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Mientras exista vida, los sueños no se agotan. Acompañan a la persona en su tránsito por el universo para vivir la experiencia “humana” que transcurre en nuestro planeta. Porque somos seres espirituales viviendo una experiencia humana. Cada uno de nosotros tenemos un “camino de los sueños”, que tratamos de completar en todo su recorrido, desde que nacemos hasta que morimos. Para alcanzar la felicidad plena a la que tenemos derecho. En el costado del camino quedarán sueños sin cumplir, otros rezagados y también surgirán siempre sueños nuevos, mientras que a otros los abandonamos. Lo importante es reinventarnos cada vez que haga falta y seguir el camino siempre hacia adelante, sin olvidar las referencias de lo ya transitado, usándolas a nuestro favor. Esa Soledad que nos acompaña, es un don necesario para arribar a la meta de nuestro previsible destino. Por eso, la soledad, no debiera ser causa de sufrimiento, sino de dicha y elevación al plano espiritual. Como la protagonista de esta historia, ¿cuál es el camino de tus sueños? Cada uno de nosotros construye un camino diferente, tal vez te sientas identificado/a con Selma u algún otro personaje de la novela, quizás esperabas otro final; por eso dejo una ventanita abierta, para que tu imaginación, lector, intente construir a partir de ella, un final de tu agrado. Lo importante es que sepas que no hay un final para “el camino de los sueños”, ni siquiera con la muerte, porque ella solo indica el final de esta experiencia humana que estamos transitando con el Planeta Tierra. Junto a tantos seres vivos animales y vegetales que nos acompañan. Esos seres puros, los que Selma tanto ama. Te doy las gracias por acompañarme en esta hermosa aventura que emprendí a través del camino de los sueños; porque con tu lectura, has completado el circuito que da vida a un libro; pues sin ti, solo sería letra muerta. Ihana Cott. El camino de los sueños // 3
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© Copyright 2018 - IHANA COTT “El camino de los sueños” Hecho el depósito que marca la Ley 11.723 Impreso en Argentina – Printed in Argentina ISBN: 978–987–656–393–2 Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita del titular del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción, almacenamiento o transmisión parcial o total de esta obra por cualquier medio mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia u otro procedimiento establecido o a establecerse, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.
Ihana Cott El camino de los sueños : el pueblo, la ciudad, la isla / Ihana Cott. - 1a ed. - Junín : De Las Tres Lagunas, 2018. Libro digital, PDF Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-656-393-2 1. Narrativa Argentina. 2. Novela. I. Título. CDD A863
Imágenes: Ihana Cott Correcciones y diagramación: Ihana Cott
Ediciones de las Tres Lagunas España 68 - Telefax 54 236 - 4631017 // 154 648213 Junín (6000) - Pcia. de Buenos Aires - Argentina E-mail: ediciones@delastreslagunas.com.ar www.delastreslagunas.com.ar
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“El que ha cortado las alas de sus propios sueños se ha convertido en piedra” Eduardo Gudiño Kieffer
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A mi hija. A mis padres (in memoriam). A todos los que me ayudaron a construir esta historia. Porque: Hay que animarse a soĂąar Para limpiar el alma.
La Autora
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“La única parte donde se está del todo mal o del todo bien es dentro de nosotros mismos y bajo la opinión de nosotros mismos”
PEDRO PALACIOS (ALMAFUERTE)
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PREFACIO
¡PIÚ AVANTI! No te des por vencido, ni aun vencido, no te sientas esclavo, ni aun esclavo; trémulo de pavor, piénsate bravo, y arremete feroz, ya mal herido. Ten el tesón del clavo enmohecido, que ya viejo y ruin vuelve a ser clavo; no la cobarde intrepidez del pavo que amaina su plumaje al primer ruido. Procede como Dios que nunca llora, o como Lucifer, que nunca reza, o como el robledal, cuya grandeza necesita del agua y no la implora… ¡Qué muerda y vocifere vengadora, ya rodando en el polvo tu cabeza! ALMAFUERTE (de: 7 sonetos medicinales)
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Segunda parte
LA CIUDAD SIN LUZ (LOS SUEÑOS EROSIONADOS)
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AÑO 5 Se sentía como atontada, su mente no funcionaba muy bien. Parecía flotar en una nube que sostenía un cuerpo que apenas sentía. Le habían aplicado una cantidad de anestesia que no la dormía totalmente. Se suponía que conservaría la conciencia para vivir la experiencia del parto, aunque éste fuese por cesárea. Escuchaba voces, pero no distinguía las palabras, si abría los ojos solo veía una tela rígida que le impedía observar más adelante. El anestesista aparecía de a ratos para tranquilizarla. Pero Selma estaba y no estaba allí. Su mente retrocedía en el tiempo. Danilo manejaba su auto cargado con todo lo necesario para iniciar la nueva vida de casados en la gran ciudad. Ella preparaba el mate para comunicarse mejor, y en silencio se lo entregaba a él cuando veía un hueco en el tráfico de la concurrida ruta que unía el pueblo que habían dejado atrás, con la ciudad que los esperaba más adelante. Necesitaba ese silencioso intercambio de gestos porque luchaba por contener el llanto que quería invadir sus ojos una y otra vez; de repente, el que ahora era su esposo le resultaba un perfecto desconocido y ya añoraba a sus padres Antonino y Egle, con los que había compartido un tercio de su vida. Ellos habían quedado en el pueblo tristes y envejecidos. También había quedado atrás su trabajo en el Conservatorio de la ciudad vecina donde ya se había acostumbrado a la rutina del colectivo que la llevaba y la traía. ¿Qué le esperaba? Construir una nueva vida, partiendo casi de nada. Sería ese lo que ella
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llamaría más tarde “su año 0”. Danilo había dejado todo en su País para vivir con ella, decisión a la que se vio forzado cuando Selma le comentó que le sería imposible para ella por sus padres ya grandes, trasladarse a su País. También él debería empezar de nuevo, abrirse camino en una ciudad sin luz dispuesta a devorarse al que encuentra desprevenido. Y en esa ciudad inmensa, ella sería su guía. La que había puesto los cimientos de un hogar que él debería aprender a sostener, donde además de inteligencia habría que aportar ingenio y una férrea voluntad y determinación. Después de dejar ordenado el departamento (les tomó dos días), partieron en su viaje de luna de miel. Para entonces Selma tenía un mejor ánimo y se dispuso a disfrutar de lugares que no conocía. Pues habían elegido territorio “neutral”, un pequeño País vecino que ambos deseaban conocer y donde contaban con amigos en común. Allí Selma pasó buenos y malos momentos. Los buenos, cuando se relacionaba con la naturaleza y en los días que visitaron a sus amigos. Los malos, cuando un día no les arrancó el auto y tuvieron que acudir al mecánico, porque le recordó mucho a Antonino y su capacidad para solucionar problemas. También sufrió una descompostura, cuando se intoxicó con alguna comida a la que no estaba habituada y eso le demandó unos tres días de dolor estomacal, vómitos y diarreas. Apenas si podía tolerar el agua, y luego caldo y fideos blancos. Cuando el malestar pasó, pudo relajarse y disfrutar de los paisajes. Escribía en su diario de viaje: “¡Qué paz, qué gozo! No anda nadie, el mar es ahora nuestro, ¡qué feliz me siento! Escuchar, ver, oler el mar… caminando por estas playas de arenas blancas en comunión con la soledad, es justo eso lo que amo, lo que me agrada, lo que siempre me hará feliz”.
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En muchas partes de su diario Selma manifestaba la poca predisposición de Danilo para acompañarla en esas caminatas matutinas, y cuánto extrañaba entonces los viajes de aventuras con sus padres y la diferencia que había con su esposo al que le costaba bastante adaptarse a su lado salvaje y solitario, esos momentos de disfrute que Selva María nunca dejó de vivir y buscar. Además, se sentía algo insegura a su lado, sentía que él, no le brindaba la protección que buscaba en un hombre; nunca se lo dijo, pues pensaba que Danilo no estaba capacitado para ayudarla y comprenderla en cualquier circunstancia inesperada que se presentase. Sintió una sensación de vacío. De repente se volvió a conectar con su cuerpo. Le llegaron voces amortiguadas, y una extraña molestia que provenía de su abdomen, interrumpía sus pensamientos. Como si algo se desprendiese de sus entrañas, como una sensación de líquido que se derrama, como si se vaciara completamente del contenido de su ser interior. Quería que todo eso terminara de una vez, emerger como cuando se despierta de un sueño profundo y el sol que entra por las ventanas calienta el alma. Al instante, ya no sintió más esa incomodidad, como si hubiese olvidado que tenía cuerpo. Un llanto de bebé invadió el frío y aséptico recinto. Pudo sentir cuando alguien lo acercó a su lado. Tenía el rostro deformado, pegajoso, su cuerpo diminuto, su pelo negro… quiso tomarla con sus torpes manos, pero se sentía débil, sin fuerzas, sin voluntad. Entonces cerró los ojos, necesitaba descansar… más tarde, se encargaría de ella: Estrella Sotomayor Ponti. La luna de miel, imágenes de la misma invadieron su mente. La verdad que la verdadera luna de miel había quedado en la Bahía lejana de la Reserva; en aquel humilde Ihana Cott // 20
cuarto del Instituto de investigación donde pasaron su primer viaje de aventuras. Donde aprendió a ser mujer. En el silencio de las noches bañadas de luna, en el sonido del viento moviendo las hojas de las palmeras, en la vista del rojo atardecer en las aguas mansas del mar y las gaviotas que visitaban las playas desiertas en busca de alimento cuando amanecía y ella salía a caminar en estado de éxtasis después de largas noches de amor y sexo. Había sido un combo perfecto, esa combinación de trabajo y placer. Algo que no se repetiría nunca más. Un sueño cumplido, una falsa realidad. Unos meses después, desde la soledad de su hogar en el pueblo, le escribía a Danilo en una carta poética: “¿Recuerdas amor el sonido del viento en las palmeras? ¿El color del mar? ¿El brillo de las estrellas en el cielo?” “¿Recuerdas el parque donde florecían los abrazos? ¿La sed desimaginada de la soledad? ¿La suprema melodía del silencio?” “¿Recuerdas amor el vuelo de los pelícanos? ¿Mis huellas en la arena? ¿Mi risa y mi llanto?” “¿Recuerdas los ojos devorándose en la noche? ¿Los latidos de mi pecho? ¿Mi miedo y mi derrota?” “¿Recuerdas amor…?” “¡Qué dulce deleite sentirnos en un abrazo!” Abrió sus ojos, el paraíso se esfumó y se encontró sola sobre la camilla, en un pasillo estrecho que conectaba dos salas. Allí la habían dejado abandonada. Trató de mover las piernas, pero no pudo, parecían de plomo, estaba exhausta y asustada. ¿Dónde estaban todos? Los médicos, las enfermeras… ¿y la pequeña Estrella? ¿Existía en realidad o había estado soñando? Necesitaba escapar de allí, recuperar su cuerpo, buscar a Danilo. Pero no podía moverse; para no entrar en pánico decidió evadirse en los recuerdos, El camino de los sueños // 21
abandonar ese cuerpo y refugiarse en la mente que la transportó al último mes de embarazo en pleno verano, lo que consumió las pocas energías que le quedaban. La cesárea había sido programada porque ella no quería correr riesgos en un parto natural cuando ya contaba con 37 años. Además, tenía miedo al dolor, aunque no quería manifestarlo. Esa calurosa mañana de finales de enero se levantó extraña, sabía que aún faltaban 17 días para la fecha fijada y que no debía preocuparse. Cuando estaba en el baño comprendió que algo anormal pasaba: había despedido parte del líquido amniótico y percibió su vientre duro. A partir de ese momento identificó el dolor como contracciones de parto, aunque no eran fuertes. Llamó alterada a Danilo y le pidió que la condujese pronto a la clínica y llamase a su doctora. Pilar y Guillermo (sus suegros), que estuvieron con ellos casi todo el embarazo, la calmaron y ayudaron a preparar el bolso, ambos salieron de prisa, se dirigieron primero al hospital donde estaba en esos momentos su obstetra. La doctora la revisó y resolvió hacer la cesárea esa tarde. La envió a la clínica de su obra social de trabajadores de prensa, mientras ella llamaba para que fuesen preparando el quirófano. Cuando llegó la depilaron, y todo ocurrió tan rápido que no tuvo mucho tiempo para asustarse y pensar. Estrella tenía prisa por nacer, ya entonces daba muestras de un carácter fuerte, de una futura independencia que desde muy pequeña comenzó a demostrar y que en el fondo solo escondía miedo a crecer. Danilo la tenía en brazos. Era tan diminuta, tan frágil. Una mezcla de felicidad y angustia se apoderó de él. Ahora, más que nunca, tendría que luchar por mantener su pequeña
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familia. ¿Estaba preparado para eso? Todavía no había logrado consolidarse en el País para tener una estabilidad económica que consideraba vital para la nueva vida que llegaba al mundo. Sin embargo, sus padres ya llevaban casi tres años viviendo con ellos o en la casa en el pueblo que les prestó Antonino; y eso, le daba seguridad, aunque era consciente de la tensa relación que Pilar mantenía con Selma. Su madre, siempre tan desafiante, sin duda tenía serias dificultades con su esposa, a la que no le gustaba que le invadiesen su territorio. Ahora con Estrella, ¿qué desafíos le esperaban con las tres mujeres de su vida? Después de un tiempo que a Selma le pareció eterno, fue llevada a una habitación privada donde la esperaban Danilo, Pilar y Guillermo. Al costado de su cama estaba la cunita– moisés con Estrella y sobre la mesita, un ramo de flores frescas. Entonces sí, se permitió emocionarse al ver la dulce muñequita que tomó en sus brazos. Era muy blanca, y su pelo renegrido. La enfermera se ofreció a pelarla, pero antes la ayudó a que se prendiese de su teta por primera vez. Fue ese, uno de los momentos más plenos y felices de su vida. Comparado a aquellos que solía pasar en soledad en medio de la naturaleza salvaje después de conquistarla. En su interior sabía que el vínculo que las uniría desde ese instante, sería indestructible. A los tres días ya estaba en condiciones de regresar al departamento. Y allí, comenzó otra historia. Acostumbrarse a una nueva rutina que giraba en torno al bebé. Eran pocas las horas de sueño porque Estrella se despertaba cada hora para mamar o simplemente porque algo la molestaba y no la dejaba dormir. Danilo se esforzó mucho en ayudar para que Selma descansara, ya que la cesárea era muy resiente y no debía hacer esfuerzos y reposar lo más que pudiese. Guillermo El camino de los sueños // 23
acompañaba en silencio y se encargaba de los quehaceres de la casa sin abrir la boca, como era su calmo y sumiso estilo, siempre mandoneado por su mujer que nunca le daba respiro. Pilar… un caso sin solución. Su forma autoritaria y dominante para tratar de imponer sus puntos de vista, para encarar la crianza y cuántas cosas más sacaban a Selma de quicio. Se mostraba en la máxima potencia del autoritarismo en lo que tuviese que ver con Estrella, indicando cómo bañarla, cambiarla, alimentarla, etc. etc. De entrada, intentó hacerse cargo de la situación aprovechándose de la debilidad de Selma que debía cuidarse y de la falta de carácter de Danilo para hacerle entender que ellos eran los únicos que debían hacerse cargo de su hija. Selma lo impedía toda vez que podía, pero Pilar resultó ser muy testaruda e insistente. Su hijo tenía que mediar entre ellas permanentemente. Resultaba agotador. Eran días de caos y la tensión reinante se percibía en el aire, en la energía negativa que los envolvía y los quería sofocar. Sin duda, todo eso llegaba a la bebita que les demandaba más y más hasta dejarlos exhaustos. Pero Selma no se rindió y salió adelante con su hijita. Ambas salieron adelante. A los dos meses –aunque Pilar (cuándo no) consideraba imprudente–, viajaron los tres al pueblo para que los abuelos maternos conocieran a Estrella. Fueron días de renacer para Selma, allí podía recuperarse, llevar una vida tranquila junto a su hija y esposo, lejos de la influencia de Pilar. Mientras ella disfrutaba de los halagos de la familia cuando conocían a su hijita, Danilo disfrutaba de los paseos en bicicleta (rememorando esos meses previos al casa–miento cuando salía a la ruta a bicicletear); se reencontró con los pocos amigos que había hecho en el lugar cuando llegó cinco años atrás, entre ellos Rodolfo Rachi, a quien conoció en uno de esos paseos y siempre se reunían en su casa para charlar,
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tomar algo y comentar sobre Astrología, Ovnis y Tarot, temas a los que se dedicaba Rodolfo. Cuando regresaron a la ciudad, la vivaz, inquieta y dulce niña, no tardó en abandonar tempranamente la teta y por más que Selma intentó seguir amamantando, su leche no la satisfacía y la doctora resolvió complementar con leche en polvo, de lo contrario no crecería normalmente. Igual, Estrella intentó todo para evitar que dejara la teta. Incluso compró un aparato especial con el que se ordeñaba para luego ofrecerle a Estrella, quien al principio la tomaba, pero poco a poco comenzó a acostumbrarse a la otra leche y ya no aceptó la de ella. Entonces, la leche se fue retirando de los pechos de Selma y tuvo que continuar la crianza con la leche especial indicada por la Doctora y que le proveía la Obra Social de Prensa. Su prioridad ese año fue Estrella, y Danilo tuvo que arreglársela solo con el Periódico que venían haciendo desde hacía unos años, que les había permitido sobrevivir ya que la profesión de abogado aún no daba frutos. Igual, tuvo tiempo para preparar una exposición de los últimos óleos, los que pintaba en sus escapadas al taller del pueblo todas las veces que podía. Como así también, visitó escuelas del barrio para brindar charlas ilustradas a los niños, relacionadas a sus antiguos viajes por la naturaleza y que venía haciendo bastante en los últimos años, despertando mucho interés en los docentes y niños. El alivio llegó en la primavera, cuando al fin sus suegros regresaron a la casa del pueblo y ellos volvieron a vivir en armonía, como una verdadera familia feliz. Y Estrella, sin ninguna duda, mostraba su faceta pacífica y encantadora. Le agradaba cuando el padre la sacaba en la mochila para pasear o hacer mandados. O recorrer las calles del barrio en el cochecito con ambos o con Selma solamente. Dedicaban
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bastante tiempo a los juegos, se bañaban juntos, reían, leían cuentos, fue una etapa de gran felicidad para los tres. También como pareja, reanudando a pleno la actividad sexual, y viviendo momentos sublimes como antes del embarazo o durante algunas etapas del mismo, cuando Selma comenzó a sentirse mejor y dejó de vomitar continuamente. Su cuerpo, había cambiado algo, para mejor; estaba delgada, pero con formas más destacadas, que resultaban apetitosas para Danilo. Y Selma se permitió disfrutarlo como pocas veces a lo largo del matrimonio, Danilo sentía una atracción renovada y respondía con creces a sus continuas demandas. Quizás porque se sentía relajado después de cumplir con el sueño de tener un hijo, algo que deseó muchísimo desde el mismo momento que Selma dejó el anticonceptivo para empezar a buscarlo. Y después de la primera gran frustración del aborto mucho más. ¡Cómo deseaba Selma que esos días no acabasen nunca! Pero como todo lo bueno, algún día se acaba. Ese idilio terminó en otoño cuando sus suegros regresaron al departamento donde el trío había logrado construir un hermoso hogar, para pasar en la ciudad el invierno, porque en el pueblo sentían que era muy crudo y, ¡qué mejor que pasarla en la calidez del departamento donde vivía Danilo con la pequeña Estrella! Durante la primavera y el verano volvió la paz para el matrimonio; Pilar y Guillermo volvieron al pueblo y entonces, la relación de ellos se acomodó y Estrella empezó a dormir en el cuarto de al lado que habían decorado especialmente para ella y había quedado hermoso. Durante la noche, Selma se levantaba, la vigilaba y también le daba la mamadera. Fue una etapa de plenitud para todos; Estrella crecía llena de vitalidad, y Selma volvía a sentirse seductora y deseada. Su permanente predisposición mantenía a Danilo ocupado durante las
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noches, y cuando amanecía, después de atender a la niña, se dirigía a la cocina para preparar los mates que le gustaba compartir en la cama con él. Mientras el agua se calentaba, se sentía tan mojada que ahí mismo, parada contra el mármol frío de la mesada, se provocaba rápidamente un orgasmo que la dejaba agitada y acalorada. Cuando terminaban la ronda de mate, se metía en la cama y provocaba a Danilo con juegos eróticos, él la tomaba y penetraba con fuerza; sin embargo, como el orgasmo no llegaba a tiempo, cuando Danilo se retiraba y partía al baño para lavarse, ella continuaba masturbándose y enseguida podía completar el proceso. Resultaba agotador, pero la llenaba de felicidad y la hacía sentir plena y satisfecha. Si el mate lo preparaba él, como solía pasar más de una vez, ella aprovechaba esos minutos para prepararse con masajes íntimos hasta que él llegaba y la
encontraba semidesnuda, en una clara invitación al sexo. Apenas si podía tomar algunos mates, la situación lo desbordaba y tenía que tocarla y penetrarla. Le encantaba cuando su mujer mostraba esa parte de ella tan oculta que sólo él podía disfrutar. Se sentía tan feliz, como hombre y como padre. Su sueño estaba cumplido. Y, además, veía a su mujer radiante y satisfecha.
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AÑO 1 Los cuatro meses posteriores al casamiento fueron muy difíciles para Selma y Danilo en la cosmopolita ciudad. Ambos vivían una etapa de adaptación, de acomodo a la nueva vida. Él se replegaba en su interior y no hablaba de sus sensaciones y problemas, guardando los sentimientos en algún rincón oculto de su corazón. Selma se refugiaba en la escritura, lo que siempre resultó una forma de terapia en cualquier circunstancia de su vida. Y aunque puso esfuerzo por apoyarlo, guiarlo, comprenderlo y acompañarlo en el trayecto de adaptación, su cometido no fue logrado y Danilo cada día se alejaba más y ella, no podía descifrar sus sentimientos. Como el auto de su padre lo habían devuelto a su dueño ni bien regresaron de la luna de miel, tenían que moverse por la gran ciudad de un punto a otro de la misma y de los alrededores en cualquier otro medio de transporte disponible. Casi sin dinero, como nunca antes había pasado en su vida, tuvo que viajar en colectivos, subtes, trenes… todos medios públicos de transporte a los que ella jamás antes, en su paso por la ciudad para estudiar, se había logrado acostumbrar, a pesar de que a veces iba al Conservatorio en colectivo porque Antonino no estaba disponible. Pero con el tiempo, y con la compañía de su esposo, pudo atravesar el miedo y en pocos meses podía ir sola al centro. La ciudad no era un misterio para ella, tan transitada con sus padres en otros momentos de su vida. Conocía barrios y calles, lugares diversos y también a su gente. Por lo tanto, Danilo aprendió rápido a conocerla y de su mano logró incorporarla como suya. Selma supo, con el paso del tiempo, que le agradaba vivir
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en una ciudad como esa, tan cosmopolita y llena de cultura y posibilidades. Danilo se dedicaba en esos meses a trámites migratorios, idas a la embajada y a la universidad donde revalidaría su título de abogado. Y a todos esos lugares, ella lo acompañaba. Se volvieron inseparables aquellos meses, Selma asumió que la prioridad era él para sacarlo adelante, en eso tenían que estar unidos de verdad. También lo ayudó mucho a preparar las materias que debía rendir del secundario para cumplir con el requisito de la Universidad, donde le darían el título que luego lo habilitaría para poder trabajar en el País. Algunos libros los tenía Selma, otros se los facilitó la esposa de su primo Lisandro, casi únicos parientes que visitaban desde su llegada a la ciudad, su hijita de 5 años se había apegado mucho a Danilo y lo seguía siempre para que la hiciese girar como una calesita, algo de lo que Danilo disfrutaba mucho. Las materias que preparó eran: Geografía, Historia, Literatura, Educación Cívica y alguna otra que no recuerda relacionada al País. Rindió en diciembre, con muy buenas notas, en la misma escuela del pueblo donde Selma se recibió de bachiller años atrás. Dos de los que fueron sus profesores, y que se encargaron de evaluarlo, lo felicitaron y se ganó el afecto y la amistad futura de ellos, quienes empatizaron con él y esa increíble historia de amor. En el otoño de aquel año Danilo tenía su título, pero no podía empezar a trabajar hasta obtener la Colegiatura. No iba a ser fácil, varios problemas se sucedían y se hacía necesario viajar al país de origen de Danilo para solucionar algunos temas con sus padres, quienes habían tenido que abandonar el departamento donde Danilo creció no bien él se marchó. Se instalaron en la casa de una hermana de Pilar donde no se encontraban para nada cómodos. Además, no contaban con
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recursos, Danilo debería ir para alquilarles algo, y tampoco él contaba con medios. Selma no quiso acudir a su padre porque Antonino, cada día, veía más deteriorada su salud. Además, sentía que no correspondía a ella solucionar los problemas de sus suegros, y a su padre mucho menos. Pero sabía que Danilo debía viajar, y ella viajaría con él, a pesar de que él le había dicho que no era necesario, que podía quedarse en el pueblo con sus padres. No la convenció, no deseaba separarse de su marido tan pronto. Así que dispuso de sus pocos ahorros y vendió una pulsera y una cadena de oro que conservaba de su niñez, con eso logró reunir suficiente dinero para el viaje. Claro que no alcanzaba para el avión, así que emprendieron la aventura de viajar por tierra. Era un largo viaje de 4 días, pasando por un país vecino, atravesando montañas, desiertos y pueblos pintorescos. En muchos lugares del trayecto, tenían la visión del mar cubierto de bruma, muy típica de esas costas del Pacífico. En la terminal de Ómnibus, su primo Lisandro y su esposa fueron los únicos que los despidieron deseándoles suerte y disfrute en el viaje. No fue fácil partir para Selma, sin embargo, sabía que estaba haciendo lo correcto. De ese increíble viaje, Selma dejó testimonio en su diario de apuntes y pensamientos. Como era costumbre en ella, todo lo escribía, en todos los instantes de su vida, la que quedó registrada en sus numerosos archivos. Y lo que escribió el día 3 de marzo de aquel año 1, suena ahora, como una premonición: “Domingo triste como todos los días aquí. Deambulando de pariente en pariente en los destartalados colectivos atestados de gente que huele a sudor. Sus padres están pasándola muy mal, acogidos en la casa de una tía, con un montón de muebles apretados en una pequeña habitación, y otros tantos en un cuarto de depósito que le facilitó otra tía. En esa casa, grande, de dos pisos, nos alojamos en el segundo;
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tenemos un cuarto pequeño con un baño pegado, pero hay que salir a la terraza donde se tiende la ropa y se ven los techos de la ciudad gris. Es un barrio algo alejado del centro, bastante tranquilo. Yo al menos, me entretengo despertando temprano y bajando al jardín del frente donde los tíos de Danilo tienen muchas plantas, disfruto del rocío de la mañana para regarlas y admirar sus colores. Aquí les hace gracia, pero ya empezaron a conocer esa faceta tan especial mía”. En otro párrafo dice: “Si bien arregló los papeles en la Universidad y al regresar al País comenzará a trabajar, nuestra relación transita por caminos muy intrincados, de grandes diferencias de cultura, costumbres, crianza, caracteres, proyectos y sueños distintos. Creo que a la larga y al final, más tarde o más temprano, terminaremos cada cual, por un camino distinto, retomando aquel que cada uno abandonó para estar juntos. Esta historia de amor es imposible, y por eso mismo, trataré de disfrutarla lo más que pueda antes de que la preciada felicidad se esfume para siempre, dejándonos a la deriva en un océano de soledad infinita”. El viaje por tierra de cuatro días, haciendo noche en un hotel de una ciudad norteña de un País limítrofe, a mitad de camino, fue muy tedioso y cansador. Había que atravesar trayectos interminables de desierto, de montaña, parando para comer en distintos lugares donde los sabores de las comidas típicas a veces no eran de su agrado, o le caían algo mal. Ellos iban arriba, adelante, lo que les permitía una buena visión, que en algunos tramos con curvas y abismos resultaba aterrador. Pero, en definitiva, tanto de ida, como de vuelta, fue una experiencia inolvidable y enriquecedora que Selma recordaría muchos años después como de un gran aprendizaje.
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En la ciudad de Danilo se movieron para todos lados en múltiples visitas para que Selma pudiese conocer a toda la familia, que era bastante numerosa: primos, tíos, tías, y también algunos amigos que los invitaban, especialmente para conocerla. Eran todos muy amables y simpáticos, así que no le fue difícil entablar relación. Fueron días de un gran trajín para ellos. Recuerda especialmente una situación que la incomodó mucho cuando la prima más allegada a Danilo: Noelia, casi de la edad de Selma, los llevó a recorrer la ciudad una noche calurosa en su auto. Los acompañó también Alfonso, uno de los amigos casados de Danilo. La intención, que Selma conociese la noche y algún boliche para que bailara. Ellos eran muy fiesteros y no podían creer que Danilo se casase con una mujer tan tranquila como Selma. Así que el objetivo era que se divirtiera. Se pasaron de rosca, le dieron bastante de beber y si bien lograron que Selma se desinhibiera y saliera a bailar al ritmo de la salsa, la que en su momento la divirtió mucho; cuando pasó un rato, se empezó a sentir mal y la fiesta terminó. Salió vomitando del lugar y siguió vomitando en todo el camino, tenían que parar el auto cada dos cuadras para que ella vomitara. Fue una experiencia tan horrible, que Selma no olvidaría jamás, y terminó enojada con todos ellos por ponerla en ese estado tan lamentable que nunca antes había vivido y que jamás desearía volver a pasar. También en esos días conoció mejor a sus suegros. El carácter dominante de Pilar y el sumiso de Guillermo en contraste, los hacía a sus ojos como el agua y el aceite, tan distintos eran. Las peleas se daban de continuo, más con la situación que estaban pasando y el fuerte deseo que Pilar tenía de viajar al País donde Danilo vivía con su mujer, ella deseaba estar cerca de su hijo, algo que cumpliría hasta el día de su muerte.
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Tampoco era buena la relación entre Danilo y Selma. Pasaron los 10 primeros días de los 20 programados, casi sin tocarse. Ambos se habían descubierto como realmente eran y no como la imaginación los había idealizado. Y en aquellos días, Selma sufría al pensar que Danilo estaba arrepentido de haber dado ese paso tan importante en su vida, dejando todo para ir con ella, casarse y decidir vivir en otro País, habiendo arrastrado a sus padres a una situación límite. Y sin una base sólida que solo con un tiempo de conocerse y de convivencia se logra, habían sido muy ingenuos al creer que tenían la felicidad asegurada. Selma escribía el día 7 de marzo: “Ya no puedo vivir lejos de aquel aire, no soy yo, no volveré a ser yo misma porque necesito ese cielo, ese aroma a pasto y tierra mojada, para vivir de verdad. Hasta el amor se ha roto. ¿Por qué viví los días más hermosos de mi vida hace un año en este lugar? Porque para mí era una novedad, una aventura como la que soñé siempre y dibujé en mi fértil mente de escritora a la que le resulta fácil armar historias. ¿También fracasaré en este intento de amor? ¿De formar la familia ansiada? ¿De compartir mis sueños con el ser amado? ¿Seré yo creando una historia ficticia? ¿Será él arrastrado por los sueños que inventamos? Lo que tengo claro es que no puedo renunciar a mi mundo, a lo que me hace feliz, porque de algo estoy segura: ningún hombre merece tanto, hay un límite para el sacrificio, mi límite es la libertad”. Al regreso, en la terminal de ómnibus los esperaban Antonino y Egle. ¡Qué felicidad sintió Selma al verlos! Se veían bien y Egle se había encargado de ventilar y dejar presentable el departamento para cuando llegaran. Fueron unos días apacibles con sus padres en casa. Más tarde debieron enfrentar la realidad. Tenían que hacer algo pronto para ganar dinero hasta que Danilo
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consiguiera la Colegiatura (la que obtiene un mes antes del nacimiento de Estrella). Selma decidió seguir con las pastillas anticonceptivas hasta tanto se dieran las circunstancias para cumplir el sueño compartido de tener dos niños. La actividad cultural de ambos se tornó muy intensa, en la búsqueda permanente de contactos que les abriera algún camino que les permitiese mantenerse. Así fue como un día Selma se encontró acompañando a Danilo a una entrevista con un juez recomendado por un amigo común de su País. Ese personaje que entonces era muy respetado, veinte años después se transformó en alguien importantísimo para los destinos del País en el ámbito penal, y fue tristemente conocido como “el juez garantista”, el creador de “la puerta giratoria”, el creador “del derecho penal a la impunidad”; un personaje nefasto para la futura seguridad de los ciudadanos de su Patria. Bueno, Selma lo tuvo frente a frente y departió con él. Éste le ofreció a Danilo que trabajase bajo su ala, sin embargo, hubo algo que a su esposo no le gustó y desistió de la idea de aceptar, aunque la propuesta era bastante atractiva. Selma lo apoyó, no le había caído bien ese hombre que vivía con otro hombre al que presentó como “un amigo”. Hablando con distintos colegas periodistas de su País y de acá, surgió la posibilidad de hacer un periódico dedicado a la colectividad. Ya que el periodismo era otra actividad que Danilo realizaba en su ciudad de origen. Selma no sabía nada de periodismo, pero tenía claro que debía apoyarlo en los comienzos, así que iría aprendiendo sobre la marcha. Visitaron la Agencia Periodística más importante de la ciudad, ubicada en pleno centro, a una cuadra de la Plaza principal sobre la que estaba la Casa de Gobierno. Llegaron a un acuerdo para armar y editar allí, en ese entonces era un lugar espléndido, lleno de movimiento y olor a tinta. Así nació LA VOZ DEL SUR.
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Selma tuvo que aprender a usar la computadora, armar las notas, diagramar y encargarse de la fotografía. También escribía sobre viajes y aventuras, turismo, fauna, flora, todas materias que dominaba por su larga experiencia de campo. Su espacio se llamaba “A Cielo Abierto”. Pasaban muchas horas allí dentro, desde la mañana hasta la noche, y llegaban agotados a la casa. También tenían que hacerse tiempo para buscar sponsors que solventaran los gastos de edición, de lo contrario no podrían seguir adelante con el proyecto. Y para eso debían dirigirse de un punto al otro de la ciudad y alrededores. Era muy cansador, pero a pesar de ello, Selma recuerda esa etapa de su vida que duró cinco años como enriquecedora y de grandes satisfacciones para su crecimiento laboral y personal. Además, con ese trabajo, pudieron vivir, aunque siempre estaban muy limitados y debían cuidar los gastos. Lo bueno, además, es la cantidad de contactos y relaciones con gente de la cultura y la política. A ambos les venía muy bien esa intensa vida social. A Selma porque le abría las puertas para dar a conocer sus creaciones literarias y pictóricas. Salían charlas y exposiciones, además de que fue para ella un curso acelerado de Relaciones Humanas, que la volvió más extrovertida y sociable. A Danilo, porque lo empezaban a respetar como periodista y le sirvió, además, para incursionar en política, otras de las cosas que le gustaba mucho y a la que algún día intentó dedicarse. A todo esto (que ya era bastante), Selma empezó un curso de naturalismo que llevaba los sábados en la zona céntrica, en una entidad dedicada al cuidado de la naturaleza. Quiso aprovechar para complementar sus conocimientos “de campo” adquiridos en los numerosos viajes llevados a cabo durante 14 años consecutivos. Ya había perdido el miedo a viajar sola por la ciudad, la que no le parecía tan terrorífica y agobiante. Tomaba el tren en la Estación que tenía frente a su
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edificio y luego bajaba al final del recorrido, desde donde tenía que hacer 10 cuadras, que generalmente las caminaba. También hacían “salidas de campo” en grupo a Reservas Ecológicas cercanas. Allí aprendía y disfrutaba muchísimo. Sin duda que fue una magnífica etapa de aprendizajes diversos para ella, que así se sentía útil. La relación con Danilo transitaba por cauces normales, compartiendo todo, turnándose en los quehaceres de la casa y asistiendo a eventos culturales donde obtenían notas y contactos para su periódico. A veces, sus padres llegaban del pueblo y se quedaban algunos días, en esos casos la felicidad de Selma era completa. Danilo no decía nada, no quería discutir con ella ya que la veía feliz. Pero sabía que en algún momento eso acabaría, cuando él se decidiera a enfrentar la realidad ineludible de tener que traer a sus padres, los que ya no podían seguir mucho más tiempo viviendo en una casa de prestado y cada día que pasaba, manifestaban más el deseo de venir a vivir con ellos. Pero gracias a las diversas ocupaciones, esos pensamientos amenazadores, permanecían alejados de su mente y lejos de romper la tan buscada y lograda felicidad. Otra de las cosas que Selma había conseguido ese año en que las puertas parecían abrirse cuando las tocaba, fue escribir una serie de artículos ilustrados sobre la Fauna Marina Austral en la Revista del Centro Naval, donde también expuso uno de sus cuadros que terminó donando luego. Y además… ¡fue remunerada por ello! Tuvo tiempo también para reanudar las clases de piano con su antigua profesora Adelina Camano. Le hacía bien compartir con ella esos momentos, ir a su casa donde se respiraban tantos recuerdos lindos de su paso por la música. Adelina vivía sola, había enviudado y la memoria de su amado esposo a quien Selma tanto respetó y admiró, estaba en todos
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los rincones. La melancolía parecía invadir la casona y la emoción que Selma experimentaba allí no se podía comparar con nada, era única y sublime. Federico Blanco Camano había sido más que un gran profesor de composición, un amigo y casi padre para ella. Sí… estar en esa casa impregnada de sonidos y recuerdos, le hacía muy bien. Los viajes al pueblo seguían existiendo, porque allí recuperaba fuerzas en su espacio creativo del taller: escribía, pintaba y soñaba un futuro mejor. Cuando Danilo la acompañaba viajaban en tren, eran largos y tediosos esos viajes, pero era lo que les permitía su economía acotada. Y el tren, ponía un toque extra de poesía a su ya poética vida. Él se relacionaba con los amigos que había hecho a su llegada, a los que visitaba siempre, también veían a la familia de Selma y a él le gustaba salir a bicicletear por la ruta. Rodolfo Rachi y señora eran los más visitados, también la rubia jueza que los casó, de la que se había hecho amigo. Tenía un hijo que acababa de recibirse de abogado y con inquietudes políticas. En el futuro logró que lo nombrasen Intendente del pueblo. Así que sus conversaciones versaban sobre los temas de derecho, política y economía. Había dos abogados en el pueblo con los que también Danilo pasaba momentos de agradables charlas: uno joven y otro más grande con una gran trayectoria en el derecho, en la política y la cultura. Además de escritor e historiador: Tomás Rivera. Con él mantuvieron una amistad por mucho tiempo e integró junto a Selma la Sociedad de escritores de su pueblo, la que nació 20 años después. En cuanto a la amistad de Selma con la rubia jueza, duró también mucho tiempo. Ellas compartían el amor a las plantas y al arte. Era muy aficionada a la cultura y cuando se mudó (ya para entonces había enviudado), le compró a Selma 4 cuadros para su casa; un día le pidió que restaurara el mural de un
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gran pintor local ya fallecido que adornaba la chimenea del comedor. Estilo que se popularizó en los zaguanes, chimeneas y salones de las casonas de los años 40 en su pueblo. Un trabajo que hizo con mucho placer; años antes, ella había fotografiado todas las obras que en las casas del pueblo éste pintor había dejado, antes de que muchas fuesen tiradas abajo. La ayuda de su padre en esa tarea fue fundamental por los contactos que tenía para que la dejasen entrar a las casas. Armó un audiovisual y con un grupo de bibliotecarias lo presentaron al público como una forma de valorizar el acervo cultural de la comunidad. La jueza era también una gran lectora, así que no dejaba de comprarle un libro cada vez que Selma editaba uno. En cuanto a su vida en la ciudad, tenían también varios amigos a quien visitar. Selma reanudó la amistad con Rosa Pilquill, su amiga de la infancia, ese año se casó y asistieron al casamiento. A partir de ahí, las visitas a su departamento fueron frecuentes y ambos hombres cultivaron una linda amistad. También fueron haciendo amistades dentro del periodismo y de la colectividad; algunas veces acompañó a Danilo a las fiestas en la embajada que se hacían durante fechas importantes para su País. Sus amistades dentro de la cultura los invitaban a eventos casi en forma continua a los que asistían siempre que el tiempo lo permitía. Una ciudad cercana que visitaban frecuentemente era la capital provincial, llamada “la ciudad de las diagonales”. Allí vivía y tenía un gran vivero su amigo Uberto Frino. La amistad que tenía con él, y a pesar de aquellos tiempos en que su mente se encontraba invadida por pensamientos pecaminosos a los que sin duda Uberto contribuía, continuó aún después de casarse. Danilo respetó esa amistad (como ella respetaba las que él había hecho a través de los
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programas internacionales de radio), y nunca se mostró celoso. Uberto seguía casado con Blanca y cuando se enteró de la historia de amor de su amiga Selma, sintió mucha felicidad por ella. –¡Qué buena noticia me das! ¡Mereces tanto ser feliz! – le dijo cuando ella le comunicó la noticia del casamiento. –Espero que cuando se establezcan en la ciudad, vengan a visitarme, me agradará mucho conocer a tu esposo. –Sí, claro que iremos. Espero que puedan ser buenos amigos. Y la verdad que el deseo de Selma se cumplió, fueron construyendo una linda amistad basada en el respeto hacia el otro. Selma se permitió olvidar todos aquellos (que le parecían tan lejanos ya) pensamientos y deseos que alguna vez alimentó en su alma enferma, y al estar frente a Uberto no sintió nada, tan solo una dulce sensación de paz y comodidad. En ese tiempo, Danilo ocupaba todos los espacios de su mente, de su cuerpo y de su alma. La primavera trajo nuevas preocupaciones a ese “aparente” estado de felicidad. Por problemas de salud íntima de la pareja, debieron suspender las relaciones sexuales por indicación médica. La doctora que atendía a Selma le indicó que descansara de las pastillas anticonceptivas en tanto durase el tratamiento conjunto. Cuando pudieron reanudar los contactos íntimos, Selma decidió cuidarse con el método natural, no tenía ganas de volver a las pastillas y ningún otro método anticonceptivo la convencía. Pero claro, el método natural, por más que ella estaba acostumbrada a llevar siempre su tabla menstrual, y marcar los días fértiles y los adecuados para tener relaciones, no es del todo seguro y después de un par de meses se comenzó a
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sentir muy mal. Vómitos, mareos, asco a la comida, falta de deseo, eran todos síntomas de que algo pasaba. La doctora le indicó el análisis de rutina, pero Selma ya se imaginaba el resultado: estaba embarazada. Una mezcla de felicidad y miedo la invadió cuando se confirmó su sospecha. Se sentía tan mal, estaba tan asustada. Aún no era tiempo, el trabajo que los ayudaba a mantenerse no iba a ser suficiente para criar un bebé. Danilo sintió una inmensa felicidad, siempre había soñado con el hijo de ambos, sin embargo… ¿Cómo haría para llevar más dinero al hogar si aún los trámites de la Colegiatura se demoraban? Con el periódico no le alcanzaba, demandaba mucho esfuerzo y gastos, necesitaba comenzar a litigar, para eso había estudiado tantos años y la sensación que tenía era la de tener las manos atadas. Se volvió más replegado en sí mismo, melancólico e irritable. Lo que no ayudaba a que Selma transitara tranquila el embarazo. Y para colmo, se sentía muy mal, no paraba de vomitar y casi no comía. Danilo, al no poder hacer nada se sentía dominado por la impotencia, y el pánico por todo lo que tendría que enfrentar en el futuro, no lo dejaba dormir: La crianza del niño, y tomar esa decisión impostergable: la de traer a sus padres al País, verse forzado a pedirle a Selma que le permitiera que viviesen con ellos hasta tanto pudiesen acomodarse económicamente. Danilo sospechaba, el caos llegaría a su hogar por dos frentes, destruyendo ese clima de paz que con tanto esfuerzo habían logrado instalar. Un abismo se abría bajo sus pies, tenía que calmarse o Selma pagaría las consecuencias. Pero Selma no podía ingresar a sus pensamientos, estaba demasiado ocupada con los cambios operados en su cuerpo, tratando de asimilar y disfrutar. Todos vivían su embarazo con felicidad, esperanza, buenos augurios. Por eso, ella necesitaba pensar en positivo y salir adelante.
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Más relajados y tranquilos, concurrieron a la primera ecografía. Sin embargo, el resultado de la misma, los dejaría mudos, helados… el sueño del hijo que ya lo sentían tan real, se desmoronó al instante, como un castillo de naipes. La doctora les explicó la situación: “Es un embarazo anembrionado”. –¿Qué significa? –preguntó Selma desolada. –Que no se formó el embrión, solo existe el saco gestacional o vitelino. –Entonces… ¿no prosperará? –Seguramente ocurrirá un aborto espontáneo, así es en estos casos, hay que esperar unos días… cualquier cosa me consultan. –¿Es común que ocurra algo así? –preguntó Danilo. –Sí, puede ocurrir, en distintos grados. A veces son embriones malformados, hay embriones muertos, el 50% de los abortos espontáneos presentan anomalías Citogenéticas. –No deben preocuparse por esto, podrán tener más hijos en el futuro –les dijo para calmarlos. Después de esa tremenda noticia, tuvieron que aprender a convivir en la espera del aborto, una larga espera que los llevó a la desesperación porque aquel no ocurría nunca. En esa desagradable situación recibieron al nuevo año. Año que le dejaría a Selma un trauma que luego, le llevaría tiempo poder curar a fin de intentar un nuevo embarazo. Justo cuando el tiempo biológico, se le estaba por acabar.
