LUNA VIAJERA

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© Copyright 2023 Etel Carpi “Luna viajera”

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

ISBN: 978–987–656–530–1

Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita del titular del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción, almacenamiento o transmisión parcial o total de esta obra por cualquier medio mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia u otro procedimiento establecido o a establecerse, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

Carpi, Etel

Luna viajera / Etel Carpi. - 1a ed. - Junín :

De Las Tres Lagunas, 2023.

Libro digital, PDF/A

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-656-530-1

1. Narrativa. I. Título.

CDD A863

Correcciones de textos a cargo de la autora

Foto de contratapa: Cuadro de FINN, acrílico

E-mail: carpietel@gmail.com

ISBN libro físico: 978–987–656–529–5

Impreso en el mes de Abril de 2023

Ediciones de las Tres Lagunas

España 68 – Telefax 54 236 – 4631017 // 154 648213

Junín (6000) – Pcia. de Buenos Aires – Argentina

E–mail: ediciones@delastreslagunas.com.ar

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A Roo… que apuntala (con Luna) los días de mi nueva soledad.

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Prólogo

Esta nueva historia de Luna: la enviada, nació sin pensarlo, se fue dando sola y un día: ¡oh sorpresa!, tenía las páginas suficientes para un nuevo libro. Es como si la propia Luna lo estuviese escribiendo con sus vivencias tan ricas y “mágicas”.

A medida que se vayan adentrando en la historia, se darán cuenta por qué destaco esa palabra. Luna, sin ninguna duda, trajo magia a nuestras vidas y sus actitudes de amor puro e incondicional me fueron sugiriendo la historia que les narro a continuación, que empieza con la

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expresión genuina de sus sentimientos en forma de monólogo. Ella es transparente y deja leer lo que su mente encierra a nosotros, simples humanos sin herramientas suficientes para transitar por el camino del amor más puro que solo los seres como Luna nos pueden hacer conocer. Espero que esta segunda parte de su historia llegue a los corazones de niños, jóvenes y por qué no, de adultos sensibles y necesitados de dar y recibir amor.

La Autora

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SEGUNDA PARTE AÑOS DESPUÉS…

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Carta de Luna para Negri

¡Hermano!... el otro día te vi, después de tanto tiempo, en la esquina de siempre. Lo que pasa que no me llevaron más por ahí. Sí, hemos pasado varias veces, cuando salimos al “bosque”, un lugar maravilloso, que existe no lejos del pueblo, donde se han acostumbrado a llevarme, allí soy libre, me dejan andar libre, el sendero es fácil y los olores y sonidos del lugar me apasionan. Bueno… nunca estás afuera, pero el otro día ¡sí!, me viste, lo sé, y por eso me pongo feliz de saber que estás bien.

Pronto se cumplirán 5 años que llegué a esta maravillosa familia que me ama tanto. Ya pasaron 3, desde que te escribí el monólogo… en realidad, yo no, mi mamá que es escritora, guauguauguau.

Como te decía, es muy agradable caminar sin apuro por el sendero del bosque de lilas y eucaliptus. Olisquear entre el colchón de hojas, por un espacio libre de contaminantes, puro y contenedor, aunque, si se hace tarde y las sombras se imponen a la luz del sol: siento algo parecido al miedo y apuro el paso, me detengo para ver si vienen mi manada humana

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y sigo, tratando de no alejarme de ellas. Cuando salimos al claro… oh felicidad de corretear por el campo verde, hasta que ya cansada, me echo cerca del auto, bajo los eucaliptus y espero el agua fresca que me ofrecen. Cuando regresamos a casa, quedo muerta en mi cama y me duermo enseguida.

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Negri

Al campo, vamos siempre y disfruto mucho. ¡Te cuento la novedad! Un día llegamos y había un gatito, blanco, con unos ojos verdes muy lindos. Pero en cuanto lo vi, lo saqué corriendo, se trepó a un árbol y no bajó de allí en todo el tiempo. No me gustan los gatos. En próximas llegadas al campo, tuve que acostumbrarme a compartir con él, mamá me retaba cada vez que lo quería alejar, y él (al que le pusieron Moronguito) me tiró un arañazo que por poco me alcanza. Desde entonces, compartimos, él hace la suya y yo la mía. Mamá y Roo nos atienden por igual, aunque se nota que le prestan más atención a Moronguito porque se ha quedado a vivir allí. Pero desaparece por días, eso es lo que contó Tito. Al amigo de Tito, que desde hace un tiempo lo acompaña al campo, lo sigue mucho porque juega con él con una ramita de sauce. En fin, cuando vamos al campo, todos felices. Algo nuevo también he encontrado allí: son lagartijas y lagartos. Un día, vimos uno muy grande, otro día, uno pequeño que parecía la cría. Roo no deja que me acerque a sus escondites porque la mordedura puede ser muy dolorosa. Así que me limito a estar algo alejada, aunque enseguida percibo el olor característico que desprenden. Zorros siempre hay, liebres, pájaros de

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todo tipo… lo bueno es que desaparecieron las lauchas y ratones. Al menos ellos están felices, no los quieren a esos animalitos, vaya a saber la razón… ya sabes Negri, los humanos son raros pero nuestros mejores compañeros de vida.

¡No sabes!... mamá escribió un libro con mi historia y ¡fui a la presentación! Debo haber sido el primer perro protagonista de un libro que está presente en la presentación del mismo. Fue espectacular, en un lugar lleno de libros, con mucha gente cariñosa y con Launa (la veterinaria hija de Tito) como presentadora. Me porté muy bien, todos querían mimarme, ¡qué placer! Había ricos bocaditos que compartí con ellos. Nos tomamos muchas fotos, fui tan feliz Negri, no te imaginas cuánto.

El problema con Laura, que sigue siendo mi veterinaria, y es muy estricta con la dieta. Como según ella, me puse algo gorda, lo cual es verdad porque no hago mucho ejercicio… me limitó la porción de la comida, y tiene que ser una especial, sin grasa y qué se yo… mamá protesta porque es cara… pero no hay otra, Laura insiste con esa para tener una vida saludable y llegar bien a vieja, porque si no (les explicó) “va a tener problemas en las articulaciones”. Y bueno… paciencia… igual la

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comida es rica. Pero siempre ligo algo de la comida humana, guau, guau, guau.

Estoy totalmente adaptada a esta familia, en unos días, parece, porque oí un comentario de Roo, me festejarán los 5 años de mi llegada a la familia. Y están planeando, si no me equivoco hacer un viaje, parece que quieren llevarme. ¡Ojalá sea así!, me va a costar mucho no verlas por un tiempo. Pero bueno… los humanos son los que deciden, nosotros aceptamos, ¡qué otra nos queda! Ya te contaré en próximas cartas, prometo que no pasará tanto tiempo. Ahora Roo me está llamando, qué pesada, incorporó nuevas voces de llamada: ¡Caaaaaaan! grita, aprendí que se refiere a mí. Bueno, yo también soy pesada con ella, la sigo por toda la casa, guau, guau.

Negri, hermanito, te quiero mucho. Estoy feliz de haberte visto. Te estaré escribiendo pronto. Un lengüetazo.

LUNA (La Enviada)

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Nuevo monólogo de Luna

Estoy un poco alterada porque no sé nada de Negri, por lo tanto, no me atrevo a escribirle.

Quisiera que esté bien, que sea feliz como yo.

Estoy tan agradecida a la familia que me adoptó, a Brisa… mi ángel guardián que me envió hasta ellas.

Pronto cumpliré 6 años, en pleno invierno, y ¡qué frío tan intenso está haciendo este año!, estoy tan calentita adentro de la casa que salgo lo justo y necesario al patio. Claro que, si puedo, aprovecho para andar por la vereda para oler y ver si pasa algún gato… simplemente para ladrarle porque no me dejan salir tras él. Moronguito… él vive en el campo donde viví unos meses yo, menos mal, que justo era verano y hacía calor, porque soy una perra friolenta, guauguauguau). Ya no me molesta Moronguito, cuando voy al campo, los dos rondamos a mamá y Roo, a Tito y su amigo, y nos encanta compartir con ellos el lugar. Aunque un poco celosa me pongo… qué voy a hacer, soy intensa.

