El Taller, la crónica de la Tadeo n°12

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{la crónica de la Tadeo} Universidad Jorge Tadeo Lozano Programa de Comunicación Social – Periodismo

edición#

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UNIVERSIDAD JORGE TADEO LOZANO Carrera 4 No. 22 – 61Módulo 7, Oficina 703 Teléfono: 2427030 – Ext. 1630 / 1636 comunicacion.social@utadeo.edu.co Director Departamento de Comunicación y Cinematografía: Augusto Ventín Directora Programa de Comunicación Social - Periodismo: Vera Schütz Cuerpo Docente:

EL TALLER- la crónica de la tadeo Revista de los estudiantes del Programa de Comunicación Social – Periodismo Departamento de Comunicación y Cinematografía Facultad de Ciencias Sociales

Raúl Acosta, Andrés Barrios, Consuelo Fajardo, Juan Carlos Córdoba, Alejandro Ángel y Nelson Nieto. Dirección: Óscar Durán Edición: Daisy Ávila Dirección de arte y diseño editorial: Carlos Francisco Pabón Diseño editorial: Laura Martínez, Juan David Muñoz Textos y Fotografías: Jorge Llanos, Carolina Covelli, Juliana Reyes, Elizabeth Martínez, Carolina López y María Paula Chamorro.// Estudiantes de la asignatura de Redacción de Prensa II.

Impresión: Edición N° 12 ISSN: 2248-5511 Bogotá – Enero de 2016



Contenido crónica # 1

Domingo sangriento

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crónica # 2

La soledad del fotógrafo

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crónica # 3

Que el olvido no pese más que un alma viva

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crónica # 4

El aroma de las mañana

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crónica # 5

¿Cuáles son tus limites?

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crónica # 6

El diagnóstico de vivir

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cr贸nica # 1


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Fotografías por: Carolina Covelli Daniel Camargo Leonardo Ariza

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Domingo sangriento Por {Carolina Covelli}

“WIPE THE TEARS FROM YOUR EYES, WIPE YOUR TEARS AWAY” ¿Cuándo fue que comenzó? ¿En qué momento se volvió tan difícil levantarme de la cama un domingo? no lo sé, pero no siempre fue de esa manera. Solía esperar este día con ansias, después de todo era el momento en que pasaba más tiempo con mi familia, pero de eso hace ya mucho tiempo, cuánto, no lo recuerdo, el tiempo ha pasado y mi memoria prefirió dejarlo atrás. Si tan solo no hubiese tanto silencio, si el rumor de pasos o el crujir del desayuno cosiéndose en un sartén inundaran mis oídos, me ayudarían a despertar, a volver a ser quien era, a revivir esas ganas de comerme el mundo cada mañana. He vuelto a quedarme dormida, deben ser más de las once, los rayos de sol atraviesan mi cortina. Necesito comer algo, no siento hambre pero la razón me dice que enfermaré si no voy a la cocina y busco algo que sacie la necesidad de darle energía a mi cuerpo, porque mi mente y mi ser poco o nada les importa, para ellos dormir es suficiente para escapar de la realidad. Bogotá es una ciudad fría, los días pasan entre el humo de exhostos de los buses y el bullicio de la gente que se apresura en llegar a su destino por lo que no hay mucho tiempo de pensar en la soledad. Pero los domingos son diferentes, es como si todo te dijera que debes estar acompañado, incluso la radio que pensé emplear como fiel compañera de cada séptimo día, pero sus locutores han decidió arbitrariamente no seguir el acuerdo, pues no encantan mis oídos, ni engañan a mi mente para que esta no sienta la cama vacía, no se fije en el plato, el tenedor, el vaso que sobran y la falta de un idilio con el calor de otro ser humano bajo las

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La depresión se expresa a través de continuas ideas negativas que derivan en el pensamiento de desesperanza, quien la padece puede encontrarse ante un cielo despejado y el sol más radiante pero ante sus ojos nada de ello le brindará alegría.

sábanas.Eso enerva mi ser y me lleva a maldecir una y otra vez y le pregunto a quienes me hablan sin conocerme detrás de los micrófonos: ¿es qué no pueden pensar en aquellos que no podemos tener un domingo en familia, en los que despertamos solos en la cama cada mañana, o para quienes el silencio es nuestra única compañía y la sombra que proyecta nuestro propio cuerpo es lo más cercano a otro ser? Algunos dirían que la soledad es llevadera, pero cuándo aprendes a que sea parte de ti, a vivir sin sentir cada domingo, a no dejar que tu corazón se desgarre y sientas cómo tus vísceras hierven de desesperación implorando que sea lunes, para obligarte a seguir vivo, a continuar la monotonía, esa que desde que llegué a Bogotá, pues provengo de una ciudad pequeña, ha hecho parte det mi día a día.Dejé todo atrás por lograr mi sueños pero el camino no ha sido fácil, pues con sangre y dolor he conocido la realidad de una ciudad en la que cada quien es un universo apartado de los demás. Una ciudad que no duerme y me ha convertido en una vida más que transita por sus calles, y desaparece tenuemente entre la multitud que sin pensar va a trabajar por unos cuentos pesos con qué comprar una vida que no termina de pagar. Sin embargo no puedo decir que todo sea malo, es un lugar donde siempre hay cosas qué hacer tan solo es diferente, muy diferente.

“BROKEN BOTTLES UNDER CHILDREN’S FEET, BODIES STREWN ACROSS THE DEAD END STREET” Hoy decidí que sería un día distinto, no me quedaré en la cama, así que me levantaré temprano e iré a ciclo vía. Leí en internet que el ejercicio puede ayudar a mejorar el ánimo. Tomo mi desayuno, alisto los patines y salgo emocionada a la carrera Séptima para comenzar mi viaje. No es tan divertido como esperaba, el pavimento tiene muchos defectos y las ruedas de mis patines se enredan constantemente casi haciéndome caer,


hay muchas personas pero la mayoría están acompañados de su familia, pareja o amigos. Por alguna razón no he sido capaz de establecer relaciones duraderas, desde que llegué a esta ciudad solía pensar que era algo circunstancial pero en lugar de mejorar ha venido empeorando. Mi familia es católica pero yo nunca me he sentido cómoda en las iglesias, aun así creo que podría ayudarme un poco por lo que pienso entrar a la primera que me encuentre en mi trayecto. Hay una linda parroquia sobre la Séptima llegando a la 26, es pequeña pero tiene un jardín hermoso y se ve acogedora. Por suerte se encuentra vacía, es un lugar tranquilo, sereno, y por alguna razón proyecta una aura de seguridad. Casi había decidido sentarme a orar cuando el párroco se acercó. - ¿Se te ofrece algo mi niña? ¿En qué puedo ayudarte? ¿Cómo podría decirle que busco una excusa, una razón, un motivo que le dé sentido a mi vida? Parece un hombre amable pero es muy mayor, seguramente va a decirme que no me preocupe que Dios se encargará de todo pero debo tener fe. - Tan solo estaba contemplado el lugar, no se preocupe por mí- Le mostré la mejor sonrisa que pude imitar y salí rápidamente de allí De cierta forma me gustaría encontrar algo que me ayudara a entender por qué me siento de esta manera, algo que me dijera que hay más allá. Recuerdo que hace tiempo hablé con una chica que intentó suicidarse, no recuerdo su nombre pero no he olvidado su historia, pues me sorprendió lo joven que era y como contrario a lo que a veces se piensa no provenía de una familia maltratadora o ausente, sino que como en mi caso, su familia la amaba y siempre le había dado todo lo que necesitaba. De las muchas cosas que me dijo en esa ocasión, pues mantuvimos una charla de casi una hora, recuerdo que me confesó haber intentado acercarse a la religión pues sentía que necesitaba encontrar algo que le permitiera “trascender”. Mucho he pensado en sus palabras e investigando teorías sobre las necesidades humanas (pirámide de Malow) encontré que la necesidad de trascendencia es inherente al ser humano que en su enorme ego desea dejar huella de su paso por el mundo.

“HOW LONG MUST WE SING THIS SONG, HOW LONG” Creo haber encontrado la respuesta que buscaba, la razón de mi desasosiego, se trata de un sentir que está siempre latente esperando el momento oportuno para hacer su aparición y recordarme que sin importar lo que yo haga sigue viviendo. Un sentimiento, sí, pero uno cuyo origen no puedo dilucidar, pues no existe en mi memoria un momento en que no estuviese presente, uno cuya falta de causa, hace de su comprensión un acto a lo sumo imposible. La palabra que mejor describe ese sentimiento es “Ausencia” pero aun así es inexacta, pues su mención deriva inequívocamente en el cuestionamiento ¿De qué? Y es ahí donde la razón sufre un colapso, pues en este caso no existe una respuesta. Esta se presenta en forma de velo semitransparente que se posa sobre mí en cuanto bajo la guardia, permitiéndome ver a través, pero distanciándome de todo cuanto me rodea. En ocasiones su presencia se asemeja al vértigo que produce saltar desde una gran altura, en otras al cosquilleo nervioso que algunos llaman “mariposas” y que suele preceder al encuentro con un ser amado. Aparece en diferentes circunstancias, con distintos matices y nunca dura el mismo periodo de tiempo, el único factor común es la ausencia de un motivo, la imposibilidad lógica de encontrar una

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El rosto de un suicida refleja desesperanza según afirma la psicóloga Carolina Barbosa ya que no cuentan con motivaciones o pasiones que impulsen el interés por la vida


En la etapa 3 del desarrollo suicida la persona comienza a contemplar posibles escenarios para llevar a cabo su acto de muerte, en este punto aĂşn existe una alta posibilidad de retorno si se acude a un profesional.

Cuando el suicida ha tomado la determinaciĂłn de acabar con su vida, no importa cuĂĄntas posibilidades tenga a su alrededor, noserĂĄ capaz de ver ninguna salida diferente a la muerte.

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EL TALLER- Domingo sangriento

justificación y ante la certeza de no poder explicarla opté por convertir a esta infundada pero recurrente “Ausencia” en mi más íntima y secreta compañera. En estos años de continua convivencia estoy convencida de que se ha hecho más fuerte, ya es capaz de paralizarme cuando alguna situación me produce temor y tarda cada vez más tiempo en desaparecer. Es como si poco a poco a medida que pasan los años y mis pasiones desaparecen (esta es otra consecuencia de su existencia) los matices del mundo se volvieran grises y temo que en algún momento se tornen completamente negros. He comenzado a notar que ya no pienso a futuro, mis pensamientos se centran cada vez más en el hastío del hoy y la añoranza del ayer, me he encontrado pensando distraídamente si esa viga podría sostener mi peso, si la altura de aquella terraza sería suficiente . Pero no son más que pensamientos, formas de distraer mi angustiada mente, sería incapaz de hacerle eso a mi familia además debe ser muy doloroso. Estoy plenamente convencida de que muchas personas experimentan este sentimiento, pero como yo deciden callar temiendo ser juzgadas. Un día dejaremos de temerle y hablaremos de su existencia con la misma libertad con la que hablamos de un dolor de muelas. Mientras eso sucede, seguiré caminando, pasando entre la gente con prisa, preguntándome cuántos de ellos sentirán lo mismo y regocijándome en la certeza de saberme comprendida.

“SUNDAY, BLOODY SUNDAY…AND THE BATTLE’S JUST BEGUN” ¡Quién demonios es! ¡¿Qué hace alguien tocando mi puerta un viernes a las 6 de la mañana?! Por la mirilla de la puerta veo a dos hombres con uniforme pero no entiendo qué sucede. -¿Qué quieren?- gritó a través de la puerta cerrada - Somos técnicos de CODENSA señorita, venimos a realizar el corte del servicio de la luz por falta de pago. ¡Lo que faltaba! como si no tuviera suficiente ahora ni luz voy a tener. Decidí volver a meterme a la cama, no hay ninguna razón para que salga de aquí la universidad puede esperar al fin y al cabo ni siquiera me gusta esa carrera y sé que no voy a encontrar un buen empleo cuando me gradúe. Abro los ojos nuevamente y deben ser pasadas las cinco de la tarde, he dormido casi todo el fin de semana, como no hay luz mi teléfono está apagado y no tengo ningún reloj pero la poca luminiscencia que atraviesa la cortina me indica que se acaba la tarde. Tal vez mi madre llamó pero no tengo deseos de hablar con ella, pues cada vez me insiste en que no debo estar triste, que lo que siento es normal en las personas jóvenes y que una persona que lo tiene todo no posee motivos para deprimirse. Como si no lo supiera, por eso dejé de hablarle hace tiempo de lo que me pasa y me limito a responder sus preguntas. Busco una vela y me dirijo al baño a darme una ducha, el agua tibia en ocasiones logra reconfortarme pero hoy no consigue más que empeorar las cosas. ¿Para qué sigo haciendo esto? ¿Hay acaso algo o alguien que requiera de mi presencia? He leído muchos libros y escuchado gran variedad de canciones sobre la muerte en los últimos meses “Las penas del joven Werthen” y “Glumy Sunday” especialmente se han convertido en mis compañeros pues siento que


quienes escribieron esas líneas o versos son los únicos que realmente me comprenden pero eso no es suficiente para apaciguar mi mente. Al intentar sacar una toalla limpia del gabinete encontré el viejo botiquín que mi hermana preparó en caso de emergencia, como no quería gastar mucho dinero utilizó algunos medicamentos de mi madre, Acetaminofen, Buscapina, ibuprofeno, paracetamol y un somnífero llamado Zolpidem. Me sorprendió encontrar este último pues en muchos de los blogs y artículos de suicidio que leí mencionaban su efectividad, pero es difícil de conseguir pues requiere receta médica. Interpreté ese hallazgo como cosa del destino,había encontrado una solución rápida, limpia y efectiva a mis problemas ¿Qué es lo peor que podría pasar? Como es un somnífero seguro me quedaré dormida y no volveré a despertarme. Parecía una solución tan perfecta que incluso me sentí alegre ¿Cuántas deberé tomar? En internet dice que la dosis recomendada es una antes de dormir, por lo que con cinco debería tener suficiente. Comienzo a sentir que mis ojos se cierran y mi mente trabaja más lento, pienso que debería dejar un mensaje de despedida a mi familia pero mi cuerpo se queda sin fuerza y solo soy capaz

La unidad de salud mental del Hospital Departamental del Meta acoge a más de 200 suicidas en el año, allí se les brinda terapia psicológica y soporte psiquiátrico para tratar de evitar una reincidencia.

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Dos de los suicidas entrevistados en esta crónica describieron la sensación como “neblina que se posa sobre el paisaje”.


de enviar un mensaje para mi hermana disculpándome y diciéndole adiós. Antes de caer en la oscuridad de la inconciencia pienso que dejé muchas cosas pendientes, no terminé mi carrera ni salí con aquel gracioso chico que me invito a ir por un café, pero ya no importa, nada más importa.

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“AND IT’S TRUE WE ARE IMMUNE, WHEN FACT IS FICTION AND TV REALITY AND TODAY THE MILLIONS CRY WE EAT AND DRINK WHILE TOMORROW THEY DIE” Lo primero que noto al abrir la puerta del consultorio es la intensidad de la luz que entra por la ventana, los rayos de sol se cuelan a través de una delicada cortina e inundan cada rincón de la blanca estancia. Esperaba encontrar una silla reclinada como las que se ven en las películas donde el protagonista se acuesta a contarle sus problemas al terapeuta, pero en lugar de eso hay un escritorio con sillas de oficina. Ella se levanta y me sorprende la serenidad de su rostro que me sonríe con afecto y con un gesto me indica que me siente. Me siento intranquila, no sé por dónde empezar, pienso que va a reprocharme por lo que hice ¿Cómo le explicas a otra persona que perdiste toda esperanza? Y encima ni quitarte la vida puedes porque tu familia te detiene. ¡Qué rollo! -Parece que debemos encontrarte una pasión querida, lo que hiciste es complejo pero no permitas que marque tu vida, te ayudaré a aprender de la experiencia y si pones de tu parte pronto alejaremos de ti esa tristeza. -¿Usted cree que aún es posible? he leído que cuando una persona lo intenta ya no hay marcha atrás- No me atrevo a decirlo en voz alta pues no quiero preocupar a mi familia, pero en mi investigación encontré que el 90% de quienes intentan suicidarse vuelven a hacerlo. Esta mujer es extraña pero de cierta forma me inspira confianza, con su cabello corto y copete ochentero, con su mirada penetrante que parece analizar cada movimiento, cada palabra. -¡Por supuesto! Déjame decirte que uno puede cambiar hasta el último día de su vida. Yo hago desarrollo de habilidades en personas adultas y puedo asegurarte que es posible. Es probable que esta mujer me mienta solo para tratar de convencerme de no volver a intentarlo, ese último mensaje fue mi perdición al parecer mi hermana que ya sospechaba algo, llamó de inmediato a una vecina y con el portero del edificio tumbaron la puerta para llevarme al hospital. A raíz de ese incidente, mamá me obligó a ingresar a terapia y por eso estoy aquí. Sé que no podré intentarlo en mucho tiempo pues me vigilan día y noche, de todas formas no tengo afán. Despertarme en el hospital fue muy desconcertante pero las palabras de esta psicóloga de mirada amable resuenan en mi mente ¿y si aún tengo una oportunidad para arreglar las cosas? ¿Y si esa persona puede ayudarme? ¿No sería encantador volver a sentir que soy feliz, que vuelvo a sonreír? Realmente no sé qué pueda suceder pero creo que quiero intentar ver qué pasa, después de todo estando vivo se tienen múltiples posibilidades, pero la muerte no ofrece más que una sola.