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AÑO 6 Pasó la primavera, pasó el verano y llegó el nuevo otoño. La felicidad compartida con su hija y su esposo que fue plena en esos meses, se terminó cuando sus suegros (especialmente Pilar) regresaron del pueblo para pasar el invierno en el departamento donde no sentían tanto el frío como en la casa del pueblo con un clima al que no se acostumbraban. Aunque Selma intuía que más que el frío, era el deseo de estar cerca de Estrella… y eso significaba una serie de incomodidades y desacuerdos entre Selma y Pilar sobre cómo educar a la niña. Danilo y Guillermo, permanecían casi siempre al margen de las disputas, y Estrella era la más perjudicada. Su carácter ya de por sí algo díscolo, se volvió bastante inmanejable y los berrinches eran cada día más frecuentes y por cualquier cosa. No obedecía y obligaba a su madre a usar la diplomacia y la paciencia, a fin de no crear más caos. El trabajo en el periódico quedó a cargo casi exclusivo de Danilo; que, por otro lado, le costaba avanzar en su estudio de abogado, asociado a otros colegas que se fueron alternando con él. Poco a poco los clientes llegaban, pero para nada veía colmadas las expectativas con las que había iniciado la actividad después de varios años de batallar para lograr su habilitación en el País. Selma quedó relegada casi exclusivamente al cuidado de Estrella para protegerla de la mala influencia que Pilar ejercía sobre ella. En medio de todo ese clima, se abrieron dos paréntesis que encerraron momentos de paz y concordia. Fueron durante dos viajes que realizaron los tres solos; primero a un Ihana Cott // 42
lugar turístico del centro del País, aprovechando los días de Semana Santa, donde disfrutaron de la unión de la familia en un paseo corto pero reconfortante. Luego… en las vacaciones de invierno, viajaron a la ciudad de Danilo para llevar por primera vez a Estrella; la que debutó con el viaje en avión, demostrando aplomo y un comportamiento adecuado. Allí, en la ciudad a la que 6 años antes había llegado Selma, sola tras su sueño y sin saber lo que encontraría, se encontraba ahora de visita con su hija y esposo. Habían sido invitados por los padres de uno de los mejores amigos de Danilo (el que se encontraba en Italia), ellos les facilitaron la habitación de soltero del hijo que resultaba de gran privacidad por estar bastante alejada del ala principal de la casa, en un segundo piso. Selma se adaptó muy bien al matrimonio que varias veces le prestó su cocina para que ella preparara la comida a su gusto. Aunque casi siempre comían invitados por alguien de la familia o matrimonios amigos de Danilo, los que estaban encantados de recibirlos, especialmente a la inquieta Estrella que hizo las delicias de todos con su gracia y simpatía. Selma recuerda aquellos 25 días como muy agradables y llenos de luz y paz. Cuando regresaron (con Estrella cargada de regalos) fue difícil adaptarse al ritmo de su ciudad marrón, a la rutina diaria, sobre todo a la mal crianza que Pilar ejercía sobre la niña. Pero el invierno pasó… y la nueva primavera llegó. Y con ello, sus suegros volvieron a la paz del pueblo, dejándolos otra vez solos. Sin embargo, la relación de ellos ya estaba deteriorada, Selma escribía en su diario, el día 20 de setiembre: “Está por comenzar la primavera y yo vuelvo a tener la esperanza de que comience una nueva vida para nosotros, algo que aún no se concreta. No me siento bien anímicamente, con El camino de los sueños // 43
Danilo hay una frialdad extraña, casi no hablamos, tampoco peleamos, simplemente estamos, no hay sentimientos. Danilo sigue mal económicamente, el trabajo no llega como espera, yo me hago cargo de todo y las Reservas se agotan. Tengo que tener bien a mis padres, que no les falte nada; a mi pequeña hija también, mantener varias casas, pagar los impuestos, atender el campo… no alcanza, cada vez tengo menos, cada vez me queda menos para mí, quisiera trabajar, pero Estrella demanda todo mi tiempo para ella. En la ciudad no puedo escribir, me bloqueo. En el pueblo no puedo pintar, porque no encuentro el momento para hacerlo con tanta actividad… mucho menos ocuparme del piano. Esporádicamente se dan algunas conferencias y exposiciones, pero es muy poco. Creativamente hablando, hace tiempo que estoy bloqueada, no encuentro esa paz necesaria para dialogar con el silencio, el que ya no tengo. No sé en qué momento perdí todo eso, creo que fue de a poco, a medida que me iba dando de cabezas con la vida, después que papá enfermó, aquel año que me llevó a la búsqueda desesperada del amor creyendo que iba a solucionar todos mis problemas”. “Ahora siento que nunca más volveré a ser aquella que era antes. Soy otra persona totalmente opuesta a aquella, no soy Selva María Ponti, soy otra y no sé cuál de las dos es la verdadera. Tengo miedo que cuando Estrella crezca no comprenda cuál de las dos es su mamá. Aquella mujer llena de vida y creatividad, trabajadora incansable del silencio… o ésta otra mujer gris y ajada, un fósil sin vida creativa, sin luz, sin silencios, sin colores… ¿Culpa de la vida, de su padre, de todos los hombres, del mundo, o tal vez de ella? Acá hay una sola culpa: la mía”. La situación empeoró. Un día recibieron una noticia que los intranquilizó: Guillermo había sufrido un desmayo y
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Antonino había recrudecido de sus múltiples dolencias, sufriendo un ACV. Así fue como viajaron al pueblo, como casi siempre, en el tren que arribaba a la medianoche. Y tuvieron que hacerse cargo de la situación de ambos. Lo que les llevó varios días. Cuando Danilo se aseguró que Guillermo estaba mejor, regresó a la ciudad con ellos para hacerle hacer los estudios que le indicó el médico que lo atendió en el pueblo.Allí sería atendido por la obra social de Prensa que tenía Danilo, en la que también había anotado a su familia. Selma tuvo que quedarse con la niña en el pueblo para hacerse cargo de los múltiples asuntos que requerían de su presencia y que se relacionaban a la salud de su padre y a los trámites que se presentaban, ya que Egle se limitaba a cuidarlo y estar pendiente de él. Su mente no podía ocuparse de nada más. Dos mujeres se alternaban para ayudarla a cuidarlo, porque Antonino casi no se levantaba de la cama, había sufrido un ACV que lo limitaba bastante en sus movimientos. Requería atención kinesiológica y ayuda permanente. Danilo regresó al pueblo para el cumpleaños de Selma, pero ya no era el mismo: algo había cambiado durante esos días en la ciudad, algo que iniciaría la ruptura definitiva de su matrimonio. Así lo expresó Selma en unos versos: “Aquí estoy. A la vera del destino esperando la verdad. La verdad que me grita tu silencio, que me está dejando en soledad. Otra noche más de angustia donde muerta… espero lo por vivir”. (28–12–año 6)
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AÑO 2 En mi vientre aleteó la esperanza de un hijo. Así completaría mi deber con la vida: un árbol (varios árboles) un libro (varios libros) un hijo (uno será suficiente). Varios días soñamos que existía, pero murió antes de crecer y sufrí en mi silencio la agonía de una acusación. Dame tiempo para volver de la muerte. Cobíjame, cuídame que antes de partir …cumpliré. Selma Ponti–Año 2 Promediando el verano, el doctor que atendía a Selma decidió intervenir haciendo un “legrado” o raspado; ya que el aborto no ocurría en forma natural, había que intervenir para limpiar el útero y evitar riesgos de infección. Los padres de Selma se instalaron en la ciudad marrón para contenerla, acompañarla y atenderla en esos momentos tan angustiantes que estaba pasando. La veían bastante
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tranquila, aunque sabían que solo era aparente; conociéndola, sabían la tormenta interna que la estaría sacudiendo. Danilo, azotado por tantos otros problemas adicionales parecía agotado y paralizado por el miedo. Sintiéndose incapaz de ayudar a Selma en su estado mental, decidió delegar todo en sus suegros que tomaron las riendas de la situación. Selma yacía en la estrecha camilla de la sala quirúrgica en posición ginecológica. No quería pensar, no quería ver, no quería oír, no quería sentir. Estaba entregada, en ese estado donde uno ya no tiene alternativa más que enfrentarse a la realidad y esperar un resultado, sin tener la posibilidad de participar. Sí podía ver, podía pensar, podía oír, podía oler… pero no sentir, ya que la habían dormido de la cintura para abajo. Ni en sus más atípicos ejercicios imaginativos se le hubiese ocurrido tener que estar pasando por eso. La experiencia estaba superando cualquier otro mal momento que tuvo que enfrentar en su vida de 34 años. Al cabo de un tiempo que no supo calcular, la trasladaron a la habitación privada donde la esperaban ansiosos sus padres y esposo. No sentía las piernas, pero poco a poco pudo empezar a moverlas. Y con ello, también comenzó la tortura del dolor. A pesar de los calmantes, jamás había sentido algo igual, una inmensa tristeza la invadía. Los tres le dieron ánimo y la ayudaron en esas primeras horas. El sangrado era abundante, y lo sería por varios días más. Al comienzo del segundo día allí, ya se quería ir a su casa, no soportaba el encierro. Como no le daban el alta, tomó una decisión casi sin pensar demasiado. Aprovechando que Danilo había partido con sus padres hasta el departamento El camino de los sueños // 47
para dejarlos allá y tardaría un rato en regresar, preparó el bolso y salió de la clínica sin que nadie se diese cuenta. En la vereda, se topó con Danilo, ya regresando, que no salía del asombro. –¿Dónde vas? –Le dice alterado– ¿tienes el alta?, ¿por qué no me esperaste? –No, decidí irme por mi cuenta, no quiero estar más ahí. –¿Cómo se te ocurre? –se asombró de la actitud de su mujer– vamos dentro, voy a hablar con el médico, tú espera en la habitación –le ordenó. –Es que quiero irme, no aguanto el encierro, en casa podré cuidarme bien. La clínica es agobiante. Entraron y Danilo, bastante molesto, salió en búsqueda del médico. Al encontrarlo le manifestó el deseo de Selma de querer irse. El doctor, después de pensar un instante, accedió. –De todos modos, antes del mediodía pensaba revisarla y si todo está bien, le doy el alta. Aún hay que esperar el resultado de los últimos análisis de sangre. Llegó el mediodía, el médico la revisó y ya con el resultado de los análisis; Selma tuvo el alta y pudo salir a tiempo para almorzar en su casa; Egle ya tenía el almuerzo listo cuando llegaron. Así fue como su “fuga” quedó como una anécdota que Danilo no se cansó de contar en los años posteriores, a todo aquel al que comentaba el episodio vivido ese tórrido enero en la ciudad marrón.
Después de ese traumático momento, a Selma le costó bastante reponerse física y psicológicamente. No reanudó su curso en la Escuela de Naturalismo, seguía en el periódico con Danilo, pero cada día tenía menos entusiasmo. Aún no estaba totalmente repuesta cuando arribaron sus suegros del norte y se instalaron en el departamento. Ese cambio fue demasiado grande para ella; porque no solo se Ihana Cott // 48
sentía invadida en su privacidad, pues veía afectada la intimidad con su pareja, sus pocos espacios de silencio, sino que, además, la convivencia fue muy difícil por el carácter autoritario de Pilar que siempre parecía ser el centro del mundo, no estar conforme con nada y hacer observaciones constantes sobre la casa, sin aceptar que podía haber opiniones diferentes a las de ella. No… ella creía siempre tener la razón en todo. Era una inconformista. Resultaba agobiante, era mejor dejarla hablar y hablar sin prenderse en nada; para colmo de males, Pilar era una conversadora compulsiva, no podía estar callada, ni aun cuando comían o miraban televisión. Selma se dio cuenta que molestaba a su hijo también. El que además sumó un problema más a los que ya tenía con la economía: dos bocas adicionales para alimentar. Se sentía realmente frustrado cuando no llegaba con lo que sacaba del periódico y tenía que pedir ayuda a su mujer, la que a la vez debía recurrir a Antonino, ya que tampoco tenía posibilidades de trabajar en algo que tuviese que ver con el arte, más en las condiciones mentales en que se encontraba. Todo afectaba la buena relación de la pareja, la que, poco a poco, se fue distanciando. Por otro lado, Danilo estaba más feliz al tener cerca a sus padres y no vivir en la angustia al no saber cómo la pasaban en su ciudad natal. En cuanto a Selma, lamentó que sus padres ya no podrían visitarlos más en el departamento por falta de lugar. Por lo tanto… Pasaba mucho más tiempo en el pueblo, lo que a la vez la alejaba de sus suegros, pero también de Danilo, a quien extrañaba, pero se fue acostumbrando y cada vez se sentía más tranquila en su lugar de siempre, su refugio de paz, cuidada por Egle y tratando de reponerse de sus miedos y falta de deseo sexual. La dejaba tranquila saber que Danilo no quedaba solo en la ciudad, sus padres estaban con él y lo atendían como a un Rey, mucho
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mejor de lo que ella estaba en condiciones de hacerlo dada su depresión. Y así pudo volver a escribir, a pintar, a crear… y poco a poco, la vida, volvía a mostrarle su lado amable. En el otoño concretó uno de sus sueños: hacer un viaje en carpa a un lugar agreste del noreste de su país donde alguna vez estuvo con sus padres. Esta vez iría con su esposo, intentaría recomponer y encauzar la relación que había quedado tan deteriorada después de la pérdida del embarazo y la llegada de sus suegros. No fue sencillo, varias noches lluviosas, lluvia que se prolongó durante las mañanas, los mantuvo recluidos en la carpa. Para Selma era la situación ideal para dar rienda suelta a sus ocultas fantasías sexuales. Pero Danilo no pensaba igual. La incomodidad lo inhibía y aplacaba el deseo. El resultado fue frustrante y agigantó la distancia física entre ellos. Parecían dos hermanos. Cada uno sumido en sus propias cavilaciones y pensamientos. No era lo mismo cuando compartían en medio de la naturaleza caminatas, observación de aves, cuando comían rodeados de pájaros que se acercaban, las vizcachas que rondaban cerca en las noches claras y tibias… todo eso los unía y se complementaban muy bien. Danilo ayudaba a Selma con su equipo fotográfico, dialogaban poco, lo necesario, se limitaban a sentir, ver, oler, disfrutar lo maravilloso que la naturaleza les ofrecía de diferentes maneras: con bosques, sabanas, ríos y pantanos. Aprendieron a sentir en silencio, admirando y absorbiendo cada metro que recorrían a pie o en auto. Como amigos, compañeros, hermanos… no había diferencias, el lugar los colmaba de paz por igual. A veces Danilo, dejaba sola a Selma en algún sitio que ella elegía para tomar apuntes, sabía que necesitaba ese silencio y esa soledad creativa; en eso, la entendía perfectamente, él se adelantaba, Ihana Cott // 50
preparaba la comida en su lugar de camping, y cuando ella llegaba, comían rodeados de los pajaritos amigos a los que les tiraban miguitas de pan. Fue una experiencia hermosa que los llenó de energía y de paz. Lo sexual quedaba relegado a un segundo, tercer plano, ante las sensaciones dulces que vivían juntos, lejos de la cotidianidad de la vida en la ciudad marrón donde pudieron dejar por unos días los innumerables problemas que enfrentaban. Si bien, al regreso, su vida sexual siguió siendo mala; llegaron renovados, con fuerzas para seguir luchando. Selma sintió recuperar su espacio de luz y paz, se preparó para dar batalla por nuevos sueños, por crear… así fue que empezó a pasar largas temporadas en el pueblo donde volvió a ser esa Selva María Ponti de la infancia. Allí se sentía realmente plena, ya no sufría en la soledad (la creía necesaria), y con el apetito sexual por el suelo, prefería tener a Danilo lejos, bien cuidado por sus suegros, y ella… encargarse de sus nuevos sueños. En el invierno, pasó más tiempo en la ciudad, entonces reanudó las actividades culturales compartidas con su esposo. Realizó exposiciones, conferencias, encuentros literarios y poéticos… es decir que se le abrió un mundo de posibilidades que aprovechó al máximo. Danilo seguía con el periódico LA VOZ DEL SUR, poco a poco volvió a ayudarle con las notas, la fotografía, la búsqueda de auspicio, la distribución, etc. Tenían que seguir, porque la economía flaqueaba y ya no quería depender de Antonino, el que siempre, desde que se había casado, la ayudaba con una mensualidad, a la espera de que Danilo se consolidase en su profesión. Pasaron su segundo aniversario visitando la ciudad de Uberto Frino con quien estuvieron todo el día en el vivero; y por la noche, éste les recomendó un lindo hotel en el centro donde Selma, por fin, recuperó al Danilo de sus comienzos y El camino de los sueños // 51
disfrutaron de los placeres de una nueva sexualidad. Fue como dejar de ser virgen por segunda vez. Si bien mejoró mucho en su erotismo, aún no estaba preparada para un nuevo embarazo, por lo tanto, debían cuidarse. Danilo estaba ansioso por un hijo y Selma… no era solo miedo lo que sentía. También consideraba que las condiciones que los rodeaban no eran las adecuadas para traer un hijo al mundo. Primero debían ocuparse de instalar a Pilar y a Guillermo en el pueblo, lograr más entradas de dinero y muy en el fondo de su alma, Selma deseaba con todas sus fuerzas que Danilo, terminase de aceptar la idea de desarrollar su profesión (cuando consiguiese la habilitación) en el pueblo. En esas temporadas que pasaba allí para crear, había descubierto que ese era su lugar, que si tuviera un hijo debía criarse allí. Además… Antonino y Egle, cada día la necesitaban más porque los años y los achaques les impedían realizar muchas de las actividades cotidianas. Especialmente Antonino, y Selma, como única hija del matrimonio, tendría que velar por todo aquello que hasta ese momento les había dado de comer. Era necesario que se pusiese al tanto de sus cosas porque pronto iba a tener que ponerse al frente de las mismas. Había que prepararse para eso. Algo que Antonino nunca hizo porque siempre creyó que Selma tenía aptitudes para otro tipo de actividades; sin embargo, el destino, la pondría al frente de otras tantas que no podría eludir porque eran la fuente de los ingresos de la familia. Antes de fin de año pudieron dejar más o menos en condiciones habitables una casita que Antonino cedió en calidad de comodato para que pudiesen vivir los consuegros. Había que amueblarla, y en eso también contribuyó Antonino; llevando algunos muebles que tenía guardados y que habían pertenecido a su madre. Una vez instalados allí, sus suegros fueron dejándola bonita y cómoda para vivir. Eso para Selma fue un gran logro. Haber podido sacar a sus suegros del Ihana Cott // 52
departamento significaba tener más tiempo para estar a solas con Danilo y prepararse para un nuevo embarazo. Lo único negativo: que no iba a poder permanecer tanto tiempo en el pueblo como le gustaba, aunque el hecho de que sus suegros estuviesen cerca de sus padres tranquilizaba a ambos, porque sentían que se harían mutua compañía y todos estarían felices. El desafío para los esposos no era sencillo. Se encontraban bastante alejados el uno del otro, les llevaría tiempo y esfuerzo crear nuevos sueños que surgiesen de las cenizas humeantes de los que murieron con el paso arrollador e implacable del tiempo. En sus momentos más tristes Selma escribía en su diario íntimo: “Estoy convencida que terminó esa fascinación que había entre nosotros, murió atacada por todas las circunstancias que fuimos atravesando desde que nos casamos. El año que lo conocí yo estaba en un tremendo pozo depresivo, entonces él, fue la esperanza salvadora, la tabla de la cual me aferré para no ahogarme en ese mar de desesperanza en que navegaba. Fue un gran amor alimentado por sueños imperfectos, que al casarnos se derrumbaron ante la realidad de la vida. Ahora siento que esa tabla salvadora se ha roto antes de llegar a la orilla. Y sin ella, me siento sin fuerzas para avanzar, llegar a la playa y salvarme. Mi deber es luchar, no bajar los brazos, recuperar esa felicidad que pude encontrar a su lado, porque lo elegí, nos elegimos, y aunque equivocadamente, para mí fue, es y será mi único gran amor”.
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AÑO 7 Los próximos 4 años serían muy intensos para Selma. Etapa de grandes cambios, de pérdidas, de proyectos concretados. Un morir y nacer constantes donde todo es blanco o negro, casi sin escalas de grises. Fue como vivir en 4 años de intensidad arrolladora, cada una de las facetas que ofrece la vida y por la que todo ser humano, tarde o temprano, tendrá que pasar. La relación de la pareja, que no venía muy bien el año anterior, terminó de romperse durante ese verano. Cuando Danilo regresó al pueblo para el cumpleaños 39 de Selma, después de 15 días de ausencia, era otro hombre. Un cubito de hielo lo hubiese representado muy bien. La indiferencia hacia su mujer y su hija fue un balde de agua fría que apenas si pudo soportar el corazón de Selma. Se instaló solo en la casa que ocupaban sus padres cuando estaban en el pueblo, los que se habían quedado en la ciudad donde se encontraban debido a los problemas de salud de Guillermo, para que se atendiera por su obra social. Aducía que en la casa de sus suegros no había suficiente lugar. Ese tema ya lo habían hablado meses antes, y la sugerencia era que Selma y Estrella se instalasen en otro lado para estar más tranquilas dado el clima enrarecido por enfermedad que se vivía en esa casa y las mujeres que entraban y salían para ayudar a Egle en la atención de Antonino. Segú Danilo, no era un lugar adecuado para que se criara la pequeña Estrella, ya que Selma debía permanecer en el pueblo y no aceptaba el ofrecimiento de Pilar de llevarse a la nena para que estuviera con ellos y el Ihana Cott // 54
padre en la ciudad marrón. Nunca permitiría que Pilar tuviera a su merced a la pequeña Estrella para influir negativamente sobre ella y, además, pensaba que el mejor lugar para una niña de casi dos años, era permanecer al lado de su madre por más dificultades que ésta atravesara. Por lo tanto, tomó la decisión de construir una casa para las dos, con espacio suficiente para los tres cuando Danilo las visitara. Pensó en el lugar que su padre usaba para escritorio y que luego ella usó como taller y estudio. El comedor que era depósito de un sinfín de cosas inservibles, la que alguna vez había sido cocina, el baño antiguo, el patio, el garaje viejo, todo sería remodelado a nuevo, manteniendo el estilo. La zona del galpón con fosa, donde funcionó un taller de pintura para autos, habría que demolerlo y hacer allí una construcción nueva. No perdió tiempo y se puso en contacto con un arquitecto para que comenzara con los planos. Parte del dinero lo tenía, ya que habían decidido vender una de las propiedades que Antonino había recuperado después de un juicio de desalojo, el inquilino había dejado la casa casi destruida. Le dijo al arquitecto que calculara los gastos de acuerdo a ese monto de dinero, quedaron que pedirían por lo menos tres presupuestos a tres constructores diferentes y recibió un detalle aproximado del costo de los materiales. El día de su cumpleaños, Selma se fue hasta la casita donde Danilo estaba instalado, deseaba con todas sus fuerzas tener un encuentro íntimo con él, ya que hacía tiempo la distancia y los problemas que los rodeaban se lo habían impedido. Pero grande fue su sorpresa cuando Danilo la recibió fríamente y la rechazó de plano. Aduciendo falta de ganas y que se iba a poner en tratamiento con un profesional.
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Selma le creyó a medias, se sintió tan humillada y desilusionada que no tuvo ganas de discutir y aceptó sus explicaciones, aunque su corazón se rompía en mil pedazos. Algo raro pasaba con Danilo, lo desconocía, tal vez otra mujer se había cruzado en su camino. Él actuaba de una manera que a Selma la asustaba, y todo el tiempo se ponía a la defensiva. Era otra persona, una que para nada agradaba a Selva María; fría, calculadora, interesada, indiferente… y no solo con ella, también con sus padres y ¡hasta con Estrella!, a quien, de pasar a ser la luz de sus ojos, quedó relegada de sus atenciones y a pesar de su corta edad, percibió el cambio en el padre, porque su carácter se volvió irritable, rebelde y propenso al llanto. Danilo regresó a la ciudad, después de Navidad, que a pesar de todo la pasaron juntos; en apariencia parecían la pareja perfecta ante los demás, porque él tenía una capacidad única por ocultar lo que verdaderamente sentía y eso Selma no lo soportaba. Sintió un gran alivio cuando quedó nuevamente sola, no lo quería cerca porque su presencia era nociva para su salud mental. La jornada previa a Reyes, salió a comprar los regalos para Estrellita y al pasar frente a la casa de Rodolfo Rachi tomó una decisión, casi sin pensarlo: consultaría al amigo de Danilo que era Tarotista, astrólogo y vidente. Él podría revelarle la verdad. Por un lado, tenía pudor de manifestarle lo que pasaba en la pareja debido a su amistad, y porque a Danilo, si se enteraba, no le gustaría nada. Pero la desesperación por saber la llevó hasta la puerta de su casa, la que, por otra parte, tenía de paso porque estaba a la vuelta de la casa de sus padres donde vivía Selma por esos días, desde que Antonino estaba enfermo.
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Rodolfo la recibió muy afectuosamente, como siempre que se veían. Él pasaba muchos ratos a solas con Danilo, tendría que conocerlo más que nadie. Cuando tiró las cartas no se sorprendió, sin duda que intuía algo dado su capacidad de ver más allá. –Su alma está muy oscura ahora, está atrapado en un momento de dudas y energías negativas. Lo mejor que puedes hacer –le aclaró– te lo digo como profesional, pero más como amigo porque te conozco de toda la vida, y a tus padres también, es olvidarte de él. Debes concentrarte en tu hija preciosa y en tus padres, eres una mujer inteligente, sabrás darte cuenta de las prioridades. Ellos te necesitan fuerte para contenerlos. Estrellita porque es pequeña y sufre la ausencia de su padre, y tu papá que por su enfermedad ya no puede ser la persona que siempre te contuvo y te dio todo, merece ahora tu atención y dedicación, sabes muy bien que no le queda mucho tiempo más de vida, y tiene que disfrutar de su nietita antes de que ya no pueda hacerlo. Selma se quedó absorta y pensativa ante esas palabras acertadas, perdió el color y el habla. Sin embargo, pudo reponerse para expresar lo que sentía. –¡Cómo haré para olvidar! Yo estoy verdaderamente enamorada de él. Soñé en formar una familia, luché por ella, ahora que la tengo no quiero perderla… ¿Habrá otra mujer? –Es casi seguro, aparentemente habría una mujer cerca que lo tiene totalmente atrapado, al punto de que se volvió una persona diferente a la que tú conoces. Pero te repito: es mejor que te olvides de él, el tiempo dirá si vuelve cuando la tormenta pase. Porque de algo estoy seguro: no será para siempre.
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Selma salió de la casa de Rodolfo como zombi. Las piernas le temblaban, su cuerpo parecía una marioneta por lo desarticulado que estaba. Le costó contener el llanto y mucho más llegar a la casa y disimular con Egle y reír con Estrella, porque esa noche, la niña colocaría sus zapatitos, agua y pasto, para recibir a los reyes magos y sus camellos. Debía esconder rápido los regalos. Antes de que pudiese verlos. A los pocos días recibió la noticia de que sus suegros volvían al pueblo. Entonces, habló con su madre y le dijo que aprovecharía para viajar a la ciudad con Estrella. Era necesario hacer un esfuerzo por averiguar la verdad y que la niña no perdiese contacto con su padre. Así fue, Selma partió con Estrella rumbo a la ciudad que se le hacía invivible en verano, sin embargo, estaba convencida de que ese sacrificio valdría la pena. Se equivocó, la estadía allí fue una pesadilla. Esos días en la ciudad, los recuerda como un momento de su vida, de los peores que le tocó vivir. De entrada, cuando Selma intentó dialogar con Danilo para indagar en su interior; le contestó con la mayor soberbia y sin que se le moviese un pelo, frío y sin piedad: –Ya no te quiero. No siento nada por ti. Lo mejor es iniciar el divorcio. En cuanto a Estrella, pediré la tenencia compartida. El llanto invadió el rostro de Selma sin control alguno. Le dio vergüenza reaccionar así, sentirse tan vulnerable. A pesar de las lágrimas, le contestó que no tenían que precipitarse, que debían tomarse un tiempo, que ella seguía amándolo, que Estrella los necesitaba juntos, unidos, que si
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había otra mujer no tuviese miedo de confesarlo, ella podía entender. Danilo negó terminantemente que hubiese otra mujer. –No hay otra. Simplemente se acabó el amor. Ya hace tiempo que venimos mal, casi nunca hay acuerdos entre nosotros. Me equivoqué al venir, no debí dejar todo del modo en que lo hice, mucho menos casarme. Hay diferencias insalvables entre nosotros. Ante esas palabras que destruían de un plumazo todos sus sueños, Selma no tenía respuestas; Danilo tenía razón, ella debía admitir que no se llevaban bien y que lo único que los unía era Estrella. Se quedó porque era su casa y porque su hija necesitaba ver a su padre. Por lo tanto, soportó la humillación, la indiferencia, el maltrato de Danilo y se instaló en el cuarto de la niña, durmiendo con ella en el amplio sofá cama que usaban sus padres o sus suegros cuando estaban allí. En cuanto a él, hacía visitas de médico, Estrella lo reclamaba constantemente y le preguntaba inocentemente: –¿Y papá?, ¿por qué no se queda? Ella ya no sabía qué responder para que la niña se quedase tranquila. Trató de entretenerla llevándola a la plaza, a la calesita, saliendo a caminar, pintando y armando rompecabezas. Cuando Estrella dormía, Selma aprovechaba para llorar y escribir. Escribía con desesperación, se desahogaba en versos, versos que años después formaron parte de su libro autobiográfico, donde contó esa “historia de amor” en forma poética. Libro que vio la luz para los 15 años de Estrella. Como no tenía con quien hablar y necesitaba descargar su pena, llamó a Mirta, madrina de Estrella; quien no podía creer lo que escuchaba. Le pidió que se mantuviese calma, que
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ellos (Mirta y su esposo) hablarían con Danilo. Cuando días más tarde lo hicieron, no lograron nada; Danilo negó todo y minimizó el tema levantando una pared que impedía ingresar en su interior para saber la verdad. La imagen que proyectaba para el afuera era el de buen esposo y padre. Para entonces, Selma ya estaba segura de la existencia de otra mujer, porque había noches que Danilo no llegaba a la casa, o llegaba muy tarde. También se encerraba en el baño para hablar por teléfono largo tiempo. Incluso, cuando dormía en la casa, ella que permanecía despierta envuelta en angustiantes meditaciones, escuchaba desde el cuarto de al lado como dialogaba con alguien del otro lado de la línea, y lo hacía en forma susurrante y seductora, como nunca lo escuchó hablarle a ella. Mientras Estrellita dormía plácidamente a su lado, Selma lloraba en silencio y juró entonces que lucharía por su hijita, nunca se separaría de ella, la pondría a resguardo del desquicio de su padre y un día, estaba segura, él regresaría derrotado. Volvieron juntos al pueblo (como la familia ideal) para festejar el segundo cumpleaños de Estrella, el que transcurrió sin novedades. Cuando Danilo regresó a la ciudad, ella aprovechó para hablar con sus suegros que continuaban en el pueblo. Pero no logró nada, Guillermo prefirió no opinar (como en todo), y Pilar se puso abiertamente de parte del hijo, culpándola a ella por el abandono. Según su conclusión, Selma había abandonado a su hijo en la ciudad para ocuparse de sus padres e instalarse en el pueblo, sin pensar que eran una familia. De nada sirvieron las explicaciones de Selma, Pilar estaba con su hijo, y tampoco le creyó cuando Selma le habló de la “otra” mujer. Desde entonces, Selma decidió ocuparse de sus padres y olvidarse de todos ellos. Eso sí… trató de mantener a Estrella
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lo más alejada posible de Pilar porque estaba segura que era “ella” la mujer que estaba cerca, llenándole la cabeza a Danilo para que pelee por la tenencia de la niña. Inscribió a Estrellita en el jardín maternal, con el fin de que socializara, lo que le haría muy bien. El disgusto de su suegra se manifestó abiertamente cuando la enfrentó para decirle que era muy pequeña para ir al jardín y que ella se podía hacer cargo de la niña mientras Selma se ocupaba de su padre y los múltiples intereses en el pueblo. Quería llevársela a la ciudad a la que volvieron en el otoño. Por supuesto, Selma se opuso terminantemente y Estrella se adaptó magníficamente al jardín maternal donde todos la mimaban y le tenían un gran afecto por su vivacidad y picardía. Allí demostró ser muy despierta, pícara, inteligente y sociable. En cuanto a Selma, se dedicó a poner todas sus energías en la construcción de la casa sin importar lo que el futuro le deparara. El divorcio ya había sido pedido por Danilo, parecía que no habría retorno. Un largo proceso que registró en su diario íntimo, y que, en muchos aspectos, fue una premonición; como cuando habla de Pilar: “Pilar, sin lugar a dudas es una de las “mujeres” que me separa de Danilo. Cada día me lo confirma con sus comentarios fuera de lugar, que demuestran su falsedad, su falta de empatía y su deseo de controlar su vida y la de la niña. Se siente más que madre, la novia de su hijo. Actúa como si lo fuese. La verdad es que siento un gran dolor por él, porque si algún día se concreta la separación, Danilo quedará tan solo, sin nada, porque con su madre al lado, nunca encontrará una mujer que lo haga feliz, ella no lo permitirá. La verdad, no tengo celos de otra mujer, si es para su bien, se lo he dicho, que puedo perdonarlo, pero nunca perdonaré que “la mujer” sea su madre y lo domine a tal
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punto de que no pueda ejercer su papel de padre. Porque lo que ella busca no es lo mejor para la niña y su papá, busca lo mejor para ella. Pido a Dios que le dé sabiduría a Estrella –tan pequeña– para que cuando crezca descubra la verdad y un amor que la colme de paz. Que encuentre su felicidad y tenga la fortaleza necesaria para impedir la invasión de su abuela y que salga adelante sin los mandatos de nadie, y menos de alguien que ha impartido una enseñanza equivocada a su único hijo. Hoy, con sus 38 años, no es suficientemente hombre y padre para enfrentar esta realidad de la vida. Un ser a la deriva que así hubiese seguido si no nos conocíamos y que corre el riesgo de volver a naufragar, alejándose de mí, quien puede brindarle la seguridad de un amor sincero y una sólida familia. Mi decisión será no separar a Estrella de su padre y limitar el contacto con sus abuelos, mejor dicho, con su abuela”. En ese clima de distanciamiento, se llevó a cabo la primera audiencia de reconciliación. No se encontraron antes de entrar; frente a la jueza, Selma se sintió invadida por una pena intensa que la doblegaba, pero intentaba verse entera ante la magistrada que les hacía las preguntas de rigor. Danilo se mostraba inexpugnable, imposible saber los sentimientos que lo invadían, sencillamente porque estaba recubierto de una coraza de piedra. También sintió dolor por él. Que era un ser desconocido para Selma, y que repetía una y otra vez que la decisión estaba tomada porque no había acuerdos entre ellos. La separación sería entonces “por incompatibilidad de caracteres”. Selma no quiso mencionar lo de la supuesta amante porque no tenía pruebas, y ya le daba igual la razón del divorcio que parecía ser un hecho. En cuanto a Estrella, la jueza recomendó que siguiera bajo la tutela de la madre hasta que se resolviese definitivamente, según el informe de la Asistente Social que las visitaría.
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Cuando salieron del juzgado, se quedaron en el auto discutiendo la tenencia de Estrella. Danilo la reclamaba para sí, valiéndose de amenazas y presiones psicológicas que Selma soportó con el corazón roto. Le dijo unas cuantas verdades y al final Danilo arregló con la “tenencia compartida”, lo que implicaba que la niña estaría 15 días con cada uno. Cuando Selma lo pensó mejor, llegó a la conclusión de que sería una locura que haría daño a Estrella ya que la obligaba a vivir en dos lugares diferentes, sin un hogar de referencia; sería como un paquete trasladándose de la ciudad al pueblo y del pueblo a la ciudad. Y en el futuro se complicaría y mucho su escolaridad. Se lo plantearía a la jueza en la próxima audiencia que tendría lugar dos meses después de la primera: el 11 de agosto. Pero la audiencia nunca se realizó. En esos dos meses, Selma pasó del infierno al paraíso, casi sin transición ni tiempo de procesar todo. A mediados de julio, Danilo la llamó para comunicarle que ya no deseaba divorciarse. Ella le contestó que tendrían que hablarlo personalmente. Así fue como se encontraron a los 10 días en el pueblo. Y Selma escribió en su diario: “Hablamos, sentí que éramos incapaces de abrazarnos y relajarnos. También noté que estaba arrepentido pero que jamás reconocería sus errores y mucho menos los confesaría. No admitió ni negó que haya habido otra mujer; yo sentí que no estaba preparada para perdonar a alguien que nunca pidió perdón. Pero necesitaba aferrarme a una esperanza por el bien de Estrella, porque sabía cuánto sufría al no ver tan alejado a su padre. Los días pasaban y si bien en apariencia seguíamos juntos, no ocurría nada interesante. Él no se acercaba, yo hice
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algunos intentos, y al notar que no me rechazaba, comencé a planificar un viaje de reconciliación para nuestro aniversario número 7 que se cumpliría en agosto. Fui al frente, y como siempre, gané”. “Tuvimos nuestro tiempo para volver a ser felices y nuestro lugar en un pueblito colonial que ya conocíamos de nuestra luna de miel. Allí me sentí nuevamente una mujer deseada y amada por el hombre de mis sueños”. “Salimos como extraños, con un mínimo de diálogo. Cruzamos el ancho río y llegados al hotel, nos instalamos y salimos a pasear, a comer algo y charlar sobre el futuro. Cuando regresamos al anochecer, nos animamos a bañarnos juntos y poco a poco la pasión se desató y ya no paramos más, hasta el día siguiente. No hizo falta decir nada, los cuerpos hablaban por nosotros. Al otro día fue mejor aún y ya Danilo había vuelto a ser ese hombre que conocí y me enamoró. Estaba relajado, alegre, predispuesto a todo, a tomarse su tiempo para prepararme y a tener largas erecciones, provocándome en todo momento y lugar un deseo irrefrenable de tenerlo dentro de mí”. “Luego hablamos de cómo seguir, le dejé en claro que le daba la libertad para que tuviese amantes si ese era su deseo, aunque siempre cuidándose de no contraer enfermedades y de no rechazarme a mí. Y que también yo era libre para hacer lo mismo si algún día sentía esa necesidad. Siempre en un marco de respecto, compañerismo y acuerdos”. “Al regresar, ambos olvidamos lo hablado. Él volvió a estar pendiente de mí, a ser el hombre de mis sueños. A estar atento a todo, pero algo aprendimos de lo vivido: ambos somos más independientes, no nos asfixiamos estando siempre juntos. Yo puedo vivir sin él y con él, cuando antes no podía vivir ni con él ni sin él. Crecimos mucho, cada uno hace su vida sin reclamar
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al otro. Vivimos casi como amantes obligados por las circunstancias que nos impiden estar juntos. Nos hacemos escapadas fascinantes a algún hotel alojamiento y la pasamos como amantes fugitivos. Es una relación menos comprometida, más relajada que nos hace bien, y nos llena de magia, además de que Estrella tiene a sus padres más felices”. “También Danilo ha admitido la influencia negativa de su madre, y, por lo tanto, cuidando la convivencia de la familia, prefiere que nosotras nos quedemos en el pueblo más tiempo y él visitarnos con frecuencia. Aceptó también que a Estrella le hace bien ir al jardincito y planificamos anotarla en uno cerca del departamento en la ciudad para el año próximo. También decidió que cuando pase el verano y sus padres quieran regresar desde el pueblo, les va a alquilar un departamentito para que no vivan con nosotros. Si bien nunca sabré lo que pasó en los pasados 8 meses, el episodio me sirvió mucho, aprendí a ser feliz sin él y a enfrentar sola y sin miedos las dificultades que me puso la vida. Luché una vez más por recuperar mis sueños, no bajé jamás los brazos y triunfé”. Con esas palabras, Selma retornó al camino del amor. El divorcio quedó en suspenso y su nueva casa en el pueblo estaba en pleno proceso de construcción. Su orgullo salió fortalecido aquel año. Ambos debieron pasar un momento difícil cuando Estrella enfermó y su doctor, el pediatra Martín Orlando que le había tomado mucho afecto, al ver que no mejoraba con el tratamiento decidió internarla para darle suero. Había contraído una fuerte enterocolitis que la deshidrató. Selma se encontraba sola, Danilo en la ciudad, y su padre tenía a su vez problemas de salud en esos días. Así que no era el mejor clima para enfrentar la internación de Estrella. Llamó enseguida a Danilo para pedirle que viniese, la niña los necesitaba juntos.
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Por suerte, Estrellita se portó muy bien, con el cariño de las enfermeras logró salir adelante después de 3 días de reclusión en la clínica. Sus padres permanecieron con ella casi todo el tiempo, incluso dormían juntos en la cama de al lado y siempre atentos a Estrella, durante el día armaban rompecabezas o la niña se entretenía con las pinturitas. Selma llevó papel y lápices de colores, y ya con mejor ánimo Estrella coloreaba o pintaba dibujos abstractos. A partir de ese momento, nació como un juego, la afición que desarrolló luego por las artes plásticas, y que su mamá, encantada, incentivó durante unos seis años, hasta que poco a poco, Estrella dejó de pintar. Pero al menos, por unos meses los tres fueron felices; hasta que el nuevo otoño trajo uno de los dolores más grandes que experimentó Selma en su vida; y con ello, el derrumbe del frágil castillo que cobijaba el tesoro más preciado de todos sus sueños. El conteo de la ruleta rusa de la vida, volvió a cero. Habría que empezar de nuevo.
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AÑO 3 Durante aquel año, la relación de la pareja pasó por un sube y baja constante de momentos buenos, otros malos, de encuentros y desencuentros, sin encontrar el rumbo que mejorase su alicaída economía. La habilitación de Danilo para ejercer no salía nunca, los problemas de salud de Antonino y Egle obligaban a Selma a volver al pueblo, sus suegros casi siempre cerca de ellos, y su salud mental que no mejoraba. A veces tenía deseos de intentar un nuevo embarazo, otras veces caía en el desánimo y el desinterés. El estado depresivo de Danilo recrudecía por la falta de trabajo estable y muchas veces manifestaba el deseo de regresar a su País, eso atemorizaba a Selma porque sabía que no podría ir con él dado que su presencia era indispensable para ocuparse de la salud de sus padres. Pasaba de momentos de intensa felicidad a otros donde parecía caminar en un espacio invadido por pirañas dispuestas a devorarla. Ambos seguían trabajando en LA VOZ DEL SUR, pero eso no alcanzaba para vivir, apenas para atenuar la sequía y ocupar la cabeza en algo. Selma seguía con sus notas sobre viajes en algunas revistas especializadas, pero todo muy esporádico. En medio de ese clima intranquilo, hicieron un viaje al mar que los colmó de dicha. Así escribía Selma en su diario de viaje: “Estuvimos en el río recorriendo el sendero de las 7 cascadas. Muy bonito, tranquilo, de paisajes campestres con el
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agua mansa y transparente que corre entre piedras, rodeados de penachos blancos. Es una imagen que calma los nervios y nos hace sentir libres, viviendo esos dulces momentos que se guardan para siempre en el corazón. Esperamos la puesta del sol que entre los bellos penachos se presenta espectacular”. En otro momento sigue: “El amanecer fue magnífico, caminamos a la orilla del mar por la playa desierta, hasta que el gran disco del sol naranja comenzó a elevarse desde las aguas mansas y la espuma blanca que lame la arena. Nos llenamos los pulmones de la fresca y salina brisa de mar, andaban las gaviotas y los ostreros buscando su comida. Luego nos fuimos a la cancha de Paddle que hay en el bosque de pinos fragantes y nos divertimos mucho jugando un rato, desayunamos y volvimos al mar, donde el sol ya calentaba la arena; nos bañamos y volvimos al bosque donde hicimos asado y nos tiramos a dormir una siesta bajo las ramas rumorosas de los pinos por donde el sol penetra dulcemente acariciando el rostro, con ese encanto de la soledad compartida de a dos”. “Al otro día recorrimos el bosque y terminamos subiendo al Faro desde donde se aprecia el entorno azul y verde. Cuando bajamos, comenzaba a llover y ¡qué linda se puso la tarde con ese aroma de corteza mojada flotando en el aire! Cocinamos, nos duchamos, dormimos juntos, hicimos el amor y terminamos tomando mate frente al mar en la zona de pesca, el mar tenía un color verde grisáceo maravilloso”. “He podido cumplir uno de mis sueños más deseados, ver subir la luna llena desde el mar, iluminando la negrura de la noche en un lugar alejado de la presencia humana, al final del camino que recorre el bosque de pinos y que culmina en unas dunas con tamariscos; como era una noche fresca, presenciamos el espectáculo desde la calidez del auto. Solos, enamorados, tomados de la mano y en silencio.
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Luego, casi sin pensar, nos fuimos buscando en la intimidad para terminar enredados en un desorden de cuerpos semidesnudos que, al unirse, interpretaban la danza de las olas cuando sube la marea del amor. Al ser regada por el semen oloroso, me sentí como una rosa deshojada por el viento otoñal que tiñe el bosque con las hojas de los árboles, dejándolos desnudos y a la intemperie. Cuando terminé de cumplir mi fantasía más deseada, quedé como la rosa: quieta, desnuda, temblando y degollada”. Cuando regresaron de aquel viaje, las dificultades volvieron a alejarlos. Ante los desencuentros y falta de deseo sexual decidieron hacer terapia de pareja. No fue muy efectiva y Danilo la abandonó. Selma, en cambio, se sentía a gusto al hablar de sus problemas. Más adelante, al darse cuenta de su deterioro mental y físico, escribía: “Ya perdí todo apetito sexual, todo deseo de lucha, de progreso, de superación, de creación. Debo salir de este pozo, porque pronto se acabará el tiempo biológico para ser madre y no quedará descendencia que herede mi tesoro más preciado: mis obras de arte”. Fue así como decidió ir ella sola a la psicóloga, para que la ayudase a quitarse los miedos y a recuperar el deseo de ser madre. Al poco tiempo, Danilo también comenzó una terapia con otro profesional ante la recomendación de la psicóloga que atendía a Selma. Y así, por separado, iniciaron el camino hacia la recuperación de su tan deteriorada relación. Dos meses después Selma cuenta en su diario que pudieron mejorar la vida sexual que pasó a ser más normal y placentera. Danilo, llegó un día con un libro de autoayuda para mejorar la sexualidad: “Cómo hacer el amor con placer” (lo
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que las mujeres deseamos, lo que las mujeres necesitamos) de Susan C. Bakos. Sin duda que ese libro les enseñó muchas cosas que a veces Selma, en soledad, ponía en práctica. Lo leyó en poco tiempo, con avidez, por eso tuvo que volver una y otra vez a leer algunos párrafos que no le habían quedado claros. Por ejemplo: “Las mujeres que pueden usar sus fantasías como una ayuda para la excitación, aceptar su necesidad de estimulación del clítoris y enseñarse a sí mismas a ser orgásmicas por medio de la masturbación –si no lo son ya con sus compañeros– han llegado a la primera etapa de evolución sexual: descubrir el placer. Saben en qué consiste el placer sexual y cómo conseguirlo”. Una mujer manifestaba: “Hago el amor con mi novio al lado del océano, y todo es perfecto”. Selma pudo entender, entonces, por qué sintió tanto placer cuando hicieron el amor en el último viaje arriba del auto, frente al mar, con luna llena. Porque fue siempre una fantasía que guardaba en su mente. Y también entendió por qué se sintió tan frustrada cuando una larga noche de lluvia en la carpa con Danilo, en un viaje anterior, al no tener conexión por falta de deseo de él en esas circunstancias; cuando, al contrario, ella estaba súper motivada porque era otra de las fantasías que siempre tuvo deseos de cumplir con su pareja. El tercer aniversario lo pasaron alejados de la ciudad, en un hotel tranquilo en medio de una de las islas paradisíacas que salpican de verde las aguas del río marrón. En medio de esa naturaleza tan acogedora, fresca, calma, adornada de trinos y noches llenas de estrellas; Selma sintió que era la vitamina que necesitaba para que su apetito sexual se
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volviese voraz, y sin ningún tipo de pudor, abrumó a Danilo con técnicas audaces que había aprendido al estudiar el libro y que tenía incorporadas al masturbarse una y otra vez cuando se quedaba sola en la casa. El placer que fue descubriendo era tan arrollador que la dejaba sin aliento y con el corazón latiendo a mil en su pecho. Danilo se sorprendió, pero le gustó mucho, y se veía que él también ascendía a un nivel superior de placer; permanentemente estimulado, su hombría se ponía de manifiesto en las reiteradas veces que repetía la unión, descansando algo para tomar aire, sencillamente porque veía a su mujer tan erótica y bella en ese estado que la excitación no paraba. Cuando despertaba y la observaba dormir plácida– mente a su lado, completamente desnuda, tan blanca, tan suave, tan ella… se preguntaba cómo había ocurrido ese milagro que lo drogaba de amor con solo mirarla. Entonces la despertaba cubriéndola de besos de pies a cabeza y veía gratificado cómo sus pechos hermosos respondían a su boca y sus lugares más íntimos se abrían como un jazmín humedecido por el rocío que recibe las caricias del sol de la mañana, dejándole todo su calor. Hubiese deseado detener el tiempo en esos días y en ese lugar donde había ocurrido el milagro. Tanto la amó, que Danilo estaba seguro que muy pronto, el hijo ansiado empezaría a crecer en el vientre de Selma, alimentado por el fuego que emanaba de su piel cuando la penetraba. Sin embargo, el embarazo soñado por él no se produjo y el bienestar que comenzó a experimentar Selma la llevó a comer demasiado; cuando se dio cuenta, tenía 8 kilos de más y preocupada, decidió visitar a una nutricionista. La que le
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recomendó cuidarse porque para su bien debía adelgazar primero para luego encarar un embarazo saludable. Le indicó un buen plan de alimentación que Selma seguía al pie de la letra. Danilo estaba algo molesto porque no le hacía gracia tener que usar preservativos. Pero todo sea por un futuro mejor embarazo de su mujer. Al principio, la dieta desestabilizó a Selma, quien se sentía algo mareada cuando salía a la calle. Por lo tanto, temerosa, nunca lo hacía sola, incluso Guillermo la acompañaba solícitamente cuando tenía turno con la psicóloga. Ajustando el plan alimentario fue sintiéndose mejor y al ver los resultados en su figura, que cada día se ponía mejor se sintió reconfortada. A los 2 meses llevaba perdidos 7 kilos y el nuevo año la encontró en el peso ideal, el mismo de sus 20 años. Se había puesto tan bonita, se la veía joven, y Danilo vivía con un deseo constante de colocar la semillita en lo más profundo de sus entrañas, dejó los preservativos y el perfume de los genitales siempre húmedos lo volvían loco y quería iniciar el juego una y otra vez. Cuando Selma se ausentaba al pueblo para atender a sus padres, andaba perdido como lobo en celo, sin saber qué hacer con lo que le estaba pasando. Antes de fin de año, sus padres partieron a la ciudad natal para pasar las fiestas con la familia. Entonces quedaron solos y aprovecharon al máximo la oportunidad. Selma había terminado el tratamiento y tenía el alta. También tenían el alta con la terapia, y ambos disfrutaron de esa “pequeña luna de miel”. La calma llegó con los padres de Selma que se instalaron un tiempo en la ciudad y después partieron todos juntos al pueblo para pasar Navidad y Año Nuevo. Allí continuaron con las relaciones desenfrenadas, aislándose en la casita que
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solían usar sus padres en el pueblo, aprovechando que ellos estaban con la familia, en el país del norte. En la paz de ese lugar, vivieron momentos inolvidables de pasión y encuentros. Selma se sentía preparada para llevar adelante un nuevo embarazo, aunque antes, debía viajar a la ciudad de Danilo, para acompañarlo una vez más, él quería traer algunas cosas que todavía quedaban allá, en la casa de sus tíos. Algo que harían, ni bien regresasen sus suegros al País. Lo único que Selma deseaba, era continuar allá con esa eterna luna de miel para redimirse de lo mal que lo había pasado en el primer viaje, después del casamiento, cuando viajaron en un tedioso y largo viaje en micro, viaje del que Selma regresó con todas sus ilusiones rotas. Esta vez, tendrían que cumplir la promesa del regreso al paraíso que los unió por primera vez y donde decidieron un futuro compartido.
