Para Caroline, mi hija A mi madre
Nace un mantel Solo tenía algunos meses… sin embargo, lo recuerdo muy bien, es un recuerdo muy lejano pero clarísimo e imposible de olvidar. Estaba acostada en el moisés, panza abajo como una ranita, bastante incómoda y llorisqueaba. Mamá apareció enseguida. Enérgicamente, porque mamá era una “especialista” en bebés, me dio vuelta como un panqueque, me acomodó sobre la espalda y ¡hip hop!, ahora, en posición de tortuga patas para arriba, veía el techo. Nada muy divertido. Para tranquilizarla, me hice la dormida. Pero en cuanto salió de mi habitación, abrí los ojos con todas mis fuerzas, y los hice tan grandes que parecían dos platos voladores. Y en ese preciso instante, vi aparecer muy cerquita, una cabeza enorme, con ojos más grandes que los míos: ¡era la de mi abuela! Sentí su respiración muy cerca y de repente su voz me murmuró en el oído: -Buenos días, mi pequeña Lucila. ¿Cómo estás hoy? Estoy segura que un lindo día te espera… Yo, balbuceé. -Gggggualauu…auu..auua Vení conmigo, en mis brazos… vení a ver la vida… ¡mirá cómo es de linda! ¡Linda y re- linda! - repetía la abuela acercándome a la ventana. -Ggugulaiamiauu…. – respondía yo retorciéndome en todos los sentidos, muy contenta de salir de la cuna.
Los brazos de la abuela eran fuertes y suaves. Empezó a balancearme como si sus brazos fueran una hamaca de verdad. Me hacía volar tan alto que yo me sentía gigante…y justo cuando más me divertía, mamá entró: -Pero… ¡otra vez despertaste a Lucila! -¿No es preciosa? - preguntó mirándome -Si, pero mamá siempre tenés que entrar y despertarla… ¡con lo que me cuesta que duerma! -¡Qué tanta historia! ¡La vida no está hecha para dormir! ¡Y además no dormía! - respondió la abuela guiñándome un ojo. -Dormía, dormía tranquilamente hasta que…vos entraste a despertarla… ya se te está haciendo costumbre… hay que dejarla…hacer noninó. – y me puso otra vez en el moisés. Yo me acuerdo muy bien que tenía ganas de gritar: -¡NO! ¡Terminemos con el “noninó”! ¡Quiero que la abuela me hamaque! Pero, evidentemente, como yo no era incapaz de hacer una frase enterita, solo me salió un horrible “BUAAAAA” y un enorme ARRRRGROGOGO” como cualquier bebé. -¿Ves? ¡Ahora llora! – dijo mamá enojada -¿Y? llora como todos los bebés cuando algo no les gusta. Pero yo puedo acunarla, mecerla, cantarle y contarle historias de lobos y de cerditos y se volverá a dormir como un angelito – dijo la abuela haciéndome una gran sonrisa. Mamá lanzó un largo suspiro y nos dejó a solas otra vez. La abuela se sentó en el sillón amarillo, el mismo donde mamá me llenaba de mamaderas, y allí me instaló, la cabeza sobre las rodillas, mis piecitos sobre su vientre y empezó a hablarme: -¿Sabés Lucila? Empecé a bordar un mantel…”tu” futuro mantel. -Pruuprjurp – le respondí sorprendida – ¿qué querría decir “bordar”? ¿qué era un “mantel”? Entonces, yo saqué la lengua de un kilómetro de largo para que la abuela me explicara esas palabras difíciles. -¿Un “mantel”? claro, un mantel es un trozo de tela que se pone sobre una mesa. Yy “tu mantel” será largo, muy largo, el más largo de todos los manteles, más largo que el de la reina de Inglaterra, un mantel sobre el que vamos a contar tu vida bordada en punto cruz. -¡Va a ser tan lindo como vos! ¿Te gustaría eso Lucila?– me preguntó la abuela mientras me hacía aplaudir teniendo mis manitos entre las suyas. Después, no me acuerdo muy bien. Todas estas nuevas emociones me habían cansado y empecé a bostezar. La abuela me cantó una canción de cuna y yo, me dormí bajo la melodía de su voz.
