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IMAGINARIO DE AMOR (cuentos y relatos)
Por Etel Carpi
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© Copyright 2015 ETEL CARPI - "Imaginario de amor” Hecho el depósito que marca la Ley 11.723 Impreso en Argentina - Printed in Argentina ISBN: 978-987-656-279-9 Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita del titular del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción, almacenamiento o transmisión parcial o total de esta obra por cualquier medio mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia u otro procedimiento establecido o a establecerse, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.
Etel Carpi Imaginario de amor. - 1a ed. - Junín : De Las Tres Lagunas, 2015. 188 p. : il. ; 14x20 cm.
ISBN 978-987-656-279-9 Impresa en el mes de Abril de 2015 en Bibliográfika Bucarelli 1160 - C1427CHR - Buenos Aires - Argentina Ediciones de las Tres Lagunas 1. Literatura Argentina. 2. Cuentos. 3. Relatos. España 68 - Telefax 54-236-4631017 - Junín (6000) Pcia.CDD de Buenos A860 Aires - República Argentina E-mail: ediciones@delastreslagunas.com.ar www.delastreslagunas.com.ar Corrección a cargo del autor Fotos e ilustraciones de la autora. Foto tapa: En El Monasterio de Los Toldos. Foto contratapa: El Candelabro, figura esculpida en la piedra de la cultura Nazca (Perú), vista navegando hacia las Islas Ballestas. Login: carpietel@gmail.com Blog: naturaleza y arte. Etelcarpiblogspot.com Facebook: htpp//etelcarpi.facebook.com Twitter: @carpi_etel
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Recordatorio del lugar donde desembarcó el Gral. San Martín cuando llegó a la Bahía de Paracas para libertar el Perú.
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PREFACIO
Desde Aristóteles, y posiblemente desde ante aún, se sostenía que el arte es imitación de la naturaleza y ningún artista se sentía ofendido por esta afirmación. Muy por el contrario, ellos se congratulaban si, acaso, algún pájaro intentaba picotear las frutas de alguna naturaleza muerta o las representadas en cualquier paisaje pues ello significaba que la imitación había sido perfecta. Pero Oscar Wilde, en “La decadencia de la mentira”, una teoría del arte presentada como un diálogo entre Cyril y Vivian y que vio la luz en 1889, sostuvo que es la naturaleza la que imita al arte pues hay dimensiones de la naturaleza que sólo somos capaces de ver cuando el arte las crea o, mejor dicho, cuando el arte nos enseña a verlas. Wilde ponía el ejemplo de las puestas de sol y decía que, hasta que un pintor genial no nos mostró su belleza no fuimos capaces de pasmarnos ante el espectáculo maravilloso de un horizonte encendido. De ahí la idea de algunos que no comprendieron ni la fina ironía ni la profundidad del pensamiento de Wilde, de que el artista es tan Creador como el Dios Creador. Lo que antecede viene a cuento porque naturaleza y arte, arte y naturaleza es la matriz en la que se sustenta este nuevo libro de relatos y cuentos de Etel Carpi, “Imaginario de amor”, una compilación de escenarios y sucesos poblados de esos seres vivos maravillosos que la naturaleza nos prodiga tanto para nuestro deleite como para nuestro aprendizaje.
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Mucho se ha debatido entre intelectuales aficionados reunidos en alguna mesa de café acerca de esta inexistente dicotomía: el arte imita a la naturaleza o la naturaleza imita al arte y, en realidad, ambas concepciones son estrictamente verdaderas y, en cierta forma, el demostrárnoslo se encuentra ahora en la pluma de esta escritora y en este libro en particular. No en vano, la autora es, al mismo tiempo que escritora, pintora y fotógrafa, una viajera infatigable movida por unas ansias auténticas de ir en busca de las maravillas que nos provee por doquier la Madre Naturaleza. Etel tiene el don de saber descubrir en cada pájaro, en cada vegetación, en cada paisaje, en cada animal, la magia de la perfección, es decir, la armonía, el equilibrio, la coherencia entre las partes de un todo, descubrir y captar, retener esa belleza perfecta del mundo natural para devolvérnoslo convertido en arte, sea mediante el lenguaje de las formas y los colores, sea mediante la palabra escrita, porque es posible que muchos de nosotros no seamos capaces de advertir en un árbol, en un pájaro o en una flor esa obra de arte magnífica que la naturaleza, generosamente, nos regala. Y sí, el libro se titula “Imaginario de amor”, porque para que esa dialéctica entre la naturaleza y el arte que la autora nos propone en este libro, es indubitablemente necesaria la presencia del amor, amor a la naturaleza, amor al arte y en definitiva, un intenso amor hacia lo perfecto. Está el amor y, con el amor, la paz, porque para Etel Carpi no hay ni debe haber fisuras entre la naturaleza, la armonía, la perfección, el arte, la paz y el amor. Estos son los vectores fundamentales de su mundo, de un mundo que ha elegido y que
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ha creado y, al mismo tiempo, de un mundo que nos ofrece con su escritura para que seamos partícipes de aquello que es esencial y que, por ello mismo, da sentido a la vida. Si bien su trajinar de viajera la lleva, más que nada, por los senderos de nuestra Patria, también su caminar se extiende a otros países, otros paisajes, otros mundos naturales, pero la actitud, la disposición, es siempre la misma, inquebrantable y casi obsesiva captadora de todo cuanto la rodea, inquebrantable a la hora de disponer de todos sus sentidos, la vista, el olfato, el tacto, el oído, para que hasta el más mínimo detalle quede guardado en su interior. Luego, luego sí, lo volcará sin duda en colores y en palabras, tal vez con el deseo, confeso o inconfeso, de despertar el alma de otros seres humanos que, quizás sometidos por un tiempo asaz inclemente para con el mundo natural, sobreviven sordos y ciegos en una jungla de humo, de bocinas, de paredones, de luces de neón, de plástico y de negación de la vida natural. La autora, salvo en alguna ocasión, no nos cuenta hechos, acciones, sino que se deleita y se detiene en puntillosas y prolíficas descripciones, a tal punto que hasta podemos creernos nosotros mismos los viajeros. Sí, viajamos con ella, de su mano, y vemos, olemos y tocamos lo que ella misma ve, huele y toca. Y es que la magia de la escritura redunda exactamente en esto, en hacernos partícipes, en involucrarnos y, tal vez, Dios lo quiera, viajando con la autora lleguemos a ser capaces de descubrir y disfrutar de la belleza, la paz y la armonía que nos ha legado quienquiera que sea el autor de la Creación.
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Este libro que hoy prologo es, además, un voto de fe en la capacidad del hombre de volver sobre sí mismo, de re-crearse, de com-prenderse dentro de un mundo del que forma parte y de la ineludible necesidad de reunirse con la naturaleza para conformar un todo. En este sentido, yo diría que Etel Carpi cumple una suerte de misión religiosa en el sentido de re-ligare, de volver a ligar el alma con el cuerpo, el cielo con la tierra, una evangelizadora de la paz y la armonía. Conmigo quedan los pájaros, los árboles, los peces, los pantanos, los arroyos, las piedras, las vizcachas, los ciervos, los ñandubay, las gaviotas, las dunas, la lluvia, las mariposas, los carpinchos, los flamencos, los mil colores del sol y los mil sonidos del viento y del mar, pero quedan también conmigo los senderos labrados con palabras, esos senderos que este libro me invitó a transitar. LONG-OHNI
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REFLEXIONES DE AUTOR.
El
gran amor que siento por la naturaleza, muy especialmente por animales y vegetales; como así también por el arte en sus expresiones a través de la música, la fotografía, la pintura y la poesía por donde he incursionado a lo largo de la vida; me ha llevado a escribir varios libros dedicados a unir –de diferentes maneras- la naturaleza, el arte y la ecología. Poco a poco, a lo largo de mi vida, he aprendido a expresar mi amor por la naturaleza en el contacto que fui vivenciando en mis viajes por los caminos recónditos de mi Patria, aprendiendo, disfrutando de la belleza que se da a manos llenas, si abrimos el corazón y dejamos que se nos llene de esa paz y luz que sólo en lo natural se encuentra. Porque para mí, la máxima expresión del arte en su total belleza y sublimación, pude encontrarla en el mundo maravilloso y único de la naturaleza. Y ella es mi principal fuente de inspiración y siempre el arte que yo he realizado bien o mal a lo largo de mis días, está a su servicio. Es el instrumento que me permite oponer ese mundo mágico y enigmático al mundo materialista en que ha caído el ser humano y despertar conciencia que hay que protegerlo, cuidarlo y reverenciarlo. Es un tesoro que tenemos que disfrutar y legar a las generaciones futuras para que puedan tener una vida mejor, más armoniosa con las leyes de la naturaleza. Cuidar lo natural es cuidar a nuestra Patria y en ello contribuir al cuidado del planeta que estamos llevando a la destrucción final. Decía al final del prólogo de mi libro CON ALGUNOS REPRESENTANTES DE NUESTRA FAUNA MARINA AUSTRAL de Editorial Albatros, 1984. “Sólo deseo que mi mensaje pueda llegar a todos aquellos que leen este libro, y por más pequeña que sea la semilla que
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pueda lograr sembrar en ellos, me sentiré feliz de haberlo logrado y de abrir el surco para que otras muchas semillas más sean sembradas. Contribuiremos así a un mundo mucho más sano y feliz”. Yo creo que ese deseo, por mi parte lo he logrado. Aquel libro de divulgación con arte se ha distribuido en muchos lugares que han sabido valorarlo, y hoy es mi orgullo, pero no me quedé allí y muchos otros libros fueron editados siguiendo el mismo camino. Quisiera continuar con las palabras que escribió la Editorial Marymar sobre mi libro de relatos de viaje “Evocaciones de una Viajera”, año 1988. “Un poeta viajero dijo alguna vez que, al partir, el mundo se ve extenso a la luz del deseo y más tarde, al regresar, se ve pequeño a la luz del recuerdo. “Esta sutil reflexión encierra una verdad general que aplicada tan sólo a la dimensión cuantitativa de los paisajes y los caminos, mutila esa otra faz, la espiritual, que es la que impulsa a los viajeros hacia nuevos horizontes. “Y cuando el mundo es el mundo que más vívidamente nos circunda, el territorio de nuestra propia patria, es cuando la luz del deseo se hace más cálida y brillante y la luz del recuerdo –como en estas evocaciones de Etel Carpi- cobra un alto valor emocional que nos incita a salir a recorrer los caminos del país para tomar contacto con las bellezas naturales, que distantes y quietas, esperan nuevos viajeros”. Culmino con lo que decía –y sigo pensando igual después de 26 años- en el preludio del libro Evocaciones de una viajera (relatos de viajes), porque resume la razón de vivir la vida como la he vivido. “Siempre pensé que la naturaleza es el arte perfecto porque es el canto a la armonía y al equilibrio, todas sus piezas
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ocupan el lugar que deben ocupar… ¿Acaso el arte no es armonía? Una buena composición musical, un buen cuadro, una buena poesía… respiran armonía, equilibrio, paz… como los elementos de la naturaleza que no han sido alterados por la acción del hombre. Y sin embargo, por ser éste el único ser pensante capaz de razonar, bien debería perseguir esa armonía creando y no destruyendo o alterando ese equilibrio perfecto que las propias leyes de la naturaleza se encargan de conservar”. Por último quiero aclarar que “NUEVAS VIVENCIAS” son posteriores a los 14 años que dieron lugar a todo el material del libro Evocaciones de una Viajera, y también me gustaría compartir las VIVENCIAS que están en el libro FAUNA MARINA AUSTRAL. ETEL CARPI Primavera 2014.
