reflejo de la sociedad, empieza a aportar elementos que fueron configurando el paradigma actual. Allí van surgiendo figuras claves, revolucionarias e innovadoras en su momento, gracias a las cuales se tejió el pensamiento dominante. Empecemos por Galileo de quien se dice es el punto de partida de la llamada revolución científica, y cuya vida sigue siendo un ejemplo de la confrontación entre ciencia e institucionalidad religiosa.

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Roma enseñaba, dueña como lo era de la educación de la época2, que la tierra era plana y como vivo centro de la creación, todo el universo, incluido el sol, giraban en torno de ella. Afirmar lo contrario por las observaciones celestes con telescopio aunado a los relatos de viajeros, fue poner en el asador la fe versus la demostración; y debieron transcurrir varios lustros para que con el eco de otros científicos en otros lugares de Europa, se fundamentara lo que hoy conocemos como método científico; y se diera cabida a lo que se denomina el paradigma materialista cartesiano, mecánico o positivista, corazón a su vez del modelo capitalista. Al pensamiento de Galileo (1564-1642) fueron uniéndose otras figuras, como fue el caso de Francis Bacon (1561-1626), político, abogado y escritor, que concibe la ciencia como una técnica por medio de la cual, el hombre, literalmente hablando del género masculino, podrá dominar a la naturaleza, cuya única función es lucrarle. En su libro Novum Organun, o Indicaciones relativas a la interpretación de la naturaleza y predominio del hombre (Bacon, 1933) propone el método científico, basado en el inductivismo, es decir, en obtener conclusiones generales, a partir de premisas particulares. Se trata de observar hechos específicos, cuyos resultados, sumados, nos dan una verdad general. Dicho de otro modo, el todo es igual a la suma de las partes. Bacon, hay que decirlo, afirmaba que las mujeres y la naturaleza eran la misma cosa, y que a la segunda como a las primeras, de ser preciso, se les podía arrancar los secretos por la fuerza (De Sousa, 2011). También a Bacon podemos atribuirle la proyección que terminara convirtiendo a la ciencia en una suerte de nueva religión; en su novela La Nueva Atlántida, describe precisamente a una casta de hombres de ciencia que dirigen a la sociedad, dado que ellos lo saben todo; incluso el jefe de tales científicos, se pasea en una especie de carruaje luminoso –algo así

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2. Si la única realidad proviene de dios, solo la Iglesia puede enseñar la verdad, de allí que ella se encarga de reclutar a lo más granado del saber de la época: arquitectos, escultores, ingenieros, astrónomos, que podían desarrollar sus trabajos, siempre que no se salieran de la tutela de una verdad superior.


como el papamóvil*-, desde el que saluda como bendiciendo al pueblo. No en vano es Bacon quien precisamente acuñó el término “el conocimiento es poder”, premisa que al parecer practicaba para su propio beneficio, dado que usando información favorecida por los altos cargos públicos que ocupó, ejerció la calumnia y tuvo que reconocer 23 cargos de prevaricación. Contemporáneo de los anteriores, René Descartes (1596-1650), filósofo, matemático y físico, revoluciona el pensamiento escolástico de su época, y propugna por el método matemático que permita calcular la realidad y superar la especulación. En consecuencia, Descartes postula un universo al que compara con un mecanismo de reloj, susceptible de descomponer en partes para volver a armarlo, método a su juicio aplicable para llegar a toda y a cualquier realidad. Pero además de dejarnos el útil plano cartesiano, entre muchas otras herramientas matemáticas, Descartes instaura la separación del cuerpo del espíritu/mente, razón por la cual ejercita la disección de perros vivos, dado que al no tener alma, a su juicio, no sufren. Afirma que el conocimiento es innato, y como ya había quedado establecido que saber es poder, y que la ciencia es el progreso, supuestos sobre los que posteriormente, el paradigma deja entrever que a los poderosos, a quienes les va bien en la vida, es porque nacen aptos para saber, y los pobres lo son por lo contrario. Tal concepción mecanicista del mundo se impuso en la ciencia con impactos sobre todas las expresiones de las sociedades humanas, incluida nuestra relación con la naturaleza, o mejor dicho, negando nuestra condición de seres de y con la natura. Por esa vía impactó lo que pensamos sobre el cuerpo, la vida, la salud, el desarrollo, etc. En la práctica médica diaria, se asume que la mente es puro pensamiento sin materia, a diferencia del cuerpo que opera gracias a causas exclusivamente mecánicas, ambas “funciones” incapaces de mezclarse entre sí, dado que sus naturalezas son opuestas y separadas. Mientras el cuerpo funciona mediante leyes mecánicas, la mente/pensamiento, funciona mediante leyes lógicas con las cuales se nace. * Papamóvil, término usado por Latour en el libro ya citado.

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Con seguridad, William Harvey (1578-1657), médico inglés que describiera el sistema circulatorio como un sistema de cables bombeados por la máquina del corazón, contribuyó a que todos sus contemporáneos, incluido Descartes, afianzaran la visión mecánica del cuerpo humano y del universo entero. Retomando a éstos y muchos otros iconos de la ciencia, Isaac Newton (1642- 1727) avanza en dicha visión. Este maravilloso investigador (como todos los otros aquí mencionados), que estudió la luz, el sonido, el calor, y la gravitación; postuló que la leyes que rigen el universo son únicas, inmutables y eternas. Aunque existe evidencia que mucho antes de Newton, el científico inglés Robert Hooke (1635-1703) ya había estudiado la gravedad y se la había sugerido a éste, quien pasó a la historia fue Newton. En esa época las leyes de plagio no se habían desarrollado, y los casos involucran a casi todas las figuras de la revolución científica, que no usaban dar crédito a sus predecesores. Tal es el caso de los magníficos matemáticos árabes cuyo conocimiento realizó fundamentales aportes a occidente. Para éste momento, se consolida el pensamiento positivista, corriente filosófica que bebiendo de diferentes fuentes, emerge como alternativa a las creencias por la fe sin demostración, que habían prevalecido en la ciencia oficial, y en el conjunto de la sociedad hasta entonces. Es decir, el nuevo paradigma había empezado a configurarse frente a las insatisfactorias respuestas del paradigma anterior. El positivismo se sustenta en el llamado “monismo metodológico”, que significa que solo hay un único y verdadero método válido para llegar a la verdad, independientemente del campo del que se trate. El propósito es desentrañar las causas únicas y objetivas. Contemporáneos de los anteriores, fueron Thomas Hobbes (1588-1679) y Robert Boyle (1627-1691), quienes protagonizaron una de las disputas más célebres que marcarían lo que

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el antropólogo Bruno Latour llama “la constitución de la realidad” moderna, que instituyó la ruptura total entre el mundo natural y el mundo social. Los dos filósofos, matemáticos, geómetras, entre otros saberes, Querían un rey, un Parlamento, una Iglesia dócil y unificada, y son adeptos fervientes de la filosofía mecanicista. Pero aunque profundamente racionalistas ambos, sus opiniones, divergen en lo que hay que esperar de la experimentación, del razonamiento científico, de las formas de argumentación política y, en especial, de la bomba de aire, verdadera heroína de esta historia. (Latour, 2012, pág. 38) Latour en su libro Nunca fuimos modernos, describe dicha polémica. Boyle el extraordinario químico, “gana” la discusión cuyo escenario se despliega entre la Royal Society y la Universidad de Cambridge. El afirma que toda realidad se puede construir en el laboratorio, respaldado por unos “opinadores” que dan fe de los hechos presenciados, es decir, hechos que se pueden repetir hasta el cansancio en distintos laboratorios. Hobbes el cientista político, también “gana” la discusión, porque aunque niega la existencia del vacío creado en la bomba de aire de Boyle que hace que el pájaro encerrado dentro se ahogue; defiende no solo la existencia de un éter, sino que además sostiene que el laboratorio no puede explicarlo todo, dado que lo demostrado en el espacio cerrado dentro del cual muere el ave, no sucede en todas las otras realidades. Y una de esas realidades defendidas por Hobbes (Hobbes, 2008) era que si bien había que reconocer la autoridad del rey, la misma no provenía de dios, y que todos estábamos en guerra con todos los demás (el hombre es un lobo para el hombre), idea que influiría posteriormente en la postulación Darwinista de la evolución, como él mismo lo reconociera. El médico John Locke (1632-1704), y posteriormente Augusto Comte (1798-1857) cuestionan el saber innato, y propugnan, más el primero que el segundo por un estado liberal. Pero las ciencias de la vida y de la sociedad terminan por consolidarse.

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Comte, en particular, propugna por la sociología como ciencia que a su juicio se encontraría en lo más alto de la montaña del saber, teniendo por debajo a la biología, la química, más abajo la física y en la base de la pirámide, estarían las matemáticas sustentándolo todo.Para mediados del siglo XX, las hoy llamadas ciencias económicas, quizá el más especulativo de todos los saberes, han devenido en el top de las ciencias comando del mundo. Lo que sucedió fue que dentro del paradigma positivista, cada saber podría ser explicado por sí mismo, independientemente de los demás y de su contexto histórico. Es entonces cuando la ciencia devino, en una nueva creencia, una nueva fe; la fe en los saberes fragmentados. Pero la ciencia actual no sería nada sin la influencia de Charles Darwin (1809–1882), naturalista de profesión, quien postulara la teoría de la evolución de las especies a partir de un antepasado común. En su libro “El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas preferidas en la lucha por la vida”, describe además de la teoría enunciada, cómo la vida es una lucha incesante, en la cual las especies más fuertes, sobreviven a expensas de las débiles, gracias a que les ganan la lucha. Si bien no es exactamente atribuible a la notable figura de Darwin, quien tuvo magníficas intuiciones hasta hoy sugerentes, pero quien por cierto también borró de sus escritos a Wallace3, coautor de su teoría; el mensaje se ha difundido claramente: sal, compite y gana como sea; no te dejes derrotar, golpea primero. Este mensaje en el contexto de la Europa colonizadora, se tensó en justificaciones en las llamadas disciplinas sociológicas, económicas y políticas que le sucedieron a Darwin. Invadir, a lo que no en vano llamaron colonizar, estaba justificado por que se llevaba la civilización y el verdadero saber a seres inferiores, a los que se pudo esclavizar, desaparecer, mejor dicho, sobre los que se ejerció la violencia epistémica. En palabras del Biólogo Máximo Sandin, quien durante 15 años se dedicó exclusivamente al estudio del Darwinismo4.

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3.Alfred Russel Wallace (1823-1913) naturalista, explorador, geógrafo, antropólogo, biólogo y ambientalista británico, propuso una teoría de evolución a través de la selección natural independiente de la de Charles Darwin, quien inicialmente lo incluyó en la publicación, borrándolo posteriormente. 4. Insisto en separar la figura de Darwin del darwinismo o neodarwinismo, corrientes científicas, sociológicas y políticas que de una u otra manera siguen justificando la superioridad naturalizada de unos frente a otros.


La concepción competitiva y reduccionista de las relaciones entre los seres vivos (incluso entre sus más íntimos componentes) ha conducido a una visión sórdida y deformada de la Naturaleza y ha provocado graves desequilibrios entre sus componentes fundamentales. El determinismo genético (sin el cual la selección “natural” no tiene sentido”) extendido a las relaciones entre los seres humanos, la consideración de que los defectos, las enfermedades, incluso el comportamiento, están “inscritos en nuestros genes”, ha tenido terribles consecuencias para millones de pobres gentes y ha constituido, para muchos, una justificación “científica” de las desigualdades humanas5. Personajes como Hitler y sus ideas de superioridad por las que se creía legitimado para exterminar y experimentar con seres humanos, se fundamentaron en las creencias que critica Sandín6, y que a decir verdad, aún alimentan ciertas ideologías, incluso pretendidamente paladines de la democracia. Los Estados Unidos experimentaron entre 1946 y el 48 con indígenas Guatemaltecos, a quienes inocularon intencionalmente y contra su voluntad diversas enfermedades de transmisión sexual, a fin de estudiarlas, aspecto que permaneció en secreto hasta hace un par de años. En el 2012, la vacuna denominada MenAfriVac fabricada por Serum Institute of India Limited7, fue puesta a la fuerza a más de 500 menores de edad y sin autorización de los padres en el pequeño pueblo de Gouro en el Chad, situado en el borde del desierto del Sahara. Los pequeños fueron encerrados en su escuela, y los amenazaron con no permitirles continuar su educación. La consecuencia fue que muchos de ellos sufrieron parálisis entre otras muchas graves sintomatologías8.