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Los terapeutas se encargan de plantar en el paciente una “Semilla de esperanzaâ€?, pero de ellos dependerĂĄ si esta prospera o muere.


cr贸nica # 2


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Fotografías por:

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Jorge Llanos Archivo personal

La soledad del fotógrafo Por {Jorge Alejandro Llanos}

Crecer es morir un poco, morir es nacer de nuevo, librarse de la cáscara y dejar brotar el espíritu, un desdoblamiento frente a la carne y el hueso, los tendones añejos y el cabello canoso. Las manos se van achacando, las rodillas duelen, el corazón es débil. El miércoles 17 de diciembre del 2014 una llamada a las once y pico de la noche turbó el silencio en la casa de Luis de Jesús Rojas Villamil. Su hija Nidya Alexandra, su esposo y sus hijos se encontraban celebrando el cumpleaños del menor de los nietos de Don Luis cuando una llamada los dejó quietos; una persona, que decía ser amiga del señor Rojas, les comunicaba que hacía poco la habían llamado para contarle que don Luis se encontraba en la Clínica de Occidente. No existían más datos ¿Le había pasado algo? ¿Estaba bien? Nadie lo sabía, lo único cierto era que se encontraba en aquella clínica y que era de vital importancia que los familiares se presentaran lo más pronto posible. Aquella noche, recuerda Nidya Alexandra, lo encontró acostado en la camilla de una sala del hospital. Apenas parecía muerto, como si estuviera dormido me dice. No llevaba en su cuerpo el peso de la muerte, ni siquiera el golpe de la parca, más bien un estado manso

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dominaba su carne, y Nidya Alexandra, viéndolo allí tan abandonado, no pudo contenerse y fue abrazada por una de las enfermeras que se encontraban allí. El diagnóstico fue claro: un infarto al corazón. …

EL TALLER- La soledad del fotógrafo

El espíritu busca abrirse paso, y el corazón detenido es la puerta de salida. Luis se fugó ya cansado de vivir, porque hasta la vida misma llega a cansar a ratos. Una vida turbulenta, envuelta en un sagrado corazón de Jesús. El 25 de junio de 1928, en un pequeño pueblo llamado Pachavita, un lugar que perfectamente podría ser el Macondo boyacense, nació Luis de Jesús Rojas Villamil. Él, el mayor de seis hermanos, comenzó sus días como campesino en una de aquellas miles de fincas que se riegan a lo largo del país. Él era como nuestro papá, me comenta doña Amparo, hermana menor de don Luis. Él fue el que nos sacó adelante, fue el último en irse de la finca después de que todos ya pudimos irnos del campo, comenta con voz apagada, la voz de una pequeña mujer que en su vejez se encoje y desaparece, como un uróboro vestido de lana. Es que Luisito era el que llegaba a descargar las mulas con mi papá, y eso era terrible porque a veces llegaba borracho a pegarle a mi mamá y teníamos que quedarnos calladitos, pero Luis iba y descargaba las mulas y se quedaba trabajando, me dice David Rojas, uno de los hermanos de Don Luis. Para una familia criada en el campo, en pleno siglo XX, hijos de sobrevivientes de una guerra civil inacabada y participantes de una época que apenas comenzaba a madurar, el hijo mayor significaba el apoyo más grande. Es por esto que el rostro de don Luis puede ser identificado fácilmente en nuestro contexto colombiano, porque es el mismo de los muchos campesinos que se hicieron a sí mismos desde el barro, surgiendo del campo y migrando a la ciudad.

Dejar que el cuerpo abone la tierra, que el polvo hecho carne regrese a su seno, y que las partículas de universo que conformaban su rostro vuelvan de nuevo al espacio del que alguna vez partieron. Todo muta y se transforma, se vuelve carne y a la vez tierra, océano y arena, contracción y reposo. Dejarme volar libre, permitirme fotografiar el arcoíris y las flores, los riachuelos opacos y la luz gris de los atardeceres. Arrastrarme dentro de la tierra entre raíces y tallos, ser yuca, papa, tubérculo, gusano. Sentir el frío del barro húmedo mojarme la piel y la lluvia cayendo en rocío de domingo. Don Luis llegó a Tunja un 12 de octubre de 1948, con 20 años en sus hombros, como él mismo me contaría unos meses antes de su muerte. Ya desde su juventud su piel era oscura, como la de los antiguos indígenas de la zona, con lunares en los brazos y el cabello peinado siempre. Yo cuando vi el proceso venía el acetato en vidrio, eso era un problema revelarlo pero bueno, ahí se hacía, ya después de año y medio fue que empezó a llegar el negativo, ya lo cargaba uno en chasis me dijo enfático en aquel entonces, con las manos firmes acordes a sus palabras, observando el suelo para tratar de acordarse. Los primeros fotógrafos eso era un misterio el verraco, eso se revelaba todo en cuarto oscuro contó emocionado, como


si volviera a verse en aquellos tiempos como asistente en un laboratorio de fotografía, uno de los primeros en la ciudad de Tunja. En ese entonces duramos más de diez minutos tratando de recordar los componente químicos que se utilizaban en el revelado de las fotografías, minutos en los cuales don Luis no dejaba de repetir palabras, desafiando a su propia memoria de 86 años para exprimirle los datos que tiempo atrás dominó con maestría. Hidroquinona, bicarbonato, bromuro, sulfito, elon, se decía una y otra vez, y después de recordarlos comenzaba a contar la historia del revelado de la película, a oscuras, en aquellos mágicos cuartos de los fotógrafos de antaño, donde se hacían copias en papel fotográfico bajo una luz roja. —¿Cómo era el proceso cuando usted pintaba las fotografías con óleo? Le pregunté después de la lucha por recordar los químicos, interesado en aquel arte de retocar fotos al óleo para agregarles color cuando el Photoshop no existía. —Ah, eso era una droga que se preparaba aparte, después de terminada la foto, revelada y todo se le daba un tono sepia, y luego se le ponía el color. La Kodak mandaba unos talonarios de colores, eso se disolvía en agua con pincel, y recuerdo que la libretitas venían de doce colores, entonces uno le daba el color que quisiera darle al vestido, la piel, y todo lo demás. —¿Y cuando llegó a Bogotá? —A finales del 57. Trabajé por ahí en la Foto Tito, como casi dos años, y ya después me casé buscando que hacer por la vida. Conseguí un localito pequeñito ahí en la calle quinta con décima y ahí empezamos con mi esposa, se tomaba bastante fotico por ahí, eso en diciembre se tomaba hasta las 100 fotos para carnet, y luego me enrolé con el ejército. En su época tuvo mucho apogeo la

Entrenamiento de militares en el Cantón Norte alrededor de 1960, zona militar prohibida para la mayoría de los civiles.

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El Dorado el día de su inauguración a finales de 1959 bajo el gobierno militar de Gustavo Rojas Pinilla, después de la restauración del Aeropuerto de Techo.


foto, no como ahora, ya ha cambiado con la nueva tecnología y ya el trabajo profesional se ha acabado, en esa época la fotografía profesional era en estudio, pero ya todo se ha acabado, todo se hace manualmente. Cuando me dijo esto pude notar los ojos que se perdían en el armario donde guardaba sus cámaras antiguas, olvidadas tras los avances de la tecnología que año tras año han traído nuevas posibilidades para tomar fotos y que relegan poco a poco, sin sentirlo, a los personajes como don Luis, figuras que se quedaron en el pasado. Walter Benjamín escribió alguna vez en su “Pequeña historia de la fotografía”:

EL TALLER- La soledad del fotógrafo

A pesar de toda la habilidad del fotógrafo y por muy calculada que esté la actitud de su modelo, el espectador se siente irresistiblemente forzado a buscar en la fotografía la chispita minúscula de azar, de aquí y ahora, con que la realidad ha chamuscado por así decirlo su carácter de imagen, a encontrar el lugar inaparente en el cual, en una determinada manera de ser de ese minuto que pasó hace ya tiempo, anida hoy el futuro y tan elocuentemente que, mirando hacia atrás, podremos descubrirlo. Esa chispita fue la que descubrió don Luis desde 1948 cuando llegó a la ciudad de Tunja a trabajar como ayudante de fotografía, y es la que se puede encontrar en sus fotografías. Existe en ellas aquella flamita que brilla anidando recuerdos y dejando esparcidos en los globos oculares de los espectadores una sensación de beneplácito. Él siempre buscaba modernizarse, con la última plata que le llegó por la venta de la casa donde antes vivía compró varios equipos nuevos, impresoras de papel fotográfico a color y dos cámaras Canon de última generación me cuenta Luis Fernando Rojas, su hijo mayor. A pesar de tener solo un ojo funcionando, perdió el izquierdo al tener un evento cardiovascular por una subida de presión, él seguía trabajando con lo que tenía.

EL PRIMER DAGUERROTIPO Ser calor y frío, sereno y neblina, polvo gris y aire azul. Salir de este cuerpo pecado mundano, flagelo de la carne, lascivia escondida, dejen este cuerpo triste, contenedor de tanto vigor, y transfórmense en vida pura, salvaje, agreste. ¿Acaso es pecado ser fiel a la naturaleza? El lado más salvaje del hombre primitivo, la fuerza y el placer del sexo, el letargo de la anestesia del licor, el orgullo y la pampa del macho alfa. Don Luis era un hombre que andaba siempre de traje, uno no lo veía nunca sin traje ni corbata, era todo un estilo propio, como si fuera abogado cuenta Guillermo Bonilla, videógrafo y amigo de toda la vida. Nunca andaba con degenero ni con cabellos despeinados ni barba o bigote, y tampoco le gustó nunca manejar, era sencillo y se expresaba fuerte, como la gente del campo, pero era una persona leída. Eso sí, llegaba puntual a todas las citas y nunca rechazaba un tinto o un aguardiente. Construir la imagen de una persona como don Luis es detallar a aquel tipo de colombiano del siglo XX, al campesino de orígenes humildes que debió migrar del campo a causa de la pobreza, y que encontró en el arte de capturar imágenes una forma decente de ganarse la


vida.Es él, como muchos, también una víctima de la realidad colombiana, de la convulsa actualidad que nos rodea. Trabajando como fotógrafo para bodas, bautizos, comuniones, y eventos logró sacar adelante a una familia de cinco hijos. Retratando mujeres, hombres, chicos, viejos y niños captó en su lente los rostros de miles de personas. Fue testigo de la venida al país del papa Pio VI, la inauguración del aeropuerto El Dorado y el sonido de los cañones del ejército en el Cantón Norte. Nosotros siempre no la pasábamos con arto trabajo, porque eso había mucho por hacer en esa época, tocaba tomar fotos para carnet, para la policía, hasta Luis fue un tiempo a cedular gente en el campo, me cuenta Fabio Ríos mientras me observa hacia abajo, llegando sus pala� bras como gotas de agua desde la altura de su cuerpo de más de ciento ochenta centímetros hasta mis oídos. Él, compañero fotógrafo de don Luis y parte también de esa vieja guardia de fotógrafos que por estos días no poseen ya más trabajo que el de pequeños encargos de amigos y familiares, sigue vagando por los viejos sitios del centro y de Chapinero, recordando las mejores épocas, esforzándose por vivir. Cada primero de mayo, desde que don Luis se convirtió en fotógrafo, salía a marchar a la carrera séptima por el día del trabajador. Se levantaba temprano, se ponía su traje, la camiseta del CTC, Confederación de Trabajadores de Colombia, debajo de la camisa de traje y la corbata, y salía a marchar por la principal arteria de Bogotá, con un grito vagabundo como el de Guillermito Buitrago, que terminaba siempre en la cantina con los amigos. Eso hay mucha vagabundería y mucho vándalo ahora, y ya llega la policía y los gases y le toca irse a uno me contó una vez que me lo encontré después de un primero de mayo, nostálgico de las épocas en que fuese joven, temeroso ahora de ya estar muy viejo para salir a marchar como trabajador orgulloso.

No es ser perfecto el objetivo de la existencia, errores componen y estructuran el camino, a veces más errores que aciertos, sin embargo el camino es una lucha, y se necesita ser fuerte. Fuiste salvaje abuelo, fruta prohibida que despedazó el jardín para ser hombre y bestia a la vez. Dualidad cósmica de los animales, un equilibrio del que peca y reza, empata. Pero a pesar de hacer parte del CTC siempre se consideró conservador, y entre sus cosas quedaron un vinilo del himno conservador y pequeños manuales del partido. Más que por elección, se podría decir que fue por imposición, voluntariamente aceptada a través de los años e interiorizada ya a lo último de su vida. Siempre solía ver las noticias del medio día, nunca se las perdía, y el periódico El Tiempo era lo primero que revisaba al despertar en la mañana. Para las elecciones, sin importar propuestas o conflictos, su elección se inclinaba por el candidato conservador, fuese el que fuese, demostrando su apoyo incondicional al partido que lo vio vivir. Pero eso nunca le impidió ser fiel admirador del dictador Gustavo Rojas Pinilla, a quien se refería como “mi general”, y por el cual guardaba especial afecto cuando se sentaba a hablar de las épocas de su gobierno. En el año de 1974, cuando don Luis ya llevaba diecisiete años trabajando como fotógrafo, se funda en Bogotá el Colegio Colombiano de Cronistas Gráficos COLDEGRÁFICOS, lugar de encuentro de fotógrafos de distintas áreas del país, donde don Luis encontraría compañeros

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Kit de pinturas al óleo que distribuía la Kodak para el retoque de fotografías análogas en la década de los 70s.

Coldegráficos a lo largo de su historia ha dado pocas veces Honoris Causa por trayectoria a los fotógrafos que hacen parte del gremio.


para debatir su profesión y verse a través de los demás. Vinculado a esta institución, hizo parte de congresos y experiencias con los demás fotógrafos, nunca dejando atrás la virtud del aprendizaje, nunca apartando las ganas por seguir trabajando en lo que amaba, seguir siendo un profesional en todo el sentido de la palabra aun sin un título universitario.

Siempre de traje ilustre para irradiar grandeza, con corbata en el cuello y traje de lino sobre la espalda. Nada de cabellos ni degenero, todo fielmente recto y hecho de forma correcta. Todo ajustado a su punto de vista, conservador, hermético, godo, muy elitista. No me duele tu muerte, ya para ti era algo inevitable, me duele la forma en que te buscó, como apareció inhumana cual perro olfateando un hueso, pero no Luis, no eras ningún hueso. Gustavo Martínez, presidente actual de COLDEGRÁFICOS, sería el que en el año de 2013 le estrechara la mano a don Luis tras entregarle un diploma que testificaba su labor como fotógrafo a lo largo de los años. “Como testimonio a su labor fotográfica por más de 50 años la junta directiva de COLDEGRÁFICOS confiere a Luis de Jesús Rojas Villamil Honoris Causa, como legado y ejemplo a las nuevas promociones de fotógrafos y camarógrafos, y a los que elaboran imágenes”. Este sería el único diploma que en vida don Luis recibiría por su labor, recordando su trabajo como una huella que debe ser estudiada, por sobrevivir a un siglo manchado de sangre y terror en un país que no perdona a las personas pobres y mucho menos a las visionarias, por retratar el país desde la más absurda de las cotidianidades y por encontrar en ella la belleza que se esconde en las cosas simples que menciona Mercedes Sosa, las que se lleva el viento, las que el papel fotográfico de hace más de cincuenta años no deja consumir por el innegable olvido.

UNA ESCENA JAMÁS CAPTADA El perro furibundo te encontró navegando, y en los ríos hechos avenidas te lanzó sin pudor. Perra muerte con su lastre compañero, abandonarlo a la deriva, de noche y con marea alta, despojado de la vista, de la respiración tibia, maldito engendro sin alma el que te mandó a ahogarte en concreto, a los ojos de la noche, sobre la depravada acera. —Alejandro, Alejandro, venga se toma un aguardiente, me dijo una vez que llegó con un cuartico de Néctar verde y un cuarto de queso doblecrema. —Bueno don Luis, hágale le respondí animado por la propuesta, siempre atento a lo que pudiera enseñarme. —El que trabaja no come paja ni bebe agua como un simple buey mijo, usted tiene que educarse, tiene que ser un hombre de bien decía ya pasado de copas, con el cariño de un abuelo, dejando hablar a la experiencia de la vida tras sus delgados y morados labios. Al pasar el tiempo, después de la llegada del nuevo siglo, las cámaras fotográficas entraron en un boom inesperado por el avance de la tecnología. El rollo fotográfico fue reemplazado lentamente por la tarjeta de memoria y las cámaras se volvieron más accesibles a todos,

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EL TALLER- Domingo sangriento

Parte del material fotográfico, incluidas cámaras, negativos, fotografías y láminas en vidrio fue a parar a manos del nieto de Luis Rojas, quien los guarda con recelo.

permitiendo a cualquiera convertirse en fotógrafo. Fue tan drástico el cambio y en tan poco tiempo que en 2012 la empresa fotográfica Kodak se declaró en bancarrota, tras haber estado activa en el mercado por más de cien años. Don Luis luchó más que la Kodak, eso sí, porque a pesar de haber trabajado con ampliadoras y negativos, rollos y flashes, intentó, sin éxito, entrar al mercado de la era digital con la compra de dos impresoras digitales y dos camaritas Canon de última generación. El resultado fue un intento truncado por mantenerse a flote. En su casa colocó su fotografía y fue muy poca la gente que llegó. Intentó hacer volantes y pancartas para repartirlas por el barrio y así crear algo de publicidad pero los efectos de esta fueron mínimos. Cada vez que llegaba un cliente su lentitud, causa de la vejez no de la perdida de habilidad, le impedía complacer las demandas actuales, y aunque salieran bien las fotos los clientes no volvían. Su terquedad en el trabajo y su carácter fuerte, que a veces podía parecer grosero, no le dejaba espacio ya para su labor. Sin un ojo, con dolor en las rodillas, con una operación de hernia y un corazón grandísimo a causa de una alta presión, don Luis seguía en pro de seguir trabajando y aprendiendo.

