Criaturas

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NĂşmero 08

Literatura Junio 2015


“Vi subir del mar un monstruo que tenía siete cabezas y diez cuernos. En cada cuerno tenía una corona, y en las cabezas tenía nombres ofensivos contra Dios.” Apocalipsis 13

"Al final el fénix se había convertido en el típico monstruo de las películas de miedo que, da igual cuantas veces lo acribilles/apuñales/ incineres, regresa siempre más fuerte que nunca" El museo del perro Jonathan Carroll


G l o sa r i o n º 8

Un puñado de monstruos Págs. 4­5

Crónicas Solferinas Págs. 6­9

Puzzle de Poemas Págs. 10­19

El Tintero Lengua de Gato Relatos Págs. 20­33 Págs.34­35 Asombrosos Págs. 36­55

Perico Comix Págs. 30­33

Correo Electrónico duendeverdelit@hotmail.com


Duendeverde Vida en la charca


Leemos un libro y creamos un monstruo. Encendemos la pantalla y engendramos al monstruo. Nos sometemos a la voluntad de otro y alojamos a un monstruo. Decimos, todo

va

bien:

el

alimento

del

monstruo. Golpes en las manos y en los pies, el monstruo se manifiesta. Golpes propiciados por manos y por pies;

un

monstruo

se

divierte.

Altas horas de la noche y sin dormir, un monstruo piensa sobre el monstruo.


Identificar un monstruo corpóreo es una tarea que, al colindar con el límite de los sentidos, resulta parcialmente descifrable. Me dispongo a escribir en esta ocasión sobre otra clase de criaturas más escurridizas: entes intangibles, como pueden ser las palabras o las ideas que, deambulantes, acechan un interior en el que habitar; ¿qué es una idea sin huésped? o una palabra sin labios. Más allá del mundo de las superficies, manos invisibles moldean muchas de las formas que percibimos. Contaba aquella mosca la historia de la aeronave. Una mañana, durante mi habitual itinerario, me topé con un globo de cumpleaños. Cumpliendo con mi designio de mosca, le importuné con: ¿De quién es el aliento que guardas en tu interior? El globo, con color extrañado, me aseguró que el aire era suyo. Es posible que el globo sostuviese aquella ilusión hasta que el aire, escurridizo, decidiese abandonar su cuerpo de caucho.

Ágata


Duendeverde Samhain


Sangre de Monstruo La sangre de los muertos es de una tintura afín a los restos de un perro moribundo. Mixtura de druidas que se reflejan en el pozo y dan movimiento al péndulo. Hombres y mujeres que se preguntan si son reales o no aumentan considerablemente tu propia imagen. Puro desecho perceptivo. Caldo de cultivo de la mugre extraña que ensucia tus ojos. Orín desteñido del cosmos haciéndose pasar por sudor del Sturm und Drang ¿Un monstruo nace o se hace? Stevenson se hizo a si mismo un doble: M.R. Hyde; Mary Shelly creó a Frankesntein, Bram Stoker a Drácula. Literariamente, el autor juega a ser Dios, aunque esto no detenga tus abrasiones en rostro, tronco y sexo. El verdadero monstruo no necesita de tu agonía física y mental. El auténtico engendro habita en su inconsciente, acechando hasta que cierres los ojos de cansancio, quizás para llevarte a una cuna o arrojarte desde una altura considerable para que no vuelvas a mirarlo más. Los muertos no nos esperan, saben que vendremos. Por eso, se despreocupan en sus góndolas riendo con Caronte. En este momento no vengo a hablar de gárgolas malditas ni ciempiés humanos. Es mucho más interesante el reverso, las cartas muertas, puesto que la situación lo exige. Nada nace muerto sólo El Sol y las estrellas. La muerte es una estrella muerta hace eones que repite la mayor atrocidad: el nacimiento. Por lo tanto, el óvulo de mal cósmico se empeña en el error lógico. El médico y el filósofo sólo se encuentran cuando reconocen ambos que los procesos psíquicos inconscientes constituyen la expresión adecuada y perfectamente justificada de un hecho incontrovertible.