5 Según la web de este Instituto, uno de cada 3 niños vacunados en el mundo reciben vacunas producidos por su casa. http://www.seruminstitute.com/content/about_us.htm 6 http://vactruth.com/2013/01/06/paralyzed-after-meningitis-vaccine/ 7 Sandín, Máximo. Web site oficial, http://www.somosbacteriasyvirus.com/ tomado el 18 de enero de 2014 8 Sandín, Máximo. Web site oficial, http://www.somosbacteriasyvirus.com/ tomado el 18 de enero de 2014

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¿Cómo, quién y por qué, ciertos poderes continúan decidiendo las vidas de los que consideran menos aptos? Sin duda una fuerte creencia justifica este tipo de horrores hasta el punto de ir difuminando masivamente las posturas éticas al respecto, en un degradé, digno de los mejores pintores. Ludwig Von Bertalanffy (1901-1972), biólogo y filósofo austríaco a quien debemos la teoría de sistemas y la biología organicista9, dijo del darwinismo: “El hecho de que una teoría tan vaga, tan insuficientemente demostrable, tan ajena a los criterios que suelen aplicarse en las ciencias empíricas, se haya convertido en un dogma, no es explicable si no es con argumentos sociológicos”10. Es decir, sin demeritar lo que le toque a Darwin, sus ideas retomadas a posteriori, eran sociológicamente convenientes en un mundo, que precisaba justificar el apogeo europeo de las invasiones, educadamente llamadas colonias. Con Galileo empezamos a desprendernos de las explicaciones por la fe, Bacon aportó el extrañamiento de la naturaleza de la cual los humanos no formamos parte, ella está allí para nuestro lucro; Boyle, Descartes, Harvey, Newton, entre otros, aportaron elementos que consolidaron para la posteridad la visión mecanicista y el método científico productor de verdades únicas e incuestionables. Y Hobbes y el darwinismo llegaron para decirnos que la vida es una lucha que gana el más fuerte; y el más fuerte de su época era un hombre europeo educado y con dinero. El más fuerte hoy, es quien se educa en los templos del saber, va a servir a los centros mundiales de poder y representa a las grandes corporaciones, las de las armas, el petróleo, las farmacéuticas, las tabacaleras y la industria de los alimentos. Prueba de esto último y de la concentración de poderes y saberes, se encuentra en la investigación realizada por Oxfam Internacional y publicada el 20 de enero de 2014, afirma lo siguiente:

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9 Biología organicista, que conceptualiza al organismo como un sistema abierto, en constante intercambio con otros sistemas circundantes por medio de complejas interacciones; base sobre la cual Bertalanffy construyó la teoría de sistemas. 10 Citado por Sandín en Web site oficial, http://www.somosbacteriasyvirus.com/ tomado el 18 de enero de 2014


• Casi la mitad de la riqueza mundial está en manos de sólo el 1% de la población. • La riqueza del 1% de la población más rica del mundo asciende a 110 billones de dólares, una cifra 65 veces mayor que el total de la riqueza que posee la mitad más pobre de la población mundial. • La mitad más pobre de la población mundial posee la misma riqueza que las 85 personas más ricas del mundo. • Siete de cada diez personas viven en países donde la desigualdad económica ha aumentado en los últimos 30 años. • El 1% más rico de la población ha visto cómo se incrementaba su participación en la renta entre 1980 y 2012 en 24 de los 26 países de los que tenemos datos. • En Estados Unidos, el 1% más rico ha acumulado el 95% del crecimiento total posterior a la crisis desde 2009, mientras que el 90% más pobre de la población se ha empobrecido aún más11. Los paladines del mecanicismo, instituyeron que la ciencia consiste en formular o identificar las leyes de la naturaleza; de allí que a los denominados científicos, se los jerarquizó y separó del conjunto de la sociedad, dándoles un estatus de nuevas deidades cuyas revelaciones son incuestionables; verdades certificadas por pares capaces de repetir en el laboratorio idénticos resultados como fruto de hacer las mismas cosas: mismos reactivos, mismas condiciones, etc. Pero éste paradigma ha entrado en crisis, no solo porque a la mayoría de las personas no les satisfagan las explicaciones generales que de él se han desprendido en materia económica, social, ambiental, etc., sino también porque la nueva ciencia que emergiera a comienzos del siglo xx, ha ido desmontando las verdades absolutas, demostrando que la investigación pura e imparcial no existe, abriéndonos la mirada a un mundo de probabilidades. Primero desde la física cuántica y luego desde la biología, fueron llegando la relatividad, los principios de incertidumbre, la termodinámica, la teoría del caos, la sinergia como la gran fuerza evolutiva, el pensamiento complejo, la biomímesis, las ciencias ambientales, etc., y hay que decirlo, los aportes feministas a otras miradas diversas de la sociedad. Por supuesto, los paradigmas jamás desaparecen totalmente; cada uno de los que podamos identificar en la historia humana, dejan resonancias y es posible encontrarlos mimetizados entre otros. El animismo, el deísmo, el monoteísmo, el naturalismo, el mecanicismo, el darwinismo, todos siguen presentes y sincréticos en medio de aquel que se instituya hegemónico… pero es así como a mi juicio, llegamos a pensar lo que pensamos de manera también hegemónica. 11. http://www.oxfam.org/sites/www.oxfam.org/files/bp-working-for-few-political-capture-economic-inequality-200114-es.pdf


“El nuevo paradigma pide una educación no programática, sino paradigmática, lo que significa que desde los principios científicos del paradigma emergente debemos crear una educación desde una base enteramente distinta. Pero para hacerlo se requerirá demoler totalmente el sistema actual, los estudios universitarios incluidos”. Edgar Morín

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TravesĂ­a cuesta arriba Vivir es aprender, un asunto de coevoluciĂłn


Hechos de historias Hubo un dios que escapó a esa desagradable tentación divina, de hacer al hombre, es decir al otro, a su imagen y semejanza. No era un dios triste y vencido, no. Primero hizo la tierra y cuando la vio redonda, hermosa, le sobraron restos, pedacitos, migajas, desechos… Enseguida hizo el tiempo y en cuanto el tiempo se puso a andar, quedaron restos, pedacitos, migajas, desechos… Luego hizo los lagos, los ríos, los océanos y cuando las aguas crecieron y se pusieron a subir y bajar, a correr, había nuevamente restos, pedacitos, migajas, desechos… Creó entonces los árboles y en cuanto la tierra estuvo toda verde y respiró, tenía una vez más, entre sus manos, restos, pedacitos, migajas, desechos… Todos esos restos, esos pedacitos, esas migajas, esos desechos, comenzaron a estorbarle y él se deshizo de ellos, los botó al fondo de un abismo. Continuó su feliz tarea de creador: hizo la distancia, hizo la noche, hizo las estrellas, hizo la luna, el día, la nube, la montaña, el sol, los vientos…Y cada vez, le sobraron restos, pedacitos, migajas, desechos…que arrojó al fondo del abismo. Y el hombre –él, ella- tenía ganas de ser, tenía ganas de existir, pero Dios no lo hacía, estaba muy ocupado, o tal vez lo había olvidado. Ya en aquél entonces, el hombre soportaba mal el olvido. Y tenía tantas ganas de ser, tantas ganas de existir, que decidió hacerse, crearse a sí mismo. Y se hizo, allá, en el fondo del abismo, con todos esos restos, pedacitos, migajas, desechos… Es por eso que en cada hombre hay un poco de tierra, hay un poco de tiempo, hay un poco de río, hay un poco de árbol… Es por eso que cada mujer es un poco distancia, es un poco noche, un poco estrella, un poco luna, día, nube, sol, montaña y viento. Mitos de creación de Nicolás Buenaventura. (Buenaventura Vidal, 2010)

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Los Nuevos paradigmas en la ciencia ¿De qué estamos hechos? El universo está hecho de formas de energía y materia, de las cuales sabemos muy poco; hoy consideran los astrofísicos que el 96% del universo está compuesto de materia/energía denominadas “oscuras”, cuya existencia deducimos por ciertos efectos, pero de la cual no sabemos nada. Del 4% restante: lo que llamamos materia y energía visibles, a duras penas estamos arañando cierto conocimiento del cual hemos derivado toda la física, química y biología actuales. Al “crearse” el universo conocido los elementos químicos que se forman son básicamente hidrógeno y helio, todos los demás elementos hasta ahora identificados en la tabla periódica, al parecer solo se forman al momento en que estallan las supernovas. Eso quiere decir que nuestro calcio, hierro, fósforo, oxígeno, nitrógeno, etc., componen tanto el sistema solar como nuestros cuerpos, gracias a que somos el fruto de la explosión sucesiva de dos supernovas anteriores, que dieron origen al sistema solar, dado que nuestro astro es una estrella de tercera generación. Es decir, somos literalmente polvo de estrellas condensados ora en planetas, plantas, bacterias o seres humanos. Estamos hechos exactamente de las mismas sustancias, organizadas en estructuras diferentes. Para la muestra, las cadenas de carbono que componen la glucosa, bajo otra arquitectura, pueden formar granito, diamante o microtúbulos, esenciales en la comunicación neuronal. Es decir que todo nuestro conocimiento es de una enorme incompletitud, de allí que lo pretenciosamente llamamos “ciencia”, es solo una explicación parcial, temporal, contextual

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y relativa. Al decir de Maldonado: “la ciencia es una interfase entre la cultura misma y las teorías, modelos y las explicaciones alcanzados o realizados” (Maldonado, 2011).

Ilustración 2 Composición del Universo

Lo que llamamos inerte, lo vivo y la cultura están hechos exactamente de la misma sustancia: partículas subatómicas, ondas de probabilidades en medio de las cuales, el vacío no existe, significa que estamos todos conectados de muchas maneras, evidentes algunas, invisibles las otras.

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Las partículas subatómicas se asocian para producir átomos, que según como lo hagan nos dan elementos químicos distintos, que a su vez se asocian en moléculas, que a su vez se asocian en polímeros; que a su vez se asocian para formar compuestos, tejidos, órganos, seres de cualquiera de los 5 reinos de la naturaleza hasta ahora reconocidos.


Tales partículas son probabilidades energéticas que pueden comportarse bien como ondas o como materia, o como diría Buenaventura, como restos, pedacitos, migajas. El médico, físico, filósofo y arqueólogo Thomas Young (1773–1829), fundador de la física óptica; quien estaba interesado en demostrar la naturaleza de la luz, en 1801 realizó por primera vez el experimento de la doble rendija, que consistió en hacer pasar un haz de luz a través de dos rendijas, que al impactar sobre una placa de fondo, producían un patrón de bandas claras y oscuras, lo que le permitió demostrar que la luz era una onda. Posteriormente los físicos cuánticos en el siglo XX y hasta nuestros días, lo han repetido con una serie de variantes, cada vez más sofisticadas; permitiéndoles demostrar que la luz no solo se comporta como onda (energía) sino también como partícula (materia). Este hallazgo de mil maneras ejecutado en nuestros días, nos corrobora que todo está hecho de una sustancia presente en el universo, que tanto puede “condensarse” en materia que podemos pesar y medir, como en ondas energéticas de probabilidades; o mejor aún, estamos hechos de sustancia que se comporta de las dos maneras y probablemente de muchas otras que desconocemos. Cuando conectamos un ventilador, su motor eléctrico empieza a girar porque de pronto se llena de fotones virtuales que ejercen fuerzas. Al tomar asiento, la silla soporta tu trasero porque la silla y tu trasero se repelen mediante una densa creación y destrucción de fotones virtuales… Todas las moléculas al interior de tu cuerpo, todas las membranas de tus células, todos tus impulsos nerviosos dependen de fotones virtuales que aparecen y desaparecen en el omnipresente campo vacío de la naturaleza. Como explica el físico Paul Davies: “un vacío no es inerte y sin acontecimientos, sino que hierve con una energía y vitalidad vibrantes” (Sheldrake, 2013, pág. 87)

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De la misma manera como la definición de punto en geometría implica a una figura adimensional que carece de volumen, longitud o altura, pero que existe como el referente donde se cruzan dos líneas, y que sin embargo, si se ponen en sucesión nos darán una línea, ella sí visible, mesurable; de la misma manera podemos imaginar que estamos hechos de una compleja aglomeración de ondas/partículas, tan pequeñas que solo se pueden presentir por sus efectos; tan inciertas que solo “aparecen” cuando un observador las mira. En los laboratorios farmacéuticos se suele hacer seguimiento a una determinada molécula mantenida en una caja de Petri o dentro de un cobayo, por ejemplo, a la que se le ensayan una serie de compuestos hasta obtener una determinada reacción que de antemano se desea entre las miles posibles que suceden, lo que hace suponer erróneamente que tal reacción aislada sucede idéntica dentro de uno y todos los organismo, llámese vegetal, animal o humano; ignorando las interconexiones astronómicas que suceden cada segundo en simultánea dentro del todo. Así es como se obtienen medicamentos o productos que además de haberse obtenido en condiciones controladas artificialmente, como si se tratara de sistemas cerrados, se extrapolan y usan en todas las personas del planeta o en todos los suelos agrícolas, como si éstos fueran clones idénticos, sometidos a idénticas condiciones sociales, culturales, emocionales, económicas, políticas, ambientales, etc. Sabemos que si el resultado deseado se produce en el 50% de los casos esperados, el medicamento o producto sale al mercado. Igual resultado o en mayor proporción podrían dar las otras reacciones que se alcancen a estudiar u observar y que se suelen etiquetar como efectos secundarios o colaterales, pero solamente porque se privilegia el deseado, a riesgo, como suele ocurrir, que las demás reacciones terminen por hacer más daño que beneficio. Es lo que sucede con los agroquímicos, o la energía nuclear, para dar otros ejemplos.

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Cada ser es único; su “huella digital” no es solo un trozo de tejido dactilar, sino que cada quien, perteneciendo a la misma especie, tiene su propia impronta, su propia e irrepetible biofísica-química-mental-ambiental12. Extrapolar un medicamento o un agroquímico obtenido de esta forma a todo el mundo, es volver a suponer que el todo es igual a la suma de las partes, e implica un mecanicismo que nos está llevando a la destrucción del planeta, de la soberanía alimentaria, y de la biósfera tal y como la conocemos. Recientemente, el Journal of the American Medical Association, reconoció en una extensa investigación que “la buena” práctica médica constituye la tercera causa de muerte en los Estados Unidos, según artículo publicado por la Dra. Barbara Starfield, de la Escuela de Higiene y Salud Pública John Hopkins13, es decir, desde la perspectiva de los protocolos estandarizados en salud, siguiéndolos al pie de la letra, constituyen la tercera causa de muerte (Starfield, 2000). Un reloj atómico, considerado el instrumento de precisión por excelencia, se altera con los más mínimos cambios de altitud, temperatura, etc. Es famoso el experimento que coloca dos relojes atómicos de idéntica factura a la misma altura del suelo y permaneces sincronizados, sin embargo si uno de ellos se eleva solo unos pocos centímetros con respecto del primero, la marcación del tiempo que cada cual realiza da un resultado asincrónico. Es de imaginar que si esto sucede con una máquina, paradigmática de la técnica científica, lo que sucede con los seres vivos es de una desobediencia mayúscula a las pretendidamente inamovibles leyes físicas o biológicas. 12 Decimos mental porque estado emocionales extremos pueden modificar ligeramente la impronta de las huellas por sudoración, vasodilatación; entre muchas otras circunstancias físicas. 13 http://jama.jamanetwork.com/article.aspx?articleid=192908

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Hablando de salud ambiental, hay quienes afirman que alterar el manto oceánico con el fracking14, no afecta ni las fuentes de agua ni desequilibra las capas tectónicas, y que por tanto no afecta a los seres humanos ni a la naturaleza. Esto es desconocer que estamos hechos de lo mismo, que es inevitable inter-afectarnos.