Al menos partiste sin zozobra ni opulencia, con el mayor de los respetos, con tu gracia y tu firmeza. Hombre recio sin bastón, y sin ayuda de nadie, muriendo bajo la ley propia, la ley de uno, la de más nadie. Según me cuentan sus nietos que vivían con él, salía desde temprano a buscar trabajo en el centro, en Chapinero, en los distintos lugares donde antes se movía libremente, y que ahora lo expulsaban y lo dejaban a un lado. El mundo no espera a nadie y es cruel con los que se muestran débiles, es por eso que don Luis nunca bajó la guardia, ni siquiera bastón usaba.Afligido por


la pérdida de su esposa en el año 2009, y dos de sus hijos, intentó seguir llenando su vida con la devoción al trabajo, entrega casi mística a la profesión. Porque si bien el dinero nunca le sobró, el acto de salir día a día a “lagartear” como don Luis lo definía, constituía para él un modo de vida, no un sistema de financiamiento. Modo de vida que también transcurría en una bohemia propia de los más malditos poetas, con vericuetos en burdeles y alcohol libre cuando pudiera. Con dos muchachas se metía al cuarto me contó uno de sus compañeros de juerga, que siempre le era fiel en todas las borracheras. El hombre venía, se tomaba sus tragos, ya era viejo conocido de la administradora del sitio, en antiguos lugares oscuros y recónditos del centro de Bogotá, que son igual de anacrónicos a sus visitantes y que guardan en ellos el sabor añejo de lo que significa ser colombiano, en un país que se debate entre la moralidad, la religiosidad y el desfogue de las pasiones mundanas. Pero ni aun así con el peso del alcohol y la lujuria dejaba a un lado su profesión, porque si bien, como me contaba su esposa Ana Dilia de Rojas antes de fallecer, llegaba borracho a altas horas de la noche, al otro día ya se encontraba de traje y repuesto, saliendo a las 5 o 6 de la mañana a abrir la fotografía. A donde tocará ir él iba, a pie siempre porque no gustaba de los carros, con su cámara al cuello, pilas, rollos y flashes. Con los codos bien pegados al cuerpo al momento de capturar imágenes, con el ojo listo para captar el momento y la situación adecuada. Agrupaba a la gente, componía la escena, cuadraba el diafragma y disparaba. En Bogotá y a lo largo de Colombia, en la última década se han creado importantes escuelas de fotografía, pero en ninguna de ellas se hizo espacio para fotógrafos veteranos como don Luis. Conocimientos como la imagen en placa de vidrio, el uso de los químicos o la pintura al óleo

Fue a finales de 1957 que Luis Rojas llegó a la capital bogotana junto a su esposa Ana Dilia de Rojas, ambos fotógrafos.

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de las fotografías se dejaron a un lado del componente académico. Triunfó el Photoshop y el Illustrator, cayó en el olvido el trabajo manual y la experiencia. Aunque se siga enseñando fotografía análoga en las escuelas de fotografía, nunca se verá en ellas personajes que trabajaron estos elementos de primera mano en las épocas en que estos eran los únicos medios, como el caso de don Luis. Pero aun así todavía se ven estos seres repartidos en iglesias, fiestas y grados, con su cámara colgada al cuello y serviciales a todo momento, buscando captar un momento de la vida diaria por unos cuantos pesos.

EL TALLER- La soledad del fotógrafo

Con la carne calmada por el aguardiente, por el frío de la noche, por el roce de otros cuerpos alquilados por dinero que prestaron sus caricias en especie, por consuelo, así ibas anestesiado al final del recorrido, con la mirada seria, con el corazón sangrante. Los anales de la historia de la fotografía en Colombia siempre llevarán en sus capítulos nombres como Nereo López, Melitón Rodríguez, incluso Diego Cadavid, pero nunca han prestado importancia a los seres humanos que construyeron desde su propia realidad el concepto de fotografía. Walter Benjamín decía que “El analfabeto del futuro no será aquel que no conozca por cierto las letras, sino quien no conozca la fotografía”, y si no se abren las puertas para que la gente conozca el trabajo de los antiguos fotógrafos, ya al borde de la extinción, estaremos borrando una parte de nuestra historia, y quedaremos analfabetos a lo que esté próximo por venir. … Aquel miércoles 17 de diciembre don Luis había estado bebiendo en el centro de Bogotá. Los conocidos del bar lo enviaron a casa en un taxi y no supieron más de él. A eso de las diez de la noche los policías del CAI cercano a la carrera 13 con avenida 68 recibieron el aviso de que había un hombre tirado en el suelo, por una variante que lleva a una zona industrial cerca de la 13. Allí encontraron a un hombre de la tercera edad, sin zapatos, boca abajo, que al darle la vuelta dejó brotar un suspiro, motivo por el cual lo dirigieron inmediatamente a una clínica, lugar donde ya llegaría muerto. Nidya Alexandra contiene la respiración y habla con rabia acerca de lo que posiblemente sucedió, que don Luis se le infartó al taxista en el carro, este entró en pánico y, previniendo riesgos, lo arrojó a una acera cercana y llamó a la policía. No existe una versión oficial de los hechos y la muerte fue declarada como causa natural. Cerca de un potrero, a los ojos de una ciudad que él mismo vio nacer en la modernidad y ayudó a su manera a construir, se encontraba aquel hombre tan dispuesto a trabajar, ahogado ya para siempre en la soledad de una sola imagen, una que solo se capta una vez, una que nunca volvería a ver.

Ya pasó la vida, ya la muerte salió triunfante, ya no espero verte, solo quedó con tus palabras. Nos veremos allá bien lejos donde mi razón no alcanza, con las botas bien puestas, con la mirada alta.


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La saturación del medio fotográfico y su progresivo declive nunca fueron excusa para don Luis, permaneciendo en el negocio hasta el día de su muerte.


cr贸nica #3


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Fotografías por: Juliana Reyes Archivo familiar

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Ilustraciones por: Juan Carlos Ospina

Que el olvido no pese más que un alma viva Por {Juliana Reyes Gómez}

LA EXTINCIÓN DEL SOMBRERO Y EL ABRIGO Ya son dieciséis años condenado al abandono absoluto. Si, así está el teatro que en 1940 tuvo su época de esplendor siendo visitado por la clase alta de Bogotá y que poco a poco fue quedando en el olvido, enterrado entre escombros y basura. El arquitecto Alberto Manrique Marín llamó la atención de los bogotanos con la estructura inspirada en la corriente artística Art Deco del teatro San Jorge en el año 1938, que ideó como un espacio inigualable para la época dedicado al arte, la lectura, el café espeso y el romanticismo dándole al sector Los Mártires un estilo cultural y bohemio socialmente reconocido. ‘Marie Antoinette’, una cinta dirigida por Woodbridge Strong Van Dyke II y Julien Duvivier fue la encargada de abrir las puertas del teatro a un gran público, lleno de clase y distinción, de esta manera consiguió posicionarse como el sitio más influyente y frecuentado por los amantes del cine y el glamour en la década de los 40, donde los caballeros de sombrero, traje elegante y corbatín casi perfecto llevaban a sus damiselas para conquistarlas, ellas con sus peinados que las dotaban de hermosura, sombrillas y largos abrigos que exaltaban la elegancia y las protegían de la fría Bogotá, la misma ciudad que con su romanticismo, hizo de esa época uno de los mejores momentos en la vida de Danilo Londoño, un bogotano elegante de saco y sombrero que conquistó al amor de su vida de esta manera, en cine, teatros, con cartas, flores y cafés calientes con los que forjó una relación que ha perdurado por más de 60 años con aquella mujer que se enamoró de un hombre con mal carácter pero encantador y especial tal como ella, lo afirma con voz de dulzura y brillo en sus

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ojos, al preguntarle por su esposo, un caballero que la llevaba a los lugares más románticos, tal vez sencillos pero que logró fortalecer un amor eterno para acompañarse juntos por siempre; y es ella, Araceli Reyes, quien aún demuestra amarlo igual o más a como lo hacía hace 60 años no solo por los mágicos y seductores lugares a los que iban sino porque a pesar de los años siguen siendo ellos mismos, como jóvenes enamorados, con una gran sonrisa en sus rostros aún iluminados de ternura mutua, pero con unas canas y arrugas que no esconden su belleza.

DE LA ELEGANCIA AL OLVIDO

Los grafitis, la humedad y los robos han sido el día a día del teatro, pero para el 2017 el Instituto Distrital de las Artes espera reabrir las puertas para que nuevamente se llene de vida y calor humano.

Para la década del 30 con la construcción de la Avenida Caracas, el sector Los Mártires se desprendió del centro bogotano y fue entonces cuando empezó a llenarse este espacio de ferreterías y comercio.

Personas como Danilo y Araceli lamentan la situación a la que ha llegado el teatro San Jorge, que dentro de él lleva muchas historias de amor, diversión, amistad, alegrías, tristezas, entre muchas otras que lo hacían un lugar tan caluroso como fraternal. Pero para el año 1950 los desplazados por la violencia empezaron a llegar a este sector aumentando la población del barrio Santa Fe y de Los Mártires notoria y alarmantemente produciendo que empezaran a convertirse en zonas de tolerancia y como “una de las zonas más calientes de Bogotá” como dice Aura María López, una madre comunitaria habitante del barrio Santa Fe y quien ha vivenciado la decaída de estas zonas causa de las personas desplazadas, “hay mujeres que llegan del monte a vivir acá junto a sus familias – dice – pero al no conseguir un trabajo estable, deciden prostituirse para su sostenimiento y así ha pasado con mucha gente”, afirma al relatar que la zona se volvió no solo peligrosa sino que se destaca por su alto nivel de prostitución. Así fue entonces como el teatro San Jorge con cine y café, empezó a cambiar, ahora su estatus ya no era tan alto y comenzó a hacer parte de una población menos adinerada, lo cual lo llevó a transmitir películas mexicanas durante un tiempo, esta serie de películas prolongaron aún


más la difícil situación y para el año de 1992 se vendió el teatro a la compañía Royal Films quienes aislaron la parte sensible que tenía el lugar y lo utilizaron como un teatro para transmitir películas. Eso no varió, seguía siendo cine, pero en ese momento sus películas se alteraron por completo, se comenzó inicialmente con la proyección de pornografía, que al poco tiempo las putas estaban presentes en el lugar para quien lo solicitara, convirtiendo así el café caliente en cerveza fría y la inocencia en una ambición y servicio sexual, Así fue durante cinco años y tal vez fracasó nuevamente porque para el año 1997 fue vendido a un comerciante que se interesó en el terreno y empezó a reconstruir partes del teatro bajo la ignorancia de saber que esta edificación es un patrimonio cultural de la ciudad, al enterarse de ello, las obras se detuvieron y desde ese momento el lugar fue cerrado permanentemente. Prontamente lo único que quedó del teatro fue un recuerdo de los años 40 cargado de historias, lo demás está en el olvido y la indiferencia, ya no existe ese aire teatral limpio y puro de antes, sino un aire maloliente causa de las heces humanas que han llegado allí consecuencia de los indigentes que buscan refugio o buscan un espacio dónde vagar, uno de los habitantes de la calle tras realizarle la pregunta ¿qué pasaría si se restaurara el teatro? Respondió, “ojalá no lo arreglen, porque ese es el metedero de los vagabundos y ja ja ja… se puede consumir”, y con una sonrisa un poco tenebrosa terminó su frase y se marchó, desplegando en el ambiente un olor de calle y suciedad. Ya no se encuentran artistas en el teatro San Jorge, ahora los protagonistas del lugar son los escombros, la marihuana y quien sabe cuántos psicoactivos más.

“NO HAY CUIDADO NI DE MI HIJO NI DE MI” La evolución del espacio público en Bogotá se dio gracias a la construcción de los teatros y la proyección de cine al interior de ellos, convirtiéndose según dice el director de la Dirección de Patrimonio del Ministerio de Cultura, Alberto Escovar, en una muy buena alternativa para invertir el tiempo libre. Bogotá tuvo esa época gloriosa de arte, donde no únicamente se conquistaba o se iba con amigos, también se dejaban los niños al cuidado del teatro, así es, como el caso de una vecina del sector quien contó su experiencia pero prefirió no decir su nombre por razones que no supo explicar, simplemente no quería, así que la llamaremos Gloria, lo menos relevante será su nombre, lo interesante es su historia, una historia más que sumar a los años 40 en el teatro San Jorge. Gloria, ha trabajado por más de treinta y ocho años en una ferretería ubicada en la calle 14 con carrera 15, justo al frente del teatro, allí ha presenciado todo lo que ha ocurrido, desde ver cómo fue su época de furor con la clase alta bogotana, ver cómo llegaban esos amigos de lo ajeno para llevarse los implementos del teatro como rejas, sillas u objetos que pudieran vender o cambiar por cualquier peso, hasta ver las visitas de hombres misteriosos en busca de mujeres que los complacieran y demás situaciones que ya se ha contado a lo largo del relato, todo esto lo ha visto ella. Su afectación trasluce en sus ojos, el ser habitante del sector y haber residido allí por tanto tiempo demuestra el apego que Gloria emprendió con el teatro y quienes lo visitaban en los años 40, porque era este lugar el encargado de cuidar su hijo no mayor de diez años. Esta mujer llegaba temprano a su trabajo y siempre acompañada de su hijo, pero no para que él trabajara, era para que entrara al teatro y viera las películas que fueran necesarias durante el

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EL TALLER- Que el olvido no pese mĂĄs que un alma viva

Las escaleras que daban el camino para el segundo piso ahora no son posible pisarlas, las dueĂąas de estas son las polillas que se han encargado de acabar con la madera.


Un estudio realizado en el año 2015 por el Distrito, aseguró que hay más de trece mil habitantes de calle, cuatro mil más que hace tres años y las localidades donde se ubican la mayoría de estos indigentes son La Candelaria, Santa Fe, Los Mártires y Puente Aranda.

Así se ve la fachada del salón de té actualmente, en los años 40 este era el lugar de encuentro de los caballeros y damas que pasaban su tiempo en el teatro.

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EL TALLER- Que el olvido no pese mĂĄs que un alma viva

Estas son las 1.200 sillas sobrevivientes al olvido, clavadas al suelo y bajo los escombros del teatro San Jorge. Han permanecido allĂ­ y han vivenciado desde la clase alta bogotana hasta los mendigos que han intentado llevĂĄrselas.


día mientras su madre salía de trabajar y volverían juntos a casa. “Fue triste ver cómo fue acabándose el teatro”, dijo Gloria con una mirada fija en la edificación acabada y caída, demostraba que no lograba entender cómo un sitio tan humano se convirtió en el desperdicio que hoy en día es, pero a su vez con unas miradas cortas y sonrisa entre dientes contaba la historia de que el teatro era quien cuidaba de su hijo durante el día y que para el niño nunca fue un problema, porque siempre le encantó ver cine y llegar a casa a contarle a su mamá la experiencia. Cuando la zona dejó de ser visitada por gente adinerada y elegante, y comenzó ese proceso de cambio que llevó el teatro a la decadencia, Gloria ya no pudo volver a llevar a su hijo porque no había manera de que un niño de tan corta edad viera ese tipo de películas, ni las mexicanas y menos las pornográficas, así que no

tuvo otra opción a pesar de las circunstancias, que llevarlo a su trabajo diariamente mientras el pequeño se aburría y anhelaba con volver a su pasatiempo y así fue como Gloria empezó a sentir una desesperanza en el barrio, al ver que ya el teatro que le daba vida a Lo Mártires no estaba y que ahora ya no solo no tenía quién cuidara de su hijo sino quien cuidara de ella y de su negocio, porque la delincuencia llegó a tal nivel que ya no había manera de confiar y de tener tranquilidad, expresó Gloria. Historias como esta hay muchas, tristezas como la de Gloria y su hijo hay miles, se siente en el ambiente del teatro, la frialdad de sus paredes se convierten en la soledad y desconsuelo que ha dejado el tiempo, la pintura caída y la madera desgastada de los escalones que llevaban al segundo piso donde se disfrutaba ese espeso y caliente café, ahora ya no están, le pertenecen al agua que cae del cielo como lágrimas que derramaría Jorge Enrique Pardo el creador, empresario y dueño inicial de este patrimonio cultural al observar cómo diariamente se rompe un pedazo más del teatro San Jorge, un pedazo más de su alma.