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No sé lo que está pasando, pero hay noches que mamá nos permite a Roo y a mí dormir en la cama grande, con ella. No hay cosa más maravillosa en el mundo que compartir la cama con la familia humana y dar y que te den calorcito.

Mi hermano… ¿dónde estará?, quisiera verlo, pero ya no salimos para ese lado, ya no vamos al bosque, ni de paseo, nada. Brisa… mi ángel de ojos azules, conviértete en hada y concédeme el deseo de ver a Negri y aunque sea hablar desde lejos, saber que está bien y que al igual que yo, es feliz con su familia humana.

Voy a ver qué hace mamá, espío desde la puerta, no sé si me ve, pero está muy concentrada escribiendo en la computadora, mejor me quedo cerca por si necesita de mí. ¡Ya es noche, y hace mucho frío! Uf, ahí empezó a ladrar la pesada de la perra vecina: Alsina. Ladra cada vez que para algún auto cerca, o llega alguna moto, o alguien llama a su casa. Se ha vuelto muy pesada, especialmente a la noche, cuando pasan a recoger la basura, tiene la costumbre de ladrarle al camión cuando está llegando. Lo que pasa, que ella, desde la reja, ve todo lo que hay en la calle; ese ha de ser su trabajo,

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en cambio yo, por suerte, trabajo adentro, con el calorcito y no paso frío. Soy una perra con suerte.

Pues tengo un gran trabajo que hacer, cuidar de mamá y de Roo, no quiero que les pase nada, siempre estaré para hacerles compañía y recibir el amor que me dan. Brisa: si estuviese haciendo mal mi tarea, seguro que me lo harás saber, ¿no?

El otro día soñé algo raro: eras mi mamá y me cuidabas muchísimo mientras jugaba con mis hermanos en un paisaje blanco y helado. Estoy segura… éramos una familia de Siberianos. Ahora entiendo nuestra conexión, y teníamos un amo humano que se llamaba Joel y que estoy segura: es Roo en la actualidad. Sé que trabajabas como perro de trineo y cuando crecí, yo también tiré del trineo por los senderos de los bosques cubiertos de nieve. ¡Qué trabajo cansador pero hermoso!, en pleno contacto con la naturaleza. Terminábamos rendidos, menos mal que eran largas las noches para descansar, y Joel nos dejaba dormir adentro de un amplio espacio calentito donde ardían leños en una chimenea. ¿Estaría solo Joel?, en el sueño no vi más seres humanos viviendo con nosotros. ¿Habré vivido alguna otra vida con mamá humana?

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Espero tener algún otro sueño que me revele algo sobre mi relación con ella en el pasado.

Roo mira tele, mientras yo pienso todo esto, pero me estoy sintiendo soñolienta, y mamá sigue en la compu. Mejor me voy a dormir, mis ojos están pesados, se me cierran, no esperaré a que ellas se vayan a la cama, más tarde me daré una vuelta por el cuarto de Roo para recordarle de ir a la cama de mamá, sola no me atrevo porque puede enojarse… y yo no quiero enojar a mamá. Guauuuu, espero cerrar los ojos y soñar. Brisa… no te olvides lo que te pedí. Buenas noches ángel guardián.

Luna.

(La Enviada)

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Ya no soy Luna: la enviada, ahora soy: Luna viajera. guauguauguauuuuuuuu, que experiencia alucinante he vivido.

Después de varios días sin actividad, ni salidas, nada de nada… mi manada humana me ha llevado de viaje y por primera vez he paseado por lugares mágicos. Acotación: le escuché decir a Roo, hablando con mamá que Luna es el nombre de un personaje de la serie de novelas fantásticas de Harry Potter que ella tanto ama y colecciona en su exclusiva biblioteca. ¿Habrá sido coincidencia cuando Roo eligió mi nombre, o influyó su amor por esas historias mágicas? Eso no importa ahora, lo que sí importa es la magia que encontré en ese lugar donde fuimos a pasear.

Brisa… ¿Estás ahí?, mi guardián, ángel, hada del hielo, de ojos azules que envidio… siento una energía que me transporta a tu mundo, tal vez, cumpliste mi deseo y pronto pueda ver a mi hermano Negri.

¡Quisiera contarle tantos buenos momentos vividos últimamente! Saber cómo está, dónde está… –Luna, yo sé que me escuchas y entiendes mi presencia a tu lado, aquí estoy.

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–¡Brisa!, mi ángel inolvidable, sí, te veo y te escucho.

–Tengo malas noticias para vos, sé que eres muy feliz y haces muy feliz a mis humanas adoradas, pero debo ponerte al tanto de todo.

–Noooo… ¿qué le pasó a mi hermanito Negri?

–No está más allí en la Tierra, ahora está en el cielo de los perros, donde estoy yo. Te aseguro que está bien.

–No puede ser Brisa!, yo temía que algo le hubiese pasado, no volví a tener noticias de él. Mi querido hermano, que emprendió el viaje conmigo para que yo encontrase la felicidad. ¡Qué noticia más triste me estás dando! ¿Cuándo se fue?

–Hace unos meses, fue un accidente, una muerte rápida y pasó al plano del amor eterno, desde aquí te protege y te protegerá (al igual que yo) en todo el tiempo que te quede por vivir, ahí en La Tierra.

–Si puedes comunicarte con él, dile que lo quiero mucho, que siempre lo amaré por todo lo que hizo por mí cuando nos alejamos del hogar, dejando a mamá perro en soledad. Sin duda, fue fundamental para que ahora esté cumpliendo mi misión.

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–Se lo transmitiré, pero ahora, me gustaría mucho que me contases de tu última experiencia como Luna viajera.

–Está bien… lo haré, trataré de expresarme lo mejor que pueda (en eso mamá escritora me ayudará), para que todos puedan vivir y sentir lo que yo viví y sentí.

Ahora estoy muy triste, pero en cuanto se me pase, me pondré a contar todo lo lindo que fui viviendo esos días inolvidables y Brisa: mi ángel guardián, tú se lo transmitirás a mi hermanito querido Negri.

Gracias por estar siempre y protegerme y proteger a las humanas que tanto quiero y debo cuidar, porque para eso me enviaste.

Me despido como

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Luna quedó muy triste después de la comunicación que tuvo con Brisa: su ángel guardián, su hada buena de los hielos. Acomodada y acurrucada en su colchoneta canina, cerraba los ojos color madera húmeda y soñaba con Negri: su hermanito que la acompañó cuando abandonó el hogar. Ya no estaba feliz con la familia elegida, ahora estaba lejos, vaya a saber en qué lugar del universo donde está el cielo de los perros… ¿cómo expresar la felicidad que estaba viviendo sin él cerca para hablarle, o verlo de lejos, aunque sea?

Lector, dejémosla procesar el duelo, pronto será la Luna cariñosa y protectora de siempre. Esa Luna que con la mirada sigue todos los movimientos de mamá (no vaya a caerse de nuevo –pensaba Luna– y tenga que despertar a Roo).

Mientras, contaremos sus últimas aventuras lejos del hogar donde Brisa –sin duda– la envió desde el cielo de los perros.