Intersomos, o el entrelazamiento cuántico o la omnijetividad Del experimento de la doble rendija, los físicos cuánticos han podido deducir que la materia/energía, a nivel atómico o subatómico, se “hace visible”, al momento en que por cualquier método, cada vez más sofisticado, se observa o se intenta medir. De otra manera un determinado electrón, fotón u otra partícula subatómica, prácticamente se encuentran en todas partes al mismo tiempo. Ese principio dice que jamás podemos “saber” de una partícula más que aquella cualidad que se logra medir, es decir, si medimos su velocidad, no podremos saber su posición ni ninguna de sus otras propiedades. Es preciso decir que las variables posición, masa o velocidad, son referencias creadas por los seres humanos, que de suyo hacen colapsar cualquier otra función que dichas partículas pudiesen tener.

Gabriela Sáenz

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Imaginemos que queremos saber algo del estado “X” de una partícula “A”, para hacerlo, tenemos que iluminarla con un fotón, que en el momento en que se pone en contacto con “A”, modifica su estado, el cual pasa a un estado AX1; es decir, ya no podremos saber nada de X porque se habrá afectado la situación AX original; es decir siempre tendremos la incertidumbre, mientras la relación causa –efecto se derrumba, dado que los electrones como vimos, pueden comportarse “como quieren”, ser al tiempo ondas y partículas, pasar

14 Fracking es un término anglosajón para referirse a la técnica de fracturación hidráulica para la extracción de gas no convencional. Consiste en la extracción de gas natural mediante la fracturación de la roca madre (pizarras y esquistos). Para extraer el gas atrapado en la roca se utiliza una técnica de perforación mixta: en primer lugar se perfora hasta 5000 metros en vertical y después se perfora varios kilómetros en horizontal (2 a 5). Entonces se inyecta agua con arena (98%) y una serie de aditivos químicos (2%) a gran presión. Esto hace que la roca se fracture y el gas se libera y asciende a la superficie a través del pozo. El proceso se repite a lo largo de la veta de roca rica en gas. Parte de la mezcla inyectada vuelve a la superficie (entre un 15 y un 85 %). Tomado de http://frackingezaraba.org/que-es/ el 1 de agosto de 2014.


al mismo tiempo por dos orificios o más; y encima, su función de onda colapsa, desaparece si nos quedamos observándolo. El principio del entrelazamiento cuántico nos dice que las partículas subatómicas o los fotones que hayan estado previamente entrelazados, sin importar la distancia a que se encuentren, se interafectan de manera simultánea, de modo que si una de ellas cambia alguna de sus cualidades, de inmediato su par lo hará de igual forma. En realidad lo que parece ocurrir es que cuando se emiten dos fotones al mismo tiempo, como se ha repetido en el experimento de Aspect, las dos mediciones a distancia, deben considerarse como un único estado cuántico, como una realidad expresada por una única función de onda que simplemente se capta en dos espacios separados. Este experimento echó por tierra las afirmaciones de Einstein y sus colegas Podolski y Rosen, quienes negaban el fenómeno. Los experimentos realizados desde 1977 hasta 2007 han demostrado que esto es realmente lo que ocurre; parece ser que cuando estos diminutos objetos (fotones o electrones) se crean juntos, están dotados de una especie de control de estabilidad. Si se observa que una partícula hace una elección al azar en un sentido en lugar de otro, su gemela siempre mostrará el mismo comportamiento (de hecho, la acción complementaria) en el mismo momento, incluso si uno y otro miembro de la pareja se encuentran ampliamente separadas (Lanza & Berman, Biocentrismo, 2009) . 15

Si aceptamos que todos hemos emergido de un mismo origen en el universo; o al menos que todos nuestros componentes provienen del estallido de la misma supernova, entonces tendremos que aceptar que la sustancia de la que estamos hechos se interafecta permanentemente, independientemente de la especie que se trate. 15 Tomado del libro del autor, pagina 61.

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Lo que sucede al planeta en cualquiera de sus componentes, nos afectará a todos; filosóficamente las implicaciones de este fenómeno cuántico, no solo nos remiten a la totalidad de Bohm, o al campo Akásico de Laszlo; sino que nos hacen pensar en una suerte de fractalidad presente en distintos niveles: partículas, ADN similar en plantas, animales o cualquier otro individuo de la biósfera; comportamientos, funciones o estructuras que se repiten morfogénicamente. Queda establecido al momento que todo está hecho de la misma sustancia, que incluso los seres humanos compartimos altos porcentajes de nuestro ADN con otras especies. Por ejemplo con la levadura que mide 0,3 micrones de diámetro, compartimos alrededor del 31% de los genes; con el gusano Caenorhabditis elegans que apenas alcanza un milímetro de largo compartimos el 40%; se ha encontrado que son casi indistinguibles secuencias enteras de ADN entre ratones y seres humanos16; y se dice que incluso compartimos hasta un 50% de genes con el banano. A éste tipo de relaciones podríamos llamarles, parafraseando a Bohm, realidades desplegadas, o relaciones objetivas, o no sutiles. Con esto también quiero plantear que hay otras relaciones sutiles, realidades implicadas, no solo a nivel subatómico sino de otras formas de comunicación, aun por explorar, relacionadas al parecer por la conciencia. Y en ello volvemos a la física cuántica y al colapso de onda/partícula según el observador, pues hasta ahora no se ha podido explicar por qué las partículas parecen comportarse como si respondieran a un observador consciente; es decir, como si ellas mismas “pudieran leer” la consciencia del observador e interactuar con él.

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16 Instituto Medico Howard Hughes, http://www.actionbioscience.org/esp/genomica/hhmi.html


Me gusta pensar que cada ser ve, escucha, percibe y piensa, es consciente a su modo de una cierta fractalidad del universo; el sol de suyo, emite todo el espectro de luz visible e invisible, los humanos solo nos percatamos del amarillo; pero otros seres quizá lo pueden percibir azul, violeta, o quizá de otros colores que nos son ajenos. Quizá algunas plantas puedan escuchar las vibraciones de la luna, el sol o júpiter…De la misma manera como muchos peces “ven” más por su escucha, o los murciélagos por el eco… Suena extraño, hasta metafísico…pero acaso, ¿no será esta otra manera de conocer del conocer? Tenemos que hablar de información, interrelación o de una manera de inter-ser, que nos desafía bio-éticamente a cambiar nuestras actitudes displicentes y arrogantes frente a otros seres y frente al planeta mismo. En nuestra manera de dicotomizarlo todo, separamos lo pequeño, léase subatómico, de lo grande; y hemos vuelto a asignar compartimentos estancos a cada uno, correspondiéndole la física cuántica (que insisten en llamarla mecánica como si hubiese cierto temor a desprenderse del mecanicismo) a lo pequeño; y la física newtoniana y de la relatividad, a lo grande. De esa forma, se queda en paz con dios y con el diablo; o quizá sea una forma de transición de los saberes que un día lleguen a una suerte de comida fusión, como ahora se estila decir. A mi juicio, vamos a ir acercándonos, desde la perspectiva de la omnijetividad, a una mirada compleja que nos volverá a mostrar la borrosa validez del entramado total del universo; y creo que será a partir de la conciencia, desde donde iremos encontrando esos caminos. Entendemos por omnijetividad, ese campo relacional en el que se mueven borrosamente el sujeto y el objeto, y que dada nuestra creación cultural del espacio y el tiempo, nos es difícil de percatar.

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La omnijetividad, desde la física cuántica y la biología, apuntan a que no existe

“Que cosa es el hombre en la naturaleza, una nada respecto al infinito, un todo respecto de la nada, un medio entre la nada y todo…está infinitamente alejado de comprender los extremos, el fin de las cosas y su principio, es igualmente incapaz de ver la nada de donde se le ha extraído y el infinito en el que ha quedado atrapado”. Pascal

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en realidad un sujeto y un objeto de estudio separados, asépticos, cada uno independiente del otro, pero uno activo y el otro impávido, sino que todo se encuentra en una relación de interacción e interdependencia visibles o no. Tal campo relacional, el de la omnijetividad, es donde se sucede el intersomos; es donde se recrea la coevolución. Por supuesto volvemos reiteradamente a cuestionar la visión antropocéntrica, no somos los que llevan, los que ponen ni los que saben; somos seres humanos interactuando, interdependientes en la trama de la vida, sea que nos demos cuenta de ello o no. Y más vale que nos demos cuenta, que prestemos atención, como tanto insiste Bohm (Bohm, 2008), porque estamos alterando de tal manera el entramado de la vida, que interiorizar la sostenibilidad de la biomasa que hoy conocemos, es un imperativo ético. Entendemos por intersomos a la emergencia que resulta de reconocernos hechos de la misma materia-energía; al estar conectados por una serie de información tangible (ADN-ARN), al compartir que somos al tiempo objeto y sujeto frente a todas las demás cosas con las cuales nos interrelacionemos; que somos al tiempo observadores y observados; intersomos porque coevolucionamos. Para decirlo de otro modo, apelo a las palabras de la Médica Sandra Isabel Payán, coautora del movimiento de la Alegremia:


Nos hacemos los unos a los otros, en cada instante. Nos movemos sincrónicamente. Todo lo que nos sucede es expresión de lo que le está sucediendo al Universo entero. Intersomos, no estamos solos, no somos solos. Nuestro canto, nuestra risa, nuestro llanto y nuestro vuelo le pertenecen a la Vida, forman parte de una misma danza. Por eso, cada instante es un milagro, cada gesto una señal y cada encuentro una cita. Nuestro devenir es sagrado, así como el de cada árbol, cada hoja y cada gota de rocío. No existimos para cumplir una función específica, para llegar a una meta, ni para ser utilizados para algo ni por alguien. Nuestra existencia es una de las infinitas maneras con la que la Vida se cumple a sí misma. Las cosas no suceden por nosotros, sino con nosotros, y eso significa que nuestro compromiso con la Vida es tan ineludible como nuestra confianza en ella. No dirigimos la orquesta, somos una nota más de una sinfonía que se hace a sí misma a cada instante. Sin la nota que estamos siendo, esta sinfonía no sería la misma, pero seguiría siendo sinfonía. Por lo tanto, sólo nos queda entregarnos y reverenciar la Vida que está siendo en nosotros y con nosotros17. Imagen La creación, obra de Caross Emilio Ramess

17 http://www.altaalegremia.com.ar/contenidos/Intersomos_-_Sandra_Payan.html

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Coevolución: restos, pedacitos, migajas, desechos… Pretendemos en este capítulo asentar el concepto de coevolución que a fines de los años 60s fuera acuñado por Paul Ehrlich y Peter Raven (Hamilton, P & Ehrlich, Paul, 1964) a propósito de su investigación sobre las mariposas y las preferencias de comida de sus larvas. Intentamos enfatizar en el no tan nuevo concepto, recogiendo información proveniente de diversas fuentes incluida la biología cuántica, la geología, entre otras, para insistir en la interpretación histórica de la vida en el planeta, como un proceso emergente de coevolución que nos trasciende, y sin cuya comprensión, no podremos superar la concepción androcéntrica, y por tanto; el camino hacia otros mundos posibles se nos hará más engorroso, si es que sobrevivimos como especie. El planeta tierra se forma a partir de una nube protosolar compuesta de gas, polvo y rocas, y su conformación emerge del conjunto de sucesos que fueran configurando el actual sistema solar (McFadden, Weissman, & Johnsson, 2007). Nuestro sol es de suyo una estrella de tercera generación, es decir que se formó de dos supernovas previas, originalmente hechas de hidrógeno y helio, cuyos estallidos dieron píe a la formación de todos los metales y elementos conocidos en la tabla periódica, muchos de los cuales conforman nuestros cuerpos y la estructura de todo lo conocido en el sistema solar. Es de allí que Carl Sagan decía que somos en realidad polvo de estrellas. La nube protosolar fue enfriándose y aumentando su velocidad de rotación y gravedad, entre tanto se iban formando los protoplanetas, en órbitas caóticas que poco a poco se fueron organizando a partir de la conformación del nuevo sol, ni tan caliente ni brillante como lo es ahora, pero que concentra más del 96% de toda la masa de nuestro sistema solar.

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La roca que un día sería nuestro planeta fue chocada por un planetoide gemelo que seguía casi nuestra misma órbita, y al hacerlo, no solo da nacimiento a nuestra luna, sino que engrosa la masa de la tierra, y nos coloca a una distancia y con una inclinación con respecto al sol, sin los cuales nos hubiese podido ser lo que hoy es: un planeta con estaciones y mareas indispensables para la vida (Gallo & Antossi, 1980). En este momento la tierra está siendo fuertemente bombardeada por asteroides y polvo solar que van consolidando una gran roca sobre la que aparece el agua tanto por probable choque de cometas, como de las propias reacciones químicas provocadas por la reciente actividad volcánica y consolidación del núcleo terrestre. En ésta mezcla entre roca y agua emerge la vida a partir de unas primeras cadenas orgánicas de proteínas que se replican a sí mismas. Estas primeras bacterias, vivientes en un mundo de extremos, se reproducen rápidamente, dado que solo se dividen en dos, dando a la vida en ese mundo primigenio una cierta cualidad de inmortalidad. Esas primeras formas de vida ocupan todos los espacios consumiendo lo único que hay: una atmósfera en formación plagada de gases que hoy consideramos tóxicos. Su aparición al igual que su incesante interacción con ellos, hace que la vida dance entre lo vivo y lo “sin vida” en un baile borroso. Hasta aquí podemos reseñar que una cadena de sucesos deben darse en el “adentro” del planeta y en el “afuera” (sistema solar-universo), para que se conjugaran de alguna manera favoreciendo la emergencia de la vida; pero una vez que ésta aparece, de inmediato empieza a cambiar con el planeta mismo; es decir, a coevolucionar con toda la gaia. Lo que quiero decir es que no existe una rotunda frontera entre afuera y adentro, sino más bien un interser, para seguir en la línea antes señalada.