AL FINAL DEL CAMINO HAY UNA ESPERANZA Gloria utiliza nuevamente su maquillaje y tacones, de gancho con su hijo quien también lució con un estilo elegante volvieron a ingresar al teatro, esta vez no para ver cine, pero sí para recopilar imágenes que aún viven dentro del escenario y para participar del Sexto Encuentro Nacional de Patrimonio realizado por apasionados por el arte y personas que hacen parte de una reconstrucción del patrimonio nacional. Philippe Legler ha sido el gestor de que el teatro San Jorge reabriera sus puertas y esto con un solo fin, la memoria, haciendo parte del programa de recuperación de espacios culturales, Philippe junto a Alberto Saldarriaga y Tadeo Lab dieron vida al teatro durante tres días de septiembre de 2015, permitiendo que comerciantes, vendedores ambulantes, indigentes y particulares, se dieran la oportunidad de entrar a uno de los teatros más emblemáticos de la capital que aunque haya quedado en el olvido por mucho tiempo,

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EL TALLER- Que el olvido no pese más que un alma viva

nunca es tarde para querer recuperar una obra tan importante como lo es tan emblemático teatro. Catalina Quijano una de las profesoras encargadas de Tadeo Lab manifestó que fue increíble la experiencia, “es hermoso ver cómo con disfraces y pinturas retomamos un poco el teatro”, expresó el último día del encuentro con una gran sonrisa y satisfacción reflejada al ver que todo el programa se desarrolló tal como se esperaba “un evento de investigación que se toma desde lo cultural”, decía orgullosa mientras comentaba la idea y la experiencia de este encuentro cultural. De igual manera Mauricio Díaz Granados director científico del Jardín Botánico, aportó su grano de arena para el encuentro, ellos se encargaron de limpiar aquella maleza producto de humedad y heces humanas y decoraron con plantas durante estos tres días dando un poco de vida y naturalidad a un espacio totalmente perdido en las penumbras del teatro y logrando que el ambiente cambiara dejando de ser paredes húmedas y malolientes para convertirse en un pequeño sector lleno de naturaleza y vida, cosa que se quiere tener nuevamente en el cine del teatro San Jorge. La ministra de cultura Mariana Garcés Córdoba y el director del Instituto Distrital De Las Artes Santiago Trujillo permitieron que el proyecto fuera desarrollado en este lugar puesto que el Teatro San Jorge empezará a denotar el inicio de lo que se espera para su restauración. “Es una puesta a la paz del país” exclamó la ministra. Se escuchan sonidos de aplausos nuevamente. Para diciembre del 2014 la Alcaldía Mayor de Bogotá a través del Instituto Distrital de las Artes compró esta edificación cultural, con el ideal de restaurar el teatro San Jorge en un plazo a corto plazo, pensando a plenitud en cada rincón del teatro y de la zona, pues para recuperarlo se requiere no solo infraestructura sino también incrementar seguridad social para mantener el trabajo a realizar.

¿VOLVERÁ EL SOMBRERO Y EL ABRIGO? Tal vez para algunas personas no es reconfortante ni agradable la idea de que el teatro San Jorge sea restaurado, probablemente les afecte su vida comercial, a otras personas, como los indigentes quedarán sin un techo del

Danilo y Araceli son la cabeza de un gran árbol genealógico, acompañados de sus siete hijos, alrededor de trece nietos y cinco bisnietos, viven en la capital bogotana.


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El Art Deco fue un estilo artístico creado en 1925 caracterizado por figuras geométricas y colores sólidos, este fue el utilizado por el arquitecto de esta obra, Alberto Manrique Martí, quien creó otras edificaciones emblemáticas como el hotel Granada y el edificio Cubillos ubicados en el Eje Ambiental.


EL TALLER- Que el olvido no pese más que un alma viva

cual cubrirse en las noches lluviosas de Bogotá, sin embargo en un extenso proceso que se llevará para su recuperación, se tendrá en cuenta no solo la seguridad y recuperar las paredes de cemento, sino también la estabilidad de las personas que se vean afectadas por este programa de recuperación de espacios culturales, pues no se puede pretender arreglar un monumento patrimonial y dejar a las personas desamparadas, que indirectamente se habían apropiado del lugar y de un momento a otro se le arrebatará de sus manos. Por otro lado están las personas como Danilo Londoño y su esposa Araceli Reyes quienes descubrieron el amor verdadero en el teatro, el cine y el café caliente, o como Gloria la madre y trabajadora entregada a su negocio y a su familia, o como el hijo de esta mujer, quien se ha apasionado por el cine desde antes de los diez años que su madre le dejaba con su niñera favorita, el teatro, o como la nueva generación de artistas que están con la esperanza a viva voz de que el teatro San Jorge vuelva a recuperar su alma, su esencia, su vida, y que se recupere de alguna manera esos sombreros y abrigos que hace más de cincuenta décadas adornaban la localidad de Los Mártires. La esperanza sigue viva, los escombros, la tristeza y la frialdad del teatro no son una buena imagen para la cultura de la ciudad capital, pero no es solo imagen, son todas esas historias que no pueden quedarse en el olvido, tienen que revivir de alguna manera para que tal vez los nietos de Gloria o los tataranietos de Danilo y Araceli tengan la grandiosa oportunidad de lucir un traje de gala, ir con una hermosa dama de la mano y ver una película a la antigua, a revivir la era del romance, de las cartas, los chocolates y el amor, o simplemente sólo tengan la oportunidad de más allá de sus trajes, participar del cine en el teatro San Jorge, monumento cultural que ahora está en el olvido pero con el alma viva en muchos y es preferible que ahora pase al olvido el momento en que comenzó a decaer y recrear escenarios nuevos e historias nuevas para contar a futuras generaciones.


Tadeo Lab es el laboratorio de arte y ciencia de la universidad Jorge Tadeo Lozano, este equipo dio vida al teatro durante tres días de septiembre, con ropa que disfrazaban a un joven universitario por personas de la época. Estaba el señor embolador, las damas y sus caballeros, el fotógrafo y otras personas que actuaban el rol correspondiente.


cr贸nica #4


Fotografías por: Elizabeth Martínez

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} El aroma en las mañanas

Por { Elizabeth Martínez Muñoz }

El aroma del café recién hecho por las mañanas, la caída del caliente líquido en una taza, que va desprendiendo una fragancia que logra cobijar el hogar, y a su vez, se ha convertido en el detector de humo, de una nueva jornada laboral que ha acompañado la rutina de cientos de colombianos, aunque existan otros pocos que evitan el café y prefieren tomar un “tecito”, en un país cafetero. Hemos crecido con la idea de tener el sector más próspero de la industria, siendo Colombia el tercer mayor productor de café en el mundo. Una mañana disfrutando de una buena taza de café, sale la pregunta en mi familia ¿qué pasa con los que cultivan y recogen el café?, ¿realmente ellos disfrutan de su labor? Las preguntas salían una tras otra, la facilidad de comprar café en cualquier tienda de la ciudad y el no reconocer a quienes recolectan este preciado tesoro nacional, me motivó a buscar esas historias que se esconden detrás del cafeto, ese arbusto que entre sus ramas, carga las cerezas como normalmente se le conoce al fruto en estado puro. La idea era olvidar el protagonismo del café y conocer esas manos que tienen marcadas sus historias de vida, de sueños y frustraciones, de ese trabajador que pasa extensas jornadas en el sol y sólo recibe un pequeño pago por la recolección del fruto en época de cosecha. Así pues, me dispuse a recorrer el Quindío durante una semana, sin rumbo fijo y sin protagonistas en mi libreta. Salí en busca del lado humano del café, el imaginario del caficultor recolectando su cosecha con alegría y entusiasmo, no sería nada más que eso, un imaginario. Quería conocer la realidad de quienes desde antes de las cinco de la mañana, caminan

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EL TALLER- El aroma en las mañanas

con sus botas, sus sombreros y sus viejos radios de pilas por las carreteras, para llegar a las fincas a medir su trabajo por lo que recojan en el día. Quimbaya, Quindío, sería mi lugar de partida, un municipio con más de treinta mil habitantes y reconocido por tener el Parque Nacional de la Cultura Agropecuaria, PANACA. La llegada no tuvo contratiempos, lo único que retrasaría el inicio de las visitas, sería el fin de semana en el que había llegado, los caficultores no trabajan ni sábados ni domingos, eso en cultura popular ¡se respeta! como después me lo harían saber los Quimbayunos. Llegó el inicio de semana, y con ello el recorrido a pie camino a la finca El Rocío, ubicada en la vereda La Montaña, a escasos diez minutos del pueblo. Con la ventaja del dicho “Pueblo chico, infierno grande”, logré encontrar una finca cafetera, donde sus administradores estuvieron dispuestos a colaborarme en mi crónica y aceptaron mostrarme cómo se pasa un día laboral en los surcos (hileras de cafetos) y arbustos de las cuarenta y ocho cuadras –Aprox. treinta hectáreas– que tiene la finca. Eran las siete de la mañana y con el cielo nublado que no lograba ocultar los 25°C, me disponía a observar la hora del desayuno del caficultor –palabra que hasta ese momento usé– «Siga señorita y se toma un cafecito» me saludó doña Alcira Morales, la esposa del administrador de la finca y que se encontraba preparando el “calenta’o” para los que ya estaban sentados en el comedor de cemento y piedra, las manos de los trabajadores se mecían para espantar los zancudos –o quizá para evitarme–, los perros corrían por todo el lugar para oler a la desconocida y doña Alcira, ya se disponía a servirme un enorme plato que contenía el alimento que en cinco minutos, los que estaban sentados al lado mío, ya habían terminado. «Le serví poquito, ¡hágale!» Me dijo estirando el brazo con el plato. Ya había comido antes de salir a la finca, pero rechazar su oferta, no estaba entre mis planes, su hospitalidad me sorprendió, había llegado hacía menos de una hora y lo único que llevé como cortesía, fue un pan grande. Acepté y recibí el desayuno, la comida tenía alto contenido de calorías y muchos carbohidratos: arroz, papa, frijoles, plátano, carne, arepa y pan y para bajar tanto alimento, tomamos tinto o mejor conocido como “agua-café” con un toque de canela. Luego entendería que la razón de que tomen el café rebajado con agua estando en una finca que produce gran cantidad de café es porque no pueden desperdiciar nada y eso sí, deben ahorrar al máximo. La comida de los trabajadores está para dar energía, las largas horas de trabajo no permiten que sólo tomen un “cafecito” con pan como mi desayuno habitual en Bogotá. Al terminar, doña Alcira me comentó que su esposo estaba rociando con agua las pequeñas plantas de café, que fuera y me presentara, que de seguro él me ayudaría más que ella. Al encontrarme con don Wilson Parra, el encargado de la finca, un hombre no muy alto, con un sombrero sucio que mostraba el trajín que llevaba diariamente, con bigote y barba desprolija, botas pantaneras y un machete al lado de su pierna derecha, me saludó y se quedó observándome por unos cuantos segundos «¿en qué le puedo ayudar?» me dijo en un tono desinteresado. Le expliqué que estaba interesada en conocer cómo era el manejo de los trabajadores en la finca y deseaba conocer un poco más sobre la recolección y tratamiento del café. Aceptó y dejó lo que estaba haciendo para llevarme a recorrer los cultivos. Alisté mi cámara y mi libreta, ya recorriendo los surcos observaba la cereza quemada, le pregunté la razón a don Wilson, y la respuesta la tenía de inmediato: «Desde agosto, ese verano se


Los trabajadores no hablan entre sí, la comida es la prioridad a la hora del desayuno.

nos adelantó», normalmente la mitaca (cosecha menor del año) se presenta entre octubre y noviembre, pero por el actual Fenómeno del Niño que según el IDEAM seguirá hasta marzo, regiones cafeteras se han visto afectadas en sus cultivos, que según don Wilson, necesitan de lluvia para proceder a las fumigaciones para combatir el terror cafetero: la broca, un pequeño insecto que ataca directamente al grano del café y que le hace perder su calidad. Al ver que estaba interesada y los diálogos surgían, don Wilson comenzó a pedirme más preguntas «pregunte, pregunte no más, ¿qué más quiere saber?», la desconfianza que él tenía al principio había desaparecido, se relajó mostrándome orgulloso los cultivos y su conocimiento sobre aquel fruto rojizo enseñado por sus padres y su suegro. Mi propósito era conocer a los dueños de las fincas, pensando inocentemente que podrían vivir junto con los administradores y trabajadores, a lo que él entre risas y en tono de burla me dice que es muy difícil en Quindío ver a los propios dueños manejando sus propias tierras, «aquí el patrón viene cada mes a montar caballo y para ver cómo van los cultivos, nada más». Durante el recorrido, me presentó a Luz Mila, una recolectora de unos 40 años, con sus manos envueltas por trapos sucios para evitar callosidades y las uñas largas para tener más agarre a la hora de coger el café, su “coco” como suelen llamarle a los recipientes donde se pone el café se encontraba casi lleno, se notaba que no era habitual que alguien le tomara fotos a sus manos y a ella, la pena la invadió y preferí retirarme para seguir tomando fotos del paisaje cafetero a eso de las 8:30 de la mañana, el sol comenzaba a salir y el sonido de los radios de los diversos recolectores se unían en uno sólo. Observé varios jóvenes que no

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EL TALLER- El aroma en las mañanas

Cuando las cerezas alcanzan un color rojizo se encuentran listas para ser cosechadas. El recolector termina de escoger todas las cerezas del cafeto para ser pesadas y proceder a calcular el pago por recolección.

La Finca El Porvenir, ha tenido más de 70 recolectores en las mejores épocas de cosecha, actualmente el número no sobrepasa los 5 trabajadores diarios.

alcanzaban la mayoría de edad, recolectando café y esperé que don Wilson me respondiera si eso era legal –aun sabiendo la respuesta–. «No, es sólo por la temporada de vacaciones». Su respuesta no me convenció y más adelante otras personas me confirmarían que es habitual que los jóvenes prefirieran recoger café que estudiar. Las fincas cafeteras tienen diversas formas de pesar el café, la finca El Rocío, pesa por galón y le paga a cada recolector la suma de $7.250 pesos por cada uno. Según don Wilson, la persona que más rinde puede recolectar hasta 6 galones al día y al que menos, un galón y medio, que haciendo cuentas no llegaría a los $20.000 pesos y a esa ganancia, hay que descontarle $8.000 pesos por las tres comidas, ya que la mayoría prefiere pagarlos que llevar su propio almuerzo. Visité las habitaciones de los trabajadores –que no se cobra–, camarotes de hierro y delgados colchones, que según doña Alcira aquella tradición de dormir ahí, desapareció. Las jornadas comienzan desde las 6 de la mañana hasta las 5 de la tarde y muchos recolectores prefieren irse a sus casas a pie, en bicicleta o el más afortunado en moto. Terminé mi recorrido fotográfico y de preguntas, quería profundizar en la pareja de administradores de la finca, ¿qué los motivaba?, ¿realmente estaban felices de trabajar ahí? Llegamos nuevamente a la casa y doña Alcira nos recibió con más tinto, me senté y observé cómo don Wilson afilaba su machete, mientras su esposa comenzaba a pelar papas para el almuerzo. Les pregunté a ambos su trayectoria por las fincas del municipio y como andariegos me explicaron que habían salido hace dos meses de otra finca llamada El Banco en la vereda El Naranjal, porque no estaban afiliados a ninguna EPS y eso, según don Wilson es un lujo que casi ningún dueño de finca tiene para sus empleados. «Bendito sea Dios que aquí estamos afiliados y bien, la idea es durar» me dice sin mirarme a los ojos y preocupado por hacerle filo a un cuchillo que su esposa le pasó. Doña Alcira sufre de diabetes y por lo mismo, a veces la invade una fuerte depresión, comenta que las ganas de llorar por nada o por todo, le aparecen de repente. El matrimonio


de 33 años, que les dejó tres hijos y cuatro nietos ahora sólo comparten con su hija Estefanie de 23 años, que prefirió salirse de estudiar, por vivir con un hombre mayor que ella, ambos recolectores de café en la misma finca. «Si no trabajara en el café, ¿qué le hubiese gustado ser?» le pregunté con seriedad a don Wilson, quien se pausa por un momento y se dispone a mirar al horizonte para responderme y a su vez deja de sacarle filo a los cuchillos. «¡Conductor! Manejar un bus bien, bien lejos de aquí» su respuesta me desconcertó, normalmente alguien diría “doctor”, “policía” o “empresario”. «Viajar por el país, ¡qué cosa más bonita!» me mira con una sonrisa disimulada que hasta entonces no había visto en él. Luego, como queriendo ser escuchada y también cortar su historia sin haberle preguntado, se escucha a lo lejos la voz de doña Alcira: «Definidamente yo hubiese sido enfermera o profesora, una de esas dos». Los saqué de su realidad, los puse a imaginar un mundo paralelo en donde sus sueños se cumplían, por primera vez en toda la visita sentí que estaban contentos, y ahí comprendí que la cultura cafetera en esta finca es sólo laboral, que, así como nos imaginamos que si la finca tiene café, así mismo olerá –pues realmente huele a pulpa del café en descomposición, avinagrada–, la familia que ahí habita está por necesidad, por tener un sistema de salud y por gozar de un techo, pero si la vida les hubiese permitido otra cosa, quizá no harían parte de este relato. Proceso a despedirme, ya era la hora del almuerzo y ambos se ocuparían, doña Alcira sirviendo la comida y don Wilson, pesando el café recogido por los trabajadores, no sin antes presentarme al “Patiero”

Octavio Castro, sus manos son el reflejo de los años que lleva como recolector de café en el Quindío. En su “coco”, está la cosecha madurada por el sol con el fruto quemado por las altas temperaturas y la escasez de lluvia no sobrepasa los 5 trabajadores diarios.