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NUEVAS VIVENCIAS Relatos
“A todos los que de alguna u otra forma se ven reflejados en estos relatos, especialmente BAUTISTA y VIRGINIA: mis padres y ROCÍO: mi hija”. Etel
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EL ÚLTIMO VIAJE
Una fresca mañana de marzo, esperábamos la llegada del guardafauna frente a la tranquera de entrada a la Reserva privada CAMPOS DEL TUYU. Bautista estaba impaciente, Virginia indiferente y Olga rezongaba por el estado inestable del tiempo que no le permitía hacer playa. Para entonces no podía imaginar que ese sería el último viaje de aventuras que realizaría con mis padres. Cuando llegó el guardafauna me invitó subir a su camioneta, ellos nos seguirían con el coche por la precaria huella de acceso. Recorreríamos uno de los últimos refugios donde hoy se puede ver en libertad el otrora abundante habitante de Las Pampas: el Venado de Las Pampas, un hermoso ciervo adaptado a los montes y pastizales que hace años daba vida al paisaje típico de la gran llanura Sudamericana. El cambio progresivo que la explotación ganadera y agropecuaria produjo en su hábitat, sumado a la caza como trofeo lo llevaron al borde de la extinción. Por eso tenía muchos deseos de fotografiarlo, de verlo en ese lugar tan especial que es la Bahía de San Borombón, donde el gran río penetra en el mar y se crea un ambiente particular de bañados, pastizales y montes donde se destacan agrupaciones de frondosos talas y sombra de toro, que crece en menos cantidad debajo de aquellos, aunque la vegetación predominante sean las cortaderas y espartillares, propios de terrenos bajos y salitrosos. Lentamente, entre charla y charla hicimos el recorrido, porque el amigo guardafauna me iba mostrando las
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características del ambiente y de su fauna. Así fue como pude observar 2 zorros grises, liebres, un grupo de ñandúes (otra especie abundante en nuestras pampas de la que ya muy poco queda), tero real, chorlo pata amarilla, muchas cotorras que anidan en las talas y grandes extensiones de cangrejales en los terrenos pantanosos. Nos detuvimos en un monte de talas y comenzamos a caminar, con mucha suerte para mí, porque las cortaderas me tenían a mal traer. Enseguida encontramos un grupo de 5 ciervos que pastaban despreocupados en un claro, a no mucha distancia. Así que preparé el teleobjetivo y avancé sola lo más que pude para tomar las mejores fotos. Más adelante, ya en mi hogar, pude pintar uno de los cuadros que más prefiero entre todos. Un macho hermoso con artística cornamenta que no se molestó al verme y me dejó apreciar un rato su magnífica figura mientras fotografiaba y memorizaba todo para futuras pinturas. Feliz por la experiencia vivida, regresamos donde esperaba mi gente, pero Bautista estaba muy inquieto y, según me comentó Olga, no dejó de rezongar en todo el trayecto; algo que me extrañó bastante, pues él no era así, disfrutaba siempre de mis andanzas naturalistas. El guardaparque me invitó a subir a una torre de observación que tienen ellos desde donde se tiene un gran panorama de la zona. Subí llena de entusiasmo (siempre actúo de esa manera ante una nueva aventura) pero Bautista estaba blanco de miedo y no cesaba de indicarme lo mal que hacía en trepar para buscar el peligro. Desconocía a mi padre, la verdad que lo desconocía… pero no imaginé entonces que ése sería su último viaje porque se enfermó y ya nunca más volvió a ser el mismo hasta el día que murió. Marzo 1989
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INVASIÓN DE HORMIGAS
Aquella noche de tormenta nos habían dado permiso en la Estación Biológica de Punta Rasa para armar la carpa en un apartado rinconcito de la zona boscosa donde se encuentran eucaliptus, álamos, pinos, tamariscos, paraísos, talas y duraznillos. El lugar –alejado y solitario- colmaba mis expectativas de pasar una noche en las cercanías del Faro San Antonio, porque sabía del maravilloso tesoro alado que allí se escondía: paraíso de las aves migratorias que llegan del norte para pasar el verano en el sur y para las autóctonas también. Ese lugar –hoy, año 2013 en que he vuelto- se ha convertido en un predio privado tipo spa con aguas termales para la explotación turística, vedado al común de la gente como yo, que busca simplemente interactuar con la naturaleza para recabar datos, para crear, para impregnarse del mundo maravilloso poblado por los seres alados en un lugar sin igual en el mundo. La noche, la guardo en mi recuerdo, era calurosa y oscura, el cielo se iluminaba (desde lejos, sobre el mar) con continuos relámpagos que auguraban tormenta. Nos fuimos a dormir preocupados, nadie deseaba lluvia esa noche (mis padres porque se mojaría la carpa, Olga porque estaba asustada y yo porque quería que amaneciese bueno para los planes que tenía de caminar y hacer observaciones). La tormenta se diluyó en el mar y cuando desperté y vi que amanecía, tomé los implementos que siempre me acompañaban (equipo de fotografía, largavistas y libreta de apuntes) y me dirigí a la vera del mar, los demás ocupantes de la carpa seguían durmiendo.
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Un mundo de cangrejos se movía en los pantanos descubiertos por la bajamar y, a medida que la aurora intensificaba sus colores, muchos pájaros abandonaron los refugios nocturnos para comenzar un nuevo día con trinos y voces llenos de felicidad: horneros, tijeretas, benteveos, músicos, palomas, golondrinas, zorzales… Me sentí como siempre me siento en medio de las voces puras y simples de la naturaleza: PLENA, y reflexioné sobre la soledad de los que no han sabido encontrarla y de la de todos aquellos que por uno u otro motivo pudieron haberla perdido. Después de un rato de caminata decidí instalarme en un punto, frente a la bahía y con mi largavistas me dediqué a observar la riqueza de aves acuáticas que vislumbraba en medio del agua mansa. Se veían gallaretas, patos, cisnes de cuello negro, gansos blancos, grandes bandadas de gaviotas cocineras, gaviotas capucho gris, bandadas de flamencos, algunas espátulas rosadas, ostreros, el gaviotín golondrina, chorlitos doble collar y semipalmado, tero real y la becasa de mar, entre otros que no alcancé a identificar a pesar de la guía de aves que tenía en mis manos. Cuando la mañana promediaba regresé al campamento, en el camino vi teros, chimangos y un suirirí Real. Desde lejos me llamó la atención el alboroto y lío de cosas que había alrededor de la carpa. Los tres se veían muy agitados. -¿Qué pasa?- pregunté al llegar. -Las hormigas invadieron todo –dijo Olga. -Adentro la carpa, el azúcar, el auto… -comentó Bautista.
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Vi a Virginia echar veneno por todos lados. Y no pude hacer otra cosa más que reír después de la sorpresa, pero ellos no estaban para risa. -Con razón anoche sentía algo que me corría por el cuerpo –decía Olga- si no pude dormir. -Nos vamos de acá –ordenó Bautista. Y así fue, sin discutir, levantamos todo y nos fuimos al camping del ACA en la ciudad cercana. Eso sí, yo volví cada madrugada para hacer mis observaciones… no podía perderme de disfrutar ese paraíso alado porque sabía no habría otra oportunidad como aquella. Algo que efectivamente ocurrió. Marzo 1989
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LA BAHÍA DE PARACAS
A
las 6 en punto de la mañana despertó. Estaba ansiosa, tenía 6 kilómetros para caminar bordeando la bahía hasta la reserva desde donde se encontraba alojada con su amigo peruano: Juan Alfredo. Desayunaron rápidamente, saludaron a los dos perros fieles y empezaron a caminar por la arena; el sol ya iniciaba su ruta diaria hacia el mar. Con Juan Alfredo se habían conocido por cartas, él es abogado y periodista, sin embargo se interesó por sus múltiples actividades en el arte y la naturaleza. Un día, decidió ir a visitarlo a su Lima natal; ya tenía pensado llegar hasta la Reserva de Paracas (200 kilómetros al sur) y, cuando se lo comentó, se ofreció gustoso a acompañarla. Para Juan Alfredo sería una experiencia nueva incursionar en el mundo de la naturaleza, y para ella, conocer especies de otro país y hacerlo con una compañía diferente a la de sus últimos años. Para entonces pensaba casarse con Juan Alfredo pero no imaginaba que su sueño se concretaría tan rápido: cinco meses después de la aventura de Paracas. Mientras caminaban lentamente por la bahía, cerca del mar, él le contaba la historia de ese lugar. -En esta Bahía desembarcó el Libertador José de San Martin cuando llegó a libertar nuestro país, y al ver tanta cantidad de parihuanas, se inspiró en sus colores para crear nuestra bandera. -¿Cuáles son las parihuanas? –preguntó. -Unas aves grandes de patas largas, color rosado.
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Más adelante descubrió que eran los flamencos, los que observó en bastante cantidad mientras anduvo por la zona. Paracas es un pequeño pueblo de descanso, con lujosas residencias rodeadas de árboles frente al mar que allí tiene aguas calmas y arrastran gran cantidad de algas. Paso a paso encontraban aves (algunas conocidas y otras desconocidas). Especialmente veía a los flamencos, a la gaviota peruana (parecida a la gaviota capucho gris), ostreros, gaviotines, chorlos, chorlitos (semipalmado, vuelvepiedras, doble collar) y el majestuoso pelícano peruano que mide un metro, allí se ven dos especies (una es migratoria y no tiene cresta). Cuando ya el sol molestaba bastante llegaron a la Reserva Natural de Paracas, creada en 1975 con una extensión de 335.000 has. Pero aún tenían que atravesar una gran planicie desértica, alejándose de la costa para llegar hasta el Centro de Interpretación y residencia de los guardafaunas. Tenían mucha sed, el sol del norte no perdona y los pies les pesaban demasiado. Pero Juan Alfredo con sus bromas y buen carácter fue animándola, preocupándose por ella y por lo que había ido a buscar allí. Llegaron exhaustos pero felices, enseguida los atendieron con mucha cordialidad, recorrieron el Museo, intercambiaron conocimientos de la fauna del Atlántico y del Pacífico y los invitaron a hacer una recorrida por los lugares más interesantes. Acordaron que pasarían con un jeep a recogerlos en el Instituto donde se alojaban, a eso de las 8 de la mañana siguiente. Ellos aprovecharon a un grupo de turistas que regresaban para que los acercasen, ya que hubiera sido imposible recorrer nuevamente aquellos 6 kilómetros cuando ya el sol del
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mediodía caía con toda su fuerza sobre el inhóspito desierto costero del Perú: uno de los lugares más desérticos del mundo. Paracas es un lugar histórico para los peruanos. En esos territorios florecieron antiguas e importantes culturas; Julio C. Tello (arqueólogo peruano) detectó la existencia de restos que permitieron determinar el asentamiento de la Cultura Paracas (año 100 a.C.). En 1991 la Reserva de Paracas fue incorporada a la Red Hemisférica de Reservas de Aves Playeras. Esa tarde descansaron, tomaron sol y presenciaron juntos la roja puesta de sol en la bahía. Por la noche pasearon a la luz de la luna llena, y ambos se sintieron los seres más dichosos de la tierra. Por eso la noche resultó corta; enseguida se prepararon para esperar que los recogieran tal lo acordado. Fue el inicio de un día maravilloso que disfrutaron descubriendo los mágicos rincones de ese lugar. Los caminos estaban malos, poceados y ella se asombró del paisaje amarillo del terreno de tosca que no posee una sola mata de vegetación. Por primera vez veía algo así cerca del mar que en contraste con esa aridez desoladora se veía de un azul profundo y brillante. Al pie de las barrancas cientos de lobos marinos de un pelo, según informó el guardafauna; la época de reproducción es allí de octubre a febrero. También observaron grandes grupos de zarcillos (animales que tienen el tamaño de un ostrero, pico largo rojo al igual que las patas, el resto negro con una raya blanca del pico a la nuca), anidan en los huecos de las barrancas; también hay ostreros comunes y negros, guanay, pelícanos, gaviotas y gaviotines. En esas áreas existen 150 especies de aves entre migratorias y locales.