El médico no puede sino rechazar con un encogimiento de hombros la afirmación de que la conciencia es el carácter imprescindible de lo psíquico, o si su respeto a las manifestaciones de los filósofos es aún lo bastante fuerte, suponer que no tratan el mismo objeto ni ejercen la misma ciencia. Pero también una sola observación, comprensiva de la vida anímica de un neurótico, o un solo análisis onírico, tienen que imponerle la convicción indestructible de que los procesos intelectuales más complicados y correctos, a los que no es posible negar el nombre de procesos psíquicos, pueden desarrollarse sin intervención de la conciencia del individuo –Dijo Freud. Ayer, me hice dos cortes porque sabía que pensarías en mí. Al menos tu sangre, si es que la tienes, porque pareces una momia tatuada. Fui al hipermercado desquiciado, por hacer algo que olvidara mi condición y me encontré a mi mismo reflejado en un envase de carne de lata. Carne de lata Siempre quise matar a un hombre, pero no en esas circunstancias. La historia viene de largo y ese trauma de mi vida lo llamo escoria. No deseo intrigar con mi venganza; tan solo, explicar la historia para que alguien pueda identificarse con esa muerte circunstancial. ¡Hasta el atrezzo se caía, cuando lo apuñalaba! Todo lo que guardo es rencor hacia la escena, hacia esa obra, hacia ese público. Claro, les sacaban el cartel y aplaudían, carne pica y enlatada.

Daniel Artiles Rodríguez




"Cualquiera que la mirara, se convertiría Robert Graves

La tregua de tus cabellos oculta otras maneras de desnudar a Perseo… hubo un tiempo en el que todos quisieron amarte en la frialdad del templo, elíptica en contra de tu voluntad, olvidando tus orígenes… desnudez sin más. Es por eso que en la infinidad de tu murmullo, el oráculo de Atenea siembra su propia realidad soplando la ira de una diosa sobre tu hermética matriz. El sonido de un héroe retumba sobre tu serpenteante cabeza, se acerca con ojos cerrados e impulso aturdido, creyendo ser la última hora sin saber que eres tú, Medusa, quien ofrece la posibilidad de la duda. Aelita


Javier Pi単on

a en piedra"


El mundo ya no sabe rendirse al tiempo, atacará mientras dormimos. Cargará el café, editará prensa, cerrará estaciones para herirnos, dejará caer manzanas en la tierra y en la tierra tendrá su reino. Va a atacar a quienes vayan más despacio y a quienes se adelantan. Va a probar a moldear otra vez cada grano de arena, a interrumpir el sueño de todas las semillas en stand-by. Se está armando de repetición automática, de transmisores automáticos de su realidad, de agua de lluvia, de nieve, de sol, lentejas, billetes falsos de tren, bolígrafos de colores, de fábricas y de silencio. Es una vibración ajada que marca un ritmo caprichoso y sabe corregir sus movimientos, aprender de nuestros sueños golpe a golpe y sacrificar peones para hacer el viaje más ligero, posponer enamorarse y, así, envejecernos como al diablo.



Los dientes de los vientres que resonaban en la húmeda y pestilente prisión simbolizaban docenas de pétalos enredados en unos finos cabellos. Con desatado deseo veraniego, algún objeto enigmático, hermético, hostil que pesa en los brazos como toneladas de historia se recreaba escuchando siempre la misma pregunta impaciente. Desenredo ese encogimiento de hombros sediento. Seres de contorno indefinible, seres de fantasmales siluetas ausentes simbolizaban. Un cuerpo que podría estar muerto vacío se abstrae con embeleso. Careciendo de la castimonia de Penélope, una fuga de mujeres pálidas pequeña y oscura no se inmutó. Entre escupidores de fuego, sus palabras impudorosas comenzaban a apaciguarse. Como un oasis plácido donde reponerme de las fatigosas jornadas en el desierto de las tentaciones, me secuestra hacia sus dominios. Pasando las páginas del viejo libro con yemas de hielo, me abrigaba. Encuentro en tu voz convencida de su belleza su estentórea pesadilla. Escasas y borrosas sus caricias heladas azulaban la escena. Capaces aún de sorprenderse juramentos de amor eterno provocaban una voz inconclusa a la larga. Casi a ciegas, animados por tan esperanzador comienzo rescoldos de llama simbolizaban mis gestos dolientes. Miles de estrellas artificiales surcando la noche, millones de hombres y mujeres rezando en silencio a nuestro lado para ahuyentar sus miedos entrecerrados destilan con el desvanecer de una puesta de sol.