Punto cruz A medida que yo iba creciendo, el punto cruz invadió mi vida. En la habitación, mi nombre estaba colgado en la puerta en punto cruz, mis sábanas tenían firuletes en punto cruz, mi osito tenía bordada la panza en punto cruz, había ratoncitas,
patitos y pollitos en punto cruz y por supuesto: mí salida de baño en punto cruz, mi toalla, mi almohada. La verdad es que mi abuela era ¡muy pero muy fanática! Más tarde, más recuerdos estarían unidos al punto cruz: un vestido, un par de medias, mi bolsita de jardín de infantes, mi primera cartuchera y mi primer “kit de bordado”. La abuela me lo regaló para llevarlo a “La Cabaña”, la casa de la playa donde pasábamos todas las vacaciones, la casa blanca y gris con grandes ventanales desde donde veíamos el mar. Lo que más me gustaba era la galería, allí donde la abuela y yo nos sentábamos a conversar y esperábamos el viento fresco del atardecer. Y fue en el gran sillón de mimbre de la entrada, que la abuela me hizo descubrir la magia del punto cruz.
El mantel Un verano, en “La Cabaña”, le pregunté a la abuela: -Y abuela, mi mantel ¿dónde está? -¿Tu mantel? -Si, el mantel bordado… ¿dónde está? -Pero ¿cómo sabés eso? ¡Nunca te hablé del mantel! -Si…. hace mucho tiempo… cuando yo solo decía ggluguglup o buuaaaa… La abuela se estremeció. Venía de darse cuenta que yo, Lucila, tenía una memoria de elefante… qué digo de uno… ¡la memoria de cien elefantes juntos! -Dime, picarona, de casualidad ¿no será tu mamá la que te habló del mantel? Ya veo… ¡seguro que se sigue burlando de mis puntos cruz! Le pregunté: -¿Es verdad que tiene mi vida bordada? ¿O era un chiste? La abuela no dijo nada. Yo insistí: -¿Es verdad que será el mantel más largo del mundo? ¿O era un chiste? La abuela no me respondió -¡Dale abuela! ¡Mostráme el mantel! ¡Dale! ¿Lo puedo ver? ¿Puedo? ¿Dale que puedo? – le pregunté brincando de impaciencia -¡NO!!!! Es una sorpresa para tus…15 años… - contestó la abuela -Pero abuela… ¡sólo tengo 8! No puedo esperar más… ¿Dónde está? ¡Quiero verlo! Y empecé a llorisquear, a protestar tanto y ahogarla con besitos y besotes que no pudo más y se encaminó, en silencio, hasta su habitación, la última de la casa. Yo la seguí, en puntas de pie, livianita como una mosca. Y cuando llegamos al gran armario, me ordenó: -¡Cerrá los ojos! Obedecí al instante. Escuché los crujidos de las puertas que se abrían, luego el ruido de un papel y el frufrú de una tela seguido de un gran silencio. Tenía ganas de hacer trampa y entreabrir los ojos, cuando la abuela me dijo: -¡Sobre todo, no abras los ojos! Tienen que estar bien cerrados hasta que yo haya
pronunciado la fórmula mágica, sino… -Sino ¿qué abuela? -Sino la sorpresa podría… desaparecer -¡Vamos abuela! Por favor… rápido… -Sino … los bordados podrían borrarse misteriosamente.. ¡-Puf!!!! Un mantel embrujado….¡uuuuuuyyyy qué miedo!- dije muerta de risa -¡Shhhh! Silencio – ordenó la abuela – me concentro... -¿???? -Mantel de punto cruz ¡ábrete ya!-el más lindo, tan lindo como Lucila, mi adorada pequeñita nieta, mantel de punto cruz ¡ábrete ya! ¡mantel obedece ya! Entonces, sentí que una brisa rozaba mi cara y un pequeño pedacito de tela me acarició las mejillas, anunciándome una linda sorpresa. Abrí los ojos y ¡lo vi! ¡Era el mantel! ¡MI mantel! ¡El más lindo de todos los manteles conocido en el mundo entero! -¡OOOOO!! Abuela… ¡es precioso! ¿Y es mío? -Si…. Todo tuyo… - respondió mirando fijo el mantel extendido sobre la cama con gran satisfacción. -Mmmm…. Mira Abuela… bordaste una mamadera… ¿es la mía? -La primera – precisó enderezándose orgullosa de su trabajo -…y mi triciclo… y un chupete... -Y tus orejas de conejo… y tu cuchara de sopa…. Mientras la abuela hablaba, yo daba la vuelta a la cama descubriendo los dibujos de mi corta vida: una camita, un lápiz, la playa, un cuaderno mal escrito, una marioneta, el sol, las nubes, mis juguetes preferidos… todo… allí estaba todo. La abuela no escondió más el mantel en su armario y juntas, durante todas las vacaciones lo hacíamos cada vez más lindo. Nuestros puntos cruz entrelazados inventaban lágrimas y sonrisas y besos también. Los hilos de algodón amarillos contaban mis vacaciones; los azules: el mar; los grises: la lluvia y los truenos y los negros, las malas notas o mis rabias, los rosas, una carta o una foto… La abuela tenía razón: mi mantel sería, sin lugar a duda ¡el mantel más largo del mundo!