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AÑO 8 La bonanza de los últimos meses del año anterior no duró mucho más: solo los meses de verano. En ese tiempo, Selma veía finalizada la primera etapa de la construcción de su casa (la remodelación de la parte vieja); con la ayuda de Guillermo, encaró la demolición del galpón para iniciar la construcción de la parte nueva (habitaciones, baño y garaje).Antes, vendió una enorme cantidad de trastos viejos que, a lo largo de su vida, Antonino había acumulado en ese lugar. Y en el medio estuvo el festejo de los 3 añitos de Estrellita en el Jardín donde había concurrido el año anterior, y donde seguiría ese año. Fue maravilloso porque contó con la presencia de toda la familia, además de los padrinos que vinieron especialmente de la ciudad. La tía Fernanda, hizo una inmensa torta rosa con una muñeca de centro que despertó la curiosidad de todos los niños invitados. Estrella estaba feliz, hiperactiva, y correteaba con los niños, trepaba los juegos, reía, gritaba… hubo también trucos de magia, canciones y otros juegos, empanadas y sándwiches para compartir. La bonita fiesta culminó entrada la noche con un paseo para todos en el trencito del pueblo, recorriendo sus calles, con globos y matracas, mientras sonaban las canciones infantiles que eran el hit del momento. Antonino Ponti fue el único que no pudo disfrutar, postrado en la cama, al otro día recibió la visita de su nieta para mostrarle la bolsa llena de regalos. Él sonreía, su mente invadida por la demencia senil teñía de misterios la visión de la realidad. Desde aquel episodio del aneurisma ocurrido en la etapa final del embarazo de Selma, Antonino mostró un Ihana Cott // 76
deterioro evidente en su salud. La operación recomendada no se realizó nunca porque según los médicos, no la soportaría. Esos tres años fueron de altibajos para él, con momentos buenos y otros malos. Lo que más lamentaba Selma es que no pudiese disfrutar a su nieta como hubiese deseado, tenía tanto para ofrecerle y enseñarle de su experiencia increíble de vida… pero el destino lo quiso así y la niña le alegró esos últimos años de una larga y fructífera vida. En el mes de marzo, tal lo planificado con Danilo, les consiguieron a sus suegros, un departamentito de un ambiente ubicado a 20 cuadras del departamento de ellos, cuadras que solían hacer caminando para mantenerse en forma y saludables. Ellos los ayudaron con la mudanza y la casita del pueblo quedó sola por un tiempo, hasta que fue ocupada por nuevos inquilinos. Fue un gran alivio para el bienestar futuro de la pareja, ya que Pilar, dueña de otro espacio que atender, no se entrometía tanto en la pareja y en la crianza de Estrella, la que decidieron inscribir en un jardín del barrio, donde acudiría cuando estuviese en la ciudad. Mientras mantenía la asistencia al jardincito del pueblo donde estaría bastante tiempo acompañando a su mamá que viajaba constantemente para atender los asuntos de Antonino y velar por la atención que él recibía. Lo que más le preocupaba era el campo, la producción se había visto afectada por inundaciones y la persona que Egle había designado era el yerno de Gregorio Lahosa que trabajó tanto tiempo con Antonino, y ahora se retiraba por cuestiones de edad. Ricardo Lozano, un hombre honesto, de gran predisposición al trabajo duro, desde muy joven acompañaba a su suegro como contratista en las labores del campo. En aquellas épocas de inicio, atendían varios campos en la zona. Luego se fueron quedando solo con el campo de Antonino y sus propios pedazos de campo. Al
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retirarse de la actividad, Gregorio vendió su campo y Ricardo siguió con el suyo y el de Selma, campo que conocía como nadie. En ese tiempo tenían propuestas de mucha gente que se ofrecía a trabajar ese campo, pero Egle le indicó a Selma que seguiría Ricardo y en eso no había discusión alguna, era lo correcto. En cuanto a la construcción de la casa, quedó parada un tiempo por falta de dinero. Selma tenía que buscar la forma de obtener lo que necesitaba y que le permitiese terminarla. Y ese no era el mejor momento para hacerlo con todos los problemas que la rodeaban. En pocos días, Antonino empeoró mucho, se complicó su estado general que de por sí era ya malo, con un severo cuadro de trastornos digestivos. Selma no pudo regresar a la ciudad. Su padre fue ingresado dos veces a la clínica. La segunda, en estado de extrema gravedad con una fuerte hemorragia digestiva que la doctora de turno logró detener, pero quedó tan débil que necesitó una transfusión urgente. Y como Selma era la única cercana que tenía el mismo tipo y factor de sangre, uno muy difícil de encontrar, se ofreció a ser la donante. Sin embargo, ese mismo día, después de que le extrajeron la sangre, pasado el mediodía, la situación de Antonino se volvió crítica y el médico que lo atendía del corazón le comunicó a Selma que no se podía hacer más nada. Estrella estaba al cuidado de su tía Fernanda; entonces, Selma, algo debilitada y con el corazón roto, comunicó a todos los familiares lo que estaba por acontecer, ya que Egle no estaba en condiciones de hacerlo. Luego se fue a la casa a buscar a Estrella, la llevó al jardincito para alejarla del clima que se vivía, les explicó la situación a las seños y ella volvió a la clínica, acompañada por Fernanda, justo a tiempo para acompañar a su madre en la partida de Antonino Ponti, el hombre de su vida: su padre.
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Después, se sucedieron meses de acomodo para ella. Se quedó en el pueblo para hacerse cargo de todo, acompañar a Egle y comenzar a reconstruir su vida, ahora sin el apoyo inigualable de su padre. Fue duro, muy duro sacar adelante a su madre y no dañar a su pequeña hija. Sobreponerse ella misma, sola, sin Danilo cerca, quien permanecía en la cuidad después de haber viajado para el entierro de su suegro. Por suerte, Estrella pasaba gratos momentos en el jardín, y con doble jornada, estaba alejada de los problemas. Selma debió explicarle la ausencia del abuelo. Era muy pequeña y trató de que supiera que él había partido al cielo, en un lugar hermoso desde donde no se vuelve, pero que siempre velaría por ellos, que seguían en la tierra. –¿No lo veré más? –preguntó la niña. –No… pero sí podrás hablarle y comunicarte con él a través de los sentimientos, del corazón, de las emociones… –Pero yo quiero verlo –protestó. –No podemos, al lugar donde él está ahora, nosotros no tenemos acceso y él tampoco puede salir de allí. Pero sí nos puede ver y cuidar. –¿Y por qué no lo vemos nosotros? –Ahora no puedes comprender, con los años lo harás, es como que son dos mundos diferentes, dimensiones paralelas que nunca se juntan: lo material y lo espiritual. Nosotros somos lo material (que se puede ver y tocar) y donde está tu abuelo es lo espiritual (que no se puede ver ni tocar, solo sentir). Después de esa explicación, Estrella quedó tranquila y poco a poco se fue acostumbrando a esa ausencia.Pero al mismo tiempo, Danilo comenzó a alejarse de sus vidas, encargado de encaminar la suya en la ciudad, habitando solo el departamento ya que habían logrado que sus padres
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estuvieran en otro.Debió viajar a su ciudad natal donde llevaba algunos trabajos y cuando regresó, Selma lo notó frío, distante y encerrado en su mundo. Hasta con Estrella lo notó cambiado y poco dispuesto a estar con ella. Ninguno de los dos daba el paso necesario para acercarse al otro y buscar algún punto en común. Y así continuaron pasando los meses, ellos juntos y separados, sin prestarse la más mínima atención, cada uno inmerso en su propio problema. Cada día era peor. Aunque dormían juntos tanto en la ciudad como en el pueblo. Pero eran dos extraños que no se tocaban. Cuando hablaban, no llegaban a ningún acuerdo y un día Danilo le confesó que ya no la amaba, pero tampoco deseaba reiniciar el divorcio interrumpido. La situación era rara, se mantenía sin cambio por la inercia de ambos, aunque sabían que un día tendría que acabar y derivar en alguna decisión. Selma escribía en su diario entonces: “Ahora sé que el camino es uno solo e inevitable, debo tomar fuerzas para decir BASTA y alejarlo de mi vida, aunque nunca se aleje de la vida de mi hija. Debemos blanquear la situación cuanto antes, por Estrellita, por nosotros dos que tenemos derecho a ser felices sin esta farsa que nos está destruyendo por dentro. Formar una pareja en el desamor no es bueno para Estrella, que ya comprende. Si algo tengo claro es que no me acercaré más a él, no me dejaré tocar más por sus manos y por las manos de ningún otro hombre”. Esto último, Selma lo cumplió casi sin darse cuenta, no le costó ningún esfuerzo, desde aquel momento, transcurrieron once años hasta que pudo volver a sentir algo como mujer, despertar el deseo en su cuerpo, volver a enamorarse y entregarse a alguien.
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Durante gran parte del año, Egle, Selma y Estrella, vivían unidas y bastante adaptadas a la nueva vida. Viajaban de continuo a la ciudad para hacer trámites y para que Estrella vea a su padre. Pero cuando llegaban encontraban el departamento vacío, la heladera sin nada, Danilo aparecía de vez en cuando para estar con Estrella. Selma se dio cuenta que tendría otra mujer donde acudiría a dormir, pues siempre cargaba un gran bolso con sus cosas. Cuando ella indagaba, le contestaba que prefería quedarse en el estudio para no perder tiempo con el viaje hasta el centro. Un día se descubrió el misterio cuando Selma encontró un mensaje en el contestador del teléfono. Era una mujer que sonaba celosa, le increpaba a Danilo que sabía de la presencia de su ex mujer en la casa y que, un día, la había visto salir con su hijita. Selma comprendió la situación, Danilo hacía doble vida, no se separaba de Selma y le decía a la otra que estaba separado. Cuando apareció Danilo le habló del tema, pero él se defendió diciendo que esa mujer era una loca que lo perseguía constantemente e inventaba cosas porque él no accedía a sus deseos. El episodio quedó ahí. La mentira evidente de su marido la descolocaba. Sin duda que sería su amante y ninguna loca, solo alguien celoso al descubrir que su amante mantenía a la esposa en su casa. Sus suegros, que a veces llegaban de visita, no estaban al tanto de las andanzas del hijo. Para ellos, Selma se había apropiado de Estrella y para evitar discusiones; cuando estaba en la ciudad, Selma permitía que Estrella se quedara a dormir con ellos para que la niña disfrutara a sus abuelos, ya que el padre, casi nunca estaba disponible para ella. Así que se quedaba sola con Egle y salían a pasear a la plaza o a ver vidrieras, que era algo que agradaba mucho a su
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madre, quien siempre protestaba cuando la niña pasaba mucho tiempo con Pilar. –La vuelve muy malcriada –le decía– ¿no te das cuenta que cuando regresa, te trata muy mal? Su mamá tenía razón, pero Selma no podía separarlos de su nieta, más con lo que pensaban sobre ella. De Danilo no les hablaba, sabía que se volverían a poner de su lado y no le creerían nada. En una oportunidad que Selma llegó a la ciudad sola con Estrella; Danilo la estaba esperando para increparle la desaparición de una foto. Algo que Selma no recordaba, sin embargo, parecía ser muy importante para él; puesto que reaccionó violentamente agrediéndola de palabra, con amenazas de ordenar allanamientos y apretadas para descubrir lo que había pasado. Él pensaba en brujerías, Selma no podía creer lo que oía. Estrella lloraba y ella quedó petrificada ante la escena, llena de dolor y de miedo, sin atinar a defenderse. Después de un instante donde el aire se cortaba con cuchillo, Danilo dio un portazo, se fue a la calle y no volvió más. Cuando logró calmar a Estrella y calmarse ella, lo pensó mejor y tomó una decisión. Regresar de inmediato al pueblo y hablar con la abogada para decirle que siga el divorcio, aunque Danilo se oponga, como esa vez que ella se lo planteó; pero esta vez seguiría adelante. Sería más duro al no ser de común acuerdo, pero lucharía por su libertad y la tutela definitiva de Estrella. El padre se había desquiciado y su deber era proteger a su hija de su locura. Los últimos meses de aquel año tan terrible para Selma, (además de la reanudación del divorcio) decidió seguir la construcción de su casa, y para poder hacerlo tuvo que vender
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uno de los terrenos contiguos ya que no lo necesitaría, no quería un patio tan grande para ella. Luego, se dedicó a pintar con estrella, la que mostraba una gran predisposición a las artes plásticas. También le comenzó a enseñar piano y a cantar. Eso mantenía a ambas entretenidas, actuando como terapia y Estrella olvidaba la ausencia del padre. Para Selma era bueno ocupar su mente en algo útil que compartía con su hija. Por eso, la recuerda como una etapa maravillosa que se prolongó varios años, donde fueron libres con la consigna “Jugando con mamá” (para las pinturas de Estrella) y “Jugando con mi hija” (como llamó a la serie que resultó de ese trabajo). Fue tan prolífera la producción que Selma armó unas cuantas exposiciones en su pueblo, donde la pequeña y despierta Estrella, se hizo famosa con sus creaciones y su habilidad para comunicarse con el periodismo (especialmente televisivo). Cuando las aguas se calmaron un poco, Danilo volvió mansito y participó de esos momentos de felicidad para su hija. Se ofreció a sacar pronto la sucesión de su padre y firmar el divorcio, al fin comprendió que sería lo mejor para todos. También aceptó que Selma se quedase con la tenencia de Estrella, porque vio lo importante que era para su hija que creciese en la tranquilidad del pueblo y al lado de una madre que vivía pendiente de ella. Él se conformó con un amplio régimen de visitas, como lo definió la jueza en la última audiencia. Y así, en un ambiente de relativa calma, terminó aquel año tan difícil para todos; el año por llegar, les iba a traer una nueva vida donde las piezas se acomodarían en el transitar de un camino donde los rencores darían paso a una convivencia sana, a pesar de la distancia, desencuentros y resentimientos.
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AÑO 4 Al menos, pudieron realizar el viaje en avión y luego allá, alquilaron un auto para moverse. Resultó cómodo y agradable para ambos, por lo tanto, se veían muy felices. Los esperaba una gran actividad, más que nada cultural, con entrevistas en radio, televisión y diarios. Visitas a la familia y cuando estaban solos, podían entregarse al amor. Planificaron viajar al norte del País donde Selma deseaba visitar las ruinas de una ciudad muy antigua. Fueron en ómnibus, durante la noche, en un largo viaje que daba miedo por las curvas y precipicios. Pero llegaron bien, aunque cansados. Los recibió una limpia, hermosa y señorial ciudad ecuatorial cubierta de flores, palmeras, farolitos coloniales, edificios e iglesias de una magnífica arquitectura. Selma quedó encantada del lugar, feliz de haber llegado a un sitio tan alejado de su amado sur, tan diferente y especial. El clima caluroso les permitió ir hasta las playas de un pueblito de pescadores donde disfrutaron de las aguas cálidas del mar y un almuerzo de exquisiteces marinas en la pintoresca cantina del puerto donde descansaban pintorescas canoas que llamaban “Caballitos de totora”. La noche se extendió en largos paseos por la bonita ciudad y cuando llegaron al hotel, estaban tan cansados que se durmieron enseguida. No había lugar para nada más. Allí Selma visitó a un amigo periodista y escritor con el que se escribía desde antes de conocer a Danilo, el que le había comentado su primer libro de poesías, ambos quedaron en seguir comunicándose, algo que ocurrió hasta muchos
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años después, cuando se volvieron a encontrar a través de las redes sociales. Al segundo día, madrugaron, porque la idea era ir en taxi hasta las ruinas de la ciudad que Selma deseaba conocer para escribir y documentar. Contrataron un guía y pasaron toda la mañana recorriéndola. Fue una experiencia que Selma recordaría siempre con el paso de los años. Compartir algo tan profundo con el hombre amado, era algo que la colmaba de dicha, el deseo se avivó en su interior y por más cansados que estuvieran al regresar; por la noche, ya en el hotel, le propuso a Danilo ducharse juntos. Ahí aprovechó para estimularlo y gozar con un encuentro íntimo bajo el agua que los relajó de tal manera que luego durmieron como ángeles. Después de una semana de provechosos descubri– mientos, emprendieron el regreso, aunque descansaron un día en la casa del matrimonio amigo y alquilaron un auto para partir rumbo al sur. Era el momento de regresar a aquel paraíso que 4 años antes los había iniciado en el amor y al que habían prometido volver ya casados para rememorar los maravillosos días en la calma bahía que los subyugó y unió por primera vez. Fue un tranquilo viaje por rutas agradables, aunque atravesando lugares muy desérticos. Llegaron al mediodía al Instituto de investigaciones que los recibió en soledad. ¡Qué felicidad experimentó Selma! Tenían el paraíso para ellos solos. Aprovecharon el sol magnífico de la zona, y como aquella vez, se bañaron en la pileta y descansaron en las hamacas. Solos, enamorados… con la vista fija en las palmeras y las aguas calmas y azules de la bahía. Así se expresaba Selma en su infaltable diario de viaje:
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“Ahora es noche, todo es paz y recuerdos. Estamos frente al mar, escuchándolo acariciar la arena. El silencio que se derrama en el aire trae aroma a algas, dos perros nos acompañan. Nos tomamos de las manos, sin palabras, como aquella vez cuando fuimos toda pasión. Pero más tranquilos, con un gran aprendizaje en el amor, nos entregamos al placer desde otro lugar, desde la experiencia del conocimiento mutuo, habiendo atravesado también por el dolor”. Al otro día recorrieron con el guía toda la reserva marina y Selma tomó muchos apuntes. Los que en el futuro formaron parte de uno de sus libros de relatos. Al regresar a “su” paraíso, almorzaron, hicieron la siesta, se bañaron en la piscina y tomaron sol de cara al cielo celeste. Selma preparó el mate y lo disfrutaron frente a la bahía, observando las aves costeras y mientras ella escribía sus apuntes, Danilo esperaba la puesta del sol. Escribía entonces: “Hay una gran paz, estamos solos, este paraíso es nuestro. ¡Soy tan feliz! Como hace mucho tiempo, después de tantos momentos malos que vivimos juntos y que hicieron tambalear las paredes de nuestra relación. El murmullo del viento en las palmeras es el único sonido que nos acompaña, me embriaga el aroma salino que el aire deja y me hace sentir plena”. Esa noche la dedicaron a rememorar la pasión. Se amaron en la cocina desierta antes de preparar la cena, en la gran hamaca del parque cuando la noche llegó y se encendieron las farolas, sobre el césped que rodea a la pileta; luego terminaron en la cama, dejando la ventana abierta, para que la brisa fresca de la madrugada acariciase la desnudez de sus cuerpos sudorosos. Claro que no faltó un susto, cuando
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Danilo vio un escorpión entrar al cuarto. Selma pegó un grito, pero no quiso mirar cuando Danilo tuvo que matarlo. El momento del amanecer los encontró bajo la ducha, era necesario que se refrescaran, les esperaba un día largo, ya que emprenderían el regreso a la ciudad y Danilo tenía que despejarse para manejar sin problemas. Selma no sería de mucha ayuda, ya que se la veía agotada pero espléndida en su felicidad y satisfecha como mujer. Cuando regresaron de aquel viaje, Selma cayó en un estado de apatía y sus temores sobre un nuevo embarazo volvieron a invadir su mente. Temía al entorno que podía complicarla: la economía que no mejoraba, sus padres, sus suegros, Danilo y sus idas y vueltas. Sin embargo, el cuerpo iba en contra de sus pensamientos y sentimientos más angustiantes. Simplemente, durante aquellos meses del año 4 se sintió invadida por un estado de deseo sexual continuo. Sin ningún tipo de estimulación y fantasía, estuviera o no Danilo a su lado. Le prestase o no atención a sus demandas. Su cuerpo parecía tener vida propia e independiente de su mente y no le daba tregua. Tenía orgasmos espontáneos en cualquier horario o circunstancia, lo que la ponía en situaciones desagradables si estaba en la calle, incluso en sueños, ocurrían como si ella estuviese despierta. Cuando podía encontrarse con su esposo, no resultaban tan intensos, pero cuando estaba sola eran arrolladores y plenos porque podía desplegar las alas del placer en libertad, sin sentirse condicionada por las necesidades del otro, además de que Danilo muy pocas veces lograba desentrañar la maraña de situaciones que la llevaban a la cúspide del placer. Por más que lo intentó, nunca logró que él la condujese a ese lugar que mantenía oculto bajo llave, llave que solo ella
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podía accionar cuando estaba sola, tranquila y reinaba un dulce silencio en el departamento. Y entonces, el apremio por degustar esos momentos de placer extremo, llegaban como por arte de magia. Se abría como una rosa en primavera, cuando amanece trémula y empapada del rocío brillante, fuerte, intenso y poderoso a la luz del sol naciente. Tan poderosa era la disposición de su cuerpo para el sexo que había noches en que despertaba sacudida por múltiples orgasmos espontáneos, que ocurrían durante el sueño y en el momento culminante en que liberaba su energía despertaba para disfrutar de la etapa final del proceso que siempre le resultaba sorprendente al descubrir que la mente no lo podía controlar. Era como una gran explosión atómica que se expandía en rápidas ondas desde su plexo solar a las extremidades, haciéndole estallar la cabeza en ráfagas de colores. Cuando ocurría con Danilo a su lado, ella agradecía que no se diera cuenta; y a veces, para tener mayor libertad de acción, decidía irse al cuarto de al lado para continuar sintiendo esas sensaciones maravillosas que la tenían subyugada y sorprendida. Era tan fácil tener placer, casi no necesitaba hacer nada, con el pensamiento bastaba y luego, tenía que ahogar el grito en la garganta para regresar a la cama matrimonial y quedarse dormida de inmediato. En ese estado de permanente excitación no tardaría en quedar embarazada si Danilo la abordaba. Hubo algunas relaciones que se transformaban en bastante violentas; más que nada porque ella las incentivaba y no podía parar, obligándolo a llegar al máximo para lograr el orgasmo que siempre le costaba un tiempo cuando estaba con él. Una la recuerda especialmente, porque con el tiempo supo que ya entonces estaba embarazada y estuvo a punto de provocar un
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aborto. Cuando después de una unión donde Danilo fue muy violento, llegando al fondo mismo de sus entrañas, comenzó a sangrar. Ambos se asustaron, Selma pensó en un adelanto de la menstruación, pero como no fue mucho y duró poco, pasó y siguió adelante con su vida y las relaciones sexuales que cada día eran más placenteras. Desde entonces, no volvió a menstruar más. Unos días después, confirmó el embarazo. A los dos meses, el embarazo transcurría bien. Ella escribía: “Estoy tranquila, esperando, feliz con mi nuevo estado y a Danilo lo noto también cambiado, alegre, me trata con amor, delicadeza y extremos cuidados. También me hace feliz que he realizado dos exposiciones, una conferencia y tengo otra exposición concretada para el año próximo. Pronto saldrá el cancionero infantil con temas referidos a la ecología y también un libro de cuentos infantiles sobre animales de nuestro sur. Es un gran esfuerzo, pero vale la pena. El periódico anda muy bien, la economía mejoró y pudimos comprar la computadora para trabajar en casa y no tener que pasar largas jornadas en el centro, donde está la Agencia Periodística que nos edita el diario”. Los dos meses que siguieron fueron muy malos para Selma, los vómitos la dejaban sin fuerzas. Sus suegros, que se habían instalado con ellos ya no sabían qué hacer para que se alimentara. Pilar le preparaba concentrado de hígado, Selma lo detestaba, pero para que no se pusiese pesada trataba de pasarlo lentamente. Casi no salía a la calle, se mareaba y volvió a la nutricionista, quien le hizo un plan para que se nutriese y no engordara mucho durante el embarazo. Danilo, consiguió la dirección de un médico que trataba con acupuntura, que podría ayudarla. Quedaba algo lejos y viajar
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(aunque en coche) hasta su consultorio resultaba una tortura para Selma, porque las náuseas no la dejaban en paz. Sin embargo, poco a poco, esas secciones con las agujas la ayudaron a salir del mal momento y terminado el cuarto mes, comenzó a sentirse mucho mejor. A tal punto que sus suegros pudieron regresar al pueblo donde la salud de su padre se había deteriorado mucho y así, ayudaban a Egle en lo que necesitara. Su madre no estaba sola, su tía Fernanda y una señora que Selma había contratado, la ayudaban a atender a Antonino y la casa. Y como ella ya no podía viajar, Danilo se daba algunas vueltas para ver a sus padres y a sus suegros en el pueblo. Todos colaboraban para que Selma estuviese tranquila y la pequeña Estrellita (ya habían elegido el nombre, y sabían que era niña), no sufriese en la panza el estado de nerviosismo de su madre. Así cuenta Selma cómo se sentía entonces: “He comenzado a salir, a tener proyectos, a disfrutar de mi embarazo. Me veo muy bien, la panza crece, mis pechos también; volvió el deseo sexual, ya casi llego al estado anterior al embarazo. Cuando ocurre, disfruto mucho, me siento atractiva, con formas abultadas y una lubricación permanente que me permite alcanzar rápidamente el máximo nivel de placer y sin ningún tipo de malestar. Al principio, Danilo estaba temeroso, pero logré que se relajara y pudiese disfrutar el nuevo cuerpo de su mujer sin traumas. Es algo nuevo, distinto para los dos, resulta muy poderoso, él mismo me pide que nos unamos, lo que ocurre todas las noches. Al no sentir dolor, libero las energías y siento cuando lo hago, que asciendo a la cumbre del Aconcagua sin ningún esfuerzo. Él me baña, me acaricia, me besa… al estar solos lo hacemos sin prisa y en cualquier momento”.
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Al terminar el sexto mes, ese bienestar acabó y Selma comenzó a sentir otra vez náuseas, dolores, pérdida de deseo y apetito. El calor comenzó a afectarla muchísimo, con algo de anemia y algunas subas de presión. Se le hincharon los tobillos y el desgano la invadió. La panza comenzó a molestar, no podía dormir bien y Danilo no encontraba la forma de que se sintiera cómoda al hacer el amor. Ninguno de los dos desfrutaba ya. Decidió sacarla de la ciudad, para que respirara un aire más puro. Se fueron unos días al mar donde si bien las molestias siguieron, la vio alegrarse al pasar varias horas al aire libre, frente al mar, o realizando tranquilas caminatas por los bosques de pinos o por la playa. Incluso, pudieron darse algunos baños y tomar algo de sol. También dedicaron tiempo a leer dos libros que habían comprado sobre la crianza del bebé: “La madre y el bebé” y “Tu hijo de 1 a 3 años”. Se sentía orgulloso, sería un padre instruido y presente, además, estaba seguro, Selma sería una buena madre. Al regresar del viaje, Selma escribía: “Salgo menos, estoy casi siempre sola en casa porque a Danilo comienzan a salirle las cosas, antes de fin de año estará colegiado y podrá trabajar como abogado. El periódico anda bien. Nuestras relaciones íntimas se limitan a una por semana y bastante incómodas por el crecimiento de mi panza. Tuve que cancelar dos presentaciones que tenía estos días porque me siento mal y como aumentaron las molestias, no puedo hacer nada, solo reposar 12 horas. Nada de caminatas, me agito enseguida, a veces los vómitos vuelven, tengo acidez y angustia. Igual ya terminamos con los preparativos para la llegada de la niña, moisés, ropita, cochecito, decoramos el cuarto con empapelado infantil. Quedó precioso, ahora solo falta esperar.
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Dos meses más, según la doctora, tengo fecha de cesárea para el 17 de febrero”. Antes de Navidad viajaron al pueblo, pues la salud de Antonino y Egle se complicó bastante. Egle por problemas en la vista, requería un estudio neurológico y Antonino, tuvo un pico de presión y el cardiólogo le diagnosticó Aneurisma en la arteria aorta abdominal. Después de unos estudios le anunciaron a Selma que había que operarlo porque era una bomba de tiempo. Por el estado delicado de Selma en el último tramo del embarazo, Danilo se hizo cargo de todo. Ella tenía que permanecer en reposo y la disyuntiva era si tendría a su hija en la ciudad o en el pueblo, dado como se presentaban las cosas. Lamentó que nadie controló la cosecha y se quejaba de que Antonino tenía sus cosas muy enredadas y ella no podía entenderlas, más en esos momentos, con la cabeza en su hijita. El médico que la atendía en el pueblo le había dicho que tenía que ser un poco egoísta y ocuparse de ella y su hija por nacer. Al comienzo del año 5, escribía lo siguiente: “El año comenzó muy mal para mí, como si todo lo que alguna vez imaginé que podía ocurrir (de ahí mis dudas a quedar embarazada) estaba aconteciendo sin remedio. Papá tuvo otro pico de presión a fin de año y fue internado. Pilar tuvo gastroenteritis y también fue internada. Danilo se hizo cargo de ellos. Mamá está algo sobrepasada sin mi ayuda. Sé que papá tendrá que operarse cuanto antes, pero primero tengo que dar a luz para después poder encargarme de él con más tranquilidad y que mamá no se angustie. Aún no sé si tendré acá a la niña, o la tendré en la ciudad. “Es mi deber pensar en todas las posibilidades. Y elegir la mejor para que las cosas salgan bien. Este es el desafío más grande de mi vida y de la decisión que tome depende mi bienestar, el de mi hija, y también el de toda una familia”.
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Doce días después, Selma y Danilo, acompañados por Pilar y Guillermo, viajaban a la ciudad. En el pueblo, Antonino y Egle quedaban bajo el cuidado de la Tía Fernanda y María: la señora contratada. La decisión estaba tomada. Once días después de la llegada a la ciudad marrón, en un clima agobiante de calor y humedad, nacía Estrella Sotomayor Ponti, 17 días antes de lo esperado por la doctora y por ella. Su apuro por nacer marcó el carácter que la acompañaría en el transcurso de su vida. Un ser inquieto, vivaz, inteligente e independiente que siempre estaba un paso adelante de los demás.
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AÑO 9 Estrella Sotomayor Ponti, por primera vez, festejaría su cumpleaños (número 4) en la ciudad. Fue una austera reunión de familia donde trataron de pasarla en armonía, con torta, globos y adornos colocados por Selma para decorar el departamento. Viajaron las tres desde el pueblo en ómnibus, sus ex suegros llegaron desde su departamentito llevando cosas ricas y los padrinos de Estrellita, la colmaron de regalos como era su costumbre. El padre se mostró muy cariñoso con ella y Selma se sintió feliz. La relación fría y distante con Danilo había mejorado y el clima resultaba más respirable. En el mes de marzo, Danilo viajó al pueblo para la última audiencia antes de dictarse el divorcio. Allí acordaron que la tenencia de la nena la tendría Selma y la jueza fijó un régimen de visitas amplio para el padre. Él estaba obligado a viajar cada 15 días al pueblo para cumplir con eso. En cuanto a la cuota alimentaria, Selma fue benévola y no la exigió; contaba con que Danilo iba a ser consciente de su deber y cumpliría con el envío del dinero. Para entonces, Estrella había sido inscripta en un nuevo jardín de infantes, frente a la plaza del pueblo, al que se acostumbró en pocos días. Como asistía en turno mañana, la tarde le quedaba libre para hacer diversas actividades con su madre, como pintar, cantar, pasear… después del almuerzo se habían acostumbrado a transitar las dos cuadras hasta la plaza, aprovechando que Estrella tenía su primera bicicleta con rueditas y debía ejercitarse. Allí andaba a su gusto, mientras Selma se sentaba en un banco frente al Jardincito y Ihana Cott // 94
veía el movimiento de los niños del turno tarde que iban llegando en auto, bicicletas, motos o a pie acompañados por sus padres. Fue así como una de aquellas tardes soleadas de invierno lo vio a él: su primer amor, Camilo Baraona. Nunca más se había interesado en saber de su vida, ¿cuántos años habían pasado de la última vez que supo de él?, unos 20 años, cuando salió la noticia de su casamiento. Estaba igual, aunque con algunas canas, llevaba de la mano a una niñita que sería su hijita. Se miraron fugazmente cuando él regresó de dejarla con su seño; Selma no quitó la mirada; pero él, un poco sorprendido tal vez, siguió su camino y subió a la camioneta para partir sin mirar atrás. Selma se quedó como petrificada, abrumada por los recuerdos que de pronto invadieron su mente. Luego averiguó, tenía dos hijos más grandes, la niña era la menor, la que tenía un añito más que Estrella. Después de ese encuentro, Selma esperaba con ansias esos paseos a la plaza con su hija. Y esperaba la llegada de Camilo, sentada en el mismo banco. Las miradas se sucedían, y como cuando eran adolescentes, quedaron en eso: en miradas llenas de curiosidad. Pasó el año, su hija terminó el jardín y no lo vio más. Sin embargo, en años sucesivos lo cruzó muchas veces en distintos lugares del pueblo, intercambiaron algunas palabras y nada más. Él seguía siendo el tímido de siempre y ella… no se sentía preparada para volver a un lejano amor, aun cuando se enteró que Camilo estaba, al igual que ella, separado de su mujer y viviendo solo en la casita de la vuelta, la casa de sus padres, donde Selma adolescente acudía a comprar en aquellos tiempos en que tenían una despensa, al principio tan llena de ilusiones…ahí mismo donde también vivió grandes
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desilusiones. Su madre había fallecido, para entonces vivía solo, no se le conocía nueva pareja. Selma, además, se estaba ocupando de los últimos detalles de su casa, pronto a estar terminada. Era la etapa de la pintura y la mente la ocupaba en eso. Todas las puertas estaban cerradas para el amor. La separación con Danilo era todavía resiente y dolía. En cuanto a Danilo, viajaba para ver a Estrella, pero no demasiado seguido, cuando lo hacía, traía algo para aportar, ya sea dinero o mercadería para la casa. El divorcio salió a fines de mayo, fechas también en que Selma se mudaba con su hija a la nueva casa, fruto de su esfuerzo y de la que estaba muy orgullosa. Egle quedaba sola, si bien al principio extrañó mucho, se fue acostumbrando a ese bienestar de tener todo el espacio y el tiempo para ella. Además, su hija y nieta pasaban gran parte del día con ella y solo acudían a dormir en su nuevo hogar, el que tenía entusiasmada y ocupada a Selma en vestirlo, decorarlo y amueblarlo a su gusto, y eso le llevó unos cuantos meses. Decía: “Yo solo lucho por Estrella, incluso para que pueda ver a su papá porque como dejó de venir a visitarla, viajo todos los meses a la ciudad donde conservo el departamento. Egle me acompaña cuando tiene ganas, allá estamos solas y tranquilas porque mis ex suegros siguen en su departamento y Danilo se va cuando nosotras llegamos. No sé dónde duerme ni me interesa. Pero la verdad que Estrella lo ve poco. Para distraerla visitamos a los abuelos o vienen ellos casi todos los días para pasar la tarde con nosotras. También viajamos en remis a la casa de unos primos (Ana y su marido Jorge), que viven en las afueras y tienen un amplio parque con árboles cerca de las vías por donde pasan muchos trenes; en verano es ideal porque
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Estrella se divierte bastante en la pileta, conclusión: la pasamos muy bien con ellos”. También habla de sus múltiples problemas económicos: “Las cosas no van tan bien como deseo, muchos gastos, deudas que cubrir, pocas entradas por parte del campo que tiene que soportar inundaciones y precios bajos. Con la construcción, el fallecimiento de papá, el divorcio, la garantía para el alquiler de mis suegros, la demora que está sufriendo mamá para recibir la pensión, el aporte de Danilo que casi nunca llega. Todo hace un combo que precipitó el derrumbe de mi economía y no estoy segura de poder salir a flote. Debo salir sola adelante, ya no tengo el puntal de mi vida: mi padre, lo verdaderamente auténtico que tuve para poder vivir y cumplir todos y cada uno de los sueños que forjé”. “Con Danilo estaré atada de por vida, y será un ida y vuelta constante porque él es así. Ya lo asumí, lo tendrá que asimilar también, algún día, su hija. Ahora sufre sus prolongadas ausencias, y dudo que algún día sea diferente, la esencia de Danilo es esa: un ir y venir de un lado a otro según su conveniencia o estado de ánimo. Cuando Estrella crezca, podré explicarle que mi lucha fue constante para mantener una buena relación con su papá, de compañerismo y amistad, y también con sus abuelos, para que siempre pueda verlos y disfrutarlos en vida, ya que muy poco pudo disfrutar a su abuelito materno”. Antes de fin de año, sus ex suegros regresaron al departamento cercano a la Estación porque Danilo no pudo seguir pagando el alquiler y se los llevó con él que para entonces ya se había separado de la última mujer y había vuelto con sus cosas al departamento de Selma, volviéndose
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mucho más cariñoso con su hija y bastante amable con su madre. Selma sentía que invadían su casa, que ya no podía estar tranquila cuando viajaba a la ciudad, y que otra vez la influencia de Pilar se manifestaría en los berrinches de Estrella; la que cada vez que llegaba el momento del regreso al pueblo, armaba un escándalo al subir a la combi que las llevaba y traía casi siempre, porque para Selma era más cómodo que viajar en ómnibus. Después de andar un trecho se le pasaba, pero a ella le hacía muy mal todo eso. Ver cómo manipulaban los sentimientos de la niña, porque estaba segura que entendía todo; sin embargo, no haría nada para separarla de su familia paterna, sentía que era un derecho que tenía la niña, y que ella no debía avasallar. Aunque tuviese que sufrir infinitamente por dentro y la mayoría de las veces callar para no fomentar las discusiones que serían mal ejemplo para Estrella; con el tiempo, sabía, cada uno ocuparía su lugar en el corazón de Estrella, y el inmenso rompecabezas de la vida quedaría armado con todas las piezas en el sitio correcto.
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AÑO 10 El nuevo año encontró a Selma transitando un camino nuevo, de esperanza y bienestar. Instalada definitivamente en su nueva casa, festejó el cumpleaños 5 de Estrella estrenando su hogar. Llegaron algunos amiguitos del jardín, sus primitas, Danilo y sus 3 abuelos. Faltaron los padrinos, pero igual, resultó una fiesta hermosa que disfrutaron todos. Cuando terminó, Egle se fue caminando hasta su casa que quedaba a 3 cuadras. Y Danilo llevó al hotel a sus padres y a Estrella que iba a dormir con ellos. Él salió para visitar a los antiguos amigos, y cuando regresó se instaló en el sofá cama que Selma había preparado para las veces que el padre visitara a Estrella. Ubicado en el comedor de la amplia vivienda, bien alejado de su cuarto. Al despertar, Danilo escuchó que Selma deambulaba en la cocina y le pidió unos mates que tomaron en un buen clima de diálogo. Después, partió al hotel para desayunar con su hija y sus padres. La armonía había retornado a la familia, la tormenta que los llevó al divorcio pasó y ambos se mostraban como buenos amigos que llevaban adelante una relación cordial y adulta, para el buen crecimiento de Estrellita, ese solcito que entibiaba la vida de ambos, de muchos y que era la alegría de todos. Para entonces, Danilo no tenía pareja y el acercamiento con su ex mujer era evidente a la vista de los demás. Más aliviado económicamente, comenzó a pagar un alquiler por la ocupación del departamento de la ciudad, además de dejarle siempre algo de dinero para gastos de la niña o mercaderías para la casa. También, la economía de Selma había mejorado,
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ya Egle cobraba su pensión y el campo volvía a encaminarse con buen tiempo y mejores cosechas. En cuanto a los viajes a la ciudad, continuaron, casi siempre iban las tres mujeres, Egle disfrutaba mucho el cambio de ambiente. Su tristeza por la falta de Antonino estaba pasando y le hacía bien salir a pasear. Cuando estaban allá, la convivencia era bastante buena, salían bastante para divertir a Estrella. Recorrían en familia la ciudad, visitando distintos lugares de la misma que los mantenían unidos para alegría de Estrella. Incluso, se acostumbraron a viajar en auto; Danilo iba al pueblo y las tres regresaban con él en el auto, pasaban unos días en la ciudad y luego Danilo las regresaba al pueblo, y él volvía en tren a la ciudad. Todo en perfecta armonía y acuerdos. Parecía un sueño para Selma que veía cada vez más cercana la posibilidad de que Danilo le pidiese perdón y le manifestase su deseo de volver. Lo notaba muy amable, otro hombre, si bien era algo agradable, sabía muy bien que nunca regresaría con él. El amor se había apagado en ese mar de peleas, agresiones y discusiones en que había transcurrido gran parte de la relación de ambos. Íntimamente lo había perdonado, era necesario para su bienestar psíquico, aunque él nunca pidió perdón, todo transcurría en un ambiente de amor y paz. Cada uno hacía su vida sin molestar al otro y se ponían de acuerdo cada vez que tenían que compartir momentos con Estrella o tratar algún tema que la involucrase. Con el tiempo, Selma pudo soltar a su niña y dejarla viajar sola con su padre, que la pasaba a buscar al pueblo. La confianza se había restablecido entre ellos. La veía partir feliz, y regresar igual de alegre. Por eso Selma, aquella vez, escribió esa carta poética que quedó como un símbolo del cambio, como un milagro que, gracias a su
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esfuerzo, ocurriรณ para la felicidad de su hija. Y esa independencia que en edad muy temprana comenzรณ a demostrar, iba formando una personalidad firme y fuerte, sensible y dulce, que le permitiรณ ir forjando un camino propio, aunque como todo camino: con tramos buenos y otros llenos de obstรกculos. FIN DE LA SEGUNDA PARTE
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CARTA POÉTICA (para Estrella) Hoy el invierno comienza y estoy más contenta en mi soledad que ayer cuando temí por tu bienestar. Siempre tuve muchos sueños que crecían en mi cielo y esas locas ansias de volar… Así conocí a tu padre y creí en él y en ese amor a la distancia que parecía un poco loco, aunque acorde a mi universo de fantasías. Luego cayó sobre mí la dureza del mundo cuando confundí un par de ojos con un par de estrellas. Perdí casi todo al perder los sueños. Pero hoy vuelvo a tener mucho y puedo volver a soñar. Tengo ese silencio eterno que siempre me acompañó; ese silencio donde soy una apacible siembra, una necesaria soledad. Tengo mi hogar – ¿el definitivo? – Después de haber dejado uno (Aquel donde naciste). Te tengo a ti, por, sobre todo, tan pequeñita… (Y lejos de mi lado por primera vez). Siento que ahora todo está bien. La verdad triunfa. Tu padre te mima, tus abuelos también. No dejes nunca de creer en el amor, no siempre es sufrimiento. Ihana Cott // 104
La vida enseña y ahora he vuelto a ser feliz. Algún día tendrás la suficiente sabiduría para COMPRENDER. Quizás algún día yo pueda saber por qué acaba el amor, aún el amor más infinito. Te recuerdo a mi lado siempre. A la distancia siento que me besas y que tomo tus manitas suaves y pequeñas para que duermas en paz. Te quiero. Eres mi sol. Pero serás libre como imaginé cuando naciste. Me perdonarás que durante un tiempo debiera protegerte del desamor. Era necesario. Pero sigo pensando igual: serás libre. Quizás es ya el momento de demostrártelo. Ahora que estoy en paz con mi corazón. Ahora que estoy en paz con quienes me rodean. Ahora que tenemos un hogar para las dos. Ahora que vuelvo a creer en la vida. Ahora que puedo volver a soñar. Poco a poco las cosas fueron ocupando su lugar. Armamos juntas las piezas del rompecabezas. No hay rencor en mi alma. Ahora mi mundo vuelve a ser entero. Pero no me preguntes nada porque aún no es tiempo… Cuando crezcas iras comprendiendo cada uno de mis mensajes. Los que fui dejando al costado de mi camino. Entonces… Tú sola encontrarás todas las respuestas. SELVA MARÍA PONTI (Año 2000)
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ENLACE (17 años después)
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EL REGRESO Transcurre un hermoso día de primavera en EL PUEBLO. Los Jacarandás del bulevar, despliegan todo el colorido que muestran sus flores lilas–azuladas. El aire huele a fresca dulzura primaveral, a luz de amor. Noviembre explota en colores y aromas. Penetran en los sentidos de los miles de transeúntes que transitan las verdes calles de LA CIUDAD. Allí, donde Danilo y Pilar, viven su soledad. Es mediodía, Selva María y Estrella almuerzan en silencio, mientras, el sol alimenta la vida tras el ventanal de la casa que comparten desde hace 18 años en EL PUEBLO. Ambas saben que están transitando el día esperado desde hace meses, desde que el regreso a LA ISLA comenzó a plasmarse en la mente de Selma. Su último sueño, su regalo de los 60 años. Su vuelta al lugar de los primeros sueños, después de 30 años. El sonido del celular que anuncia la entrada de un mensaje, rompe el silencio. Irupé emite un gemido y para sus orejas. Ese sonido la saca del letargo, tirada en el piso fresco de la cocina. Cuidando de sus dueñas, las que la encontraron unos meses atrás volviéndola a la vida. Selma se incorpora de la silla con bastante dificultad, los dolores de la cruel enfermedad que la aqueja no le dan respiro. Toma el celular y lee: “VUELO AR 2894. Salida 10.10, en horario, sin novedades. Arribo: 13.45. Ihana Cott // 108
El llanto la invade sin remedio. Le pasa el celular a Estrella, quien trata de calmarla. –Si seguís así, nunca podrás curarte; sabes muy bien que es necesario que pongas toda tu voluntad y la mente en positivo. –No puedo –protesta Selma, inundada de llanto, ya incapaz de pararlo– hoy es el día que perdí mi sueño, ¿cómo se hace para estar bien, sabiendo que esta enfermedad me lo arrebató de golpe? Hoy,” mi lugar”, no está acá. –Solo lo estás postergando, debes entender que pronto encontraremos el camino para que mejores, pero es fundamental que colabores en eso. Ambas se estrechan en un abrazo y poco a poco, Selva María logra tranquilizarse, para continuar con la rutina de la sobremesa de todos los días. Irupé las abraza como solo sabe hacerlo ella, abrazo perruno, quiere compartir el triste momento, las mira con sus ojazos de almendra. Estrella vuelve a la mesa para atender los Wasaps que dejó de leer mientras almorzaba. Irupé se instala a su lado, se echa y espera el momento de los juegos. A las 13.45, en el aeropuerto de LA ISLA Blanca, un hombre arropado de aspecto triste, espera en vano, mientras la llovizna y el viento frío golpea su rostro. Acostumbrado al cambiante clima de LA ISLA donde vive desde hace tantos años, no le importa mojarse. El rompe vientos lo protege. Observa pasar a los pasajeros del vuelo 2894 en busca de los autos que los trasladen a la pintoresca ciudad, la que se levanta frente a la bahía. Ella… no ha llegado. Su sueño, se va diluyendo como se diluye el agua– nieve en el viento helado.
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A la memoria de mis padres: compañeros de tantas aventuras. A mi hija, que participó en la concreción del sueño final de la novela.
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“Empiecen por hacer lo que sea necesario; luego hagan lo que sea posible; y repentinamente estarás haciendo lo imposible”. SAN FRANCISCO DE ASÍS.
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PREFACIO
¡MOLTO PIÚ AVANTI! Los que vierten sus lágrimas amantes sobre las penas que no son sus penas; los que olvidan el son de sus cadenas, para limar las de los otros antes; Los que van por el mundo delirantes, repartiendo su amor a manos llenas, caen, bajo el peso de sus obras buenas sucios, enfermos, trágicos… ¡sobrantes! ¡Ah! ¡Nunca quieras remediar entuertos! ¡Nunca sigas impulsos compasivos! ¡Ten los garfios del odio siempre activos, y los ojos del juez siempre despiertos!... ¡Y al echarte en la caja de los muertos, menosprecia los llantos de los vivos! ALMAFUERTE (DE: 7 SONETOS MEDICINALES)
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Tercera parte
LA ISLA BLANCA (LOS SUEÑOS LIBERADOS)
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PERFIL DE UN SUEÑO Rememoro sueño espero. Ante mí una catarsis de silencios anuncian la noche. El aroma del mar… Rememoro sueño espero. otro instante glorioso con los colores del Mar del Sur. Gaviotas cormoranes cauquenes pingüinos. Los amé los viví fueron mi vitamina. Ahora: envuelta en tiempos muertos ya no puedo tenerlos escucharlos sentirlos. Pero está el mar está su voz en mi memoria. En la suprema soledad de esta noche solo su voz escucho y le pido: Ven a buscar mi tristeza. Ven a buscar mi dolor. Mañana quizás el pasado volverá en forma de esqueletos roídos por la humedad. El futuro es un interrogante un misterio. Ihana Cott // 118
Nada. Todo. A lo lejos la isla blanca esperando cobijar el sueĂąo final. Selma, 2010.
