Miguel, el mosquetero

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Miguel, el mosquetero Mireya Viacava-Raab / José Luis García Matos


Era un domingo por la mañana cuando, en medio de la cocina, apareció Miguel en pijama gritando: -¡Todos para mí! – dijo con una espada plateada en la mano. -¿Y eso? – preguntó el papá somnoliento. -¡No Miguel! – explicó Pablo– ¡te lo repetí veinte veces! … es “Todos para uno y uno…. ¡Para todos!” ¡Guauuu! - gritaba Miguel lleno de entusiasmo corriendo alrededor de la mesa.

La noche anterior, los papás de Miguel habían ido al cine y él se quedó en casa con sus hermanos. Le gustaba mucho quedarse con ellos. Sobre todo cuando Pablo, su hermano, le contaba una historia antes de ir a dormir. Pablo conocía muchas. Algunas las leía, otras las contaba de memoria, a veces inventaba y muchas veces armaban escenas como en los teatros de verdad. ¿Miguel, querés que te cuente una historia de “capa y espada”? – preguntó Pablo Cuando Miguel escuchó “espada”, dejó su circuito de fórmula 1, sus coches y corrió a sentarse en el gran sillón del salón. Le gustaban mucho las espadas y ya tenía una buena colección en su cuarto. Y Pablo empezó: “Había una vez, hace muchos muchos años, en un país muy lejano llamado Francia, había un rey muy joven y guapo. Se llamaba Luis XIII. Vivía en un palacio muy grande y era dueño de uno de los reinos más ricos de entonces. El Rey, apenas tenía 16 años, y a decir verdad, no sabía muy bien que hacer con tanto poder. Tenía buenos amigos que lo aconsejaban y otros, no tan buenos, que envidiaban su fortuna” Pablo se levantó del sillón y empezó a imitar gestos galantes de los caballeros de la época. Miguel seguía a su hermano con ojos bien atentos. De repente Pablo, con un viejo sombrero, botas de lluvia y la espada de madera de Miguel, se convirtió en un verdadero Rey. Caminaba pomposamente por el comedor, saludando al pueblo con elegancia. “Entonces como era de esperar, las intrigas en el palacio comenzaron. Muchos temían por la vida del Rey. ¡Nuestra Majestad corre peligro! se decía por el reino – contaba Pablo con grandes ademanes - y el primer sospechoso era nada más y nada menos que su propio Ministro , un señor llamado Richelieu” Pablo siguió y siguió con la historia apasionadamente cuando Ana, su hermana, entró en el salón. Pablo se arrodilló ante ella. Ana buscó rápidamente un disfraz y dijo: -¡Alto Caballero! Esta vez no quiero ser Reina, quiero ser Constanza – y despareció haciendo una reverencia. Cuando volvió, tenía un plato lleno de galletitas de chocolate y se sentó al lado de Miguel. Esperaban el segundo acto de la historia. -Ana, ¿Quién es Constanza? - preguntó Miguel “Presta atención mi Mosquetero que ahora verás la parte más interesante de esta historia” – le contestó con una galletita en la boca.



-¿Por qué me decís mi mosquitero? - dijo Miguel sorprendido -Dije “mi mosquetero” - aclaró Ana riéndose - Los mosqueteros eran los guardias del Rey. Vestían lujosos trajes azules, enormes sombreros, montaban caballos negros y tenían espadas ¡muy grandes! con las que protegían al rey y hacían respetar el orden del Reino. -¿Con espadas como las mías? – preguntó Miguel maravillado Con espadas de verdad. Largas, brillantes, filosas, peligrosas…. Pablo cambió de personajes una y otra vez. De Cardenal a Rey, de Rey a mosquetero valiente y de mosquetero valiente a un enamorado. Miguel ya no pudo seguir la historia sentado. Dejó galletitas, migas y la dulce Ana a su lado y saltó del sillón. Empuñó su espada de pirata y enfrentó a su hermano. -¡Defiéndete D’artagnan o saldrás vencido! – lo provocaba Pablo -Ana ¿quién es Tañan? – preguntó Miguel mientras no paraba de atacar -El más guapo de todos los mosqueteros y el novio de Constanza – dijo Ana entusiasmada con la escena. -¡Pero yo no quiero ser el más guapo quiero ser el más valiente! -Todos eran valientes… y todos luchaban por igual. Todos eran buenos compañeros se defendían unos a otros…. – gritaba Pablo agitado con tanto ataque. Ana interrumpió el combate. Levantó la espada del príncipe valiente hacia el techo y dijo: -“ Todos para uno y uno para todos” Pablo levantó la suya y repitió: -“ Todos para uno y uno para todos” Repitieron esta escena decenas de veces a pedido de Miguel cuando de pronto escucharon el ruido del ascensor. -Vamos D’artagnan – dijo Pablo – rápido ¡a la cama! Cuando los papás entraron apagaron las luces, acomodaron botas, sombreros y espadas. Entraron a las habitaciones. Todos dormían y Miguel abrazaba con fuerza su espada plateada y brillante como una chispa de luna.


Al día siguiente, el domingo después del desayuno, Miguel no se cansó de jugar a “Los Mosqueteros” Me parece que a Miguel hay que inscribirlo en una escuela de esgrima – dijo papá Buena idea. En el centro hay una. Me parece que se llama D’artagnan ¿qué te parece Miguel? - preguntó mamá ¡D’artagnan Pablo! ¡D’artagnan como yo!!! – dijo Miguel mientras corría sin parar dibujando castillos por el aire con sus espadas.


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