El mantel crece Tenía 12 años cuando me enteré que la abuela no tenía más ganas de mudar valijas, bolsos, bolsitas de aquí para allá Estaba cansada de tanta ida y vuelta entre la ciudad y la playa. Ya quería estar tranquila en el lugar que más quería: “La Cabaña”. A partir de ese momento, yo iba a visitarla muy seguido, porque a mí me gustaba también ese lugar, y adoraba a la abuela. -Abuela ¿estás contenta? – le pregunté un día -¡Muy!!! ¡Pero muy muy contenta! Acá, puedo por fin ocuparme de nuestro mantel sin que nadie me moleste… acá Lucila, a decir verdad, no suena ni el teléfono. Además me di cuenta
que nuestro mantel necesitaba más espacio. No le gusta estar doblado en cuatro, encerrado en un cajón oscuro del salón esperando uno que otro punto cruz. No le gusta la ciudad, acá, se siente más a gusto, el clima le va muy bien. Le gusta cuando el sol calienta sus bordados de algodón. Los colores brillan más: El iodo del mar es muy bueno para la salud… ¡y si vos lo vieras! Cuando me instalo al lado de una ventana, él se estira, ondula su tela, y con pequeños saltitos se eleva para mirar las olas del mar, después silenciosamente recae sobre mis rodillas, se instala entre mis manos y me dicta lo que yo debo bordar… De repente, escuchando a la abuela perdida en sus pensamientos, comprendí que el tiempo pasaba y que mi mantel crecía al mi lado. Entonces, sin saber porque, tuve ganas de llorar. El mantel y yo Unas vacaciones, cuando llegamos a “La Cabaña”, la abuela nos espera en la puerta. Enseguida sentí que la casa no tenía buena cara, y la abuela tampoco. Una tarde, bajo el cobertizo, le pregunté a la abuela: -¿Querés que bordemos un poco? -Estoy cansada, Lucila. Lo que más me gustaría hacer es escuchar la música del océano. Entonces, sin decir nada, la dejé escuchando las notas del mar y fui a buscar el mantel. Ese día bordé sola, en silencio, a su lado. Cada tanto sentía su mirada y antes de quedarse dormida en el sillón me dijo: -Muy bien Lucila, seguí así. Bordar es como leer un libro. Todos los puntos cruz te contarán una historia…. La miré con amor. La abuela cerró sus ojos y yo sentí que realmente estaba muy cansada.