La aventura del cont Y los esclavos sentĂ­a TentĂĄculo Clavando alfileres a los Hombres Maderas astilladas y algĂşn s Era la noche Fotomontaje


tramaestre era absurda an la sacudida del barco os como ojos testĂ­culos del mar furioso s ahogados ser vivo vomitando agua salada e de El Kraken

Daniel Artiles RodrĂ­guez






Morirás e irás a los infiernos, y unos obispos feos y gordos te comerán por los pies. Un gran ídolo de oro, te sodomizará una y otra vez con su gran pene dorado, mientras te hace ver en un televisor, los mejores momentos de la casa de Gran hermano. Ah no, perdón; eso es el mundo real, el infierno al igual que el cielo, no existe.



Soy el monstruo de las 10.000 cabezas en una sala de espejos, escupiendo símbolos haciendo girar la rueda, pliegue sobre pliegue cabalgando un dragón hecho de cúrcuma y espliego

Mosquitos del astral beben el ámbar de tu pecho roto Benditas mujeres malditas que bordaron escorpiones en tu c en telares supragnósticos Los cascabeles de mis rizos harán reír a tu niñito monstruo

Me inclino sobre tus bordes visibles, venero tus perfiles y tu y siento el vértigo de lo que no has dicho (éxtasis) Conviértete en diamante o muere, he venido a devorarte: so Por lianas hechas de flagelos llegamos al jardín de los sende

Qliphoth o Sephiroth, voyant: 11, 19, 20, 32 En el árbol del tesoro la esfera cáustica repele a lo sublime desde la corona a los pies del mundo No dejo huella sobre la Tierra porque soy Ella La del alma monstruosa, con tormentas de amatistas en los siguiendo la pesquisa apreciativa Pero los átomos corren cegados de acuerdo al plan del cuer Margaritas caleidoscópicas en las lenguas de los niños crean una melodía electrónica y los monstruos bailan, monstrándose. La precondición de la magia es el reverso de la causalidad: hay en tus ojos un mundo que yo misma creé.


cuna

us manos

olo ves en mĂ­ lo que eres tĂş eros que se bifurcan

ojos

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Zelda


Frankenstein Mary Shelly Las alteraciones de la vida no son ni mucho menos tantas como las de los sentimientos humanos. Durante casi dos años había trabajado infatigablemente con el único propósito de infundir vida en un cuerpo inerte. Para ello me había privado de descanso y de salud. Lo había deseado con un fervor que sobrepasaba con mucho la moderación; pero ahora que lo había conseguido, la hermosura del sueño se desvanecía y la repugnancia y el horror me embargaban. Incapaz de soportar la visión del ser que había creado, salí precipitadamente de la estancia. Ya en mi dormitorio, paseé por la habitación sin lograr conciliar el sueño. Finalmente, el cansancio se impuso a mi agitación, y vestido me eché sobre la cama en el intento de encontrar algunos momentos de olvido. Mas fue en vano; pude dormir, pero tuve horribles pesadillas.

Te ha del tie el Ta hac gen perm enga hicie vivo al se la im imag adora grand una nadie el nom Aqu el nú hombr


Sentenciado a p con el retrato de su asar el resto de su vida am Y mientras lloraba ada que fue enterrada viva. sumido apareció su madre en la desesperación, Le dijo: "Si quiere en la habitación. Hace un día estupen s puedes salir a jugar. do, lo Vincent trató de hab puedes aprovechar." lar pero no pudo, los años de aislamie nto Así que cogió su plu lo volvieron casi mudo. ma y se puso a escr "Estoy poseído por ibir: esta casa, nunca vol veré a salir." Vincent (fragmento ) - Tim Burton

Después vi otro monst Tenía dos cuernos que ruo, que subía de la tierra. ablaba como un dragón parecían de cordero, pero . l primer monstruo, en suY tenía toda la autoridad erra y sus habitantes ad presencia, y hacía que la ora que había sido curado ran al primer monstruo, de su herida mortal. ambién hacía grandes cía caer fuego del cielo aseñales milagrosas. Hasta nte. Y por medio de la tierra, a la vista de la mitía hacer en presenciesas señales que se le añó a los habitantes de a del primer monstruo, eran una imagen de aqla tierra y les mandó que o a pesar de haber sido uel monstruo que seguía herido a filo de espada. egundo monstruo se le dio Y magen del primer monst el poder de dar vida a gen hablara e hiciera ma ruo, para que aquella asen. Además, hizo qu tar a todos los que no la des, ricos y pobres, librese a todos, pequeños y marca en la mano der y esclavos, les pusieran e podía comprar ni vend echa o en la frente. Y er, mbre del monstruo, o el si no tenía la marca o uí se verá la sabiduría; número de su nombre. úmero del monstruo, el que entienda, calcule qu re. Ese número es el seiscie es un número de entos sesenta y seis. El monstruo de la tierra - Apocalipsis