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Hablando con el guardafauna supo que el pingüino de Humboldt ha sido muy depredado, que hay cormorán gris, petrel gigante, gaviota cocinera y el suri cordillerano. Al final del día regresaron a su albergue llenos de emociones nuevas. Ella, porque había cumplido un sueño más, y Juan, porque recién despertaba al mundo de la naturaleza guiado por la presencia experta de su amiga del sur. Marzo 1990
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LAS ISLAS BALLESTAS
Cuando despertó había bastante luz. Miró el reloj: las 7.30 horas, y, la cita en el muelle del Hotel Paracas era a las 8 A.M. No quería imaginar que podía perder la lancha y la única oportunidad de acceder al paraíso. Caminaron casi corriendo los metros que los separaban del hotel, sin desayunar y muertos de miedo; tenían 2 pases para visitar las Islas Ballestas, un paraíso para mamíferos marinos y aves, no podían perderlos. Llegaron a tiempo, se dirigieron hacia el muelle y, mientras esperaban partir, vieron como, de qué manera el sol tibio iba abriendo lentamente la bruma que casi siempre cubre la costa del Pacífico. Salieron dos lanchas, cada una llevaba un grupo de 8 a 10 personas, la mayoría turistas extranjeros (europeos, japoneses y americanos). Se maravillaron con la visión del Candelabro en la ladera de una montaña que cae al mar, maravilla preinca que se mantiene intacta en la arena compactada. Según algunas teorías, ese signo frente al mar es un indicador (como una flecha) para las naves extraterrestres que tenían que aterrizar más al este, en la cercana meseta de Nazca, donde se encuentran las famosas líneas de Nazca que para muchos, no son más que un gigantesco astro puerto. Un grupo de pelícanos y gaviotas los acompañaron un trecho; el cielo despejó y un sol magnífico los abrigó aliviándolos del frescor matinal de la brisa marina. Después de una hora de navegación llegaron a las islas: son un grupo de varias islas pequeñas, rocosas, que sobresalen
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del agua y crean un ambiente especial para las aves marinas y cientos y cientos de lobos marinos que se apiñan en los recovecos. En las playas calmas, infinidad de cachorros jugueteaban en el agua; parecía que estaban en la etapa de aprendizaje. Observar la escena era un espectáculo conmovedor por la belleza y la ternura que inspiraba el cuadro. Hay de 1 y 2 pelos, aunque son más numerosos los primeros. En otros sectores anidan los cormoranes negros y el guanay, también un gran grupo de zarcillos y los más numerosos de todas las aves: los piqueros (animal parecido a un cormorán, blancos con alas moteadas en gris y blanco y patas azules). Se sintió conmovida por el paisaje de esas islas tan escarpadas que alojan a tantos seres que encuentran un poco de paz. Y recordó los momentos que vivió cuando visitó Isla Roja sobre el Atlántico hacía ya unos años. Le parecía un sueño estar allí, con su amigo Juan Alfredo, que desde ese día aprendió bastante de los tesoros de la naturaleza de su amada tierra. Marzo 1990
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EL VUELCO
Estaba
culminando una de mis más fructíferas aventuras naturalistas en el Sur Argentino cuando ocurrió aquello. Salí aturdida del auto, no podía distinguir la realidad de la fantasía, pero la realidad la tenía ante mis ojos doloridos. El auto dado vuelta, las ruedas girando, el vidrio roto, el aceite volcándose entre los abrigos, las cosas desparramadas, mis padres asustados y quizás heridos. Luego recordé el instante fatal: la curva traicionera, el ripio peligroso y mi impotencia para evitar la pérdida del control del vehículo, luego el miedo y el mundo que se daba vuelta. Ayudé a mis padres a salir del interior, no tenían heridas visibles, pero mamá se había golpeado la cabeza y papá se quejaba de un dolor en el hombro, ambos estaban blancos y no podían hablar. Yo miré el auto y me puse a llorar, incapaz de poder hacer algo. El sol, iba bajando lentamente en el horizonte de la estepa Patagónica y la gran vastedad, traía el lamento del viento incansable y la soledad, la terrible soledad amenazante. Comencé a retirar las cosas del interior del auto y las fui apilando al costado del camino. Y esperamos, sólo podíamos esperar…aún no existían los celulares. Al cabo de un rato dos vehículos se acercaron y nos reconocieron (en el cercano pueblito de Camarones ya era conocida por los recientes trabajos en la reserva). Uno de los autos retornó a la ruta 3 para solicitar el auxilio del ACA, el otro llevó a papá al hospital del pueblo. Mamá y yo quedamos en el camino para cuidar las cosas, a la espera del auxilio. Se hizo la
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noche y en medio del frío, la soledad y el viento, debí encontrar fuerzas para animar a mi madre que estaba a punto de sufrir un ataque de nervios. Cuando sentía que no podía soportar más la tensión de la situación, vi una luz acercándose por el camino: era el auxilio. Al rato llegó una camioneta, el Señor que venía al volante se presentó como el hermano del guardafauna, a quien habían localizado en el pueblo. Se ofreció para llevar todas nuestras cosas a la reserva, a nosotros al hospital y al auto al taller. En lo alto del cielo patagónico, brillaba con todo su esplendor la luna llena. Pronto, la medianoche anunciaría el nacimiento de un nuevo año. Pasamos 3 noches en el pequeño hospital del pueblo mientras papá se reponía y arreglaban el auto para poder seguir viaje hasta nuestro destino: nos esperaban 1.500 kilómetros. Dormía sobre un duro banco verde de la sala; la débil luz que entraba por la ventana, el típico aroma de hospital, ese silencio de soledad que me envolvía, tuve que apretar los ojos para no llorar, y cada caída del sol caminaba hasta el mar y dejaba que mi triste mirada se perdiese en la inmensidad azul impregnándome con los olores marinos que nunca dejé de sentirlos aún estando a gran distancia del mar. Al poco tiempo, con el auto arreglado, salimos del hospital y fuimos a recoger nuestras cosas a la Reserva donde nos esperaba Héctor, el cuidador de los animales. Allí estuvimos un día y luego, a pesar de que mi padre estaba con una quebradura, abandonamos el pueblo. Se inició entonces un largo viaje de regreso a casa, un viaje que el inquieto de mi padre quiso hacer de un solo tirón. Una hazaña más que sumó a sus 70 años de trajinada vida. Diciembre 1983.
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LIHUÉ CALEL
Al bonito Parque Nacional de La Pampa le debía una visita postergada desde hacía años. Pero… que el destino se empeñaba en aplazar. Aquella calurosa primavera estaba decidida a concretar el viaje. Olga se sumó a la aventura que continuó –luego- por caminos de San Luis y Córdoba. Un viaje inolvidable, de los últimos que realizaría con mis padres y también con mi prima, lugar al que volví 23 años después. Claro que no lo imaginaba así entonces. Es tan lindo permanecer en la paz de ese lugar… quizás no sea muy espectacular, más bien es discreto, algo inhóspito y agobiante en verano. Pero hay algo que atrapa de esas plantas sufridas: caldenes, sombra de toro, jarilla, molle… es como si emanase vida, un festival de voces en la alegría de los pájaros que son abundantes y cantores, los tímidos arroyos entre las pedregosas montañas de mucha antigüedad… y las noches allí son de paz, con la compañía agradabilísima de las amigas vizcachas que sales a comer y deambulan cerca nuestro con bastante mansedumbre. Son tan simpáticas… Salía muy temprano a caminar para evitar el calor, pero además porque esas horas son inolvidables, donde se puede gozar al máximo de la naturaleza. Un aroma a flores impregnaba los senderos; me encantó ir mirando los árboles, los pájaros, escuchando al viento…
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Después me quedaba por allí meditando, aromándome, purificándome… con la mente en blanco, en la necesidad de sentir el alma de esas sierras. Hasta que el sol comenzaba a calentar y tenía que buscar refugio bajo los caldenes donde teníamos armado el campamento. Al caer la tarde volvía a las sierras, caminando despacio para vivenciar la llegada de las sombras, cuando soplaba una brisa purificante. Entonces contemplaba absorta el movimiento de los pájaros entre la fronda. Podía escucharlos y verlos en su exaltada felicidad primaveral. Un día temprano salimos a recorrer otra zona. ¡Qué placer!, caminar lentamente entre flores olorosas, piedras rosadas, algunos manantiales alegrando la vista con sus aguas quietas donde nadan diminutos pescaditos negros. Y caminando, caminando, llegamos a una gruta con pinturas rupestres. Desde allí, balcón a la vida, imaginé cuando fue habitada por seres primitivos, un lugar hermoso para vivir. Gozaba al sentir en mi alma la paz sublime del lugar. Los pájaros retozando en el bajo donde crecen árboles inmensos. Los miré libres, felices, cantando para mí… ¡cómo los amaba!, como la brisa que me acariciaba, el sol, las mariposas, los insectos zumbones, y esa paz inmaculada, la soledad que envuelve en nubes de algodón, ¡cómo la amo! Aunque ella me dificulte mi eterna necesidad de encontrar un amor. Y bueno… no puedo evitarlo, esas andanzas son mi mayor bien, mi alegría, mi misión, el remedio contra la depresión y cualquier enfermedad. Pasaría así mi vida, volviendo a lugares como ese una y otra vez, olvidarme de mi cuerpo y detener mi alma en su espacio para siempre. Noviembre 1988
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UN REGRESO INOLVIDABLE
Te digo que después de 4 años de ausencias –donde pasaron tantas cosas inimaginables en mi vida- logré regresar al Parque Nacional El Palmar cuando en la primera visita había sido tan, tan feliz… Esa vez soñaba con poder serlo nuevamente, aunque sabes, de otra manera, porque ya no podía resultar igual, la compañía había cambiado; ahora estabas vos, aprendiendo a transitar conmigo los caminos de la vida. En ese ínterin, pasaron tantas cosas, algunas horribles, y también las más hermosas. Era un pasaje continuo del claro al oscuro, sin término medio. Ya sabes, la enfermedad de mi padre, su repentina depresión que me sumió en la más horrible de las tristezas y me colmó de soledad. Pero también tuve la posibilidad de conocerte, conocer a ese hombre que vivía en mis sueños y con el cual me casaría al poco tiempo, después de una historia de amor que vivimos con tanta intensidad como la historia que había imaginado en mis sueños. Y también lo sabes, ese primer embarazo trunco que sabíamos no podía prosperar pero que me sumió en un profundo dolor que costó superar. Fueron años terribles y maravillosos. Por eso quizás –sentí tantas emociones en ese viaje- venías conmigo y haríamos campamento, juntos por primera vez. Fue un bautismo de fuego para vos, pues una larga y persistente lluvia de otoño, casi nos condena a asilarnos en la carpa. Y sé lo incómodo que te resultaba acostumbrado a vivir de otra manera. Pero fue hermoso también, compartir contigo, cocinar bajo la lluvia, tomar mate, observar a las vizcachas (nuestras amigas que venían a comer a nuestro lugar). Gozar en
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definitiva, de la belleza que sólo inspira la naturaleza. Recoger su luz, caminar por los senderos fangosos, ver las plantas tan húmedas y bellas, el cielo plomo, los pájaros que a pesar de todo salían a buscar su comida. Esa gran paz compartida contigo: una paz que estaba recuperando nuevamente, después de tantos meses perdida en el desierto de un sufrimiento sin el bálsamo de la naturaleza. Recuerdas cuando salíamos a recorrer caminando, en auto, como sea… pero teníamos que andar, beber de la fuente de la vida que latía en nuestras manos, atrapar cada minuto para siempre. Atravesamos la sabana de palmeras yatay, mientras las cotorras despertaban en sus voluminosos nidos comenzando el bullicio diario. Los pastizales y arbustos que cubren el suelo mostraban signos de la inclemencia del otoño porque el ocre y el gris dominaban el espacio. Luego ingresamos en una senda que recorre la típica selva en galería que bordea todo arroyo o río del parque. Un ambiente diferente… húmedo, oscuro, fresco, silente, verde, enigmático… en ese silencio sólo se escucha la voz especial del zorzal mandioca o blanco o gato. En las márgenes de ríos y arroyos se pueden encontrar innumerables huellas de carpincho, el roedor más grande del parque. También habitan el amplio lugar de camping adornado de talas y ñandubay una gran cantidad de vizcachas. Nuestras amigas, que nos alegraban las noches, mientras preparábamos la comida y cuando cenábamos, antes de retirarnos al cálido interior de nuestra carpa donde soñábamos que éramos los únicos habitantes “humanos” de ese paraíso viviente, éramos libres, y nos amábamos. En un lento y gratificante caminar redescubrí árboles y arbustos ya estudiados en el viaje anterior con mis padres, y te
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fui enseñando los secretos de esa naturaleza que yo tan bien conocía. Parecías fascinado y quizás por eso, yo estaba muy feliz. Era nuestro edén, y cuando me dejabas sola para que me impregnara los sentidos de todo aquello para guardarlo en mi interior como alimento del futuro, yo conocía la plena felicidad y luego… regresaba lento hasta el campamento donde me esperabas con un apetitoso almuerzo bajo los altos ñandubays y entonces muchos pájaros se acercaban para solicitar trocitos de pan. Abril 1992
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CLAROMECÓ
Muchas veces los magníficos bosques de Claromecó nos vieron andar felices por sus senderos. Con papá, con Olga, con Virginia, o simplemente sola, sintiendo en mi piel la caricia suprema de la vida tal como yo deseaba vivirla. Y en todas esas veces, un sueño de amor iba creciendo en mí hasta hacerse un grito en el fondo de mi alma porque ese sueño inmaculado, un día, se hiciese realidad: poder andar esos senderos mágicos de la mano del hombre etéreo que vivía en la ilusión de una mujer solitaria. Pero si eso ocurría alguna vez, lo iba a considerar como un milagro. Y ese milagro, un día, ocurrió. Volví a Claromecó, volví a su bosque encantado de coníferas, a esa infinita belleza que nace y muere en el mar, tomada de tu mano, de la mano del hombre de mis sueños. Y fue casi tan maravilloso como había sido en las imágenes que creaba mi mente movida por una esperanza, por una ilusión… Anduvimos todos y cada uno de los recovecos y caminos de ese paraíso: el mar, la playa, las dunas, los bosques, el faro, el río… cada hora, de cada día de ese final de verano que pasamos allí, la disfrutamos como si fuese la última que viviríamos. ¿Recuerdas cuando en largas caminatas por la arena húmeda esperábamos la salida del sol?, luego ese aromático desayuno bajo los altos eucaliptos, sintiendo el inconfundible olor que emana de su savia. Hicimos asados bajo los cipreses, jugamos al tenis en aquella solitaria cancha rodeada de frondosos pinos, tomamos mate frente al mar y subimos al faro para ver desde arriba toda la inmensidad del mar y de los bosques en las dunas.