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HAIKUS 1.Regreso al Sur. Se inicia la búsqueda. Muere el dolor. 2.Farol de luz. Cuando muere la tarde voy hacia el sol. Selma, año 2018
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ESTRELLA La pequeña Estrella corretea por la gran sala que ocupa la parte alta del antiguo edificio perteneciente a la Sociedad Española, que hace unos años, lo alquila al Municipio para sus espacios culturales. Eduardo Negri, periodista del canal local, junto al camarógrafo, la persiguen divertidos. Es la primera vez que Eduardo se encuentra haciéndole una nota a una niña de 5 años que expone un montón de trabajos diversos y atractivos, los que colman el inmenso salón. A un costado; Egle, Selma y Danilo, observan expectantes. La niña, sumamente inquieta, después de saludar al periodista con un poco de timidez, y ante las primeras preguntas, toma confianza y lo lleva a recorrer sus trabajos para explicarle abiertamente sobre la técnica de sus pinturas, collages y todo tipo de obras expuestas de la Serie Jugando con Mamá. Solo que no atina a pararse en ningún cuadro y Eduardo tiene que seguirla en su andar rápido, los pocos curiosos que observan se sonríen. La escena es muy graciosa, no hay dudas de que Estrella toma ese momento como un juego. Cuando se cansa, entonces sí, comienza la nota. –¿Qué técnica usaste aquí? –le pregunta Eduardo, señalando un cuadro con una especie de arandelas de colores. –Es la técnica de pulseritas, le contesta muy seria. –Y este otro… representa al otoño, ¿no? –le pregunta mientras señala las hojas que cubren gran parte del cartón corrugado. –Sí… las recogí de las veredas y mamá me ayudó a guardarlas. Después armamos algo, me dijo, y bueno, se me ocurrió este trabajo.
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–¡Qué papel extraño! –exclama Eduardo al observar el próximo trabajo, mientras lo toca curioso. –¡No!... exclama la niña. No hay que tocar, solo mirar. Es papel aluminio –le explica convencida. –Ah… es cierto, perdón –le dice risueño. El camarógrafo sonríe, mientras filma. –Decime Estrella, ¿te lleva mucho tiempo armar un cuadro de éstos? –Uffff, –exclama con ademanes y elocuencia– un montón, pero mi mamá me ayuda. Ella me indica lo que hay que hacer. –¿Y vos le hacés caso? –A veces sí. A veces no… Mirá… –dice y corre a otro sector para mostrarle un cuadro en especial. –Se me ocurrió a mí, usar todas las sorpresitas que fui juntando de los cumpleaños y con eso armé el cuadro. ¿Te gusta? –pregunta seria. –Claro, quedó muy bien, alegre y colorido. La nota continúa un rato más, Estrella no se cansa, le gusta ese intercambio con el periodista. Porque para ella es un juego, como es un juego pintar, pegar, dibujar, colorear, armar una obra de arte. En esa etapa de su vida, es feliz así, y Selma lo sabe, por eso incentiva su creatividad. Estrella tenía 2 años cuando puso por primera vez un pincel y un lápiz en sus manitas que apenas podía sostenerlos; desde entonces, Estrella ya no paró más de crear, siempre acompañada por su mamá, quien está a su lado y la guía en todo. Con sus contactos, ha conseguido una exposición de sus numerosos trabajos, los que asombran a la apática comunidad del pueblo, poco acostumbrado a pequeños talentos. Se siente orgullosa de su hija y lo demuestra, también ella es feliz. A esa, siguieron otras exposiciones y notas con Eduardo, se había creado entre ellos, un vínculo de afecto que
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duraría toda la vida. La gente del pueblo esperaba esas notas tan alegres y divertidas. Porque Estrella era un ser especial, despierto y vivaz. Y tenía contestaciones sorprendentes para su edad. Cuando dejó de pintar, la extrañaban; fue creciendo, y todos quienes la encontraban por una u otra razón, le recordaban que habían visto aquellas notas con Eduardo. El mismo Eduardo, cuando ya jubilado de su profesión, se encontraba con ella, la saludaba con gran afecto y le hacía alguna broma que despertaba una amplia sonrisa en Estrella, aunque ella creía que aquellos tiempos eran muy lejanos. Le molestaba bastante que le preguntaran si seguía pintando, ya que había dado por finalizada esa etapa de su corta vida. Una etapa que la hizo muy feliz, un juego más que disfrutó con su madre. Creció viéndola pintar y ella no quería quedar afuera de ese mundo de colores. Así fue como comenzó a meter “mano” y pincel en sus óleos, a tal punto, que su madre se entusiasmó y culminó una serie con animales que denominó “Jugando con mi hija”. Selma pensaba que además de un juego, había resultado una buena terapia para ambas en la etapa posterior a la separación de Danilo; y una magnífica manera de descargar la inmensa energía que tenía Estrellita, desarrollando su creatividad; con la esperanza de que algún día, sus cualidades saldrían a la luz. Faltaba poco para que Estrella cumpliese sus 15 años, y en medio de los preparativos de la fiesta, Selma se tomaba un pequeño respiro para recordar aquellos hermosos y lejanos tiempos compartidos con ella. La carta poética que le entregaría el día de su cumpleaños estaba terminada y descansaba al costado de la
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computadora. Por las dudas, volvió a releerla para los últimos retoques: “En tu presente brilla una estrella que no encuentras aún porque sigues en el castillo encantado de la infancia. Fue dura tu infancia, pero hermosa, gracias a la poesía que construimos juntas, mi pintorcita de sueños. Hoy te miras al espejo, quince veranos te envuelven de ternura en ese interminable paso de la infancia a la juventud que te está marcando con el dolor de pesadas piedras en el camino. Hija… la lluvia son tus deditos frágiles dibujando trazos de colores en la paleta de tus sueños, cuando derramabas creatividad con tu obra jugando con mamá. Hoy… los rayos son mis gemidos porque creciste, y los truenos son mi sollozo al descubrir tu ausencia del arte que colma mi vida. El futuro está en tus manos, no te detengas, no mires atrás, no busques mi espejo, busca en tu interior donde mirarte y depositar tus sueños. Yo maduré inundándome en el éxtasis de crear sin límites y casi sin pausas. Es tu momento. Creciste en mis silencios. Me di cuenta de golpe. Abandona el desértico camino de la desidia y avanza en una escena diáfana donde puedas construir tu vida sobre cimientos de trabajo, lucha y mucho amor. Y si dudas… acá tienes mi mano para guiarte por los más recónditos rincones que te indique tu corazón”. Tu mamá Selma. Le había prometido realizar un viaje juntas; hacía 6 años que no podía viajar porque las condiciones no se daban
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nunca como ella quería. Y ahora, en un par de meses, viajaría con Estrella al mar, tal lo prometido. Claro, que ese no era el viaje que venía soñando últimamente: regresar a la Isla con su hija, la isla que había despertado su amor por la naturaleza maravillosa del sur. La que recordaba en sus horas de vigilia y reposo. Pero sabía perfectamente que no estaban dadas las condiciones económicas ni anímicas para cumplir ese sueño que visualizaba lejano y casi imposible. Egle, hacía 2 años que estaba enferma, apenas podía caminar con un bastón de cuatro patas y requería cuidados permanentes, varias mujeres en turnos diferentes y una buena erogación de dinero que ya no llegaba a cubrir con su sueldo de pensionada. A eso tenía que sumarle la educación de Estrella, sus múltiples actividades en el pueblo… y, por último, los intentos de Selma por darse una nueva oportunidad en el amor, después de 11 años de sequía amorosa que siguieron a la separación de Danilo. Entonces ni imaginaba cuánto tiempo le llevaría cumplir el deseo de regresar a la Isla, pero de algo estaba segura: un día se haría realidad. Tal vez, Edmundo Correa tenía la llave para abrir la puerta de esos sueños. Hacía un poco más de 3 meses que se habían encontrado y vivido una fuerte y breve historia de amor, y aunque él le manifestó claramente que después de ese encuentro perfectamente programado en el pueblo, cada uno seguiría su camino olvidando todo, Selma albergaba alguna esperanza de visitarlo un día en la Isla blanca donde vivía. No estaba segura, pero ese era un detalle muy importante para elegirlo cuando lo conoció a través de una red social a la que Estrella le había insistido para que se anotase: vivir en la Isla Blanca: rodeada de bosques nemorosos, mar, lagos y nieve, mucha nieve.
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Estrella era una joven muy bonita, alegre, simpática, sociable, se destacaba por su extraña belleza; para algunos tenía rasgos árabes. Menudita, elegante, siempre bien vestida, con un gusto innato para combinar la ropa, era consultada por las chicas y admirada por los chicos. Con ese aire ingenuo, fino, dulce, su sonrisa de alegres campanitas, la mirada vivaz, la voz algo estridente, pero educada para hablar con propiedad, y con ese acento especial mezcla de dos culturas latinoamericanas diferentes; todo se unía para que no pasara desapercibida. Siempre, desde pequeña, mostró un contraste con su madre. No era para nada tímida, muy sociable, cariñosa y demostrativa. Era de hacer amigos y mantenerlos. Se enfrentaba a quien sea por sus convicciones, firme en sus pensamientos, no tenía problema alguno en confrontar con los profesores, dialogar con los compañeros y disentir cuando así lo creía; sabía exponer su pensamiento a sus padres y casi siempre salía con la suya. Contaba con capacidad de liderazgo, y tal vez, si no fuese porque tenía talento para el arte (el que luego abandonó), podría haberse dedicado a la política. Sin embargo, Estrella detestaba a los políticos, entendía muy bien, a pesar de su corta edad, de qué pasta estaban hechos y a ella le desagradaba ese ambiente de corrupción y falta de empatía con el pueblo. Sobre esos temas, intercambiaba opiniones con su madre y con su padre, el que en algún momento intentó integrarse a la política de su país; y aunque su partido no ganó las elecciones, siguió vinculado al mismo. Si no hubiese sido por su baja estatura, también podía haber sido modelo, porque tenía actitud para eso, además de la elegancia y simpatía que se necesita para vestir y caminar. Con muy buen gusto para la combinación de colores y
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texturas, siempre estaba bien vestida, en toda ocasión, y seducía sin proponérselo. Le agradaba decorar y diseñar, y también colaborar con Selma en el diseño de la tapa de sus libros. Podía haber seguido carreras diversas, en eso se parecía bastante a su mamá, aunque ella no se consideraba muy inteligente. Selma, en eso, no estaba de acuerdo e intentaba levantar su autoestima. En realidad, quienes la conocían opinaban que era muy inteligente. Lo que Estrella necesitaba era creer más en ella misma y encontrar su camino. Sin duda admiraba a su mamá, su personalidad, sus actividades tan diversas, ver que todo lo hacía bien, su energía avasallante, su capacidad de soñar y luchar por sus sueños hasta cumplirlos. Se sentía muy distinta e inferior a ella; y si bien el ejemplo que día a día recibía de su madre debió ser un gran incentivo para desenvolverse en la vida; resultó, lo contrario: retrayéndola. Porque su conclusión era que nunca sería como ella. Le llevó cierto tiempo comprender que tenía que ser ella misma, un ser único e irrepetible que no debía parecerse a nadie. Única manera de encontrar un camino para seguirlo hasta el final. Estrella tenía 10–11 años cuando llevaba un diario compartido con Selma; allí ambas daban rienda suelta a lo que pensaban y sentían. Así Selva María intentaba incentivarla con la escritura, algo con lo que Estrella no congenió nunca. En varias páginas, Selma expresa gran parte de su pensamiento, del que nunca se desvió: “Querida Estrella: Gracias por el corazón anterior (*), leí lo que escribí antes y me doy cuenta que has entendido y realmente terminaste bien el año, eso me hace muy feliz porque veo que mis palabras y mi
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ejemplo de vida te resultan útiles para encaminarte en la tuya, tal es mi deseo. ¡Te felicito! Tu inteligencia te hará grande algún día. Eso sí: no pierdas nunca la humildad, el amor por las pequeñas cosas de la vida que valen más que todo el dinero del mundo. Cuando llegue el día en que triunfes en lo que sea, no pierdas tu frescura, tu pureza, tu inocencia, y esa alegría de vivir; todo eso que yo tuve de joven y que me permitió disfrutar del arte, de la naturaleza, de la soledad y del silencio. En esas cosas, y solo en ellas, está la felicidad y encontrarás a Dios, porque esa es la forma que él tiene para entrar a nuestros corazones. Amígate con la naturaleza, ama profundamente a tu Patria y siempre serás un ser feliz. Te quiero mucho. Tu mami Selma”. (*) “Mi mamá me quiere, y yo la quiero mucho, pero mucho más”. Estrella. Esa etapa, era de bastante confusión para Estrella, así lo expresaba en el diario compartido: “Mami: Necesito que me des algunos consejos sobre lo que ahora te voy a contar. Te pido consejos, porque a mí me pasa lo mismo que a vos. Te explico: Ya sabés que me gustan muchas cosas y que tengo muchos sueños. Ejemplo: me gusta bailar y cantar, también modelar y cuando sea grande me gustaría ser veterinaria, maestra, doctora, etc. ¡Necesito saber qué hacer, TODO ME GUSTA!!!!! Otro sueño es ser tenista… bueno, espero tu respuesta. ¡TE QUIERO MUCHO!!!!!! Estrella”.
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En su respuesta, Selma insiste en los conceptos que quiere inculcar a su hija. “Querida Estrella: Creo que hablamos bastante del tema. Lo principal para poder hacer todo lo que querés, está en organizarse y tener voluntad y disciplina. Luchar contra todos los obstáculos y cumplir con esta frase: FELICES SON AQUELLOS QUE SUEÑAN CON ALGO Y TIENEN EL CORAJE DE HACER REALIDAD ESOS SUEÑOS. Por eso, trata de cumplir tus sueños, porque lo que no se logra, amarga y enferma. No es fácil, pero se puede. Te digo algo más: HAY QUE TRABAJAR DURO. A VECES, DEJAR DE LADO OTRAS COSAS MENOS IMPORTANTES O QUE TAMBIÉN TE GUSTAN, LA VIDA TE DARÁ LA OPORTUNIDAD DE CUMPLIR TODOS (O CASI TODOS) LOS SUEÑOS. Te quiero mucho y ya sabés: estoy para darte los mejores consejos, los que en el transcurso de la vida te harán decir: MI VIDA TUVO SENTIDO, PORQUE CUMPLÍ MIS SUEÑOS. Te quiero. Selma”. El festejo de sus 15 años tuvo lugar en forma íntima como era su deseo, con reunión familiar y con pocos amigos. Ella misma eligió su vestido en un viaje a la Capital, el turquesa fue el color para la ocasión; Selma, encargó la torta en ese color, y la decoración del lugar estuvo a cargo de su tío Javier que era decorador de interiores. En esa época se acostumbraba poner pasacalles con felicitaciones para los cumpleaños y aniversarios. Así que Selma encargó uno y le dio la sorpresa. Otra sorpresa para Estrella fue el libro de poesías que su mamá editó especialmente para sus 15 años, donde relata en versos toda la historia de amor vivida con su papá Ihana Cott // 130
Danilo. Para Selma era muy importante dejar testimonio de todo lo vivido y escribió incontables poesías en todas las etapas de su vida, las que transmitían perfectamente su estado de ánimo, sus pensamientos, reflexiones, sentimientos, sueños y angustias más profundas. Como la CARTA VI que dice: Pasó el tiempo. ¿Encontraste la respuesta? Entra en el laberinto de los caracoles que junté tantos días amante del mar que besa la arena canto rodado piedras algas musgos en el azul infinito donde perdí la mirada. Mi vida era de los sueños golpeando gimiendo burlando un caminar hacia la nada. Hijita. Vuelves a preguntar. Escudriña en la exacta lejanía de la música de la poesía del paisaje del silencio… del deporte. Encontrarás en el laberinto azul el espacio justo por donde salir a la luz… allí mismo, mis lágrimas dormidas te darán una respuesta. El camino de los sueños // 131
Estrella hizo una sección de fotografías en el campo que desde unos años atrás había sido bautizado con su nombre, Selma había hecho hacer un cartel para colocar en la tranquera; las mismas estuvieron a cargo de un fotógrafo amigo de la familia. Tuvo también otra sorpresa: desde la ciudad, llegaron sus abuelos paternos, además de Danilo, quien había encargado un lechón para la cena de cumpleaños. Fue un austero y lindo festejo, Egle estuvo presente acompañada de la señora que la cuidaba los fines de semana y pudo fotografiarse con su nieta adorada. La reunión terminó cerca de las 3 de la mañana, y Estrella se fue al hotel para dormir con sus abuelos; mientras que Danilo, ocupó el sofá cama que Selma le preparaba cada vez que llegaba al pueblo. Las puertas de su casa, siempre estuvieron abiertas para él, para que pudiese compartir tiempo con su hija en un espacio cercano a ella. Al mes y medio estaban viajando a un tranquilo lugar cercano al mar. Ambas volvían a viajar, después de 6 años. Recuerda aquel ya lejano viaje, había sido acordado con Danilo para festejar los 9 años de Estrella, en una ciudad de las altas montañas del oeste; a través de un amigo en común que vivía allí consiguieron una quinta en las afueras, rodeada de viñedos y paz. Pasaron unos días maravillosos de paseos por los alrededores y ascenso a las altas cumbres; aunque Estrella andaba algo mal del estómago y no pudo disfrutar como hubiesen deseado. Y a Danilo, le costó una pelea con la novia del momento porque nunca le creyó que con su ex no pasaba nada. La única que, sin duda, por estar en contacto con la naturaleza, la pasó muy bien, fue Selma.
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Para este viaje por sus 15 años, invitaron a Ana, prima de Selma, que en esos años trabajaba también cuidando a Egle en el turno tarde. A Estrella le gustaba charlar con Ana cuando iba a visitar a su abuela y se quedaba a tomar mate con ella, a la que contaba todo lo que le pasaba con los chicos, en esos años que descubría el amor. Incluso, fue ella la que cuando Estrella tenía 13 años le explicó de una forma más directa y con un lenguaje sencillo, el tema sexual, algo que Selma lo hacía acompañada de ilustraciones, más didácticamente. Y así, entre las dos, fueron despejando poco a poco, la curiosidad que Estrella manifestaba. Las llevó Jorge (el marido de Ana), quien trabajaba de remisero y al que Selma le podía confiar el auto sin problemas. Las dejó en la bonita y acogedora cabaña que habían alquilado, a un paso de la playa, entre bosques de pinos y aroma a sal; al otro día, domingo, Jorge emprendió el regreso porque tenía que trabajar. El fin de semana volvería a buscarlas. Pasaron unos días maravillosos, que Selma disfrutó al máximo saliendo todos los amaneceres a caminar largamente por la orilla casi desierta del mar (los únicos que encontraba, eran algunos pescadores); la acompañaban las gaviotas y el sonido de las olas. Rememoró las tantas salidas de sol que disfrutó en su juventud; pudo volver a esos momentos que la colmaban de felicidad. Cuando regresaba, y después de escribir un rato su experiencia, bajo los pinos añosos, desayunaban las 3 juntas y salían a caminar por el pueblito. A la tarde visitaban la playa. Si bien Estrella y Ana no se mostraban entusiastas por bañarse en el mar, al menos se divertían caminando y visualizando al bañero de turno, al que veían atractivo en grado extremo. Selma se reía, pero participaba poco, prefería caminar y juntar caracoles.
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A la tardecita tomaban el colectivo que las llevaba al pueblo cercano donde disfrutaban de paseos, miraban vidrieras y tomaban café con chocolate en alguna confitería. Había chocolates por todos lados y no podían resistir la tentación. Regresaban bien tarde, ya de noche, cenaban una rica sopa y se iban a dormir. Fueron muy felices las tres, cada una a su manera: Selma con las caminatas en solitario, Ana con sus dotes de cocinera y Estrella descubriendo lugares nuevos que podía compartir con su mamá y su tía preferida. El tiempo pasó volando y Jorge apareció para buscarlas el fin de semana, se quedó para recorrer y conocer otros lugares más lejanos que solamente Selma conocía por haber estado en otras oportunidades con sus padres. Aquel viaje marcó el comienzo de una nueva etapa viajera para Selma. Ya no sería un trío como cuando lo hacía con sus padres; ahora eran un cuarteto, porque Jorge se sumó en el futuro para quedarse con ellas, ya que disfrutaba muchísimo de conocer lugares increíbles donde nunca había estado. Y Selma, siempre tenía propuestas interesantes. Fue así como se transformó en el compañero ideal para seguirla donde ella quisiera, mientras que Estrella y Ana no siempre podían acompañarla en sus locuras naturalistas y su constante búsqueda de aventuras. Ellas disfrutaban de otra forma: Ana cocinando, Estrella mirando vidrieras. Sin embargo, se complementaban muy bien, y los 4 eran felices en esos viajes turísticos llenos de aprendizajes. Claro que tampoco faltaban las discusiones entre Ana y Jorge o entre Estrella y Selma y también entre Selma y Ana. Nunca entre Selma y Jorge, ambos se respetaban mucho y tenían algo en común: amor y curiosidad por la naturaleza, los lugares y su
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gente. Pero hablando, siempre se lograban los acuerdos y la convivencia era muy placentera. A veces, Ana era reemplazada por María Delfa (su hermana mayor), quien manifestaba celos por no ser ella la elegida. Cuando eso ocurría, los viajes no eran lo mismo, por el carácter de María Delfa, mucho más depresiva e inconformista. Pero igual, le encontraban la vuelta para divertirse, la táctica era dejarla hablar y no contestar a sus lamentaciones. Evitar dar muchas explicaciones, decir chistes y tomar sus comentarios en broma. Ella se cansaba de hablar y al fin se quedaba callada. Al menos un rato, las dejaba en paz. Cuando Estrella egresó del secundario, comenzó una nueva etapa en su vida. Una etapa difícil porque no encontraba el verdadero camino. Con su madre en el arte y después de la experiencia de esos 6 años que de niña vivió y compartió con ella en el ámbito de la pintura donde le había ido tan bien, la indujeron a elegir la carrera de fotografía en una Escuela de Arte de la ciudad cercana. La misma ciudad donde Selma alguna vez había viajado para dar sus clases de piano, antes de casarse con Danilo. Sin embargo, Estrella desistió antes de empezar, no le gustó el ambiente algo excéntrico que notó entre los alumnos, cuando fueron a la primera reunión de apertura del ciclo lectivo. Sema se desilusionó, pero no le quedó más remedio que apoyarla en la decisión. Estrella estaba pasando un mal momento, en la ciudad tenía a su abuelo Guillermo con Alzheimer, no quería iniciar algo que le imposibilitara viajar a verlo cada vez que sentía la necesidad. Hacía casi 2 años que había perdido a su abuela Egle y a pesar de que siempre estuvo cerca de ella, su partida le hizo mucho mal y le costó
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reponerse, la extrañaba mucho. En los últimos años no viajaba tanto a la capital como lo hacía cuando era más chica, cansada de tanto ir y venir; pero en ese momento sentía que tenía que ir seguido para estar al lado de su abuelo, quien empeoraba día tras día. Además de colaborar con Pilar (su abuelita) y Danilo, quienes habían decidido hacerse cargo de él hasta el final, en eso, estaban de acuerdo, no querían internarlo, lo tendrían en la casa hasta el momento que Dios quisiese, pues eran muy creyentes. Ante ese panorama –que Selma entendió muy bien porque ella había hecho lo mismo con su madre– Estrella comenzó a buscar carreras a distancia. Así fue como se anotó en un curso de computación para reforzar los conocimientos que tenía; ya que desde muy pequeña había concurrido a computación y también a inglés. Lo primero siempre lo aplicó, lo segundo lo abandonó cuando descubrió que los idiomas no le gustaban. También, durante 3 años, practicó tenis y le iba muy bien; pero cuando la entrenadora dejó el pueblo para ir a dar clases a una ciudad del sur, Estrella no se sintió cómoda con nadie más y dejó. Selma no podía hacer mucho, pero la inconstancia de su hija la ponía muy mal. La había guiado por la senda del saber, brindándole herramientas desde muy pequeña para que pudiese abrirse camino en la vida. Sin embargo, algo pasaba que no llegaban esos resultados. Más bien, notaba que Estrella estaba algo perdida. Varias veces, después de que pasó su etapa de pintorcita, concurrió a la psicóloga, ya que la relación con Danilo no estaba pasando por un buen momento. Porque él aparecía y desaparecía según estuviese o no de novio. Y cuando eso pasaba, ella se sentía abandonada. Si bien Selma nunca dejó de viajar a la ciudad para llevarla a visitarlo,
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cuando comenzó a crecer, Danilo la instó a viajar sola: y la rutina se instaló. Selma la dejaba en el colectivo y Danilo la recogía cuando llegaba, viceversa al regreso. Hasta que un día, Estrella se cansó y ya con la edad necesaria para decidir, solía pasar largos periodos sin ir. Y como Danilo cada vez viajaba menos al pueblo, estaban bastante alejados. Aquel año, volvió a la psicóloga para hacer un test vocacional. Su inclinación era lo social, el arte, las comunicaciones, por ese lado tenía que ir. Danilo trató de convencerla para que estudiara abogacía, él le allanaría el camino, pero Estrella no sentía vocación por la carrera y así se lo manifestaba una y otra vez. Sin embargo, Danilo no se cansaba de insistir. Al final, su veta artística la aplicó con la moda, estudiando Asesoría de Imagen primero y Vestuarista después. En todo tenía mucho que ver la estética, a Selma le gustaba mucho verla armar los trabajos e incluso en muchas ocasiones le sirvió como modelo. Y así, como jugando y aprendiendo, una vez más, Estrella logró cambiar –un poco– la imagen de su mamá, que sabría mucho de estética en el arte, pero nunca lo aplicaba a su cuerpo. Selma trató de incentivarla para que vaya a perfeccionarse a la ciudad, pudiendo vivir con su padre; el pueblo no era un lugar para desarrollarse en ese ámbito, en la ciudad tendría muchas más posibilidades. Pero Estrella no quería compartir espacio con Danilo y Pilar, su abuela que la fastidiaba bastante. Así que tuvo un encontronazo con ellos, y como Selma no estaba en condiciones de mantener el departamento, además de mantenerla a ella ya que Danilo no mostró interés en ayudar; Estrella se quedó en el pueblo y se inscribió en una carrera nueva de nivel terciario que habían abierto en el instituto superior cercano a su casa: T. A. de Pymes. Lo hizo, en
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realidad, porque necesitaba socializar, estudiar en grupo, ya estaba cansada de hacer cursos a distancia donde no tenía la posibilidad de compartir con otros estudiantes y dialogar cara a cara con el profesor. Al mismo tiempo (por recomendación de Selma) se inscribió a distancia para hacer una tecnicatura agropecuaria que le sería útil para administrar el campo de la familia cuando llegara el momento. Al poco tiempo tuvo que abandonar, era muchísimo el material teórico y cuando comenzara a salir a practicar al campo, sentía que no iba a poder, era demasiado para ella. Selma comprendió, sabía muy bien que la naturaleza, el campo, la vida al aire libre (a pesar de ser lo que mamó de niña), no era del agrado de su hija. Tenía que aceptarlo, cuando pequeña iba al campo porque ella la llevaba, cuando creció podían pasar meses y meses que no aparecía por el campo. Si Selma se lo pedía, era peor. Con el tiempo, dejó de reclamarle nada, se resignó y siguió la administración sola como lo había hecho siempre desde que Antonino faltó. Tuvieron que pasar unos cuantos años para que Estrella se diese cuenta que algún día iba a tener que hacerse cargo de un bien que les había dado de comer, nunca les había faltado nada. Selma le transmitió el deseo de su abuelo: “el campo no deben venderlo nunca”–le decía siempre a ella y a Egle. Pero Estrella era así, tenía sus propios tiempos, que nada tenían que ver con los tiempos de su madre; y mucho menos de su padre, el otro extremo. En su momento comprendió el mensaje y se esforzó por aprender, y se anotaron juntas en un curso a distancia sobre administración agropecuaria. Lo mismo le pasó con el manejo del auto. A los 13 años, Selma intentó enseñarle, pero aprendió mucho mejor con Ricardo Lozano (el encargado) en el campo, ya que tenía más
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paciencia. Cuando fue mayor de edad, Selma la alentó a sacar el carnet; pero tuvieron que pasar 4 años hasta que Estrella se decidió a sacarlo, mientras tanto no podía manejar; en eso, su mamá no cedía. Todos le decían que sería bueno que lo tuviese, por cualquier cosa, que estaban solas, etc. Estrella no entendió o no quiso entender hasta ese día que Selma enfermó y manejar le resultaba muy difícil, pues la medicación que le habían indicado estaba contraindicada para manejar. Así que cuando iba al campo, Estrella la tenía que acompañar. Si bien, al poco tiempo, Selma mejoró con un nuevo tratamiento que no le impedía manejar, Estrella decidió, al fin, sacar su carnet de conducir. Para entonces ya tenía el título de Administradora en Pymes y estaba haciendo Administración General. Para ella fue una gran sorpresa haber hecho la carrera que eligió solo porque estaba cerca de su casa y sin demasiadas expectativas; sin embargo, sacar buenas notas, haber vivido hermosas experiencias con los profesores y haberse recibido con un pequeño grupo de 8 jóvenes (4 varones y 4 mujeres) que se hicieron tan amigos. Formaban un cuarteto con las chicas, siempre unidas, ayudándose, compartiendo esa etapa de la vida donde hay que hacer el esfuerzo de estudiar para luego trabajar; pero a la vez disfrutar de encuentros, charlas amenas acompañadas de mate y facturas en el marco apacible del pueblo enclavado en la interminable y verde llanura donde el cielo y la tierra no tienen fin mientras se abrazan en el horizonte, prendido fuego, y cada día transcurrido siempre igual, invita a vivir en un marco de paz casi mágica. No fue fácil para ellas encontrar un trabajo, el País no pasaba un buen momento y la falta de empleo era evidente. Además, la cultura del trabajo estaba devaluada por políticas equivocadas que fomentaron la vagancia. A los jóvenes, cada día les costaba
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más encontrar un buen trabajo, muchos, ni se preocupaban en buscarlo. Y como Estrella era muy exigente, decidió mantenerse con los alquileres de las dos casas que Selma le donó y acompañarla en el nuevo emprendimiento: alojamiento de paso, el que un día decidió para su casa natal; después de una muy mala experiencia vivida con una inquilina. Mientras tanto, Estrella, seguía estudiando. Pero del pueblo, no se iba. Y a la ciudad marrón, viajaba cada vez menos, aunque Danilo se lo reclamara. Fue recíproco: él tampoco llegaba al pueblo, anclado en la ciudad, y sin haber podido formar una nueva familia. Pilar, como alguna vez vaticinó Selma, siempre fue un obstáculo para toda mujer que se acercara a él. La excepción a la regla, fue Marina.
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DANILO Es pleno verano. Danilo abandona la casa que comparte con Marina en el pueblo, algo le dice que no volverá a verla; aunque ella solo le haya pedido un tiempo hasta que las aguas se calmen. Se siente muy dolido, no puede creer la debilidad de carácter que muestra Marina ante los caprichos de Dalma, su hija mayor, quien la enfrenta con la repetida frase “él o yo”, cuando su madre intenta una protesta por las ruidosas reuniones que hacía con sus amigos justo en las noches que Danilo pasa en el pueblo para descansar un poco de los ruidos y la locura que reina en la ciudad. “Yo solo quiero un poco de paz, compartir con mi pareja momentos de tranquilidad” – piensa, mientras atraviesa la plaza, rumbo a la terminal. “Pasear con Estrella, andar en bicicleta por las solitarias calles del pueblo cuando el sol del verano calienta el asfalto, gambeteando las sombras que ofrecen los viejos fresnos, aspirar los perfumados tilos de noviembre”. Los mismos hermosos árboles, bajo los que está caminando envuelto en pensamientos recargados de tristeza. Cuando le pidió a Marina que pusiera un límite al descontrol de su hija no lo hizo de metido, creyó que Dalma lo necesitaba, que debía respetar la convivencia. Pero Marina, se encontró con la desmedida reacción de la joven, quien amenazó en dejar la casa cuando estaba Danilo. También la decisión de Marina fue desmedida: tomar distancia un tiempo hasta que las aguas se calmen. No supo o no pudo darle lugar a su pareja, y él, orgulloso como es, sabe que después de eso, no volverá.
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Mientras camina despacio, sin apuro, rememora aquellos primeros momentos vividos en el pueblo que aprendió a querer. Donde veinte años atrás llegaba en busca de un sueño de amor. Para casarse con Selva María Ponti, por ella había dejado su país, su ciudad, sus padres, sus amigos…soñando una felicidad inmensa para su vida. Llegaron al pueblo desde la ciudad marrón en el auto de Antonino, con Egle y Selma, después de haber dejado todo listo para cuando regresasen ya casados a instalarse en la inmensa y asfixiante ciudad para iniciar una vida juntos. Rememora esa tarde fría y soleada de julio. Lo que más llamó su atención entonces fue la imagen tierna de los perros durmiendo en medio de las calles casi desiertas. El silencio, la soledad, las plantas desnudas y grises, tonos pastel dominando la escena. También, con el paso de los días, conoció a su gente, su sencillez, su amabilidad y simpleza. Lo deslumbró la blancura de la escarcha que cubría los amaneceres cuando salían con Selma al campo de Antonino. El frío le entumecía los huesos; él, hombre del norte, ¿cuándo se acostumbraría al intenso frío del sur, un frío que no conocía? La nostalgia por aquellos lejanos momentos lo invade. Veinte años de lucha, cargando con un fracaso amoroso más, con sus sueños iniciales destrozados por un terremoto que derrumbó el precario castillo que había levantado. Asume que, en medio de la felicidad de aquel momento especial, no podía ver que muy en el fondo de su corazón anidaba la tristeza. Una tristeza que estaba al acecho, esperando el momento de ver la luz. Justo cuando comenzó a extrañar a su País, a su ciudad, a sus padres, a sus amigos… le costaba tanto acostumbrarse al frío, a los silencios de Selma, a los sonidos y
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aromas de un lugar lejano y distinto. Por eso, sabe que la tristeza es un estado que lo persiguió más tiempo desde entonces. Un estado recurrente en su vida, aún después de que sus padres radicaron en el país. Con Selma, todo fue tan fugaz, pasaron los sueños, pasó el amor, casi sin darse cuenta el castillo del príncipe y la princesa se derrumbó con ellos dentro. Cuando nació Estrella, se sintió abandonado por su mujer; pero –recapacita– ¿eso le daba derecho a buscar refugio en otros brazos? No quiere saber la respuesta. Ya es tarde para lamentaciones y arrepentimientos. “Me queda Estrella” –piensa animado. “Ella es mi luz, un sol permanente en mi camino”. Pero su relación con la joven era algo extraña, no congeniaban mucho. Cuando Estrella creció, la relación idílica que tenían se esfumó para volverse cíclica: con períodos donde no se hablaban porque ambos hacían cosas que no le gustaban al otro, y otros períodos donde compartían buenos momentos de diálogo y complicidad. Con el tiempo, Danilo aprendió que Estrella era un ser independiente con pensamientos propios y muchos sueños que muy poco tenían que ver con lo que él, como padre, esperaba de ella. Y Estrella, aprendió a conocerlo mejor, y dejó de sufrir cada vez que él se llamaba a silencio por mucho tiempo. El colectivo sale a horario y Danilo se duerme un rato, cansado de rememorar, de pensar, de sufrir. Cuando despierta, se siente mal, la realidad lo vuelve a golpear. Se da cuenta que le duele mucho la decisión de Marina, siente que está sacrificando la relación por los caprichos de su hija. “No debo volver a hablarle, la decisión está tomada” –piensa, aunque no parece muy convencido.
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Acude a su mente el recuerdo de la tarde que la conoció. Fue en la última exposición que Estrella realizó, en la etapa final que dedicó al arte. Marina, estaba a cargo, durante los fines de semana, del Museo de Arte que ocupa el edificio pegado a la terminal de micros. Cumplía un horario durante las tardes, para recibir a los visitantes y responder cualquier consulta sobre las obras expuestas. Un trabajo tranquilo que le permitía tener mucho tiempo libre. Estrella, tan inquieta, se aburría cuando la gente que concurría a ver sus trabajos no le preguntaba nada; y en los tiempos libres, se entretenía charlando con Marina en la cocina, habían congeniado bastante y a Marina le encantaba hablar con ella, por su vivacidad y forma de expresarse. Por allí también andaba Selma, Egle, Ana y Danilo, quienes la observaban orgullosos, al verla derrochar simpatía. Así fue como Marina y Danilo se conocieron. Pronto, se entabló entre ellos una buena comunicación, que cada día se hizo más fluida, a pesar de la distancia. Marina era joven, dulce y bonita. Separada de un marido violento, tenía dos hijas (una menor y otra mayor que Estrella), aunque 10 años menor que Danilo, no resultó un obstáculo para que se enamorara de él. El que, desde la separación de Selma, elegía siempre mujeres bastante menores para formar pareja. Se siguieron comunicando cuando Danilo regresó a la ciudad y al poco tiempo estaban de novios. Entonces, los viajes al pueblo se sucedían casi todos los fines de semana. Danilo comenzó a hospedarse en el único hotel, frente a la plaza, ya que le parecía mal seguir ocupando un lugar en la casa de Selma, saliendo con otra mujer del pueblo. Pasaba la mayor parte del tiempo con Marina, aunque también aprovechaba para estar con Estrella, quien solía acompañarlo
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porque jugaba con la hija menor de Marina. El chimento de la relación corrió rápidamente, como en todo pueblo pequeño y la última en enterarse fue Selma, quien se molestó bastante. Marina viajaba también a visitarlo a la ciudad, allí convivían todos juntos: con Danilo, Pilar y Guillermo, y cuando querían tener una mayor intimidad, viajaban a alguna ciudad vecina. Después de un par de años, alquilaron una casa en el pueblo, intentando una convivencia discontinuada porque Danilo no dejó nunca la ciudad donde ejercía su profesión de abogado. Y Marina, a su vez, no podía dejar el pueblo por los estudios de sus hijas y su trabajo en un conocido comercio de electrónica. Con la convivencia, comenzaron los problemas… “Debí imaginarlo antes de irme a vivir con ella” –piensa Danilo, que no puede creer lo que pasó ese día. “Una relación de 4 años, no debería terminar así”; una vez más, siente que no tiene suerte en el amor. Estrella invade su mente. Pronto cumplirá sus 15 años y él tendrá que regresar al pueblo. Por ahora sabe que lo espera en la ciudad, donde viajó unos días atrás para comprar el vestido que lucirá en la fiesta. Se sorprenderá cuando le cuente lo acontecido; si bien sabe que a ella no le cae bien Marina, nunca hizo nada para separarlos aceptando la elección de su padre. Recuerda aquella “charla” que tuvieron donde le dejó bien claro lo que no le gustaba. –No pienses que Marina me va a comprar con regalos. No hace falta que se esmere en conquistarme. Más vale que le aclares que nunca seré su amiguita, y mucho menos la veré como una segunda madre –resopló con énfasis. Y se cruzó de brazos frunciendo el ceño. –Y vos, no te hagas ilusiones, porque eso no ocurrirá, es mejor que le aclares que sus regalos no me interesan. El recuerdo de la furia de su hija lo
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hace sonreír; cuando era pequeña, ante la atención de alguna otra novia suya, también le manifestaba que no la iban a comprar con regalitos. Estrella mostraba su carácter y él recuerda que nunca permitió que la usen para sacar algún beneficio. Mientras tanto, Selma, ajena a todo, se encarga de preparar el festejo del cumpleaños de su hija en el pueblo. Como fue siempre… nada ha cambiado. Un recuerdo acude a su mente y lo saca momentáneamente de los problemas existenciales. Días atrás, cuando salió a bicicletear, cruzó a la pareja de Selma que andaba paseando a Luna. Lo conoció por la perrita, porque nunca se habían visto en persona; en realidad, Facundo, hacía poco que conocía a Selma, y ya la visitaba en el pueblo. Facundo Pérez vivía cerca de la ciudad marrón y su comportamiento era algo extraño para el gusto de Danilo. Aparecía cuando no estaba Estrella porque a su hija no le caía bien y trataba de evitarla, su fuerte carácter lo ponía en jaque más de una vez. Cuando desaparecía lo hacía por muchos días, pero parece que eso, a Selma no le importaba, –piensa Danilo– porque ella es muy independiente y le agrada tener su espacio de soledad para crear; además, a Estrella no le gusta nada que invadan su lugar, ¡si conocerá a su hija! Las discusiones resultaban frecuentes cuando las visitaba. Por eso Selma, lo invitaba cuando estaba sola, así se preparaba para dedicarle gran parte de su valioso tiempo sin tener que lidiar con el irascible carácter de su hija. Con el paso de los meses, a Facundo, ese tiempo ya no le alcanzaba y entonces, comenzaron los problemas.
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Cuando Danilo arriba anticipadamente al departamento de la ciudad, Estrella se sorprende, no lo espera tan pronto. No le queda otra que contarle lo sucedido y desahogarse con ella. Como casi siempre que termina una relación. Estrella sabe escuchar, y no le parece tan grave la situación, por lo tanto, le aconseja a su padre que después de su cumpleaños, aprovechando la estadía en el pueblo, tendría que hablar con Marina, y que seguro, las cosas podrían arreglarse entre ellos. El cumpleaños pasó y Danilo no buscó a Marina, la borró de sus contactos y redes sociales. El orgullo pudo más, y aunque Marina intentó comunicarse con él, fue en vano. El tiempo pasó, y ella dejó de esperarlo. Formó una nueva pareja, abrió una verdulería y obtuvo, al fin, la felicidad anhelada. Mientras que Danilo, después de su largo duelo, conoció varias mujeres, pero vivió otras rupturas que acumularon nuevos fracasos. Sin poder formalizar con nadie. Una y otra vez, volvía a tropezar con la misma piedra. Elegía mal a las mujeres de las que se enamoraba. Los años pasaron y su sueño de formar una nueva familia se esfumaba en el aire. Mientras, su única hija crecía y transitaba el camino de la vida. Ese camino que todos dibujamos en nuestro destino: “el camino de los sueños”.
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LUNA Estrella estaba inquieta y ansiosa. Faltaba poco para llegar al pueblo y encontrarse con Luna, la bonita Siberiana que con dos meses de vida ya podía ser destetada de su madre para que se fuera a vivir con ellas. Era el regalo prometido por Selma para cuando cumpliese 9 años. Danilo manejaba en silencio los últimos kilómetros; regresaban de un viaje compartido que también le habían prometido para su cumpleaños. Selma y Danilo, dejaron de lado sus diferencias y pasaron en familia una semana maravillosa en la quinta que unos amigos le facilitaron en un pueblo cercano a las altas montañas, rodeados de viñedos y membrillares. Un lugar de ensueño que disfrutaron mucho realizando caminatas por las calles adornadas de altos álamos, recorriendo la hermosa ciudad capital y sus extensos paseos floridos, sus calles arboladas y frescas. También ascendieron a la alta montaña donde encontraron nieve y aguas termales. Estrella se sentía algo extraña en esos caminos llenos de curvas, pero le encantaba y era feliz. También habían visitado bodegas, que eran tan inmensas e interminables de recorrer, que tanto Estrella como Selma experimentaron claustrofobia y Danilo no encontraba la manera de calmarlas hasta terminar el recorrido. Ya que era imposible encontrar antes la salida en ese laberinto de toneles y pasillos. Había que seguir al guía. Luna era una hembrita, hija de la perra Siberiana blanca de Ricardo Lozano (encargado del campo Estrella). Aquella vez había tenido varios cachorros y le ofreció uno a Estrella,
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quien tuvo que convencer a Selma para que lo aceptara, ya que ella se negaba a tener una mascota, por los continuos viajes a la ciudad marrón. Sin embargo, ante tanta insistencia permitió que Estrella visitara a los perritos en los días previos al viaje, así podía elegir uno. Eran todos muy bonitos, con esos ojazos azules tan característicos de los Huskys; una de las perritas (eran dos) congenió enseguida con ella, la seguía y fue como si se hubiesen elegido mutuamente. Enseguida Estrella eligió su nombre, se llamaría Luna. Ni bien arribaron al pueblo, fueron a la casa de Ricardo Lozano para buscar a Luna. En cuanto estuvo en el auto, se recostó en el asiento de atrás lo más tranquila y feliz. A los pocos días estaba completamente adaptada al nuevo hogar y a su nueva manada “humana”. Estrella la malcriaba bastante, le gustaba cargarla y pasearla por todos lados, y cuando creció la llevaba colgando como una bolsa de papa, hasta que tuvo que usar la correa. A los pocos meses no pudo dominarla más, tenía tanta fuerza que la pobre Estrella era arrastrada por Luna. Así fue como Selma comenzó a pasearla diariamente, y le resultaba muy difícil dominarla y hacer que no la llevara de tiro. Su genética de tirar de los trineos se ponía de manifiesto y no podían hacer nada para dominarla. Le gustaba jugar a morder, saltar para atrapar una pelota de tenis que le arrojaban y a tironear del extremo de una soga, mientras Estrella lo hacía del otro. Claro, siempre ganaba, y cuando la que estaba del otro lado era Selma, entonces su esfuerzo era mayor y no siempre podía ganar. Entonces se enojaba y comenzaba a ladrar.
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Cuando creció, se volvió una perra muy apuesta: robusta, estilizada, larga, fuerte, con doble pelaje muy sedoso y una mirada vivaz e inteligente. Su andar era elegante, con la cola parada como mástil y orejas igual. En el pueblo llamaba mucho la atención, a tal punto que cuando paseaban con ella, solían pararse a elogiarla. Su porte fiero atemorizaba, y adquirió fama de perra mala porque inspiraba respeto. Sin embargo, casi no ladraba, de guardiana no tenía nada. Igual, ellas se sentían protegidas y cuando alguien preguntaba: –¿Muerde? –Síiiiiiiii –contestaban al unísono– solo cuando desconoce. Pero en general, es amigable. Luna era muy activa, le gustaba hacer hoyos en el jardín, especialmente cuando se quedaba sola, o en las noches de verano cuando quedaba afuera. Se acostumbró tanto a ellas, y ellas a Luna que la llevaban hasta la casa de Egle, cuando los fines de semana se instalaban allí. Le encantaba esa casa, corría como desaforada con una habilidad insólita para su tamaño. Esquivaba corriendo a toda velocidad, las masetas con plantas que había en el pequeño patio. ¡Cómo le gustaban esas corridas! Luego terminaba jadeando, recostada sobre el fresco mosaico de la cocina. A la noche dormía debajo de la cama de Egle, y cuando ella se descuidaba y se dormía, se subía a un costado. Egle nunca la aceptó del todo, tenía celos de ella por la atención que su hija y nieta le dedicaban. Si Luna se daba cuenta, no lo demostraba, porque la seguía bastante y le gustaba echarse a sus pies cuando Egle miraba televisión. También se había acostumbrado a viajar a la ciudad marrón en el auto, cuando llegaba Danilo a buscarlas para pasar unos días allá, en el departamento que compartía con sus padres. Se echaba atrás con Selma (Estrella iba en el
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asiento del acompañante) y dormía un rato, a medio camino hacían una parada para que estirara las patas e hiciera sus necesidades. Además de tomar agua. En el pequeño departamento se portaba bien a pesar de que no tenía patio, y esperaba ansiosa que Selma la sacase a caminar con la correa por el barrio durante la mañana, bien temprano y luego por las tardes. También paseaba en auto hasta la plaza donde los cuatro acudían para distraerse con el movimiento de los niños en los juegos y para que Estrella disfrutara de la calesita o de manejar los autitos que se alquilaban todos los domingos o días festivos. Eran momentos muy agradables que sin duda todos disfrutaban. Al ver tan feliz a Estrella y su mascota Luna, Selma olvidaba que estaba divorciada de Danilo y que tenía que soportar la incansable conversación de Pilar. Allí se veían como una familia feliz. Y realmente Selma sentía esa paz, esa dulce felicidad de compartir momentos en familia, porque sentía que contribuía al sano crecimiento de Estrella. Antes de llegar Luna a sus vidas, esos paseos por la ciudad, sumaban a Egle, y a pesar de sus diferencias con Pilar, la pasaban bien y Estrella se sentía satisfecha porque consideraba que era un logro cuyo mérito solo le correspondía a ella, por su esfuerzo y lucha, entendiendo que era lo mejor para su hija. Más adelante los viajes a la ciudad se hicieron más esporádicos debido a los quehaceres de Estrella con la escuela, y porque Egle requería más cuidados de parte de Selma. De todas maneras, cuando decidían viajar, Egle se quedaba acompañada de Lola, la cuidadora que Selma había conseguido para las noches. Y más adelante de las otras mujeres que la cuidaban durante el día. A Luna, la dejaban en la casa de su mamá canina, donde encontraba un lugar de amor y juegos. Para ella, era como
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regresar al hogar que la vio nacer. Ya cuando comenzó la etapa de los viajes más largos que se prolongaban en el tiempo, la dejaban en una guardería que estaba a cargo de la mamá de la veterinaria que atendía a Luna. La Señora le tomó un gran cariño, porque Luna era muy cariñosa, tranquila y compañera. Lo único que no le gustaba nada era compartir el espacio con otros perros, y armaba un gran alboroto. Por eso, con el tiempo, no pudieron llevarla más a la guardería y tuvieron que dejarla en la casa de Egle al cuidado de las señoras que se turnaban en la atención de la anciana. Los últimos años de vida de Luna, ya ni eso, porque se les escapó dos veces y tuvieron que salir a perseguirla, el episodio resultó muy traumatizante para ellas, por eso le hicieron saber a Selma que no les gustaría volver a hacerse cargo de Luna. Y a Selma, para poder viajar, no le quedó más remedio que dejarla sola al cuidado del hogar mientras ellas no estaban. Menos mal que Ricardo se ofreció para pasar dos veces por día y darle de comer, pasearla y vigilar que todo estuviese bien. Luna dormía en un salón espacioso donde podía salir al patio cuando quisiera y refugiarse de la lluvia y/o el sol. El último año de vida había quedado ciega, y entonces, cuando Selma tuvo que dejarla sola por un viaje programado, se sintió culpable. Sin embargo, Ricardo le contó que había estado tranquila, se orientaba muy bien en el ámbito donde se movía. Esquivaba los obstáculos siguiendo la línea de la pared, y sabía de memoria el camino hasta el tarro del agua y el recipiente de la comida. Incluso, embocaba casi al primer intento la puerta de entrada al salón donde Selma le había puesto su cama, en un rinconcito cercano a la entrada. Estrella se sintió más aliviada al escuchar eso y se alegró al verla nuevamente.