Guillaume Ge Lucifer

efs






Churrasco

Ingredientes: tillar) Carne de ternera (cos Adobo: extra Aceite de oliva virgen Vinagre Vino blanco Sal Perejil Ajo Pimentón Pimienta negra

a que chisporrotea, Ascuas siseantes, leñ l churrasco son las humo... la receta de mientras la grasa historias que surgen brasas. Historias chorrea sobre las struos. muchas veces, de mon

Receta de Ágata





Quedaban en los huertos abandonados que bordeaban las casas desperdigadas salpicando de gris y marrón el manto verde del valle. La hierba crecía alta y libre, ocultando los roces de las telas al anochecer. Era la hora en la que ella siempre aparecía, al caer el sol, y él la esperaba en el límite del bosque. Más allá discurría el pequeño río que cruzaba la campiña, pero a ella no le gustaba acercarse. Decía que no sabía nadar y que tenía miedo de caerse. Así que se resguardaban entre los matojos y helechos que casi ascendían más allá de sus piernas. Ni siquiera podría decir cuándo apareció por primera vez, solo recordaba haber levantado la cabeza del montón de troncos que había recopilado esa tarde para calentar el hogar y verla a pocos metros de distancia, caminando como si flotara entre las cortezas húmedas de los árboles. Se había quedado prendado en ese mismo instante y no solo por su belleza: los cabellos rubios le caían en bucles alrededor de la cara, enmarcando su rostro pequeño y redondeado, de una tez extremadamente pálida, que incitaba a acariciarla. La nariz pequeña, los pómulos sonrosados y los ojos verdes, que lo atrapaban de un modo que no sabría explicar. Y esos labios, rojos y carnosos, que él juraría haberlos visto moverse para pronunciar palabras que solo sonaron en su mente.


No debía de tener más de dieciséis años, pues todavía se atisbaban formas de niña bajo su cuerpo de mujer recién formado. Sin embargo, extendió los brazos hacia él y, como si tuviera la experiencia de tres vidas, buscó su boca para besarlo. Cuando recorrió su mandíbula se sintió mareado, y lo último que recordaba antes de caer en un letargo mareante que se extendió hasta la mañana siguiente fue un leve pinchazo en el cuello. Pocos días después empezó a sentirse fatigado. Reconocía que después de casi cincuenta años de existencia la pesadez del cuerpo pasaba factura, pero era algo que iba más allá del propio esfuerzo físico. Sus tareas se reducían a las labores del hogar, pues no dependía de familia ni trabajo. Él mismo se cuidaba de abastecerse con lo que recogía del campo y el trueque diurno en el centro del pueblo, donde conseguía legumbres, pescado y a veces hasta carne de ciervo. Su única dependencia consistía en ese intercambio matutino. Por lo demás, su vida era bastante tranquila. Pero ahí estaba el cansancio que no sabía de dónde procedía. Y aquella pequeña molestia en el cuello. Muy en el fondo de su mente sabía que lo que hacía no estaba bien. Ya era un viejo y él comprendía que los viejos no debían estar revolcándose con niñas, pero si nadie lo veía podía hacer como que no pasaba nada. Hasta que un día, pasó. Sus manos estaban recorriendo trabajosamente el corpiño de la chica antes de volver a sumirse en la modorra habitual y dejar de ser consciente de lo que sucedía a su alrededor. Las manos pequeñas y ágiles de ella ya viajaban con agilidad por su cuerpo y su lengua se deslizaba húmeda por detrás de su oreja. Entonces alguien, desde lo lejos, gritó un aviso ininteligible. Los dos se volvieron a la vez y vieron en la sombra a un par de figuras que se acercaban. La chica contrajo la boca en un gesto casi animal, como un felino a la defensiva, y profirió un bufido sordo que se prolongó durante unos segundos. Fue el momento en el que él se fijó en los caninos largos y puntiagudos que rozaban la carne roja de sus labios. Poco a poco, la chica empezó a caminar hacia atrás sin apartar la vista de la pareja que se acercaba, pero sus pies trastabillaron entre la maleza. Cuando se dio cuenta, fue demasiado tarde, y la pareja cayó primero sobre él y más tarde sobre la muchacha, que se retorcía como una lagartija intentando deshacerse de su presa.