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Luna había aguzado mucho sus sentidos perrunos desde aquella mañana que sintió el golpe y encontró a mamá tirada en el piso, su instinto le indicó que debía avisar a Roo, y así lo hizo. Desde entonces quedó muy asustada y no le perdía pisada a mamá, se había transformado en su cuidadora y en cuanto sonaba el despertador cada mañana, se sacudía y llegaba hasta la puerta del cuarto para ver si había movimiento. A veces, con el frío, mamá se demoraba más en levantarse, pero ella permanecía alerta en su camita, a la espera de escuchar el sonido característico de las chancletas y los pasos lentos que se dirigían al baño. Luego salía y se dirigía a la cocina, y allí estaba Luna, desde su lugar estratégico en el rincón de la sala donde dominaba cocina y sala, como cada puerta de entrada a los dormitorios. Más tarde, mate y pava en mano, mamá se dirigía al escritorio, atravesando el comedor y hacía bicicleta fija un rato largo… que Luna permanecía a sus pies o se iba hasta la puerta vidriada que daba a la calle para olfatear el aire que filtraba por debajo o levantar la cortina y ver qué

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pasaba afuera. Si todo estaba tranquilo, volvía con mamá que escuchaba radio mientras hacía sus ejercicios. Si se aburría, retornaba a su camita y esperaba allí que mamá volviese a la cocina para desayunar. Entonces, pedía salir al patio y luego la acompañaba, paciente a su lado, porque siempre recibía algún bocado.

Así pasó el invierno, y llegó la primavera, Roo reanudó los paseos al bosque que había comenzado a hacer con ella en el otoño y qué tanto le gustaban. Ambas necesitaban hacer ejercicio y esa caminata entre eucaliptus, lilas y moras silvestres, les hacía muy bien.

Fue allí donde conoció a Finn, un Bowtruckle, animal fantástico, guardián de los árboles, muy simpático y pacífico; aunque defiende su hogar de todo aquel que intente dañarlo de forma admirable. Es pequeño, están hechos de corteza y ramitas, color verde, con dos ojos pequeños de color castaño. Se mimetizan muy bien en el entorno, sin embargo, Luna lo descubrió un día y supo que no era una rama, cuando vio sus ojitos.

Se detuvo un momento para dialogar con él, mientras Roo seguía por el sendero.

–¿Quién eres?

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–Me llamo Finn, soy el guardián de los árboles de donde un mago o una bruja pueden sacar madera para hacer su varita.

–Oh!!!... entonces vives acá…

–Sí, no se te ocurra acercarte a mi árbol…

–No es mi intención, sigo mi camino porque mi ama se está alejando, y tengo la misión de cuidarla, no perderla de vista.

–Bueno, entonces pasarás otras veces por acá, no olvides hablarme.

Dime: ¿Cómo te llamas?

–Lunaaaaa!, gritó mientras se alejaba.

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Luna era muy cuida de su hermana Roo, cuando mamá no formaba parte del paseo, un día que recuerda muy bien, se cruzaron con un encapuchado que se paró a hablarles… Luna enardeció y poniéndose entre Roo y él, ladró con todas sus fuerzas mostrando los dientes. Ella era muy buena, pero conocerían a otra Luna mala si alguien se acercaba a Roo. El joven, sin decir nada, siguió su camino.

En el primer paseo primaveral, Luna estaba inquieta, volvería a ver a Finn.

Pero se encontró con un bosque muy distinto, muchos troncos y ramas caídas, producto de un fuerte temporal de fines de invierno.

“Pobre criatura –pensó– no debe haber podido defender su hogar del temporal. Quizás se mudó, espero encontrarlo en el próximo paseo”.

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El próximo paseo no ocurrió, los días pasaban y Luna se impacientaba… algo olía mal en el ambiente… hablaban mucho, discutían a veces, se las veía ansiosas, especialmente mamá que parecía preocupada, en cambio Roo, despedía una buena energía que indicaba felicidad y expectativa… pero que Luna no lograba dilucidar.

Nombraban mucho la palabra lluvia… pero la lluvia no llegaba y las plantas sufrían mucho por ello.

Tampoco habían vuelto al campo… y ella extrañaba ese lugar que lo sentía propio porque allí pasó dos largos meses de verano, antes de ser adoptada y descubrir el paraíso. Casi sola… solo Tito llegaba todos los días, a veces mamá, y otras veces había bastante movimiento de gente, máquinas y ruidos raros. A veces aparecía su hermano Negri, el zorro, y estaban las vacas, los terneros, los pájaros… ellos no le molestaban. Cuando se mudó al pueblo, no soportaba que algún pájaro deambulara por el patio y los sacaba volando en rápida corrida. Si los agarraba, seguro que los mataba. Un día, mamá la vio persiguiendo un pichón de paloma que había

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saltado del nido sin lograr volar, entonces pegó el grito: ¡NO!, y el pobre animalito logró esconderse, y más tarde, vino mamá paloma y lo puso nuevamente en el nido. Luna supo que había hecho algo malo, pero no podía con su instinto de defensa territorial.

Por último, vio muchos bolsos y cosas diseminadas por la casa, y que ella sabía no correspondía con la rutina de todos los días. Luna se puso triste, pensó: “seguro que están por irse como ha ocurrido otras veces y me lleven a mí con Tito o tal vez a otro lugar que no me guste”. Veía también, sus cosas preparadas, entonces sus ojazos cambiaron de expresión.

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Su mirada era intensa, melancólica y guardaba preguntas para mamá y Roo, a quienes no perdía de vista. Estaba ansiosa y alerta a lo que pudiese pasar. Su mirada abrumaba a Roo, quién en cuanto le devolvía su mirar, Luna brincaba para tratar de subirse a sus rodillas y darle besitos como preguntas. ¿Dónde vamos? No me dejarán esta vez, ¿verdad?

–Nos vamos, Lunita –repetía Roo.

–Esta vez viajarás con nosotras de paseo más lejos, espero te portes bien y dejes de moverte de un lado al otro del auto como cada vez que vamos al campo o al balneario…

Luna la miraba con adoración, intuía que algo importante se avecinaba, así que vivió bastante inquieta esos días previos.

Hasta que una mañana, el ajetreo aumentó, se despertaron temprano y empezaron a apilar cosas cerca de la puerta, luego se ocuparon de colocar todo en el auto y cuando ya no quedaba nada, le pusieron el arnés y entonces sí, Luna supo que iría con ellas. Se sacudía, movía la cola y solo

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deseaba subir al auto y partir a pasear con sus adoradas amas, dispuesta a cumplir el rol fundamental de cuidarlas.

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De cuidarlas… como lo hacía con mamá: la acompañaba a hacer ejercicios, cuando escuchaba que sonaba el despertador, abandonaba su colchoneta para darse una vueltita por el cuarto de mamá para corroborar que se estaba por levantar. Si eso no ocurría, se detenía en la puerta para tratar de escuchar su respiración, entonces, más tranquila, regresaba a su camita. La seguía al baño, a la cocina y no la perdía casi nunca de vista. De igual manera, lo hacía con Roo, y le encantaba escuchar su voz, hablándole permanentemente con cariño. Se sentía una perra muy querida y mimada.

Aquella mañana, no sintió el sonar del despertador, pero mamá prendió la luz y comenzó su actividad; al baño, a la cocina, al patio, al cuarto otra vez…

Ella, desde su rinconcito acogedor, la espiaba con atención, estaba inquieta, percibía su ansiedad y Luna quería saber, intentó conectar con Brisa… pero en eso estaba cuando Roo salió del cuarto para sorpresa suya y comenzó muy alegre a hablarle.

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“Esto sí que es raro” –pensó Luna, se sacudió, se desperezó y con pereza y cierta inquietud la miró.

–Lunita, llegó el día, ¡nos vamos de viaje!, y ¡te llevaremos!, será una experiencia maravillosa, solo deseo que te portes bien en el trayecto y dejes de moverte y hablar con ese idioma raro que usas cada vez que subes al auto.

La palabra auto la hizo parar las orejas… “sin duda, parece que iremos de paseo” pensó.

Al rato, vio como trasladaban cosas al auto y comprendió que esta vez irían lejos… ¿qué mundos nuevos le esperaban por descubrir?

Al último… (ya se sentía un poco desesperada, el temor a no estar incluida, siempre estaba latente en su cerebro, su mente perruna no podía frenar ese miedo latente).