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–Te eché tanto de menos, Luna. ¡Cuánto te quiero! –le decía abrazándola largamente. –¡Mi “puchis”! La verdad que Selma sufría al pensar que Luna ya tenía 13 años y que tal vez, no viviese mucho más tiempo. No sería fácil seguir sin ella. Especialmente para Estrella, porque había crecido con su hija y ni siquiera podía imaginar cuán grande era el amor que sentía por la vieja Siberiana. La recuerda pequeñita, parecía un peluchín que apenas podía cargar la Estrella de 9 años, siempre tan menudita. Y mientras Luna crecía y envejecía, su hija transitaba la infancia, la adolescencia y los primeros años de juventud. Miraba a Estrella, la veía tan aniñada, tan unida a Luna, tan esperanzada de que la iban a tener unos años más, que no quiso pensar en la enfermedad que la limitaba en sus movimientos, la ceguera que la había atacado sin que ellas se hubiesen dado cuenta a tiempo, hasta que la vieron desorientada dentro de la casa, sin encontrar la puerta de salida. Desde ese entonces pasó un año, año que pudieron disfrutarla a pesar de la ceguera. Pero unos días previos a la Navidad, se puso mal y a pesar de los esfuerzos que hicieron para que se curara, visitando varios veterinarios, Luna les avisó con ese idioma tan especial que tienen los perros, que era la hora de partir. Selma desahogó su dolor, después de la ceremonia de sepultarla en el patio trasero con la ayuda de Ricardo a quien le pidió estar presente en ese momento. Momento que Estrella no pudo presenciar, unos minutos antes se había despedido de Luna que dormía en su camita rodeada de un halo de luz y paz, a la espera de la partida. Se alejó de ella y se arrolló a llorar en un rincón de la casa, a Selma se le rompía el corazón, parecía una niña desamparada que acababa de
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perder a su familia. En ese instante supo cuánto había amado Estrella a la dulce Luna. Y ella… descubrió a los dos días, cuánto sentía la falta de la querida Siberiana. Entonces, le escribió una carta: “Es verdad que te extraño, es verdad que cuesta comprender la razón de por qué las lágrimas están siempre al acecho, dispuestas a salpicar los colores de los sueños. Estrella me dijo esa mañana cuando volvíamos de buscarte de la clínica en la ciudad cercana, sabiendo que más tarde o más temprano ibas a marcharte. Me dijo: –después de esto, tendremos que hacer terapia–. Porque nuestro comportamiento fue muy extraño cuando arribamos a casa, en un tácito acuerdo decidimos bañarte, limpiar toda la mugre que acumulaste en ese horrible lugar donde te llevamos con la esperanza de que te cuidarían mejor que nosotras. Qué ingenua… te dejamos felices porque pensamos te haría bien. Cuando regresamos a los dos días y te vimos… toda sucia y orinada, se nos rompió el corazón. Estrella se sintió culpable, creía haber sentido que vos le pedías al tocarla con tu patita que no te dejáramos, que querías regresar con nosotras, que todo era inútil, que sería en vano, que estabas cansada de luchar, que querías dormir… Y eso no podía ocurrir lejos de tu hogar, de nosotras. Mucho menos en ese largo y estrecho bunker sin vida donde el sol del verano castiga el mosaico desteñido y pestilente, donde la oscuridad de la noche caería sobre tu cuerpo con las garras destructoras de la mala muerte. Allí deambularías, sin rumbo, porque sabías que ese no era tu lugar. Y encima… no podías ver. Te pido perdón, me equivoqué cuando imaginé que podría retenerte un tiempo más, fuimos egoístas, no habría milagro como soñamos. No estábamos preparadas para asumir
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que el tiempo de vida había culminado, era el límite que nadie podría traspasar, y el año que te tuvimos ciega, fue como un bonus trac de Dios para nosotras. Cuando partimos a buscarte a la ciudad vecina, nos sorprendió en la ruta un amanecer de verano diferente, raro… con una sutil neblina que cubría el camino, añoranzas de un paisaje otoñal que nos impactó. Esa era la señal… Entonces sabíamos que volverías para morir, por eso transitamos esos cuarenta kilómetros en silencio, sumidas en tristeza, en el inevitable dolor que empezábamos a vivir. Era un aprendizaje para las dos. No podíamos eludirlo, había que transitarlo. De regreso viajaste tranquila y relajada, aunque el fuerte olor a orín impregnado en tu pelaje deslucido nos aturdió. Justo vos, tan elegante, coqueta, impecable y seductora. Tus ojos azules, delineados naturalmente marcaron siempre la diferencia, ese imán que atraía todas las miradas, estaban apagados y oscuros. Cuando llegamos, nos afanamos en bañarte y perfumarte. Ahí fue cuando Estrella me dijo entre risas y llanto entremezclados, bajo la luz del sol que comenzaba a filtrarse por entre las hojas de las plantas del jardín, mientras una calandria emitía sin cesar sus afinados trinos desde las ramas frondosas del Samohú de la vereda: –tendremos que hacer terapia– Porque era un acto macabro, preparar y acicalar a un ser vivo para enfrentar en pocas horas, la muerte. No fue un comportamiento normal y lógico. Pero ocurrió así, como un ritual que nació espontáneamente, con esa sencilla y mágica ceremonia de higienizarte, estábamos compartiendo la despedida y sellando un pacto de amor eterno. Te dimos agua, y te ofrecí dos bocaditos de carne que guardé en la heladera con la esperanza de poder dártelos
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cuando regresaras a casa repuesta. Los comiste con placer. Luego cepillé tu pelo que había sido brillante y sedoso y ahora lucía opaco y descolorido. Luego te perfumé. Muy relajada, te acostaste al sol para disfrutar por última vez de su tibia caricia que tanto te gustaba. Mientras almorzábamos, reímos esperanzadas, tal vez, el milagro fuera posible. Cuando nos fuimos a dormir la siesta de verano, te dejamos dormida a lo largo del escalón de entrada a la cocina. Disfrutando de la frescura del mármol, como últimamente lo hacías para paliar el calor. En pocas horas me desperté y levanté presurosa, inquieta, con el pulso acelerado, estaba librando una batalla interior porque el tiempo pasaba y tenía que tomar una decisión. Era las cuatro de la tarde. Seguías en el mismo lugar, preparé el mate y tomé unos cuantos, sin muchas ganas, con una pequeña porción del budín de Navidad. Levantaste la cabeza, y entonces me acerqué, te ofrecí el último bocadito de carne que guardaba, lo recibiste sin mucho entusiasmo. Esperé, te miraba con los ojos bañados por el llanto que no podía contener. El silencio de la tarde parecía abrazarte. Volví al interior. Y cuando al cabo de un rato te busqué, ya no estabas allí. Habías caminado hasta tu cama, te seguí, te echaste sobre el colchón y cerraste los ojos que ya no eran azules, eran negros como una noche de tormenta. Acerqué una silla y me quedé a tu lado, parecías dormida y feliz, respirando suavemente. Te hablé, no te moviste… esperé y no pude evitar el llanto. Una sensación de opresión me dominó, solo se escuchaba el lánguido silencio de la tarde calurosa de verano. Entonces comprendí tu deseo… supe que ese era el momento, estabas llegando a tu paraíso. Ese espacio azul y frío que pronto te recibirá. Cuando mi corazón dolido lo decida.
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Ingresé a la cocina, el reloj de pared marcaba las cinco de la tarde. La desperté a Estrella… y le dije: –Voy por el veterinario. Después… llegó la despedida, el llanto de Estrella, la ceremonia de preparar la tumba en el patio trasero con la ayuda de Ricardo, mientras el veterinario te llevaba en su camioneta para traerte luego dormida, envuelta en tu mantita. Fue el adiós definitivo que nos dejó dialogando con la tristeza infinita de la soledad.” Pasaron los meses de verano. Estrella sufría en silencio la ausencia de su mascota. Su dolor se manifestaba en la inercia que demostraba, simplemente dejaba pasar las horas y se limitaba a salir con sus amigas y amigos. Mientras que Selma se dedicó de lleno a escribir dos libros, casi compulsivamente, sin pensar demasiado, con eso estaba haciendo su duelo. ¡Cuánto extrañaba a Luna! Cada rincón de la casa y del patio la recordaban. Se veían tan vacíos. Selma comprendió que la perra aportaba una inmensa cuota de adrenalina a sus vidas que en algún punto se habían vuelto muy monótonas y rutinarias. Luna les daba sentido a los días, ella las colmaba de ternura; y aprendiendo mutuamente a convivir, en esa sólida unión entre humano y animal, con el condimento fundamental del amor de por medio. El amor incondicional que Luna le enseñó a su hija Estrella en todo el proceso de su crecimiento. Sin duda, el vacío que dejó con su partida, fue inmenso, y si bien Selma siguió su vida normalmente; no así Estrella, que estaba sufriendo en silencio un ostensible deterioro en su salud psicológica y física, la que se traducía en falta de apetito y una delgadez que amenazaba en transformarse en peligrosa para su futuro si no hacía algo pronto.
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IRUPÉ –Estrella, estás comiendo muy poco y tenés el sueño cambiado. Pasás las noches en vela y los días durmiendo. –Má, no vuelvas con tu sermón de siempre. Estoy de vacaciones. –No lo dudo. Pero vas a tener que ponerte a preparar las materias para rendir, si no te alimentas bien, te faltarán energías para estudiar y además… te veo cada vez más delgada. –Mis tiempos no son tus tiempos. Ya lo sabes, cuanto más me digas lo que debo hacer, menos conseguirás de mí. Y no tengo hambre. Selma suspiró, conocía de sobra la forma de ser de su hija. Mejor no continuar con la conversación. Luego, seguro, ella recapacitaría. Para entonces, no sospechaba que Estrella estaba pasando por una gran depresión que siguió a la ausencia de Luna, y que derivó en trastornos alimenticios. A los pocos días, Estrella le informa que se había pesado y se asustó por los kilos perdidos. Que sacaría turno con la nutricionista para iniciar un tratamiento y que no rendiría las materias que le quedaban para recibirse. –Lo haré en julio –le dijo– cuando esté más tranquila. Ahora me ocuparé de mi salud. Selma sintió un gran alivio, era muy importante que su hija reconociera lo que le pasaba para ocuparse del problema y resolverlo. Agradecía a Dios que iluminara la mente de Estrella para tomar conciencia de lo peligroso que era su desorden alimenticio y de las horas cambiadas de sueño, lo
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que hacía que saltease comidas importantes como el desayuno. Una constante en ella. Selma hacía tiempo había tirado la toalla con respecto a esa comida y dejó de perseguirla para que no la salteara. Esfuerzo inútil el suyo, Estrella rara vez desayunaba. La especialista que la vio le pidió paciencia y constancia. No sería un tratamiento de resultados rápidos. –Siempre es más fácil perder kilos que ganarlos. Habrá que hacer una dieta estricta que tienes que seguir al pie de la letra y no saltearte el desayuno. Estrella le explicó su problema con el desayuno. –Bueno, tendrás que acostumbrarte poco a poco a levantarte temprano y desayunar. Es clave para que el tratamiento tenga éxito. Y dormir a horarios adecuados. Cuando Estrella llegó a la casa y leyó el plan de alimentación, Selma supo lo difícil que sería, pero decidió ayudarla en el proceso, sabiendo el sacrificio que eso significaba para ambas. Pues Selma, debería hacer dos comidas, ya que ella, desde siempre estaba obligada a cuidarse al máximo si quería mantener un peso saludable. En cambio, su hija, tendría que comer de todo, y lo que Estrella le estaba leyendo, sin duda, tenía muchas calorías. Al principio, a Estrella le costó mucho comer más, tenía el estómago cerrado, acostumbrado a recibir poca comida, así que enseguida se llenaba; pero poco a poco fue ingiriendo más y sintiéndose mejor. Cuando fue a la próxima consulta, había aumentado un kilo. La licenciada estaba muy conforme y haciendo algunos ajustes, le indicó seguir como hasta ese momento. Estrella salió feliz de la consulta y así se lo manifestó a Selma. Poco a poco, recuperaría los 5 kilos perdidos. Selma la notaba mucho más feliz y animada. Además… un nuevo ser había llegado a sus vidas; y ese, fue el
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remedio más eficaz para que Estrella se recuperase rápidamente. Casi simultáneamente con la partida de Luna, una bonita cachorra mestiza, cruza con Golden apareció en el campo. Ricardo Lozano, la encontró echadita entre los yuyos, cerca de la tranquera, así que la llevó adentro, donde estaba la casa. Le dio agua y comida, y dedujo, por su aspecto que se habría perdido, “es bonita y buena para que la hayan abandonado” –pensó. En los próximos días preguntó a los vecinos, pero a nadie le faltaba un perro. Esperó a que alguien la reclamara, tampoco eso ocurrió. Uno de los vecinos le manifestó que lo venía siguiendo a él junto con otro perro negro que se quedó en su casa. Él suponía que eran hermanos. Y no se había dado cuenta que la perra se quedó en la tranquera del campo de su vecino. Ricardo decidió bautizarla con el nombre de Cachila y comprobó cómo la perrita de color blanco–té con leche y hermosos ojos marrones, se aquerenció en el lugar y todos los días esperaba verlo aparecer con la camioneta, cuando por las tardes, Ricardo llegaba al campo, para recibirlo con saltos y lengüetazos. Parecía cachorra, aunque su tamaño era de adulto. Selma la vio un día de enero cuando visitó el establecimiento. Le pareció bonita y despierta, enseguida Cachila comenzó a seguirla en las caminatas que Selma emprendía por el campo. En las charlas materas con Ricardo, ambos estaban de acuerdo en que se quedara allí. No querían llevarla al pueblo, ya que ambos habían decidido no volver a tener mascotas en sus casas. Especialmente Selma, hacía muy poco que faltaba Luna y ella sentía que su territorio era inviolable.
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Estrella no aparecía nunca por el campo, así que se enteró de la existencia de Cachila por las fotos que Selma tenía en el celular. Le pareció que era linda y le apenó mucho que la hubiesen abandonado, pero no le pidió a Selma que la adoptara, porque sentía que la dulce Luna, todavía estaba demasiado presente. Selma se acostumbró a verla cada vez que iba al campo, ella la recibía con una alegría manifiesta y correteaba sin cesar por los alrededores, saltaba y cuando ella se sentaba en el banquito que Ricardo tenía siempre junto a la casilla, se acercaba y apoyaba su cabeza en el regazo de Selma. Y esperaba sus caricias. Era dulce, tranquila y cariñosa. No conocían su ladrido, porque era muy silenciosa y cuando veía que Selma andaba con algún palo, se escondía. Por su comportamiento algo asustadizo, Selma dedujo que la habrían maltratado. Le dio pena, varias veces intentó subir al auto cuando ella se marchaba. Pero Selma era inflexible. Se negaba a tener otro animal en la casa después del sufrimiento que le significó los últimos meses de vida de Luna. –Cachila!, a tu lugar –le decía, mientras le indicaba que debía quedarse. Y la dulce Cachila se alejaba con las orejas caídas y el andar lento, a mitad de camino se volteaba para ver si Selma había cambiado de opinión, y al ver que partía, reanudaba su andar, y luego espiaba, desde su refugio bajo la casilla, como se alejaba el auto hacia la tranquera. Así pasaron los meses de verano y llegó marzo. Una tarde que Selma llegó al campo con la comida para Cachila, le llamó la atención que no saliera a recibirla como siempre. Enseguida se sintió invadida por una tristeza infinita. ¿Se habría ido? Se asombró de su reacción cuando
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recorrió los alrededores y la llamó, el silencio le respondió. Cachila no estaba allí. Sentía un nudo en la garganta y deseos de llorar. ¿Qué estaba pasando con ella? ¿Tanto cariño le había tomado en ese tiempo que no podía soportar el vacío que la dulce Cachila dejaba, la soledad del lugar sin su presencia? Esa misma soledad que tantas veces apreciaba para encontrarse con su interior, para crear, para pensar, para escribir… ahora la abrumaba y le devolvía una postal incompleta. ¿Qué habrá sido de Cachila? –pensó. Hasta “su camino de los sueños” le pareció sin vida al salir a caminar sin su simpática compañía. Cuando llegó Ricardo en su camioneta, lo primero que hizo fue preguntarle por Cachila. –Está en casa –le dijo– tuve que llevarla al pueblo porque había entrado en celo. Si la dejo acá, corro el riesgo que se escape tras el primer perro que llegue. –Ah… era eso, su primer celo. –Respiró Selma más aliviada– Yo creí que se habría ido con alguien o que había regresado al lugar de donde vino. Enseguida quiso saber cómo estaba. –Bien, tranquila, aunque tenemos que cuidar que no salga a la calle. El problema son los chicos, –se refería a sus nietos– que se pueden descuidar y dejar la puerta abierta. –Después la voy a ir a buscar, así aprovecho que está en el pueblo para llevarla a la veterinaria para que le pongan las vacunas que le hagan falta y, además, que visite a Rocío. Mientras estaba en el campo le habían colocado la pipeta y la habían desparasitado. La idea era poder castrarla cuanto antes para no tener más problemas con ella, porque según le comentó Ricardo, en cuanto pasara el celo, la regresaría al campo. Selma no dijo nada, porque tenía muchas dudas para que se quedase en su casa.
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Cuando la buscó para llevarla a la veterinaria, no paró de moverse de un lado al otro del auto. Era muy inquieta y Selma comprendió que tendría mucho que aprender para viajar en coche. Emitía unos grititos chillones, pero no ladraba. Cuando Diana, la veterinaria, la vio, le indicó que había que esperar pasase el celo para darle la vacuna, porque podría no surtir efecto. Entonces Selma le pidió que revisara sus dientes para saber la edad. –Es una Golden de tamaño chico, cruza quien sabe con qué. Tendrá unos 8 meses– la tomó en brazos y calculó el peso– unos 15– 20 kilos –le dijo a Selma. –Luna era más robusta –comentó Selma. –Sí… y más larga. Quedó con Diana que volvería cuando pasara el celo. Y que pediría un turno para castrarla. –¿Pensás quedártela? –No… se quedará en el campo, al menos, eso creo por ahora. La duda llegó cuando pasó por su casa para que la conociera Estrella, quien se lo había pedido especialmente. Enseguida congeniaron, Cachila la compró con su dulzura, no paraba de mover la cola y pedir cariño. Cariño que ambas se prodigaron mutuamente. –¡Qué bonita es! –exclamó Estrella. –No tiene que volver más al campo, que se quede con nosotras. Selma no podía creer el cambio operado en su hija, volvía la felicidad a su rostro; y Cachila, parecía sentirse muy a gusto con ella. –Veremos cuando pase el celo, mientras, que se quede en la casa de Ricardo, tiene mucho espacio allí para corretear. Después tengo que llevarla nuevamente a la veterinaria para las vacunas, antes de regresarla al campo.
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–No me parece que tenga que vivir en el campo. Mirá que bonita y dulce es… tenemos que adoptarla. –A lo mejor se la quedan ellos –dijo Selma. –Bueno… si es así… –contestó con un dejo de amargura… pero si la lleva al campo la traemos nosotras. Hay que cambiarle el nombre, no me gusta Cachila. –Ya se acostumbró a ese nombre. ¿Cómo querés que se llame? –Irupé… se llamará Irupé. Lo que pasó después, convenció completamente a Selma que Irupé era un ángel que había enviado Luna ni bien partió de la Tierra, y al llegar a su rincón helado y azul donde viviría en el cielo, supo que debía hacer algo para aplacar el dolor que se había instalado en el corazón de Estrella; porque su ausencia, sin duda, la había enfermado, entonces envió a Cachila–Irupé para estar cerca de ella y devolverle la alegría que había perdido. Los primeros días de abril, Irupé salió del celo, así que Selma la buscó para llevarla a vacunar, era un día tormentoso y Ricardo (que había quedado de pasar por ella a la tarde para retornarla al campo), le avisó que prefería que se quedara en el pueblo porque estaba muy feo. –Mañana la llevo –le dijo. Estrella estaba feliz, por lo menos se quedaría esa noche con ellas. Ya habían acordado que de vez en cuando la traerían al pueblo y que podía quedarse en ambas casas. Iba a ser una perra privilegiada. Y vaya si lo fue con creces, mucho más de lo que pudieron imaginar. El mal tiempo se prolongó por varios días, el campo se inundó, el frío del otoño se hacía sentir cada vez más, y el viento soplaba sin parar… mientras tanto, Irupé se había adaptado a su nuevo hogar. Se comportaba de forma sumisa
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(todo lo contrario, a Luna, que era de carácter dominante), obedecía a Selma y le encantaba dormir sobre una alfombra que había ante el gran espejo del antiguo ropero restaurado de la bisabuela de Estrella, ubicado en el comedor. Muy fotogénica, se dejaba sacar fotos y se acostumbró a pasear con la correa cuando Selma la sacaba a dar vueltas a la manzana si paraba un poco la lluvia, para que estirara sus patas. Con la experiencia vivida con Luna, Selma sabía cómo enseñarle, además de ser muy obediente e inteligente, aprendió rápido y se ponía ansiosa cuando veía que Selma tomaba la correa. Cuando volvió el buen tiempo, nadie habló de regresarla al campo, Irupé había ganado su lugar, como ángel enviado que era; y si volvía al campo, era solo para pasear y descargar energías; resultaba increíble verla correr entre los sembrados, revolcarse en la tierra o en el pasto seco. Y alguna vez, hasta en la bosta. Cuando regresaba a la casa iba derecho a un buen baño que estaba a cargo de Estrella. ¡”Oso”!, ¿dónde está mi Oso de Felpa? –Ese era el nombre cariñoso conque la empezó a llamar Estrella. Entonces corría hacia ella atropelladamente. Se acostaba de espalda y se quedaba quieta para que le acaricien la panza. Era tan mansa… se dejaba hacer de todo, sin mordisquear, aunque algo guasa con sus patas gruesas y uñas afiladas. –Mi bebé oso… ¿Abrazo de oso? –le decía Estrella, porque Irupé había aprendido a dar abrazos. –¿No es bonito mi bebé? –preguntaba mientras la cepillaba. Irupé no emitía sonido, aprendió a ladrar muchos meses después. A la pelotita de tenis le tenía miedo, y cuando salía a la vereda no se iba más allá de la esquina. Si se encontraba con algún perro, lo invitaba a jugar. Pero rara vez
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los perros se unían a su juego. Era alegre, un ser feliz y sin duda, enviado por Luna, sino ¿por qué se quedaría en la tranquera al pasar por ese lugar con su hermano el negro? Y así, “la recogida” como le decía Selma; el ángel enviado por Luna, como le gustaba imaginar a Estrella, se convirtió en dueña y señora de la casa. Era un ser cariñoso y dulce, un ser de luz que conquistaba a todos los que llegaban de visita. Especialmente las amigas y amigos de Estrella que la llenaban de mimos. Irupé, nuestro ángel de la guarda, tenía una importante misión que cumplir en la tierra: hacernos felices, y su agradecimiento por el hogar que le dimos, lo expresaba con dosis diarias de abundante y puro amor.
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EGLE Selma, Ana y Estrella dejan a un lado el tejido que las mantiene ocupadas cuando se abre la puerta de la pieza. El traumatólogo Alfredo Casero, entra y las saluda con un “buenas tardes”, luego se dirige a la cama donde está Egle. –¿Cómo se encuentra hoy?, espero que más tranquila, si tenemos suerte, en dos días recibimos la prótesis y realizamos la operación. Egle sonríe sin ganas, sin embargo, todos saben que la espera la tiene muy alterada. Es domingo, y ella ingresó a la clínica el día anterior, con una quebradura de cadera. Con sus 90 años, Selma creía que no sería posible operarla. Sin embargo, el doctor Alfredo le aseguró que había que hacerlo o quedaría postrada. Por supuesto que los riesgos a esa edad existen, pero confiaba en que saliera a flote. –Paciencia –le dijo a Selma que lo escrutaba con la mirada– el martes, o a más tardar el miércoles, la operamos y enseguida la ponemos a caminar. –Está bien Doctor, gracias. Cuando el doctor parte, vuelven al entretenimiento que las mantiene unidas: el tejido. Pronto llegará el invierno, lo ideal es tejer bufandas. Cuando Selma se cansa, se acerca a la ventana del primer piso que da a la calle (es una habitación privada, donde Egle se encuentra más tranquila). Los fresnos lucen tristes, están casi desnudos, algunas hojitas doradas, todavía se pueden ver como un toque de color en tanto gris dominante.
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Cuando cae la tarde, su prima Ana se retira (justo ese día comienza a trabajar en el cuidado de Egle por las tardes), Estrella decide salir con ella, solo tiene que hacer 3 cuadras hasta su casa donde la espera tarea por hacer. Selma tiene que esperar la llegada de Lola, la mujer que, desde hace 2 años, cuida a Egle por las noches. Como su madre está tranquila mirando televisión, vuelve al tejido; mientras teje piensa en todas las cosas que vivió en los últimos años y cuánto necesita que Egle se ponga bien… y que Estrella salga adelante, justo ese año que decide pasar de la escuela privada a la pública y la adaptación le está costando más de lo que ella, sin duda, había imaginado. Cuando Egle enviudó se transformó en una mujer amargada, caprichosa y muy dependiente de su hija. No perdía ocasión para “hacerle la psicológica”. Selma, con el tiempo, dejó de entrar en su juego. Pues, si hacía caso a sus lamentos constantes, nunca se mudaría a la nueva casa que había terminado de construir justo al mismo tiempo que salía su divorcio del matrimonio con Danilo. Por eso, sin pensarlo dos veces, programó la mudanza y con la ayuda de un amigo de la familia, todo fue más fácil. Estrellita, con sus 4 años, estaba muy entusiasmada ya que tendría cuarto propio. Fue entonces que comenzó otro tipo de rutina y Egle se acostumbró pronto a estar sola mucho tiempo, especialmente a la noche, porque durante el día, casi siempre estaba su hija. Después de dejar a Estrella en el jardín, Selma se dedicaba a los mandados, trámites, y miles de cosas que requiere llevar adelante dos casas. Egle cocinaba, ya que era de su agrado y la mantenía ocupada en algo. Almorzaban juntas y luego Selma y Estrella partían a su casa donde las esperaba distintas actividades relacionadas con el jardín de
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infantes, además de pintar mucho. Era la etapa en que Estrella se dedicó a las artes plásticas. También hacía algo de música con la dirección de su madre. Luego regresaban a lo Egle, tomaban con ella la merienda, miraban televisión (todos programas infantiles que disfrutaban las tres generaciones), luego volvían a la casa, cuando llegaba la noche volvían para cenar con Egle, y luego otra vez a su casa para dormir, dejándola sola mirando sus programas preferidos en la televisión. La rutina estaba instalada y las tres eran muy felices. Cuando Estrella terminó su etapa del jardín e ingresó a la escuela, cambió la rutina porque el turno era de tarde. Especialmente porque la niña se dedicaba a dormir por las mañanas, pero Selma seguía igual, ocupándose de las compras y la organización del almuerzo con Egle. Almorzaban juntas y desde ahí la llevaba a la escuela caminando ya que le quedaba cerca. Dos cuadras, cruzaban la plaza y enseguida estaban en el Colegio que alguna vez (cuando estudiaba Selma) había sido de monjas. Y Selma regresaba de prisa para ver junto a Egle la novela de la tarde que las tenía embobadas ya que el protagonista era un actor muy buen mozo. Cuando terminaba, volvía a su casa para hacer las tareas que allí le esperaban. Volvía a la hora de la merienda para matear con Egle y luego partía a buscar a Estrella, que salía de la escuela a las 17,15 horas. En su casa le preparaba la merienda, la ayudaba a hacer los deberes y partían a cenar a lo Egle. Al rato, ya estaban regresando a su casa donde se quedaban mirando un rato de televisión, antes de dormir. Para entonces, Estrellita rara vez dormía en su cuarto, se había acostumbrado a pasarse a la cama grande y quedarse dormida allí. Los fines de semana, salvo que estuviera Danilo de visita, se trasladaban a la casa de Egle y dormían allá. Ya era
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una costumbre que las mantenía muy unidas. Selma recuerda aquellos años como de una felicidad plena. Su dedicación a Estrella y a Egle era a tiempo completo y no se lamentaba por ello, se sentía feliz y convencida que era lo que necesitaba hacer para estar bien. Ocuparse de su vida, eso, podía esperar. Cuando Danilo llegaba al pueblo para la visita a su hija compartían salidas y comidas en familia, la etapa del tembladeral emocional había pasado y convivían en armonía por el bien de Estrellita y así ambos se sentían cómodos con esa nueva situación. A Danilo le gustaba mucho matear en casa de Egle y luego partir a buscar a Estrellita a la escuela. También solían viajar a la ciudad, donde paseaban mucho y Estrella visitaba a sus abuelos, con los que se quedaba a dormir, mientras que Egle y Selma disfrutaban del departamento, ya que Danilo casi nunca estaba, en ese tiempo solo andaba de visita. Varias veces intentó una nueva vida lejos da ahí, sin éxito. Después del viaje programado a las montañas para el cumpleaños 9 de Estrella, la tranquilidad que reinaba al fin en la vida de Selma, lentamente se fue contaminando. Para entonces, Egle quedó a cargo de la tía Fernanda, ya hacía años que usaba audífono. El aparato dejó de funcionar justo cuando Selma estaba de viaje, por lo tanto, resultaba casi imposible comunicarse con ella telefónicamente, y volvía loca a Fernanda. Ni bien llegó, Selma se encargó de mandar reparar el audífono y viajó ella misma, a los dos días, a retirarlo de la ciudad vecina. “Un problema solucionado” –pensó Selma. Pero había otro que la alteraría también, en ese caso por los celos. Y fue la llegada a la familia de Luna, la cachorra siberiana que se adueñó de las dos casas, con su simpatía, gracia y travesuras
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muy propias de la raza y de la edad. Egle no la aceptaba, se alteraba cuando la veía y no le gustaba que acaparara todas las atenciones. Sin embargo, Luna, siempre le brindaba su afecto desinteresado y con el transcurrir de los años fue aceptada –y aunque nunca lo manifestó– si no la veía, la extrañaba. Desde entonces, distintos problemas de salud, fueron complicando la vida de Selma, pues Egle, cada vez requería más cuidados. Seguía viviendo sola, y caminando las 3 cuadras que la separaban de la casa de Selma para ir, algunos días a la semana, a almorzar con ellas. A veces, Selma la invitaba a quedarse a dormir, Egle solo accedía después de tener que insistirle bastante. Prefería quedarse sola en su casa, o que Selma y Estrella se quedaran con ella. En ese tiempo, la vida de Selma se desarrollaba entre las dos casas, ocupándose del bienestar de Egle y de los estudios de Estrella. Sus propios deseos, necesidades y sueños quedaron relegados a un tercer lugar, a la espera de tiempos propicios que cada día los veía más lejanos. Ya no escribía, no pintaba, no proyectaba… vivía el día a día, resolviendo los problemas como se iban presentando. Sin tiempo ni ganas de pensar en ella, lejos de la posibilidad de sentir el deseo de enamorarse. Estaba seca de sentimientos, marchita de amor, como un árbol resquebrajándose por la sequía prolongada. Como un libro olvidado, en algún rincón de la biblioteca, con sus hojas desintegrándose. Sin embargo, encontró algo que la relajaba y la hacía feliz. Pasar horas frente al televisor mirando tenis, convirtiéndose en una adicta a ese deporte. A tal punto que logró convencer a Estrella para que comenzara las clases que daban en el club del pueblo, único lugar con cancha de tenis.
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–Te hará bien practicar un deporte, para tu salud, y salir un poco de tanta actividad mental. Para entonces, Estrella, además de la escuela, asistía a clases de inglés y computación. Pero Estrella no estaba muy convencida de hacer deporte. Sin embargo, aceptó y al cabo de poco tiempo estaba encantada con la profesora y con el deporte elegido. Selma la iba a ver cada vez que había competencia, le encantaba observar lo rápida que era y cómo aplicaba todo lo que Marianela le enseñaba. –Es muy capaz –le explicaba Marianela a Selma– tiene talento para el tenis, y a pesar de su estatura (Estrella era bajita y muy menudita para la edad), mejora día a día. En una competencia ganó una medalla que la puso muy feliz. Ambas se dirigieron a la casa de Egle para mostrársela, ella estaba en cama con bronquitis, y Selma tenía que quedarse a cuidarla. –¡Qué bueno Estrella! –le dijo– es muy linda, me alegro mucho. Estrella se veía radiante. Al poco tiempo, Marianela le informó que comenzarían las competencias regionales y que sería bueno que Estrella se inscriba para participar. Lo hablaron mucho, y Estrella manifestó que no deseaba alejarse del pueblo sin la compañía de su madre. Y Selma, con dolor en el alma no pudo hacer nada. No podía alejarse del pueblo porque Egle requería de su presencia permanente, no tenía nadie en quien delegar esa tarea. Al poco tiempo, el tenis se terminó para Estrella. Marianela se mudó para entrenar en una ciudad del sur y la nueva entrenadora que quedó a cargo de las clases en el club no fue del agrado de Estrella, y sin pensarlo mucho, abandonó las clases. Nada pudo hacer Selma para convencerla. Solamente seguía jugando los domingos con Selma para
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distraerse, compartir las silenciosas y solitarias mañanas de domingo divirtiéndose juntas era un buen plan para ambas. Una buena excusa para que Estrella madrugara y aprovechara para moverse un poco. El resto del domingo lo pasaban con Egle, amasando pasta casera y realizando todo tipo de actividades como tejer, jugar con Luna, mirar televisión, y hacer compañía a Egle; quien se sentía reconfortada de contar con ellas. Selma sale de su mundo de recuerdos, deja el tejido a un lado y mira a Egle. Está dormida, pronto llegará la comida. Mira por la ventana, ya es noche, hay poco movimiento en la calle, en un rato vendrá Lola. No puede evitar repasar cada uno de los episodios previos por los que atravesó su madre antes de encontrarse en ese trance de encarar una operación riesgosa pero inevitable. Su mirada se pierde en el hermoso y antiguo chalet de la vereda de enfrente, pero mira sin ver. Otras imágenes pasan por sus ojos. Era un domingo espléndido de verano. Selma y Egle habían terminado de almorzar. Estaban solas porque Estrella se encontraba en la ciudad. Selma lavaba los platos en la cocina y Egle había salido al patio un momento. Un ruido la alertó. Cuando salió afuera, Egle estaba en el suelo y Luna a su lado. No reaccionaba y de un costado de la cabeza le salía abundante sangre. Selma se asustó y corrió a la vereda; por suerte, estaba el vecino de enfrente para ayudarla. La levantaron, la sentaron en una silla, Selma le limpió la herida, mientras el señor llamaba a la ambulancia. Egle había vuelto en sí, pero estaba muy pálida. El golpe había sido fuerte. Le manifestó a Selma que de repente se había mareado y luego vio todo negro.
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Enseguida llegó la ambulancia y la llevaron a la clínica. Después de la primera revisación y cura, la dejaron internada para evaluar la evolución de la herida. Tenían que descartar cualquier problema en la cabeza. –La dejaremos un par de días, así le hacemos una serie de estudios. Ha tenido una suba de presión. Selma regresó a la casa, Luna la esperaba. Así que armó un bolso con ropa, medicamentos y todo lo que Egle necesitaría allí y cerró la casa materna. Con Luna partieron a su propia casa y ya más tranquila, regresó a la clínica donde se quedó a dormir con su madre. A los dos días le dieron el alta; al mismo tiempo, Estrella llegaba con Danilo desde la ciudad marrón. Al otro día, por la mañana, fueron todos a llevar a Egle a hacerse una Tomografía computada a la ciudad vecina, pues en el pueblo no había tomógrafo. Egle estaba bastante inquieta y preocupada, Selma entró con ella a la sala y la animó; en 10 minutos salía del aparato, luego tuvieron que quedarse hasta el mediodía para recoger el informe. Toda la mañana había llovido, pero cuando regresaron al pueblo, el sol brillaba en un cielo azul. En casa de Egle, donde habían dejado a Luna, se encontraron con una sorpresa: la traviesa Siberiana, para no aburrirse, había estado haciendo pozos y salpicando barro por las blancas paredes del patio. Selma decidió ocultárselo a Egle, evitando saliese afuera, llamó a su amigo pintor y al otro día, Kispa arregló el problema limpiando las paredes y tapando los pozos. Luna, quedó castigada y tuvo que dormir afuera. Pasaron los meses, Egle se recuperó y ellas siguieron la rutina de antes; sin embargo, Selma estaba pensando seriamente en ponerle una mujer que la acompañara por las
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noches. Cuando se lo comentaba a su madre, se negaba rotundamente a ello. Ella estaba bien, y quería seguir sola, una mujer invadiría su privacidad. Al poco tiempo sucedió un episodio que convenció a Selma de buscar una mujer sin tener en cuenta la opinión de Egle. Cuando llegó aquella mañana temprano, como todas las mañanas, a la casa de Egle, encontró las persianas cerradas. Señal de que algo no andaba bien. Intentó abrir la puerta con su llave, pero no pudo, porque Egle (y a pesar de que ella le decía siempre que sacase la llave de la puerta) la había dejado puesta. Tocó timbre, pero sabía que no escucharía, ya que se sacaba el audífono para dormir. No se escuchaba ningún ruido. Intentó entrar por el patio accediendo con la llave de la puertita que permite el acceso desde la calle. Pero tampoco pudo abrir la puerta de la cocina, estaba trabada por dentro, algo que debió imaginar. Entonces golpeó la celosía de la ventanita de la pieza de Egle. Y escuchó un sonido, pero no entendió bien, era indudable que algo le pasaba a su madre. El corazón le comenzó a latir a todo ritmo, tenía que entrar cuanto antes. Así que, sin demora, llamó al cerrajero, éste llegó enseguida, ante el pedido desesperado de Selma. Cuando la puerta se abrió, encontraron a Egle tirada en el piso a medio camino entre la pieza y la cocina. Estaba como perdida y no se podía levantar. Así que con la ayuda del cerrajero la sentaron en un sillón y Selma llamó al médico que tenía más a mano: su primo Emilio. La revisó completa sin notar nada extraño. Le habló y poco a poco, Egle comenzó a situarse en tiempo y espacio. Pero no sabía bien lo que le había pasado. Luego la ayudaron a caminar y si bien con cierta dificultad, pudo llegar a la cocina donde Selma le preparó el desayuno.
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–No encuentro nada que indique lo que pudo haber pasado –le dijo Emilio– quizás le bajó la presión, se cayó y luego no pudo levantarse por el mareo. El golpe no le afectó nada; de todos modos, seguí controlándola, si notás algún cambio me llamás. Selma asintió y despidió a su primo. Luego esperó que Egle desayunara y la ayudó a vestirse. Regresó a su casa, despertó a Estrella y ambas volvieron juntas para hacerle compañía. Selma salió a hacer las compras para cocinar, Estrella se quedó con su abuela, que parecía plenamente recuperada. El susto había sido muy grande para Selma, así que se puso a buscar una persona para las noches. No quería tener que pasar por esa zozobra nunca más. Egle, tuvo que aceptarlo, no le quedaba opción. A los pocos días, Lola, recomendada por una vecina, con experiencia en cuidado de ancianos y enfermos, llegó a sus vidas y con el correr de los meses fue tomándole mucho cariño a Egle, la que, al principio, la miraba con recelo, luego se acostumbró a ella y comprendió que estaba bueno contar con alguien para compartir la televisión, charlar un poco y luego dormir tranquila, sabiendo que ya no estaba sola y que podía contar con ella siempre. Y Selma, logró relajarse y dormir mejor, ya sin el temor de no saber lo que encontraría cada mañana al llegar a la casa de su madre. Cuando Egle cumplió los 90 años hicieron una gran reunión familiar para festejarlo. Con Estrella le regalaron una hermosa torta y una sección de fotos para el recuerdo. El festejo fue en la casa de Selma y estuvo toda la familia presente, incluida Lola, que no podía faltar, ya que le había tomado un gran cariño a Egle, a Selma y a Estrella, con la que
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a veces se quedaba charlando cuando a la noche llegaba a casa de Egle y la encontraba junto a su madre. Selma la dejaba, mientras ella partía a su casa donde le esperaba siempre alguna tarea pendiente. Cuando Estrella, más tarde, llegaba, casi siempre encontraba a su madre durmiendo. Egle estaba radiante, se la veía feliz y nadie le daba los años que tenía. Su piel sin arrugas, su cara aniñada, su fresca sonrisa; le gustaba caminar sin bastón a pesar de que el médico le había recomendarlo usarlo para su seguridad. Pero la mayoría de las veces, el bastón estaba abandonado en algún rincón de la casa. Selma se enojaba, pero mucho no podía hacer, su madre era bastante terca y le costaba mucho dejarse ayudar. Eso sí, protestaba cuando Selma no la sacaba a dar los paseos en auto de todos los domingos por el pueblo. Generalmente salían las tres, luego caminaban algo por la plaza, en verano se sentaban en algún banco y en invierno iban al parque donde la gente se reunía a merendar y desde el auto observaban todo el movimiento mientras tomaban el sol de la tarde. Selma recordaba esas épocas compartidas, como momentos de gran disfrute. Tenía a su madre, tenía a su hija, se sentía plena de felicidad y agradecía a la vida por eso. Pero esa felicidad, ese bienestar compartido, acabó un sábado de finales de mayo. Ambas habían quedado a dormir con Egle, como todos los fines de semana, con Luna incluida. Para entonces, ellas dormían en la cama grande y Egle en la cama chica del otro cuarto. Selma despertó con un ruido y un quejido. Miró el reloj, eran las 3 de la mañana. Corrió al otro cuarto. Egle estaba caída al lado de la cama. Intentó levantarla, pero fue imposible. Le puso el audífono para poder hablar con ella.
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–¿Qué te pasó? –le dijo, sin poder disimular su sobresalto. –Al levantarme para ir al baño, me caí. –¿Te duele algo? –No. –dijo, pero no podía moverse. –Entonces voy a ver si puedo sentarte en una silla para llevarte al baño, ya que no podés caminar. Despertó a Estrella a quien puso al tanto de lo ocurrido y le pidió ayuda para sentarla en la silla. Entre las dos la llevaron al baño y luego intentaron pararla sin éxito. Selma sospechaba que tenía la cadera quebrada. De pronto sintió ganas de llorar, pero tuvo que disimular para que Egle y Estrella no se asustaran. Con bastante dificultad, lograron acostarla y Selma le pidió que se quedase tranquila (Egle estaba muy alterada), llamó a Lola para que las acompañe y al doctor Martín, su médico de cabecera. Cuando Martín llegó, la miró, y enseguida sospechó que tenía quebradura de cadera. Así que indicó internación y radiografía. Selma llamó a la ambulancia y Egle fue trasladada a la clínica. Allí la revisó el traumatólogo que le tocó de turno y le aseguró a Selma que habría que poner una prótesis; le indicó todos los estudios pre quirúrgicos, mientras trataba de conseguir una prótesis lo antes posible para que no pasara tanto tiempo sin caminar. Armarse de paciencia, era fundamental en ese caso. Desde ese momento, la vida cambió rotundamente para las tres.
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SELMA “El irá y vendrá muchas veces en tu vida”. Escribí esta frase un día, cuando aún concurrías al jardín y llorabas si tu papá se alejaba a la ciudad, y lo esperabas una y otra vez. Yo esperé. Sin odios, sin rencores, con el alma en paz. También llorabas cuando volvías de la capital porque querías quedarte allí. Y eso me dolía mucho. Pero esperé. Sabía entonces que crecerías y poco a poco irías comprendiendo y encontrando tu lugar en el mundo. Siempre estuve a tu lado, lo sigo estando, estaré por siempre, aunque físicamente estemos separadas. Tiene que ser así, lo prometí cuando naciste. Tu incansable búsqueda se parece a la mía de la niñez. Eres libre para elegir. No olvides que siempre me tendrás a mano como guía para que no te apartes de la senda correcta cuando transites “el camino de tus sueños”. A esta altura conoces a tu padre. Va, viene, sigue su búsqueda de la felicidad. Y a su manera, también te apoya en cada uno de tus logros. Fue y es presencia aún en la ausencia. Hoy creo que tienes claro tu lugar, el mío, el de tu papá, en el mundo. Has crecido y algunas respuestas van llenando tu alma e irán calmando las preguntas sin respuestas. Ya no lloras. Ya no exiges. Has sabido ocupar tu espacio con amor y pasión. Cumplirás tus 13 años. Lograste ampliar tus afectos, con tu abierta personalidad, tu calidez, tu auto exigencia, tu simpatía y alegría; llegando a todos los que te conocen. Porque siempre supiste hacerte querer.
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Eres dueña de todos los logros. Mi mérito fue acompañarte e incentivarte. Tienes 12 años y llevas transitado un largo camino de sabiduría y aprendizaje. Un camino donde viviste el amor y el desamor. Tu mirada diáfana iluminará el sendero de tu destino con libertad. Sin duda, vas comprendiendo los mensajes que he dejado al costado del camino y poco a poco recogerás los frutos de tu esfuerzo y yo me sentiré bendecida con la emoción de verte crecer. Te quiere mucho. Tu mamá Selma. El domingo en la clínica se hizo largo y tedioso para Selma, ya que nadie acudió a acompañarla. Para pasar el rato, llevó el diario compartido que llevaba con Estrella desde hacía un año, donde ambas daban rienda suelta a sus pensamientos. Tenía la esperanza de escribir algo, pero se quedó absorta leyendo los escritos, que eran bastante largos, especialmente de su parte. Ya que Estrella solía contestar con pocas palabras y a veces pasaban meses sin escribir. Sin duda, la escritura no era ni sería en el futuro, su fuerte. Generalmente eran consejos, esa carta poética había sido escrita en el verano, cuando Estrella se ausentó mucho tiempo del pueblo, para pasar unos días con Danilo y los abuelos en la ciudad. Selma la extrañaba bastante, y entonces, descargaba su tristeza en el diario compartido. Intentó escribir, pero no podía concentrarse. Egle estaba inquieta y quería levantarse. No entendía que estaban esperando la prótesis y que luego sí, podría volver a caminar.