Se trataba de los dos aldeanos que se dedicaban a cazar las bestias más salvajes de los alrededores. Las escopetas colgaban inertes a sus costados y una ristra de liebres se balanceaba a sus espaldas mientras los retenían. Él lloraba y lloraba, y pedía disculpas por haberla tocado, por haber saboreado su cuerpecito noche tras noche, pero le fallaban las fuerzas y fue arrastrado de manera inexorable junto a su compañera hasta la plaza del pueblo. La luna empezaba a brillar imponente sobre sus cabezas y pronto los pocos lugareños formaron un círculo alrededor suyo, murmurando palabras inconexas que rebotaban en los adoquines del suelo. Los cazadores continuaron con su férrea tarea mientras gritaban a la gente el pecado cometido. El cura de la parroquia se acercó en ese momento hasta la chica, que siseaba y lanzaba dentelladas al aire con los brazos inmovilizados tras de sí, y sacó un crucifijo de plata del tamaño de su mano, colocándolo enfrente de la muchacha. En ese momento diez voces salieron de su pequeño cuerpo con una fuerza insólita, gritando en lenguas que ninguno de los aldeanos había escuchado jamás. De repente, como si hubiera visto un fantasma, sus ojos se abrieron como dos grandes canicas verdes y su cara formó un gesto de sorpresa absoluta. Miraba fijamente al crucifijo que se acercaba despacio hacia su rostro y, cuando éste se posó en su frente, cayó de rodillas chillando como un monstruo. La gente se tapaba los oídos en un intento imposible por no escuchar aquellos horribles gritos. De los ojos de la chica brotaron lágrimas de sangre que recorrían sus mejillas hasta perderse por su cuello. Cuando el cura, impulsado por el deseo de terminar con aquel terrible espectáculo de chillidos, apartó la cruz de la su frente, cesaron los gritos. La marca clara del crucifijo quedó grabada en un rojo vivo sobre la piel de la chica, e incluso los bordes de la quemadura eran perceptibles en la penumbra. El leñador había cesado en sus intentos por soltarse y ayudarla, y ahora la observaba gimiendo como un niño que se ha cansado de llorar por capricho. Tuvo que ser testigo de cómo la colgaban entre cinco hombres en una improvisada cruz de madera. Le clavaron dagas de metal en las palmas de las manos y en los pies, y la colocaron en el centro de la plaza para que estuviese a la vista de todos. La dejarían morir de sed entre agonizantes sollozos y espasmos repentinos producidos por el rechazo a


aquellos símbolos a los que se veía obligada a permanecer unida y al sol que habría de levantarse dentro de unas horas. La sentencia del jurado popular para el leñador fue rápida y concisa: se le cortarían las manos. Él sabía que sin ellas también se iría su única herramienta para ganarse la vida, y actuó en consecuencia. Tras el dolor y la agonía que sufrió cuando le separaron los miembros, y al borde incluso del desmayo, consiguió arrastrase en dirección contraria a su casa, retrocediendo de nuevo a la plaza. Los primeros rayos del sol empezaban a apuntar en el horizonte. El tiempo pasaba más rápido cuando se vivía en la inconsciencia. Al llegar a la cruz reparó en lo poco de humanidad que quedaba en el rostro de la chica. Las profundas ojeras negras, las mejillas chupadas evidenciando unos pómulos anormalmente marcados, y los ojos inyectados en sangre le conferían el aspecto de una serpiente acorralada y llena de veneno, con aquella nueva cicatriz rosada en forma de cruz que presidía su amplia frente. Él se acercó a sus pies y no le hizo falta estirarse mucho para llegar a su altura. Vio sus colmillos más largos y afilados a la luz dorada del amanecer, y percibió el ansia en sus pupilas. Inclinó su cuello hacia su boca y se dejó llevar. Poco a poco, el dolor de los muñones fue disminuyendo. Se abandonó al dulce placer de la ponzoña y lo último que vio antes de morir fue la mano derecha de la chica soltándose con furia de su presa de metal y madera. Cuando los primeros aldeanos llegaron a la plaza se encontraron con un reguero de sangre que iba desde las dependencias del ayuntamiento hasta la cruz medio caída del centro. A sus pies, el cuerpo manco del leñador tumbado en una postura imposible, con la cabeza girada hacia un ángulo anormal y el cuello desgarrado a la altura de la yugular. Desde su cuerpo hacia las primeras casas que se perdían en la carretera principal, pequeñas pisadas de sangre iban perdiendo intensidad hasta desaparecer por completo.