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Una tarde de sol, espléndida y riente recorrimos el río Claromecó y sus 7 cascadas. Un lugar tranquilo, de campos apacibles, y el agua mansa que corre entre piedras, una visión ideal para calmar los nervios, para sentirse libre y feliz, son esos momentos dulces que se guardan por siempre en el corazón y en la memoria. Tuvimos la inmensa posibilidad de disfrutar de ese lugar recóndito que era entonces Claromecó, casi en completa soledad, porque el turismo ya había partido y cada uno de los rincones guardaba el particular encanto de las cosas incontaminadas, plenas de una belleza simple y grandiosa a la vez. Una noche con suave brisa, muchas estrellas y algunas nubes en el horizonte sobre el mar, donde destellaban relámpagos lejanos, decidimos dar un paseo por el bosque oscuro y luego culminar frente al mismo, en la zona de pesca. Allí encontramos el rinconcito ideal para comulgar con la naturaleza en toda su inmensa grandeza, detuvimos el coche y quedamos en silencio contemplando la gigantesca presencia de la noche. En lo oscuro, resplandecía la espuma del rompiente y titilaban a lo lejos las luces de las lanchas de los pescadores. Descendimos del vehículo, sentimos en el rostro la calidez de la brisa, el silencio interrumpido por el incesante movimiento del mar en la arena. La paz nos bendijo, abrazados contemplamos una a una cada estrella y nos juramos amor eterno, más allá de lo que pudiese depararnos el destino y el futuro. En ese instante, aquello, ya no importaba.
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Es verdad que antes de esa noche y después también, pasamos momentos muy difíciles juntos, al punto de dar fin a nuestra historia de amor. Pero algo supe entonces: por momentos como aquel, aunque sabemos que no fueron tantos, valía la pena luchar, porque fueron tan intensos que no se borrarán jamás de mi mente, de mi corazón y de mi alma, aún con el paso del tiempo. Y estoy segura que también perdurarán en vos por la eternidad. Marzo 1993-2013
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NIEVE EN ISCHIGUALASTO
Aquel otoño en Ischigualasto tenía una sorpresa para mí: la nieve en la desértica meseta entre San Juan y La Rioja, un espectáculo de vida y de color. Pasamos unos pocos días en la Reserva, recorriendo todos los rincones de ese lugar inigualable; yo estaba encantada tomando apuntes, y caminando muchísimo por los agrestes caminos llenos de sorpresas. Hacía mucho frío, hubo algo de lluvia y también bruma. Pero el espectáculo mayor fue el de la nieve que cayó durante toda una noche. Podíamos verla desde la pequeña ventana del cuarto que nos habían cedido la gente que cuida la reserva, y me sentía fascinada por el espectáculo blanco que tan pocas veces tuve oportunidad de contemplar en la vida. Así que –con el calor que proporcionaban unos leños encendidos- miraba la nieve e imaginaba el frío que haría afuera. Sin embargo, esa noche –y por culpa de las brasas y nuestra negligencia- casi morimos asfixiados. Mi madre y yo, perdimos simultáneamente el conocimiento, pero gracias a Dios, Bautista conservó la calma y pudo salir afuera a pedir ayuda antes de que se desmayara también. Un grupo de técnicos de YPF que se encontraban alojados en el salón contiguo, nos socorrieron, y cuando ambas despertamos estábamos afuera en medio de la nieve. Nos hicieron respirar profundamente el aire helado y enseguida nos repusimos. Aquel gran susto terminó bien y hoy es una anécdota más de mis viajes de aventuras.
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A mitad de la mañana salimos hacia Talampaya, pero dimos un paseo para observar la nieve que cubría todo. Caminé entre los arbustos cubiertos de copos blancos, una fina capa de nieve caía aún sobre la estepa. En medio de ese frío inmaculado tomé unas fotografías maravillosas y comparé ese paisaje casi desértico con aquel otro exuberante que pude disfrutar cuando una nevada otoñal nos sorprendió al amanecer después de despertar de una noche durmiendo en el auto, en las cercanías de Esquel, en el sur, rodeados de picos montañosos magníficamente blancos. Cuando la nieve se derritió hizo mucho más frío, pero las nubes comenzaron a abrirse para dar paso a un cielo azul como pocas veces pude ver en mi vida. Yo creo que esa zona del país tiene uno de los cielos más diáfanos y transparentes que puedan existir en este planeta. Mayo 1988
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EL MUSEO DEL FIN DEL MUNDO
Ushuaia:
la ciudad más Austral del mundo alberga tantas cosas maravillosas. Dos veces tuve la oportunidad de visitarla y la segunda vez conocí el museo que resultó fascinante. Recuerdo como uno de los museos naturalistas más ordenado y didáctico que conozco. Allí pude recabar datos para mis investigaciones porque tiene una biblioteca especializada sobre fauna y flora de la isla muy interesante. Salí realmente satisfecha de lo aprendido allí. Habíamos armado la carpa en un solitario e idílico lugar del Parque Nacional de Tierra del Fuego. Quedaba sola varias horas al día, pero eso no nos preocupaba, sabiendo lo tranquilo que era aquel lejano lugar los días de semana. Los sábados y domingos es diferente, ya que toda la gente de la ciudad se dirige al parque para pasear. Hicimos varias caminatas por los lugares más importantes del parque y mi alma se impregnó de verdes, azules, blancos y grises. Colmé mis ánforas de placer inexplicable hasta rebalsarlas y me aseguré de tener provisiones para muchos años mientras viva, porque entonces imaginaba (aunque deseaba lo contrario) que nunca más podría volver allí. Y hasta el día de hoy (año 2013) así ha ocurrido. Sin embargo, nunca dejé de soñar con volver a caminar esos senderos, oler el característico aroma de esos bosques, escuchar el canto de los pájaros australes y bañarme con la luz suave y maravillosa de sus ríos, lagos y mares. Mientras tanto, mi felicidad consiste en recordar los momentos vividos y rememorarlos en mi mente hasta sentir que estoy allí, que nunca me fui y que antes de partir, volveré. Noviembre 1987
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LAGUNA LA AZOTEA
En las afueras de mi pueblo: Los Toldos, existe un lugar mágico, o varios lugares mágicos. La Azotea es una laguna de aguas que alguna vez fueron muy claras y hoy alberga un microclima de organismos variados, que hace ideal puedan desarrollarse gran cantidad de aves acuáticas. Es también un lugar histórico, fue cementerio Mapuche, época que un grupo se estableció en el paraje La Tribu, allí descansan los restos del cacique Ignacio Coliqueo. Hoy se mantiene casi intacto, con gran cantidad de aves acuáticas entre juncos, totoras y un sinfín de vegetación acuática que le otorga al agua un color oscuro. Hay un grupo de cisnes de cuello negro, garzas blancas, gallaretas, patos, cigüeñas, bandurrias, nutrias… Es un lugar de paz, con una arboleda añosa y que mantiene cierta privacidad a pesar de no estar tan lejos del pueblo por caminos vecinales y a escasos 2 kilómetros de la ruta 65 por una huella en buen estado. Pero hay un lugar mucho más enigmático que ese en el mismo paraje La Tribu, es La Hoya o La Hoyada. Los que conocen algo del tema dicen que allí emana una energía muy especial, uno se encuentra como en otra dimensión y no pocos le atribuyen ser un lugar de visitas frecuentes de OVNIS o donde se establecen contactos con seres del más allá. En el imaginario popular se tejen todo tipo de leyendas. Yo no estaría tan segura de ello, ya que es un gran pozo (parecido a los cráteres de Campo del Cielo, que detallo en mi libro Evocaciones
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de Una Viajera, donde alguna vez cayeron meteoritos), rodeado de campos sojeros con permanente movimiento de gente. Pero sí aseguro que es un lugar especial, energético, he estado allí algunas veces y al bajar justo al centro es como si cambiase el clima, allí es mucho más frío, es como entrar a un lugar refrigerado pero sin atravesar ninguna división con el entorno, es decir, como sería el pasaje a otra dimensión. El momento ideal es cuando cae la tarde y también durante las noches claras cubiertas de estrellas. Es como un espacio mágico que predispone para experiencias místicas. Y por eso, no son pocos los que acuden allí para meditar, llegando incluso desde distintas partes del mundo. Llama la atención que La Hoya nunca tiene agua, ni aún en las épocas de grandes inundaciones. A pesar de encontrarse a un nivel mucho más bajo que las lomas circundantes. Pero yo creo que no es por nada en especial, es simplemente porque los bordes son más altos que la tierra que la rodea y entonces el agua no puede bajar. Me quedo con las sensaciones que experimenté allí, pero quizás tenga mucho que ver con algún meteorito, es más, cerca dicen que hay otros similares, lo que indicaría que no es el único lugar raro. Tarea para investigar.
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EL REGRESO
Punta Rasa, un extraño, a veces inhóspito lugar, cuando el viento arrecia en la costa descolorida por donde el río marrón se encuentra con el mar azul, tiñéndolo de su color. Sin embargo, un lugar privilegiado por la naturaleza, albergue primaveral de tantas aves marinas propias y migrantes. Fue ahí donde viví mi última experiencia viajera con mis padres y mi prima Olga. Desde entonces el transcurso de mi vida se fue alimentando del día a día y empecé a vivir de los recuerdos, a escribir, y al proteger esas experiencias gratificantes me pareció haber vivido una eternidad. Fue un tiempo de vivir entre luces y sombras, casi sin término medio. Mi soledad anunciada dado mi especial carácter, la enfermedad de mi padre… cosas que me llenaron de tristezas y de angustias, para lo que jamás me había preparado; o no quise prepararme a pesar de que era consciente de que un día tenía que pasar. Sin embargo, no quería despertar del hermoso sueño de tantos años en comunión con lo agreste y puro, de diálogo con el silencio y amiga de la creación. Esa había sido mi vida hasta los treinta años: viajar, soñar, concretar los sueños más increíbles y creer que la vida para mí era eso: una eterna felicidad, mientras se vive en comunión con la naturaleza. Cuando esa comunión acabó sentí que se terminó la felicidad y con ello mi apego a la vida. Hasta que un día… llegó ese hombre de mis sueños y volví a tener esperanzas y a buscar ese otro tipo de felicidad que puede dar el amor con una historia digna de ser obra de mi creatividad apabullante. Ese amor que logramos concretar
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después de prepararme para cruzar las montañas y llegar hasta él. Pero también con él, con ese hombre de mis sueños, y quizás por esa misma razón, viví experiencias contrastantes de luces y sombras como es en definitiva la vida y todos los caminos del amor. Cuando regresé con él a Punta Rasa, era un momento de luz en nuestra historia. Yo estaba en el sexto mes de embarazo de mi única hija que es la estrella que hoy alumbra todas las horas de mis grises días, después de la partida de mi padre y más tarde de mi madre. Entonces logré tener un respiro en medio de un embarazo que en todo momento fue muy difícil. Fueron unos pocos días en el balneario del norte bonaerense, días que me renovaron las ganas de vivir y de creer que aún podía intentar retornar a la felicidad de vivir con la naturaleza, de volver a intentarlo de la mano de mi esposo. También él estaba a tiempo de amigarse con ella a pesar de su desconfianza. Recuerdo esas caminatas por la bahía, reconociendo aves, fotografiando o simplemente observando el mar desde el auto, esperando la puesta del sol tomando mate y leyendo revistas especializadas en la maternidad y crianza del bebé. Y él a mi lado, apoyándome con su presencia para espantar todas mis dudas y miedos. Él y el mar en ese momento eran el aire que necesitaba para ser feliz. Necesitábamos estar solos ante la inmensa maravilla de la creación porque nosotros formábamos parte de ella. La emoción mayor la viví en la zona de bosques del Faro San Antonio porque cada metro caminando por ese idílico
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parque me recordaba las horas vividas allí con mis padres, la carpa, Olga y las hormigas. Entonces yo era muy feliz con lo que tenía: la naturaleza y mi arte, mis padres y la posibilidad de una vida vivida de esa manera, como me gustaba. Mientras caminaba en silencio a la par de mi esposo no pude evitar las comparaciones. Ahora tenía muy poco –pensaba aunque equivocada- , todo aquello ya lo había perdido; sin embargo era consciente de haber ganado otras cosas: un amor soñado y muy pronto, una niña (porque ya sabía que lo era) para colmar de luz los días venideros. Con esa niña, ya mujer, graduada de la secundaria, volví a ese lugar de mis recuerdos para que ella pudiese conocer el espacio salvaje donde paseó cuando estaba dentro de mí. Pero para entonces las cosas habían cambiado demasiado en el Faro San Antonio. Aquel santuario de aves, de luz, de paz… se ha convertido en un lugar privado donde hasta para acceder al Faro se tiene que pagar entrada. El progreso triunfó por sobre la naturaleza, han construido un lujoso recinto de aguas termales, cercado con alambre y ya caminando desde Punta Rasa no se puede ingresar más como era entonces, cuando amanecía en ese lugar para observar pájaros. Los cangrejales siguen cubriendo grandes sectores, los pescadores siguen llegando a la Punta, el río marrón seguirá volcando sus aguas en el mar Argentino, pero ya no es lo mismo, y entonces, la nostalgia me invadió y los recuerdos del pasado opacaron completamente ese presente de marzo 2013. Años atrás, aquel hubiera sido el sueño perfecto: caminar esos bosques junto al único amor con un bebé que crecía dentro de mí. Sin embargo no era así, yo estaba llena de miedos y de dudas, porque muchas, muchísimas cosas habían pasado por mi vida dejando profundas huellas y frescas heridas en mi corazón.