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Dos días después se realizó la operación con anestesia total. El cirujano traumatólogo Alfredo Casero le informó a Selma que todo había salido bien, pero que había sido bastante complicado poder insertar la pequeña prótesis en el huesito de Egle, era todo demasiado estrecho por la contextura menuda de su madre y la debilidad de sus huesitos. Pero tenía fe en su evolución para volver a caminar. Al otro día la comenzó a visitar el kinesiólogo para empezar con los ejercicios de rehabilitación. La idea era que saliera de la clínica pudiéndose parar y dar algunos pasitos. Mientras tanto, Selma necesitaba encontrar una mujer para el turno mañana y los fines de semana. En las noches estaba Lola y por las tardes, su prima Ana. En la clínica le recomendaron a Rosa, una señora que había estado ofreciéndose para el cuidado de enfermos y les dejó su celular a las enfermeras. Selma la llamó, Rosa acudió enseguida a la clínica para entrevistarse con ella y conocer a Egle. Llegaron a un acuerdo, empezaría a trabajar en cuanto le diesen el alta. Lo que ocurrió 3 días después. Era un día gris y desapacible, desde temprano Selma acondicionó la casa, prendió el calefactor, armó la cama, hizo las compras necesarias para ese día y llevó desde su casa una silla con rueditas que había pertenecido a Antonino, que usaba como complemento de una mesita donde apoyaba su máquina de escribir Olivetti. Era ideal para desplazar a Egle por la casa hasta que pudiese caminar con un andador. El doctor Alfredo le indicó que era mejor evitar una silla de ruedas. Selma se sintió aliviada, los espacios en la casa de su madre eran bastante reducidos para el tránsito de la silla de ruedas. Ya bastante habían sufrido cuando Antonino debió usarla en sus últimos meses de vida.
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Y poco a poco se fue armando una rutina en la casa de su niñez. Donde siempre había movimiento de gente. Las mujeres que entraban y salían, Selma que aparecía en todo momento para controlar y ver que no faltase nada. Estrella, que pasaba a tomar la leche con Ana a la tarde, los parientes que llegaban a visitar a Egle, el kinesiólogo que todos los días la atendía y lograba rápidos progresos en Egle, que se esforzaba al máximo por caminar ayudada por él, y luego con el andador. Los fines de semana, Selma y Estrella se quedaban como antes del accidente con Egle, y así, las mujeres tenían su descanso. Selma aprovechaba para sacarla a caminar a la vereda, despacito, hasta la esquina, y volver a la casa. Egle, al principio se negaba, sin embargo, con la insistencia de su hija, se acostumbró. Con la ayuda de Estrella, la subían al auto y salían a pasear por el pueblo para dar “la vuelta al perro”, como se decía entonces. El tiempo transcurría sin novedades. Solo Estrella que no se adaptó a su nueva escuela y después de las vacaciones de invierno, decidió volver al colegio privado, convencida que había sido una mala elección cambiarse. Pasó la primavera y llegó el verano. Selma estaba agotada. Solo vivía para su madre, ayudaba con los estudios a Estrella y ella había postergado totalmente sus necesidades. Para darse un poco de tiempo propio, decidió buscar una mujer para los fines de semana y otra que resultó como comodín para reemplazar a alguna que tuviese problemas de salud. Así llegó Laura, quien por pedido de Egle, Selma y Estrella, todos los sábados por la tarde hacía exquisitas tortas fritas con las que las recibía para compartir el mate y acompañar a Egle a la hora de la merienda, quien estaba
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encantada de reemplazar las vainillas de siempre por las deliciosas tortas fritas y exquisitos buñuelos de manzana. La “gorda” era muy especial, cuando llegaba para reemplazar a alguna que no podía ir o cubrir algún horario que solía hacer Selma, iba provista de comida extra. Egle, en cuanto se quedaba sola con Selma le pasaba el parte de quejas, le decía que era muy comilona y que no le gustaba como la trataba. Selma sabía que Egle exageraba algo, y aunque quisiese cambiarla, no encontraba a nadie de confianza que pudiese cubrir cualquier horario de cualquier día. Así que “la gorda” siguió trabajando, a pesar de la mala cara que Egle ponía cuando la veía llegar. Después de todo, era la que menos veía. Y a Selma le caía simpática. Se había acostumbrado a la buena comida que le preparaba Rosa, que estaba a la mañana. Era común que le pidiese guiso de fideos y ñoquis caseros. Ambos platos, le salían exquisitos. Tenía “sabor” para la cocina, y cuando había guiso, Selma se llevaba una vianda a su casa porque Estrella (siempre muy delicada para la comida), tenía predilección por el guiso de Rosa. El único que comía y cuando Rosa tuvo que abandonar el trabajo por problemas de salud, la extrañaron muchísimo. Especialmente Estrella, que debió despedirse del guiso. La señora que llegó a reemplazarla; Olga (“la flaca”, le decían), tenía poco amor por la cocina y Selma tenía que estar indicándole siempre, comidas simples, porque ponía muy pocas ganas. Según Egle, era haragana, nunca le gustó, y decía que no se esmeraba y que pasaba casi toda la mañana sentada. Sin embargo, a pesar del desagrado de Egle, Selma le tenía mucha confianza, era muy buena persona y nunca discutía nada, en cambio Rosa, tenía un carácter fuerte y solía enfrentar las indicaciones de Selma que no le gustaban
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reaccionando de mala manera, entonces tenían algún intercambio de palabras que agotaban la paciencia de Selma. El contacto con Rosa no se perdió, cuando se repuso de su enfermedad volvió, aunque impedida de trabajar tiempo completo, Selma la contrató para las noches del fin de semana cuando Lola tenía franco. Lo bueno de tener tanta gente era que Egle nunca se quedaba sola y tenía variedad de conversaciones para no aburrirse. Lo malo, que los chismes circulaban constantemente. Entre tantas mujeres, las acusaciones mutuas estaban a la orden del día. Con el tiempo, Selma les tomó el tiempo y no se dejaba llenar la cabeza por las quejas de cada una sobre la otra. Resultaba abrumador. Y Egle, si bien no protestaba, cuando se quedaba sola con Selma, agradecía el silencio para poder mirar televisión tranquila. Aunque antes, tampoco se quedaba atrás, y se despachaba con un rosario de quejas que Selma solía tomar con pinzas. Su madre se había vuelto bastante insoportable con ella. Selma comprendía y toleraba todo. Era lógico que Egle descargara su ira y su impotencia al sentirse tan limitada, habiendo sido una persona sumamente inquieta; con ella (su ser más cercano) y también con su nieta, cuando Estrella pasaba a visitarla. “Te maltrato porque te quiero”, decía la consigna, y ella la cumplía al pie de la letra. Había días en que Selma se sentía tan mal que no tenía ganas de regresar a la casa de su madre. Y perderse en algún paisaje de los que guarda en su mente: como el de la lejana y querida Isla Blanca. Ese verano fue muy difícil para Selma, porque Estrella pasó casi todo el tiempo en la ciudad con Danilo y los abuelos. Durante ese tiempo, el día lo pasaba entre las dos casas y durante las noches dormía con Egle, le había dado vacaciones
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a Lola. Si bien Egle se encontraba tranquila y caminaba con un bastón de 4 patas, durante las noches era duro tener que estar atenta a sus necesidades, y dormir mal, despertándose sobresaltada cada vez que sentía el clic al encenderse la luz en la pieza de Egle. Estaba atenta a su llamado por si quería ir al baño. Ella la ayudaba a desplazarse hasta el baño; por la mañana, le cebaba unos mates, la aseaba, luego le preparaba el desayuno con el que tomaba los medicamentos, y esperaba que llegase Rosa con quien la dejaba. A veces, Egle se ponía muy caprichosa y la trataba mal. Al final, Selma, se acostumbró y no le hizo más caso. Por su salud mental, tuvo que volverse indiferente a sus protestas y reclamos. Ella sabía que no le faltaba nada, tenía que estar tranquila. Hacía 11 años que había renunciado al amor, completamente entregada al cuidado de Estrella y de Egle. Pero no había sido difícil para ella adaptarse a eso, no sentía necesidad de amar, era feliz así. Sin embargo, todo el estrés vivido ese último año con la quebradura de Egle, los cambios ocurridos en la casa materna, convivir permanentemente con un enfermo, la fue sumiendo en un estado de tristeza y depresión que la llevaron a escribir poesías que transmitían melancolía y abatimiento. Ella las llamó “poesías negras”. Al mismo tiempo que vivía en ese estado negativo, sintió un renacer sexual que hacía mucho no sentía, porque después del divorcio había cerrado su corazón a los sentimientos y deseos. Como pasaba mucho tiempo sola en su casa, cerraba todo, encendía el aire acondicionado en las tediosas horas de la siesta del verano, y se tendía en la cama fantaseando con hombres imaginarios que se apoderaban de su mente y de su cuerpo, y que no podía eliminar por más esfuerzo que hiciera. La situación llegaba a ser tan real que no
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necesitaba masturbarse para lograr orgasmos tan intensos que la dejaban jadeando, como si hubiese escalado la cumbre del Monte Everest. Al poco tiempo, comprendió su realidad, que su soledad amorosa era tan agobiante que se hundió al fondo mismo de un abismo de dolor. Entonces supo que tenía que hacer algo para remediarlo, darse otra oportunidad de conocer un hombre que le mostrase otras formas de amar. Estrella había crecido, ya no era la niñita con la que compartía tantas actividades gratificantes. Y Selma había pasado la curva de los 50 años, cada vez le resultaría más difícil encontrar un nuevo amor. Ya había perdido demasiado tiempo. Cuando Estrella regresó de la ciudad, le sugirió que entrara a Internet y creara un perfil para las páginas de citas y encuentros. Empezó una apasionante búsqueda virtual que la llevó por un tortuoso camino de amores y desamores, donde subía y bajaba vertiginosamente sin encontrar el punto justo donde parar. Allí podía encontrar el cielo y el infierno, fueron muchos meses de búsqueda, algún tiempo de calma y volver luego a arremeter de nuevo con todas las fuerzas renovadas.
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ELLOS Edmundo Correa fue el primero que se comunicó con Selma, a los pocos días que publicó su perfil en la página de encuentros match.com. Del mismo signo que ella, jubilado municipal, 3 hijos grandes, varios nietos, divorciado, vivía en el lugar perfecto, la isla blanca de sus sueños donde Selma deseaba regresar para culminar sus días porque se había enamorado de su fría y esplendorosa belleza. No dudó y se comunicó con el que se hacía llamar Wilns8. Descubrió que era una persona formal, caballerosa y educada. Serio, algo tímido, jamás empleaba palabras de amor al hablar, si bien manifestaba la atracción que la forma de ser de Selma, le despertaba. Wilns8 se presentaba así: “Soy un hombre serio en mis responsabilidades, tengo una posición económica que se puede decir buena, asegurada por el resto que me quede de vida. Me gusta viajar por nuestro País, recorrer cada provincia todo el tiempo que me demande salir desde mi ciudad en auto. Los fines de semana me gusta salir de la rutina diaria, caminar, ir a tomar mate al aire libre, ir de paseo por el centro, andar en bicicleta por los caminos de los cerros, hacer recorridos en auto por el Parque y tomar muchas fotografías de la naturaleza. Busco una mujer acorde y afín, sin problemas de ninguna índole, que sea compañera, fiel, dulce, sensible, romántica, de buen gusto para vestir, que le guste cuidar su apariencia personal y la higiene en general, que sea hogareña, culta, de buen léxico, con conocimientos generales, para charlas
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maduras. Que no fume y beba en ocasiones especiales. Que sea una señora, una dama que sepa dar y recibir amor, que le guste escuchar y ser escuchada, que entre ambos sepamos tolerar los defectos, los errores y valorar nuestras virtudes. Que le guste viajar en auto, viajes largos, sobre todo. Ofrezco conocernos bien a través de la amistad, el tiempo que sea suficiente y si hay todo lo que tiene que haber entre ambos, formar pareja de por vida, y ser felices los dos, prometo quererla, amarla, protegerla, ser compañero y fiel, sobre todo. Eso en los afectos, en cuanto a lo material, tengo casa propia y cómoda. Si la futura compañera tiene alguna profesión y es activa y le gusta trabajar y progresar, acá en la isla, hay muchas posibilidades y buenos sueldos. Además, tiene que estar dispuesta a viajar, y lo más importante ¡a vivir en este extremo del mundo donde las bellezas son tantas, pero el clima es riguroso! Te espero, con cariño y besos”. Selma quedó impresionada, ese hombre reunía todo lo que ella buscaba; sin embargo, había una dificultad: la distancia y las responsabilidades que ella no podía eludir con la enfermedad de su madre y la adolescencia de su hija. Edmundo, tendría que esperar unos cuantos años. ¿Estaría dispuesto a eso? Lo que la alentaba era saber que a él no le asustaba viajar, es más, lo hacía cada año para controlar los estudios del hijo menor que cursaba en una universidad del centro del País. Casi en forma simultánea conocía a otros hombres de distintos lugares del País que despertaron su interés. “El Poeta”, como le gustaba llamarlo, vivía en el norte y había pertenecido al ejército. Con él intercambiaba poesías en dueto, que incentivaban su imaginación y despertaban fantasías eróticas. Durante las horas de la noche se
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encontraban para tener diálogos virtuales cargados de erotismo que la dejaban vibrando. Él la llamaba por teléfono en horas insólitas para proponerle juegos sexuales que Selma no entendía muy bien y la dejaban insatisfecha. Después de varios meses, la comunicación se fue cortando hasta diluirse por completo. Ambos mostraron un interés decreciente. Sus primas Ana y María Delfa la escuchaban con los ojos inmensamente abiertos y cara de asombro. Era una tarde dominical de invierno y habían salido a pasear solas en el auto porque Egle se negó a salir y las instó a que lo hicieran sin ella. Se habían detenido en el parque para conversar, mientras, observaban a los niños jugar en los juegos y a los adultos en su ritual del mate. Algunos jugaban con las mascotas, otros remontaban barriletes. Era una tarde soleada, aunque fría, que la gente del pueblo disfrutaba al aire libre. Selma había regresado el día anterior con Estrella de la ciudad, donde había viajado después de una temporada larga de ausencias por lo difícil que le resultaba alejarse del pueblo, porque Egle necesitada de su atención. Y lo que allí había pasado resultó tan fuerte y nuevo en la vida de Selma que necesitaba contarlo a alguien antes de iniciar terapia para resolverlo. Y las indicadas, sin duda, eran sus primas, con las que casi nunca había tenido secretos. –¿O sea que te acostaste con Facundo y con Miguel en la primera cita? –Ana no salía de su asombro. María Delfa reía de los nervios. Selma debió reconocer que sonaba inverosímil, sin embargo, era real, en el transcurso de 48 horas los conoció y cumplió su deseo de acostarse con ambos. Esa actitud, la sorprendió por lo inusual, por lo contraria a sus principios y forma de ser. Había una Selma desconocida que vivía
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agazapada en algún rincón de su enigmático interior. Sin duda, tendría que iniciar terapia después de tantos años – pensó– aunque ella tenía una explicación: los 11 años que permaneció alejada de los hombres, sin interés por enamorarse, y mucho menos por tener sexo. Había sido como volver a la virginidad. Fueron dos días intensos de vivir todo por primera vez. Conocer dos hombres totalmente diferentes, tener coraje para acostarse con ellos casi por propia iniciativa, porque ninguno la había forzado a ello. Y no sentir culpa, es más, reconocer que la había pasado tan bien como pocas veces antes en su vida. Sintió su capacidad intacta para amar y gozar; y el sueño soñado en aquellos tórridos días del último verano, esa vez, era superado por la realidad. María Delfa la sacó de sus pensamientos. –Parece una historia de novela. Seguí contando. –A Facundo Pérez lo conocí hace unos meses, tiene unos años más que yo, dos hijos y es divorciado. Me persiguió todo el tiempo para que nos encontráramos, siempre diciéndome que soy una mujer especial de la que se enamoró enseguida. Ya le había anticipado de mi llegada a la ciudad y acordamos una cita para el día siguiente desde la media mañana. Él se acercaría al departamento. –¿Y el otro? –la interrumpió Ana, ansiosa. –Miguel, un gigante de casi 2 metros, también es separado y tiene dos hijos, además de un nieto. Él me dijo que lo llamara al llegar. –¿Lo llamaste enseguida? –dijo Ana. –No, porque ya había quedado con Facundo. Lo llamé un día después para vernos a la tarde. Como le gusta la lectura, le llevé algunos de mis libros.
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–¡Qué arriesgada!, ¿y todo salió bien? –preguntó María Delfa intrigada. –Sí, pero les sigo contando desde el principio. Cuando llegó Facundo al departamento, conoció a Estrella que quiso bajar a saludarlo y luego nos fuimos a tomar algo a la confitería de la esquina. No paraba de piropearme y desplegar sus encantos para la conquista. Me invitó a pasear por el centro. Al final acepté y nos fuimos a la estación para tomar el tren. Ahí, en el andén, me besó. –¿Y qué sentiste? – quiso saber Ana entusiasmada. –Sorpresa y algo de miedo. Había olvidado cómo se besa. Menos mal que llegó el tren y subimos. Me tomó de las manos porque casi caigo al trepar por la escalerita, estaba muy nerviosa. –Cuando llegamos, era mediodía, así que caminamos unas cuadras por la avenida atestada de gente y vehículos hasta dar con un restaurant donde entramos para comer. Yo estaba tan nerviosa que apenas pude pasar bocado, él comió bien; yo prefería responder a sus preguntas e indagar sobre su vida. –Cuando salimos a la calle me sentí mareada por el movimiento de gente. –Ah, claro –exclamó María Delfa– ¡tanto tiempo sin ir a la ciudad!, a mí me pasaría igual. –Yo no –acotó Ana, quien había vivido muchos años cerca de la ciudad y se había acostumbrado a su alocado movimiento– más bien, acá en el campo me siento deprimida, la vida resulta tan monótona… ¿Qué hizo Facundo? –Me preguntó si quería ir a un lugar más tranquilo. –Ja… la típica –exclamó Ana– seguro que a un hotel alojamiento.
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–La verdad es que yo se lo propuse –dijo Selma– no iba a perderme la oportunidad por miedo. Ambas se quedaron mudas del asombro, pero la siguieron escuchando atentamente. –Pasó por un kiosco, compró profilácticos y me dijo conocer uno por ahí cerca. –Les cuento que entrar allí fue alucinante, sentí que era la protagonista de un cuento, disfruté al máximo de un lugar diferente para el amor, donde todo está dispuesto para pasarla bien, desde los aromas, los colores, la arquitectura, la decoración y ese dulce placer de acceder a un túnel de luces de colores, donde nuestros sentidos se predisponen a la intimidad y vuelan hasta despertar los deseos más escondidos para desplegarlos en un espacio donde lo real es casi una fantasía. A ustedes les parecerá imposible, pero me sentí como si perdiese la virginidad de nuevo. Llegué a la cúspide de la felicidad y comprendí esa definición que dice: la felicidad “es un bienestar subjetivo percibido”. Era de noche cuando me dejó en el departamento, con la promesa de que la próxima vez nos veríamos en mi casa. –¿Lo invitaste a venir? –preguntó intrigada Ana. –Sí, para que conozca el pueblo, mi mundo, mi gente… y podamos ir conociéndonos. Él está muy interesado. –¿Vos? –Yo no sé. Tengo mis dudas aún. –¿Por el otro hombre que conociste después, Miguel? – preguntó María Delfa. –No, con él quedó todo claro que no nos veríamos más. Es por Edmundo. –¿Y cómo fue? –dijo Ana. –Al otro día, lo llamé, y a la tarde pasó a recogerme en el auto. Estuvimos un rato en el parque charlando de todo un
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poco, hasta que me preguntó lo que ustedes ya imaginan. Y para mi sorpresa, contesté que sí, apenas 24 horas después de haber estado con Facundo. –La verdad, estás loca, no es normal. –opinó Ana. –Está bien, tiene que aprovechar– opinó su hermana María Delfa– a nuestra edad no se puede andar esperando. Hay que concretar. –Puede ser, ¿pero dos días seguidos y con distintos hombres? Sabiendo cómo es ella de tímida, corriendo riesgos porque no los conocía casi nada, es peligroso –concluyó Ana. –Ahora me doy cuenta –afirmó Selma– antes no pensé mucho, solo quería vivir la experiencia. –Claro –dijo María Delfa– entiendo, ¿la pasaste bien con él? –Fue maravilloso, lo que sentí fue un descubrimiento, porque nunca antes lo había sentido. Pero quedó ahí, en las paredes del hotel, porque decidimos mutuamente no volvernos a ver. Selma dio por terminada la confección, el sol se estaba perdiendo en el horizonte y la noche se acercaba, tenía que regresar a la casa para ver a Egle que había quedado en compañía de Estrella. Sus primas guardaron silencio, conmovidas por todo lo que les había contado. Y ella ya estaba decidida, cuanto antes, pediría un turno con la psicóloga, la que hacía 6 años que no veía. En aquella época, la que hacía terapia era Estrella y tanto ella como Danilo, tenían que acudir por separado una vez al mes cada uno. Facundo Pérez se había enamorado; él, un hombre dedicado al comercio que, en su juventud, viajaba mucho y no se privaba de nada; veía en Selma, una joyita, una mujer especial, un premio que el destino le otorgaba en esa etapa de
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la vida y que creía no merecer. Después de ese encuentro íntimo en la ciudad, la persiguió incansablemente hasta lograr su amor, en cuerpo y alma. Al mes la estaba visitando en el pueblo. Si bien, Selma le había reservado un cuarto en el hotel para guardar las apariencias y que la gente no tuviera motivos para hablar; pasaba casi todo el tiempo en su casa. Su tarea no solo consistía en conquistar el amor de Selma, también tenía que esforzarse por caer bien a Estrella, una dulce adolescente que pronto cumpliría 15 años y que celaba bastante a su mamá. Conoció todo el entorno de Selma, a Egle, a las señoras que la cuidaban, a sus primas, y especialmente a Ricardo Lozano, con el que hizo rápida amistad acompañándolo al campo donde lo ayudaba en distintas tareas. También le gustaba mucho la paz que se respiraba en las calles del pueblo, la amabilidad de la gente, lo acogedora que resultaba la casa de Selma y la suavidad y el calor de su cuerpo que respondía tan bien a sus caricias. Muy pocas veces podían dar rienda suelta a sus deseos porque no quedaban solos el tiempo suficiente para calmarlos. Al hacerlo de apuro, quedaban insatisfechos y con muchas más ganas que antes. Facundo se despidió de Selma con la incertidumbre de no saber cuándo volvería a verla. Para él, ya eran novios, sin embargo, Selma quería estar segura de sus sentimientos; y para eso, le pidió tiempo. Él intuía que sus dudas se debían a ese amigo lejano que había conocido casi al mismo tiempo que a él. Ella fue sincera cuando le contó sobre sus sentimientos, y que pronto tendría la oportunidad de aclararlos, cuando pudiera verlo personalmente. Facundo se sentía muerto de celos, sin embargo, confiaba en su capacidad amatoria para retener a Selma con él. Además de la distancia, sin duda un factor importante que jugaba a su favor. Los 300 kilómetros
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que lo separaban de su amor, eran poco al lado de los 2.700 que separaban a ella de su competidor. Por lo tanto, la dejó en libertad para elegir. La primavera se acercaba y Selma se sentía tironeada por sentimientos encontrados. Por un lado, el recuerdo de los maravillosos momentos vividos con Facundo; se sentía atraída por su ternura, sus caricias que le desencadenaban un mundo de sensaciones, de solo imaginarlo recorriendo su anatomía. Por otro lado, la curiosidad de descubrir el amor de aquel hombre lejano, Edmundo Correa, habitante de su isla blanca que tanto le atraía y donde soñaba terminar su vida. Faltaba poco para que Edmundo arribara a su pueblo. Antes de su viaje a la ciudad para conocer a Facundo, Edmundo le había hecho una propuesta muy tentadora. Tenía previsto viajar hasta el centro del País donde estudiaba su hijo, trayecto que haría en auto como le gustaba. Su idea era desviarse al este unos kilómetros para encontrarse con Selma, visitarla y sacarse las ganas que ambos venían acumulando desde que se conocieron, unos meses atrás. Habían pactado un acuerdo sin compromiso alguno, donde cada uno seguiría luego su camino sin pensar en el otro. Selma no había puesto al tanto a Edmundo de la existencia de Facundo, ya que imaginaba un encuentro fugaz. Ambos sabían que la distancia que los separaba era grande y ninguno de los dos estaba dispuesto a abandonar su lugar de residencia. Especialmente Selma, por el estado de Egle y la edad de Estrella. Sabía muy bien que, si bien aquella isla blanca era su sueño, aún no había llegado el momento de concretarlo.
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Una tarde, a finales de setiembre, recibe un llamado al celular. Atiende con las manos temblorosas, al ver el nombre en la pantalla. –Hola Selma, estoy muy cerca de tu pueblo, en un par de horas estoy por allá. –Es Edmundo, si bien estaba al tanto de su inminente llegada, la sorprende que sea justo en el momento en que está más complicada con Egle. –¡Qué sorpresa! –exclama– has llegado más rápido de lo previsto. Te comento que estoy bastante complicada porque mamá tuvo un problema con la prótesis y hay que prepararla para otra intervención. Te voy a indicar cómo llegar al hotel y me esperas ahí, yo iré en cuanto me desocupe. Antes, tengo que llevarla a la clínica para una radiografía. Hay un único hotel, está frente a la plaza principal, no podés perderte. –le dijo. Cuando corta la comunicación, Ana la mira asombrada, pues la nota muy alterada. Ya estaban preparando a Egle para llevarla a la clínica. Quien estaba sufriendo una infección por rechazo de la prótesis, un año y cuatro meses después de la operación. Justo ahora –piensa Selma– llega Edmundo, en el peor momento. –Es Edmundo, está por llegar. ¿Qué voy hacer?, me muero de los nervios. Ana la calma, seguramente todo saldrá bien. Pero igual no le gustaría estar en el lugar de su prima. ¡Qué momento! – piensa. Ella no le había creído cuando le informó que vendría a verla desde tan lejos. Ahora le toca apoyarla para que no se ponga peor. Llevan a Egle a la clínica y como se desocupan enseguida, Selma parte de prisa a su casa para cambiarse y recibir a su amigo que llega de tan lejos.
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Ya en su casa, habla con Estrella para decirle que había llegado su amigo del sur y que iría al hotel para verlo. Si bien su hija sabía de esa visita, se sorprendió bastante, con sus 14 años no podía comprender mucho, pero sí quiso ayudarla con el maquillaje y la vestimenta. Su madre era un desastre para eso; en cambio ella, tenía muy buen gusto para la ropa y había aprendido algo de maquillaje. Selma se niega. –Tenés que estar linda –la reta y se pone manos a la obra. Al rato termina su tarea y le pide que se mire en el espejo. Selma se sorprende, se ve linda pero no puede disimular sus nervios. Lo que está a punto de vivir, supera los episodios anteriores. –¡Suerte! –le grita Estrella desde la puerta mientras Selma sube apresurada al auto. Edmundo había llegado bien al Hotel, aunque bastante cansado. También estaba muy ansioso. Se duchó y esperó. Cuando vio por la ventana que estacionaba un auto sus latidos se aceleraron. No esperó que ella bajara, fue a su encuentro. La tarde era bastante calurosa y húmeda, no andaba gente en la plaza y vio a Selma esperarlo en el auto. Cuando cruzó la calle, Selma salió de la ensoñación en que estaba, su amigo se acercaba. Vestía simple, informal, con pantalón vaquero y camisa bordó de tela fresca. Cuando subió la besó en la mejilla y su perfume invadió todo el espacio. Selma aspiró con deleite, era una fragancia exquisita. Llegaron a la casa, Estrella los esperaba, se saludaron y Selma preparó unos mates. Al atardecer Edmundo quiso ir al campo “Estrella”, con la esperanza de encontrarse a solas con
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Selma, se notaba la urgencia por abrazarla. Durante el corto trayecto no paró de tomarle la mano mientras manejaba, mientras le susurraba lo mucho que deseaba estar con ella. Sin embargo, iba a tener que sufrir un rato, en el campo se encontraron con Ricardo y otra gente trabajando. Se quedaron un rato y regresaron al pueblo. Selma decidió no pasar por lo Egle, llamó a Lola para preguntarle si todo estaba bien y le informó que tenía visitas. Cenaron los tres, Edmundo hablaba poco y Estrella se fue enseguida a su cuarto para mirar televisión. Si bien tenía invitación para un cumpleaños, decidió no ir y quedarse en casa. Selma supo que era por celos, no había dudas, su dulce hija estaba celosa. En el transcurso de un poco más de un mes, su madre había recibido a dos “amigos” en su casa, una fortaleza inexpugnable donde solo había lugar para ellas dos y la visita esporádica de Danilo. Buscaron un rinconcito alejado para estar tranquilos y poder besarse a gusto. Pero fue muy incómodo para Selma porque Edmundo iba “in crescendo” en sus avances y ella se sentía súbitamente cohibida. Trató de apartarlo y explicarle su situación. –Mejor te vas al hotel, yo mañana trato de encontrar la forma de que podamos estar juntos, pero no acá, voy a programar una visita a un pueblo cercano. ¿Qué te parece? De paso, conoces algo de la zona. No muy convencido, Edmundo asintió, la besó y partió. Al otro día, domingo, le explicó a Estrella que saldría con Edmundo desde la mañana para recorrer un poco los lugares turísticos de la zona. –Al mediodía te vas a almorzar a la casa de la abuela, hablé con Laura para que se quede todo el domingo con Egle y les haga de comer.
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–Bueno, me parece bien, tienen que pasear, que conozca todo. A la tarde vendrán mis amigas a tomar mate. –Yo estaré de regreso temprano para suplantar a Laura y esperar a Lola. –le aclaró Selma. El domingo había amanecido con lluvia, mientras esperaba a Edmundo con el que había quedado a las 10, Estrella la maquilló para que estuviese presentable. Edmundo llegó puntual, informal como siempre. Llevaba una camisa negra de seda y el perfume irresistible del día que llegó y fue a buscarlo al hotel. Antes de partir en su camioneta, le pidió pasar por la casa de Egle para comprobar que todo estuviese en orden. Egle miraba Televisión y Laura se disponía a preparar el almuerzo. Edmundo bajó para saludar y luego sí, pudieron partir al fin, para pasar un día en soledad, alejados de los problemas cotidianos. Hicieron el trayecto de 50 kilómetros hasta la ciudad vecina tranquilos, despacio, escuchando música y contándose mutuamente aspectos de sus vidas, sus proyectos futuros, sus deseos, como dos buenos amigos. La mañana gris de primavera tenía algo de melancolía. La lluvia era tenue y reverdecían los campos bajo la fina capa de agua, el aire estaba cargado de humedad y la luz algo velada por el cielo nublado. A Selma le gustaba bastante Edmundo, aunque no tenía ni una pizca de romanticismo y era bastante parco para expresarse. Morocho, pelo entrecano corto, bajo, delgado y de mirada algo dura. Muy buen conductor, su pasión era viajar en soledad por el País con poco equipaje, acompañado de la música y su equipo matero. “Un hombre práctico” –pensó. La ciudad vecina estaba desierta cuando entraron para comprar algo de comida en un supermercado. Enseguida se
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decidieron por unos sándwiches y salieron rumbo al parque, el que rodeaba una inmensa laguna de llanura con muelle, mesas y casitas de descanso. No tenían apuro, el día gris invitaba a intimar. No se veía gente, solo algunos deportistas pasaban corriendo a pesar del mal tiempo para hacer ejercicio. Estacionaron frente al agua, comenzó a llover más fuerte, entonces tomaron la decisión de comer en el auto. Selma preparó el mate para acompañar. Comieron en silencio, mirando el paisaje gris y triste. Edmundo la miraba de vez en cuando, Selma solo giraba a mirarlo cuando él le tomaba la mano y se la apretaba fuerte. Cuando terminaron de comer una manzana, él la atrajo recostándola en su regazo. La acarició dulcemente y luego la besó en la boca con dulzura casi infantil primero, de repente mordió sus labios y trató de separar sus dientes con la lengua. Selma se resistió, algo asustada, pero al final cedió, se relajó y lo dejó hacer. La mano de Edmundo hurgaba debajo del corpiño y le apretaba el seno. Ella suspiró, se apretó a su cuerpo alterado por el ritmo de la respiración; al rato, ella también respiraba con dificultad y sintió una sensación rara en el vientre, como un fuerte calor que subía hasta el rostro y temió que estuviese colorada como un tomate maduro. –Vamos a otro lugar –le dijo ahogándose. –¿A un hotel? –preguntó Edmundo. –Sí, hay uno a la salida, en la ruta. –Bueno, vamos –dijo él, sin poder ocultar la erección que se hacía evidente. La habitación estaba en penumbras, era pequeña, sencilla, con un suave olor a lavanda. Se notaba que era un lugar modesto, lejos del lujo que había observado en los
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hoteles que visitó unos meses atrás en la ciudad marrón, donde había conocido a Facundo. Selma se sentó en la cama y lo esperó, lo dejó hacer. Edmundo se acercó, la tomó de la cintura y sin decir palabra la besó con ternura. Sólo se escuchaba el fuerte latido de su corazón. El lugar estaba en penumbras, la lluvia había cesado y un fuerte aroma a pasto mojado invadió sus sentidos. Entonces se preparó, otra vez, era inmensamente feliz: “Bienestar subjetivo percibido” –pensó. El trayecto de regreso lo hicieron en silencio. Parecían dos desconocidos y no los amantes que hasta hacía un rato se complacían mutuamente. Selma hubiese preferido una palabra amable, de amor, alguna caricia suave en el cuello o en los cabellos, un beso en los labios, un “gracias” tal vez. Pero debía admitir que el acuerdo no contemplaba involucrarse en el amor. Que simplemente era un contrato sexual. Cuando llegaron, Edmundo entró en la casa, Estrella estaba con sus amigas, ya atardecía. La saludó amablemente y le dijo a Selma que partiría de inmediato a su destino final sin esperar al otro día. –¿Viajarás de noche? –le preguntó sorprendida y desilusionada. Sabía que él la había pasado muy bien, lo notó, entonces… ¿por qué se iba tan rápido? –Sí –contestó él– estoy acostumbrado. Si me canso paro un rato y sigo luego. Evito una noche de hotel y mañana ya estoy con mi hijo. No le contestó, se sentía mal, no podía tolerar que actuase como si todo fuese un trámite, cumplir lo pactado y partir sin más. Como si Edmundo hubiese adivinado su pensamiento, le aclaró para que no quedasen dudas.
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–Todo fue muy bonito, te agradezco el momento que me diste, pero no nos volveremos a ver. Y diciendo esto, con una frialdad absoluta, subió al auto y partió. Selma quedó en la vereda, confundida y con deseos de llorar, para ella no había sido un trámite, ella se había enamorado. Entró para avisarle a Estrella que iría a la casa de Egle y que volvería cuando llegase Lola. Tenía una profunda tristeza en el alma, aunque se sentía satisfecha por ese otro sueño cumplido. Trató de olvidarse de él, tenía bastante para mantenerse ocupada con la nueva intervención de Egle para parar la infección que le había provocado el rechazo de la prótesis. Los cuidados que necesitaba Egle, ayudar a Estrella en algunas materias, eran cosas que la mantenían ocupada; comenzó a recibir, nuevamente, mensajes amorosos de Facundo, quien insistía en iniciar una relación formal. Cuando Edmundo llegó a la isla, retomó la comunicación virtual con ella, pero de amor no se hablaba, solo intercambiaban mensajes esporádicos, hasta que un día, le envía esos versos que la conmovieron: “A usted señora bonita y hermosa, le digo: hay personas en la vida que no se olvidan. Usted es una de ellas, señora …. mía…” Selma decidió no volver a engancharse con él, lo conoció lo suficiente como para no esperar nada. Por lo tanto, aceptó la propuesta de Facundo e iniciaron un noviazgo algo atípico; ya que ella no viajaba nunca a visitarlo a la ciudad, y él, llegaba al pueblo para pasar unos días y luego partía. Y
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Selma nunca sabía el tiempo que podía estar sin volver. Podía ser una semana como meses. Con el tiempo se acostumbró a eso y terminó enamorada de Facundo. Aunque Estrella, no lo aceptaría nunca, algo no funcionaba entre ellos. Hasta que llegó el cumpleaños 15 de Estrella y él decidió no asistir. Seis meses después aparecía nuevamente en el pueblo, la familia entera festejó su regreso con un asado en la casa de Egle donde se divirtieron a lo grande. A media tarde Facundo y Selma se escaparon a la ciudad vecina para estar solos después de tanto tiempo. Selma prefirió no preguntar el motivo de su larga ausencia, su prioridad era disfrutar del encuentro íntimo hasta dejarlo sin aliento. Lo demás, por unas horas, dejaba de existir. Despertó asustada, Facundo dormía a su lado. Estaban solos en la casa, era una tórrida tarde de verano en el pueblo. Estrella estaba en la ciudad, con Danilo. A Selma le costó ubicarse. Había tenido una pesadilla horrible. Ambos se habían dormido después de hacer el amor con violencia. Facundo había recorrido todo su territorio y Selma lo había dejado e incluso incitado a más y más… sin manifestar cansancio. Rápidamente pasó de la lujuria al horror. Se encontró arrastrando a un monstruo peludo por un terreno cubierto de malezas, ella era etérea, joven y bella. La figura monstruosa tenía el rostro de Facundo y emitía unos sonidos guturales que espantaban. Despertó súbitamente con el corazón latiendo a mil y el cuerpo desnudo cubierto de transpiración. A su lado, Facundo emitía fuertes ronquidos atemorizantes. Acudieron a la mente de Selma palabras de Sigmund Freud sobre los estímulos en los sueños: “Todo ruido ligeramente advertido engendra imágenes oníricas
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correspondientes”. Sin duda, los ronquidos de Facundo fueron su estímulo para soñar, y algo le dijo, que ese sueño, sería premonitorio. De repente, sintió miedo. Se encontraba totalmente sola en la gran casa, durmiendo con un ser que desconocía. Corrió hasta el baño y dejó que la ducha fresca limpiara su cuerpo. Se sintió sucia y miserable. Desde entonces, su alma no tuvo paz
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SELMA Dos meses después estaba iniciando un nuevo viaje en la modalidad inaugurada un año atrás cuando fueron a la playa con Estrella y su prima Ana. Ese año viajaban a las sierras; pero esa vez, Jorge se quedaría a recorrer con ellas. Para entonces, el contacto con Facundo, nuevamente, se había cortado. Pero a Selma no le importó, tenían una relación informal que se acomodaba a ambos. Y ahora le esperaban días maravillosos de disfrute con la naturaleza, había encontrado en Jorge (el marido de su prima Ana), otro Antonino, la persona perfecta para acompañarla en sus aventuras por los caminos de las montañas. Seguro en el manejo, siempre dispuesto, bromista y amante de los lugares solitarios, inquieto para aprender y disfrutar la naturaleza, feliz de la oportunidad que se le presentaba para conocer nuevos lugares, sacar fotos, hablar con la gente, preparar ricos asados en la cabaña del lugar paradisíaco donde se encontraban, salir a caminar por el río, juntar piedras, trepar las montañas y divertirse en la hermosa pileta rodeada de flores y de plantas. Mientras que Ana y Estrella, se divertían por su lado. No faltaban momentos donde los cuatro la pasaban muy bien, como así también otros donde se armaban discusiones que al final terminaban entre risas y bromas compartidas. “Ya no importa lo que importa. El gris del cielo acompaña la melancolía. Los pájaros despiertan lento como lento transcurre el tiempo en éste dulce paraje verde.
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Buscaré el costado oculto de la luna y cuando lo encuentre, florecerá un ramillete de luz con entrada directa al corazón”. Selma escribe esos versos en su cuaderno de viajes, el día antes de partir. Y se pregunta: ¿Qué es “vivir”, con todas las letras? Contesta así: Cuando te suspendes en el silencio y dejas que la naturaleza te abrace. Después de tantos años alejada de la naturaleza, siente que vivir es volver a ella; permanecer quieta, sintiendo el silencio y dejándose abrazar por el viento, los árboles, las flores, el agua, los pájaros, el cielo y la tierra vestida de pastos o las montañas coronadas de piedras. El mar y la arena, el sol y las estrellas, la luna inmensa o pequeña, las nubes de tormenta desflecadas de secretos. Estrella, ¿comprendería algún día ese sentimiento que la invade cada vez que sale a la naturaleza? Selma lo ha intentado más de una vez, y no le resulta sencillo entender que no siga su camino; o al menos, que pueda compartir, aunque sea en una mínima parte, sus sueños. Sin embargo, siente que está siendo un poco injusta con su hija. En esos últimos viajes se ha esforzado al máximo por compartir con ella y disfrutarlo. A su manera, claro, lo ha logrado. El pensamiento desemboca (como otras veces), en ese sueño inmenso que desea cumplir un día: viajar con su hija a la Isla Blanca donde quedaron durmiendo sus sueños juveniles.
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Abajo: el río sigue su curso acariciando piedras, y la primera luz de la mañana ilumina la parte alta de los árboles que tiene al frente. Selma quisiera quedarse allí, en el rinconcito suyo donde cada amanecer de la estadía en ese lugar, acude para escribir y pensar en soledad, mientras su familia aún duerme. Pero ya es tiempo de regresar, ese es el último día de su viaje y tiene mucho que agradecer a la vida por esos momentos de gozo supremo. En el pueblo, Egle, que ya casi no camina, la está esperando con ansias. También a Estrella, su nieta adorada, la luz que ilumina sus días vacíos y, sin embargo, tan llenos de sublimes recuerdos.
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EGLE El mes de mayo transcurre con muchas preocupaciones para Selma. A poco más de un mes de su arribo del último viaje, Egle tuvo que ser hospitalizada dos veces por dificultades en los riñones y en los pulmones. En ambos casos la sacaron a flote y pudo regresar a su casa. Pero Selma sabe que no está bien, que se deteriora día a día; hace tiempo que ella está preparada, pero le cuesta, le cuesta mucho pensar en una ausencia definitiva de su vida, por más natural que sea. Es su madre, es parte de su ser, de la inmensidad cósmica que la contiene y la sustenta. Esa tarde, Egle está especialmente animada, recibe la visita de María Delfa y su madre, tía de Selma; quien más tarde llega con Estrella para cumplir el ritual de siempre; merendar en compañía de Ana, que la cuida en ese horario. Y encuentran la cocina concurrida, con la visita de su prima y tía, un año menor que Egle. Pasan una bonita tarde riendo y comiendo. Egle interviene, parece estar totalmente recuperada y de buen humor. Al caer la noche, las visitas se van, Ana y Estrella también, y Selma se queda sola a la espera de Lola, que llega para cumplir el turno de la noche. Mientras espera, calienta la sopa y le da de comer a Egle como todas las noches, ambas miran el noticiero de la televisión. Todo transcurre normalmente. De repente… Egle comienza a respirar mal, se niega a comer y comienza a ponerse morada. El susto de Selma es mayúsculo, no sabe cómo actuar, intenta golpear su espalda, no sabe qué hacer. Entonces decide llamar a Emergencias y pedir una ambulancia. A partir de ese
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momento, todo ocurre en forma precipitada. Cuando la suben a la ambulancia, Egle ya está desmayada. La clínica se encuentra a 3 cuadras, parten. Selma cierra la casa, avisa a Lola y le indica que tiene que dirigirse a la clínica. Luego llama a Estrella. Está increíblemente tranquila a pesar de las corridas. Cuando ambas llegan a la clínica, Egle está recuperada, pero con oxígeno. La doctora que la atiende le explica a Selma que su estado es delicado porque los pulmones están muy afectados por la neumonía, vivirá mientras su corazón resista. Estrella está bastante asustada, por eso Selma decide no decirle nada. Aunque sabe que la situación es delicada, tiene la esperanza de que Egle, ayudada por su fortaleza, salga nuevamente a flote. A las 10 de la noche le sacan el oxígeno y respira por sus propios medios. Le pasan suero, se encuentra estable. Es en ese momento cuando Selma cree que lo peor pasó, entonces, decide ir a su casa para que Estrella cene; luego llamará a Lola y le preguntará si es necesario que vuelva. Si lo hace, lo hará sola, no quiere que Estrella la acompañe, ella tendrá que quedarse con Luna a esperarla en su casa. Comienza a hacer frío. Apenas terminan de cenar y Selma recibe un mensaje de Lola: –Vení a la clínica. Estrella la mira preocupada. –¿Qué pasa? –le pregunta. –Tengo que ir a la clínica. Vos quedate –le ordena, pues presiente lo peor. –¡No! –exclama Estrella. Voy con vos. Yo acá no me quedo sola. Quiero ver a la abuela. Selma acepta resignada. Saca el auto del garaje y parten en silencio.
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Cuando llegan, la doctora las recibe en cuanto suben la escalera que lleva al primer piso. Selma lo sabe, no necesita que se lo diga. Extrañamente está calma; Estrella no espera a escucharla, irrumpe en el cuarto donde está Lola y sin poder ni querer contener el llanto, se abraza a su abuela para despedirla. Egle ya había partido. Selma, desde la puerta, sin atreverse a entrar, observa en silencio la expresión de paz en su rostro. Queda petrificada, no atina a nada, no puede acercarse, no quiere llorar. Sale al pasillo, y se sienta en un apartado, la clínica está en silencio, ya es tarde. Luego de un momento llama a la familia, a los más cercanos. La primera en llegar es su tía Fernanda. Entonces la deja con Estrella y Lola, se cruza con Ana y María Delfa en la escalera. Se abrazan, luego sale a la calle desierta, sube al auto y parte rumbo a la funeraria para cumplir con los trámites pertinentes. Sin derramar una lágrima, con su dolor a cuestas. Sola, con una sensación de alivio en el corazón. ¿Qué es la muerte? –piensa. “La muerte no es el fin de la vida, es otro comienzo, otra oportunidad de ser feliz desde otro lugar. Es la liberación de la vejez”. El pensamiento que leyó en algún libro de cuentos necrológicos acude a su mente y se apropia de él. “La vida y la muerte comparten la misma geografía, y no siempre está claro dónde termina una y dónde comienza la otra, ni siquiera si existe una frontera entre ambas”. Con ese pensamiento toca el timbre en la funeraria. Ya la estaban esperando. Todo lo que sigue después es solo un trámite que han inventado los seres humanos, tan
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preocupados por poner un punto final a la vida, cuando ĂŠsta abandona el cuerpo. Aunque el alma, siga viviendo eternamente y retorne una y mil veces a materializarse en algĂşn lugar del universo.
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SELMA No fue fácil para Selma acostumbrarse a un único hogar. Durante tanto tiempo transitó entre dos casas que había incorporado esa rutina como algo normal y permanente en su vida. Estrella sufría en silencio la ausencia de su abuela; en cambio ella, sentía alivio, como si su cuerpo se hubiese aligerado de una pesada carga que no podía soportar. Selma extrañaba a Egle, pero sabía que estaba en un lugar mágico donde podía ser feliz y dejar de sufrir. Que había cumplido con creces su tránsito por la Tierra. Por eso estaba tranquila y poco a poco pudo recuperar su tiempo propio para vivir y volver a soñar. “Mamá, te sostuvo mi entereza, hasta el momento justo y necesario para que partieras en paz”. –escribió en un libro. Fue difícil regresar a la casa de su madre. Demasiado silencio, demasiadas ausencias, espacios fríos y muebles que eran el reflejo de los tiempos idos. Durante meses dejó todo igual, hasta que llegó la primavera y una gata negra se instaló en el patio para parir. Cinco inquietos gatitos trajeron nueva vida, un toque de color y de alegría. Mientras que la parejita de palomas llegaba al árbol del centro del jardín para armar el nido y criar a sus pichones como todos los años. Egle las amaba. Hasta que un día, una pareja de jóvenes se interesó en alquilarla, recomendados por su primo Javier. Y entonces, Selma mudó a los gatitos al campo, mientras que los jóvenes decidieron quedarse con la gata. Esos gatitos le habían traído un mensaje: la casa estaba lista para recibir a los nuevos huéspedes y Selma preparada para liberarla y comenzar una nueva etapa en su vida.
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A los pocos meses del fallecimiento de Egle, apareció Facundo por el pueblo. Selma lo había llamado a los pocos días para informarle del deceso. La acompañó en su pesar, pero se disculpó por no poder visitarla. Cuando llegó, en el invierno, reanudaron su relación y él comenzó a viajar cada 15 días para estar con ella. Cuando llegó la primavera, Facundo, nuevamente, se alejó sin dar explicaciones. Selma comenzó a dudar y le enviaba mensajes permanentemente. Él no dejaba de contestar, pero Selma sentía que algo no andaba bien. Una noche despertó muy mal, muy nerviosa, después de tener una pesadilla. Ella estaba en su casa con un hombre que identificó como Facundo, aunque era mucho más bello y más joven. Hizo un comentario que no le gustó y Selma lo agarró y comenzó a pegarle con fuerza, una y otra vez, mientras él reía. Selma le gritaba “asqueroso machista” porque tenía “una vida paralela”. Él trataba de explicarle que era bueno ser así y se agarraba las partes íntimas. Selma seguía pegándole y no lo escuchaba. Entonces, entró Egle que miraba complacida la escena. Sintió el impulso de echarlo. Y despertó muy mal. Ese día decidió llamarlo, y en medio de la conversación, recibió la sorpresa de una voz de mujer que le contestaba. Sin duda, le había arrebatado el celular a Facundo mientras hablaba con ella. Con razón lo notaba tan parco. –Señora, habla la novia de Facundo. Selma se queda muda al escuchar eso. Comienza a temblar, pero responde. –Yo soy la novia… páseme con él, tengo muchas cosas que aclarar. –No quiere hablar con usted. Será mejor que lo deje en paz. –Antes tiene que explicarme. Páseme con él. –insiste Selma.