Nunca supe lo de aquella gitana y su maleficio hasta hoy. Tampoco es algo que lo tenga del todo claro, sólo pude imaginarlo a partir de aquella nota. La nota que dejó mi padre esta mañana sobre la mesa del comedor. Me había despertado debido al humo que subía desde la planta baja, donde se alojaba la cabeza de mi padre ardiendo en la chimenea. Alguien entró por la ventana, rápidamente, arremetiendo contra mi cabeza la tostadora, dejándome en estado de shock. Ahora estoy en una isla remota, sufriendo, comiéndome a la fauna local. Cuando vinimos en jet marítimo éramos tres, sin contar con la urna de cenizas. Es decir, Mi mujer, un amigo y yo que, temblando, releía aquella nota. Hasta que ardió entre mis dedos y comencé a mutar. Dios desdijo lo que nunca hizo. El rastro de lo oscuro se rompió en pedazos; la ceniza obstruyó mis ojos, mis bronquios y arrastró mi alma a un fonógrafo donde sonaba algo de The Cramps: “I Was A Teenage Werewolf”. Nada de ello ocurrió, quizá atravesara un agujero gusano. Estuviera enganchado a una máquina como Johnny cogió su fusil1 y estuviera comunicando mi situación parpadeando. La bruja gitana despegó mi cabeza del fango, invitándome a un baile. La muy puerca sabía que estaba entre la vida y la muerte, entre la locura y la mierda. Por eso, me dejé llevar y besé su boca de perra muerta. Por la misma razón, me entregué a la luna llorando, al observar el cambio horripilante de mi cuerpo.

Satan eut ses prêtres : ce furent les sorciers. Il eut surtout ses prêtresses : les sorcières ; et c'est encore par une conséquence de la plus implacable logique que, les hommes étant seuls admis au service du Seigneur, les femmes, qui en étaient exclues, allèrent en plus grand nombre vers son rival obscur, qui les accueillait de préférence. On a dit qu'il y avait mille sorcières pour un sorcier ; c'est là une exagération manifeste, mais il est certain que la proportion des femmes, dans la foule qui se pressait à l'adoration du Bouc, l'emportait beaucoup sur celle des hommes2. Daniel Artiles Rodríguez


Johnny got his gun/Dalton Trumbo, 1971. 2 Satán tuvo sus sacerdotes, que fueron los brujos. Y el rey de los infiernos también tuvo sus sacerdotisas, que fueron las brujas. Pero como consecuencia que solamente los hombres eran admitidos en el servicio del Señor, las mujeres, excluidas del mismo, se sintieron más atraídas hacia su rival oscuro, que terminó acogiéndolas preferentemente y en mayor número. Incluso llegó a decirse que había mil brujas por cada brujo; con toda claridad esta afirmación constituía una exageración manifiesta, pero seguramente la proporción de las mujeres, en la muchedumbre que se afanaba en la adoración del Macho cabrío, superaba en mucho a la de los hombres. / Claude Seignoile/511 D.C. 1


