Mi querida casa

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Para Julie, mi hija, y su casa birmana


Y el gran día llegó. Mi casa estaba vacía. No había más cortinas, ni cuadros. Las paredes estaban frías. En los baños no había más agua. En la cocina, no había más gas. Por la chimenea no salía más humo. ¡Pobre mi casa! qué será de ella sin mesa, sin sillas, sin camas… Toda mi casa se había ido en un camión, un triste camión. Todo rodaba sobre la ruta, salvo nosotros. Mamá y papá se sentaron por última vez antes de irnos bajo el manzanero del jardín. Desde la ventana de mi habitación, vacía, los veía conversar. Miguel y Pablo, mis hermanos, jugaban a los fantasmas por los corredores y Carolina, mi hermana, sentada sobre un escalón de la escalera hablaba por teléfono. ¿Y yo? Yo, Julia, estaba en un rincón, de mi casa sin alma, con Gus, mi perro, en los brazos y mis pensamientos.



-¡Julia bajá! Nos tenemos que ir. No sé cómo ni que me pasó pero en ese mismo instante grité: -¡NO, YO NO VOY! -¡Vamos Julia! Vamos a perder el avión -¡NO, no voy a bajar! -Si bajas jugaré a las muñecas en el avión – dijo Carolina -¡NO, yo no quiero jugar! ¡Déjenme tranquila! Yo me quedo acá. Es mi casa. Yo estoy muy bien acá. -Mi querida, no podés quedarte acá. Sabés muy bien que papá tiene un trabajo en el extranjero y que volveremos…en un año – dijo mamá dulcemente desde abajo -¡NO, no me moveré! – insistí firmemente -Pero ¿A dónde vas a dormir? ¡Tu cama se fue en el camión! -Sobre mi ropa -Pero ¿Qué vas a comer? -Las manzanas del jardín -¿Y cuando no haya más manzanas? -Le pediré a los vecinos…esperando que ustedes vuelvan -¡Qué disparates dice! – gritó Pablo Papá, seguramente mirando su reloj, comenzó a subir las escaleras para venir a buscarme. Me había explicado una docena de veces que debíamos irnos a otro país. Me había contado cosas muy interesantes sobre ese país, la casa nueva y la escuela. Me había dicho que cuando su trabajo terminara volveríamos y blablabla…. -Julia, subo a la una… -¡No me importa! -Subo a las dos… -¡No me importa dos veces! Escuché los pasos de papá resonar en la escalera. Se acercaban a mi cuarto, yo no me movía del rincón, y Gus tampoco. -Subo a las tres… ¡Ya está! El fantasma de la casa llega ¡Buuuu!!!! – bromeaba papá -¡No me divierte! - dije con lágrimas en los ojos desde el rincón de mi habitación que me parecía inmensa y triste.


Atrás, mis hermanos y mamá aparecieron. -¡Buuu!!! Los fantasmas llegan…hay que irse sino… -Sino ¿QUÉ? ¿Y si…no nos fuéramos? – pregunté entusiasmada imaginando el SÍ de papá grande como el camión de mudanzas. -Pero papá solo respondió: ¡GLUP! -¿Y si… cambiás de trabajo? – insistí -GLUP GLUP - dijo papá -¿Y si… ustedes se van y me dejan en la casa de la tía? ¿Y si…guardamos la casa en otro camión? – pregunté despacito Gus me miró y ladró -Claro, así la casa hará también un lindo viaje – dijo Pablo destornillándose de risa -¡Puf! ¡Cualquier cosa! – dijo Carolina -¡GLUP GLUP GLUP! – se atragantó mamá -¡Genial! – dijo Miguel -¿Es una broma o qué? – se enojó Pablo El teléfono de Carolina sonó. Mis hermanos desaparecieron como verdaderos fantasmas, mamá y papá me miraron con ternura y yo, Julia, sin respuesta a nada ni de nadie, dije: ¡PERO YO ME QUIERO QUEDAR! Sentados en el piso de mi cuarto, en silencio, esperamos el taxi. -Pronto va a llegar – dijo papá – Hay que ponerse los abrigos, las mochilas y despejar la entrada de tanta valija Papá bajó y mamá me besó la frente antes de ir a hacer una última vuelta por la casa. Aprovechando que estaba sola otra vez, saqué de mi bolsillo una carta. Gus gruñó. Tenía miedo que el taxi se fuera sin nosotros. -¡Ya sé! Nos tenemos que ir pero esto es muy importante, Gus. ¿Me entendés? Miré la habitación de arriba abajo, de derecha a izquierda y finalmente encontré una guarida ideal para mi carta. Levanté un pequeño listón del piso y antes de esconderla, la leí una última vez:


“Querida Casa: Portáte bien durante mi ausencia. No hagas tonterías. No estaré muy lejos. Te prometo que te escribiré seguido y te enviaré muchas cartas postales. Te extrañaré. Te quiero y hasta pronto, muy pronto. Julia” ¡-Ya está! La carta es invisible. Y ahora mi casa va a poder leerla tranquilamente. Para que el viento no la hiciera volar, golpeé sobre el listón muy fuerte con el pie izquierdo, y dos veces con el pie derecho. -Vamos Gus. Ahora podemos ir – dije con un nudo en la garganta Bajé lentamente los escalones y una vez abajo, cerré los ojos para grabar en la memoria cada rincón de mi casa. Las fotos de vacaciones sobre la heladera, los muebles pintados, mis sábanas con hadas, la cabaña del jardín, el manzanero, la canasta de Gus, mis cortinas floridas , mi rincón secreto y ¡ tantas otras cosas! Cuando abrí los ojos, la puerta de la casa estaba cerrada y nosotros estábamos subidos al taxi. -¡A la aventura! – dijo papá ¡-Y con felicidad! – agregó mamá Todos, hicimos “chin-chin” con copas y bebidas invisibles y dijimos adiós a los vecinos. Todos salvo yo. Yo, Julia, era la única a mirar a través de la ventanilla, a ver como mi casa y mi corazón se hacían cada vez más chiquitos.


El primer día en el nuevo país, colgué un calendario en la nueva cocina y todas las noches tachaba un día. Durante un largo año, en el nuevo departamento tan lejos, tan lejos de mi país, yo le escribía a mi casa, cartas como ésta: “Querida casa: Espero que estés bien y que la gente que vive con vos sean muy buenos. ¿Estás bien decorada? ¿Estás linda? Yo estoy bien. Me va bien en la escuela y tengo muchos amigos. Contéstame rápido. Yo” O ésta: “Mi muy querida casa: Te mando una foto de papá de en la playa. ¡Gus encontró una linda amiga! Besos, Julia” Durante un año, recibí cartas de mis amigos, de la escuela, de mi tía, de mis primos pero no de mi casa. Ella no contestaba. En cuanto Pablo me veía con un sobre en la mano, se burlaba de mí: -¿Otra carta para la casa? ¡Ja! ¡Te creés cualquier cosa! -¡Y SÍ! Aunque no me conteste yo le escribo ¿y qué? Seguro que te escribe, pero le debe resultar muy difícil ir al correo – me consolaba mamá -¡Y más difícil comprar estampillas! – reía Carolina

Mientras yo, seguía escribiendo:

“Querida casa: Nuestro departamento es muy lindo. Tenemos un jardín como vos pero sin manzanas. Mi habitación es…grande pero sin un lindo armario azul. Es una pena porque extraño mi armario azul. Besos. Julia”




Y un día, escribí: “Mi muy muy muy querida casa: ¡Buenas noticias! Después de dos largos años ¡Uf por fin!¡Volvemos a casa! Estoy muy contenta y tengo muchas ganas de verte. No llores de felicidad porque vas a arruinar las paredes y después no podré colgar mis pósters. Hasta muy pronto, besos, Julia”

El taxi se paró delante de la puerta de la casa. Era un lindo día, el césped de la entrada estaba bien cortado, y las persianas abiertas. Todos arrastramos valijas y bolsos y yo me pegué a la puerta antes que nadie. -¡Por fin en casa! – dijo papá -¡Hogar dulce hogar! – cantó mamá Y cuando mamá puso la llave en la puerta, yo cerré los ojos, pero esta vez con una sonrisa. Mama abrió la puerta. Gus se escapó de mis brazos y subió a todo galope a mi cuarto. Y yo, detrás, escalé la escalera a toda velocidad. Dejé caer todo lo que tenía en mis manos y levanté suavemente el listón de mi escondite para recuperar mi tesoro, y curiosamente encontré algunas cartas garabateadas y otra nuevecita que decía: “Mi querida Julia: ¡Por fin! Ayer recibí tu carta anunciándome tu regreso. ¡Estoy tan contenta! En tu última foto vi que habías crecido mucho. Ahora tenés el pelo muy largo y el flequillo bien cortado. Me gustaron mucho tus zapatillas y la bikini a flores. ¡Hasta Gus me pareció más grande! En cuanto vuelvas ¡yo también quiero un nuevo look! La cama la pondremos bajo la ventana y la cómoda enfrente, tu escritorio…acá y me gustaría una pared de color y como alfombra ¡todas tus cartas postales! ¡Estoy tan contenta de verte! Firmado: tu linda casa, tu lindo cuarto” Me caí sentada de la emoción en el piso de mi cuarto aún vacío y apreté la carta fuerte, muy fuerte, contra mi corazón. Finalmente mamá tenía razón: ¡Mi casa me había contestado pero no había podido ir al correo!



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