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Muchos ejemplos pueden darse al respecto, pero quizá los más notables se refieran a la fotosíntesis y a la aparición de las plantas. La atmósfera primigenia conformada por gases como metano, dióxido de azufre, entre otros, era incapaz de filtrar los rayos ultravioleta, que eran centenares de veces más fuertes que ahora, y como sabemos, ninguna forma de vida habría podido prosperar en tales circunstancias, dado que a esa magnitud, los rayos UV parecen destruir la molécula de ADN. Pero el agua podría filtrarlos, de modo que es bajo la superficie líquida que emergen las primeras bacterias púrpuras que absorben luz solar pero solamente en el espectro ultravioleta y se alimentan también de gases disueltos. Sin embargo, a mayor profundidad, otro tipo de bacterias absorben el resto de espectros de la luz, lo que da paso a la coevolución de baterías verdes o cianobacterias que pasarían a dominar las aguas de todo el planeta, y de paso, dado que liberan oxígeno en el proceso fotosintético, recambiaron toda la atmósfera, llenándola de oxígeno; y al hacerlo, produjeron la capa de ozono que nos protegiera de los rayos ultravioleta, proceso que a su vez, favoreciera la multiplicación de la vida. Es decir, se da paso a un proceso retroalimentador, que evoca un baile in crescendo, una extraña y maravillosa conversación entre lo vivo y lo supuestamente no vivo. Es decir, de lo “inerte” nació la vida , pero una vez instalada, la vida coevolucionó modificando “lo inerte”: la composición de la atmósfera, el clima, el sistema de lluvias, los diversos seres vivos que iban apareciendo, etc. Proceso que no ha cesado, y que constituye prueba de la interconexión sutil o no, realidad plegada o desplegada, como diría Bohm, de que todos estamos conectados, que todos hacemos parte de la misma totalidad; y que estamos hecho exactamente de la misma materia-energía.

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18 Entre lo considerado vivo y lo que no hay una línea borrosa a continuar explorando. No se trata solo de decir si los virus están vivos o no; hay muchos otros ejemplos como el de bacterias que se “enquistan en estados que podrían considerarse solamente químicos”, pero que pueden reactivarse incluso años después bajo determinadas circunstancias ambientales.


De igual forma, podemos ratificar que la Gaia es un ser vivo que se autorregula a sí mismo, poniendo en juego todos sus componentes a fin de preservarse, y que como tantas veces lo repitió Margulis: “la vida se ama a sí misma” (Margulis & Sagan, 1996). Otro maravilloso ejemplo nos lo da desde los orígenes el planeta, que originalmente es solo roca y agua; las bacterias fotosintéticas han coevolucionado de manera suficiente para dar origen a las algas, primeras plantas acuáticas; éstas a su vez empiezan a acercarse a las rocas costeras de ríos y mares a efectos de buscar rayos solares de manera más directa. Dado que carecen de órganos de sujeción, no logran por efectos de las mareas quedar expuestas, por lo que empiezan a desarrollar lo que con el tiempo serían las raíces que les permitieran adherirse a la resbalosa roca. Y es allí, por acción penetrante de las raíces, combinada con las baterías y otros microrganismos, las mareas causadas por la luna, los vientos, etc., como empiezan entre todos a desbaratar la piedra para irla convirtiendo lentamente en la tierra, ese componente al que llamamos suelo, y que poco a poco fue cubriendo la superficie rocosa (Thompson, 2003). Para el geólogo Iain Stewart, el suelo se formó a razón de una capa de aproximadamente 2 cms de altura cada mil años, hasta llegar a ocupar en la actualidad el 40% de la superficie del planeta (Stewart & Lynch, 2008). Sin la acción de la creación del suelo, no hubiese sido posible poblar todo el planeta del verde vegetal que es productor de oxígeno, de suelo, de alimento y que sustenta la energía de toda la biósfera por su eficiente uso de los rayos solares. Y así podríamos continuar ejemplificando y sustentando la coevolución por la correlación entre la aparición posterior de las hojas, o la aún más reciente aparición de las flores o frutos frente al desarrollo de todas las demás especies animales, seres humanos incluidos (Beerling, 2007).

Paz Aguada, Madre Tierra

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Llegados a este punto es necesario retomar el aporte invaluable que realizara Lynn Margulis (1938-2011) al descubrir la suerte de “metamorfosis” que sufren la bacterias unicelulares primitivas (eucariotas, es decir, carentes de núcleo), a través de la endosimbiosis seriada, mecanismo que consiste en la asociación entre dos o más bacterias eucariotas que “suman” sus características diferentes a fin de que emerja de entre todas ellas una nueva bacteria que continúa siendo unicelular, pero que ya condensa en su núcleo (procariota) y citoplasma las diversas características de quienes la originaron, repotenciadas e incorporando cada vez mayor diversidad. Este fenómeno descrito con largueza en toda su obra, aporta además un elemento que cuestiona el darwinismo y neodarwinismo, que siguen poniendo todo el énfasis evolutivo en la competencia y no en la cooperación. Este descubrimiento surgió de la constatación que organelos como las mitocondrias (centrales de energía de las células animales y vegetales), así como los cloroplastos (realizadores de la fotosíntesis en ciertas bacterias y plantas), contienen un juego diferente de genes y se reproducen dentro de la célula de manera independiente, es decir se siguen comportando de alguna manera como bacterias autónomas intracelulaes (Margulis & Sagan, Captando genomas: una teoría sobre el origen de las especies, 2003). La denominada hipótesis Gaia, hoy ampliamente aceptada, defiende que todo el planeta tierra actúa como una suerte de macro-organismo que se autoregula desde el conjunto de interacciones de todo lo que en ella existe o es, llámese vivo o inerte. Antes de la teoría Gaia, se pensaba que la tierra tenía las condiciones para el desarrollo de la vida, la cual simplemente se había ido adaptando a los cambios que en se fueron produciendo en el planeta. Si existiesen de verdad leyes inamovibles, y aplicáramos la segunda ley de la termodinámica que dice que todo sistema cerrado, tiende a su máxima entropía, la tierra debería hallarse en equilibrio químico, en un grado de máxima homogeneidad y por tanto, ser un sistema muerto, pero:

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En el caso del planeta Tierra su atmósfera debería hallarse en equilibrio químico, todas las posibles reacciones químicas ya se habrían producido y su atmósfera se compondría mayoritariamente de CO2 (Se estimó que la atmósfera debería componerse de, aproximadamente, un 99 % de CO2) sin apenas vestigios de oxígeno y nitrógeno. Según la teoría de Gaia, el que al día de hoy la atmósfera la compongan un 78 % de nitrógeno, 21 % de oxígeno y apenas un 0,03 % de dióxido de carbono se debe a que la vida, con su actividad y su reproducción, mantiene estas condiciones que la hacen habitable para muchas clases de vida (Lovelock J. E., 1985). Se trata de procesos de coevolución, o como dice Denise Najmanovich “La emergencia no sólo genera algo nuevo, también reconfigura lo existente en tanto modifica la trama” (Najmanovich, 2014), y eso es lo que podemos ver en cualquier nivel de holones que queramos considerar: el origen del planeta tierra, la emergencia de la vida, el proceso de fotosíntesis, etc. Las fronteras o membranas son borrosas, y en la interacción e interdependencia se producen emergencias que cambian a los sujetos, sistemas y/o procesos, pero al hacerlo, se modifica toda la Gaia y quizá todo el universo. Hacer conciencia de esto, permite desmontar el antropocentrismo que “lee” no solo a la naturaleza sino al universo entero. Pensarse como humanidad entramada, nos debería llevar no solo a ser más humildes sino a relacionarnos de manera respetuosa con todo el universo, la totalidad con sus órdenes implicados y desplegados (Bohm, 2008). Y es desde esa emergencia a lo que Nicolás Buenaventura llama en su cuento el entramado de “restos, pedacitos, migajas, desechos…”, de donde surge la coevolución, que es en el fondo una manera de coaprendiencia, para decirlo poéticamente, unos restos se entrelazan con pedacitos y las migajas de otros procesos, interactuando todos con todos con el propósito de la autopoiesis.

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A éste punto definiríamos la coevolución como ese proceso complejo y entramado donde se expresa la omnijetividad, donde no hay observadores y observados, solo interrelaciones orientadas a favorecer la vida en todas sus infinitas posibilidades, en una dinámica de transformaciones transformantes. Llegados a éste punto, es preciso puntualizar que la coevolución no es solo un proceso que sucede en eones de tiempo; sucede cada día a partir del aprendizaje continuo y de la incesante red de entrelazamientos que nos configuran; la coevolución es algo que sucede por definición en la vida; es casi uno de sus verbos fundamentales y se conjuga en tiempo pasado, presente y futuro al mismo tiempo. De allí que no es algo de lo que la humanidad pueda desprenderse despreocupadamente y decir, bueno, ya veremos qué pasa, total mis acciones son pequeñas y en una escala muy corta de la vida del planeta. En la actualidad, somos la especie que más incide y no de manera precisamente favorable hacia una nueva extinción, al menos de las formas de vida como hoy las conocemos. Comprender que estamos entramados en una red visible e invisible de interdependencias, de intersomos, todos al tiempo coevolucionando, debe despertarnos a un ser, hacer y estar bioéticos; debe encaminarnos hacia una conciencia planetaria que honre la vida. Sabiéndonos coevolucionantes, podríamos enriquecer los conceptos de participación, democracia y comunidad.

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TravesĂ­a sin planos De la desobediencia vital


Hechos de historias Metamorfosis, versión tomada del Libro La Biología de la Transformación, a la cual me he atrevido a cambiar un par de palabras para dar más énfasis al contenido en la idea de espejo señalada en la mediación. (Lipton & Bhaerman, La biología de la transformación, 2012): “Si te cuesta imaginar que podemos salir de la crisis que estamos atravesando ahora para entrar en un mundo más acogedor y funcional, piensa en la historia de otro mundo en transición. Imagina que eres una célula de las millones que forman una oruga en crecimiento. La estructura que te rodea (a ti, célula) ha estado actuando como una máquina bien engrasada, y el mundo de la etapa larvaria ha ido avanzando muy lentamente como es de esperar. Pero un día la máquina comienza a vibrar y a sacudirse. El sistema pareciera fallar19. Las células empiezan a suicidarse y reina una sensación de oscuridad y de fatalidad inminentes. Es entonces cuando, entre la población agonizante, se desarrolla una nueva raza de células, conocidas como células imaginales. Agrupadas en comunidad, desarrollan un plan para crear algo totalmente nuevo a partir de los escombros, y es así como de la decadencia surge una magnífica voladora –una mariposa- que permite a las células supervivientes escapar de las cenizas y conocer un mundo hermoso, mucho más espléndido de lo que puede concebir la imaginación. Y aquí llega el dato más sorprendente: la oruga y la mariposa tienen exactamente el mismo ADN. Se trata del mismo organismo, solo que en cada fase recibe y responde a una señal organizativamente diferente.

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19 Las palabras resaltadas se han cambiado de la traducción del texto original.


La desobediencia vital es un término propuesto por el Dr. Julio César Payán en un libro del mismo nombre (Payan, 2000), para evidenciar que la vida, independientemente de su expresión, de ninguna manera cumple las reglas de la linealidad, no es un mecanismo, ni cabe en ninguna cuantificación que pretenda uniformizarla. Es a lo que los científicos hoy en día llaman “imperativo biológico”, que significa la necesidad innata que tienen todos los seres vivos de sobrevivir cada uno y en conjunto; o lo que no cansamos de repetir con Margulis: “la vida se ama a sí misma”, y es un verbo que se conjuga en todos los tiempos en simultánea con el resto del entramado planetario, del sistema solar y del universo. Una sola célula humana tiene alrededor de 700 millones de moléculas enzimáticas, cada una de ellas actuando a más de 30.000 reacciones por segundo. Estas magnitudes incalculables, se mueven entre el caos y la autorganización, en un proceso de cocreación y coevolución con su microentorno inmediato, pero también con todas las fuerzas del universo, para hablar solo de un aspecto. Por ejemplo, estamos sometidos a una lluvia permanente de neutrinos provenientes de lejanas estrellas que atraviesan todo en el planeta, nuestros cuerpos incluidos; sin que sepamos aún qué efectos puede producir en cada ser, pero hablando de intercambio incesante de información, es probable que no pasen impunemente. Hasta ahora hemos estudiado e interpretado la biología desde el paradigma lineal cartesiano, de allí que pretender que lo sabemos todo y que podemos controlarlo todo sobre una determinada enzima estudiada aisladamente, o sobre un bosque específico o una cuenca determinada, es cuando menos un acto de arrogancia.

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Schrodinger en su libro “¿Qué es la Vida?” (Schrodinger, 1983), sentó las bases de lo que hoy se conoce como biología cuántica. Nadie hasta ahora ha podido estudiar en vivo dentro del cuerpo humano ningún tipo de célula, lo máximo que hemos llegado es a estudiar por un tiempo células cultivadas en laboratorio, cuyos resultados se extrapolan a personas en todo el mundo, en una reiteración del pensamiento mecánico que asume que la suma de las partes es igual al todo. Jamás un glóbulo rojo circulando dentro del cuerpo humano, nos dirá exactamente lo mismo de sí cuando lo estudiemos en un tubo de ensayo; de allí que inferir que sabemos todo de la sangre y salud de ese ser a partir de lo hallado en el tubo, es otro acto de arrogancia, y para ser puntillosos, es también una dudosa afirmación científica final. Recientemente se ha descubierto un pulpo denominado mimo que hace honor a su nombre, dado que es capaz de adaptar su anatomía para imitar serpientes marinas, peces león, peces planos, estrellas marinas, cangrejos gigantes, conchas, rayas, platijas, medusas, anémonas de mar y camarones mantis. Este ejemplo y muchos que desconocemos a nivel molecular, unicelular o pluricelular, constituyen una suerte de topología. Es decir, parece que no inventamos ninguna ciencia, la intuimos sobre lo que la madre naturaleza ha desarrollado previamente. Este pulpo y la vida, viven la matemática cualitativa no lineal, imprevisible y caótica, podríamos decir, irónicamente, que practican la desobediencia vital. Topología es una rama de la geometría que estudia las propiedades de los cuerpos geométricos que permanecen inalteradas pese a transformaciones continuas (Stewart & Lynch, 2008). Un ejemplo clásico, es el de una dona que puede convertirse en una taza y de nuevo volver a ser dona. Y como estamos hechos de historias, topología es quizá lo que se produce en la metamorfosis y en toda la vida: ¿cómo podemos ser casi idénticos en nuestro ADN y sin embargo resultar en tan diferentes anatomías y funciones?

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Estamos todos hechos de las mismas partículas subatómicas pero nos organizamos de diferente manera imprevisible y caótica.