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como se le conoce al encargado de recibir, pelar y secar el café en las fincas, Felipe Rodríguez, flaco y con sus ropas de trabajo gastadas, se sienta a mi lado y le comenta a la familia que el Chikunguña no lo ha dejado trabajar y el dolor lo obliga a sentarse. «Es la enfermedad de moda», dice el patiero mientras se toma una taza de tinto bien caliente a pesar de los casi 30°C que nos acompañaban ese lunes. Les dejé mi número celular y así mismo anoté el de don Wilson, por si alguna pregunta surgía por el camino. Dos días después, ya tenía lista la siguiente finca que visitaría, esta vez a 30 minutos del pueblo, montando en Willys, conocidos comúnmente como Jeep. Llegué a la finca El Porvenir, en la vereda La Unión. Ya tenía la experiencia del desayuno laboral en una finca, ahora vería la hora del almuerzo en esta. No acababa de llegar cuando Nelly Mosquera, la esposa del administrador, ya estaba preparando la carne para servirme el almuerzo, de nuevo la hospitalidad y de nuevo, la taza de café con canela –y ahí estaba yo, entregándole un pan grande–. La finca lucía mejor que la anterior, la casa pintada y las flores daban la bienvenida a quien pasara por el frente. Luego del almuerzo, llegó Wilson López, el administrador que tal vez por azar del destino, tenía el mismo nombre que el administrador de la anterior finca, sólo que él lucía más joven y más abierto a contestar cualquier pregunta que yo –“la extranjera”– tuviera. Han estado en la finca por más de 8 años. La finca donde también se cultiva frijol tiene 26 cuadras (16 hectáreas) de café y donde se pesa por kilogramo, pagándole al recolector $400 pesos por kilo. Un trabajador puede sacar entre 100 y 150 kilos diarios durante la cosecha que dura hasta 7 semanas, como me lo comentó Wilson. Los surcos lucían más organizados y a diferencia de la finca El Rocío, aquí sentía que amaban lo que hacían, siempre sonrientes, una familia unida. Nelly quien no debe sobrepasar los 30 años, deja a un lado las labores del hogar y se dispone a hacer las tareas de su hija pequeña, María José. Camino a los cafetales, le pregunto a Wilson sobre la sequía, «El verano está muy bravo» me responde, rascándose la cabeza producto de los 32°C que hacía a la 1 de la tarde. «Ahorita están poquitos trabajadores, como tres», me dice antes de que le pueda preguntar por ellos. «¿Tan rápido pasó la cosecha?» le pregunté sorprendida. «Desde agosto ando


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Al inicio de 2015, cerca de 7.000 recolectores de café se necesitaron en el departamento del Quindío, según el Comité de Cafeteros del Quindío. La poca ganancia desmotiva a cientos de trabajadores que prefieren no aceptar las ofertas.


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El Paisaje Cultural Cafetero (PCC) está conformado por los departamentos de Caldas, Quindío, Risaralda y Valle del Cauca. Nombrado Patrimonio Mundial desde el 2011 por la UNESCO y que busca promocionar la zona a nivel nacional e internacional.

Finca El Porvenir, ubicada en la carretera principal que conecta las veredas con el pueblo de Quimbaya.

Wilson López, arrojando 23 kilos de cereza al “beneficio”, donde se procesa el café, el mismo día que se recoge, para evitar que se sobre fermente.


recogiendo café, ya ahorita no hay nada». De nuevo, esta finca también estaba siendo afectada por un verano que no cesa y que no ha dejado que la lluvia toque las tierras quindianas desde ya hace quince días. Le comenté a Wilson que quería conocer a un recolector y dijo tenerme “el propio” y con un grito llamó a don Octavio Castro que estaba perdido entre los cafetos brillantes y calientes por el sol. Salió temeroso, con su camiseta de la selección Colombia del año 2.000 y su gorra con gotas de pintura blanca, un hombre delgado y experto en recoger café, le pedí que actuara normal pues deseaba ver como cogía cada fruto. Sus manos, llenas de tierra se movían como si estuviera tocando el arpa, la agilidad que tenía para “devanar” sus dedos, me impresionó y, a diferencia de los anteriores recolectores que conocí, él tenía una sonrisa en su rostro, como si los frutos fueran cuerdas musicales y él, el mejor de los músicos cafeteros. Todos vemos la belleza y calidad del café, pero nunca pensamos en las manos que se lastiman por recogerlo. Agradecí a don Octavio Castro y él, en su gesto más noble cogió su celular y comenzó a llamar a alguien que nunca escuché, pero si noté el orgullo de sus ojos mientras le contaba a la otra persona, que una mujer de Bogotá, lo había escogido de modelo para sus fotos de la universidad. Sonreí y Wilson me afirmaba: «Ya se puso a llamar a toda la familia a contar que le tomaron unas fotos» y se fue riendo mientras me acompañaba a tomar fotografías de los cafetales. Cada recolector tiene su hilera de cafeto y para reconocerlo le ponen una banderilla con una tela, para tener una idea de donde quedaron y recolectar por orden la cosecha madura. De nuevo, quería saber sobre las motivaciones de la pareja que administra la finca. Mientras volvíamos del recorrido, Nelly nos tenía café con pan –el que curiosamente llevé– y mientras hacían bromas entre la familia, les pregunté por sus metas a futuro con la finca. «Yo no cambio mi campo por nada, ni mi café, ni los cultivos. No podría vivir en el pueblo» lo decía mientras miraba los surcos que no le pertenecían pero que al parecer, les guardaba aprecio. «Mi meta a futuro es comprar mi tierrita y ser el jefe pues, cultivando mi propio café ¡qué belleza ome!», dijo Wilson y con esa respuesta me confirmó lo que estaba sospechando, él no era del Quindío sino de Medellín. Las palabras que usaba y así mismo sus metas para ser su propio jefe, hablaban por sí solos. Seguían entre risas y chistes familiares con sus dos hijas, Geily de 14 y María José de 6 años, me disponía a tomar la foto familiar y era inevitable no contagiarse de su alegría. «Ehhhh, ¡qué cosita! Pónganse serios, ¿qué dirá la niña? no querrá volver», decía Nelly tratando de calmar a los apenados familiares que no sabían que hacer o cómo actuar frente al lente de 18-55mm. La foto quedó lista, pero prefieren no verla, procedo a guardar mis cosas y agradecer por la hospitalidad recibida, sentí como si me conocieran de toda la vida, mandaron plegarias para que me fuera bien en «lo que sea que esté haciendo» dijo Wilson tomándome del pelo, una vez más. Me acompañaron a la salida para esperar de nuevo el Jeep que me llevaría a Quimbaya en el turno de las 4 de la tarde, y así fue, me despedí queriendo volver. Después de conocer dos fincas de Quimbaya, y ver los lados opuestos de las familias, de los cultivos, de los recolectores e incluso de los pagos, debía visitar la Cooperativa de Caficultores del Quindío, una entidad asociativa sin ánimo de lucro que cuenta actualmente con 1.600 asociados, propietarios y/o administradores de fincas que, de manera exclusiva le

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La Cooperativa de Caficultores del Quindío fue fundada en 1966 y es actualmente la encargada de regular el precio del café en el departamento.

La familia se reúne después del mediodía para terminar la jornada. Los sábados son el día de pago por la semana trabajada.

Los días sábados la bodega de la Cooperativa puede recibir hasta 20.000 kilos de café en pergamino seco. Que posteriormente se despacha a las bodegas de Almacafé.


venden su café con el precio más justo del mercado. Con ayuda de Almacafé (Almacenes Generales de Depósito de Café) y la Federación Nacional de Cafeteros, compran la mayoría del café en pergamino seco, es el grano que aún está cubierto por una cáscara llamada cascarilla. Los sacos de 40 kilos cada uno, salen de los 12 municipios de Quindío, para la sede principal en Quimbaya, normalmente se reciben los días sábados y mientras acompañaba al fiel de báscula, Antonio Botero, quien es el encargado de revisar la calidad del café y así mismo pagarlo me contó que la broca, ese insecto que afecta el café hace que los pagos disminuyan y que el negocio del café poco a poco deja de ser rentable. Quería conocer cuáles eran las ayudas que la Cooperativa tiene con los caficultores en los momentos de sequía o fuerte invierno, Lilia Córdoba, coordinadora del café en la Cooperativa, me atendió en su oficina. «El seguimiento lo hacemos en las reuniones, pero nosotros no podemos crear un plan de apoyo, eso le corresponde al gobierno» La preocupación que vi en los recolectores y administradores, fue la misma: el relevo generacional está en extinción. «¿Cómo hacer para que las nuevas generaciones se incentiven para cultivar el café?» pregunté y Lilia tomó muy en serio mi pregunta, ya que no sólo está afectando la caficultura, sino la Cooperativa. «La crisis en el sector café se mantiene por la actividad de los precios, que nunca es constante» Los caficultores le aconsejan a sus hijos no seguir con el tema del café, sin embargo, existen programas patrocinados por Fedecafé de Jóvenes caficultores, me comenta Lilia. Sin embargo, parece ser una situación que preocupa a la cooperativa, quien prefiere delegar esta función de apoyo e incentivos al Ministerio de Agricultura. Mi semana termina, la calidad humana que conocí y cada mano gastada por uno de los trabajos más pesados y menos pagados que existen en Colombia, como lo es recolectar café, demuestra que nada es tan fácil como parece ni tan complicado para no hacerlo. Trabajadores, personas, así los conocí y con esa imagen prefiero guardarlos, la palabra caficultor se va extinguiendo así mismo como el relevo generacional de los cultivadores. Una labor, un trabajo mal pago que no motiva su crecimiento, pero que sobretodo necesita ser escuchado, visto, tocado y pensado con todos los sentidos. Personas que tienen sueños y metas, algunas frustradas y otras en pleno despegue, son las que día a día hacen que el café de la mañana parezca una bendición, en cada cucharada se desvanece esa carga de sudor, trabajo duro, largas jornadas y días de fuerte sol, nuestros recolectores, a ellos que sin rostros ni nombres, anónimos en el tiempo logran de manera indirecta, con el aroma en las mañanas, unir familias. A ustedes, ¡gracias!

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cr贸nica #5


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Fotografías por: Carolina López Álbum Familiar

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¿Cuáles son tus límites?

Por { Carolina López }

ME LES ADELANTÉ El día menos pensado, a lo hora menos pensada y en el lugar menos pensado nació un angelito, una pequeña niña de tan solo cinco meses y dos semanas , que llegó al mundo para compartir sonrisas, sueños, metas con sus seres queridos y lecciones de vida que han tocado el corazón de muchas personas. Esperanza Sierra, una señora de treinta años, quien tenía una vida basada en las apariencias, había soñado con tener una pequeña hija a quien pudiera entregarle todo su amor y dedicación. Dos años antes había empezado a planear su embarazo y se sentía segura de este importante paso ya que había encontrado para ella, el hombre perfecto con el cual compartiría el resto de sus días y podría realizar tan maravilloso sueño de ser madre, pero no siempre todo sucede como se planea. Tras meses de intentos fallidos, novenas a Santa Marta, peticiones al Señor de Los Milagros y muchos remedios caseros, un espermatozoide logró atravesar la membrana celular del óvulo y dio lugar a la fecundación de un pequeño ser, que meses más tarde empezó a generar inquietud a Esperanza, ya que su barriga no crecía normalmente y solo aumentaba el tamaño como una pequeña pelota de caucho en la parte inferior del ombligo. Esta mujer, muy preocupada, fue a ver a su médico para exponerle lo que estaba sucediendo y él la alertó de un embarazo riesgoso que requería de varios cuidados y casi que una quietud completa para no poner en riesgo la vida del bebé. Sin embargo, seguir estas indicaciones no fue suficiente para tener un proceso de embarazo satisfactorio. A los cuatro meses y dos semanas, pequeñas gotas de sangre humedecían la ropa

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No necesita de un caminador, la ayuda de sus seres queridos la mantiene en pie.

de esta mujer, causando pequeños manchados que normalmente suceden en los últimos días de gestación cerca a la hora de dar a luz. Fueron dos semanas de insomnio y preocupación al no entender por qué estaba teniendo dolores y señales de un parto cercano, si hasta ahora habían pasado dieciocho semanas desde que su pequeña había empezado a crecer dentro de ella. Sin tiempo para dar respuesta a sus preguntas, con tan solo cinco meses de gestación su cuerpo empezó a inflamarse de una manera exagerada y empezó un fuerte sangrado, por lo cual fue hospitalizada en la Clínica Palermo. El médico de turno tan sólo le informaba que existía una alta probabilidad de que su bebé falleciera en el transcurso de las siguientes horas. De repente, un doctor se le acercó y le preguntó si tenía seguro médico; en este momento, el silencio invadió el espacio donde Esperanza relataba su embarazo, su respiración aumentó y con la voz quebradiza trató de continuar su historia, pero los tristes recuerdos le jugaron una mala pasada y no pudo decir ni una sola palabra, su brazo se extendió y con un gesto me pidió tiempo para respirar y seguir. La frase que dijo en seguida fue “ le respondí lo más estúpido - el Seguro Social es para los pobresyo de bruta pensaba que el Seguro Social era lo que yo veía en la televisión, las filas de las señoras pobres allá rogando y suplicando por una pensión”, lo que esta mujer no sabía, en ese momento, era que la única posibilidad de salvar su embarazo era si la trasladaban a la Clínica San Pedro Claver, porque allá estaban los mejores médicos, los mejores equipos y, en general, estaba todo lo que se necesitaba para intentar salvar la vida de su pequeña. Nuevamente el silencio invadió nuestra conversación y después de unos segundos, en los que sólo se escuchaba el sonido de su congestión nasal, expresó: “la clínica de los pobres fue la que me salvó a mi hija y ahí entendí qué era lo


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Su pasión por convertirse en correctora de estilo comenzó en cuarto semestre.

que verdaderamente valía”. Allí permaneció por un espacio de dieciocho días, en donde cada uno era un calvario, el cansancio y la angustia eran superiores a sus fuerzas, la situación cada vez era más crítica y, al perder su placenta, fue aislada en una habitación impermeabilizada para prevenir una infección. El 1 de marzo de 1997 a las 11:30 de la mañana, después de un sangrado incontrolable el médico de turno autorizó que trasladaran a la mamá de 32 años a las salas de cirugía. Confundida y con mucho dolor el anestesiólogo la preparó para la intervención quirúrgica, por lo cual le aplicó una inyección raquídea para bloquear el dolor mientras le explicaba los riesgos del procedimiento médico, le decía que era mejor que le entregara su bebé a Dios y que se lo devolviera puesto que sólo Dios sabría qué hacer para darle paz y tranquilidad, sin


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embargo, Esperanza estaba tan aferrada a su chiquito, que no cabía entre sus posibilidades dejar de luchar segundo tras segundo para poder ver los ojos y la sonrisa de su bebé, con el paso de los minutos, el cansancio y el dolor se fueron apoderando de ella y decidió dejar todo en manos del Señor. Después de largas horas de recuperación, exactamente seis horas y media, Esperanza abrió sus ojos en una habitación llena de equipos, médicos y enfermeras que estaban pendientes de su postoperatorio. “Cuando desperté, escribe Esperanza en la Revista Sin Límites, estaba en la sala de recuperación, en un brazo me estaban colocando sangre y en el otro suero, eran como las seis de la tarde, pregunté a una enfermera por mi bebé, ella me dijo que había sido una niña pero que estaba muy chiquitica y la tenían en la incubadora número doce de la unidad de cuidados intensivos. En ese momento, le di gracias a Dios por la vida y comprobé que cuando pedimos con fe, él escucha nuestros ruegos”. Al día siguiente, el 2 de marzo, Esperanza seguía inquieta por saber la evolución de su hija, pero la única respuesta que las enfermeras le daban era que la niña estaba muy delicada y que tenía a su disposición todos los cuidados médicos. Así mismo, los familiares le decían que era muy pequeña, que estaba evolucionando satisfactoriamente, que no se preocupara y que orara para que este nuevo ser pudiera crecer y conocer las maravillas del mundo. El 5 de marzo, tres días después, la nueva mamá fue trasladada de la unidad de cuidados intermedios a una habitación, y la única forma que tenía para conocer lo que estaba sucediendo con su hija, de tan solo 570 gramos, era por medio de sus hermanas que le informaban cada uno de los acontecimientos que sucedían en la sala de incubación. En medio del desespero y la ansiedad por ver a su angelito, así le decía a su pequeña de tan solo cinco meses y tres semanas, sacó fuerzas de donde no las tenía y tomando ventaja del desorden del cambio de turno de las enfermeras se desconectó del suero y con grandes esfuerzos, sosteniéndose de las paredes bajó a la sala de cuidados intensivos neonatales. Se puso los implementos de higiene necesarios para poder ingresar y, afanosamente, buscó la cuna donde estaba su hija. Aún, después de dieciocho años le impresiona recordar lo que vio en ese momento, “eso era una cosita chiquita y fea, fea, fea a morir, no tenía cejas, no tenía pestañas, no tenía uñas, era toda trompuda y las paticas eran largas como una lagartija, yo dije Dios mío esto qué es, me desmayé porque eso no parecía un bebé”. Al recuperarse, entre llanto y miedo preguntaba la razón por la cual su hija era así. La psicóloga la trataba de tranquilizar y explicarle que ella pertenecía a las mamitas que tienen bebé canguro, pero ¿qué puede entender una persona que nunca había escuchado este término y acababa de ver un feto en una cama sin la más cercana característica a un ser humano? Ese fue el caso de Esperanza, quien desconocía por completo las dificultades de un nacimiento y lo único que pasó por su mente, mientras escuchaba decir a la psicóloga “bebé canguro”, era que su niña había nacido con una enfermedad muy rara que era propia de este animal. Luego fue entendiendo que cuando un niño nace prematuro, es decir antes de los nueve meses, se debe terminar el proceso de gestación en contacto directo, piel con piel, entre la mamá y el menor para estimular el recuerdo de experiencias intrauterinas como el sonido


del corazón materno, el movimiento continuo del tórax, las características de la voz, entre otras, que ayudan a tranquilizarlo y favorecen la maduración de los órganos. Ocho días después, Esperanza fue dada de alta; recuerda el dolor tan inmenso que sintió cuando salió de la clínica sin su angelito, el sufrimiento de saber que dejaba su vida allí y el desasosiego de no saber si al día siguiente, cuando fuera a visitarla, iba a encontrarla viva. “Fueron cuarenta días en los cuales, desde las 8:00am y solo por media hora podía verla y además sentir el sufrimiento de otras madres que perdían a sus hijitos”, contó Esperanza en la Revista Sin Límites. Pesando 1.000 gramos, Esperanza recibió la maravillosa noticia de que podía llevarse a su hija a casa. Desde ese día empezaron los cuidados del programa canguro y esa fue una sensación indescriptible, el sentir a su bebé tan cerca, gozando cada sonido, cada movimiento, cada gesto. “Era curioso alimentar a la bebé con un gotero y vestirla con ropa para muñecos, expresa Esperanza, fue una experiencia dura, agotadora, pero que fortaleció el amor y los lazos fraternales de toda la familia cuya atención giraba en torno a ella, quien ya abandonaba el pecho de su mamá, de su mami (como le dice a su tía) y de todos quienes tuvieron la dicha de tenerla cerca de su corazón”. Ahora empezaba otra etapa.