Al fin… Roo la metió en la caja roja (un lugar bastante cerrado que se ponía en el asiento de atrás y ella quedaba como encerrada, además de atada, dejándole muy poca posibilidad de movimiento).

Sin embargo… Luna se daba maña igual para moverse de un lado al otro, ya que la correa tenía una cierta extensión para que pudiese moverse, echarse, sentarse, dormir…

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Su hermana humana se puso al volante, mamá cerró el portón y subió al asiento del acompañante. Hasta ahí, todo igual, como cuando iban al campo. Pero no salieron para el campo… tomaron el rumbo del balneario… Luna reconoció enseguida la entrada, sin embargo, el auto siguió, pasando a toda prisa por ese lugar.

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Luna descansando del paseo por el bosque.

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Luna en el campo. 50 // Etel Carpi Moronguito relajado al sol.

Ella iba dialogando con el paisaje y de ventanilla en ventanilla. El auto seguía por la ruta, a una velocidad que nunca había experimentado en su vida canina.

Después de un buen trecho, el auto se detuvo y Luna suspiró largamente, al fin llegaban a algún lugar. La invitaron a bajar, le dieron agua que bebió con gusto y mamá la paseó por los alrededores con correa, cerca había algunos camiones y olores nuevos que le gustaba olfatear. Luego apareció Roo y siguió paseándola, sin ir muy lejos… así que Luna, ya cansada de andar por lugares aburridos, decidió orinar y rumbear para el auto. Enseguida partieron a la ruta nuevamente, solo que al volante estaba mamá.

Al poco rato, y comprendiendo que seguirían viajando sin llegar a un lugar para quedarse un rato más largo, Luna dejó de emitir sonidos y de moverse, de a ratos se sentaba, pero el jadeo constante no lo abandonaba nunca, como si corriese una carrera, con muy pocas pausas.

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Después de un tiempo el auto se detuvo y nuevamente se repitió la misma escena anterior: le daban agua, la paseaban y descansaban un rato… solo que esa vez, el lugar con césped y unos banquitos de tronco y mesitas con sombrillas para el sol, le pareció mucho más atractivo y le gustó. Orinó con placer y luego se sentó junto a mamá a esperar a Roo que había desaparecido un rato. Allí había un perrito que la olfateaba y gimoteaba, invitándola a jugar. Pero ella estaba cansada para eso… y terminó ignorándolo.

Al rato, estaban otra vez en la ruta, esta vez con Roo al volante, escuchaban música y mamá se puso a cebar mate y charlaban de gomas tiradas y esas cosas de humanos que poco ella entendía. Cansada de ir de una ventanilla a la otra, Luna se sentó y dejó de jadear. Pero no por mucho tiempo, quería observar el paisaje que era bastante monótono, pero interesante… campos, vacas, árboles… y no mucho más.

Todo transcurría igual, después de un rato, paraban, le daban agua, la paseaban con correo cerca del auto y esperaban que orinara; luego partían a la ruta otra vez, alternando la conducción del coche.

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Comenzó a sentir calor, el sol estaba alto en el cielo, un cielo magnífico donde navegaban unas nubes como lana de ovejas limpias. Ese tramo de ruta estaba muy concurrido, los camiones (parecidos a monstruos) no dejaban de pasar ante sus ojos bien abiertos, con un ruido que alteraba un poco la poca paz que se esforzaba por conservar, después de varias horas viajando.

De repente, el auto dobló, saliendo de esa ruta infernal y se metió en un camino solitario donde el verde era más intenso, el cielo celeste puro y los aromas que le llegaban, muy amigables con su agudo olfato canino.

Había como algunas lomadas que abrazó con su mirada de ojazos color madera húmeda y presintió que pronto llegarían a algún lugar, donde acabaría, al fin, el largo viaje.

Luna suspiró, un inmenso cartel verde les daba la bienvenida.

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Era la hora de la siesta, pero se veían muchos caminantes por sendas bien marcadas en el acceso al pueblo, cuyo aspecto era de paz, de aire puro y aromas dulces que sin duda Luna disfrutaba al poner su hocico en la rendija abierta de la ventanilla. Más tarde, mientras recorrían una avenida con un ancho bulevar en el medio, escuchó a mamá comentar que era el pueblo de los bulevares, había uno casi… calle por medio, y se veían hermosos, llenos de plantas y verde. Allí no se notaba la sequía, había llovido el día anterior, por eso el aire se sentía limpio y puro de todo vestigio de polvo o tierra suspendida como casi siempre estaba pasando por esos días, en el pueblo donde Luna vivía con sus dos humanas.

A poco de andar, el auto giró y se detuvo a la media cuadra frente a una casa. La cuadra estaba desierta, pero una mujer salió a recibirlas y cuando Luna bajó al fin del auto, comprendió que allí se quedarían más tiempo porque, después de los saludos, emprendieron el recorrido por una senda entre flores que desembocaba en otra casita que había al fondo, con bonito espacio verde donde la soltaron.

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En el camino se cruzó con dos perras que no la recibieron muy bien: después se enteró de sus nombres: Rita, una perra bastante viejita no la quería ni ver y le gruñía, si no la sostenía la señora, se trenzaban a mordiscos seguro. Y Mora, hermosa perra negra que le recordó mucho a su hermano Negri, era más joven y le caía bien, solo deseaba olfatearla para conocerse, solo que Rita no la dejaba.

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Rita

Cuando llegaron al patio del fondo, se calmaron y Luna comprendió que ese iba a ser el espacio suyo y de sus dueñas, el que ella tendría que defender de ahí en adelante. Una puertita, unía los dos patios separados por un alambrado gallinero.

Mora

Roo entró a la que sería ahora “su casa” y mamá salió hacia la calle; al rato empezó a trasladar los cacharros hasta la casita, mientras Luna se dedicaba a olfatear por todos los rincones, lo primero que hizo fue mojar sus patitas en el tarro del agua

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que ya estaba preparado y luego entró e inspeccionó el interior (un mono ambiente espacioso y muy luminoso), donde enseguida le armaron una camita con su manta para que no extrañara. Se echó, estaba cerca de un calefactor, el calorcito y el cansancio hicieron el resto: se quedó profundamente dormida. Ni siquiera prestó atención a lo que Roo y mamá hablaban mientras ordenaban todas las cosas y luego, también se acostaron a descansar y solo se escuchó el piar de los pájaros y los sonidos adormecidos de la tarde pueblerina.

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Después de tomar mate y comer algo, comenzaron nuevamente con los preparativos. Luna se alteró, “otra vez” –pensó. Escuchó a mamá comentar que tenían que ir a la costanera para ver la “puesta del sol”.

Al rato estaban listas, le pusieron el arnés y le dieron la correa para que ella misma se llevara, como le gustaba. Recorrieron el sendero hasta el

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auto sin problemas: Mora y Rita no andaban por ahí… Luna sabía que no irían lejos esta vez porque habían dejado todo en el loft, por lo tanto, disfrutó del corto paseo en auto, por una larga avenida con bulevar por donde circulaban autos que paseaban con gran lentitud. Allí la gente vivía a otro ritmo, y la hora crepuscular era la preferida para dar un paseo hacia la costanera del gran lago salado.

Detuvieron el auto en lo alto y luego salieron a caminar por los senderos que recorrían un inmen-

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Rita y Mora en su patio

so espacio abierto que terminaba en una playa con sombrillas de paja. Un trecho la llevaron con la correa, luego la liberaron y Luna pudo olfatear a gusto por todos lados, era un lugar tranquilo, donde cruzaban gente de vez en cuando, pero podían andar solas sin problemas. Algún otro perro se acercaba a saludar a Luna, pero no se demoraba mucho porque no quería perder de vista a su manada, dispuesta a defenderlas siempre. El lago se veía algo alejado, el olor salobre flotaba en el aire y los colores del cielo iban cambiando, mientras el sol se relajaba y entraba a bañarse en las aguas que teñía de dorado al tocarlas. Se respiraba paz, Luna sabía que mamá estaba disfrutando muchísimo, percibía la energía positiva que le llegaba de ella, y también Roo, quien se dedicaba a sacar fotos y más fotos. Se sintió tan feliz, hacía mucho tiempo que no experimentaba un paseo tan agradable, en un lugar tan mágico y con gente tan cálida y amable que la miraban con cariño cuando se cruzaban con ella. Luna amó a esa gente, amó ese lugar y se sintió libre en medio de un paraíso de amor.