Lee Jeffries


-Hoy empezarás tú, Sara. ¿Si?, ¿Sara? Sara todavía no era capaz de mirar a nadie directamente a los ojos por mas de dos recuerdos. Recuerdos que la secuestraban y se la llevaban a tiempos que pretendiendo olvidar, no hacían si no, arraigarse mas a su rutina. Le temblaba la voz y hasta el alma, aun sin levantar la vista del suelo. "En realidad yo no debería estar aquí. Lo mío no es tan grave. El y yo solo tuvimos una discusión muy fuerte y eso fue todo. A veces me pongo muy pesada. Nos queremos mucho y claro que tenemos problemas, pero intentamos solucionarlos. Yo tengo que cambiar. Cuando llega del trabajo yo lo agobio con mis tonterías porque no le he visto en todo el día y no lo dejo tranquilo y él tiene razón. El no me cuenta sus problemas pero yo siempre le cuento todo. No sé... quizá lo cogí por costumbre porque al principio no lo hacía con tanta frecuencia pero después empezó a preguntármelo todo y me acostumbré a contarle todo lo que hacía, ya sabéis, para ahorrarnos los "¿Y por qué no me lo contaste?", "Es que nunca me cuentas las cosas" y esos enfados tontos del principio. Al principio iba todo genial. Me llamaba a todas horas, venía a verme continuamente. Estaba siempre muy pendiente de mi y se preocupaba de que las amigas que tenía fuesen buena gente y que no fuesen una mala influencia para mí... vamos, mis amigas de toda la vida. Pero con el tiempo yo fui estropeándolo todo, porque permití que pasasen cosas. Mi madre y yo siempre habíamos estado muy unidas y ella era mi principal confidente y se que a ella, él no le gustaba. Decía que no le gustaba su actitud, que no se fiaba de él. Pero ella no le conocía para decir esas cosas. El era muy amable y delicado conmigo. Por aquel entonces salíamos casi siempre con sus amigos.


A mi no me gustaban demasiado pero los respeté porque se que eran los únicos que él tenía, aunque a veces, cuando tomaba alguna cerveza de más, se ponía a flirtear con alguna chica que había por allí. Yo se que lo hacía por ponerme celosa, pero después hacía cosas que nunca llegué a entender, porque cuando le pedía algun tipo de explicación, siempre decía que era por mi culpa, que como no le hacia caso, necesitaba que alguien se lo hiciera. La verdad, lo desatendía un poco y era normal que se fuese a sentirse admirado por otras. Claro que teníamos discusiones, ¿Quién no las tiene? Al final, nos cogimos un piso en el centro y me fui de casa porque mi madre empezó a intentar separarnos. Siempre se ponía muy pesada con que no me convenía y que abriera los ojos pero... yo no tengo nada que abrir. El me quiere. Yo se que me quiere, pero nadie entiende lo que digo porque nadie le conoce como le conozco yo. Dejé el instituto porque en mi clase había un compañero con el que me llevaba muy bien y un día... bueno, él es muy celoso y estaba enfadado por cosas del trabajo y vino a buscarme y... uff... yo estaba hablando con mi compañero y cuando llegó a recogerme, no le pareció nada bien. Creía que me iba a ir con el primero que pasase y con cualquiera de mis amigos, así que para intentar evitar que lo pasase mal, intenté mantener bastante distancia entre mis amigos y yo, para que no se sintiese mal. Y para ahorrarnos discusiones tontas. Al final conseguí que ni me saludasen... y menos mal, porque acababa pareciéndole fatal que me saludase cualquier chico. Pero supongo que cada uno protege lo suyo... ¿no? Cuando dejé el instituto, me ocupaba bastante mas de la casa, porque tenía todo el tiempo del mundo para hacer de todo, aunque como mis amigas solo podían quedar por la tarde, no las veía mucho porque se enfadaba si no estaba en casa cuando llegara de trabajar. Encontré trabajo en un supermercado, bastante cerca de casa y venia a recogerme igual, pese a que estaba a escasos metros de casa.