DE LA MANO DE DIOS, LA FAMILIA, EL TEATRO Y SUS AMIGOS Ángela María Hernández Sierra, así fue bautizada. Ángela por ser un angelito y María por la Virgen María, para que siempre estuviera cubierta por su manto de protección. Había comenzado a crecer, a tener una vida como cualquier otro bebé tiene en los primeros meses y se pensaba que aquellos días difíciles de preocupación y angustia habían terminado; pero en ese momento su familia notó que los movimientos de Ángela no eran normales, no controlaba su cabeza y era muy rígida. Cada día eran más evidentes sus dificultades motrices, no obstante, el pediatra atribuía este inconveniente al parto prematuro y lo calificaba como algo normal. En septiembre, cuando la niña cumplió seis meses su mamá entendió que no era normal que ella no gateara sino que en un intento por avanzar se arrastrara, le costaba voltear su cuerpo y decidió llevarla al neurólogo, quien le explicó que Angelita había tenido hipoxia al nacer, es decir falta de oxígeno, y como consecuencia padecía de diplejía espástica en los miembros inferiores, es decir, “es un tipo de parálisis cerebral, que afecta al 2.5% de cada 1.000 nacimientos vivos, en la que se ve afectada la parte psicomotriz, funciones cognitivas, sensitivas, de comunicación, de percepción e incluso, en algunos casos, puede afectar el comportamiento del paciente”, explica el fisioterapeuta especialista en Neurorehabilitación Álvaro José Silva Aguas. Este hecho, iba a dejar secuelas a nivel motriz, cognitivo o en el peor de los casos las dos, le recomendó hacer terapia y desde ese momento, la niña empezó un tratamiento de rehabilitación encaminado a la funcionalidad cotidiana, regulando el tono muscular que es una de las principales afectaciones que tiene este tipo de pacientes. Esperanza recuerda: “Empecé como loca, yo he pecado de exceso, la llevaba a terapia física, terapia ocupacional, equinoterapia, la llevé a Santa Marta para enterrarla en arena, la lleve a Pasto y la llenamos de curíes en todo el cuerpo, le unté caca de chivo, hasta fui a la policía para

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Las señales de luchas pasadas, si se puede llamar así a las cicatrices, son el correlato de acciones emprendidas, decisiones tomadas, crisis vividas”. (Harrison Scott)

“Hay muchas cosas que no se pueden averiguar mediante el pensamiento; hay que vivirlas”. (Michael Ende)


pedir marihuana y untársela con alcohol”, era tanto el desespero de esta mujer por alentar a su hija que creía en todos los remedios científicos o caseros que las personas le recomendaban. Sin embargo, lo que esta madre de familia desconocía era que la parálisis cerebral no puede curarse, aunque el tratamiento sí mejora las capacidades del menor. Como se evidencia en el estudio “Parálisis cerebral: Esperanza en la investigación”, realizado por el Instituto Nacional de Trastornos Neurológicos y Accidentes Cerebrovasculares, es necesario un plan de manejo integral que incluya una combinación de profesionales de atención médica con experiencia en fisioterapia, terapia ocupacional, terapia de conducta y asesoramiento, medicamentos, cirugías y ayuda mecánica. Por su parte, su abuelita María Julia Lésmes, de 89 años, no tiene muy claro algunos sucesos de la vida de Angelita, pero en medio de esfuerzos por recordar esta experiencia de vida, se encuentra con la certeza de que aunque inicialmente tuvo dudas de que su nieta pudiera salir adelante, hoy puede dar testimonio de la inteligencia de ella para superar la situación y las dificultades que Dios le puso en el camino. Gracias a las oraciones, a los cuidados médicos, las terapias y el amor de todos, ella pudo realizarse como persona e iniciar su etapa escolar. Caminando sobre la punta de los pies, tratando de controlarlos para que no se le fueran hacia adentro y con la ayuda de unas férulas que usó desde los tres años para ayudarle a caminar mejor, a los cuatro años de edad inició sus clases en el Centro Propase. Este es un instituto especializado en niños con problemas motrices y/o parálisis cerebral, donde le hacían terapias para ayudar a estimular los músculos y a la vez le enseñaban los números, las vocales, los colores y ejes temáticos propios de su edad, además a su corta vida Angelita ya leía gracias a su mamá quien usaba el método de estimulación de Glenn Doman, centrado en un tratamiento para niños con lesiones cerebrales y fundamentado en la ecuación: leer es igual a ver y escuchar, por lo tanto, en diferentes partes de la casa la menor tenía papeles pegados con los nombres de diversos utensilios como la estufa, nevera, comedor, entre otros, y le repetían constantemente el sonido de esas palabras para que con el tiempo las asociara. Adicionalmente, Esperanza siempre la llevaba a teatro, cine, exposiciones y museos para que tuviera un amplio conocimiento cultural y tuviera la posibilidad de hablar sobre cualquier tema. Su mamita pensaba: “Sí, mi hija va a tener una dificultad pero su talento tiene que sobrepasar eso. La gente no la va a recordar porque es la niña que tiene un caminador, sino porque es pila, es la niña que siempre está alegre, contenta que sabe de todo, que puede opinar de una obra de teatro, que puede hablar de un autor”. En el comedor de su casa, bueno la casa de abuelita y sus tías donde permanece la mayor parte del tiempo, tomando un jugo y recordando su infancia, Angelita empezó a abrir su corazón y su memoria, dio inicio a una larga conversación que abarcaba desde sus mayores alegrías hasta los momentos más difíciles que ha vivido, entre sonrisas, miradas fijas y ojos cristalinos habló sobre todo su proceso en los colegios. Por las competencias de Ángela y su alto nivel cognitivo, su familia decidió cambiarla a el Jardín Infantil Descubriendo Habilidades, lugar por el cual siente gran gratitud ya que allí Dios puso en su camino personas que estaban dispuestas a ayudarle y colaborarle en todo lo que necesitaba, tenía una señora que la cargaba en sus brazos para facilitarle la movilidad, la subía, la bajaba, la llevaba al baño y la movilizaba por los diferentes espacios del jardín,

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Los aparatos ortopédicos sólo deben usarse si ayudan al niño a moverse mejor y a ser más independiente. Los aparatos innecesarios pueden debilitar los músculos y empeorar la discapacidad.

Durante el tiempo que Angelita estuvo en la incubadora fue necesario que utilizara una protección ocular para protegerla de daños visuales.


así mismo siempre contó con el apoyo de su tía Luz Stella, quien relata que aunque a veces sentía miedo de que le pasara algo malo a su sobrina, siempre la acompañó a todos los paseos y salidas pedagógicas del colegio, le preparaba su ensaladita fría para llevar, alistaba sus onces y le daba coraje para disfrutar de aquellos valiosos momentos. Al finalizar su pre-escolar, entró a formar parte de los estudiantes del Colegio Psicotécnico, donde finalizó su primaria y de la mano de sus docentes y amigos pudo culminar sus estudios hasta quinto grado, quienes la acompañaban a los salones de clase y siempre estaban a su lado para cualquier necesidad que ella presentase. Mientras con palabras de satisfacción y orgullo la protagonista me relataba los detalles de su vida, yo trataba de imaginar cómo había sido la decisión de entrar a colegios que no disponen de un cuidado especial, ni de instalaciones adecuadas para personas en condición de discapacidad y sin dejar pasar mucho tiempo, me animé y le pregunté. -¿Siempre has estado en colegios que no son aptos para personas en condición de discapacidad?Su mirada se concentró en mis ojos y respondió -Siempre han sido colegios normales, mucha gente tiene el estigma de que por tener una dificultad tienes que estar en lugares acordes a ti. Frente a esto hay muchos estereotipos y muchas vainitas que nada que verEn un estudio realizado en Instituto de Ortopedia Infantil Roosevelt, se halló que “La participación en el colegio es un concepto altamente complejo. Se concibe como una condición esencial para construir conocimiento del mundo, aprendizaje y desarrollo… La participación social en el colegio puede ser usada como una construcción, sobre la cual basar la inclusión de los pacientes en las actividades normalmente realizadas en este colegio y que se esperan de sus pares en el mismo contexto”. Por lo cual, los padres de Angelita decidieron que su hija debía estudiar en colegios regulares que la motivaran a salir adelante y no en colegios especiales que frenaran sus avances. Hasta sus diez años, a pesar de su diplejía espástica, Angelita podía caminar con el apoyo de una persona que le ayudara a mantener el equilibrio. Pero en el 2007, a medida que fue creciendo, sus músculos se empezaron a atrofiar y empezó a caminar con las piernas muy dobladas, su gasto de energía era el triple que antes y realmente no podía dar ni un solo paso. La única salida que había para continuar era empezar a usar una silla de ruedas e iniciar algunas intervenciones quirúrgicas. La primera a la que fue sometida fue en los pies con el fin de corregir su marcha y direccionarlos, luego le realizaron la primera aplicación de toxina botulínica, más conocido como Botox, que “ayuda a mejorar la espasticidad y en consecuencia la funcionalidad del paciente” expone el Neurólogo Ernesto Ojeda. Aunque estos procedimientos le ayudaron en gran medida, no fueron suficientes para que Angelita pudiera volver a caminar, así que la opción más recomendable, según el ortopedista de la Clínica del Niño, era realizar una cirugía múltiple de tres procedimientos en cada pierna, para alargar los músculos, tendones y facilitarle el estiramiento de las piernas. Los siguientes tres meses fueron de ardua recuperación. “Fue supremamente dolorosa,insistió Ángela-, realmente fue un calvario esa vaina, sufrí mucho, pero nunca dejé de estudiar, yo hablaba en el colegio para que me enviaran los trabajos y cuando tenía evaluaciones yo iba, las presentaba y me devolvía a casa”. Su tía Luz, como siempre, la acompañó

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durante toda su recuperación pero su tía Miriam, cuenta que se quedaba en la casa con el corazón en la mano, pensando en cómo salieron las cosas, orando y cuidándola al máximo en todo lo que requiere. Esta intervención fue exitosa los primeros meses. Pero después, volvía a retroceder puesto que, según explica el especialista Álvaro Silva, “no existe una recuperación total, lo que normalmente se hace en este tipo de alteraciones es hacer un manejo del tono muscular para tenerlo lo más regulado posible, con el fin de que los movimientos sean lo más armónicos y normales posibles, encaminados a una mejor calidad de vida del paciente”. No obstante, sus padres decidieron cambiarla de ortopedista para que la atendiera el doctor Camilo Turriago, quien aún la sigue controlando. Para la menor, la primera cita fue impactante. Recuerda la cara del médico en su consultorio cuando revisó la historia clínica. Le confesó que le parecía impactante su diagnóstico y se impresionó más cuando conoció el estilo de vida que Angelita llevaba. Las únicas palabras que salieron de la boca del ortopedista construían una frase de aliento, recalcaba que era una niña con mucho potencial y que no debía perderse en una silla de ruedas, le planteó realizar otra cirugía múltiple pero esta vez reconstructiva. Durante la explicación del médico ella pensaba en la cantidad de cicatrices que iban a marcar sus piernas, en el tedioso tiempo de recuperación que le tocaría vivir, en la cantidad de clavos, platinos y tornillos que iban a invadir su cuerpo casi de por vida y, en ese momento, revivió el dolor de su anterior cirugía, “yo no sabía que no se podía doblar la pierna, narra Ángela mientras su cara se transforma por gestos de sufrimiento, entonces cuando me quitaron el yeso, un médico me dijo que levantara la pierna. Lo que yo hice fue doblar la pierna pero como hace mes y medio no la doblaba, la rodilla se me corrió y casi tumbo la clínica a gritos; luego me desmayé. Cuando me trajeron para la casa, yo le dije a mi primo, que me estaba ayudando a bajar del carro, que no podía doblar las piernas y yo no sé qué me entendió y me las dobló al tiempo. Los vecinos salieron a mirar que pasaba, cogí a mi primo a cachetadas y eso sucedió durante toda la recuperación, cada rato se me doblaban las piernas”. Ella recuerda la conversación con el ortopedista: -No me hable en términos médicos, solo dígame ¿Qué me va a hacer? -Te voy a desarmar y volver a armar -Bueno, y ¿de cuántos procedimientos estamos hablando? -De 14 procedimientos -¿Son 14 separados? -No, todos de una vez. Son 14 cirugías de una sola vez -Yo me la hago pero con la condición de que no sienta dolor, no quiero volver a sentir eso Aunque fue difícil aceptar este procedimiento, con tan sólo trece años, entendió que esa era la mejor opción que tenía para volver a sentir el piso con sus dos piernas firmes sobre él, razonó que las cicatrices son superficiales y que esas cicatrices eran huellas del amor de Dios porque a través de ellas, Dios le ha dado sanidad y nuevas oportunidades. Jamás ha visto eso como una tragedia, dice, es durísimo pero esa es la vida. Igualmente, resalta la importancia que han tenido sus amigos en el proceso de su recuperación. Para Alejandro Tobar, su mejor amigo, quien la ha acompañado durante su proceso,


fue difícil empezar a relacionarse con una persona que tiene una discapacidad física. Con el tiempo, empezó a entender que era una persona normal con quien podía ir a cine y compartir momentos especiales, él siempre la acompañaba en su casa, buscaba la forma de hacerla sonreír y de sacarla de un encierro en el que ella vivía. Le imitaba a personajes cómicos, se ponía nariz de payaso y así, le ayudaba a sentirse libre y a sacar toda la energía que tenía canalizada. Alejandro compartió su experiencia con Ángela, “fue un choque moral complicado porque primero empecé a hacer una retrospección de mi vida, empecé a verla y me preguntaba cómo hace para salir adelante y estar acá luchando, empecé a reflexionar que había que valorar ese ejemplo de vida y me di cuenta que había que mostrarle a otras personas eso”. Como una ayuda adicional, el arte fue una herramienta que le enseñaba a ser fuerte, a expresar sus miedos, sus alegrías y sus emociones. Esperanza piensa que el teatro fue realmente importante y le ayudó mucho, sentir el calor de las personas, la admiración, escuchar los aplausos y ver a todo un público de pie, le recordaba a Angelita que estaba viva, que tiene otras partes del cuerpo con las que puede hacer un personaje y otros aspectos como la voz con la que puede complementar el cuerpo, que la discapacidad estaba en la mirada y por esa razón no podía desfallecer. Con dedicación, disciplina y entrega protagonizó montajes como “Cenicienta”, “Blanca Nieves y los siete enanitos”, “el mundo es un pañuelo”, “entre ángeles” y “de los cielos a la tierra”.