–Negri… hermanito. Allá donde te encuentres, seguro que me acompañas en estos momentos de felicidad.

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–Así es Luna –le llegó una voz, la de Brisa– él está contigo, como lo estoy yo; amígate con Mora, ella es el alma de Negri, quiere ser tu amiga, a pesar de Rita.

–Brisa, mi ángel guardián… qué bueno que puedes entender lo que siente mi corazón canino.

–Claro, lo sé porque yo he vivido momentos así con tu familia humana cuando también salía de viaje… aunque a mí me tocó un departamento de una gran ciudad. Pero igual, estaba con ellas y salía al patio común cuando mamá me llevaba o íbamos todos a pasear a la plaza, llena de niños, (a los que yo nunca quise), y caminaba siempre con correa, porque era muy traviesa, y si tenía la oportunidad, me escapaba y por ahí me perdía. Entonces, no me dejaban libre como a vos… eres privilegiada Luna, vive a pleno estos días, no los olvidarás jamás, ni aún después de pasar a otro plano. Te lo aseguro.

Con las palabras de Brisa resonando en su mente, regresaron al auto, y emprendieron el lento regreso hasta “su nuevo hogar”, con todas las luces ya encendidas del pueblo acogedor.

Las recibió el silencio, la soledad y el ambiente calentito del loft.

Luna tomó agua, comió algo y se tiró en su

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cama, feliz como pocas veces, se quedó dormida enseguida.

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En cuanto comenzó a filtrarse la claridad del nuevo amanecer, escuchó a mamá y su clásico caminar con chancletas hasta el baño y luego se instaló en la cocina para preparar el mate sagrado de todas las mañanas. Luna, decidió quedarse en su camita, tenía mucha perezaaaaaa… había tratado de colarse en la cama grande a la noche, cuando Roo dormía, sin hacer ruido se quedó quietita en una punta, pero cuando sintió que su hermana se movía, decidió saltar y volver a su manta frente al calefactor.

Cuando luego de un rato, mamá desayunó, se acercó a ella para acompañarla y pedir que le abra la puerta para ir al patio a hacer sus necesidades y regresar presta al interior donde siempre le gustaba estar con su manada humana.

Más tarde, esa mañana luminosa y cálida, vivió un momento de zozobra cuando Roo y mamá salieron y la dejaron sola. Intentó colarse por la puertita que delimitaba los sectores de las dos casas, pero Roo le explicó (por lo menos, así lo

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entendió por sus gestos), que tenía que quedarse a esperarlas y que no debería ladrar.

Asustada, se quedó pegadita a la puerta, tratando de empujarla sin suerte y lloriqueando. Al otro lado se pararon a hablar con la señora, mientras la miraban y le decían algo. Luego se despidieron: “ya volvemos Lunita”, Luna entendió su nombre y supo que no iría con ellas. Gimió un poco y al ver que no volvían se replegó al fondo y se quedó echadita, alerta, al sol de la mañana. Al rato, vio que salía al patio Mora y cuando la vio se acercó al alambrado como invitándola a dialogar… recordó las palabras de Brisa sobre Mora y entonces se acercó al alambre y se olfatearon chocando los hocicos, Mora era muy agradable, se sintió muy segura de tenerla al otro lado y que no estuviera

Rita, para poder conversar tranquilas. Así pasó un buen rato, luego salió Rita y comenzó a ladrar asustando a Mora que decidió dar media vuelta y volverse hacia el sector donde estaba el señor (amo de ellas) haciendo unos trabajos con unas maderas. Luna también se replegó al fondo y encontró una hermosa manera de entretenerse, dar volteretas en el pasto fresco, ¡qué bien se sentía!,

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donde vivía con mamá y Roo, no había pasto, y las volteretas las daba en el piso de cerámica. Eso sí, aprovechaba cada vez que iba al campo, hasta en bosta de vaca se revolcó un día… ¡cómo se puso Roo!, le pegó un grito que la asustó, y no lo hizo más en el futuro.

Por suerte, después de un ratito más de soledad, aparecieron por el sendero cargando bolsas, las fue a recibir saltando de alegría, no podía de la felicidad, supo que traían comida por los olores que se desprendían de las bolsas. Las siguió al interior y se echó a esperar… ellas estaban ordenando todo en la heladera y luego mamá preparó la comida y Roo llenó su comedero con la suya. Una vez que terminó de engullir, se sentó entre ellas mientras comían, siempre algún extra le daban y eso la hacía una perra feliz.

Desde entonces, cada vez que salían y no la llevaban, se quedaba tranquila esperando el regreso, sabía que volverían y que ese era su lugar ahora, al que defendía con algún ladrido de vez en cuando para que todos lo supiesen y no se atrevieran a entrar en el espacio que ya le pertenecía. Su tarea específica, según mandato de Brisa que la envió,

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era: dar amor y cuidar a su manada humana conformada por mamá y hermana Roo; sea en el lugar que sea.

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Después de un corto descanso, el trío volvió a salir, era una tarde de sol, bastante calurosa para la época. Luna se ubicó en la parte de atrás del auto, metida en el cajón y con el cinturón de seguridad. Estaba inquieta y jadeaba mientras se movía de un lado a otro y emitía sus característicos chirridos, y trataba de articular sonidos que sin duda expresaban algo, un monólogo que solo ella entendía. Dieron varias vueltas por el pueblo, parecían algo desorientadas, mamá guiaba a Roo, pero cuando tomaron el acceso se dio cuenta que no era por ahí y dieron un giro para volver, emprendieron el rumbo por el bulevar Colón hasta el lago y luego tomaron un camino bastante deteriorado que bordeaba el gran lago salado a paso muy lento para el gusto de Luna. Mamá protestaba, hacía calor y los rayos del sol se reflejaban en el agua quieta que despedía un fuerte olor salubre. Luna tenía sed, percibía la energía dubitativa de mamá y la energía potente de Roo que seguía adelante sin pensar demasiado. Hasta que llegaron a un bosque seco que rodeaba un viejo, pero majestuoso edificio en

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ruinas, con un letrero de grandes letras de cemento que decía: MATADERO; Roo leyó el cartel indicativo que decía: obra del arquitecto SALAMONE. Descendieron del auto, Roo le ofreció agua que Luna bebió con gran placer y luego la dejó suelta para que deambule por ahí ya que no había peligro, algún que otro vehículo paraba de tanto en tanto, mientras ellas tomaban fotos.

Luego volvieron al auto y reanudaron la marcha por el mismo camino pedregoso que bordeaba el lago. Más adelante, circularon por una

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Obra de SALAMONE

extraña avenida de árboles blancos secos, pero erguidos extendiendo sus ramas-brazos al cielo celeste. Al costado se extendía una playa desolada, detenida en el tiempo… y después de un trecho que a Luna se le hizo eterno, el auto se detuvo frente a una calle donde algunos humanos caminaban lentamente hasta encontrar el agua que invadía las ruinas de lo que alguna vez había sido una villa turística próspera que quedó sepultada por toneladas de agua salada y que hoy, 37 años después, quedaba a la vista de todos con el retiro del agua caprichosa que la mantuvo bajo sus aguas tantos años. Roo le ofreció un poco más de agua que Luna devoró, ¡tenía tanta sed! y salieron a recorrer las ruinas. El sol de la tarde las aplastaba con sus rayos poderosos. El paisaje era de otro planeta, muy mágico y prometedor como marco de alguna película de terror en noche de luna llena. Casas, edificios, calles, árboles… todo muerto y cubierto de una costra blanca de sal.