Recuerdo que esa fue una etapa bastante complicada porque me llamaba a todas horas y yo no podía coger sus llamadas, porque nos obligaban a dejar los móviles en las taquillas. Cuando venía a recogerme, siempre aparecía de mal humor, pero luego todo mejoró cuando me quedé embarazada del niño. Nos hizo mucha ilusión y la verdad es que echaba bastante de menos a mi madre. Iba a visitarla, así como un poco a escondidas, porque yo necesitaba compartir todo aquello con mi madre, pero a él no le iba a gustar. Al final, ella volvió con lo mismo de siempre, que volviese a casa cuando quisiese y con el niño también. Un día nos encontró paseando y se enfadó tanto, que nunca volví a llamar a mi madre. Él me hizo escoger entre ella o él. Yo no quería que me dejara. Íbamos a ser padres y no quería que me dejase. Como me controlaba la factura del teléfono, mi madre me llamaba con número oculto y teníamos una palabra clave para que ella supiese que podía hablar tranquila. Siempre pensé que todo aquello no hubiera sido necesario si mi madre, desde un principio no nos hubiese intentado separar, pero bueno, eso ya pasó hace mucho. Luego vino una mala época, porque yo empece a engordar, a sentirme muy cansada, sobre todo en los dos meses anteriores a dar a luz y ya no podía hacer todo lo que hacia antes y aún menos sin cansarme. Luego nació el niño y nadie vino a vernos. Mis amigas y yo apenas teníamos trato, pero a ellas tampoco les gustaba él y tuve que escoger, como siempre. Aun así, con todas las elecciones que hice, para él nunca fueron suficientes. Al principio se volcaba mucho en nosotros y me ayudaba con el niño pero después supongo que la paternidad se le hizo grande y necesitaba despejarse con sus amigos con mas frecuencia. Además yo estaba en casa todo el día y no tenia trabajo, así que me ocupaba del niño, de la casa, de la compra, de planchar, de llevar al niño al médico...


Yo había engordado y el niño había crecido y necesitábamos comprar ropa nueva ademas de algún calzado, pero yo no tenia trabajo y él, últimamente se pasaba demasiado tiempo de cañas con sus amigos. Empezamos a pasarlo mal económicamente y recurrí a la única persona que seguía llamándome a escondidas, pero aquello no duró mucho porque él apenas me daba dinero para la compra y el alquiler, así que ¿De dónde sacaba yo el dinero para comprarme un par de tenis nuevos o unos vaqueros? Últimamente solo había dinero para él y sus caprichos. No se, no todo era culpa de él. No fui capaz de entender que el necesitaba que yo lo apoyase en todo y estar siempre dispuesta a... bueno, no quiero entrar en detalles pero... claro, el llegaba muy tarde apestando a cerveza y yo estaba cansada porque el niño estaba enfermo... y le dije que no... y bueno, al final cogí la costumbre más cómoda. Le decía a todo que si, para no discutir, para que no despertase al niño, para tener un día tranquilo... si, es cierto que algunas veces estuve a punto de marcharme, pero tenía miedo de que se quedase con el niño porque yo no tenía trabajo, hasta que al final decidí que era hora de volver a trabajar y poder mantenernos el niño y yo, sin necesitar nada de él. Al final ninguno llegó a durarme porque él no me lo ponía nada fácil. Me espiaba, me controlaba, me contaba el tiempo. Mi vida se basaba en ir de casa al trabajo y del trabajo a casa. Sin amigos y sin familia... estaba sola con el niño. La culpa de todo esto, la tengo yo que no sé cuidar de mi marido y conseguir ser la persona que el quiere que sea. La mas ama de casa, la mejor madre, la mejor esposa. Al final me cansé y me limité a hacer todo lo que el quisiera sin importarme el qué. todos mis trabajos me los echaba a perder, con escenas o haciendo lo imposible por impedirme ir a trabajar. Así que empecé a subsistir por detrás de él. Hasta el día en que me echó de casa, porque era su casa, que la pagaba él y se quedó con nuestro hijo.


Sin dinero, sin teléfono y sin tener a donde ir, caminé durante una hora en plena noche, hasta llegar a la puerta de la casa que nunca debí abandonar. Ésta vez la puerta no la abrió mi madre, sino mi padre. Fué él, el que fué a buscar al niño a su casa y traerlo de vuelta con su madre, quién le plantó cara, quien dijo 'basta ya'. El que vino conmigo a poner una denuncia y por el que hoy estoy aquí. Pero todo ésto, no tiene nada que ver con vuestras historias. El nunca me pondría la mano encima... el no es ningún monstruo." -No es un monstruo. Es todavía peor. De una pesadilla se despierta y ya ha pasado todo. Pero ¿Y cuando vives en ella?

Lee Jeffries







Nota al Lector: ¿Habitante de submundos? ¿Fotógrafo de lo insólito? ¿Planeador de letras? Duendeverde cultiva entes en peligro de extinción. Artífice desconocido, ponte en contacto con este Duende en: duendeverdelit@hotmail.com ó www.duendeverdelit.wix.com/duende para morar en el minimundo verde. A los que ya habitais en estas páginas, ¡Buenas, invernales tardes solares! .



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