Ilustración 3 Pulpo Mimo

Cuando Cleve Backster (Backster, 2003) en los años 60s empezó a experimentar con plantas y a postular tu teoría de la percepción primaria de los vegetales, la comunidad científica lo llamó loco. Backster afirmaba haber medido con electrodos aplicados en las hojas, cómo sus plantas reaccionaban ante la sola idea de dañarlas. Hoy en día, los biólogos tendrían que reivindicar su nombre pues muchos de ellos están estudiando la inteligencia de las plantas; o al menos algunos rasgos que a su juicio apuntan en esa dirección.

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Stefano Mancuso, Director del Laboratorio Internacional de Neurobiología Vegetal, entre muchos otros investigadores de diversas Universidades del mundo, han encontrado que pese a que las plantas carecen de neuronas, son capaces de percibir lo que sucede a su alrededor, se defienden contra sus predadores, engañan a sus presas, e incluso se comunican entre ellas, es decir, cumplen con características de lo que llamamos inteligencia (Baluska, Mancuso, & Volkmann, 2006). El Dr. Mancuso e investigadores en diversos lugares del mundo, han encontrado patrones de sueño en plantas similares a los animales; han encontrado unas células en la llamada zona de transición de las raíces que actúan exactamente igual a las neuronas en su capacidad de percibir si el entorno les es favorable o no. Las plantas se mueven tanto a favor de la gravedad (raíces), como en contra de ella (tallos, hojas, flores y frutos). Son unas desobedientes que sin cerebro, toman decisiones inteligentes. Esto es evidenciar la desobediencia vital, incapaz de ser reducida a la lectura humana del mundo, que ya había dictaminado que solo se piensa con el cerebro. Las plantas constituyen el 98% de toda la biomasa del planeta, contra un 2% que vendría a estar constituida por los animales. Las plantas se comunican en tiempo real a grandes distancias, por ejemplo, cuando sus hojas son arrancadas liberan sustancias químicas que pueden ser ¨leídas¨ por otras que de inmediato empiezan a producir enzimas de defensa aunque ellas mismas no estén siendo afectadas; como lo demuestran muchas investigaciones (Trewavas, 2003). Lo simpático es que el sistema se emite, percibe e interpreta como –si se tratara de una suerte de internet vegetal; es decir, mucho de lo que los humanos presumimos de haber inventado, ya existía millones de años atrás en las plantas y quizá en seres de otros reinos.

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La inteligencia según el Diccionario de la Real Academia Española es definida como la «capacidad para entender o comprender» y como la «capacidad para resolver problemas»,


ligada a otras funciones mentales como la percepción, la memoria, y el intercambio consiente; y eso parece ser lo que también hacen las plantas. En lo que respecta a los animales no humanos, el biólogo holandés Frans de Waal, viene demostrándonos en su laboratorio que la ayuda mutua y el comportamiento altruista son cualidades que exponen muchas especies quienes expresan una fuerte reacción emocional negativa ante el trato desigual, practican la empatía y solidaridad, en particular con animales, incluso de otra especie, que han perdido sus crías, o están tristes (De Waal, 2007). El 7 de julio de 2012, se reunieron los más destacados neurocientistas cognitivos, neurofarmacologistas, neurofisiologistas, neuroanatomistas y neurocientistas computacionales en la Universidad de Cambridge para examinar los “sustratos neurobiológicos de la experiencia consciente y los comportamientos relacionados de animales humanos y no-humanos”20. Entre sus conclusiones señalaron que las emociones se comportan de manera casi idéntica en animales humanos y no humanos, y que las relaciones neuronales no parecieran depender de estructuras corticales, dado que en ambos, se suceden conexiones neurales subcorticales durante estados afectivos. En reiterados experimentos han encontrado que el estímulo artificial de las mismas regiones del cerebro en personas o animales, generan un comportamiento empático. De igual forma, se encontró que se evocan comportamientos emocionales instintivos en animales humanos y no-humanos, consistentes en sentimientos de experiencia y aprendizajes relacionados con la recompensa y el castigo.

20 http://fcmconference.org/img/CambridgeDeclarationOnConsciousness.pdf

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Los sistemas asociados al afecto están concentrados en las regiones subcorticales donde las homologías neurales convergen. Jóvenes humanos, y animales no-humanos sin neocortex retienen estas funciones cerebro-mentales. Aún más los circuitos neurales encargados del estado de atención comportamiento/electrofisiológico, sueño y toma de decisiones aparentan haber evolucionado en forma similar. Los científicos han encontrado que los circuitos neuronales tanto cognitivos como emocionales de aves y mamíferos al parecer son más parecidos de lo que se pensaba, lo que incluye semejantes patrones de sueño neuronales, incluyendo el sueño tipo REM. En cuanto al reconocimiento ante el espejo que se asume como señal de autoconciencia, ya se ha demostrado con delfines, elefantes urracas y otros animales. El uso de fármacos que en humanos provocan cambios de comportamiento, al aplicarlos a animales no humanos, les han provocado a éstos últimos similares reacciones; y como lo dice la misma Declaración de Cambridge, “La evidencia de que los sentimientos emocionales del animal humano y del no-humano dimanan de homólogas conexiones subcorticales provee evidencia de una evolución compartida de igual afectividad primaria”. La conclusión final de la declaración de Cambridge reza: La ausencia de un neocórtex no parece prevenir que un organismo experimente estados afectivos. Evidencia convergente indica que los animales no humanos poseen los substratos neuroanatómicos, neuroquímicos y neurofisiológicos de estados conscientes, así como la capacidad de exhibir comportamientos deliberados. Por consiguiente, el peso de la evidencia indica que los seres humanos no son los únicos que poseen los sustratos neurológicos necesarios para generar conciencia.

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Animales no humanos, incluyendo todos los mamíferos y pájaros, y muchas otras criaturas, incluyendo los pulpos, también poseen estos sustratos neurológicos. Cuando hablamos de desobediencia vital nos referimos a que la vida es un verbo que se conjuga a sí mismo en todos los tiempos posibles, gracias a procesos de coevolución con el único propósito de reinventarse permanentemente; que su comprensión total es quizá un camino ininterrumpido. Aceptar que las plantas toman decisiones e intercambian información para protegerse, y que los animales no humanos tienen conciencia, no solo de sí mismos sino de y frente a su entorno; es algo que desbanca el antropocentrismo y nos abre puertas a nuevos interrogantes con profundas implicaciones éticas. Quizá desde este momento, tengamos que relacionarnos de manera cualitativamente distinta con todos los demás seres vivos en la biósfera. Quizá un día podamos juntar los restos, pedacitos, migajas, desechos de que nos habla el cuento de Nicolás Buenaventura, y que quedaron dispersos en la percepción de bacterias, plantas y animales tanto humanos como no humanos, y logremos entre todos armar con esos fractales, un mapa más completo del universo. La desobediencia vital nos dice que todos los bioprocesos se suceden alejados del equilibrio, en tanto se trata de sistemas abiertos a toda clase de interrelaciones con su entorno, en dinámicas emergentes. De eso se trata la metamorfosis, de la danza entre la vida y la muerte; de procesos autopoyéticos, autorganizativos orientados a mantener la vida; o como dice también Margulis: “cambiar para que nada cambie” (Margulis & Sagan, 1996, págs. 32, 33).

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Y de los genes ¿qué? Cuando estudié medicina, se me enseñó que los genes eran los responsables de todo: enfermedades específicas, el color de tus ojos; tendencias violentas, etc. Los genes lo eran todo y el entorno era un factor apenas mencionado. La herencia y los genes eran sinónimos, y por supuesto eran de absoluta naturaleza material, aunque se reconociera la herencia cultural a través del lenguaje y otros dispositivos sociales. Para ponerlo en palabras más precisas: Gracias a los descubrimientos de la biología molecular, sabemos lo que los genes hacen realmente. Codifican las secuencias de aminoácidos dispuestos en cadenas de polipéptidos, que luego se pliegan en moléculas de proteínas. Algunos genes también se implican en el control de la síntesis de proteínas. Las moléculas de ADN son moléculas. No son “determinantes” de estructuras particulares, aun cuando los biólogos hablan de genes “para” estructuras o actividades, como genes “para” el pelo rizado o “para” el comportamiento que induce a los loros a construir nidos. Los genes no son egoístas y despiadados, como si contuvieran homúnculos gánsteres. Tampoco son planos o instrucciones para organismos; tan solo codifican las secuencias de aminoácidos en las moléculas de proteínas... Las permutaciones moleculares aleatorias sencillamente no pueden explicar cómo funcionan los organismos. En cambio, células, tejidos y órganos se desarrollan de manera modular, moldeados por campos morfogenéticos, admitidos por primera vez por los biólogos del desarrollo en los años veinte (Sheldrake, 2013). Los genes no determinan la forma; las distintas partes de nuestro cuerpo tienen los mismos genes pero son distintas en su estructura; y como ya lo hemos mencionado en otra parte de éste documento, compartimos el ADN con plantas y animales, con algunos de éstos últimos en porcentajes sorprendentes y sin embargo somos diferentes.

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Cuando se inició el estudio del genoma se suponía que en los seres humanos, por ser “superiores en la escala evolutiva” se identificarían más de 100.000 genes; sin embargo, resultó que nuestros 23.000, eran muy inferiores por ejemplo a los 26.000 del erizo de mar o los 38.000 del arroz. Se pensaba que cada gen individualmente considerado se correspondía con una característica, pero como lo hemos señalado antes, secuencias enteras de ADN humanos son idénticas a otras muy diferentes especies animales y vegetales. Se pensaba que solo el ADN determinaba la estructura de los seres, pero el alga Acetabularia demuestra que la morfogénesis puede desarrollarse sin genes. O como lo dice Lipton, “los genes no son ¨autoemergentes¨, tiene que haber algo en el entorno que desencadene la actividad génica (Lipton, La biología de la creencia, 2010, pág. 32). En otro de sus libros Lipton, señala que: La inconveniente verdad que los genes no controlan su propia actividad y que la información hereditaria no fluye en una sola dirección, como aseguraba el dogma central, quedó establecida hace 20 años. Pero, a pesar de este único problema, los libros de texto científicos básicos, los medios de comunicación, y, en especial, la industria farmacéutica, continúan resistiéndose a alejarse del dogma central y en consecuencia todos ellos están perpetuando la visión lega de que los genes controlan sus vidas. Al parecer, si seguimos alimentándolo religiosamente con “comida para dogmas”, incluso un dogma muerto puede volver a la vida (Lipton & Bhaerman, La biología de la transformación, 2012, pág. 188). De otro lado, en los últimos años se ha encontrado que hasta un 15% del ADN humano y probablemente de cualquier especie, está compuesto de virus (Abdalla, Agudelo, & Sandín, 2009), y que por cada célula humana tenemos aproximadamente 100 bacterias e incontable número de virus; es decir casi que “somos” o “estamos hechos” más de esta biodiversidad invisible que de la visible, tal como sucede en el planeta (tres cuartas partes de toda la biodiversidad existente se calcula que es microscópica, de allí que no entra en el cálculo del porcentaje anteriormente señalado del 68% para la fitósfera).

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Los microrganismos, esos seres ancestrales son quizá la fundamentación para el renacimiento y transmisión de información que ha hecho posible que la vida vuelva a florecer luego de cada una de las cinco grandes extinciones masivas. El océano contiene más virus que cualquier otra especie que lo habite y su acción parece fundamental para mantener el clima y la composición de la atmósfera. El modelo actual nos ha enseñado por principio que virus y bacterias son enemigas y que nuestra misión en la vida es destruirlas. Nada más absurdo e irrealizable, guerra perdida antes de haberla iniciado. Así las cosas, la omnipresencia de virus y bacterias en todos los ámbitos deberían permanentemente estar produciendo enfermedades desde la lógica del modelo médico hegemónico, olvidando que son los habitantes más ancestrales y que según Margulis (Margulis, 2003), cumplen el rol de ser el banco genético más importante de coevolución del planeta. Las medicinas alternativas consideran que las bacterias o los virus no son los causales de las enfermedades sino los marcadores de un endo-desorden. Entre más citotóxicos se hacen los antibióticos o los agrotóxicos; más resistentes (aprendientes) se vuelven las bacterias y los insectos que deseamos exterminar. Es el absurdo dicho sea de paso, del modelo médico basado en los principios del exterminio: los medicamentos son anti-todo, los linfocitos son killer; la medicina no se basa en la salud sino en la enfermedad. Y de esa manera mecánica como tratamos nuestros cuerpos, así tratamos nuestra casa, léase planeta, solo sabemos usar antifoliantes, antibacterianos, antifúngicos, agroquímicos, etc. Sabemos por ejemplo que una buena alimentación es clave para mantener la salud; peor aún, sabemos que alimentarse es indispensable, pero el énfasis lo ponemos no en superar el hambre (desigualdad) sino en complacer a los laboratorios farmacéuticos que dicen

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tener la última cura o la vacuna contra ¨enfermedades´ por las que se muere infinitamente mucha menos gente cada año. Comparar la vida con los sistemas mecánicos y de esas comparaciones inferir verdades universales, está teniendo impactos desastrosos en toda la biósfera: medicamentos idénticos para todas las personas independientemente de su singularidad y efectos colaterales; agrotóxicos idénticos y cada vez más venenosos que están extinguiendo a las abejas y otros polinizadores; impactos de la radiación de Fukushima en las aguas de todo el mundo, pretendidamente minimizada con boletines oficiales, mientras los pescadores enseñan las monstruosidades en que se han convertido los peces imposibles de consumir, y los agricultores enseñan las cosechas deformes, como cumpliendo la profecía poética de la película Los Sueños, de Akira Kurosawa. Resonancia mórfica por coevolución.

De esta forma, todo modelo biológico, llámese médico, botánico o agropecuario, no puede sino reflejar un modelo de desarrollo guerrero, competitivo, patriarcal, inflado de verdades y certezas que para conseguir sus fines justifica todos los medios. En la actualidad se viene desarrollando la ciencia de la epigenética, al comprobar que los genes en tanto codificadores de proteínas, interactúan en calidad de “observadoresobservados” –léase omnijetividad- con todo el entorno, y que es de esa interrelación, como emergen las propiedades básicas de todos los seres vivos; que a su vez permanecerán cambiantes de acuerdo al baile de todo el entramado de la vida. El cuerpo humano libera entropía cuando hace una fiebre, que es una elevación de la temperatura, en la que lógicamente sus átomos están vibrando a mayor velocidad y menor longitud de onda; cuando alguna parte de su totalidad se inflama, aumenta su nivel de desorden para que en un bucle de retroalimentación, busque de nuevo su orden particular.