PEDALEÁNDOLE A LA VIDA Vamos a hacer un alto en el camino. Ángela siempre soñó cosas que todo niño anhela, jugar a las escondidas, a la lleva, correr libremente por entre los parques, saltar lazo, pasar por los cuadros de la golosa, patinar, lanzarse del rodadero, cruzar el pasamanos y, por supuesto, el deseo compartido de todos, montar en bicicleta. Aunque Angelita necesitó de terapias que la pusieran a gatear, a caminar y a hacer actividades que le ayudaran al cerebro a entender los procesos que cuando pequeña no hizo y por lo cual el cerebro no los interiorizó, desde pequeña siempre tuvo presente que la discapacidad estaba en la mente y que los sueños eran el motor que la motivaría a alcanzar todo lo que se propusiera. Con el transcurrir de los minutos, inmersos en la magia del relato de Angelita, una más evidente sonrisa se asomaba en el resplandeciente rostro de su tía Luz Stella, quien dejaba salir el orgullo que la invadía e iluminaba el emotivo momento que allí se vivía mientras se refería a su sobrina como una niña valiente que tiene una fuerza de voluntad inmarcesible, un deseo de superación muy grande tan grande como la lección de vida que Angelita representa, y una personalidad de hierro que no se amedranta ante nada, así que nunca le dio miedo pedir de regalo un juguete que no era tan fácil de manejar y que le tomaría tiempo poder usar, pedalear y avanzar por el sendero de la vida en ella. Una bicicleta. Sí, aquella niña de tan solo seis años había pedido a su familia una bicicleta, regalo que su tía Elizabeth le concedió. Fue realmente una sorpresa increíble para Angelita. Ella estaba en una de las habitaciones en la casa de su abuelita, su tía la alzó y le dijo que tenía

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que mostrarle algo, cuando llegaron abajo, la quietud de la sala se vio perturbada por los gritos de felicidad de la niña al ver una bicicleta rosada con un pito que emitía diferentes sonidos. Luego, uno de sus tíos le enseñó a montar bici, pero en los primeros minutos se dieron cuenta de que no podía sostener el pie en el pedal, la cara de felicidad de la pequeña se transformó en un rostro de frustración al no poder montar en su bicicleta que tanto había soñado. Pero como dice la mamá de Ángela, hay que ponerle trampitas a las cosas, por lo cual se inventaron un método para poder montar en bicicleta, explica Ángela, “lo que nosotros hicimos fue comprar unos tenis y esos tenis los pegamos con bóxer a los pedales, entonces yo me subía descalza y metía los pies entres los tenis y pedaleaba”. Todas las tardes se escuchaba el ruido de cuatro ruedas que iban y volvían frente a la casa, mientras un pito cambiaba de sonido, alertando que una niña iba pasando por ahí. Además del sentimiento de capacidad y autosuficiencia que sintió Angelita en ese momento, lo cual le brindó un aporte significativo para su desarrollo corporal y motriz ya que como se evidencia en investigaciones realizadas por el Instituto Nacional de Deporte Educación Física y Recreación “un problema habitual, en los discapacitados, es la no realización de ejercicios físico recreativos de forma sistemática. Si bien las actividades físicas en las que participan personas con discapacidad requieren diversas modificaciones y adaptaciones que permitan la integración en la misma de los discapacitados, el problema se hace mayor cuando los familiares piensan que una forma de proteger a estos de accidentes es prohibirles realizar actividad física”. Cuando aprendió a manejar su nueva bicicleta, su primera salida fue con su mamá a la ciclovía de la Avenida Boyacá. Las personas las miraban y admiraban el empuje con el que la niña pedaleaba y lograba pasar a varios niños como si estuviera en una competencia y “en ese momento entendimos, dice Esperanza, que hay que buscar la manera de poder hacer todo sin pegarse de que yo tengo un límite, todo lo que uno quiera hacer lo va a hacer y lo va a lograr”. A medida que Ángela iba creciendo las rueditas de atrás se cambiaban acorde al tamaño de la bicicleta y al tamaño de sus sueños para que, aunque dejara de ser niña pudiera seguir pedaleándole a la vida.

AQUÍ VOY DE NUEVO Después de dos años de usar silla de ruedas, el 14 de julio de 2011, la vida de Ángela María dio un giro de 180°. El ortopedista Camilo Turriago llevó a cabo la cirugía múltiple que constaba de catorce procedimientos; a las 7:00 am, esta pequeña ingresó a sala de cirugía, dejando parte de su vida y de sus sueños en manos de un grupo de médicos guiado por su ortopedista de cabecera, once horas más tarde, es decir, a las 6:00pm, se escuchó en la sala de espera del Hospital Universitario San José a un médico preguntando por los familiares de Ángela María Hernández Sierra para informarles que la cirugía ya había finalizado y que solo quedaba esperar que ella despertara. Angelita recuerda: “Cuando me desperté en la sala de recuperación, fue muy impactante porque veía como cien médicos. Además, algo que yo detesto de las cirugías es que me pongan el oxígeno porque eso me ahoga más así que me lo quitaba cada rato; sentía mucho dolor. La anestesióloga me incrementó la dosis de morfina y por la vena me estaban pasando


otro medicamento para el dolor, los yesos estaban llenos de sangre y sentí miedo por haber entrado ahí”. A las 10:00pm la subieron a una habitación donde iba a permanecer unos días para estar monitoreada, ella solo quería un abrazo de sus familiares, se sentía muy sola, tenía hambre y frio, pero ya todos habían partido a casa, la soledad se apoderó de ella y un celador la ayudó, le compró un roscón con un jugo Hit tropical y contactó a su tía para informarle que Angelita la necesitaba. Al siguiente día fue un calvario, la dosis de morfina se había acabado, “yo gritaba, sentía que me enloquecía, dice Ángela, además con esos yesos en mis piernas era lo peor, las enfermeras no me podían poner nada para el dolor, me tocó esperar hasta las 8:00 am que llegó el anestesiólogo y después de varios minutos insistiendo, él me dijo que nunca le había hecho eso a nadie, pero que estaba seguro que me iba a recuperar, que iba a lograr mis sueños y me puso nuevamente la dosis de morfina”. Cinco días después del procedimiento quirúrgico Ángela fue dada de alta, continuó un proceso largo y doloroso de rehabilitación en su casa, con los cuidados de su tía Luz Stella, quien afirma: “Yo siempre la acompañé en las recuperaciones porque le tenía mucha paciencia, yo era quien la tenía ahí, le ponía los pañales para no moverla, la bañaba en la cama, ella siempre ha sido la hija de mis entrañas”. Por los siguientes cinco meses fue tanto el sufrimiento, que sintió que no podía seguir adelante, extrañaba su colegio, quería sentarse y ponerse de pie. La clínica Roosevelt se convirtió por un año en su segundo hogar. Los primeros tres meses permaneció allí todos los días en terapia intensiva. Con el paso del tiempo, su asistencia se redujo a dos veces por semana, debido a que, según el especialista Álvaro Silva, “es una recuperación compleja en la que hay que volver a enseñar al paciente a caminar y empezar, como los bebés, paso a paso”. Fue en la sala de terapia física, un cuarto lleno de balones, espejos, caminadoras, bolsas de agua y camillas, donde Ángela sintió algo que jamás había sentido. Allí vivió el momento más gratificante de su vida. Fue la primera vez que pudo ponerse de pie y dar sus primeros pasos con ayuda de un caminador. Después de 4 años, ella recapitula ese momento y cuenta que “habían muchos espejos grandes, pude ver mis piernas en uno de ellos, se veían tan diferentes pero a la vez eran mías, ya estaban derechas, ya las rodillas estaban estiradas, ya el pie se apoyaba completamente, las pude ver como siempre las había querido ver; sentí que todos los dolores habían valido la pena”. A partir de ese momento, su marcha empezó a agilizar, su empeño aumentó y sus ganas por vivir se incrementaron. Con la experiencia de esa cirugía, Angelita comenzó a creer ciegamente en Dios porque él la acompañó en todo el proceso, ella está segura que fue el único que la levantó y que la recompensó con la bendición de caminar. Gracias a este fuerte episodio de su vida, ella sintió que empezó a vivir, pasó de ser una niña dependiente de su familia y de una silla de ruedas, sin privacidad, que sentía que todo era de todos, a ser una adolescente un poco más autónoma en algunos aspectos de su vida íntima. Su tía Miriam Sierra o “Mami”, como le dice Angelita, ha sido testigo directo del avance de su sobrina, admira la verraquera con la que ha salido adelante, “a pesar de que ha sido un proceso difícil y nos han cerrado las puertas de muchos lugares, expresa su Mami, el

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El caminador siempre ha sido parte fundamental de los disfraces de Angelita para quien disfrazarse es una tradición.

La familia se reúne después del mediodía para terminar la jornada. Los sábados son el día de pago por la semana trabajada.

progreso ha sido significativo, Angelita estuvo mucho tiempo en silla de ruedas, cuando salió de ahí pasó a la caminadora que es un gran avance”. El 1 de marzo del 2012, este valioso ser humano, cumplió el sueño que todas las mujeres, mamás, papás y abuelitos anhelan para sus seres queridos, la celebración de los 15 años. Ángela siempre había querido la tradicional fiesta de cumpleaños, pero no dejaba a un lado su propósito de conocer Disney para ese especial momento; pero Dios fue muy generoso con ella y le regaló las dos cosas que siempre había querido. En un evento de discapacidades, cinco meses antes de su cumpleaños número 15, hubo un evento que se llamaba Día Blanco, organizado por ACPHES (Asociación Colombiana de Padres con Hijos Especiales). Ella tuvo la oportunidad de cantar y sorprender a las personas con su historia de vida, mientras les narraba sus anécdotas más importantes, contó que una de las cosas que siempre había querido hacer era ir a Disney. En ese momento, la directora tomó la palabra y le dijo que ella era muy afortunada porque Avianca les había regalado dos tiquetes para Orlando por cinco días con todo incluido. En este país, Angelita se sintió parte de una sociedad incluyente donde no solo buses tienen rampas, las calles están adecuadas para la movilidad de las personas en condición de discapacidad, sino que la cultura está comprometida con el bienestar de todos. En cuanto a su fiesta, fue una celebración al estilo Hollywood. Con la compañía de sus familiares y amigos, por primera vez, Angelita sintió lo que es mover el cuerpo al ritmo de notas musicales, bailó el vals, escuchó a sus amigos cantarle, sintió el amor de todas las personas que la rodeaban y, unas horas antes, hizo un recorrido en un carro antiguo por Bogotá junto a su mejor amigo y su incondicional prima Daniela, quienes hicieron de un simple paseo por las calles de la capital, un momento cargado de magia, amistad, y un recuerdo invaluable en la mente y en el corazón de Angelita. Ángela nunca abandonó sus estudios y con la ayuda de un caminador empezó a cursar noveno grado en un colegio cerca a su casa para tener mayor facilidad en la


movilidad, pero en este lugar la crueldad y el matoneo por parte de sus compañeras se encargaron de cansar a esta chica y hacerla tomar la decisión de trasladarse al Colegio Esclavas de María donde, en medio de sonrisas, aplausos, lágrimas, de las manos de sus dos mejores amigas, subió a la tarima a recibir el diploma de bachiller académico y una mención de honor por ser un ejemplo a seguir para estudiantes y maestros. En el 2013, la Pontificia Universidad Javeriana acogió a Ángela María como estudiante del programa de Comunicación Social. Tras realizar algunos exámenes, Angelita llegó al filtro final para ser admitida, una entrevista que aunque fue algo incómoda porque la atención del profesor y la psicóloga estaba centrada en ella y opacó a los demás postulados, resultó conmovedora y un ejemplo de vida para todos las personas que estaban allí reunidas. Con su caminador, la maleta entre las manijas y mucha paciencia, Angelita se moviliza por todas las áreas de la universidad, allí ha descubierto su espacio, siente que puede ser tal y como es. Ha descubierto muchas capacidades que ni ella misma sabía que tenía, ha logrado subir esas empinadas lomas, ha logrado moverse en un lugar que, a pesar de que tiene rampas para el fácil acceso de discapacitados, no está 100% adaptada para ellos, ha aprendido que las limitaciones son un estado mental, no una condición y que las barreras son autoimpuestas. Son muchos los obstáculos con lo que se ha tropezado Ángela María en su camino, desde la falta de un transporte público que le facilite su movilidad, largas horas de espera en la calle para poder hacer uso de un taxi que prefiere pasar por desapercibida su presencia, imprudentes miradas de las personas en la calle que no disimulan su curiosidad, hasta la falta de cultura de jóvenes en su universidad y marginación por parte de la sociedad. A pesar de su incansable deseo de seguir adelante le ha ayudado a superar los diferentes inconvenientes que la vida ha interpuesto a lo largo de sus años y con la ayuda de su familia que la lleva y recoge en cualquier lugar que quiere ir, nunca ha dejado de realizar actividades propias de su edad. Sale, vive y disfruta con sus seres queridos, va a cine, va a centros comerciales, conciertos, fiestas y paseos, siempre con una sonrisa que ilumina sus días, su entorno y el corazón de quienes la conocen. Ella acepta su condición y entiende que no puede correr como todos los demás pero llega. “Ahora sueño con poder bailar todos los ritmos de la vida, es algo que de verdad me encantaría poder hacer y patinar en hielo, son las únicas cosas que me duelen”, expresa Ángela, pero nunca ha desfallecido, actualmente en su habitación tiene una caminadora, un balón y una colchoneta donde practica y realiza los ejercicios que le hacen en la terapia ya que, como afirma el Neurólogo Ernesto Ojeda, “si se deja de producir el manejo con rehabilitación, masajes relajantes y el uso de toxina, podría deteriorarse la función motriz”. Su historia ha sido mostrada en la Revista Sin Límites, Revista de la Barbie, el Diario El Tiempo, en el programa Franja Metro del Canal Capital y en La Mañana de Univisión porque, como dijo Alejandro Tobar, “ella es un ser de luz, es muy especial, ella no tiene que hablar sino que la simple presencia inspira mucho”. Siempre ha sido un ejemplo de que en la vida todo se puede lograr y ha dejado una valiosa enseñanza: No hay ningún problema que sea lo suficientemente grave para apagar la luz de los sueños, la esperanza y la alegría.

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cr贸nica #6


El diagnóstico de vivir Por { María Paula Chamorro Insuasty}

Al final, lo que importa no son los años de vida, sino la vida de los años. Abraham Lincoln (1808-1865) No sé hasta qué punto una persona puede llegar a soportar dolor, ese que va más allá de lo físico, el que te hace pensar por un momento en que vas a perder una parte de tu cuerpo cuando te dicen: -La única solución es amputar Saben ustedes… ¿qué significa para una niña de tan sólo 10 años y para su familia, saber que van a tener que quitarle una parte de su cuerpo porque no hay ninguna forma de ayudar? Conocí a Ana Sofía de los Ángeles Hernández Bravo por una linda coincidencia de la vida.

ASÍ INICIA TODO Son las 11:00 de la mañana del 11 de septiembre, un día como cualquier otro pensé. Sin embargo, la vida hizo que llegaran al programa de radio en donde estoy junto a tres personas, las cuales tenían planeado promocionar una fundación, contar sus historias y así obtener un beneficio económico para la misma; haciendo las preguntas de rigor, di con una que me dejó un poco perpleja: ¿qué son Angiodisplasias?, a lo cual respondió una de las tres personas,

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“es una malformación o degeneración de los vasos sanguíneos lo cual deriva en un hinchamiento prolongado en las extremidades inferiores y superiores”.

Apenas escuché eso, quedé pasmada, e incluso por mi mente ya corrían imágenes de lo que sería verme a un espejo con una hinchazón en una extremidad del tamaño de un balón de fútbol, o incluso aún más grande, reaccioné y volví en sí. En efecto esto quedó en mi mente por un tiempo así que no pude quedarme con la duda y en ese afán periodístico decidí ir a la fundación para ver por mí misma lo que en mi cabeza rondaba. El contacto con las personas de la fundación fue rápido, mi finalidad era estar con ellos como voluntaria y de ahí sacar una enseñanza para mi vida, pero todo tomó un rumbo diferente porque consideré necesario contar las historias de este lugar en una crónica. Me inquietó saber cómo se manifiestan las Angiodisplasias y por eso le pregunté a Natalia acerca de las alarmas para tener en cuenta, ella me dijo que los síndromes angiodisplásicos son muchos, que en Colombia por el Ministerio de Salud están en lista ochocientos, pero en el mundo sobrepasan los mil y las malformaciones vasculares es uno ellos. Las alertas para tener en cuenta son: principalmente una bola que una persona se puede sentir, la cual los doctores pueden diagnosticar como de grasa, después, vienen las manchas rojas o de color azul intenso que se pueden ver fácilmente en la piel y también una parte del cuerpo puede ser mucho más grande con respecto al tamaño normal.

NUEVAS EXPERIENCIAS El Instituto de Ortopedia Infantil es el lugar en donde se realizan los procedimientos quirúrgicos de los niños y se atiende a los pacientes en consulta externa.