Cuando llegaron al final de esa calle, al pie del agua en retirada por la actual sequía, un grupo de árboles blancos de sal, con sus ramas retorcidas; que parecían actores zombis representando fielmente el dolor de la catástrofe vivida cuando fueron

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cubiertos por el agua para pasar a formar parte de un mundo inigualable que quedó por muchos años, oculto a los ojos de todo ser viviente, porque tuvieron que huir, abandonar su lugar para siempre, si no querían morir también bajo ese increíble manto blanco de sal.

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Luna lo recorría todo olfateando, descubriendo un mundo nuevo. Era el único perro, y todos los que cruzaban en el camino, la miraban con ternura y curiosidad. Por un momento se sintió importante, pero eso sí, trataba de no alejarse demasiado de su familia humana. Mientras ellas tomaban fotos, se perdió entre esos árboles raros, tuvo una visión y comenzó a ladrar. Un perro extraño, de apariencia feroz apareció tras un árbol y Luna sintió que la enfrentaba, se le erizaron los pelos al verlo.

–Debes irte de aquí, este es un lugar mágico, solo los perros como yo pueden andar por aquí –dijo el raro animal, que era un CRUP o perro creado por un mago y que tenía la cola bífida.

–¿Quién eres tú? –preguntó Luna, desde cierta distancia, pues le tenía algo de temor, su aspecto era muy extraño.

–Crup, y vivo aquí, en este lugar mágico del mundo. Estoy persiguiendo gnomos, tú me has encontrado porque eres un ser diferente, los Muggles no pueden verme, mejor vuelve con ellos; ¡y deja de ladrar!

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–Tienes razón, no me interesas, este lugar es muy raro y no me gusta.

Luna se alejó enseguida, y buscó a su familia pensando: “¡Qué extraño es todo aquí!, me siento agotada, ¿cuándo volveremos al auto para irnos?

Tengo mucha sed…”

Pensando esto, comenzó a desandar el camino, dejando atrás a Roo y mamá, hasta que llegó a la salida y entonces, se echó en una sombrita, y las esperó.

Cuando llegaron al loft, el sol ya se había puesto, y su cansancio era tan grande por la aventura vivida, que se tiró en el piso y se quedó dormida.

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A la mañana, todavía seguía perezosa. Mamá, como siempre, se levantó al rato de que sonara el despertador para realizar su rutina matinal.

Cuando el sol comenzó a salpicar de luz el patio, Luna salió a hacer sus ejercicios de volteretas en el césped, algo que le gustaba mucho. Roo seguía durmiendo y mamá la dejó al cuidado de todo, se puso la campera y salió. Le avisó a Roo que iría a caminar a la plaza y a sacar fotografías. Cuando regresó, se la veía muy feliz, se puso a escribir y a cocinar algo. Almorzaron, descansaron un rato y volvieron al auto para un nuevo paseo.

Luna estaba intrigada, ¿dónde irían ahora?, llevaban reposeras y equipo de mate, agua y galletas para ella.

–Vamos Luna, ¡a pasear! –la llamó su hermana, no se hizo rogar y salió llevando la correa en la boca, como siempre lo hacía. Era muy graciosa, porque se llevaba sola. Sin perros a la vista, atravesó el patio del frente y esperó le abrieran la puerta del auto para acomodarse. Era otra tarde de sol, bastante cálida, aunque con un vientito más fresco

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que acariciaba e invitaba a buscar refugio en la naturaleza.

Nuevamente hicieron el camino hacia el acceso al pueblo que ya Luna reconocía y a poco de andar tomaron un desvío de tierra que al igual al que habían hecho el día anterior, estaba muy pedregoso y golpeado. Así que, el auto se deslizaba lentamente, siempre con Roo al volante que parecía una experta y mamá protestando porque parecía más lejos de lo que le habían indicado. Atravesaba un paisaje campestre bastante deteriorado por la sequía; al fondo se divisaba una masa verde de árboles donde el camino parecía terminar.

–Es allá –dijo mamá– hay muchos árboles, seguro será un parque muy agradable para pasar la calurosa tarde.

Atravesaron un guardaganado y enseguida se encontraron en un lugar inmenso, lleno de altos eucaliptus, sombra, trinos, ovejas pastando y mesitas para hacer camping. Siguieron los senderos y llegaron a un lugar donde corre un pequeño río enmarcado por árboles verdes y hermosos. Estacionaron, bajaron las reposeras y prepararon el mate mientras miraban como las ovejitas pastaban tranquilamente. Luna las vigilaba, no se vayan a acercar

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mucho a ellas. Estaban casi solas, a unos metros de distancia había una pareja charlando a la orilla del río. Le encantó el lugar, se echó entre las dos y esperó que le diesen algo para comer, además de agua… tenía hambre, el aire y la emoción de tantos paseos increíbles, despertaban su apetito; se sentía un animal con suerte y una vez más le agradeció a Brisa por haberla enviado allí.

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Luego de un rato de descanso, salieron a caminar por un sendero llamado: EL SENDERO DEL MOLLE. Se escuchaban muchos pájaros y distintos cartelitos ilustraban al caminante sobre los seres alados que vivían en ese bosque, donde también había robles, eucaliptus y pinos. Tenía su propio microclima y a Luna le recordó mucho el “Paseo del bosque” con sus eucaliptus gigantes, las lilas oscuras y las moras silvestres; donde encontró a FINN y que siempre recorría con sumo placer, claro... cuando Roo y mamá la llevaban… que no era mucho para su gusto. La última vez se lo encontraba muy deteriorado por una tormenta y se entristeció al no volver a ver a Finn…” ¿qué habrá sido de él?”– pensó Luna, mientras trataba de oler y observar todo el sombreado y fresco entorno arbóreo. No se veía gente, solo pájaros.

De repente, escuchó un canto bajo y tembloroso que llamó su atención, era un sonido que no había escuchado nunca, se alejó un poco del sendero siguiendo el sonido, Roo y mamá andaban

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lento, parándose para sacar fotos, así que no la buscarían aún.

Al poco de andar lo vio sobre una rama caída y seca. Era un pájaro pequeño, de plumaje negroverdoso que tenía un aspecto triste y parecía desnutrido.

Le dio pena su tristeza y le habló: –Hola… ¿estás enfermo?, digo, por tu aspecto.

El pájaro se alejó un poco y se ocultó entre unas hojas, parecía como asustado, tal vez tímido, pero Luna no lo abandonó y se acercó para dialogar.

-Soy Luna, un ser muy bueno, no te haré daño, además tú vuelas muy bien.

–Soy Augurey, un pájaro mágico, no deberías estar viéndome.

–Oh… otra vez me encuentro con un ser de la magia… los puedo ver, no te preocupes, y también te puedo oír… tu canto es muy especial.

–No es un canto, es un lamento, soy así, pero no estoy enfermo y si me oculto es porque no ando cuando no llueve.

–¿Cómo es eso? –se interesó Luna.

–Prefiero quedarme en el nido, ahora salí un rato porque quiero llamar a la lluvia que le da vida a

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mi bosque y que tanto necesitan todos ustedes: los seres no-mágicos: que nosotros llamamos Muggles.

–Ah… sí, son los humanos, yo no soy de esa especie: soy perro, un canino. Y puedo mirarte, eres raro, pero no tanto como otros que he visto.

Luna escuchó la voz de Roo llamándola, así que fue en su búsqueda para reanudar el paseo, no vaya a ser cosa que se perdiese…

–Adiós pájaro triste, y ojalá se cumpla lo de la lluvia y termine con esta sequía que nos agobia.