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Lo bueno y lo malo, todo junto, de una sola vez. Ese amor intenso y apasionado había quedado muy lejos de allí, en otro mar, en otro tiempo, en otro lugar: en el mar, el tiempo y el lugar de Paracas, frente al Pacífico. Pero igual me sentí feliz, renovada al retomar el diálogo con el mar, nuevas esperanzas y proyectos comenzaron a ocupar mi mente. Porque hay algo que no se borrará jamás de mi alma: son los sonidos, los olores y los sabores de esa naturaleza Argentina que durante tantos años fue mía plenamente. Esa plenitud fue alimentando todos los días futuros de mi vida, más allá de los errores, las frustraciones, la soledad, las ausencias, el dolor… fue y será mi única manera de sobrevivir. Noviembre 1994. Marzo 2013.
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DERROTERO POR URUGUAY
Me pediste que eligiera un lugar para nuestra luna de miel y como la primera (la verdadera) había sido en Paracas; en tu país, quise que en éste caso fuese un poco más cerca: en Uruguay, un país cercano donde teníamos amistades compartidas. No podía ser como tantas y tantas veces había soñado: en cualquier lugar que yo conocía de mi país, en medio de la naturaleza intacta, en carpa, con todas las molestias que eso implicaba porque la realidad ya me había demostrado que a vos te costaba mucho adaptarte y no quería que la pasaras mal. Era una época linda para ir a Uruguay, conocer nuestro país vecino y disfrutar de la paz que seguramente encontraríamos allí. Te cuento que fue muy difícil para mí adaptarme a la nueva vida que se iniciaba, extrañaba mucho a mis padres y sé que vos también extrañabas mucho tu país y especialmente tus padres que habían quedado allí, eso te transformaba en un ser dual que me costaba mucho comprender cuando te cerrabas en tu mutismo y vivías como ausente a todo lo que te rodeaba. Yo también me sentía rara, extrañaba mi vida anterior en contacto con la naturaleza pero no tenía otra opción, ahora estaba casada y tenía que admitir que a vos te costaba mucho integrarte a la naturaleza, a vivir los amaneceres que a mi me apasionaban, esa soledad que constantemente buscaba para crear, los sonidos del silencio que sólo yo escuchaba, los bichos, la arena, las piedras, el agua… En ese viaje de luna de miel comencé a sentir algo muy especial que nunca me abandonó en el futuro cuando nos acercábamos juntos a la naturaleza: una sensación de que algo
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faltaba entre nosotros, algo sutil que no me hacía sentir plena, quizás me sentía culpable por no lograr que tú compartieses conmigo ese amor sublime y eterno que siempre me unió a lo agreste, tal vez por perseguir sueños imposibles, o porque estaba viendo fantasmas donde no había; lo cierto es que sentía que si bien éramos felices, algo faltaba… y sé que ambos estábamos viviendo experiencias que jamás habíamos imaginado y para las cuales no estábamos preparados. Recorrimos casi todo el país, me agradó mucho la placidez y el romanticismo que emana del paisaje oriental. Es como un sedante para los nervios y eso nos ayudó mucho a relajarnos. Hay un lugar que recordaré siempre: La Paloma. Donde estuvimos frente al mar, donde podía salir al amanecer a caminar por la costa mientras vos dormías y recordar tantos y tantos momentos de esos que compartía con la soledad en el instante más bello del día: cuando el sol asoma en el mar. Otro lugar que me gustó mucho es El Chuy, en la frontera con Brasil. Me llamó la atención una avenida en donde una vereda pertenece a un país y otra a otro. Resulta muy pintoresco. Lo único que no me agradó tanto es que hacía bastante calor. Luego anduvimos por el lado de Brasil, donde pudimos apreciar algunos aspectos de su historia. Cuando volvimos hacia el sur paramos en una playa idílica de arenas blancas llamada La Coronilla, almorzamos, miramos el mar y fuimos muy dichosos bebiendo la soledad suprema que nos envolvió con un abrazo de sol y de mar. Luego pasamos por Punta del Diablo, una villa pequeña realmente hermosa, muy agreste y salvaje, con cabañas pescadoras de madera y paja. Son dos puntas rocosas donde entra el mar formando una bahía de playas muy suaves. Allí, entre las piedras, tomamos mate.
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De vuelta en La Paloma, pasamos otra noche y yo volví a caminar con la salida del sol, ésta vez tuve la sorpresa que vos apareciste de repente y comenzaste a recoger caracoles. También en Piriápolis disfrutamos de un magnífico atardecer con una noche inolvidable incluida. El viaje prosiguió por otros puntos de Uruguay y en cada uno de ellos vivimos historias diferentes. Visitamos a la familia amiga en Las Piedras, y hasta el día de hoy estoy segura que recordarás los maravillosos (y otros no tanto) momentos que vivimos, lindos, feos, tristes, alegres… historias de vida que fueron marcando el nuevo camino a seguir en la nueva etapa que se iniciaba, la que ambos habíamos elegido vivir cuando con aquella primera carta empezamos a construir nuestra increíble historia de amor. Agosto 1990
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EL DESIERTO COSTERO DEL PACÍFICO
A los 6 meses de casados estábamos embarcados en una nueva experiencia, para mí era insólita, impensada: viajar a Perú por tierra, atravesando el increíble desierto costero del Pacífico. Te cuento que es una aventura que no repetiría, y sé que vos tampoco. Pero resultó ser muy interesante para observar en vivo y en directo las maravillas que nos muestra la naturaleza en nuestro planeta tan castigado por la desidia del hombre. Cruzamos sin novedad la majestuosa cordillera por el Túnel de Los Libertadores que es una verdadera obra maestra de integración. La zona chilena de valles es muy semejante a la de Mendoza, ideal para que crezcan los viñedos. Cien kilómetros más al Sur del pueblito de Los Andes comienza el desierto de la costa. Son lomadas que caen al mar. El cielo es brumoso (para mí te aclaro que fue una revelación), un cielo muy semejante al que había observado en Lima un año atrás y que después también pude descubrir más al norte, en Trujillo. Conclusión: esa es la característica del Pacífico en el norte de Chile y Perú, donde el largo desierto costero recibe la influencia de la corriente de Humboldt. Se nota una increíble sequía, arbustos muy deteriorados y en cuanto a los animales, mucho cabrito. En Coquimbo vimos una hermosa playa llamada La Herradura, de aguas quietas y arenas blancas. La Serena es otra ciudad tranquila del norte Chileno. Y es por aquí donde comienza la travesía por el Desierto de Atacama (continuación de La Puna Argentina). Pero hay diferencias, este desierto es realmente eso: un desierto, arena y arena, tosca más
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tosca, sin ningún manchón de verdes u ocres como sí ocurre en La Puna. Allí se nota la influencia del océano Pacífico, porque los cielos diáfanos de la Puna no existen en esos lugares, el mar y su eterna bruma produce el efecto de cielos grises, velados. Por eso el paisaje es algo monótono y triste, como no he visto nunca transitando la ruta del Atlántico. Arica, ciudad norteña de Chile nos recibió con el carnaval. La verdad que fue un espectáculo inolvidable porque había gente de Bolivia con trajes típicos, también había Mariachis. Lo poco que pudimos recorrer de Arica nos gustó, aunque estábamos muy cansados. Al otro día, ya más descansados, salimos a caminar, no andaba nadie, la ciudad estaba desierta, amaneció brumoso, como en Lima. Tomamos un taxi y nos fuimos al Morro histórico desde donde se ve toda la ciudad de 800.000 habitantes. Allí los chilenos atesoran toda la historia de la guerra que sostuvieron con Perú por esa provincia norteña. La verdad que ellos arrebataron un territorio que nunca les perteneció… pero así se decidieron siempre los destinos de los pueblos y los países sobre esta Tierra. Pasando la frontera, entramos a Perú, pero el paisaje desértico continúa igual hasta Lima (con algunos oasis de cultivo en la zona de Ica y Chilca) y desde Lima, hasta el Ecuador. Algo que comprobamos en futuros viajes al norte. Después supe que el desierto costero del Pacífico es el más inhóspito del mundo. Pueden pasar años sin llover, sin embargo, cuando llegan las lluvias, mágicamente, todo se vuelve verde y florido. Un misterio, una lección de la naturaleza que le enseña al hombre que no debiera nunca imponerse ante ella. Febrero-Marzo 1991
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VOLVIENDO A PARACAS
Cuando estuvimos por primera vez en ese oasis del Pacífico, ambos prometimos que tendríamos que volver en el futuro, tal vez con nuestros hijos. Casi 4 años después pudimos cumplir ese sueño, aunque aún no teníamos hijos porque la dulce y frágil Rocío Anahí llegó con su luz casi un año después. Durante ese tiempo de espera me ilustré bastante sobre ese lugar que se parece muchísimo a nuestra Península Valdés, incluso hasta en la fama, por la diversidad de especies que ambos lugares albergan. Hay allí pingüinos, flamencos, piqueros, el guanay, ostreros, pelícanos, gaviotas, cóndores, zarcillos, cormoranes negros y grises. Y las dos especies de lobo marino: de uno y de dos pelos. La costa tiene parte con altos acantilados, refugio ideal de lobos y aves marinas como zarcillos y piqueros. El mar es de un azul maravilloso, lo único contrastante con Valdés es el entorno tan monótonamente ocre: es que esa zona integra el desierto costero del Pacífico, uno de los lugares más inhóspitos del mundo por su aridez. Llueve unos 2 milímetros anuales, la humedad es alta (del 80%) y el promedio de temperatura es de 20º C. Esa humedad contribuye en mucho a mantener brumoso el ambiente, una constante en la costa Peruana donde la influencia de la Corriente del Niño es importante. Pero la zona de la Bahía de Paracas que incluye la Reserva de 335.000 has – cuya mitad corresponde a aguas marinas- es la zona más límpida que he conocido a lo largo de la costa Peruana.