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Se hace un silencio. Selma escucha un murmullo y luego la voz de Facundo que suena diferente, autoritaria. –Te pido que me dejes en paz, o publicaré las fotos que tengo tuyas. –¿Me estás amenazando?... No hace falta, porque lo que menos quiero es seguir comunicándome contigo después de lo que acaba de pasar. Selma cuelga porque no puede seguir… está demasiado angustiada, no puede creer lo que está pasando, jamás hubiese imaginado que tenía una doble vida, manteniendo a dos mujeres engañadas. Tiene que olvidarse de él cuanto antes. No va a llorar, Facundo no lo merece. A la tarde, cuando entra al chat, lo encuentra conectado. Siente deseos de hablarle, pero se contiene y no lo hace. Sin embargo, alguien le habla a ella. Y no es Facundo. lagrima 12000 dice: –yo le hablaba, él me dijo que estaba solo, perdón, no sabía… dígame si salió hasta hace poco por favor, para mí es importante... somos dos mujeres engañadas SELMA dice: no sé si lo leerá, no la culpo, yo empecé a sospechar de él, pero nunca pude comprobarle nada, hace 2 años y meses que lo conozco y que somos pareja, hace más de un año, aunque él a veces desaparecía… me gustaría mucho comunicarme con usted, hágalo, es bueno aclarar las cosas lagrima 12000 dice: quiero que me cuente más Sra. y cómo lo conoció SELMA dice: por el chat, y usted… es la ex mujer o alguien que conoció después de mí, o antes de mí lagrima 12000 dice:
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no soy la ex mujer, lo conocí hace 6 meses, por el chat SELMA dice: siempre fue algo raro, pero jamás hubiese imaginado que viviese con una mujer lagrima 12000 dice: me gustaría me cuente más de él, si quiere, por favor SELMA dice: ¿qué quiere saber? lagrima 12000 dice: cuénteme, usted lo conoce mejor que yo SELMA dice: ahora lo conozco de verdad, sabe ocultar y mentir muy bien, aquí conoció a mucha gente y lo apreciaban bastante lagrima 12000 dice: ¿en qué le mintió? SELMA dice: en decir que éramos novios… por lo visto, a usted se lo ocultó. Me dijo que era separado y que vivía con los hijos. Nunca pude comprobarlo, cuando le escribía a la dirección que tenía de él, las cartas llegaban de regreso por domicilio inexistente. Debí sospechar, algo raro había y no lo quise ver. lagrima 12000 dice: a mí me dijo lo mismo SELMA dice: me hablaba de sus problemas familiares y desaparecía varios meses lagrima12OOO dice: si, sé de los problemas con su hermano y de su madre también SELMA dice: lo último que me dijo es que tiene 2 tíos graves y por eso no podía venir
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lagrima 12000 dice: sí, me comentó de un tío que operaron de la cabeza de un coágulo SELMA dice: bueno, es verdad, pero él ya estaba decidido a no volver por acá, supongo, que, si vino, habrá sido por mi insistencia lagrima12000 dice: creo que sí SELMA dice: es raro, hace poco me había comentado que deseaba venir a vivir acá, cerca de mí; aunque no en mi casa lagrima12000 dice: puede ser que haya cambiado de idea SELMA dice: sin duda… si la conoció a usted. Debió comunicármelo, es feo tener que enterarme así lagrima 12000 dice: puede ser, yo vi los mensajes de ustedes SELMA dice: si los vio, ya sabe todo, y sabrá lo que tiene que hacer. Por mi parte, no volveré a hablarle nunca más, aunque aparezca y pida perdón lagrima12000 dice: lo tendré en cuenta señora, adiós. SELMA dice: adiós. El diálogo había sido muy raro. Selma se quedó pensando, no quería angustiarse y sufrir, no valía la pena. Le comentó a Estrella, quien no pareció sorprenderse, quizás ella intuía o veía algo que Selma no quería ver.
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La que no podía creerlo era Ana y su esposo Jorge. Ellos le tenían bastante afecto a Facundo. Selma estaba triste por el final. Pero tenía otras cosas de qué ocuparse, una de ellas era la operación de Luna, a la que le habían encontrado un tumor en la mama. El cirujano aprovechó también a castrarla, ya que ya tenía 8 años y tanto Selma como Estrella decidieron que no tuviese cría. Con el tiempo se arrepintieron de eso, a la pobre Luna, no le dieron la oportunidad de ser madre. Después de varios meses, Facundo volvió a aparecer. Cuando Selma le pidió explicaciones, le comentó que la mujer que le había arrebatado el teléfono era la madre de un amigo de su hijo, y que lo venía persiguiendo bastante, como él no le correspondía, se vengó comunicándose con ella. Era una explicación muy infantil, que Selma no creyó, y aunque en el futuro él intentó volver, no había chance, ella ya no lo amaba. Aunque sí, no le retiró su amistad, de vez en cuando hablaban por teléfono o por chat. Un día le envió una carta con una poesía que ella había escrito al poco tiempo de la ruptura. “Tomalo como lo que es: arte” –le decía. “RECUERDOS” Te fuiste una vez más como tantas otras veces mudo opaco triste y yo quedé como siempre partida al medio sin escuchar tu voz navegando en un mar de interrogantes buscando una respuesta.
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Veo un montón de llaves rondando tu alma (pero ninguna abre su puerta). Y estoy aquí en medio del campo bañada de verdes de sol de cantos de brisa con una única certeza: ésta vez (lo sé) no volverás y tu voz agria quedará guardada en el arcón oscuro de los recuerdos. Hasta que un día volvió a desaparecer de su vida. No contestaba el teléfono y no aparecía en el chat. Cuando después de un largo tiempo pudo volver a comunicarse con él, se enteró que había estado muy enfermo. Le habían practicado una operación a corazón abierto, de la que se estaba recuperando muy lentamente. Supo que estuvo al borde de la muerte. Había vuelto a vivir en la casa de su madre (una mujer grande), y tenía que realizar caminatas de 40 cuadras diarias. A partir de esa primera conversación, Selma lo llamaba cada mes para ver como seguía. Luego, las comunicaciones se fueron distanciando, hasta que un día dejaron de comunicarse en forma definitiva. Desde entonces,
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Selma, no supo ni intentó saber más nada de él, y él no volvió a llamarla o mandarle alguna señal de vida. Otra etapa de búsqueda amorosa se iniciaba para ella. Una vez más iba a caer en las redes del “amor a distancia”. ¿Qué pasaba con ella que no podía relacionarse de otra forma con un hombre? ¿Qué pasaba que tropezaba una y otra vez con la misma piedra?
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ELLOS Selma está sentada frente a la oficial de policía, la mira sin ver, hace un esfuerzo muy grande por recordar los hechos, para relatarlos lo más ajustado posible a la verdad. Le cuesta mucho, no puede creer que se encuentre en esa situación; con miedo, vergüenza y deseos de desaparecer de la faz de la tierra. ¿Cómo pudo haber llegado allí? Sí –se contesta– gracias a la insistencia de Estrella y el apoyo de Jorge, al que acudió para que la acompañara. Ellos la estaban esperando en la sala, al otro lado de la puerta. Al rato, llaman a Estrella, para firmar como testigo, ya que había sido la única presente cuando se desencadenaron los hechos con Omar, su pareja de los últimos 8 meses. Selma se siente avergonzada por haber cometido un gran error al elegir a su compañero y exponer a Estrella, con sus 18 jóvenes años, a un peligro real. No puede perdonárselo, intenta controlar sus temblores, está asustada y a punto de sufrir un ataque de llanto. “Aquí no, eso será cuando esté sola y nadie sea testigo”– piensa. “Debo controlarme”. –Dígame Señora Selva María, los datos del señor. –le pregunta la oficial muy amablemente. Selma le pasa lo que conoce que no es mucho, el domicilio en la ciudad vecina que ella conoce muy bien. Le habla de su ciudad natal donde vive su madre, hijas y ex mujer. –¿Por qué lo denuncia? –Viví hace unos días una situación violenta, y no quiero volver a verlo. Sin embargo, él me acosa, me amenaza a través del teléfono. Y yo tengo miedo que se aparezca por mi casa porque no acepta que hayamos terminado. Tengo temor hasta
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de salir a la vereda, que pueda estar escondido y aparecer de repente. También temo por mi hija; ella tiene que salir y él podría aparecer para vengarse de mí con ella. –Tranquilícese. Necesito que relate lo que pasó antes. Selma suspira, le cuesta recordar porque quisiera borrar esos momentos de su mente. La policía la mira, trata de inspirar confianza. Su ayudante espera para seguir tipiando la declaración. –Tranquila. No hay apuro, tómese su tiempo. ¿Desea agua? –Si… por favor –dice Selma, aunque en ese momento quiere escapar, hacerse invisible, esconderse en la selva, huir a su sueño: la isla blanca. –Ocurrió cuando estábamos saliendo del pueblo donde viajé por la mañana para participar en el Congreso Ecológico, donde fui invitada por sus organizadores. Omar viajó con nosotras (también me acompañó mi hija), yo se lo había pedido un día antes. Salimos temprano, realizamos armónicamente todas las actividades programadas de plantación de árboles, conferencias, etc. Él hizo amistades entre muchos de los escritores asistentes de distintos lugares del País y también de países vecinos. Había sido una jornada muy fructífera para mí, había llevado libros y tuve oportunidad de exhibirlos y hablar sobre mi obra con los escritores presentes de distintos lugares de América. Al atardecer emprendimos el regreso. Él venía manejando bastante rápido, y al pasar un lomo de burro, el auto saltó y nosotras nos golpeamos la cabeza en el techo. Mi hija se enojó mucho y comenzó a increparle fuerte sobre su forma de manejar. Él lo tomó mal y se puso violento, yo traté de conciliar y le pedí el auto para seguir manejando. Se negó terminantemente y tuvimos que seguir en ese estado hasta el
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próximo pueblo. El silencio se cortaba con cuchillo, se hacía noche. Estábamos aterradas, no sabíamos lo que él haría, estábamos a su merced. Mi hija le pidió parar para ir al baño. Se negó. Intervine yo, casi rogándole que parara en la estación de servicio a la que nos estábamos acercando. No dijo nada, se desvió y estacionó a un costado. Nosotras fuimos al baño y le pedí a mi hija que mantuviese la calma que yo iba a tratar de convencerlo para que me dejara manejar mi propio auto. Cuando salimos, y aprovechando que no estaba, subí al auto directamente al volante. No pudo hacer nada, había gente cuando llegó, así que subió en el asiento del acompañante. Estrella seguía atrás, en silencio y con los ojos llorosos. Hicimos los 100 kilómetros que faltaban hasta mi casa en silencio. Mi cabeza no paraba de pensar qué hacer al llegar, pero tenía que estar atenta al manejo, era de noche y había muchos camiones. No debía dejarme vencer por un miedo anticipado. Cuando llegamos, mi hija se encerró en su cuarto ante un pedido mío. Él se había apropiado de la llave de entrada y cuando Estrella se la pide, le contesta con una negativa. – Selma comienza a relatar en tiempo presente, como si lo estuviese viviendo–. Me pongo muy mal, sin embargo, insisto, y se la pido bien, pero sin éxito alguno. Él se altera, y me agrede de palabra, con amenazas de que cualquier día va a tirar la puerta abajo. Su mirada no es normal, me asusta, quiere que lo abrace, yo no puedo, de repente siento un gran rechazo, deseo que se vaya. Se lo vuelvo a pedir y se pone peor. Me toma del brazo con fuerza. –Mire –dice y le muestra el moretón a la oficial que escucha su declaración. –Siga relatando, después tendrá que ir al hospital para certificar con un médico.
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–Yo trato de zafar, pero no puedo. Él me toma del cuello, está sacado. Forcejeo, aunque sé que nunca podré liberarme porque es una persona grandota, fuerte, ex policía, tiene todas las de ganar. Entonces, decido ceder, y le digo: “está bien, soltame y sentémonos a tomar mate y hablemos civilizadamente”. Por un instante se relaja, entonces puedo desprenderme y temblando de miedo, pero tratando de actuar lo más normal posible, comienzo a preparar el mate. Mientras esto ocurre, Omar se sienta y parece volver a ser ese hombre tierno que conocí un día. Hablamos con calma, manifiesta estar muy celoso porque cree que yo no le dedico el tiempo suficiente, o lo que él piensa que necesita para sentirse seguro. Le explico que me conoció así, dedicada a la escritura, con actividades dentro de la Sociedad de Escritores, apuntalando a mi hija en sus estudios, atendiendo el campo y la casa. Le hago ver que lo invité al congreso donde lo presenté a todos como mi novio. ¿Qué mejor gesto que ese para sentirse bien a mi lado? Cuando logro que comprenda, le digo que en cuanto me sienta mejor por lo que ha pasado, lo llamaré para vernos. Llamo a Estrella; la saluda, le devuelve la llave de la casa, le pide perdón. Yo siento un gran alivio y lo acompaño a la vereda como tantas veces. Ya es tarde, su camioneta aguarda en la calle desierta, él sonríe, yo también. Me abraza y me besa, correspondo y lo despido tiernamente, él me saluda con la mano y arranca, “nos comunicamos mañana” – me dice, sigo a la camioneta con la mirada hasta que dobla en la esquina. Al fin, respiro libremente y entro a la casa. Cierro la puerta con doble vuelta. No quiero volver a verlo. Selma se detiene en el relato, está agotada, es demasiado doloroso el recuerdo. Toma un trago de agua y sigue, ante el pedido de la oficial.
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–¿Qué pasó después? –Comenzó a acosarme telefónicamente. Como yo no lo llamé ni le envié mensajes… la única vez que contesté fue para calmarlo. Ahí le pedí un tiempo para pensar en lo nuestro, que respetara mi decisión, que después de lo que había pasado necesitaba alejarme para pensar. La realidad es que yo ya había tomado la decisión de no verlo más esa misma noche cuando lo despedí. Él se puso como loco, me dijo de todo y desde entonces no para de llamar y de mandar mensajes con amenazas. Que va a venir a buscarme, que tirará la puerta abajo… etc. Por eso, estoy acá hoy haciendo la denuncia, para que no pueda acercarse a mi casa, a mi persona, y a mi hija. –Perfecto, se le pondrá una perimetral y mañana lo notificaremos de ello. Si sigue llamando, amenazando o incluso acercarse, llame a éste teléfono que estaremos allí enseguida. Ahora, necesitaría hablar un momento con su hija, para que salga de testigo. Selma agenda el teléfono que le da la oficial y llama a Estrella. La oficial solo le pregunta si desea firmar como testigo. Estrella asiente, la ayudante se acerca para entregarle la declaración a Selma, quien la lee y da la conformidad. Luego firman, saludan y salen para reunirse con Jorge que esperó afuera. Desde allí se dirigen al hospital para certificar el moretón en el brazo. Cuando regresan a la casa encuentran a Ana bastante alterada por la demora. Selma le relata los hechos, les agradece por todo y trata de tranquilizarse. Sin embargo, el miedo sigue presente y la dominará por varios días, especialmente cuando queda sola porque Estrella tiene un viaje programado a una ciudad ribereña para encontrarse con su novio Natanael.
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Selma abandona su casa solo lo necesario, el resto del tiempo se lo pasa encerrada y atenta a cualquier ruido extraño. Duerme poco y no para de pensar en todo ese tiempo que vivió con Omar Piotti, creyendo que todo estaba bien y que tenían una saludable relación. A su mente acude el recuerdo de las dos personas que conoció casi en simultáneo, aproximadamente un año atrás. Julitem, el comisario y Horacio, el pintor. Julitem solía pasar para verla cuando salía del trabajo en una ciudad que quedaba de paso del pueblo de Selma, y la ciudad donde él vivía. Dos veces lo recibió en la casa y otras tanta a la entrada del pueblo. Era muy tímido, estaba separado, pero vivía con su mujer porque ella tenía algunos problemas de salud. En los momentos libres, escribía poesía, y quizás eso atrajo a Selma, los versos que solía enviarle y que a ella le daban ternura, deseos de mimarlo. Como esos que le envió, antes de conocerse personalmente: “Hace un poco de frío cada vez que te pienso, y me parece triste el lugar en que estuve perdiéndome en tu mundo de mirar en silencio, y me parece frágil tu mirada, en mi mente, y me parece tonta mi forma de extrañarte, soñando inútilmente encontrarte algún día y mirarte a los ojos, descubriendo que brillan solo para mirarme…” “Hace un poco de frío, cuando digo tu nombre y me seco los ojos sin que nadie me vea y oculto que te siento, que me muero de a poco, palidece mi cara y se sellan mis labios, para que yo no grite que solo puedo amarte…”
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“Y repito tu nombre como si fuera mío, solo, cuando te pienso, hace un poco de frío…” –Corazón, espero te guste, a mí me gusta imaginarte leyendo estas palabras. –le dice, como pos data, al pie del poema, que no tiene nombre. La relación no prosperó, su mujer enfermó más y él ya no tenía tiempo de pasar por el pueblo para encontrarse con Selma. Así se lo hizo saber el último día que se encontraron en el Parque. El tiempo hizo el resto, Selma comenzó a hablar con el pintor Horacio, viudo, con varios hijos. Un hombre humilde, vivía en otra ciudad cercana y tenía muchos contactos femeninos en Facebook. Nunca supo lo que verdaderamente sentía por ella, pero sí estaba segura de algo, por más esfuerzo que le ponía a la relación, no logró enamorarse de él. Recuerda las palabras lindas que le escribió después de visitarla, un domingo soleado de invierno. “Selma, quería decirte que pasé un día muy lindo junto a vos y a tu hija. Venía pensando en el viaje lo unidas y compinches que son, me gustó mucho la forma de ser de ambas y veo que, para vos, lo primero es Estrella, me di cuenta cómo se aman, yo creo que nosotros dos vamos a ser amigos, no así pareja. Vos sos una persona fina, elegante, inteligente… y yo nada que ver, pero te ofrezco mi amistad y podés contar conmigo para lo que sea cuando quieras y me necesites, siempre voy a estar, cuidate mucho.” Selma le contestó enseguida: “Nosotros también la pasamos bien, a Estrella le caíste bien… no seas tan terminante con respecto a nuestro futuro, se nota que eres un hombre bueno y sincero, cariñoso y compañero, quizás algo tímido. Podemos ser amigos, agradezco
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lo que me dices, pero solo el tiempo puede determinar si podemos ser algo más… cuidate también.” Se encontraron varias veces para pasear, y la verdad que la pasaban muy bien, Selma se sentía cómoda con él. Pero la parte sexual no funcionaba, a Horacio le costaba mucho iniciar un contacto íntimo, y por más voluntad que Selma ponía para entusiasmarlo, no lograba culminar el acto sexual y ambos quedaban muy frustrados. Muchas veces Selma pensó que tal vez ella no le atraía lo suficiente, además de que no estaba enamorada; y la verdad que el tiempo determinó que solo podían seguir como amigos. Amistad que se rompió cuando Selma conoce a Omar Piotti y decide ponerse de novia con él; Horacio se muestra muy celoso, porque conocía a Piotti y tenía referencias de que no era buena persona. Selma no lo toma en cuenta y decide cortar para evitar más problemas futuros. Omar era un hombre bastante limitado en el trato, pero en la intimidad tenían mucha química, resultaba incansable y siempre lograba hacerla sentir plena como mujer. Selma había vuelto a enamorarse de unos ojos celeste cielo, pícaros y traviesos. También disfrutaban mucho de pasear, solían escaparse a disfrutar de la naturaleza, hacer largas caminatas, internarse en lugares agrestes de los alrededores de su pueblo, compartir esos momentos simples que Selma tanto valoró siempre. Omar había nacido en el campo y su familia vivió mucho tiempo en una chacra alejada del pueblo, creció al aire libre, estudiando en una escuela rural, aprendiendo a jugar y disfrutar de la libertad que significa vivir rodeado de naturaleza. Su esencia algo salvaje atrajo inmediatamente a Selma. Vivía solo, en las afueras de la ciudad vecina, sin grandes lujos, a veces recibía la visita de sus hijos ya grandes.
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Pero su vida era simple, la de un hombre libre que necesitaba muy poco para ser feliz. Selma le llevó algunos de sus cuadros para que adornaran las paredes peladas de su casa, que él mismo levantó. Le puso algún toque de color con flores y adornos que le obsequió llena de entusiasmo. Se sentía muy bien en ese lugar, había algo que la atraía sobremanera, aunque el contraste con su casa tan amplia y bien decorada era mucho. A ella no le importó, le encantaba visitarlo y que le cocinara muslos de pollo en el horno de barro (su especialidad). Charlar en la pequeña cocina iluminada por el sol de la mañana, tomar mate bajo los árboles del patio donde él tenía una huerta que atendía personalmente. Escuchar los sonidos que adornaban al barrio humilde y sencillo. Luego, hacer el amor en el cuarto desprovisto de muebles, donde la cama, la mesita de luz y una silla despintada, era todo el mobiliario. Allí podía gritar todo lo que quisiera, sabía que nadie escucharía; no como en su casa, donde tenía que cuidarse porque podría escucharse desde la vereda. Se estremece de deseo cuando recuerda esos días de verano cuando él se quedaba en su casa, cuando Estrella estaba en la ciudad con Danilo, alimentando de amor la soledad; y entonces se preparaba para dedicarle todo su tiempo a ese amor diferente que la colmaba de dicha y despertaba su pasión. Insaciable, pasaba los días en sus brazos fuertes dejándose hacer y haciendo… en un derroche de abundancia. Cegada por el placer, navegaba en un mar de miel embravecido, que golpeaba las rocas que le obstruían el camino hasta la playa húmeda de su piel sedienta. Ese amor de verano en su invierno, que la electrificaba al poseerla, con la violencia de un monstruo y la dulzura de un príncipe. A contra viento y a contra luna, en un suave deleite de buitres desollando su cuerpo, después de devorarle la vida.
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Había pasado momentos tan agradables con Omar, que no puede creer lo que está viviendo. ¿Lo ama aún? Llega a la conclusión que no, lo que ama son esos bellos recuerdos. Ahora, solo tiene miedo. Mucho miedo. Pronto viajará a la hermosa ciudad donde se encontrará con Estrella, que se fue a reunir con su novio Natanael para pasar unos días solos, en una ciudad neutra, en un punto medio entre sus ciudades de residencia. Pensar que Omar también conoció a Natanael cuando éste visitó el pueblo, unos meses antes. Pasaron entonces, momentos muy agradables y divertidos paseando, jugando al tenis, a las damas y otro juego que había traído Natanael; incluso habían invitado a la vecina, la hermana de corazón de Estrella, por lo mucho que se querían: Rosaura, que tenía 4 años menos que ella. Ambas le habían tomado cariño a Omar, porque se prestaba para los juegos y la diversión. Selma era más seca, prefería leer mientras ellos jugaban, y cuando se armaban los partidos de tenis en la calle, hacía de árbitro. ¡Cuántos recuerdos maravillosos! El llanto la invade, ha sumado un nuevo fracaso amoroso a su vida, algo le dice, muy internamente, que nunca más volverá a abrir su corazón al amor.
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ESTRELLA Estrella pasa las casi 5 horas que dura el viaje hasta la ciudad donde se encontrará con Natanael, pensando en su madre, siente algo de culpa por haberla dejado sola en los difíciles momentos que le toca vivir. Pero tenía todo programado desde hacía tiempo, no quería desilusionar a su novio y, además, Selma la tranquilizó. –Yo estaré bien, y en dos días, estaremos viajando con Ana y Jorge para recogerte. Me cuidaré, no temas. –Está bien má. Luna te cuidará. Aunque es más buena que el pan. –Si tiene que defenderme, lo hará, de eso estoy segura. Estrella se relaja, Selma acaba de enviarle un mensaje y está todo bien. Cierra los ojos. Natanael acude a su mente. Sonríe al recordar las noches de insomnio que pasaban cuando se conocieron, teniendo largas conversaciones por WhatsApp. Él estaba algo bajoneado, con la autoestima por el piso, y ella lo sacaba de la depresión con sus chispeantes salidas. Tampoco Estrella pasaba por un buen momento con la enfermedad terrible de su “tata”, como acostumbraba a llamar a su abuelo paterno. Y ese año había decidido estudiar a distancia para tener tiempo disponible que le permitiese viajar a la ciudad cuando quisiese para estar cerca de él en sus últimos meses de vida. El Alzheimer es una enfermedad progresiva, Danilo y Pilar la habían preparado para que ese momento no la tome desprevenida. Todavía seguía sufriendo por la partida de su abuela Egle, en pocos días se cumpliría un año de esa triste noche. Ahora, para completarla, el problema de su mamá, el miedo que sintió aquel día, la tristeza de
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dejarla sola en la casa grande, de que, a pesar de la perimetral, Omar intente acercarse a ella… “no, Estrella, deja de pensar, nada pasará, trata de disfrutar el fin de semana que te espera con Natanael, y no tengas miedo por lo que pueda pasar, será maravilloso estar con el chico que te quita el sueño”. Con esos pensamientos, Estrella se queda dormida. Despierta cuando el ómnibus está entrando a la gran ciudad, para ella desconocida. Mira su celular, hay un WhatsApp de Selma: “¿llegaste?”. Le contesta enseguida: “estoy entrando”. Y otro de Natanael: “hace como una hora que llegué, estoy en la terminal, esperando”. Le contesta con un mensaje de voz: “yo estoy entrando, tu ómnibus llegó rápido…claro, estás más cerca; nos vemos pronto, te quiero”. Él le contesta con un emoji de corazones y besos. Al rato está descendiendo del colectivo. Él se acerca, la abraza y la besa con ternura. Es de noche, cruzan la avenida y entran en el hotel donde Natanael hizo la reserva, para registrarse. Estrella es feliz, aunque está muy asustada.
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SELMA Es domingo. Selma se levanta temprano y calienta el agua para poner en el termo. Llegó el día de ir por Estrella, está algo nerviosa pero aliviada porque podrá distraerse en un corto paseo con sus primos, compartir con los padres y hermano de Natanael y olvidarse de sus problemas. Omar no la ha vuelto a molestar, supone que fue notificado. Respira con alivio. Se despide de Luna, quien quedará cuidando la casa. –Luna, mamá tiene que irse, pero a la noche regresa con tu hermana. Ella la mira tiernamente con esos ojazos azules hermosos, no le gusta nada quedarse sola, pero obedece y se limita a mirarla en silencio. Cuando Selma saca el auto del garaje, ya está amaneciendo, pinta un domingo de primavera en pleno otoño. “Será un día hermoso”. Eso piensa mientras hace las 20 cuadras hasta la casa de sus primos, donde los recogerá para iniciar el viaje de 300 kilómetros hasta la ciudad ribereña, esa misma ciudad que recorrió por primera vez en su adolescencia junto a Antonino y Egle. ¡Hace tanto tiempo ya, que le parece pasó un siglo! Llegan antes del mediodía; el gran río, desde la costanera, se ve magnífico, el sol entibia el día, pasan algunos barcos, y varios veleros se destacan en el horizonte. La calma maravillosa invita a navegar. El parque frente al Monumento está invadido por los artesanos que ofrecen de todo. Mientras esperan la llegada de Estrella y Natanael, repasan las artesanías. Selma elige una calabaza con ventanitas por donde
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asoman brujitas coloridas y alegres realizadas en porcelana fría. Es un bonito y original porta sahumerios. Recibe un mensaje de Estrella: “¿dónde están?”. Contesta: “En la plaza, viendo las artesanías”, “¿ustedes?”. “En las escalinatas del Monumento”. “Ya me acerco para que nos veas”. “ok”. Selma recorre el lugar con la mirada, anda mucha gente disfrutando del bello día. Cuando ve a los jóvenes, hace señas para que crucen la avenida. Cuando ellos se acercan, Selma y Ana, cada una por su lado, advierten que Estrella no es la misma, que algo le pasa. Se saludan, y deciden seguir paseando todos juntos. Natanael les comenta que su familia está por llegar. Les indica el lugar del encuentro; media hora después, todos salen a recorrer la ciudad, Estrella y Natanael en el auto de Selma, y sus padres y hermanos hacen de guía porque conocen muy bien esa ciudad, ya que la visitan a menudo. En cambio, Jorge, no se anima a meterse en el centro. Entran en un lugar atestado de gente para almorzar y luego deciden ir a la costanera, rumbo norte, para matear un rato, mientras charlan y observan a la gente que baja a la playa, o camina por la ancha vereda con sus chicos y mascotas. El río está calmo y les regala la vista de varios barcos navegando. Cuando la tarde se va diluyendo en el ocaso, se despiden y cada familia parte a su destino, después de haber pasado un hermoso domingo al aire libre. Natanael y Estrella se separan algo tristes, aunque Selma observa que él se encuentra más afectado que ella. Conoce a su hija, le cambió la cara cuando se encontró con ellos, sin duda que extrañó y algo salió mal. Durante el viaje, Ana trata de sacarle algo de información, pero Estrella se mantiene reticente a brindarla. Así que prefieren hablar de lo lindo que lo pasaron todos
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juntos, de lo bella que es la ciudad, de la gente… y Jorge se despacha con unos cuantos chistes que las hace reír, hasta que llega la noche y es necesario que esté atento al tránsito bastante intenso. Cerca de la medianoche están nuevamente en el pueblo. Luna las recibe con saltos de alegría. –¿Cómo te fue? –pregunta Selma algo preocupada. –Más o menos –dice Estrella– pero mañana te cuento, mejor nos vamos a dormir. Estoy cansada. –Sí, yo también, mañana hablamos. Selma piensa: “algo salió mal, está desilusionada”. Ambas, aunque de diferentes maneras, están atravesando por algún desengaño amoroso. Con el correr de los días, Selma confirma la sospecha. Estrella está desilusionada, su sueño de amor se ha derrumbado como un castillo de naipes. En esa corta convivencia conoció a otro Natanael que no le gusta. Con muchas inseguridades, incapaz de disipar sus miedos y sus dudas. De despertar en ella un mínimo de pasión, un inexperto. –Demasiado meloso, yo no quiero un amor así, yo quiero espacio personal –le dice a Selma. –Te entiendo, algo parecido me pasa a mí cuando no me dejan espacio propio para crear y dialogar con el silencio. Por eso, tal vez, me alejé algo de Omar y pasó lo que pasó. Por los celos de él al creer que yo no le daba el tiempo que quería: es decir, todo. ¿Qué harás ahora? –Le voy a decir que necesito tiempo para pensar. Que dejemos de comunicarnos, de estar todo el tiempo hablando. –No creo que lo entienda. Tendrás que explicárselo bien. Me parece que él cree que todo está bien entre ustedes.
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–Sí, no pude decírselo enseguida, mientras estuvimos solos. No me animé, lo veía tan ilusionado... igual tengo que intentarlo, cuanto más tiempo pase, será peor y yo necesito sentirme libre. El tiempo pasó y Estrella intentó que su ex novio entienda la situación, Natanael no comprendía por qué ella se alejaba, ya que, según él, todo había estado bien entre ambos. Con el correr de los meses, tuvo que aceptarlo, Estrella decidió cortar definitivamente con esa relación que no le hacía bien. En cuanto a Selma, recibió algún mensaje de Omar, pidiéndole volver, pero ella se mantuvo firme, lo bloqueó de la red social y le renovó la perimetral por 3 meses más. Poco a poco su vida volvió a la normalidad y se olvidó de ese hombre. Sus actividades dentro de la Sociedad de Escritores, la ayudaron a olvidar y salir adelante. Volvía a ser feliz, hacía algo útil y que, además, le gustaba mucho. Conoció nuevos compañeros, y comenzó a socializar, algo muy necesario dado su personalidad introvertida. Inició una nueva etapa que la llevó a escribir constantemente, regresó la inspiración y los libros salían uno tras otro. Haber ingresado a la Sociedad la potenció y le permitió descubrir un nuevo talento: su capacidad para gestionar, para trabajar en equipo, cuando toda su vida lo había hecho sola. Se sentía bien, relajada, y en su pueblo la comenzaron a considerar, a consultar… si bien, al principio fue difícil con sus colegas escritores, con el correr de los meses fue ganando un lugar que cada día se hacía más importante, se hizo más sociable, aprendió a hablar, presentar, intercambiar, dialogar, proponer y ejecutar. Y todo eso, se lo
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tiene que agradecer a su amigo, el doctor Tomás Rivera, que le insistió tanto en esos meses posteriores al fallecimiento de su madre, para que formara parte de la recién creada Sociedad. El escritor–historiador, además de abogado, Tomás Rivera y su señora, la psicopedagoga Azucena, se convirtieron en amigos entrañables de Selma y Estrella, a la que aprendieron a querer y valorar. El Doctor Rivera: un luchador de años en la cultura de su amado pueblo. En cuanto a Estrella, en la primavera de ese año, sufrió otro golpe fuerte: la muerte de su abuelito, “tata”, después de tan cruel enfermedad. Ambas viajaron a la ciudad en compañía de Jorge para darle el último adiós y estar junto a Danilo y Pilar. Estrella decidió quedarse unos días, Selma regresó con Jorge al pueblo. Allí la esperaba, como siempre, la querida Luna, su compañía, su mascota adorada, la que estaba siempre a su lado compartiendo la felicidad y la tristeza, ese ser maravilloso que aprendió a descubrir y disfrutar en su adultez. Ese ser que Estrella llegó a amar tanto, que su falta, le ocasionó un gran dolor. Su “puchis”, como la llamaba con cariño. “En la gruta vive el silencio único, inmaculado, el que atesoran las graníticas montañas de esos cerros cubiertos de flores, rocas, pastos y cabritos trepando en lo más alto. Llegué allí, al altar del pasado, después de tanto tiempo de una primera vez inquietante que dejó huellas profundas en todo mi ser. Y fue sentirme joven como aquella niña inquieta que quería acumular paisajes y aventuras para escribir el gran libro de la vida. Parada en la entrada de la inmensa gruta prehistórica sólo escucho el latir del corazón por el esfuerzo de la última subida. Luego el silencio; total, cósmico, ese que se reconoce sólo
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en muy pocos lugares del planeta. Y allí, al caer la tarde, cierro los ojos y medito. La vida es dulce, es en estos momentos cuando comprendo cuánto atesora mi ser; y que después de haber andado muchos caminos por la vida, voy llegando al final sabiendo que la misión ha sido cumplida y es tanta la abundancia de amor que tengo guardada que la llama de la eterna felicidad vivirá por siempre en mi ser de luz. Parece increíble. La vida aquí se detiene en un bálsamo de belleza suprema y oculta que se revela sólo a algunas miradas. Me elevo al plano místico. Entonces… Todo se compacta en este instante donde nada es importante, y lo es todo… Soy yo, con mi ser desnudo en una comunión de luz con la omnipotente naturaleza que me rodea. Es necesario absorber cada instante hasta reventar de gozo el alma. Y comulgar con Dios, dar las gracias, porque amerita el momento sublime, cuando la naturaleza nos transforma en seres más buenos y armoniosos, seres de luz y de silencios… seres universales, seres de la Tierra”. Selma lee por última vez, ese otro capítulo de su libro y siente que está terminado. Un nuevo libro de crónicas de viajes con algo de ficción que fue recopilando de tantos trabajos guardados de sus años de juventud y otros de viajes resientes. Pronto se convertirá en uno de sus mejores libros. Se siente tan feliz cada vez que logra darles forma a sus escritos y armar un libro. Asume ese trabajo con tanta pasión que no se cansa, el proceso es de un disfrute total. Le agrada plasmar en nuevos relatos las experiencias que durante esos
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últimos años vivió con sus nuevos compañeros de viajes: Estrella, Ana, Jorge, a veces María Delfa. Escribir crónicas de viajes es una pasión que se inició siendo ella adolescente y siguió toda la vida. Siente inmensa emoción cada vez que llega a un lugar de esos que 30 años atrás visitó con sus amados padres, donde ni siquiera imaginaba que estaba cumpliendo un sueño. Sabe que tuvo que reinventarse para volver a la naturaleza y disfrutarla. Después de pasar tantos momentos difíciles que pusieron a prueba su capacidad resolutiva y su facilidad para el reciclaje. Algunos de esos momentos extremos de dificultades acuden a su mente: cuando se rompe el auto justo unos días antes de salir de viaje y tiene que adquirir uno nuevo con los pocos ahorros que tenía para no perder esa posibilidad que venía planificando hacía varios meses. Los problemas ocasionados por la lluvia en uno de los techos de su casa, cuando la persona que ella siempre confió no encontró la manera de solucionarlo y ya cansada de sufrir con cada tormenta, tuvo que buscar un equipo interdisciplinario que hizo un trabajo integral que por fin dio resultado; claro, también le costó bastante dinero. Por último, el episodio traumático que vivió con Omar, del que no fue tan fácil Salir y mucho menos olvidar; pero se convenció que debía archivar por un tiempo esa parte importante de la vida: contar con el amor de un hombre. La gota que rebalsó el vaso fue la debacle que ocurrió en su casa natal, descuidada en el mantenimiento por la inquilina cuando se separa de su pareja y queda sola. Consigue trabajo en una ciudad vecina, y se ve obligada a dejar la casa sola la mayor parte del tiempo. Una intensa lluvia de invierno hizo el trabajo final, colapsando el techo e inundando todo adentro. Los desagües estaban tan tapados que cuando Selma llegó y vio a su amada casa en un estado calamitoso,
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casi sufre un ataque. Llamó enseguida a su amigo pintor que además le hacía otros trabajos en su casa, y después de luchar sin resultado, tuvo que romper una parte de la pared por donde iba el caño para desagotar el agua del techo. Selma observaba sin saber qué hacer. Se sentía tan colapsada como la casa. Sin embargo, y a pesar del inmenso dolor, poco a poco, logró sacarla adelante después de 6 meses donde desfilaron albañiles, plomeros, carpinteros, electricistas, pintores… con el asesoramiento de su vecino, maestro mayor de obras, que ya la había asesorado cuando tuvo el problema del agua en el techo de su casa. Eso sí… decidió no alquilarla más. Durante unos meses la cuidó como a un bebé para alejar así cualquier sorpresa desagradable. Estrella la ocupaba a veces para reuniones de amigas y amigos. Hasta que decidió regresar algunos muebles que había llevado a su casa cuando la alquiló, puso otros nuevos, y con una bonita y simple decoración la dejó en condiciones para alquileres temporarios al turismo de paso. De esa manera, le dio nueva vida, pero a la vez, podía estar pendiente de la casa y de todos los detalles. Con el tiempo se sintió orgullosa de todo lo logrado, y poco a poco, el sueño de volver a su Isla Blanca, que tan lejano le parecía siempre que pensaba en él, empezó a visualizarlo como una pronta y posible realidad. Con algún esfuerzo pudo ahorrar, y un día entró a internet e inició la búsqueda de precios. Casi sin pensarlo, hizo la reserva del hospedaje; cuando se lo comunicó a Estrella, ésta no podía creerlo. Ella también comenzó a ahorrar. Un día, Selma invitó a Danilo, le comunicó que podía acompañarlas si se conseguía un pasaje, ya que él siempre había deseado viajar a ese lugar. Pero Danilo nunca se decidió. Selma y Estrella prepararon todo en secreto. La consigna era
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no decir a nadie hasta unos días antes de la partida. Ese era el acuerdo. Y lo cumplieron. “El camino de los sueños” estaba por acabar. ¿Llegaría Selma a ese final tan anhelado antes de cumplir sus 60 años? O tendría que seguir esperando… Y… ¿cómo la recibiría Edmundo Correa, con el que nunca habían dejado de comunicarse en todos esos años?
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EL REGRESO
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“Todas las obras maestras duran lo que dura la lengua en la que fueron escritas. Solo el silencio persiste, claro como el agua, siempre igual a sí mismo”. Ricardo Piglia
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PERFECCIÓN En la Isla Blanca, al otro día de la llegada. Con las alas quebradas ascendí a ese lugar mágico donde se puede superar “el límite de los miedos”… de los propios miedos. Blanca perfección de nubes y nieve recibe al alma renovada; inmaculada concepción de luz otoñal donde el frío estrangula hasta asfixiar, pero en un abrazo de amor. Abajo el mar azul y calmo de la madrugada helada de abril y un ramillete de picos blancos que se tiñen con la anaranjada luz que proyecta el sol naciente por encima de las nubes. Ellos son la elevación al supremo coronando la belleza de la creación, que, de tanta, empalaga. Con las alas restauradas, descendí al lugar guardado en el rincón más secreto del corazón: LA INOLVIDABLE ISLA BLANCA. Selma Ponti (40 años después de la primera vez 30 años después de la última vez)
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1 “En busca de un lugar paradisíaco para acampar tomamos una huella que bordea el lago, está muy barrosa por la lluvia, casi las 9 de la noche y hay buena claridad porque los días son muy largos en verano. Frente al lago encontramos un lugar de paz y soledad, magia y encantamiento. Las aguas se ven azul–grisáceas, pequeñas olas terminan acariciando la playa cubierta de troncos y piedras. Nos rodea un tupido bosque de nothofagus donde también brillan flores como margaritas, tréboles amarillos y otras florecillas silvestres. Llegan a visitarnos pajarillos de colores que son muy mansos, la arena negra del gran lago recibe al agua pura que lo alimenta desde las altas montañas. En el medio, una islita donde los cauquenes esperan la noche, mientras que varios patos danzan gritando en el agua. El tiempo está calmo, no es tan intenso el frío polar, las montañas se ven imponentes y la paz es magnífica. La huella está desierta, la civilización está lejos de este rincón encantado. Lavo en el lago justo cuando las nubes despejan y el cielo del oeste enrojece con la puesta del sol. Sus rayos iluminan las aguas mansas y luego las sombras se adueñan de todo. Y yo estoy aquí, en este paraíso que es mucho más de lo que pude soñar un día. Soy tan feliz esta noche… miro la luna alumbrando el agua como un farol, me siento plena de gozo ante el sueño cumplido”.
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Selva María Ponti tenía 20 años cuando escribía esas líneas en su diario de viajes. Joven y aventurera había estudiado e imaginado aquella lejana isla en muchas noches de insomnio planificando y dando forma a su sueño. Un sueño que cumplía después de quince días de viajar por los inhóspitos y solitarios caminos australes, gracias al esfuerzo, la tenacidad y la experiencia de su padre: Antonino Ponti. Y su madre apoyándolos: Egle, pieza fundamental para que ambos funcionasen y pudiesen dar todo de sí. En el comienzo de aquel viaje, Selma había tenido algunos inconvenientes de salud, más que nada por su ansiedad y sus nervios a flor de piel. Su sensibilidad, sus deseos más profundos siempre le provocaron algún malestar físico a lo largo de la vida, y emprender ese largo viaje que la llevaría a la Isla Blanca, no sería la excepción: un fuerte dolor en el pecho la llevó a consultar a un médico cuando en el primer día de viaje pasaron por un pintoresco pueblito serrano donde pensaban pasar la noche. –No hay de qué preocuparse –les manifestó el doctor a sus padres– con estas pastillas que le doy, calmará la ansiedad y poco a poco el dolor irá pasando. Más tranquilos, siguieron camino, pero el dolor estuvo presente durante el viaje que duró un mes. Claro, que Selma, no le dio importancia, ante la experiencia maravillosa que le tocaba vivir. Al regreso, sus padres, la llevaron a un especialista que la trató durante un buen tiempo; el malestar pasó, pero siempre surgía algo nuevo cuando circunstancias de la vida, la ponían ansiosa. Y en esos años, los estudios en el Conservatorio de Música la tenían bastante alterada, hasta que rindió el último examen con el que se recibió de Profesora Nacional de música, especialidad piano.
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Diez años después, volvió nuevamente a la Isla. Para entonces sus investigaciones y estudios relacionados a la naturaleza estaban bastante avanzados, con dos libros publicados y muchas exposiciones y conferencias realizadas. Otra vez, como la primera, en el inigualable Falcon, junto a Antonino y Egle. Otro viaje maravilloso que le permitió recorrer lugares nuevos de la isla y además investigar un poco en la acogedora biblioteca del Museo especializado en fauna de la zona, donde fue muy bien recibida. Leemos en su libro de crónicas de viajes, el que publicó un año después de aquel viaje: “Todo lo que se puede llegar a soñar, existe en este lugar de magia infinita. Se unen todos los paisajes en conjunción polícroma y grandiosa. Las montañas coronadas de nieve y glaciares, el frondoso, colorido y fragante bosque subantártico. Pastizales verdes donde resplandecen los frutillares y el fruto tentador del calafate. El rumor del viento entre las ramas, cascadas rientes, ríos transparentes, arroyos arrulladores y vertientes saltando entre piedras brillantes, lisas y de varios colores. Ríos transparentes y fríos que bajan de las montañas húmedas, entre flores y troncos. Y, por último, el mar azul lleno de islas cubiertas de fauna, bahías encantadas donde terminan los bosques, con hermosas playas cubiertas de piedritas que destellan cuando la luz del sol las acaricia. Musgos, turberas, algas, conchas de colores y un aroma salino que se mezcla con el fragante aroma de los árboles y de la tierra casi siempre húmeda. Entonces, puedo gozar a pleno todos los rincones de luz y paz.
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Una senda muy mojada conduce hasta una pradera de altura: Pampa Alta. Nosotros la transitamos lentamente en horas de la mañana, bien temprano, cuando despiertan los pájaros en el bosque. Nos acompaña el canto del agua de algunos arroyos que se deslizan en las sombras. Algún pájaro nos deleita con sus afinados trinos que resuenan en la inmensidad verde con aroma a tierra humedecida y flores silvestres. Por momentos, es el reino del silencio más sublime, donde apenas se escuchan nuestros pasos por la senda marcada, hasta que el ascenso final nos regala un lugar abierto desde donde podemos ver el magnífico canal con algunas de sus islas. Nos quedamos un rato a pesar del intenso frío. Para fotografiar la belleza que se abre ante nuestra mirada, y porque no puedo perderme la oportunidad de realizar bocetos para futuros cuadros. ¡Cuánto trabajo me espera cuando regrese al pueblo!”
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2 EXTRAÑAR Ya comienzo a extrañar. Visualizo la puerta de salida del paraíso. Más allá del centro mágico de la Isla solo existe un holograma del edén. ¿Cómo seguir después que el alimento fue un combo excesivo de esplendor? Gorda de energía, transitaré los días esmerilando imágenes y sensaciones guardadas en el rincón más secreto del corazón. Entonces… la paz cubrirá mi ser, y cuando le toque renacer será en la Isla Blanca, azul, verde, marrón, naranja, ocre y roja… según lo indique el tiempo que rige la vida en la Tierra. Y de esos colores, se cubrió mi alma, volviéndose eterna y voraz. Selma Ponti Cuando Selma terminó de escribir el poema, se sintió súbitamente liberada. Liberada de todo dolor, con el alma curada y el corazón repleto de sensaciones e imágenes inolvidables. El sueño tan buscado de regresar a la Isla de sus desvelos, con su hija Estrella, viéndola tan feliz a pesar del frío extremo, era un premio demasiado grande en esos momentos
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de su vida, a pocos meses de haber cumplido los 60 años. Y después de haber sufrido tanto con el primer intento fallido, ante la mala pasada que le jugó su salud. Piensa… mientras disfruta del silencio de esa tarde fría en el rinconcito mágico donde se refugió para escribir, en la gran casona que las alberga por unos días… piensa que “no hay mal que por bien no venga”, el dicho popular tiene sustento, porque su viaje se desarrolla casi en forma perfecta, mucho más de lo que alguna vez imaginó producto de sus deseos más ocultos alimentados por la fértil imaginación que la transporta en nubes de irrealidad. El gran ventanal le devuelve una postal maravillosa de la ciudad amada, envuelta en silencios. Entre la maraña de ramas y hojas doradas de los árboles cercanos, surge el celeste inmaculado de la bahía y hacia el otro lado, algunos picos nevados emergen entre los bosques anaranjados. “Sí… es el viaje perfecto”– repite envuelta en sensaciones de sublime placer ante el sueño concretado. Su mirada se distrae en la belleza que la subyuga, deja la mente en blanco, quiere sentir, solo sentir… Al rato reacciona y toma en sus manos el libro de viajes del gran naturalista que 186 años antes recorrió esos salvajes y agrestes rincones de la Isla donde ella vuelve, vestida de emociones, plena de felicidad… ese libro que durante años ocupó el lugar más importante de su biblioteca de temas naturalistas, de viajeros y exploradores. El que alimentó sus sueños de descubrimientos y el placer de lograrlo. Libro que no podía dejar de acompañarla en ese viaje. Su arma secreta, su libro de consulta. Abre sus páginas y lee al azar. Se refiere a la Isla Blanca.