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Al otro día, volvieron las tres al bosque, pero más temprano en la tarde, no hacía tanto calor y emprendieron la caminata por otro sector del parque donde crecían inmensos y bellos eucaliptus, con algún que otro pino por ahí… siguiendo un camino que parecía llevar a un establecimiento lindero que seguramente criaban las ovejas que habían encontrado comiendo el verde césped el día anterior.

Una vez más, le gustó mucho el lugar, y esa avenida flanqueada por árboles, con hojas secas adornando el terreno y el olor característico del eucaliptus y del pino… allí todo parecía más húmedo, más bello. Estaba en eso: olfatear y observar, sintiéndose libre y feliz, cuando lo vio: ¡era FINN!, ¿qué podía estar haciendo allí? “Bueno –pensó– es un ser mágico, a lo mejor se trasladó de bosque…”

Se paró lo más que pudo en dos patas sobre el ancho tronco del árbol para estar a más altura y poder verlo bien.

–Ey Finn, ¿te acuerdas de mí? de Luna?

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–¿Quién es Finn?... no te vi nunca, además, nunca hablé con un animal como tú, ¿eres mágico?

–Si no eres Finn, ¿quién eres?, y… tal vez soy algo mágico, porque puedo verlos a casi todos, ya conocí varios… soy Luna: la enviada (ahora viajera), podría venir de un lugar mágico, ¿no crees?

–Soy un Bowtruckle, guardián de árboles…

–Oh sí, (la interrumpió Luna), ya lo sé, me lo dijo Finn… pero tendrás un nombre, ¿no?

–Me llaman TITUS, TOM, PICKETT, como quieran decirme los que me conocen.

–¿Y no conoces a FINN?

–No… seguro es custodio de otros árboles, aquí solo estoy yo.

–Ah… entiendo, hay varios de ustedes que protegen determinado bosque del planeta, ¿verdad?

–Así es… somos muchos, y somos seres inofensivos que no hacemos mal a nadie.

–Me caen muy bien… ya extraño a Finn, porque la última vez no lo encontré en su bosque y temo, le haya pasado algo, hubo un desastre climático hace unos meses allí.

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–No te preocupes que en algún lado se ha refugiado, a nosotros no nos hacen daño las tormentas y esas cosas climáticas que tanto preocupan a los Muggles.

–¡Oh gracias por el dato!, me pone tan feliz saber eso. Cuando regrese a aquel bosque… “si es que regresamos o nos quedamos acá” –pensó Luna.

Te decía que si regreso a su bosque lo buscaré, ahora debo irme o perderé a mi manada. Adiós, y gracias por la noticia que me has dado.

–Adiós Luna… ¡Suerte!

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Pasaron dos días y Luna comenzó a notar, nuevamente, un movimiento de preparación de bolsos y cosas como cuando salieron una semana atrás. Solo esperaba que si se iban de allí volvieran a su verdadero hogar, si bien estaba feliz de la aventura, y de compartir los paseos con la manada; también se sentía algo melancólica, extrañaba la casa, las plantas, el bosque, el campo, a Moronguito, a Tito, a las tías que hacía mucho no veía y a Alsina: la perra vecina que nunca quiso jugar con ella a pesar de que la invitaba cada vez que tenía una oportunidad.

Alcanzó a ver a Mora en el patio de al lado y se acercó al alambrado para pedirle que se acercara, quería dialogar con ella, pronto partiría y tal vez no volviese a verla. Parecía tan dulce, se olfatearon y con suave movimiento de colas lograron comunicarse.

–No te olvides de Luna –le dijo con sus ojazos marrones– seguro que vendrán otros perros a ocupar este hermoso y cálido hogar, pero yo soy muy especial y sé que lo sabes. Te recordaré siempre. Por la memoria de mi hermanito Negri.

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–Mora sacudió su cabeza y la miró intensamente, luego, cada una se replegó a su espacio propio.

Al otro día dejaron el loft que las había cobijado esos días. Mora y Rita fueron encerradas mientras la señora las despedía. Luna se tendió de espalda y dejó que le acariciara la panza y el pecho.

Le caía muy bien la señora, y quería ser amable con ella.

–Adiós Luna, te has portado muy bien –le dijo mientras la acariciaba–, espero vuelvan en otra oportunidad –le manifestó a mamá y Roo mientras las abrazaba.

Luego subieron al auto y partieron saludando con un bocinazo.

La mañana se presentaba muy agradable y el sol comenzaba a calentar, parecía un día tranquilo en la ruta, Luna supo, a poco de andar, que estaban haciendo la ruta del regreso, y eso, la alegró mucho.

Las paradas se sucedieron casi idénticas a las de la ida, cuando descendieron en la estación de servicio de las mesitas y sombrillas, apareció el perrito amigo a buscarla para jugar, siempre gimoteando, era muy tímido y dulce. Luna dejó que la olfateara y se quedase cerca de ellas mientras

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descansaban, Roo le hablaba con ternura, él vivía allí y seguramente recibía a muchos visitantes, se notaba porque era muy sociable.

En el último tramo del camino, Luna estaba bastante agotada de tanto moverse y jadear, hacía calor y tenía sed. Así que tuvieron que parar más seguido o darle agua en el auto, mamá aceleró la marcha preocupada por su estado, la ruta estaba despejada y eso facilitó el tránsito. Llegaron a la hora de la siesta, enseguida Luna reconoció el lugar, la gente caminando en el acceso, el aroma tan especial de su pueblo y se tranquilizó.

Ni bien entraron el auto al garaje, le sacaron el arnés y ella corrió a tomar agua al patio… tuvo que esperar un poco que le pusieran agua fresca donde mojó sus patitas con extremo placer. “Al fin en casa”-pensó, y mientras ellas bajaban las cosas del auto y ordenaban todo, se tiró en el piso de la cocina a descansar. Ya no jadeaba, solo quería dormir y soñar con su ángel guardián, hada buena, ser celestial y dulce que la convirtió en Luna: la enviada para contarle todo lo que vivió como Luna viajera. Y luego… esperar que la llevasen al paseo del bosque para encontrar a FINN. Pensando en eso, se quedó dormida.

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No tuvo que esperar mucho, a los dos días ya estaba otra vez en el auto llena de ansiedad. ¿Dónde irían ahora?

Sabía que no sería lejos porque llevaban poco, descartó el campo porque no habían subido los bidones para cargar agua.

A poco de andar supo que irían al balneario y ella esperaba que pasearan en el bosque de eucaliptus, lilas y moras silvestres porque así tenía la posibilidad de encontrar al guardián de los árboles: FINN.

En cuanto arribaron, salieron directo para la entrada, en realidad era Luna la que marcaba el camino y no les quedaba otra que seguirla. Ella iba primero, adelante, atenta a todo movimiento y aguzando la vista para descubrir al animalito fantástico que tanto le gustaba y que no quería perder su amistad. Le caía bien, todos ellos le caían bien, y deseaba contarle que había conocido a otro de su especie en otro bosque por donde anduvo últimamente con sus dueñas humanas.

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Pasaron los eucaliptus, las lilas, algunas moras con frutos y hasta se entretuvo viendo un grupo de cerditos que caminaban tras el alambrado que separaba al bosque del campo vecino y que nunca antes había visto. Se detuvieron un rato para observarlas y luego siguieron su camino, caía la tarde y se dirigían a su abrigadero.

Atravesaron el puente que permitía sortear un grueso tronco de árbol derribado naturalmente y la zona blanca que parece nieve, cuando en la primavera, se llena de copos blancos desprendidos de algunos árboles. Cuando llegaron al rincón encantado se detuvieron. Luna miró hacia arriba, allí hay un eucaliptus inmenso, el más viejo de todos, tal vez, ese fuera el refugio de Finn, pero se desilusionó cuando no lo pudo ver.