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Volvimos a pasar unos días maravillosos de paz frente a la bahía, alojados en el mismo lugar: Instituto Paracas, aunque mucho más hermoso con todas las remodelaciones de que había sido objeto. Para poder recorrer con cierta libertad, tú decidiste alquilar un auto en Lima y así pudimos gozar con tiempo de cada rincón de la Reserva, a pesar de los malos caminos, muy golpeados por la falta de lluvias. Paracas integra la Red Hemisférica de Reservas de Aves Playeras junto con otras reservas naturales de Argentina, Canadá y Surinam. En nuestras andanzas estuvimos en el lugar que recuerda el desembarco del Gral. San Martín al mando de la Expedición Libertadora. Territorio donde floreció la llamada cultura Paracas; se estima la existencia de 50 sitios arqueológicos que se remontan a 7.000 años a.C. Recorrer Paracas para mí fue una aventura apasionante porque me hizo recordar otras aventuras juveniles semejantes que viví en Isla Roja, Punta Tombo, Cabo Dos Bahías… el enigmático e inolvidable bosque petrificado José Ormachea y luego el del Cerro Madre e Hija; todos lugares de la Patagonia que me enseñaron a soñar, ser feliz, encontrar la verdadera razón de mi vida: la naturaleza y esos profundos silencios que emanan de los lugares más prístinos. En Paracas, cuando regresé la segunda vez, ya había concretado todos mis sueños y había perdido mi juventud persiguiéndolos. Cuando muy temprano, por la mañana, salía sola a caminar por la bahía para fotografiar aves, pensaba que el tiempo se había detenido esa primera vez, cuando niña capté
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ese mensaje mágico de la naturaleza y por ella aprendí a vivir en el arte, feliz y plena. Poco a poco, el sol implacable iba triunfando por sobre la bruma matinal y un nuevo día se instalaba sobre la tierra. Entonces volvía, atravesaba el parque y en la inmensa cocina del Instituto calentaba el agua para el mate. Luego te despertaba y comenzábamos un ritual maravilloso de tomar mate mirando las quietas aguas del mar. Y recordábamos cuando habíamos vivido allí mismo nuestro primer encuentro amoroso y parte de la promesa estaba ampliamente cumplida: estábamos juntos, cuatro años después frente al mar que nos contempló jurarnos amor eterno. Estaba el sol, el viento, la luna y las palmeras. No había sido fácil la convivencia, pero nos sentíamos compensados, y dos años y cinco meses después regresábamos con nuestra pequeña hija, sin sospechar que muy pronto, llegaría el final de ese accidentado camino de vida que recorrimos juntos. Febrero 1994
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RUMBO AL NORTE
Yo, mujer del sur, una vez, puse rumbo al norte, allá, a kilómetros de la frontera de Perú con Ecuador. Me sentí tan rara bajo ese sol vertical, fue como un sueño que me pareció imposible estar viviendo. Sentía algo así como felicidad y tristeza juntas. Felicidad porque estaba ante una maravilla del mundo: Las Ruinas de Chan Chan. Tristeza, porque me sentía inmensamente sola en esa aventura. Era el tercer viaje a Perú y con mi esposo las cosas no andaban muy bien, era un ir y venir de encuentros y desencuentros. Así fue cuando estuvimos en Trujillo, tuvimos momentos hermosos y otros realmente que desearía olvidar. En esa coqueta y colonial ciudad del norte peruano pasamos días de cierta complicidad en el deseo de conocer. La zona céntrica de esta ciudad es realmente hermosa, por lo bien conservada que está, limpia y ordenada. Justamente, fue fundada por Francisco Pizarro el 5 de marzo de 1535, en un lugar donde floreció la cultura Chimú. Trujillo parece ser la ciudad de las iglesias, hay muchas y todas son muy atractivas en su construcción. A pocos kilómetros de la ciudad se encuentra la aldea pescadora de Huanchaco, un lugar muy pintoresco donde aún se pesca con el mismo sistema que usaban los Chimú: en pequeñas barquitas de junco llamadas Caballitos de Totora. Allí paseábamos cuando necesitábamos ver el mar, oler el mar y caminar solos a la luz única de la luna en esas noches serenas y calurosas del verano trujillano. Del brazo, como viejos amigos, como compañeros y hermanos, sin pasiones y sin odios,
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simplemente como hermanos que se quieren, sin celos y sin enojos. Pero la visita más apasionante fue a las ruinas de Chan Chan, la ciudad de barro más grande del mundo: Patrimonio Cultural Mundial. Data del siglo XII al XV d. C. Chan Chan fue el centro político, religioso y administrativo del estado Chimú. Una sociedad caracterizada por la economía agraria dependiente de un sistema de irrigación en gran escala. Su población se distribuyó en 6 km2, dentro de éste diámetro están las pirámides y 9 palacios que pudieron ser más, cada uno residencia y tumba de cada gobernante. Desde ahí éste regía su reino y allí era enterrado al morir rodeado de los cuerpos de sus mujeres, junto a sus tesoros personales. Este pueblo tenía unos 30.000 habitantes que se distribuían en barrios muy activos. Recorrimos con un guía la parte habilitada de esta inmensa ciudad que prácticamente se encuentra enterrada: es el Palacio TSCHUDI. Fue para mí una experiencia inolvidable, saqué innumerables fotos y me sentí tan pequeña en medio de un lugar mágico… estaba lejos de mi amado país, de mis seres queridos, sola con mis emociones y sintiendo la contradicción de estar bien y no estar bien, en compañía de ese ser misterioso que era mi esposo, al que había conocido 4 años antes incursionando en mi vida como respondiendo a un ignoto llamado que nació y creció dentro de mi corazón como un sueño gigantesco que con los años fue abarcando todo mi ser hasta materializarse definitivamente. Ese ser increíble con el que me encontraba recorriendo la enigmática ciudad del reino Chimú. Un descubrimiento más en mi escarpada vida dedicada al arte y a la naturaleza. Enero 1994
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MOMENTO (Versos de despedida frente al mar, en San Clemente del Tuyú)
Estoy sola, sentada frente al mar. Hace frío. El viento oeste penetra el abrigo y estalla en mis huesos. La gente, abrigada, camina a la vera del mar. El perro negro juega en el agua. Pierdo la mirada en el azul. Gordas nubes enmarcan el cielo del este. Un pescador tira el anzuelo. Destello de luces como perlas sobre el agua. Escucho… La vida transcurre sin prisa. El caballo tira del carro y el hombre baja con su pala, carga arena una vez más. A lo lejos, la figura de un barco se perfila en el horizonte. Ya no están las gaviotas del amanecer. Ahora la mañana abre paso a la gente que comulga con el mar. Yo observo. No quiero partir. Me detengo en éste mágico instante justo antes de partir. Llevaré el cuadro, pintado en mi piel. 16-3-13
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SAN LUIS: NUEVOS RUMBOS.
En el capítulo XXVIII de mi libro de relatos Evocaciones de una Viajera ( 1987), hablo de una recorrida por las sierras de San Luis, La Carolina (donde había unas pocas casas entonces), la magnífica Gruta de Intihuasi, cerca del Cerro Sololasta, sus silencios, su increíble soledad. Entonces todo aquello era salvaje, puro, sagrado, y muy poca gente transitaba esos caminos difíciles de la montaña. En febrero del año 2012, decidí volver con mi hija para que conociera lo que tanto me atrajo siempre: la naturaleza agreste y pura. Con nosotros viajó mi prima Alicia y su esposo Carlos, que hizo las veces de chofer con muy poca experiencia en montaña pero que aprobó el examen con un 10 felicitado. Me sorprendió La Carolina, un pueblito de montaña maravilloso, con sus calles de adoquines, empinadas, y ese río de oro que lo atraviesa, las minas abandonadas, el color, el aroma, la quietud de sus calles, su gente… las casitas de piedras que tienen el color del oro y ese brillo tan especial cuando el sol las ilumina. Recorrer después de tanto tiempo esos caminos de montaña, descubrir otros nuevos atravesando todas las sierras en un perfecto pavimento, como el que lleva al dique Nogolí o el que une Potrero de Los Funes con la nueva ciudad De La Punta, ingresar a las entrañas de las sierras sin tener que sufrir por andar ripio y piedras, abriendo y cerrando tranqueras, como cuando arribamos a La Carolina aquellos lejanos años. Guiándonos simplemente por el instinto, con mapas muy
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buenos del A.C.A. pero que había que interpretarlos. Qué bueno contar con GPS en los celulares. Me sentí tan feliz en ese recorrido, volver a la Gruta de Intihuasi, donde si bien se encuentra protegida, demarcada, señalizada y con cuidadores… el silencio sigue siendo igual, tan especial como ningún otro silencio conocido. Fue allí, que pude reflexionar sobre mi vida, reflexiones que compartiré con los lectores. Escribí en mi cuaderno de viaje el 1º de marzo de 2012: “En la gruta de Intihuasi vive el silencio único, inmaculado, el que atesoran las graníticas montañas de esos cerros cubiertos de flores, rocas, pastos y cabritos trepando en lo más alto. Llegué allí, al altar del pasado, después de tanto tiempo de una primera vez inquietante que dejó huellas profundas en todo mi ser. Y fue sentirme joven como aquella niña inquieta que quería acumular paisajes y aventuras para escribir el gran libro de la vida. Ese libro que hoy estoy segura existe y quedará por siempre para la inmortalidad de un alma pura, deseosa de dejar huellas, después de un gran aprendizaje. Parada en la entrada de la inmensa gruta prehistórica sólo escucho el latir del corazón por el esfuerzo de la última subida. Luego el silencio; total, cósmico, ese que se reconoce sólo en muy pocos lugares del planeta. Intihuasi es uno. Y allí,( con el caer de la tarde, la magia del sol, las lejanas nubes de extrañísimas formas, como trozos inmensos de algodón),cierro los ojos y medito. La vida es dulce, lo sé, es en estos momentos cuando comprendo cuánto atesora mi ser; y que después de haber andado muchos caminos por la vida, voy llegando al final
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sabiendo que mi misión ha sido cumplida y es tanta la abundancia de amor que tengo guardada que la llama de la eterna felicidad vivirá por siempre en mi ser de luz”. “Parece increíble. La vida aquí se detiene en un bálsamo de belleza suprema y oculta que se revela sólo a algunas miradas. Me elevo al plano místico. Entonces… Todo se compacta en este instante donde nada es importante. Soy yo, con mi ser desnudo en una comunión de luz con la omnipotente naturaleza que me rodea”. Después de muchos años volví a visitar al Algarrobo Abuelo, también conocido de los Agüero por estar en tierras del abuelo del poeta Puntano Antonio Esteban Agüero quien le escribió una magnífica CANTATA. Lo he visto más imponente que nunca, inmenso en altura, poderoso, de frondosa copa verde, troncos rugosos que denotan los 1.200 años que ostenta. Orgulloso, rodeado de un denso bosque que ayuda a soportar los intensos calores del verano. Cuando lo visité por primera vez era muy joven y no me daba cuenta de lo que realmente significaba, hoy, con un largo recorrido en la ecología y el amor que profeso por los árboles en particular, siento una gran admiración por este magnífico ejemplar al que muy bien cantó el poeta puntano en la oda CANTATA AL ABUELO ALGARROBO. San Luis es una provincia que tiene muchos lugares que despiertan mi interés: Las Salinas del Bebedero, Sierra de las
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Quijadas, Los Lobos, Papagayos, las pampas de altura de las Sierras de los Comechingones… pero hay un lugar que conocí en el último viaje a Santa Rosa del Conlara que me atrapó enseguida por todos los secretos que esconde sobre la historia evolutiva de la tierra. Ese lugar es: Bajo de Veliz, ubicado en el sector noreste de la sierra Grande de San Luis. Se accede por ruta desde Santa Rosa del Conlara. Profunda y angosta depresión que se extiende unos 12 kilómetros, es parque natural desde hace unos años, con guardaparque permanente y guías que son nativos del lugar. En el corte de las barrancas se pueden ver las distintas capas de la evolución ecológica y biológica de la tierra, son estratos sedimentarios de la era Paleozoica, período Carbonífero Superior (aproximadamente de una antigüedad de 300 millones de años). Cuando existía “Gondwana”, uno de los supercontinentes primigenios se encontraba en el límite austral de una gran cuenca sedimentaria, el PAGANZO, abarcando las actuales provincias argentinas de la región Centro-Oeste. El clima era húmedo intermedio, abundaban especies como: helechos, coníferas, juncos, etc. El reino animal lo formaban insectos y arácnidos, los que eran arrastrados a lo más profundo de la depresión o cuenca y sepultados bajo superpuestas capas de sedimentos, en un ambiente anaeróbico ( sin oxígeno), es por eso que no se oxidaban y no proliferaban las bacterias, contando además con un pH ideal ( salinidad y alcalinidad equilibrada); en esas condiciones era posible el proceso de momificación, luego la carbonización y por último la petrificación de hojas, troncos, semillas, polen, insectos y arácnidos.