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Se trata de procesos complejos que “no se ajustan a las leyes de la causalidad lineal, sino que se comportan de manera dialéctica y dialógica, cambiante y dinámica que muchas veces los hacen impredecibles” (Payan J. C., 1999). Quizá eso hace el planeta al producirse el calentamiento global por acción entrópica, quizá se inflama y pone en juego una serie de mecanismos que volverán a darle una nueva etapa de ese equilibrio inestable en que se da la vida. A eso es a lo que James Lovelock, el químico descubridor de que la Tierra toda es un sistema vivo (Hipótesis gaia), ha llamado en su libro del mismo nombre: La venganza de la Tierra (Lovelock, 2007). Según la hipótesis bootstrap postulada por Geoffrey Chew, el universo no está hecho de partículas fundamentales como ladrillos, sino que es el resultado de una: “red dinámica de sucesos interrelacionados, en la que ninguna de las propiedades de cualquier parte de dicha red es fundamental o más importante que otra, pues todas se desprenden - tarde o temprano - de propiedades de otras partes y la consistencia global de sus interrelaciones determina la estructura de la totalidad de la red” (Capra, 1998, pág. 49). A nivel biológico sin duda esto sucede en todos los planos de la materia – energía – conciencia; mediante procesos de auto-eco-organización dentro de un orden singular, de una endocausalidad a la que Payán llama la teleología, y que no puede meterse en ningún modelo rígido y menos eterno. Nuestro propio organismo es la emergencia de los diferentes holones u órganos, que a su vez son la emergencia de los holones –células; que a su vez son la emergencia de los holones

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corpúsculos que lo componen, y así sucesivamente hasta el infinito, considerando que todos estamos hechos de polvo de estrellas. No podemos confundir el mapa con el territorio. Las preguntas claves deberíamos formularlas alrededor de cómo nos relacionamos con el entorno, a sabiendas que somos parte de su red. Esa teleología quizá pueda asimilarse a la autopoiesis, que según Maturana es esa capacidad de los sistemas para organizarse, de manera que el único producto resultante de tal proceso sea el sí mismo, para el caso, la vida. El organismo empieza a enfermarse buscando su orden, hace procesos emergentes; surgen dolores a distancia de los órganos en procesos fractales; como fractales pueden ser las imágenes que los chamanes encuentran en el agua, en el cántico de las aves o en las señas sentidas en su cuerpo y que le ayudan a establecer sincronías para ayudar a curar. Y la Gaia, nuestro planeta, viene haciendo lo mismo desde su formación; ha sufrido toda clase de emergencias, desde las venidas del espacio exterior que extinguieron los dinosaurios hasta las propias de su dinámica vital: erupciones volcánicas, movimiento de placas tectónicas, modificaciones climáticas surgidas de la dinámica entre plantas, animales y microrganismos. Ella, la Gaia, ha hecho ajustes, metamorfosis que han afectado todo el tejido, con el único propósito de vivir; y en ese proceso, organismos singularmente considerados, o toda la biósfera, bioaprenden, cada cual y todo el entramado. Es ese bioaprendizaje lo que va constituyendo el campo morfogenético, al que Sheldrake describiera como “la memoria inherente de la naturaleza”.

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Las partículas elementales al cambiar de nivel emiten fotones de luz; recientemente, gracias a estudios como los del físico Albert Popp o de Majid Rahnama de la Universidad Shahid Bahonar de Kerman en Irán, han descubierto que también emiten luz las células humanas, que por supuesto están hechas del mismo polvo de estrellas… quizá los biofotones y la bioluminiscencia solo resuenan con el universo. Quizá por estar hecho todo, o por ser todo de la misma sustancia, y por venir del mismo plegamiento que lo originó: el bigbang, esa borrosidad donde el universo visible e invisible estuvo todo contenido, hace que la luz, toda cuanta existe, que fue al parecer una sola totalidad comprimida, simplemente emerja por doquier. Cabe la pregunta desde la desobediencia vital, si la luz es capaz de emerger de la vida, ¿no será señal que todo el universo está vivo a su manera? ¿No estaremos al frente de diversas formas de metamorfosis que van desde lo quizá, mal llamado inerte hacia la vida y las culturas? Lo que sabemos es que la vida salta en desobediencia permanente a todas las “leyes” lineales e intentos de mecanizarla; y su constatación nos abre una puerta de esperanza en la reinvención de nuevos mundos donde todos quepamos.

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Travesía sin brújula De la desobediencia epistémica


Hechos de historias Pintura de Dominique Hoffer

Me acuerdo que viví en una casa donde había un niño pequeño, Felipe, y asistí al maravilloso acontecimiento de sus primeros años. Era el hijo de una mujer con la que compartía una casa. Yo no era el padre de aquel niño ni el compañero de aquella mujer, simplemente compartíamos la casa. La madre de ese niño tenía que trabajar. En ocasiones, no tantas, se iba y lo dejaba conmigo. Yo me quedaba, escribiendo y sentaba a Felipe a mi lado o en mis piernas. El me veía escribir, en aquella época escribía a mano y sobre papel. Un día, --debía tener Felipe, no sé, tres años…--- me escribió una carta, me la entregó. Recibí la preciosa carta y le dije: Felipe, estoy muy contento con la carta, pero ¿me puedes decir qué dice? AH, ah, me contestó, yo sé escribir pero no sé leer. Del cuento Carta, de Nicolás Buenaventura.Del libro palabras de cuentero, ya citado previamente

De niña tuve un perro que me acompañó los primeros dos años de escuela –en mi época no había prescolar, se iba directo a primero de primaria--, de manera religiosa, mañana y tarde –teníamos dos jornadas--. Salía conmigo de casa con mi pequeño maletín en su boca, me dejaba hasta la fila del rezo reglamentario, y salía del colegio antes que las monjas lo sacaran a escobazos. A las 11 y 30 am y 4 pm, respectivamente, hora de salida, estaba afuera esperándome para hacer el mismo viaje de regreso. Las pocas veces que era llevada al cine los domingos, el perro encontraba la manera de ingresar y se acostaba debajo de la silla, como mis pies no alcanzaban el piso, los descansaba sobre su lomo. Hasta donde puedo recordar y mi madre da fe, nadie lo entrenó en esas artes; simplemente fuimos los mejores amigos. Mi madre me instruyó una única ruta para llegar y volver del colegio, pero mi perro se paraba en una esquina e insistía que lo siguiera moviendo la cola alegremente, y siempre lo seguí, de esa forma aprendí tres nuevas rutas posibles para llegar a casa. Un mal día entró desesperado, se quedó mirándome con esos ojos de angustia y una cola que apenas si podía mover, y murió envenenado. Se dice que por un vecino a quien le había robado en varias ocasiones alguna chuchería que llevaba a mis pies como un obsequio. A mis 7 años aprendí que hay una manera de conocer con otros seres. Historia personal.

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La epistemología, el conocer del conocer puede llegar a ser un concepto arrasador en tanto suele asociarse frecuentemente, a la existencia de una sola y verdadera manera de cognición. El paradigma positivista entrañado en la modernidad ha generalizado la idea que el conocimiento es solamente una capacidad humana connatural y exclusiva, más propia de ciertas personas y países privilegiados, lo que la convierte en algo ahistórico, imparcial y descontextualizado. Tal pretensión nos ha llevado a edificar un laberinto donde toda la humanidad casi logra perderse, llevándose de paso gran parte de la biósfera tal y como hoy la conocemos. Las consecuencias de semejante idea, devinieron en el antropocentrismo y en la deligación de la humanidad del resto de la naturaleza. Al suponer que somos los únicos seres vivos capaces de pensar y construir conocimiento, podíamos sentirnos autorizados para “gobernar” a todos los demás integrantes de la biósfera, inferiores todos ellos a los humanos (y a unos humanos más que a otros), incapaces de aprender y por tanto, para nuestro servicio, uso y abuso. Negar los saberes o formas de aprendiencia de otros pueblos, es decir, la violencia epistémica de la que hablamos, ha tenido consecuencias no solo homogeneizantes, sino que hemos perdido, al decir de Octavio Paz, muchas imágenes del ser humano. En el año 1900 se hablaban más de 10.000 lenguas en el mundo; en la actualidad, la cifra se ha reducido a un poco más de 600021. Con cada lengua perdida se esfuman diversas representaciones del mundo, lecturas de lo local, pero también cosmovisiones, saberes sobre usos de plantas, tecnologías apropiadas de construcción, de manejo de aguas, etc., y seguramente, estilos sostenibles de vida, que hoy nos serían muy útiles. 21 http://www.ethnologue.com

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La episteme hegemónica, hoy centro-céntrica por los poderes transnacionales, caracterizada ya por su antropocentrismo, por el culto al método científico unitario, nos refuerza sistemáticamente la idea que no somos seres de la naturaleza, sino que estamos por encima de ella; camino en el que ya nadie, seriamente informado, deja de reconocer la fuente de todas nuestras actuales crisis. La epistemología, por tanto, es decir el conocer del conocer, se aisló hace mucho de la vida, se centró en una sola especie, cuya mirada pocas veces sale de su propio ombligo, y cuando alza la mirada, sigue siendo desde ese mismo epicentro. Pasando por diferentes senderos que se cruzan siempre en la reducción a la razón, a la linealidad matemática, al desprecio por los sentidos, hemos pasado por toda clase de callejones, que desde que la ciencia es ciencia, han estado fusionadas: toda ciencia se corresponde a una epistemología y toda episteme se confunde con un paradigma. Como diría la historia de Nicolás Buenaventura, o sabemos leer las epistemes impuestas pero no sabemos escribirlas, o sabemos escribir las nuestras pero no sabemos leerlas en voz alta; de tú a tú. A estas alturas, aceptando que además de las múltiples maneras de conocer de cada persona, hay otros saberes en cada uno de los demás seres de la biósfera de los cuales y con los cuales podemos aprender; quizá sea la hora de desmontar un solo y autorizado conocer del conocer. Quizá entre mis 6 y 7 años de edad, conocí la calle con mi perro, aprendí con él lo que significaba cuidarse mutuamente, saber esperar, construir una ruta de juego y felicidad, que para mí, siguen vivos en el presente. Jamás hasta ahora reflexioné en el valor de este hecho, y he de decir que es la emoción, esa subjetiva desvalorizada, la que me ha permitido caer en cuenta que mi perro y yo, nos comunicamos de manera intensa, hermosa y sin razón de por medio.

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Episteme, ciencia y poder político: La episteme, al entrar al mundo de la ciencia-poder político, más temprano que tarde fue institucionalizándose: los sabedores que controlaban la escritura sobre los que no; el saberpoder de dios en la persona de la Iglesia sobre los pueblos; el poder del rey sobre todos sus súbditos, el saber-poder masculino sobre el femenino; el de pueblos “civilizados” en tanto pertenecían al reino de la episteme y no de la doxa como sí lo eran los pueblos “salvajes”; es decir, el de los colonizadores versus los colonizados, llámese a éstos últimos etnias, creencias, saberes, negros, mujeres, indígenas, asiáticos, árabes, personas con opciones sexuales diversas, etc. Desde el nacimiento de las universidades y escuelas, éstas precisaban del reconocimiento legal para su funcionamiento a partir de las famosas cartas de aprobación -una suerte de bautismo- emitidas por los príncipes, sacerdotes poderosos, o por las ciudades en las que se asentaban (Colish, 1997), quienes además en muchos casos las soportaban económicamente. En 1931, John Dewey el filósofo, psicólogo y pedagogo norteamericano, afirmaba que “hasta tanto las instituciones cruciales de la sociedad no estén bajo control democrático, la “política será la sombra proyectada en el conjunto de la sociedad por la gran empresa”

Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas. Mario Benedetti

(Dewey, 1931)

Este maridaje conveniente entre episteme, ciencia y poder, se traduce hoy en los tiempos que corren y como dice Chomsky, en el “asalto empresarial a la universidad”22, expresada en el control de las grandes corporaciones no solo sobre lo que se debe y puede investigar, sino que someten a todas las Universidades a la tediosa cadena de “certificaciones” bajo pretensión de “calidad”, que legitiman un cierto saber privatizado, al cual de no pertenecer, no se es científico, ni se le puede otorgar validez académica, ni social alguna. Por supuesto el financiamiento privado va en ascenso. 22 http://www1.eafit.edu.co/comunicacion-politica/noticias/el-neoliberalismo-tomo-por-asalto-a-las-universidades-noam-chomsky

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La revolución científica ha leído la naturaleza desde los seres humanos, quienes hemos construido verdades convenientes en torno de ella, declarándola externa a nosotros, pero además como un mero recurso para el lucro. Es más, ha sido leída desde una visión patriarcal al igual que lo han sido las mujeres, los pueblos indígenas o afrodescendientes, y en general todos los diferentes a lo hegemónico. Sobre una y otra se ha construido una historia, al igual que hay un relato oficial sobre el auto-conocimiento humano, que ha sido impresa, difundida e institucionalizada desde una postura de verdad única, llamada ciencia formal, que como ya dijimos, constituye el paradigma mecanicista: episteme-ciencia-poder (léase política). En la medicina, por ejemplo, ya son muchas las investigaciones sobre las relaciones non sanctas entre la academia y las farmacéuticas, orientada a fines que les garanticen mayores ganancias a costa de la salud de la población. En Alemania por ejemplo, hasta mediados de los años 90s, se consideraban niveles normales de tensión arterial, rangos entre 160 y 100; a instancia de los laboratorios se contrataron investigadores que recomendaron usar los rangos entre 140 y 90, con lo cual en ese país de la noche a la mañana, los hipertensos pasaron de 7 a 21 millones, garantizando potentes ganancias a las farmacéuticas. Similar es la historia de la instalación de la osteoporosis como patología a partir de 1980, o de las llamadas enfermedades mentales de los niños, tales como el síndrome hiperquinético o la de más reciente invento: “comportamiento oposicional desafiante” con la que se diagnostica a niños y niñas que desafían la autoridad, y para la cual ya se están diseñando más de 12 nuevos medicamentos (Blech, 2009). Casi el sueño del gran hermano de la novela de Orwel, un medicamento que “controla” la desobediencia, la rebeldía (Orwel, 2009).