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“17 de diciembre de 1832. Al día siguiente me adentré hacia el interior del país. Puede describirse como un país montañoso, sumergido en el mar, en parte, de modo que las profundas bahías que se encuentran en la costa ocupan el lugar donde debieron de existir los antiguos valles. Las laderas de las montañas, excepto en la costa occidental, están cubiertas por el agua hasta el límite de un gran bosque. Los árboles se encuentran hasta alturas de mil y mil quinientos pies; más arriba el terreno es turboso y crecen en él diminutas plantas alpinas…” “Decidí seguir el curso de un torrente. Al principio, a causa de las cascadas y del gran número de árboles muertos me fue difícil avanzar, pero pronto el lecho del río se presentó en forma más regular maravillándome ante la grandeza del espectáculo que se ofrecía a mis ojos. El tajo sombrío del barranco concordaba perfectamente con las demás señales de violencia que ofrecía el paisaje. A ambos lados yacían masas irregulares de rocas y troncos de árbol derribados; otros árboles, aunque todavía continuaban erguidos, estaban huecos hasta el mismo corazón y no debían tardar en caer. La maraña que formaban los vegetales en plena floración y los troncos muertos, me recordaban los bosques del interior de los trópicos, aunque había entre ellos una gran diferencia, porque en aquellas soledades, la muerte, y no la vida, parecía ser el espíritu predominante”. Qué increíble –medita Selma– como aquel hombre describía el paisaje, ese mismo que ella había encontrado antes y encuentra ahora, lleno de vida, un mundo idílico de bosques, nieve, agua, viento y muchos y cambiantes colores…
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En el final de esa tarde otoñal en la Isla, arrinconada en el sofá, junto al calefactor, y frente al gran ventanal que enmarca un cuadro perfecto, que le recuerda los tantos cuadros de la naturaleza que pintó en alguna etapa de su vida, sumergida en la soledad y el silencio del albergue vacío que cobija los sueños cumplidos, en la capital mágica de la Isla, treinta años después de su último viaje… Selma se siente en el pico máximo de felicidad, porque sabe que ahora sí podrá descansar en paz cuando llegue el momento. Y como en trance, rememora todos los momentos que pasó desde aquel día de noviembre cuando tuvo que desistir del viaje por una enfermedad que casi la postra y que en ese momento aún no habían logrado diagnosticar. En ese entonces, Estrella la había ayudado a reprogramar todo; a la espera de que un tratamiento le devolviera a la madre que había perdido: la que nunca estaba quieta y emprendía miles de cosas a la vez. La que no paraba de crear, trabajar, proyectar y encargarse de llevar adelante la economía del hogar compartido. La madre que estaba por cumplir sus 60 años y había diagramado pieza por pieza como era su costumbre, el viaje soñado a la Isla de la que tanto escuchó hablar y a la que Estrella ya deseaba ir, aunque el frío fuese su peor enemigo. Recuerda muy bien la sorpresa que se llevó, cuando un día de invierno, Selma le confiesa que había reservado alojamiento en la Isla. –Me estás jodiendo, ¿qué te dio de golpe si estabas quejándote por la economía, que todo venía mal? –Fue un impulso, ya me conocés y sabés que suelo actuar así, aunque parezco tan metódica. Y lo soy, pero a veces ni yo misma sé por qué. Revisé precios y encontré que era accesible, así que reservé. Ahora falta ver los pasajes.
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–Bueno… pero reservaste para mi cumpleaños, yo prefiero que sea para el tuyo. –En esa fecha no voy a poder por la cosecha fina, quizás antes, podría ser. –Está bien, averiguá y si se puede cambiá las fechas, cuanto antes vayamos, mejor. Estrella desbordaba alegría y no paraba de repetir: –Al fin te decidiste, tendremos una aventura cercana al Polo… ¡¡no lo puedo creer!! Ah… y no te creas que vas a zafar de la fiesta de los 60 años que voy a prepararte después. –No quiero fiesta –se molestó Selma– que era poco amante de las reuniones. Ya tuve mi festejo anticipado el año pasado cuando cumplí 59. Y con mis fiesteras compañeras del secundario con quienes me reencontré después de tantos años. La verdad, ni sé cómo me atreví a invitarlas a un festejo, pero no me arrepiento, la pasé genial. –Sí, me pareció increíble que te hayas animado, sabiendo lo que te cuesta –opina Estrella– todavía falta para tus 60, lo pensaremos. El festejo que Estrella deseaba para su mamá no pudo ser posible, Selma se enfermó. Antes, se comunicó con Silvina, la Sra. de la casa donde había reservado y no tuvo problemas para cambiar las fechas. Un mes después compró los pasajes y comenzó con el estudio del viaje; lugares, posibilidades de excursiones, etc. Reservó una excursión náutica para ver a los pingüinos y otros animales y averiguó los precios de remises y autos para alquilar. Con todo organizado, se dedicó a esperar la fecha de partida, ocupada con las actividades de la Sociedad de Escritores y con la atención de la propiedad que también desde hacía un tiempo alquilaba para el turismo: su casa natal.
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Mientras tanto, ambas ahorraban, Estrella estaba feliz de acompañar a su mamá en un viaje tan especial para ella, que se convertiría, casi seguro, en una inolvidable experiencia que enriquecería su vida. Los días pasaban y Selma se sentía cada vez peor, con dolores en todo el cuerpo, le resultaba muy difícil levantarse a la mañana, realizar las largas caminatas de todos los días, agacharse, levantar el brazo, vestirse, ponerse los zapatos, prenderse el corpiño. Lo único que siguió haciendo sin dificultad, eran sus 20 minutos de bicicleta fija cuando se levantaba. Le hacía bien moverse, el dolor, iba cediendo. Como se había caído jugando con Irupé en la cocina y días después, en la presentación de su último libro dedicado a Luna (su mascota siberiana que las había dejado casi un año atrás), pensó que tendría que ver con esos golpes, y fue a ver al traumatólogo. Éste le indicó un tratamiento que no dio resultado; ante esa novedad, la mandó al médico clínico para que resolviera. Cuando faltaban pocos días para la fecha del viaje tuvo que tomar la decisión más frustrante de su vida: cancelar la reserva y luego arreglar lo de los pasajes y otras cosas que ya tenía programadas para cuando llegase a la Isla. Tenía un gran desafío: pasar el mal trago y ocuparse de su salud. Estrella tenía razón: habría otra oportunidad, aunque en ese momento ella no la vislumbrase y solo viese un futuro negro por delante. Como Martín Orlando, su médico de familia estaba de viaje, tuvo que ver a otro que le recomendó su amiga de la secundaria Noelia, la que aparentemente tenía síntomas parecidos a ella y se le diagnosticó FIBROMIALGIA. Cuando lo fueron a ver (Estrella la acompañó), después de escuchar todo lo que Selma le relató y de hacer una simple
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revisión física, el doctor Alberto llegó a la conclusión que era Fibromialgia. Le recetó las pastillas mágicas con las que – según él– andaría muy bien. Pero pasaban los días y Selma seguía igual. Se ilustró minuciosamente sobre la enfermedad y llegó a odiarla. Porque sin duda, la mejoría solo se iba a notar con cambios profundos. Ya que es una enfermedad donde lo psicológico interviene y mucho. Aunque no quería deprimirse, no podía evitarlo, y sus estados depresivos, ataques de llanto, y falta de sueño comenzaron a preocupar a Estrella que la veía muy mal. Hasta que llegó su doctor Martín y lo fue a ver. Sin dudarlo le recomendó ir a un reumatólogo, porque según él, se necesitaban estudios profundos para un diagnóstico preciso. Selma no se decidía, pero cuando vio el resultado de los análisis se asustó y pidió turno. Algo pasaba, no era psicológico, ella tenía perfectos los análisis anteriores y no habían pasado más de 4 meses; solo que, en medio de esos meses, había llegado a su vida una nueva enfermedad. Una enfermedad que el reumatólogo, muy seguro, diagnosticó como POLIMIALGIA REUMÁTICA. Los síntomas que Selma presentaba eran indiscutibles, y el resultado de los análisis también. –Es de manual –le dijo el doctor Alegre. –Tiene dificultad para levantar los brazos y hacer tareas cotidianas como peinarse o asearse. Y también dificultad para levantarse de una silla sin ayuda de las manos. ¿Verdad? Selma asiente. –Conviene aclarar que en la Polimialgia reumática no hay debilidad muscular, sino dolor incapacitante que es peor tras periodos de reposo y mucho más en la mañana.
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–En general, el pronóstico de esta enfermedad es favorable ya que la respuesta al tratamiento suele ser buena. El médico era muy optimista. Por lo tanto, comenzó un tratamiento a base de corticoides que en unos días revirtió su situación al estado anterior y Selma volvió a ser la de siempre, a moverse, andar, trabajar, reír, y soñar… Cuando a los dos meses regresó, le indicó nuevos análisis y bajar la dosis del corticoides. Si bien el tratamiento duraría un año, la idea era ir bajando de a poco hasta llegar a lo mínimo. –El 60% puede seguir sin corticoides, pero un 40% no puede dejarlos. Selma le pidió un mes más para hacer más tranquila el viaje deseado. Luego sí, reduciría la dosis y se haría los análisis. El doctor asintió, y le deseó lo mejor. Desde ese momento, comenzó la cuenta regresiva, sabía muy bien que ya nada la detendría. Todo estaría bien y ella cumpliría su sueño.
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3 He regresado a la idílica playa del sur de la isla del Sur donde nació el amor por aquella lejana Tierra, ese tiempo detenido por siempre en mi corazón. Desde el balcón agreste de montañas islas agua bosques nieve… parte al destierro la peste de la ignorancia que claudica ante la inmensa sabiduría de la naturaleza que allí vive y reina en plenitud. El olor del mar, los destellos del sol en el agua clara, la pareja de cauquenes acicalándose y el silencio rítmico que da sentido a la vida. Todo eso cierra el círculo, abierto un día lejano (hace un montón de años) en las puertas de la atrevida juventud. Y es cuando el otoño despliega su generosidad de colores, que el bosque emerge en plenitud.
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El sol alimenta la felicidad que invade el alma cuando se siente la caricia de la belleza despertando cada uno de los sentidos. Pude cerrar ese círculo sagrado que se inició cuando el aire, el aroma el color el sabor de “mi” rincón secreto inundó de paz de luz de amor… el punto oculto del corazón; el que fue moldeado desde la infancia en un tiempo detenido desde entonces hasta ese día… cuando el círculo se cierra y estallo en un llanto de emociones frente a la inmensidad azul que es el espejo holístico donde me veo el alma. Y entonces… es tan fácil sentir permitir y hasta partir. Selma lee una y otra vez sus escritos, corrige, tacha, agrega, cambia los versos… quiere que el poema refleje a la perfección lo que sintió en ese momento, cuando dos mañanas atrás, arribaba junto a Estrella, alternándose en el manejo del
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auto alquilado, a la Bahía encantada que 30 años atrás había visitado junto a sus padres y quedó grabada a fuego en su alma, para no olvidar nunca más esos sublimes momentos, y soñar con repetirlos. El destino le estaba dando la oportunidad en ese día soleado y calmo de otoño, después de tanta espera, de disfrutar la caminata junto a su hija, en solitario, por la senda magnífica que se perdía entre bosques y turberas. La idea de alquilar un auto surgió en el pintoresco pueblo. De esa manera podían detenerse donde quisieran, el parque protegido era lo suficientemente grande y contaba con muchos lugares paradisíacos para hacer senderismo, algo que a Selma siempre le atrajo. Por lo tanto, un auto para trasladarse de un punto a otro resultaba indispensable. Tardaron un poco en llegar a la Bahía porque se detenían a cada paso para fotografiar, o simplemente para admirar la belleza y el encantamiento del bosque y descubrir pájaros escondidos entre las ramas. –¿Te parece que sigamos? –preguntaba Estrella cuando pasaban por algún sector donde la senda se desdibujaba en un colchón de hojas doradas y en un laberinto de árboles y troncos secos. –Mirá que no tenemos señal, si nos perdemos no habrá forma que nos encuentren, nadie sabe que andamos por este lugar. –No te preocupes –la calmaba Selma– se nota que es por acá. Y seguían, felices, entusiasmadas, ansiosas por encontrar el final que seguro, sería llegar al paraíso terrenal. Una pareja extranjera se adelantó a ellas, enseguida la cruzaron de regreso y ya casi al mediodía llegaron al final, se quedaron solas para gozar de esos silencios mágicos del
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camino que abrazaba al bosque de lengas y guindos donde la luz del sol juega a las escondidas. Lee lo que anotó en el cuaderno: “Al fin se abre ante mis ojos una idílica playa de piedras doradas y verdosas donde el agua de mar pura, fría y transparente se derrama en suaves olas de amor. El mar, las islas de la bahía, los árboles de las laderas de las montañas, la nieve en la punta cónica del cerro dominante… el sol, el cielo celeste con algunas nubes desflecadas blancas, las piedras coloridas, la soledad total, el canto del agua, las algas, conchas y lapas, una pareja de cauquenes acicalándose en la orilla… Todo eso junto, un combo perfecto que ambas no nos cansamos de admirar, fotografiar, recorrer y disfrutar, cada rincón escondido que parece bendecido por Dios”. Recuerda que no pudo contener más la emoción y estalló en un llanto emocionado, abrazando a Estrella. La que no podía creer ver a su madre así, era raro, Selma nunca demostraba abiertamente sus sentimientos y mucho menos hacía contacto corporal. “Sin duda –pensó– esto es algo enorme para ella y haberlo logrado después de tanta espera y sufrimiento tiene que haberla sensibilizado mucho”. Comprendió en ese instante, que ella también era muy feliz. Selma sentía que ese mediodía en el lugar lejano que alguna vez descubrió y amó, era el regalo más grande que recibía en su vida. Sin duda que vivía un romance con aquel paisaje de ensueño. Le dio las gracias a su hija por haberla animado a luchar por conseguirlo. Caminaron hasta la baliza, por la playa de piedritas doradas y verdes. El sol del mediodía destellaba en el agua clara y la brisa despeinaba las pequeñas olas de la orilla. Al final, se toparon con un cartel que decía: “zona restringida, área reservada a la investigación científica, no abierta al
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turismo”. Selma sintió un fuerte deseo de transgredir la norma, pero Estrella se lo impidió. –No podemos arriesgarnos, si bien no hay nadie, podrían vernos y nos van a amonestar, mejor regresemos. Además, tengo hambre, vamos al centro de visitantes donde en el mapa figura, además de la Sala de Interpretación, un restaurante. Antes, tiraron varias piedras al mar pidiendo algunos deseos, aunque Selma sentía que no tenía mucho más que pedir después de ese momento, porque sentía que sus sueños eran liberados del espacio que ocupaban en el alma, y que eso sería para siempre, sin importar lo que la vida le reservase en los años venideros. Era tan feliz, que tuvo miedo de esos sentimientos. Lentamente y en silencio, como debe ser al transitar el templo de la naturaleza, emprendieron el camino de regreso al auto. Lo encontraron solo, ya no quedaban turistas en el lugar. Era la hora del almuerzo. Como se detuvieron en otros lugares interesantes para caminar y fotografiar, llegaron al Centro de Visitantes a la media tarde. Decidieron saltear el almuerzo y pidieron sendas tazas de chocolate con tostados de jamón y queso. En todos los lugares que visitaban había chocolate, desde el primer día que lo probaron en la confitería al pie del glaciar, coincidieron que era exquisito y ni un solo día dejaron de tomar su taza de chocolate caliente.
Selma Vuelve a repasar sus escritos, la noche está llegando, y las luces de la ciudad recostada entre el mar y la montaña, se van encendiendo al momento que el cielo oscurece. Otras luces de los buques anclados en el puerto le dan un toque colorido al agua mansa de la bahía, porque
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extraĂąamente el viento que casi siempre azota aquel lugar hermoso, ha dejado de soplar.
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4 “El otoño en la isla es una detonación de colores agrediendo de belleza todos los sentidos. Paseo por el bosque silencioso con mi hija, en busca de la verdad que se acurruca entre los troncos caídos, o bajo el colchón de hojas doradas por donde camino en estado de éxtasis total. Es el punto final del sueño: sueño cumplido. Lengas, ñires, guindos… arroyos de agua pura, lagos verdes, negros, azules… y la transparencia acariciante del mar entre las rocas que salpican la playa desierta de la bahía azul. Destellos de luz solar en el agua del mediodía otoñal, calmo, silencioso, lleno de paz. Así transcurre la mañana; unas parejas de cauquenes extienden sus alas frente a la inmensidad luminosa del mar. Mientras… el agua clara y fría acaricia incansablemente el ramillete de piedras lisas, conchas violetas y negras, algas marrones… La mirada se pierde en las islas verdosas que surgen por doquier en esta parte paradisíaca de la Tierra. Porque reafirmo aquí y ahora lo que pensé en este mismo lugar hace treinta años: el paraíso existe, y es el premio final del sueño. Como lo escribí un día: Cuando los sueños sean perfectos ascenderás al límite de los ojos heridos por un milagro de amor.
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Y ese milagro tiene lugar hoy, cuando la luz total del Sur con sus fríos ideales alimenta el alma con la calidez suprema del sol”. –Má!, ¿cuándo bajamos al centro para cenar? Estrella interrumpe su momento de éxtasis y comunión con la escritura irrumpiendo alegremente –como es su costumbre– en el espacio calentito, frente al ventanal, donde se ha refugiado para escribir. –¡Hola!, estaba aprovechando para escribir, ya que hay bastante paz en la casa, pues quedan muy pocos turistas; ¿qué te parece si vamos en un rato? –Bueno, dale… yo voy a tomar algo calentito mientras vos escribís. –Sí, preparate un café, seguramente en el desayunador hay algunas facturas que han quedado de hoy a la mañana para acompañar. Allí los huéspedes tienen disponible las 24 horas dos grandes termos con café y agua caliente para quien desee tomar algún té. En una cajita de madera, cuidadosamente ordenados, hay de diversos sabores. Si bien la bandeja con tostadas, mermeladas y dulce de leche solo se encuentra a la mañana, no es raro que queden facturas hasta la tarde. Estrella se aleja unos pasos hasta el comedor y se sirve su café con medialunas; ocupa un lugar en la gran mesa donde no hay nadie, se demora entretenida con el celular; mientras, en el rinconcito cálido de la Sala–Biblioteca, Selma rememora los últimos momentos anteriores al viaje donde también debió sufrir sobresaltos. Se siente tan feliz, que aquellas vivencias le parecen increíblemente lejanas.
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Varios días antes de la partida, comenzó a preparar todo lo necesario para la estadía, armando el bolso con tiempo para no sufrir estrés a último momento. También se tomó su tiempo para dejar todo arreglado y coordinado en su casa. Lola, la señora que cuidó a Egle los últimos años de su vida quedaba a cargo de las dos casas, como siempre había sido cuando faltaban. Haría visitas diarias, barrería la vereda y regaría las plantas si hiciese falta. Irupé se quedaría en casa de Ricardo Lozano, él la había encontrado, sin duda que era la mejor opción, Irupé lo conocía y seguía bastante. Qué mejor que él, que tan bien había cuidado de Luna cuando ellas faltaban. También habló con el vecino y le encargó que estuviese atento a algún hecho anormal para llamar a la policía. Llegó el día esperado. El tiempo venía mal desde hacía unos días, mucha lluvia, humedad, días pegajosos en el pueblo. El otoño venía saliendo de una gran sequía estival, y lo hacía con jornadas muy lluviosas. La combi que las trasladó a la ciudad marrón iba completa. El viaje fue tranquilo pero muy estresante por la lluvia casi constante, y los peligros que se presentaban en las deterioradas rutas de su país. Pero Selma no contaba que era viernes, y que una serie de piquetes complicaban el tránsito en la ciudad. Ni bien dejaron la autopista, y entraron a la ciudad, había que armarse de paciencia, porque la combi tenía que cumplir con su itinerario de dejar pasajeros en dos puntos céntricos; y todo se complicó con el tránsito abarrotado que obligó a que la combi tuviese que avanzar a paso de hombre. Los minutos pasaban y Selma iba entrando en pánico. Hacía mucho tiempo que había dejado de viajar a la ciudad, refugiada en su lugar de paz, no estaba acostumbrada a las
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alteraciones del tránsito en una ciudad que con el correr de los años se fue complicando cada vez más por la falta de obras y porque las nuevas modalidades de protesta habían copado la calle. Estrella la calmaba diciéndole que ella estaba comunicada con Danilo (quien ya las esperaba en el lugar indicado) y que no faltaba tanto. Para Selma, llegar una hora después del horario significaba una catástrofe, sin embargo, todo estuvo bien y se encontraron con Danilo. Luego vino otra odisea, hacer el trayecto hasta el departamento que estaba bastante alejado del centro. Y el taxista que no paró de hablarles de política en todo el viaje… Selma ya estaba al borde de colapsar. Cuando llegaron al departamento, Selma se sintió mal y por más que Pilar quería hablar ya que hacía mucho tiempo que no recibía su visita, ella solo quería tirarse en la cama para descansar. Pero por cortesía permaneció en el living donde no se encontraba un lugar vacío, de tantas cosas que su ex marido y su ex suegra acumulaban. Mientras Estrella y Danilo salían para reservar el remis que las llevaría al Aeropuerto más tarde, Selma se metió en la pequeña cocina que tantos años disfrutó cuando estuvo casada con Danilo, y después también, cuando viajaba a la ciudad para llevar a Estrella (sola o con Egle). Ponerse a preparar el mate la relajó y como le dio hambre, se untó unas tostadas con una mermelada de higos que Pilar le ofreció. Luego se dio un baño y se recostó en la que alguna vez había sido su cama. Y se sorprendió cuando ocupó el mismo lugar de siempre, como si la memoria del cuerpo la transportase a lo conocido. A pesar del gran esfuerzo que hacía, no lograba calmarse, tenía como un ataque de pánico, se sentía mal, con
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taquicardia y no tardó en ponerse a temblar como una hoja. Milonguita, el perro de Danilo que no se separaba de su lado, deambulaba por los alrededores. Cuando llegaron Danilo y Estrella se preocuparon. –Creo que no subiré al avión –le manifestó a Estrella. –¿Cómo? –Estrella no salía del asombro– después de todo lo que esperaste, los meses que pasaste tan mal con tu enfermedad, ahora que estás mejor, que el médico te encontró bien… –No sé qué me pasa, me hizo muy mal el viaje en la combi, no puedo evitarlo, estoy temblando y no hace frío… no quiero traerte problemas, ya que viajaremos solas. –Estás muy negativa, vas a tener que poner tu mente en positivo, de lo contrario tendré que imponerme como sea. Estrella entró a preocuparse, algo tenía que hacer, no podía estar pasando eso, faltaban 5 horas para partir al Aeropuerto, así que se fue a la cocina donde Danilo estaba preparando la comida especial que les había prometido y preparó un té de tilo. Luego, más tarde, tendría que tomar la pastilla tranquilizante que el doctor Martín le había recomendado para tener un vuelo relajado, dado el temor que Selma manifestaba por los aviones. Selma se sentó a la mesa para acompañarlos a cenar, pero no pudo pasar bocado, tenía el estómago cerrado y las náuseas la invadían. Pilar no entendía lo que pasaba, a pesar de la lucidez de sus 91 años, no podía imaginar ese lugar lejano donde su nieta y ex nuera se dirigirían en un rato. Y como era su costumbre, se preocupaba cuando alguien de su entorno no comía. Selma tomó lentamente su té de tilo y trató de intervenir en la conversación que se había generado en la mesa. Luego pidió permiso y volvió a la cama. Entonces sí,
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cayó en la cuenta que estaba a punto de cumplir su sueño; que no podía abortarlo de esa manera, tenía que ser fuerte y pensar en positivo. Se quedó quietita en la cama, una suave brisa entraba por la ventana entreabierta, cerró los ojos y visualizó los momentos más hermosos vividos en ese lugar: no todo había sido malo en su vida, tenía que estar agradecida por todas las veces que tuvo que reinventarse para seguir el camino de los sueños. Y esta era una más, la enfrentaría y derrotaría a los pensamientos grises, solo era cuestión de cambiar el chip. Cuando retornó al comedor era otra persona, alegre y predispuesta al diálogo. Todos se sorprendieron y comenzó una espera distendida y tranquila hasta el momento de partir al aeropuerto. A las dos de la madrugada, salieron a la calle cargando sus bolsos, Danilo las acompañó hasta la remisería de la vuelta y esperó que subieran al auto para despedirlas y desearles lo mejor. La noche estaba fresca, ya no llovía, y la ciudad había recobrado la magia que las ajetreadas horas del día les roba a sus calles. Esa imagen de una ciudad vacía, relajó completamente a Selma, y charlando con el remisero, el trayecto hasta el aeropuerto se le hizo más corto; encontraron todo muy tranquilo y vacío de pasajeros, siendo casi las primeras en entrar a la zona para dejar las maletas. Estrella ya había realizado el chekc–in el día anterior desde la computadora de la casa; así que se dedicaron a recorrer el gran aeropuerto y tomarse un café caliente en la confitería de la zona alta donde sería el embarque. Selma repasa mentalmente ese momento, tiene la tarjeta de embarque en su mano, la que imprimieron antes de salir:
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“AR1878, HORA DE SALIDA: 04.35, HORA DE EMBARQUE: 03.35, PUERTA 7. Asiento 21F” Ese es el asiento que eligió cuando Estrella le preguntó los que había disponibles al hacer el chekc–in; si bien por ser del lado de la ventanilla lo usaría Estrella, ella lo eligió por cábala. El 21F era el asiento que Danilo había usado en su viaje de hace casi 28 años cuando llegó al país para casarse con ella. Danilo llegaba lleno de sueños e incertidumbres en aquel momento. Hoy, su hija Estrella, acompañaba a su madre en un viaje especial, para cumplir otro sueño. Estrella deseaba su felicidad, y estaba orgullosa de acompañarla, ser el adulto responsable para guiarla en ese ámbito moderno de vuelos seguros. Su mamá había vivido esa aventura 28 años atrás cuando sola, partió en busca de un sueño de amor, subiéndose a un avión por primera vez. Ella era el fruto de aquel sueño de amor, por lo tanto, sabía cuánto representaba eso para su madre. Su papá Danilo, las recibiría al regreso y con más tiempo para compartir, disfrutarían de una corta estadía en la ciudad. Con el tiempo, la relación que tenían sus padres, se volvió tranquila, amistosa y transcurría normalmente entre la lejanía y la indiferencia, con ciertos momentos de turbulencia que desestabilizaba la “aparente” armonía existente.
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5 El vuelo fue sumamente tranquilo, el avión lleno de gente de todas las nacionalidades, mantuvo a Selma relajada y feliz. Hasta logró dormir un rato. El amanecer las sorprendió con un espectáculo digno de película. El sol comenzaba a despuntar encima de las nubes, la azafata anunció que arribarían al aeropuerto de destino en 40 minutos e informó que allí hacían 2° C y que el cielo estaba despejado. Un movimiento inesperado en los pasajeros alertó a Selma. Se asomaban por las ventanitas y sacaban fotos con cámaras y celulares. Se acercó a Estrella, quien miraba azorada por la pequeña ventanita mientras buscaba el celular y la cámara en su bolso. Selma se quedó sin aliento al contemplar fascinada el increíble paisaje que se extendía debajo de ellas. Un espectáculo de nubes y nieve, agua y montañas donde el color anaranjado–amarronado de la base cubierta de los bosques se vislumbraba desde la altura. A medida que el avión descendía, el espectáculo era más alucinante. Un laberinto espléndido de islas y montañas con glaciares azulados, de nieve blanca e inmaculada y nubes irisadas por la inminente salida del sol. Estrella comenzó a sacar fotos con su celular, con la cámara que tenía a mano, mientras comentaba lo sorprendida que estaba ante lo que veía. Si bien durante mucho tiempo escuchó a su madre hablar de aquella isla y su belleza; su mente nunca había podido imaginar siquiera el despliegue monumental que ofrecía la naturaleza, y que contemplaba en ese instante supremo de dicha. Ella, más sumergida en el
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mundo de la moda que de la naturaleza, ante ese panorama, no podía dejar de emocionarse y sentir una felicidad plena. Se imaginó a sí misma caminando los glaciares como “La Reina de las Nieves”. Y Selma… aquello que había recorrido alguna vez por tierra, que la había enamorado, lo veía por primera vez desde el aire, y no podía creer que lo estaba viviendo… tuvo que contener las lágrimas que pugnaban por salir. El ruido del motor se amortiguaba por una súbita sordera que la invadió. El avión parecía estar planeando, acercarse lentamente para no invadir esa paz y belleza que no tiene fin en ese rincón paradisíaco de la Tierra. Entre las nubes transparentes comenzó a vislumbrarse una franja amarillenta: las aún encendidas luces de la ciudad despertando a la vera de la bahía azul, recostada en las laderas boscosas de las imponentes montañas con nieve inmaculada en sus puntas coronadas de glaciares. Se veían tan cerca, tan blancas… como helados de crema con base de dulce de leche. El avión hizo una curva y pudieron ver la gran lengua de tierra que se adentra en el mar donde está la pista de aterrizaje. La pericia del piloto hizo que el aterrizaje fuese suave y placentero. El gran pájaro bajó lentamente y tocó pista magistralmente. Al instante, la cabina resonó con los aplausos, todos estaban admirados y sorprendidos. Selma y Estrella se arroparon y caminaron en silencio hacia la salida, aún emocionadas por estar allí; esperaron un rato ante la cinta, para recoger las maletas y donde podían sentir el frío helado de la mañana; algo aturdidas salieron a la gran sala donde buscarían el remis que las esperaba. Gente con carteles aguardaban a los turistas, que eran la mayoría. Después de un rato encontraron el de ellas: Estrella y Selma;
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estaba al frente de la oficina de la remisería que Selma había contratado desde el pueblo. Afuera las esperaba Manuel, el remisero que le asignaron y con el que terminaron bastante amigos; durante la estadía habían compartido charlas muy amenas, las había llevado a recorrer lugares ocultos y también hacía de fotógrafo, él era muy divertido y sumamente educado. Al abandonar el aeropuerto, un aire frío y limpio muy intenso las golpeó con fuerza. Pero el sol, las recibía con una calidez sublime y ya comenzaba a alumbrar la pintoresca villa que despertaba al nuevo día. Selma se sentía muy cansada… pero también, inmensamente feliz. Comenzaba a transitar el sueño final de la última etapa de la vida. Al menos… de esa vida, la que le tocaba vivir en la Tierra.
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6 Ya es noche cerrada y ella sigue allí, frente al ventanal, rememorando cada instante de su sueño. El comedor está oscuro, la cocina cerrada y la Posada permanece en silencio. Estrella está en la habitación mirando televisión mientras espera para caminar las 5 cuadras en bajada hasta el centro, donde cenarán algo rico. Pero Selma se demora, Edmundo Correa acude a su mente. Su amigo desde hace 8 años, el que vive allí. El que la esperó en vano cuando ella canceló el viaje y no le avisó. El mismo que no se encontraba en la Isla cuando llegaron, al que avisó solo unos días antes de partir. Después de aquel lejano encuentro programado por ambos, se habían despedido con la promesa de olvidar todo y cada uno seguir su camino. La distancia conspiraba con ese amor que les llegaba después de los 50. Él lo tenía muy claro, no así Selma, que tuvo una gran desilusión y le costó aceptarlo. Pero el tiempo pasó y se olvidó de ese hombre que la embriagó con su perfume y la hizo volver a sentirse mujer; aunque nunca dejaron de estar en contacto a través de Facebook y más adelante por WhatsApp. Es más, varias veces creyó que los poemas que él publicaba iban dirigidos a ella. Recuerda uno especialmente que le hizo rememorar cada instante, cada beso y cada caricia recibida y dada cuando se encontraron en la ciudad cercana a su pueblo. “A usted señora bonita y hermosa, le digo: Hay personas en la vida que no se olvidan. Usted es una de ellas, señora…. mía…. Si, déjeme llamarle mía, porque así vive en mi fantasía. Ihana Cott // 282
Acepte este poema, que en sus letras lleva mi alma entera, ¡deje que la piense mía! Siéntase dueña y soberana de este hombre que la ama, señora mía, mujer divina, llena de magia y fantasía, que su mirada me extasía, su sonrisa me ilumina y su cuerpo me fascina. Se bien que no soy nada, que la distancia mata y la vida escapa, por eso noche y día mi consuelo es su fotografía ¡ahí nace mi fantasía! Éste poema callado inspirado por sus labios plegaria sin voz, palabra desde hace un tiempo reprimida que distante grita: ¡señora mía! Aunque solo sea una agonía señora mía, no me importa si piensa que está loco quien le escribe solo piense que es un hombre, que por sus besos se desvive…” Edmundo o estos otros: “Tu nombre no sólo en mis recuerdos se ha quedado, sino también en mi corazón se ha grabado, y no te preocupes que yo de ti no me he olvidado, no te olvidaré aunque mi cuerpo se sienta cansado, y ya mi tiempo para seguir viviendo se haya acabado, porque soy un desquiciado que no te olvidará porque de ti estoy enamorado. Quiero ser por siempre parte de tu historia y que tú seas la musa de mis versos, quiero plasmar en poemas mis memorias de las veces que hemos estado en la gloria y como las caricias de tus labios cambiaron por completo mi universo”. Edmundo
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Si bien nunca le dijo nada, Selma sabe que puede apropiarse de ellos como inspiradora de los mismos porque lo que vivieron fue tan intenso que siempre imaginó que Edmundo no podría olvidarlo tan fácilmente. Y que como su timidez le impedía manifestar los sentimientos, entonces recurría a la poesía. Cuando Estrella supo parte de la historia, (porque Selma decidió contarla a medias, ya que era muy jovencita cuando el hecho aquel ocurrió); se entusiasmó y vivió pendiente de la llegada de Edmundo a la Isla para que se vuelvan a encontrar. Estaba empeñada en encontrarle pareja a su madre. No lo recordaba mucho de aquella vez, 8 años atrás y quería volverlo a ver. Cuando llegó un WhatsApp de Edmundo, le pidió a su madre que se encontraran cuanto antes. Pero Selma no contaba con mucho tiempo, ya tenía todos los días cubiertos de actividades, las que le impedían encontrar un hueco para verlo. O tal vez temía el encuentro después de tanto tiempo porque pensaba…” donde hubo fuego…” y ella no estaba en condiciones anímicas ni físicas para un encuentro amoroso. Su mente no podía pensar más que en disfrutar de su estadía en el paraíso soñado, en soledad y con Estrella. Escribir, pasear, descansar, soñar… además de las actividades de difusión de sus libros, las entrevistas, etc. Así que, en lugar de correr al encuentro con Edmundo, le escribió un mensaje diciéndole que en cuanto saliera un poco de sus “ocupaciones” le avisaría. Estrella seguía indagando día tras día. Hasta que Selma se decide, y dos días antes del regreso le manifiesta a “su” amigo que puede visitarla.
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Y ese encuentro había tenido lugar aquella tarde, pero no fue como la romántica Estrella lo imaginaba (los dos solos, paseando por algún lugar solitario).
Por la mañana había vuelto al Museo “del fin del mundo”. Todo allí era el fin del mundo, el tren “del fin del mundo”, la cárcel “del fin del mundo, la Posada “del fin del mundo”, el Faro “del fin del mundo”, “El correo del fin del mundo”, pintorescamente ubicado sobre un muelle en una de las magníficas bahías del Parque más Austral. “Lo que menos tiene es fin del mundo” –piensa, “para mí es el paraíso supremo del mundo”. Aquel Museo la atraía, especialmente desde aquella lejana mañana, hace 30 años atrás, cuando lo visitó por primera vez y se demoró tomando apuntes de la fauna y flora del lugar. Entonces conoció su biblioteca donde pasó varias horas revisando material que le facilitaron para el libro que estaba escribiendo sobre la fauna austral. Se emociona nuevamente cuando evoca el momento en que vuelve a entrar (al otro día de la llegada a la Isla) y se encuentra con la imagen de todos los animales que tanto la habían fascinado en su juventud. Quería mostrarle todo a Estrella, que se empapara de las sensaciones profundas que ella había experimentado y experimentaba aún. –Podés calmarte –la increpaba Estrella– puedo ver y leer todo sola, las indicaciones son impecables. Tenía razón, ella recordaba ese Museo como uno de los más didácticos y ordenados de su País. Seguía igual, aún mejor. Así que se puso a tomar fotos para el recuerdo. Dos veces más regresó, ya sola, para donar algunos libros que llevó especialmente, la bibliotecaria de turno llamó
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a una bióloga que se encontraba en ese momento para presentarla y ambas la animaron a visitar la Dirección de Cultura donde funciona la Editorial Territorial. –Sería bueno que puedan imprimir ejemplares en papel para distribuir en las escuelas y para el turismo –le informaron. Selma anotó el teléfono de contacto, tomó algunas fotos para documentar el momento y se marchó llena de ilusión. Esa mañana se dirigió a la Editorial recomendada donde dejó los archivos de los 3 libros digitales para que los difundieran y se encontró con el interés que manifestaron en editar alguno en papel para distribuir en la Isla. Selma se sintió muy halagada y prometió estar en contacto hasta que tomasen alguna decisión al respecto. Luego regresó al Museo para dejar allí los CDS. Así pasó el tiempo, y aún tenía que volver a la Posada para buscar a Estrella y salir a almorzar. Con Edmundo había quedado a las 14 horas, y eran cerca de las 12, así que decidió tomar un taxi, porque la subida le iba a demandar mucho tiempo y esfuerzo. Almorzaron tranquilas en Chichos, donde las agasajaron con Trucha al natural en papel de aluminio y Salmón con Rabas a la salsa golf. Satisfechas por la comida, regresaron al hospedaje caminando para hacer la digestión. Selma tuvo que parar a tomar aire a medio camino, no podía más de lo agitada, en cambio Estrella debió apurar la subida apremiada por llegar ya que necesitaba usar el baño. Justo a tiempo. Edmundo llegó puntual y cuando estuvo afuera le mandó un mensaje para que baje. Estrella, no quería interponerse entre ellos, así que la mandó sola; sin embargo, en cuanto Selma subió al auto y lo saludó con un beso en la mejilla, Edmundo le preguntó por Estrella.
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Selma se sintió sorprendida y solo atinó a decirle la verdad, que prefirió quedarse porque no se creyó invitada. –No creí necesario –aclaró Edmundo– están juntas y ambas querrán recorrer lugares donde no han andado. ¿Dónde deseas ir? –preguntó. Selma se sintió algo cohibida por haber seguido los pensamientos “extraños” de Estrella y trató de que no se notara. Edmundo actuaba como amigo, no había ocultas intenciones en él. O al menos, no las dejaba ver. –Al paso más alto, allí no hemos podido ir, también a un lugar donde crían perros de trineo para recordar a nuestra Luna que era de esa raza. Y a donde te agrade llevarnos para tomar fotografías. –Bueno, antes avisale a tu hija que venga. Selma le mandó enseguida un WhatsApp, pidiéndole que trajese la cámara. Pero Estrella salió tan apurada que se la olvidó, no así la suya. –No importa –dijo Edmundo después de saludarla– yo traje la mía. Estaba bien provisto de una cámara profesional que despertó la envidia en Selma. Edmundo era un hombre que amaba sacar fotos, escribir poesías y viajar mucho. Eso, tal vez, era lo que podría unirlos. El paseo fue maravilloso, en el paso había un viento infernal y helado, pero la vista era tan maravillosa que no les molestó para nada, sacaron muchas fotos y se admiraron del increíble azul del lago escondido y los distintos tonos de naranjas y marrones que los bosques irradiaban cubriendo de belleza las laderas de las montañas. Selma imaginó, que tal vez un día, volvería a pintar y plasmaría en la tela lo que su retina recibía en esos momentos.
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Cuando pasaron por un criadero de perros de trineo, Estrella le pidió a Edmundo que se detuviera para visitarlos. Siempre había deseado verlos allí, donde seguro tendrían felicidad. El recuerdo de Luna viene a su mente, esa mascota Siberiana hermosa que la acompañó en su crecimiento y que sufría tanto el calor del norte. La extraña tanto… imaginó tantas veces que en un lugar como ese, Luna habría sido tan feliz, tirando trineos, corriendo en la nieve… Ese pensamiento se desvaneció al instante, cuando se acercaron a las casillas o caniles donde se refugiaban del frío. Había muchas y estaban rodeadas de barro por la última lluvia; y los perros, que suelen ser tan bellos con su pelaje espléndido, se veían sucios y algo tristes porque permanecían atados a la entrada de sus casitas. No les gustó para nada lo que vieron, por lo tanto, decidieron seguir viaje sin entrar. Sin embargo, sirvió para que Estrella comprendiera y asumiera al fin que Luna había tenido suerte de vivir con ellas y que, a pesar del calor en los veranos, había sido una perra feliz. Siguieron recorriendo varios lugares de la ciudad, de los altos donde se aprecia una vista espectacular de las bahías, las islas, la ciudad, el puerto, la nieve… Y cuando más tarde se despidieron frente a la Posada, Edmundo intentó una tímida invitación. –Podemos encontrarnos a la noche, o mañana. Selma, invadida de emoción por lo que acababa de vivir recorriendo lugares increíbles no entendió muy bien y como al pasar contestó: –Luego nos hablamos. Y lo despidió con un leve beso en la mejilla. Sin embargo, Estrella sí había captado todo y se lo mencionó luego, cuando entraron a la casa. –¿Qué pasó, por qué le cortaste el rostro?
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–¿Qué cosa? –protestó Selma. –Insinuó que podían verse más tarde y vos le cortaste el rostro. –Estrella, no es lo que pensás, ya viste que solo deseaba llevarnos a pasear para que conozcamos lugares donde solas no podríamos ir. –No sé, no sé… tal vez quiera verte esta noche. –Si fuese así me mandaría un mensaje en privado, y entonces yo vería qué hago. Pero estoy demasiado cansada. La conversación terminó cuando Estrella entró a bañarse y Selma se instaló en ese rinconcito especial para escribir, pensar y descansar. Hasta ese momento, no había recibido ningún mensaje. Ella tendría que dar el primer paso: como siempre. Y no tiene ganas de darlo, repasa sus sentimientos hacia Edmundo y se da cuenta que ya no siente nada. “Entonces… por qué no dejar las cosas así, no hay necesidad de llamar al pasado. Aquello fue bonito en su momento. Éste es otro momento muy diferente para mí, un momento de idilio con la naturaleza” – piensa segura de ello. Igual se queda con la duda, ¿qué hubiese propuesto Edmundo si ella llegaba sola a la Isla como él imaginó cuando le manifestó su deseo de viajar? Lo primero que le preguntó entonces es si lo haría sola. Cuando ella le contestó que iría con su hija no dijo nada, pero vislumbró una pequeña desilusión en él. No encontró la oportunidad de aclararlo. Tampoco le interesa. Sube las escaleras hasta el cuarto. Allí se encuentra con Estrella, al rato salen al frío de la noche para cenar en algunos de los acogedores restaurantes del centro de la hermosa ciudad.
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Al otro día, último en la Isla, no lo llamó. Se despidió de él con un mensaje de agradecimiento por el paseo que les obsequió y por las fotos hermosas que les sacó y que él se las había mandado una por una al final de la noche a su WhatsApp. Como respuesta a su mensaje, recibió dos emoticones: una flor y una carita feliz.
Edmundo Correa… ¿Alguna vez volvería a formar parte del ... “Camino de los sueños”? ¿O sería un recuerdo más…? Con esas dos preguntas, Selma subía al avión que la alejaría de Isla Blanca. La luminosidad de un cielo despejado le regaló una postal inmaculada de la ciudad, de las montañas, de los bosques y el mar, los canales y la costa escarpada de la isla. Las lágrimas brotaron espontáneamente de sus ojos y supo entonces, que había sido inmensamente feliz.
FIN
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REFLEXIÓN FINAL Mientras exista vida, los sueños no se agotan. Acompañan a la persona en su tránsito por el universo para vivir la experiencia “humana” que transcurre en nuestro planeta. Porque somos seres espirituales viviendo una experiencia humana. Cada uno de nosotros tenemos un “camino de los sueños”, que tratamos de completar en todo su recorrido, desde que nacemos hasta que morimos. Para alcanzar la felicidad plena a la que tenemos derecho. En el costado del camino quedarán sueños sin cumplir, otros rezagados y también surgirán siempre sueños nuevos, mientras que a otros los abandonamos. Lo importante es reinventarnos cada vez que haga falta y seguir el camino siempre hacia adelante, sin olvidar las referencias de lo ya transitado, usándolas a nuestro favor. Esa Soledad que nos acompaña, es un don necesario para arribar a la meta de nuestro previsible destino. Por eso, la soledad, no debiera ser causa de sufrimiento, sino de dicha y elevación al plano espiritual.
Como la protagonista de esta historia, ¿cuál es el camino de tus sueños? Cada uno de nosotros construye un camino diferente, tal vez te sientas identificado/a con Selma u algún otro personaje de la novela, quizás esperabas otro final; por eso dejo una ventanita abierta, para que tu imaginación, lector, intente construir a partir de ella, un final de tu agrado.
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Lo importante es que sepas que no hay un final para “el camino de los sueños”, ni siquiera con la muerte, porque ella solo indica el final de esta experiencia humana que estamos transitando con el Planeta Tierra. Junto a tantos seres vivos animales y vegetales que nos acompañan. Esos seres puros, los que Selma tanto ama. Te doy las gracias por acompañarme en esta hermosa aventura que emprendí a través del camino de los sueños; porque con tu lectura, has completado el circuito que da vida a un libro; pues sin ti, solo sería letra muerta. Ihana Cott
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Índice II – LA CIUDAD
¡PIÚ AVANTI! ............................................................................................ 14 LA CIUDAD SIN LUZ .............................................................................. 16 AÑO 5........................................................................................................... 18 AÑO 1........................................................................................................... 28 AÑO 6........................................................................................................... 42 AÑO 2........................................................................................................... 46 AÑO 7........................................................................................................... 54 AÑO 3........................................................................................................... 68 AÑO 8........................................................................................................... 76 AÑO 4........................................................................................................... 84 AÑO 9........................................................................................................... 94 AÑO 10 ..................................................................................................... 100 CARTA POÉTICA .................................................................................. 104 ENLACE.................................................................................................... 106 EL REGRESO .......................................................................................... 108 ¡MOLTO PIÚ AVANTI! ........................................................................ 114 LA ISLA BLANCA.................................................................................. 116 PERFIL DE UN SUEÑO ....................................................................... 118 HAIKUS .................................................................................................... 120 ESTRELLA............................................................................................... 122 DANILO .................................................................................................... 142 LUNA ......................................................................................................... 150 IRUPÉ........................................................................................................ 160 EGLE .......................................................................................................... 170 SELMA ...................................................................................................... 182 ELLOS ....................................................................................................... 190 SELMA ...................................................................................................... 208 EGLE .......................................................................................................... 212 SELMA ...................................................................................................... 216 ELLOS ....................................................................................................... 224 ESTRELLA............................................................................................... 234 SELMA ...................................................................................................... 236 PERFECCIÓN ......................................................................................... 250
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1................................................................................................................... 252 2................................................................................................................... 256 EXTRAÑAR ............................................................................................. 256 3................................................................................................................... 264 4................................................................................................................... 270 5................................................................................................................... 278 6................................................................................................................... 282 REFLEXIÓN FINAL .............................................................................. 292
III – LA ISLA ¡MOLTO PIÚ AVANTI! ........................................................................ 114 PERFIL DE UN SUEÑO ....................................................................... 118 HAIKUS..................................................................................................... 120 ESTRELLA ............................................................................................... 122 DANILO .................................................................................................... 142 LUNA ......................................................................................................... 150 IRUPÉ ........................................................................................................ 160 EGLE .......................................................................................................... 170 SELMA ...................................................................................................... 182 ELLOS........................................................................................................ 190 SELMA ...................................................................................................... 208 EGLE .......................................................................................................... 212 SELMA ...................................................................................................... 216 ELLOS........................................................................................................ 224 ESTRELLA ............................................................................................... 234 SELMA ...................................................................................................... 236 PERFECCIÓN ......................................................................................... 250 1................................................................................................................... 252 2................................................................................................................... 256 3................................................................................................................... 264 4................................................................................................................... 270 5................................................................................................................... 278 6................................................................................................................... 282 REFLEXIÓN FINAL .............................................................................. 292
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