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Este espléndido lugar es denominado por los lugareños “lajas de piedra pizarra”. Es un yacimiento de gran importancia donde se han encontrado fósiles de arañas, insectos y micro y mega flora. En el año 1981 se encuentra accidentalmente por un señor que compró lajas para su casa, una joya paleontológica de incalculable valor científico-cultural. Es un fantástico y gran ejemplar de araña: MEGARACHNE POLLINEI SANTA ROSA, pieza única por sus características, por su morfología externa, su cefalotórax, sus extremidades y articulaciones, además sus quelíceros y pedipalpos, presentándonos sobresalientes detalles muy bien conservados, nítidos y deslumbrantes ojos, pudiéndose observar que la mayor parte de su superficie se encuentra cubierta de conos capilares o bulbos pilíferos. Sí carece de abdomen (se supone que se desprendió al quedar atrapada en el lodo, o tal vez lo comieron otros insectos); según estudios mide aproximadamente unos 50 cts. De largo por 30 cts. De ancho, e imaginándola erguida, unos 70 cts. De alto incluidas las extremidades. Es un verdadero tesoro del planeta Tierra, transportándonos a un pasado remoto de 300 millones de años, casi inimaginable, mucho antes de la proliferación de los grandes saurios, cuando la vida (tanto animal, como vegetal) estaba en sus comienzos y los ambientes eran tan extraños y diferentes. Según los sabios, en esa porción de la Era Paleozoica, vivían los arácnidos, insectos voladores y reptiles primitivos, siendo los primeros seres en pisar tierra firme en esta región y en esa época. Este ejemplar único de araña se encontró impreso en las capas interiores de una gran laja del Bajo de Veliz, que al abrirla se ve el positivo y el negativo, perfectamente conservada, gracias a las condiciones en que ocurrió el accidente que la sepultó en el lodo. Especialmente sin oxígeno, lo que permitió la
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conservación. Se encuentra en el museo particular del hijo de la persona que la encontró, siendo custodio del mismo ya que por ley nadie puede adueñarse de un fósil, éste pertenece al patrimonio cultural de la provincia. Los ofrecimientos para llevárselo del país han sido muchos y millonarios; pero el deseo de la provincia y de la familia, es que permanezca en el lugar, donde todo el que tenga una inquietud por saber de él puede acercarse a la casa particular donde la esposa del dueño les dará una escueta explicación. (*) Dentro del Parque Natural, viven unas 140 familias que crían cabritos, sus casas son atérmicas, de barro con techo de paja que deben soportar bruscos cambios de temperatura cuando en verano llega a hacer 40ºC. Y en invierno -14ºC. Es un bosque seco, pero bastante cerrado. Allí se conserva un ejemplar de 500 años de Guayacán, árbol oriundo del Chaco que no se sabe muy bien cómo pudo desarrollarse allí, es un ejemplar vigoroso, sano, maravilloso y que está en la falda de una sierra, junto a él han crecido dos ejemplares más que son más chicos e igualmente sanos y bellos. Es patrimonio provincial y tiene guardia permanente. Me gustaría terminar este último capítulo de mis vivencias, con algunas reflexiones escritas en la Navidad que pasé en el pequeño, pintoresco y simple pueblo de Santa Rosa del Conlara, frente al río del mismo nombre, un diciembre de sequía y calor, pero que quedó marcado en mi alma y en mi corazón. “Cómo quisiera que el tiempo se detuviese ahora mismo, en este instante de luz y aromas campestres… se detuviera para siempre.
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Y yo quedar en él, estampada en el banco de piedra como los fósiles milenarios en las lajas de Bajo de Veliz. Así me siento: fresca, pura, intacta, a pesar de todo lo andado en el tránsito voraz de la vida. Sería el final soñado, la coronación de todos los sueños cultivados y cuidados en la huerta florida del alma. En este verano tórrido que me asfixia soy una brasa ardiendo en el valle calmo y dulce que alimenta la montaña, recorte azul en un cielo celeste esmerilado. En un incendio de versos, reposa mi mente cansada. El algarrobo generoso extiende sus ramas como brazos que quieren abrazarme. Aspiro el aroma a poleo y escucho… allá… en el campo… despiertan urracas y teros, chingolos y calandrias se escuchan entre las hojas y el hornero reclama su morada. Un tero real camina sobre el agua del río que apenas suena cuando se desliza sobre lecho de lodo donde una pareja de patos busca alimento. Pronto, un coro de chicharras anunciará que el dulce amanecer estará terminando y el sol todo poderoso invadirá el espacio mágico salpicado de fragancias y sonidos alados. Entonces será el tiempo de partir al refugio fresco que durante el día es mi morada. Esperar la noche clara y la nueva mañana. Es necesario absorber cada instante hasta reventar de gozo el alma. Y comulgar con Dios, dar las gracias, porque amerita el momento sublime, cuando la naturaleza nos transforma en seres más buenos y armoniosos, seres de luz y de silencios… seres universales, seres de la Tierra”. Febrero-Marzo 2012 , Diciembre 2013 y Febrero 2015.
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Bajo de Beliz. San Luis *Datos aportados por la Sala Temática Paleontológica “Megarachne Pollinei Santa Rosa”. Santa Rosa del Conlara. San Luis.
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Pareja de PingĂźino MagallĂĄnico
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VIVENCIAS
Algunos momentos de mi “diario de viaje”, (emociones, sentimientos…) en mi libro CON ALGUNOS REPRESENTANTES DE NUESTRA FAUNA MARINA AUSTRAL, la naturaleza y el arte (Editorial Albatros-1984). Libro de divulgación con arte. *Notas escritas entre los años 1981 y 1984.
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UN DÍA EN ISLA DE LOS PÁJAROS
Cuando bajó la marea pude acercarme a esa pequeña isla, mundo mágico de seres dulces y alados. Un coro inmenso me recibió. Una conjunción de notas, de melodías y ritmos atronó el aire. Sobre mi cabeza cientos de alas desplegadas adornaban el cielo de paz y alboroto. El aroma marino embriagaba y mis pies pisaron caracoles, arena y piedras cubiertas de algas y musgos. El viento apagó un tanto las voces cantarinas; los gritos magníficos de los bellos seres alados. Gaviotas, ostreros, cormoranes, skúas, garzas, flamencos… Un mundo de fantasía que bien podría integrar la página más bella de un cuento para niños. Ante tanta vida sentí que ese no era mi lugar, no es el lugar para ningún ser humano. Por eso, porque me sentí intrusa en el santuario de la naturaleza y por temor a violarlo y alterar la dulce paz que reina en él, volví prestamente, aunque impregnada de tristeza por tenerme que ir, al mundo de los humanos. Pero llevaba dentro una luz nueva, una alegría que nació en los momentos que compartí con ellos, ¡oh seres alados del mundo!
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AMANECIENDO CON LA NATURALEZA EN CABO DOS BAHÍAS
Era las cinco de la madrugada de un día tormentoso cuando me dirigí con todo mi cargamento hacia la pingüinera. Caminé quedamente, acariciada por el viento frío mientras el coro de voces más sublime desgranaba en el aire sus rítmicas notas. En las cuevas, entre los juncos, en las rocas, en los túneles, en todas partes hombrecitos de frac que miraban con asombro y cierta inquietud mi paso solitario. El cielo, hacia el sur tenía reflejos de luces doradas pero un colchón de negras nubes fantasmagóricas oscurecía la alborada. Cansada de andar con el viento, encontré una roca protegida donde instalarme y observarlo todo, sin molestar a las dulces criaturas. El panorama que se ofreció a mis ojos y a mis oídos era magnífico. Estaba lejos de toda civilización y presencia humana. Yo formaba parte de ese mundo y me sentí feliz de que fuera así. Fue muy fácil integrarme a él. El rumor del mar gris-violáceo llegaba algo atenuado por el sonido más avasallante del viento sur. Las voces de los pingüinos en un dulce bullicio. A veces, una luz más fuerte caía sobre el mar donde nadaban ausentes algunos cisnes de cuello negro, cormoranes y petreles. En una pequeña bahía de suave oleaje una encantadora pareja de pato vapor con su hijito. Grupos de gaviotas cocineras y ostreros negros revoloteaban cerca dejando oír sus fuertes gritos que hacen estremecer el alma de emoción. También negros skúas rondaban buscando algo para comer.
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Frente a mí una pequeña isla llena de vida. Mezclados con el mar y el viento me llegaban rugidos de lobos marinos. Podía distinguir un mundo de gaviotas cocineras, pingüinos y cormoranes. En ese momento hubiese querido tener alas para poder superar el mar que me separaba de esa isla y llegar a ellos. Internarme en sus senderos y descubrir la vida que lograba imaginar. Cerré los ojos y soñé; las imágenes desaparecieron y sólo llegaba una mezcla de sonidos. Entonces, sentí que mi alma estaba allí, en el corazón de la isla, rodeada de animales que ejecutaban un concierto que tan sólo yo podía escuchar. Me entregué al sueño y cuando abrí los ojos, el sol brillaba con fuerza entre las gruesas nubes y el mar había tomado un tinte ligeramente azulado. Entonces me lancé a descubrir nuevos rincones ocultos de ese mágico lugar. Caminando entre rocas, canto rodado y arena, siguiendo la línea de la marea alta –estaba en bajamar- a través de las restingas que quedan al descubierto. Iba libre, parecía volar y quería atraparlo todo, que nada escapara a mi ansiedad salvaje de beber en la savia de la naturaleza. Negros skúas acompañaron mi andar lento y dificultoso. Desde los huecos rocosos llegó la presencia de algunos pingüinos que eligieron lugares alejados de todo vestigio humano para hacer sus nidos. Al verme, retrocedían y me amenazaban abriendo sus picos y emitiendo desafiantes gritos. Yo debo haber sido algo así como una especie depredadora para ellos. Entonces me alejé para no asustarlos y no alterar su agreste hábitat.
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AVENTURA ALADA EN PUNTA ROJA
Las primeras luces de la mañana nos
descubrieron atravesando blancuzcos montículos de arena –que en parte ha fijado las matas de coirón- mientras un sublime coro de voces crecía y crecía a mi paso. Ante mis ojos una imagen incomparable de criaturas con frac que vestían de vida y color los lugares más altos. Allí, despertando a la mañana, miles y miles de pingüinos aparecían parados junto a sus cuevas, en un dulce amontonamiento que me provocó la más tierna de las emociones y un sublime asombro ante cuadro tan incomparable. Al fondo de esa ciudad enorme –en un rincón del cerrosobre verdosas matas de jume, que contrastan con la aridez del entorno, bellísimas y elegantes garzas blancas anidando. Mejor distribución no podía haber hecho la naturaleza. El cielo comenzó a aclararse lentamente y el mar espléndido fue abriendo sus coloridas rosas a mis ojos absortos. Al llegar frente a la isla, otros sonidos alados fueron llenando mis oídos de música y de vida. La marea baja permitió que pudiese acceder a ese mundo idílico, resbalando alegre entre afelpadas rocas musgosas. Allí, el alboroto fue genial y un mundo de gaviotas cocineras atronó el aire rompiendo el silencio mientras revoloteaban inquietas sobre mi cabeza. Cuando me acerqué a las construcciones lunares de los cormoranes bellísimos, el sol –como un enorme disco rojosurgía desde el mar que se había teñido con flecos dorados, mientras que hacia el suroeste mostraba su inigualable azul.
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Sobre las restingas verdosas, los primeros rayos, dejaron caer hilos de plata que brillaron como diamantes y un aire fresco y suave sopló sobre la isla, acariciándome dulcemente. En la lejanía, la isla Lobos regalaba a mis ojos su extraña forma en cuya punta los cormoranes parecían perlas negras, y rodeándola, como un anillo, hermosos ejemplares de lobos marinos, dormitaban al sol naciente. Una pequeña isla de restingas aparecía cubierta por la blancura inmaculada de las palomas Antárticas, cada metro de la isla estaba ocupado por distintos seres que conviven y comparten algunos meses de sus vidas. No teníamos lugar allí donde ellos disfrutan de un mundo único que no es el nuestro, aunque mucho deseé que lo fuese, y sentí que debía dejarlos en el misterio de esa paz que ruego a Dios, nunca se vea alterada por seres humanos, para legarlo al mundo en toda su pureza, tal como la naturaleza nos lo regala. Y es nuestro deber cuidarlo, porque es el mejor regalo que nos da la vida y lo mejor que podemos ofrecer a nuestra Patria y a nuestros semejantes.