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Si seguimos el camino de la llamada revolución científica de la modernidad, desde Galileo hasta nuestros días, podemos igualmente seguir el rastro del modelo de desarrollo que da paso al capitalismo y sus diversos ajustes hasta llegar al actual modelo neoliberal. Es preciso señalar que no estamos metiendo en el mismo saco a todos los investigadores ni a toda la academia, porque sería injusto desconocer los magníficos aportes tecnológicos en todas las disciplinas; lo que intentamos es resaltar el hecho de que ninguna ciencia, ningún saber es neutral ni eterno, que no debería fragmentarse, sino que es contextual y que puede ser usado a conveniencia.

De epistemes, subjetividades y desarrollo ¿Por qué pensamos lo que pensamos? es algo relacionado con la construcción del paradigma en el cual hemos sido formados o deformados, como se prefiera; paradigma que a su vez sustenta el modelo de desarrollo y todas las maquinarias y agenciamientos que lo sustentan. Para el caso del modelo capitalista, nuestras subjetividades, hablo de nuestro país, Colombia, se debaten entre los viejos memes heredados de una cultura campesina apenas un par de generaciones atrás, y los referentes de la modernidad que nos vienen de un estilo de desarrollo, centrado en el consumismo, y atravesados por una larga cadena de frustraciones, violencias, conflicto interno, historias locales, etc., pero también de resistencias, creatividad y afirmaciones que permiten que una masa grande de personas que están por debajo de la línea de pobreza, sean víctimas o estén en condiciones de desplazamiento, sobrevivan contra toda evidencia. Lo que pensamos, expresa nuestras subjetividades y es lo que soporta el paradigma de la modernidad y del modelo de desarrollo.

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Nos sentimos pequeños, menos desarrollados, incapaces de investigar, de innovar, frente a sociedades de personas más aptas que saben cómo caminar hacia el progreso que nos prometiera el capitalismo. Es la subjetividad devenida de la violencia epistémica. La realidad es que la promesa ha sido incumplida y hoy, hasta los ciudadanos de tales países, han empezado a desconfiar del modelo; el sur salta en el norte; los sistemas financieros que parecían incólumes, se desmoronan detrás de una economía virtual. Los deseos, ilusiones, expectativas, inconformidades, sueños, ideas sobre el amor, el sexo, la amistad; lo que se supone nos da felicidad; todas esas cosas, en mayor o menor medida, se ven influenciadas por el paradigma hegemónico; y todas ellas no parece que nos estuvieran garantizando una mejor calidad de vida, un buen vivir, sino todo lo contrario. La liebre de la incredulidad e impotencia salta por todos los escenarios económicos, sociales, políticos, culturales, ambientales y por supuesto, en todos los ámbitos de la llamada vida privada, que hoy más que nunca, de privada tiene poco. Pero las subjetividades no son hechos acabados, las personas no son máquinas sobre las que se imprimen identidades inamovibles. Ante un mundo que cambia aceleradamente en muchos aspectos, las personas se debaten entre la alienación y afirmación en los tradicionales sitios de confort de lo “ya conocido”, y la necesidad de flexibilizarse y buscar nuevos referentes. Quizá el más notable cambio en esta materia, se refiera precisamente a las reacciones cada vez más favorables frente a los asuntos ambientales. Es tal la evidencia de la crisis ambiental, que el ciudadano de a pie, no precisa más que tomarle el pulso al clima sin que los detractores del cambio climático, por ejemplo, grandes empresarios por cierto, hayan logrado persuadirnos de lo contrario, por más que contraten reconocidos investigadores para sustentarse.

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Publicaciones de difusión masiva continúan empeñándose en convencernos de lo contrario, financiadas por grandes intereses corporativos, como vemos: Es importante recalcar que, como ha demostrado Naomi Oreskes (2004) tras analizar casi un millar de artículos publicados en revistas científicas acerca el cambio climático, ni un solo artículo científico introduce dudas acerca del carácter antrópico del calentamiento global. En cambio en un análisis paralelo de artículos publicados en la prensa acerca de la misma temática, más del 50% de dichos artículos expresaban dudas acerca de la realidad del cambio climático o acerca de sus causas (Vilches & Gil Perez, 2009). Por todas partes, aunque sin prensa, las personas reinventan salidas, ensayan diversas formas de trueque y nuevas monedas basadas en el valor vital; movimientos políticos se agitan desde la afirmación de que se puede cambiar; científicos proclaman la conciencia de los animales; otros se dedican a la biomímesis (ciencia basada en imitar la vida para buscar desde allí soluciones tecnológicas); personas reclaman cultivos orgánicos y formas de vida no basadas en el consumismo. En suma, el paradigma ha entrado en estado de transición. Este último factor, el ambiental, jugando de local en la subjetividad, tiene una crucial importancia en el análisis que proponemos, dado que permite que volvamos a reencontrarnos, de una manera singular, con nuestra propia condición de naturaleza.

“Hay una cosa que me preocupa: hasta qué punto se están destruyendo valores básicos. No hablo ya de derechos humanos, sino de la justicia, la dignidad, la libertad, que son constitutivas de la civilización”. José Luis Sampedro, 2009

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Bioepistemología, o una brújula que siempre apunte a la vida23

"Cuando las circunstancias cambian, yo cambio de opinión. ¿Usted qué hace?".

El conocer es connatural a la vida, no solo humana sino de toda la biósfera sobre lo cual hallamos muchas referencias en la nueva biología. No existe una única verdad ni una única perspectiva. La visión de los delfines, las abejas o los humanos es cualitativamente distinta, pero lo que de ella hemos aprendido cada especie en particular, es igualmente válido para coevolucionar en el agua, el aire o la tierra. La nueva biología está abriendo paso a una nueva epistemología que reconozca en las interrelaciones e interdependencias vitales, la fuente primordial del conocer, alejándose de las tendencias aún vigentes, de que el conocer del conocer es una labor especulativa y privativa de la reflexión filosófica.

John Maynard Keynes Esto implica reconocer que hay otros saberes probados y coevolucionados en la naturaleza, que nos superan en capacidad de supervivencia en red, que es justamente lo que hemos despreciado como humanidad al privilegiarnos como especie, y ni siquiera como especie; al desarrollar una episteme-ciencia-poder, que solo beneficia a unos pocos intereses, en detrimento propio y de toda la biósfera, tal y como hoy la conocemos. La bioepistemología propone superar la vieja dicotomía entre episteme y doxa, partiendo de incorporar todos los saberes antes descalificados, no solo de humanos “no ilustrados”, sino de todas las demás especies vivas, lo que por supuesto implica una bioética de la gaia, una conciencia de ser solo una parte de la inmensa y compleja trama de la vida. Casi todos los pueblos ancestrales se ubicaban más que certeramente en sus migraciones o viajes por la detallada observación de las estrellas, tanto como por la observancia de migraciones de otras especies o del curso regular de las mareas o de los vientos.

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23 Se retoman algunos párrafos de la Tesis Colectiva “Las territorialidades emergentes del Bioaprendizaje”, del cual soy coautora, en particular de este capítulo. Autores: Rizoma Siete Sicomoros, Mayo 2014, en prensa.


Fueron estos pueblos los que desarrollaron y perfeccionaron los sextantes, hijos a su vez de los astrolabios, devenidos de suyo de los palos, pirámides o tótems alineados con estrellas. Sabemos que el Apolo VIII aterrizó en la luna gracias a un primitivo sextante. Quienes edificaron algunas de las maravillas arquitectónicas que sobreviven luego de miles de años, desconocían el coseno o tangente de cualquier número, pero habían acumulado tal grado de “doxa” saber, que sus estructuras han sobrevivido más que muchos edificios proyectados con toda clase de sofisticadas técnicas matemáticas y de análisis de materiales. ¿Sabían menos, eran menos inteligentes?, ¿es esa la pregunta? Es difícil mirarnos en el espejo de la naturaleza, cuando nos hemos distanciado de ella hasta negarla dentro de nosotros mismos, romper el antropocentrismo por tanto, no puede empezar por allí, dado que hay demasiada cultura metida en esto de que somos superiores; por eso la natura parece estarnos mostrando a partir de otras especies, de otros reinos que debemos repensarnos con y no por encima de ella. En suma, aunque aún sabemos muy poco, sabemos lo suficiente para entender que el conocer del conocer humano deberá abrirse a otros seres y saberes de la naturaleza y a la biósfera misma, y quizá debamos en lo sucesivo hablar de bioepistemología, como lo adelantara Karl Popper, entre otros. Quizá precisamos entender más al resto de seres de otros reinos de la naturaleza, para entendernos a nosotros mismos. Quizá ampliar nuestra conciencia a otros seres nos permita romper el antropocentrismo, cuidar de nuestra única casa verdadera que es todo el planeta.

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La física cuántica nos dice que nuestro cerebro o conciencia, crea la realidad espacio temporal cuando la observamos y George Berkeley, nos dijo “Lo único que percibimos son nuestras percepciones”.24

¡Qué pequeñas son mis manos en relación con todo lo que la vida ha querido darme! Ramón J. Sénder

Esta visión implica o promete desarrollar nuevas subjetividades, nuevas imágenes de nosotros mismos entramados con el resto del planeta y del universo; unas subjetividades cargadas de sentidos en el respeto a sus maneras de aprender y por tanto de conocer. Quizá estas nuevas subjetividades nos permitan pensar el desarrollo desde y con la naturaleza. Si Carl Sagan tenía razón, y somos el universo que se observa a sí mismo, precisamos de los sentipensares/saberes de todos los demás seres en la biósfera. Ante esto, hoy más que nunca, precisamos difundir y resaltar nuevos y viejos saberes para nuevos mundos posibles, lugar donde la bioepistemología tiene cabida. Y aunque hemos hablado de desobediencia epistémica, y quizá no debería haber una única autorizada sino muchas, defendemos el término bioepistemología, desde la simple afirmación que puede desprenderse de decir que vivir es aprender, y no como nueva propuesta unicista. La vida por instancia, es plural, diversa, metamórfica.

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24 Citado por Robert Lanza en su libro Biocentrismo.


TravesĂ­a por la salud No hay salud humana si no hay salud ambiental


Hechos de historias Es difícil cortejar al sexo opuesto cuando se está fijo en un sustrato. Ello explica la ausencia de apareamiento en los pólipos (los animales diminutos cuyos exoesqueletos forman los corales). Para reproducirse desprenden millones de espermatozoides y óvulos que se elevan hasta la superficie, donde se fecundan formando larvas que se alejan flotando para establecer nuevos arrecifes coralinos. Quizá los pólipos no se muestren muy exigentes a la hora de escoger pareja, pero son de lo más puntuales: con una actividad febril, liberan los espermatozoides y los óvulos durante una noche al año, o quizás unas pocas noches consecutivas; y, por lo general, lo hacen poco después de la puesta del sol, en los atardeceres siguientes a una luna llena. Por lo general, un arrecife elige un día de luna llena de verano para frezar25, durante unos 20 minutos, en las horas crepusculares. La Dra. Alison Sweeney, bióloga evolutiva de la Universidad de California en Santa Bárbara (UCSB), sospechaba que los pólipos utilizaban como señal un cambio de matiz en el color del cielo del crepúsculo, que vira del rojo al azul. Para comprobar su hipótesis, Sweeney llevó a un equipo de la UCSB y de la Universidad de Duke a las islas Vírgenes en agosto de 2009. Observaron un arrecife de coral de astas de alce (Acropora alcicornis), una especie común en el Caribe, durante seis tardes, cerca de la época en que creían que liberaría óvulos y espermatozoides. Suspendieron un cable óptico hasta la profundidad del arrecife (unos 2,5 metros bajo el agua), conectado a un espectrofotómetro flotante. Advirtieron cambios en el color del océano cada atardecer. De modo consecuente, este reflejaba el color del cielo. El coral frezó durante los crepúsculos de azul radiante: las noches tercera y cuarta después de la luna llena, entre las 21:20 y las 21:50. El grupo de Sweeney, que describió sus resultados en el Journal of Experimental Biology en febrero, sospecha que, al igual que los erizos de mar (que sincronizan asimismo su reproducción con los ciclos lunares), el coral de astas de alce también percibe los cambios de color a través de la piel, que contiene fotoreceptores del tipo existente en la retina humana (Coffey, 2011). Nota: Este artículo ha sido ligeramente adaptado de manera personal por razones de espacio, manteniendo su esencia.

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25 Frezar: desovar, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua.


La precisión milimétrica con la cual los corales en el mundo entero, se sincronizan con la luna, con una determinada longitud de onda de luz y quien sabe con qué otras relaciones en el planeta para desovar, puede por supuesto hacernos pensar en un preciso mecanismo de reloj, pero no lo es. Son formas de vida que esperan desde hace milenios una determinada y exacta difracción de la luz, que sin duda deben precisar para poder hacer su danza sexual. Deben sentirla, percibirla, esperarla. No se trata de instinto, que el diccionario de la Real Academia de la Lengua define como “propensión natural e indeliberada”26; se trata de una forma de percibir, de conocer, de decidir sobre algo esencial: su supervivencia. Tal es el fenómeno, que aunque la luna siga saliendo puntual cada año, son esos otros factores de la trama en que todos estamos envueltos, los que afectan los corales debilitándolos, matándolos: el calentamiento de las aguas; los cambios climáticos, la contaminación de las aguas, todas son cosas que alteran la multiplicidad de factores que juegan en y con la vida en el planeta, seres humanos incluidos. El Dr. Aaron Bernstein, pediatra y director del Departamento de Salud ambiental de la Universidad de Harvard, viene alertando desde hace varias décadas sobre la enorme pérdida de biodiversidad en todos los ambientes planetarios por causas antrópicas, y la consecuente desaparición de toda posibilidad de aprender con ellos, y sobre todo, del desequilibrio que tal fenómeno constituye para todo el planeta: deshielo de los glaciales, calentamiento global, hambrunas, desertificación creciente, etc.