El resto del sendero lo hizo cabizbaja y triste, sin duda, Finn, ya no vivía más allí, tal vez había desaparecido con la tormenta aquella, tal vez su vida mágica se había acabado. Pero… si fuera así, tendría que haber algún otro guardián de árboles, o ese bosque maravilloso quedaría sin cuidador y perdería toda su magia. Sabía que eso no ocurriría, algo le decía que el bosque tenía su guardián, porque a pesar de la destrucción de árboles que veía

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a su paso, aún había vida, las cotorras, los pájaros cantores, el microclima de frescura que despedían las lilas, la techumbre oscura, las moras jugosas que caían de las ramas, los rayos de sol filtrándose entre las hojas… sentía la vida que vibraba allí y le llegaba a su corazón. Por eso, salió del bosque con una esperanza: si volvía pronto, Finn se le presentaría. Y si no era él, seguro algún otro guardián de su especie, lo haría.

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Al otro día, volvió a subir al auto… esa vez para ir al campo. Allí se reencontró con Moronguito, con Tito, con el amigo de Tito, las vacas y los terneritos. Había algunos de pocos días, hermosos, negritos con la carita blanca, de un blanco algodón. Curiosos, se acercaban para olerla. Le resultaban indiferentes, aunque mucho no le gustaba ver a Roo embelesada con ellos.

Tito y el amigo estaban muy ocupados, se había tapado el bebedero y hacía calor, los animales estaban sin agua. Tuvo que pasarlos a otro lotecito con algo de verde, lo deseaban tanto que se olvidaron que tenían sed y se pusieron a comer. Cuando más tarde, ellas regresaron al pueblo, seguían allí, Luna estaba cansada, había andado mucho, de aquí para allá.

Luego vinieron días tranquilos, más bien aburridos porque no volvió a salir a ningún lado, solo a la vereda cuando alguien llegaba y se podía colar por la puerta. Roo recibía a Luji, Pili, todas sus amigas y al amigo Cris. Todos sus tíos, así decía Roo.

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–Luna, vamos a recibir a tus tías.

–Luna, vamos a la vereda que viene tu tío Cris.

Y Luna se ponía contenta y no paraba de mover su cola plumero, sabía que tendría dosis extras de afecto, de amor y ricos bocados, ya que cuando llegaba alguien, Roo servía cosas dulces y ricas que ella se esmeraba en pedir, con suaves empujoncitos de la trompa en el brazo de sus tíos. A veces, si no se daban por enterados, lo hacía más fuerte y entonces sí le daban algo.

Roo la retaba: “No seas pesada Luna”. Pero ella obedecía a medias, cuando se cansaba de estar escuchando la charla se iba hasta la cama y desde allí vigilaba todo.

Después de 10 días así, algo cambió.

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Epílogo

Sí Brisa, algo cambió porque una hermosa tarde de primavera, mientras mamá hacía su siesta, mi hermana Roo me preparó para un paseo. Y como mamá dormía, supuse que saldría –como otras veces– solo con ella al parque donde salíamos ir cuando no íbamos al campo.

Al rato, para mi sorpresa se detuvo una camioneta frente a la casa y bajó Luji… pero no estaba sola, en la caja iba ¡Bongo!, mi ex amigo Bongo al que no veía por lo menos hacía 4 años. Inmenso, babeando y jadeando, al verme movió su gran cola. Yo me alteré un poco, ¿íbamos a ir juntos de paseo?

En cuanto Roo me subió al auto y salimos, lo confirmé, Luji y Bongo nos seguían en la camioneta. Cuando llegamos al parque, dejamos el auto en el lugar que siempre lo hacíamos y nos dejaron sueltos. Caminamos juntos sin problema por delante de ellas. Pero yo quería ir al bosque, y ellas se dirigieron en sentido contrario, así que nosotros, las seguimos y terminamos bajo un árbol, en medio del parque con el pasto verde (porque al fin había

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llovido después de meses de sequía) y nos pusimos a olisquear todo; ellas desplegaron una manta y se dispusieron a tomar mate y comer budín. En cuanto vimos que había comida nos acercamos a compartir. Bongo ocupó toda la manta y no se separaba de Luji, yo me tiré encima de Roo, quería reclamar mi espacio. Sí, ya lo sé, somos unos perros absorbentes y cargosos, además de celosos. Bongo me tenía ganas, ladraba en cuanto me acercaba un poco y yo le mostraba los dientes cuando él lo hacía. Sería grandote, pero yo no me iba a dejar dominar. Así pasó el rato, hasta que al final Bongo puso su hocico frente a mi cara y me ladró dejando en claro que Luji era su posesión, cuando ella me quiso acariciar.

“No dejaré que te toque” –decían esos ladridos. Me temblaban las patitas del miedo, pero no cedí y mantuve mi posición mostrándole los dientes, haciéndome la mala y defendiendo mi lugar. Roo se puso muy nerviosa y me pegó el grito. –¡Luna, basta, vamos a caminar mejor! Nos calmamos todos, dejamos las cosas en el auto, tomamos agua y esta vez sí, rumbeamos al paseo del bosque de lilas, eucaliptus y moras silvestreS.

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El bosque blanco de FINN

Hicimos el recorrido en silencio, mientras ellas conversaban por detrás nuestro. Fue en el sector del puente cuando al detenerme un instante por pura

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intuición que lo vi. ¡Era FINN!, una ramita posada en otra ramita, destacaban sus ojitos vivaces, y supe que era él, no podía ser otro. Me desvié del sendero y me acerqué a saludarlo, Bongo no se dio por enterado.

–Hola Finn, estaba preocupada, creí que ya no vivías más por acá.

–Hola Luna! Parece que tienes nuevos amigos…

–Sí… a Bongo lo conozco hace años, pero es muy engreído… y Luji es mi tía humana.

¿Sabes?, he salido a pasear muy lejos de aquí y encontré en otro hermoso bosque a otro ser de tu especie con varios nombres. Estuvimos hablando y me dijo que seguramente estarías aquí porque ustedes son los guardianes de distintos bosques que pueblan el planeta Tierra.

–Sí, Luna, son lugares mágicos que nos albergan y que protegemos de la maldad humana. Me alegra volverte a ver… seguro no será la última vez, por aquí pasa mucha gente y con mi magia, logro mantener la paz y armonía del lugar. De repente, Bongo apareció a mi lado.

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–¿Podrá verte? –le pregunté a Finn.1

–Parece que no… vino a buscarte, ve con él, nos volveremos a ver un día, te lo prometo. Mientras… sigue tu misión de dar amor, hace falta mucho amor en la Tierra, es un planeta enfermo. En mi mundo, combatimos a los malos sentimientos con magia. No lo olvides. Tú también puedes hacer magia.

Brisa, partí conmovida y feliz.

Seguro que tú lo sabías y por eso me convertiste en Luna: la enviada. Ahora, como Luna viajera, estoy aprendiendo mucho más de la vida y los seres de todo tipo que la transitan.

Hazme una señal, dime que me escuchas. Cuando salimos de la oscuridad del bosque, una magnífica puesta de sol pintaba el cielo de colores mágicos. Me invadió una extraña sensación de paz, entonces supe que ahí, tenía que buscar su respuesta.

LUNA VIAJERA.

FIN

1 Libro de consulta: “ANIMALES FANTÁSTICOS Y DÓNDE ENCONTRARLOS”, de J.K. ROWLING. 2017 (2019).

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Luna Viajera // 103 Índice Prólogo ....................................................................... 9 Carta de Luna............................................................ 13 Nuevo monólogo de Luna ........................................ 19 1................................................................................ 29 2................................................................................ 31 3................................................................................ 35 4................................................................................ 37 5................................................................................ 39 6................................................................................ 41 7................................................................................ 51 8................................................................................ 55 9................................................................................ 59 10.............................................................................. 65 11.............................................................................. 69 12.............................................................................. 73 13.............................................................................. 75 14.............................................................................. 79 15.............................................................................. 83 16.............................................................................. 87 17.............................................................................. 91 18.............................................................................. 95 Epílogo...................................................................... 97

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