El vuelo del mantel Meses más tarde volvimos a “La Cabaña”. Era un día radiante de sol y hacía mucho calor, sin embargo yo temblaba como una hoja. Estaba triste. Desde el auto, a lo lejos, me pareció ver una silueta bajo el cobertizo de la casa. Parecía que estaba inclinada sobre el mantel como un hada bordadora, pero… no…yo sabía que la abuela ya no estaba allí. Mamá abrió la puerta y yo, no me animé a entrar. Me quedé afuera un rato. Vi como mamá preparaba un desayuno con las tazas de la abuela, secaba la mesa con los repasadores bordados pero yo, espiándola por la ventana, sabía que estaba llorando. Papa había puesto música para alegrar el ambiente y abrió las ventanas para sentir el olor a iodo del mar, pero yo, espiándolo por la ventana, sabía que estaba llorando. No aguanté más y entré como un trompo golpeando todas las puertas a mi paso. Cuando llegué a la última habitación del la casa, ahí donde la abuela escondía el mantel, sin hacer ruido, abrí el armario. Mi mantel estaba allí, sobre el estante derecho, envuelto en un papel de seda violeta. Me estaba esperando… pero ¿para qué?… yo ya no tenía más ganas de bordar… ya no tenía más ganas de contar cosas. Mi vida de bordadora se había acabado ¡para siempre! Me pasé un largo rato mirando el paquete sin tocarlo. Pero la curiosidad fue más fuerte y lo
agarré suavemente. Cuando lo apoyé sobre la cama, una pequeña voz en mi conciencia me susurró: -¡Lucila!!! ¡No podés hacerlo! ¡No es tuyo! ¡No está terminado! Tuve miedo, tanto miedo que salí corriendo del cuarto, de la casa. Y corrí, corrí hasta el cansancio. Cuando volví, agotada, y otra vez golpeando todas las puertas que encontraba en el camino, fui directo a buscar mi mantel, el mantel que contaba mi vida. Mamá entró, cuando yo estaba sentada en piso haciendo pedazos el papel de seda violeta. -Lucila, hijita, creo que la abuela te había dejado un mensaje adentro,. – me dijo mamá tomando la tela entre sus brazos. – Es el momento de leerlo… se valiente… te voy a ayudar, vamos a verlos juntas… seguro que la abuela te bordó algo más… - continuó mamá acariciándome el pelo. Entonces, con todas sus fuerzas, mamá sacudió el mantel. Una, dos, tres veces. Lo vi despegar y planear por arriba de la enorme cama hasta el techo. Todos los recuerdos bordados surgieron. Me subí a una silla, me puse en puntas de pie, levanté los brazos para tratar de atrapar mi mantel. Y cuando el mantel aterrizó sobre la cama, lo acaricié con las puntas de mis dedos buscando el mensaje. Tenía que sí o sí encontrarlo. ¿Qué quería decírmela abuela? un mensaje? ¿Pero dónde?
De repente, en el interior de un pliegue de la tela, vi aparecer una decena de mariposas bordadas de todos colores. ¿Es eso? – pregunté sorprendida -Quizás, Lucila, la abuela no estaba bien… ya no veía bien y probablemente quiso bordar un último motivo… Mamá me iba explicando con lágrimas en los ojos cuando… por arte de magia las mariposas en hilos de seda comenzaron a levantarse, a aletear, a hacer vibrar sus pequeñas antenas. Inmediatamente, los colores se reavivaron, y las mariposas sobrevolaron por la habitación. El zumbido era tan ensordecedor que tuvimos que abrir la ventana. ¡Y las mariposas se escaparon! Giraban por decenas alrededor de la casa, después, se agruparon en nubes espesas para alejarse haciendo torbellinos en la playa, tirando el mantel con toda la fuerza de sus alas como si fuera un velo de novia. Me puse a correr… las seguí… tenía que atraparlas… pero las mariposas volaban más rápido que yo, estaban ya al borde de las olas, sobre el mar…cada vez más lejos hasta que… las perdí de vista. Me senté en la arena cansada y triste. ¿Las había perdido para siempre? ¿Cuándo volverían con mi mantel? ¿Por qué se lo llevaban tan lejos? De repente, lo vi. Lo vi zambulléndose bajo los rayos del sol. Vi “MI MANTEL”, flotando a lo largo de la inmensa bahía. Y sentí mi corazón latir de felicidad, a toda velocidad , porque en medio de las olas del mar , descubrí que sobre MI MANTEL, el que la abuela me había dejado, aún quedaban kilómetros de tela infinita donde, sin lugar a duda, iba a poder bordar, miles y miles de recuerdos… los más lindos recuerdos de mi vida.