Son las 7 de la mañana y me levanté un tanto apurada porque había concretado la cita en el Instituto de Ortopedia Infantil Roosevelt a las 11 de la mañana. Nunca había estado tan ansiosa de llegar a un lugar, pero comprendí que era porque nunca había estado como voluntaria, era algo nuevo para mí. Llegué y me comuniqué con Natalia Villanueva, la Fisioterapeuta de la Fundación Angiopediatría en la que estoy como voluntaria. Ella me recogió junto con Adriana, otra de las fisioterapeutas en la entrada del Roosevelt y


desde ahí comenzó toda una historia llena de nuevas cosas, términos y personas, historias y sentimientos. Cuando entras al Instituto, si da la sensación de que es un hospital, pero al contrario de lo que todos conocemos, no se ve ese ambiente caótico y desesperado en donde una persona grita porque no llegó temprano a una cita o porque no la atienden rápido. Allá todo va a su ritmo, es ordenado y lo que más sorprende es que hay muchas caritas felices esperando ansiosamente para ver a su doctor. Confieso que no sabía qué era lo que tenía que hacer. Íbamos camino a una especie de sala de espera, pero no era literalmente así, más bien era como una cocina porque había sillas y mesas para comer. Estaba pintada de colores azules y blancos como el cielo cuando está despejado, las personas eran muy amables y saludaban con una gran sonrisa, en ese momento pensé: – debe ser porque atienden a niños y no a adultos -, después miré unas bolsas muy grandes de colores vivos y de inmediato Natalia me dijo: -Ayúdanos a separar los regalos de los niños. -Claro Nata, le respondí. De inmediato la miré y le dije: -Parece que hubiera llegado Papá Noel. Ella sonrió y me dijo: -Pau, esos regalos los da el Instituto y los reparten los doctores en la consulta externa que es más tarde. Después de terminar de separar los regalos de los niños, Natalia me comentó que los doctores Cristóbal y Lucrecia estaban ansiosos por conocerme, que ella les había hablado de mí y que después de salir de la cirugía en la que estaban y de almorzar, accederían a darme la entrevista. Mientras tanto, Natalia me invitó a dar una vuelta por el Instituto para ver a los demás doctores y a los pacientes. Uno a uno los fui conociendo y a medida que pasaban las horas, solamente podía pensar en lo fuertes que eran para afrontar estas enfermedades, en lo valientes que eran tanto ellos como sus familias para continuar sin importar los señalamientos, las preguntas incómodas y los apodos. Las dos fisioterapeutas comenzaron a contarme varios de los casos de los niños que iban a consulta externa en la tarde y también de los niños que habían salido de cirugía el fin de semana que había pasado. Muchos casos me llamaron la atención, pero hubo uno por el cual decidí arriesgarme, Ana Sofía, que tiene una malformación vascular en la mano izquierda llamada hemangioma cavernoso. Sí, suena raro pero este es uno de los casos en los cuales la fundación se involucra y trata. Más adelante les explicaré en términos más fáciles de comprender, de qué se trata lo que tiene Ana Sofía. Comencé a gestionar todo para encontrarla, pregunté en qué habitación estaba, cuando le daban salida y también acerca de los permisos que se requerían para contar su historia. Después de eso me dirigí al consultorio que me habían asignado para hablar con el doctor Cristóbal Papendieck y la doctora Lucrecia Barbosa, médicos cirujanos pediátricos argentinos y la cabeza de la fundación. El consultorio sí era como en todos los demás hospitales,

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había un escritorio, estaba la silla del médico y las de los pacientes, el computador, el perchero donde dejan las cosas y por supuesto las paredes eran absolutamente blancas, lo diferente fue que ese día yo me senté en la silla del doctor y ellos en las de los pacientes. Comenzamos la charla hablando de la finalidad del trabajo que yo estaba realizando y a partir del segundo número uno de la conversación una que otra sonrisa salía de su cara, hablaban con mucha pasión de su trabajo, se miraban de vez en cuando y a veces uno le completaba las frases al otro. Su compromiso tiene un alto grado humanístico, hacen lo que está en sus manos para brindarle una mejor calidad de vida a sus pacientes y también para que el ambiente laboral sea ameno a pesar de las extensas jornadas repartidas entre procedimientos quirúrgicos y visita a pacientes, eso lo pude notar también cuando estuve acompañándolos en consulta externa. Lo primero que me dijo el doctor Cristóbal es que reconocía que su trabajo no sería posible si no estuvieran en la fundación las personas que lo apoyan y que tienen la voluntad de hacerlo, ya que conseguir los recursos económicos para realizar los procedimientos y adquirir los soportes que por supuesto son muy costosos, es difícil. Recordó una de las historias que más lo han marcado y con una gran sonrisa me contó que esa paciente es colombiana, que la mamá la había llevado cuando era pequeña con mucha dificultad hasta Buenos Aires para que él y su equipo médico la salvaran, “ella tenía uno de los síndromes más complicados, la operamos once veces y hoy en día ya tiene una familia, tiene una hija y además estudia”. Son 40 años de experiencia que lo refleja en sus cabellos blancos, sus manos suaves y arrugadas y unas gafas negras que utiliza todo el tiempo. En ese momento miró a la doctora Lucrecia y con un gran orgullo me contó cómo ella accedió a venir a Colombia, “comenzamos a operar a diez pacientes por viaje cuando venía desde Argentina y pensé en que tenía que venir con alguien de mi equipo y esa persona fue mi primer ayudante, la doctora Lucrecia”. Ella inmediatamente sonrió como si estuviera viviendo de nuevo ese momento y me dijo: “Él me lo propuso, se concretó y acepté porque estas patologías que nosotros tratamos que se llaman Huérfanas porque están solas, hacen que a veces los pacientes no vayan al colegio ni salgan a la calle por su malformación, les da vergüenza a ellos y muchas veces a la familia y ese es un motivo nuestro para seguir viniendo”. Los doctores en cada viaje capacitan a los estudiantes de medicina con el fin de que ellos sigan en este proceso de tratamiento, diagnóstico y cirugía para que en un futuro, cuando ellos ya no pueda venir, el nuevo personal tenga la capacidad de hacerse cargo de la fundación y ayuden a salvar más vidas, no solo hablando de términos como vida o muerte, sino el hecho de sentirse vivo por estar completo y sin miedo al rechazo.

EL EQUIPO EN COLOMBIA Ahora el equipo médico que está en Bogotá consta de tres cirujanos infantiles y dos terapeutas, las únicas en Colombia capacitadas para tratar este tipo de malformaciones, la sede para realizar los procedimientos quirúrgicos es el Instituto Roosevelt que les presta el equipo y a sus médicos y la casa José María Espinoza que también está habilitada para


hacer consulta externa en la cual se ven los casos de pacientes nuevos y además se verifica el proceso de los pacientes ya intervenidos. “En realidad, el mayor orgullo nuestro es que vemos a algunos pacientes que vienen de muy lejos, que a veces no hablan castellano y que les hacemos lo que tenemos que hacer y que están de vuelta y que están bien” – finalizó el doctor Cristóbal –. Después de estar compartiendo con ellos su experiencia, Natalia me dio la noticia de que ya podía acercarme a Ana Sofía, me confirmó la habitación en donde estaba y con cuál de sus papás para poder iniciar mi historia.

ESPERANDO ESE MOMENTO Salí del consultorio sin antes agradecerles y despedirme de los doctores, pasé al edificio donde están las habitaciones en el cual tienen a los pacientes en recuperación y era un ambiente completamente diferente, -no creerán que las paredes tienen un color un tanto llamativo, es naranja -. Por los pasillos el silencio absoluto es lo que prima y sentí como la sensación de caminar un callejón sin fin, como esos de las películas de terror aunque el color era lindo. No sabía qué tantos pacientes habían, pero tenía muchas ganas de abrir todas las puertas – todas las puertas estaban cerradas-, no esperé más y apresuré mi paso. En ese momento Natalia llegó y me dijo que la acompañara antes a vendar a una pequeñita que habían operado el sábado. La niña tenía una cara hermosa, unos ojos grandes y una boca delgada, era de cabello corto y ondulado color castaño y por la forma de comportarse pareciera que no le doliera lo que tenía en la pierna. Estaba vendada, pero cuando Natalia le destapó la herida, pude

El equipo de trabajo está precedido por el doctor Cristóbal Papendieck, seguido de la doctora Lucrecia, médicos del Instituto Roosevelt, los profesionales de la fundación y estudiantes de medicina.

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observar los puntos y el color morado oscuro en su pierna por la cirugía, estaba recién levantada porque ya casi les daban salida, -ella no pronunció palabra, solo se sentó y dejó que Natalia hiciera lo suyo-. Su mamá estaba un tanto preocupada porque no sabía cómo iba a vendar a su hija, pero Natalia le explicó la forma correcta de hacerlo y cuando terminó, salimos hacia la habitación de Ana Sofía. Cuando entramos al cuarto, lo primero que hizo Ana fue sonreír, su mamá estaba acostada en el sofá de la habitación y se levantó a preguntar qué necesitábamos Natalia y yo. En ese momento, Natalia le contó acerca de lo que yo estaba escribiendo, no tuvieron ningún problema en contarme su historia, la mamá de Ana Sofía dijo que sí y la fisioterapeuta abandonó la habitación. Quedamos solamente Ana Sofía, su mamá Luz Adriana y yo. Antes de que comenzara a hacerle todas las preguntas acerca de la angiodisplasia que tiene su hija, ella se levantó y se peinó apresuradamente, Ana Sofía le bajó un poco el volumen al televisor y su mamá le pasó su oso de peluche gigante.

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SIN DIAGNÓSTICO Su mamá regresó al sofá de la habitación, se sentó y comenzó a contarme la forma como la enfermedad de la pequeña se había manifestado. Cuando Ana Sofía nació, presentaba un color azul en su mano izquierda y cuando preguntaron en la clínica les dijeron que lo que tenía era frío – ¿frío en una mano y en la otra no?-, entonces Luz Adriana me siguió relatando. Cuando llevaron a Ana Sofía a sus primeros controles, la mano ya tenía tres tipos de colores diferentes: gris como el cemento, azul como el cielo avisando una tormenta y morado como el color de un golpe. La pediatra no tenía conocimiento del tema y lo que hizo fue remitir a los papás a otros especialistas, entre esos el cardiólogo pensando en que esta enfermedad podía destruir de forma rápida su mano. El cardiólogo tampoco supo qué era lo que tenía la niña y la remitió al cirujano vascular y él la atendió hasta los 6 años. Desde que Ana Sofía tenía 19 días de nacida visitó muchos especialistas y le hicieron muchos exámenes incluyendo el famoso doppler que es un ultrasonido que se realiza con el fin de determinar la velocidad del flujo de los vasos sanguíneos, angioresonancias también para estudiar la patología del corazón y de los vasos sanguíneos, RX y finalmente el médico dijo que no sabía qué era lo que tenía pero que se comprometía a investigar. Ana Sofía permaneció los primeros 5 años de vida sin un diagnóstico. Luz Adriana y Víctor Manuel, el papá de Ana Sofía intentaron averiguar por internet qué era lo que tenía su hija porque conforme ella crecía, la mano también pero no de forma normal, se estaba deformando. Era como si tuviera muchas pelotas de ping-pong incrustadas en la mano, adicionalmente, su brazo también se iba desfigurando. Cuando por fin la diagnosticaron, la explicación que les dieron fue que ella tenía muchos vasos en la mano y en el brazo y que por eso su miembro le crecía cada vez más. Le formularon un guante de licra muy apretado del material que usan para las fajas postoperatorias de lipoescultura para evitar el crecimiento de su miembro. Si su mano ya era dos


o tres veces el tamaño normal, ¿pueden imaginar el dolor al poner ese guante? “era insoportable, se le notaba en su llanto”, decía Luz Adriana. Adicionalmente, el riesgo de una hemorragia si la niña se llegaba a cortar o a golpear era altísimo porque su mano era muy grande y además la presión de tanta sangre acumulada parecía una bomba a punto de estallar. Una de las cosas más difíciles, era lidiar con la imprudencia de las personas que lo primero que hacían era mirar su mano y preguntarle qué le había pasado. La crueldad de los niños en el colegio también fue un factor importante, ya que ellos no se basan en lo que el otro niño pueda sentir, sino que sueltan el comentario en esa inocencia sin importar si hieren susceptibilidades. Ana Sofía ha fortalecido su carácter a medida que pasa el tiempo y cada vez es menor la afectación que causan en ella los comentarios mal intencionados. A veces cuando le preguntan, cuenta exactamente lo que tiene y cuando no quiere, simplemente dice: “no sé qué tengo”. Ella estaba siempre pendiente de lo que su mamá me contaba y la energía que transmitían me ayudaba para sentirme en confianza. La miraba con ojos de cansancio que es lógico después de la cirugía, pero Luz Adriana también la miraba y era el momento en el que ellas se conectaban y la historia se hacía cada vez más fluida.

LA PRIMERA INTERVENCIÓN A la niña la examinaba cada seis meses un ortopedista de mano y le hacía los exámenes correspondientes. Él, a partir de sus estudios en el exterior tomó la decisión de operarla a pesar de que seguía existiendo un desconocimiento de la patología, habló con el pediatra el cual estuvo de acuerdo y le hicieron el procedimiento. Sus padres accedieron de la desesperación en la búsqueda de una solución para el problema que afectaba a Ana Sofía. “Ellos no sabían con lo que se iban a encontrar”, dijo Luz Adriana. Cuando le abrieron la mano a la

Durante las jornadas los doctores revisan los exámenes de los pacientes, diagnostican y paralelamente van capacitando a los estudiantes de medicina a los que les interesa el tema.


EL TALLER- El diagnóstico de vivir

Así se encontraba la mano de Ana Sofía el día que llegó a la fundación.


niña, era como haber abierto un hidrante pero no de agua sino de sangre, la hemorragia fue impresionante y la sangre corría a mares desde la palma de la mano de Ana Sofía hacia la camilla en donde estaba recostada. “Fue un riesgo como tal, de la mano, el brazo y de la vida de la niña”. La niña tiene deformados los dedos índice, anular y medio y el doctor les dio una de las opciones más terribles para lograr salvar gran parte de la mano, deberían amputar el dedo medio. Era una de las decisiones más difíciles que debían tomar los papás de Ana Sofía. -¿Luz Adriana, ustedes qué hicieron en ese momento? Con lágrimas en los ojos, la voz entre cortada y con la mirada elevada al cielo ella me respondió: -Tomamos la decisión de no volver.

LA LUCHA CON LA EPS Después de tomar esa decisión que aunque difícil, los llenaba de esperanza por salvar de otra forma la mano de su hija, Luz Adriana y Víctor Manuel comenzaron en la lucha con la EPS. Los profesionales no sabían exactamente cómo tratar el hemangioma de Ana Sofía y lo que le recetaron fue acetaminofén para el dolor. – ni siquiera en casos como estos que bien es cierto son extremos, ellos dejan de recetar acetaminofén -. “Estas entidades atienden una apendicitis, una gripe, pero hasta la cuestión financiera con ellas es un problema, el papeleo y agilizar todo para que las ordenes salgan rápido es difícil”. La EPS dijo que no autorizaba nada porque la fundación no estaba vinculada con ellos y la mayoría de los procedimientos tuvieron que pagarlos de forma particular. Instauraron una acción de tutela para poder intervenirla quirúrgicamente, más las terapias y las otras intervenciones para lograr que la mano quede lo mejor posible.

UNA NUEVA ESPERANZA El tío de Ana Sofía trabaja en la parte administrativa de una EPS y un día en un almuerzo con los directivos hablando de sus temas, comenzaron a charlar de los niños con enfermedades huérfanas, “ninguno sabía qué era, ni cómo se trataban y mucho menos un diagnóstico”, dijo Luz Adriana. Él comentó el caso de la niña y la incluyeron en el programa de la fundación Angiopediatría y comenzó en octubre de 2014. Conocían el instituto Roosevelt por todo el tema de ortopedia infantil. El doctor Papendieck junto con su equipo médico la revisó, la diagnosticó y la medicó nuevamente para impedir el crecimiento de la mano y disminuir considerablemente el dolor. “Ana Sofía tiene una malformación pura venosa en mano que incluye palma, dorso y los dedos, unos en mayor porcentaje que otros. Ella tuvo que pasar por muchos médicos

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que dieron un diagnóstico erróneo y un tratamiento que no fue acertado, que aunque no complicó las cosas pues no le dio solución a lo que la niña tenía y casi es víctima de una amputación de dedo”, dijo Natalia Villanueva Fisioterapeuta. Encontré en la fundación no sólo un caso que coincidía con el de Ana Sofía de mal diagnóstico, sino también de posibilidad de amputación de sus miembros superiores o inferiores, estas personas llegaron a este lugar para encontrar una nueva oportunidad de vivir. Ana Sofía fue programada para cirugía hace tres meses y en esta jornada fue intervenida por el doctor Cristóbal, la doctora Lucrecia, el equipo médico de la fundación y del Instituto. Cuando entró a cirugía, los nervios consumían a Luz Adriana, sentía una presión en el pecho porque ya había tenido una mala experiencia con la primera intervención de la niña que no había sido fácil de olvidar, pero cuando salió del quirófano, sintió que todo estaba bien, porque nunca hubo una hemorragia y el vendaje estaba perfecto ya que no tenía ni una gota de sangre a la vista. Pero a fin de cuentas todo el sacrificio valió la pena, Ana Sofía está viva, tiene su mano completa aunque a veces el dolor no la deje dormir, seguirá siendo un ejemplo de superación y aunque todavía le falten alrededor de cuatro cirugías para ver su mano completamente bien, eso no quiere decir que dejará de ser la niña dulce y cariñosa con su hermanito, amorosa con sus padres, responsable y sobresaliente en el colegio y sobretodo una guerrera que desde los primeros días de vida no se ha dejado derrumbar por nada ni por nadie. La historia de Ana Sofía es como muchas otras, pero no solo se asemeja en el sentido de superación y aceptación, sino también en lo que un mal diagnóstico puede causar. Ella es tal vez una de las personas que ha podido superar estas dificultades de salud con la ayuda de su familia y de los profesionales expertos, pero hay muchas otras personas que no cuentan ni con el apoyo, ni con la solvencia económica para hacerlo. Estas enfermedades existen, no distinguen raza o posición social, usted puede tener alguna angiodisplasia, las alertas son claras y su cuerpo lo manifiesta. Usted puede ser un puente para salvar vidas, y darles la oportunidad a muchas personas de tener un diagnóstico para vivir.


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Así estaba Ana Sofía un día después de que le hicieran la operación en el Roosevelt. Estaba reciente la cirugía y por eso no fue posible ver cómo había quedado la mano.


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