26 http://lema.rae.es/drae/srv/search?id=KLXuNXcWADXX2pQsOgt5

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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. Pablo Neruda

En una conferencia dictada en Colombia, el Dr. Bernstein27 relató cómo descubrieron unas especies nuevas de ranas, y en una de ellas encontraron una toxina que a su juicio podría ser útil en el tratamiento de una enfermedad neurológica. Se llevaron la ranita al laboratorio de Boston y le reprodujeron tanto como se pudo el ambiente de origen, incluida humedad y temperaturas elevadas. La ranita dejó de producir la toxina pasados unos días, porque aunque pudiesen reproducir casi todos los factores macro-ambientales; no podían clonar el entramado de relaciones en los cuales vivía en su propio ambiente. Una especie en la naturaleza, la especie humana, en un tiempo insignificante en la historia de vida del planeta, está logrando desbalancear de manera inédita toda la biósfera; una especie que olvidó su propia condición de naturaleza, y de ser la especie más dependiente de todo el entramado de relaciones vitales. Tanto después de la primera como de la segunda guerra mundial, les sobraron a los países involucrados una cantidad enorme de químicos que se habían usado en la fabricación de armas, para destruir cosechas en el campo enemigo o para combatir los mosquitos que atacaban las tropas. Pasado el conflicto y para no perder la inversión, fueron usados como instrumento de los llamados paquetes tecnológicos de la revolución verde, cuyo loable objetivo era combatir el hambre en el mundo. A consecuencia de lo anterior, y generalizada la revolución verde, amén de las guerras, fumigaciones masivas, toneladas de desechos a consecuencia del modelo consumista y de la obsolescencia programada; el uso de energías radiactivas, la adicción a los combustibles fósiles, etc., hoy tenemos aguas, aire, suelos, plantas y animales humano y no humanos severamente contaminados. Hemos enfermado el planeta y de paso, nuestros propios cuerpos.

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27 http://www.banrepcultural.org/evento/panel-salud-y-biodiversidad


Al mismo tiempo se empezó masivamente a modificar las semillas y a uniformizarlas en el mundo, con lo cual, la Revolución Verde no solo significó el cambio de una variedad por otras, sino la supresión de todo un conocimiento acumulado durante milenios. Las dinámicas milenarias entre el suelo y los millares de seres de todos los reinos que lo habitan se han visto alterados de manera súbita y seria, alterando de paso las delicadas y sutiles relaciones con toda la biósfera. El ambiente es uno solo; no es externo a nosotros, hemos insistido a lo largo de todo el documento en las interrelaciones e interdependencias en el tejido de la vida, y en su danza borrosa entre lo denominado inerte, lo vivo y las culturas. Hemos señalado apoyados en la física y biología cuánticas, en la borrosidad entre lo “externo” y lo “interno”, entre el sujeto y el objeto, entre el observador y lo observado. Cuando hablamos de la formación del planeta, vimos como debieron suceder cosas tanto dentro de la roca original como en el sistema solar mismo a fin de que emergiera la vida. Cuando hablamos de la formación de la actual atmósfera, debimos referirnos a todo el proceso asimilable a la metamorfosis donde la interconexión bacterias, plantas, rocas, atmósfera primigenia, nos llevó a la actual composición del aire, aspecto que multiplicó la biodiversidad. El ambiente es uno solo; muchas cosas corroboran esto: estamos hechos de la misma materia-energía que todo el universo conocido; todos los seres vivos compartimos ADN; dependemos unos de otros de formas visibles e invisibles; todos hacemos parte de la misma trama de la vida, como diría en su libro del mismo nombre Fritjot Capra. El ambiente no está fragmentado, tampoco debería estarlo el conocimiento. Cuando hablamos de salud humana, por tanto, tenemos que hablar de salud ambiental, y eso incluye lo que podría llamarse la ecología interna.

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La mayoría de los alimentos procesados contienen altos niveles de antibióticos y anti fúngicos aplicados a los animales que devienen en alimentos y a los embutidos mismos, antioxidantes, edulcorantes artificiales, como aspartamo, sacarina y ciclamato sódico, acido benzoico en jugos de fruta, gelatinas, ceras, gomas, propilenglicol en los estabilizadores de alimentos y emulsionantes, tintes, sustancias colorantes, glutamato monosódico (GMS), nitratos y nitritos en los productos cárnicos, sulfitos en la cerveza, el vino y las verduras enlatadas . Todas estas sustancias tienen comprobados efectos cancerígenos, inflamatorios y depresores del sistema inmune, y aunque están suficientemente estudiados, se los vende como saludables. La industria de los alimentos acaparada por 4 o 5 multinacionales, pretende y lo está haciendo, patentar el material genético de las principales semillas de las cuales se alimenta la humanidad, modificarlas y lograr a través del lobbying con los gobiernos, que solo sus semillas, “certificadas”, sean sembradas, con eso, los agricultores que han hecho por siglos la selección y resguardo de semillas para próximas cosechas, se empobrecen cada vez más porque deben comprarlas cada año. Tales semillas no solo son privadas artificialmente de su capacidad de futura reproducción, sino que precisan cantidades crecientes de agrotóxicos.

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La pregunta elemental es ¿si una semilla no sirve para semilla, qué es entonces? Suelos, especies vegetales y animales, bacterias y seres humanos, todos estamos padeciendo la contaminación de nuestro ambiente “interno”. Para no hablar de la ecología de la mente, como lo señalara Gregory Bateson; atiborrada de palabras y símbolos alienantes y vacíos de sentidos (Bateson, 1998). La sincronía que muestran los corales al aparearse justo con una fase de luna llena, es algo que sucede en toda la biósfera de disímiles pero encadenadas maneras. La luna para el caso es quizá el atractor extraño del que nos hablara Lorenz, cuando postuló su famoso efecto


mariposa, el cual ha sido reconocido por la física cuántica, como “la noción técnica de la dependencia sensible de condiciones iniciales.”. La famosa frase que acuñara: “El aleteo de una mariposa en Brasil puede desatar un tornado en Texas”, ha terminado por ser un hecho reconocido científicamente. La basura de nuestros propios bolsillos tirada a mitad de la calle, el consumir a diario comida y bebida basura; el ser prisioneros de la sociedad de consumo, continua llenando los océanos de plásticos. El agua, el aire, el suelo y nuestros propios cuerpos, los de cada ser en el planeta, están cada vez más contaminados y en una velocidad y tiempos que no se corresponden con los que el planeta ha manejado por eones, y que no dan tiempo para ajustes rápidos. No es el planeta el que va a desaparecer; él ya ha hecho en el pasado muchos ensayos y ajustes; no será la Gaia como ser vivo. Si continuamos desapareciendo las especies hoy existentes, el planeta encontrará la manera de reinventarse en la vida, muy probablemente sin nosotros. Lo anterior o su contrario: usar energías limpias, comer sano, no contaminar el agua, el aire, el suelo y el espacio exterior, son cosas que en uno u otro sentido, pueden ser como el aleteo de una mariposa que bien desencadenen un tornado con mayor daño, o generen la necesaria resiliencia a favor del planeta, tal y como hoy lo conocemos, dado que no hay duda que la Tierra se metamorfoseará de nuevo, con o sin la especie humana. Es por todo esto que reafirmamos, que no es posible hablar de salud humana si no hay salud ambiental y viceversa.

El arte, la gloria, la libertad se marchitan, pero la naturaleza siempre permanece bella. Lord Byron

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Solo abierto a la imaginaciĂłn, fotografĂ­a retocada por Ben Goossens


TravesĂ­as inconclusas


Hechos de historias Cuzco. Allí estábamos en el 2003. Habíamos hecho una serie de funciones en el valle de Urubamba y terminábamos la gira esa noche allí, en el ombligo del mundo. Visitaba el mercado y asistí a una escena que me sigue dando qué pensar. Un canto, muy agudo, puntuado por silencios como suspendidos, en el aire, llamó mi atención. Vi a una mujer india que cantaba. Al frente había dos jóvenes, una mujer y un hombre, estadunidenses deduje más tarde, cuando los escuche hablar. La mujer terminó de cantar y la joven intentó imitarla- La mujer la escucho, repitió el canto con un énfasis mínimo y se calló. La joven, tal vez intimidada, no intentó una segunda imitación. El joven le preguntó a su acompañante si era suficiente, ella asintió. Él detuvo lo que supuse era una grabadora, sacó unos dólares, se los pasó a la mujer, agradecieron los dos y se fueron. La mujer guardó el dinero y también se despidió. Quedé suspenso. Cuando pude me acerqué a la mujer, saludé y con todo el respeto le pedí si podía hacerle una pregunta. Me dijo que sí. ¿Qué era ese canto? Un canto que cura, me dijo, como si fuera una evidencia. Ellos lo querían y se los di. Me dieron dinero. Y el canto, ¿cura? Insistí. Así se llama, canto que cura, respondió. ¿Pero quiere decir que ese canto lo cura a uno? Puede ser, lo que pasa es que ese mismo canto sirve también para enfermar. Me quedé, otra vez, suspenso, pensando durante un silencio y al cabo, de nuevo, pregunté: ¿Y a ellos les dijo eso, que el mismo canto podía enfermar? No, no preguntaron. Solo querían un canto que cura. Nada más me respondió. Canto, cuento de Nicolás Buenaventura, libro ya citado.

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El canto que cura es un cuento sin fin para los jóvenes que se fueron sin preguntar; se quedaron “hechos” de una sola versión de la historia, pero aunque ellos se marcharan sin saber más de la misma, la historia tiene varios fines, el canto tanto puede curar como enfermar; es el aleteo de las alas de mariposa. No es posible concluir cuando de complejidad se trata, las historias siempre quedarán abiertas a la incertidumbre. Hemos intentado relacionar la vida, diversa por definición, con una propuesta de desobediencia epistémica. Vivir es aprender, dice Margulis en todos sus escritos; la vida coevoluciona a saltos y en cada paso coaprende con todo su entramado; de allí que en medio de eones de saberes acumulados en el campo morfogénico del planeta, es imposible circunscribir el saber a una sola y única manera o método de conocer el conocer. Sin pretensiones de concluir un debate espinoso que propone la desobediencia epistémica desde las lecciones de la desobediencia vital, me gustaría retomar el credo científico con el cual iniciáramos este documento, para aventurar algunas inconclusiones relacionadas con la salud ambiental: Como no hay leyes fijas en un universo cambiante, pretender unificar todos los saberes en uno solo es arrogante e inútil. Los conceptos de objetivo y subjetivo han quedado en cuestión desde la perspectiva de la omnijetividad. El sentir, pensar y hacer en materia ambiental, pasa por el propio cuerpo de las personas, extendiendose a toda la biósfera. No hay un observador imparcial y “un” observado pasivo, todos estamos involucrados en el mismo pasado, presente y futuro común compartido.

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La vida es todo lo contrario a un mecanismo; ella es caótica, cambiante, adaptable, resiliente. La salud de cada ecosistema representará la salud humana y al contrario. Los genes solo bailan con el entorno, y es de esa danza en la que interviene todo el entramado de la vida, como se coevoluciona y aprende. Pretender destruir la biodiversidad para dejar solo unas pocas semillas privatizadas, cuando la biodiversidad es y pertenece a toda la Gaia, es un crimen de genocidio, es un eco-suicidio. El todo no es igual a la suma de las partes; cada holón es complejo en sí mismo y cuando se asocia con otros, emerge una nueva complejidad. “La vida en la Tierra no es una jerarquía creada, sino una holarquía emergente surgida de la sinergia autoinducida de combinación, acoplamiento y recombinación” (Margulis & Sagan, 1996, págs. 17, 18). Los saberes de las diversas comunidades humanas y no humanas, deben ser reconocidos e integrados a un gran diálogo que ponga en el centro la vida de todo el planeta. Reconocer los saberes ancestrales, los experimentales, los de todos y cada uno de los reinos de la naturaleza; aprender de nuestro pasado geológico; son imperativos de supervivencia. El fin no justifica los medios; el fin para el planeta querámoslo o no, es mantener la vida, diversificarse, reinventarse y coevolucionar en aprendiencia. Arrasar territorios boscosos para extraer minerales en cuyo proceso acaban con suelos fértiles y contamina las aguas, no es un suceso que pase impune. Como el efecto mariposa, todo el entramado del planeta se ve afectado. La tecnología por su parte es solo un cómo hacer; por sí sola, la tecnología al servicio de la acumulación, de la destrucción o del viejo ideal del lucro que le señalara Bacon, solo puede llevarnos a profundizar la destrucción.

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No es el cómo, es el qué y el para qué. Si se trata de honrar la vida, de reconocernos con y de la naturaleza; seguramente la tecnología podrá ayudar. Pero en un mundo donde la ciencia está, fundamentalmente al servicio privado, es absurdo y constituye un sofisma de distracción, idealizar la tecnología como única promesa de salvación. Los seres vivos no estamos en el planeta en una guerra incesante unos contra otros; no es nuestra naturaleza; asumir que está bien el egoísmo, privilegiar el bien de pocos a costa de la destrucción o mala vida de los demás, es una idea que ha sido útil al modelo capitalista y a otros regímenes totalitarios, pero no es una verdad universal ni un destino manifiesto. El reconocimiento que hacemos parte de un campo relacional en el que todos nos interafectamos; significa que podemos aprender a ser, o mejor a interser, para el beneficio de todos. La noción de tiempo y espacio son construcciones humanas. Hemos definido el tiempo de manera lineal e irreversible, aunque cuando sabemos que al mirar las estrellas, el sol o la luna, estamos mirando el pasado. De esa noción se alimenta el modelo de desarrollo que nos ha puesto a correr de manera desenfrenada en busca del éxito y la prosperidad basadas en la destrucción de la biósfera. Corremos sin detenernos a pensar que somos más, que si pensáramos distinto, podríamos detener la enfermedad global.

Abre tus ojos, mira dentro. ¿Estás satisfecho con la vida que estás viviendo?. Bob Marley

Repensar la vida, es repensar la salud en el contexto de coevolución, y de la belleza vital. Muchos físicos y biólogos cuánticos afirman que no hay que ver para creer sino creer que se puede, para poder ver. Y en ello nos va la atención, el amor y la voluntad, para lo que precisamos humildad y superar el antropocentrismo.

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Esta historia de la que estamos hechos, puede contarse y cantarse de otra manera, como en el cuento que encabeza este capítulo final. Bastará con pensar de otra manera, con pensar desde la biofilia, esa inexplicable afectación positiva con y por la vida, que en su libro del mismo nombre del escritor Edward O. Wilson, se exaltara como la mejor expresión humana para honrar la vida (Wilson & Kellert, 1993). Solo el amor podrá salvarnos…

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