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UN BAÑO RECONFORTANTE
Era media tarde de un magnífico día de sol y calor, que había comenzado muy temprano para nosotros –las 3.30 de la madrugada- dejando en mis retinas toda la fiesta salvaje de la vida animal. Cuando hablo de nosotros, me refiero a mi persona y a mis incansables padres. La isla encantada había quedado atrás, después de haberme regalado su mundo de ensueño durante algunas horas que fueron, la visita al paraíso. Con sus lobos inquietos ante la presencia humana, los elefantes descansando en los piletones rodeados de musgos entre verdes y marrones que iluminó mágicamente el sol con reflejos de plata. Los cormoranes esbeltos, suaves, dulces como el silencio de una noche en el desierto. Las bullangueras gaviotas cocineras y sus tiernos pichones de suave seda perdiéndose entre las blancas piedras. Y los skúas, y las palomas antárticas y los ostreros arrastrando su bello pico escarlata… A lo lejos, sobre la ladera de la pequeña sierra, alcanzaba a distinguir la blanca figura de las hermosas garzas. La imagen de sus feúchos pero simpáticos pichones, de sus artísticos nidos de ramas entrelazadas, tan presente aún en mi memoria, que se me llena el alma de gozo. En el camino hacia el auto, volvimos a atravesar las lomas de arena, a escuchar el lenguaje de los gentiles “pájaros niños” (como suelen llamar a los pingüinos) que hasta parecían acostumbrarse a nuestro paso. Me dolían los ojos de tanto admirar la belleza, plena de absorber el aire suave, algo fresco, que endulzaba sin embargo el cansancio que sentía después de varias horas caminando,
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fotografiando, recogiendo bocetos y tomando apuntes. Eran horas de gozo supremo en medio de un edén lejano y perdido en el sur del continente. Bajé las lomas para ir por la vera del mar, la marea estaba subiendo y en uno de los tantos recovecos de la costa, se abrió a mis ojos una magnífica playa de arena finísima, escondida entre paredones de rocas. Sus únicos dueños –disfrutando del sol y del canto susurrante del mar transparente-¡los pingüinos! Un montón de ellos. Me detuve a mirarlos, parecían tan felices que sentí deseo de unirme a ellos. No lo pensé mucho, el deseo fue más fuerte y me convertí en pingüino. Pero para ellos debo haber sido un horrendo animal desconocido porque al verme, huyeron cómicamente, como respondiendo a una orden, todos juntos al agua y a grandes saltos desaparecieron de mi vista dejándome sola. En la escondida playa, dejé entonces que el agua mojara mis pies cansados, y el mar susurraba melodías dulces para que yo lo escuchase y me llevase ese momento por el resto de mis días en la tierra. Algunos otros pingüinos que venían hacia las playas desde sus nidos lejanos, siguieron avanzando indiferentes al verme, de vez en cuando me miraban de reojo, pero terminaron cerca de mí, jugueteando en el agua. Fui feliz, pero también era una intrusa allí, por lo tanto, reconfortada y fresca, salí del agua y me senté en una roca cercana mientras ellos seguían jugando. Al rato, ya convencidos que no había peligro, llegaron a la playa en acompasados saltos, todos los pingüinos que habían huido al agua. Se quedaron allí, secándose al sol, sin prestar atención a mi presencia. Cuando me alejé, imaginé que esa playa sería de ellos por siempre.
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ESPERANDO LA NOCHE EN PUNTA NORTE
Olor a mar y a lobos en celo inunda el aire cuando las últimas luces del día largo del sur abandonan lentamente la calma y la quietud casi agreste, casi salvaje… anunciando la medianoche. Y una melodía de aves marinas roba armoniosamente la violeta del silencio. El oleaje de marea alta danza rítmicamente y sobre el canto rodado de la playa, rugen los lobos en reclamo de amor. Y es su voz, una sinfonía alada que mece el viento entre sus brazos australes y fuertes. Una luz rosada agoniza en el oeste y el mar adquiere un tinte violáceo que se desvanece para quedar sugestivamente en sombras. Y su canto, cuando ya es noche y el frío maravilloso se apodera del Ser, se derrama total en mezcla armoniosa de viento y voces animales sobre el alma de quien lo escucha con el corazón dispuesto a oír los sonidos maravillosos con que nos sorprende la naturaleza.
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HACIA EL MUNDO DE LAS ROCAS
La esperanza de ver a dignas criaturas del mar –lobo marino de dos pelos- me introdujo en el reino de carmíneas y puntiagudas piedras que en laberinto rocoso penetran en el mar abierto. Iba caminando bajo el sol radiante de la tarde. Saltando, cayendo, jugando… el mar tenía allí el más sublime de los celestes. En fusión con el celeste del cielo lo abarcaban todo. Desde la altura imponente su inmensidad es apabullante. Después de vagar bajo el sol en el corcel del viento llegué a destino. Busqué entre los recovecos carmíneos a las gráciles criaturas, pero no estaban… el rugir del mar era el único mensaje, la diminuta figura de una isla lejana y un barco navegando en el horizonte. El silencio prístino me dejó al oído la dulce tentación de quedarme. Pero volví, volví a la mañana siguiente, en busca de las criaturas del mar. Claro que el cielo ya no era celeste, lo cubrían grises nubes de tormenta. Y el mar, no era ya el manso mar en calma, sino un descolorido mar picado y revuelto. Y allí, donde el oleaje se rompe en finísimas gotas de espuma, algunos lobos jugueteaban alegremente. Dos de ellos –hábiles trepadores- se habían subido a unas rocas y permanecieron estirándose mientras yo, desde el hueco de otra roca, observaba la fina elegancia de este ser que otrora fue tan perseguido y hoy se trata de recuperar. Algunos cachorros, arrastrados por las olas subían y bajaban en un juego inocentemente infantil.
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El frío y el viento golpearon mi piel y mi alma, el mar fue todo mío. Ellos… siguieron jugando con las olas, yo… envuelta en sublimes sensaciones, comencé a desandar el camino lentamente, sin sentir frío. El cielo abrió algo sus telones de misterio y cuando me alejé del lugar, el sol acariciaba ya la estepa arbustiva con suavidades de terciopelo.
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EN CALETA VALDÉS
Canta el mar muy lejos y el viento acaricia, mientras el sol refleja la vida maravillosamente. El aire fresco, la marea baja, el silencio total… y allá abajo, al pie de las altísimas barrancas, junto a verdosas restingas, un grupo de elefantes marinos que tienen el paraíso ideal. Durmiendo, jugando en los piletones, desplazándose graciosamente sobre sus cuerpos que semejan enormes pepinos o rascándose cómicamente con las aletas que parecen manos… están ellos, los dulces animales que alguna vez fueron perseguidos sin piedad por otro representante del reino animal que no sabe más que destruir a las demás criaturas que comparten con él, ese extraño misterio de vida que es el planeta tierra. El mar es aquí el reino del azul, salvaje, agreste…que desde lo alto de esas barrancas parece de una insignificancia total a pesar de su inmensidad. En esta paz, en estos silencios, parecieran estar lejos de todo alcance humano, yo siento por un instante que el mundo empieza y termina aquí, donde tan sólo se escucha el mar y el viento, donde el cielo diáfano y las criaturas que duermen al sol, son el mensaje del pasado y el mandato del futuro. El pasado que no debe repetirse y el futuro que debemos proteger.
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ESPERANDO LA LLEGADA DE LAS ORCAS
Cerca de las once de la noche de un día de diciembre en Punta Norte. Calma total, occidente se veía envuelto en luces violáceas y ocres; que muy lentamente se fueron apagando. Miraba el mar que cambiaba constantemente de tonalidades hasta convertirse en una masa oscura con destellos blancos de espuma… sabía que vendrían… En la playa, los lobos se relajaron después de la actividad a que los obligó la pleamar con la llegada de hembras. Todo estaba en calma, pero las orcas no llegaron y como la noche desplegó su manto sobre la total soledad que me rodeaba, comencé a caminar hacia el refugio lentamente, mientras el faro, a lo lejos, me hacía guiños de secretos. Esa noche dormí sabiendo que las orcas llegarían por la mañana. Por eso, la primera luz del alba me encontró frente al mar, era un día magnífico de sol y mar en calma. Los lobos comenzaban su actividad, ya faltaba poco para la marea más alta y esperaban la llegada de hembras. Algunos cormoranes y petreles flotaban sobre las olas donde los rayos del sol brillaban como diamantes. Fue en ese momento que desde el norte, vi acercarse un bulto negro, y otro, y otro… ¡eran las orcas! Una familia con sus ballenatos, venían muy cerca de la playa y dejaban ver su enorme aleta y parte del cuerpo. Los pequeñuelos iban detrás con una elegancia digna de admiración. Luego se dispusieron a jugar con sus padres, pasando por arriba o por debajo una y otra vez.
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Mientras los padres, con una maravillosa paciencia correspondían a sus juegos. Largo rato permanecieron así, iban y venían, hasta desaparecer definitivamente y entonces, la paz se instaló, el sol estaba bastante alto y acariciaba con fuerza, con la misma fuerza con que lo sentía en mi corazón.
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EN PUNTA DELGADA
Punta
Delgada es un paraíso ideal para los lobos marinos. Era una tarde espléndida de sol cuando llegamos. Bancos de algas flotaban en la transparencia del agua que deja ver las rocas y los lobos nadando. El lugar es de altas barrancas rocosas que tienen al pie una pequeña playa de arena en bajamar e irregularidades con paredones de rocas sobresaliendo hacia el mar. Arriba, tomando sol, en silencio, en medio de una gran soledad y una gran belleza, viven una etapa de sus vidas cientos de lobos marinos de un pelo cuyas voces poderosas se mezclan con el viento y el sonido de las olas para llegar a nuestros oídos con una extraña y natural armonización que tan solo la naturaleza puede realizar. Feliz de permanecer allí, permanecí el resto de la tarde hasta que las primeras sombras anunciaron la noche. Las horas pasaron rápidamente mientras observaba, pintaba, escribía, quería lograr interpretar tanta belleza derramada en ese idílico lugar. Mi única compañía era una pequeña lagartija que tenía su cuevita en la roca que me servía de apoyo y que asustándole mi presencia había corrido presurosa a esconderse en el hueco. Pero luego, al ver mi quietud, permaneció a mi lado con total confianza. Mi otra compañía era una víbora que se había confundido con el color y forma de unas matas y casi la atropello. Cuando advertí su presencia busqué otro lugar y procedí a dejarla tranquila, lo cual hizo que se dispusiese a dormir. El tiempo pasó, un dulce silencio se derramó sobre mi alma y llenó de paz mis manos llenas de vida.
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PINTANDO EN LAS SIERRAS
Varias veces fui a pintar en aquellas sierras cercanas al mar en uno de los tantos rincones idílicos de Cabo Dos Bahías. Allí podía encontrar la paz, la soledad, el silencio… ingredientes tan necesarios para mi espíritu creativo. En un pequeño valle cubierto de magnífica hierba y rodeado de paredes rocosas de diversos colores, me instalaba con todas mis cosas. Cuando quería ver el mar, subía un pequeño montículo de rocas y su imagen intensamente azul surgía en el horizonte como por encanto. Podía sentir su aroma cuando fuertes ráfagas de viento penetraban por el angosto desfiladero que desemboca en el valle y tiraban todo lo que tenía para pintar. A veces, reinaba la calma y el sol derramaba poder, haciendo insoportable las horas allí. Pero todo resultaba compensado por ese silencio casi místico que me traía el dulce canto del chingolo y de las martinetas que en algún lugar de la montaña se llamaban tiernamente. En una oportunidad, un ñandú con unos veinte charitos (pichones) bajó al valle lentamente sin advertir mi presencia, algo escondida detrás de unas rocas. Entonces, traté de permanecer quieta, sin hacer ruido y jamás olvidaré la gracia que me causó ver correr a los críos de diferentes edades entre las altas hierbas. Parecía que lo tomaban como un juego; corrían, caían, daban vueltas, hacían extrañas piruetas, se chocaban, volvían a correr. Era todo muy divertido hasta que una ráfaga de viento voló mi hoja de dibujo
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delatando mi presencia. Fue así que se armó un gran desbande y huyeron todos hacia la montaña en total desorden. En otra oportunidad, una tarde bastante tormentosa con gruesos y amenazadores cúmulos, comencé a sentir un relincho lejano que llegaba a cortos intervalos de tiempo. Como estaba muy ocupada no le di importancia, pero el relincho se hacía cada vez más cercano y retumbaba en el silencio con mágicas tonalidades. Busqué el lugar de su procedencia, y en la punta más alta de un cerro, descubrí a un guanaco, causante de esos musicales sonidos. Era una madre guanaco, porque al rato un pequeño “chulengo” corrió hacia ella y se puso a mamar. Después, aparecieron más guanacos, todos parados en las partes más altas de las sierras, y mirando hacia el valle donde yo me encontraba comenzaron a gritar. Al rato, aquello era un verdadero concierto que la magnificencia del lugar, como un gran y natural anfiteatro, convertía en algo supremo y divino. Sin duda, mi extraña y solitaria presencia allí los había alterado y buscaban que me fuera, o quizás no era más que una manera de darme la bienvenida. Eso en realidad nunca lo supe porque muy pronto los gruesos cúmulos largaron agua y debí buscar prestamente refugio. Pero como todas las tormentas estivales, pasó rápidamente, y el sol, más fuerte que nunca derramó sus bendiciones sobre la humedad del valle. Y cuando regresé, los guanacos ya no estaban, la soledad parecía mayor y no sé por qué, por primera vez la sentí muy dentro de mí y ya no pude seguir pintando.
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IMAGINARIO DE AMOR Cuentos
“La vida es simplemente un sueño y somos nuestra propia imaginación”. BILL HICKS.
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REFLEXIONES DE AUTOR
Si bien mi fuerte no es la ficción, ya que me siento más cómoda escribiendo poesía (muchas veces autobiográficas), aunque casi siempre la poesía lo es porque el autor pone mucho de su interior subjetivo en ella; me siento muy cómoda escribiendo relatos “casi autobiográficos” de mis experiencias de vida viajando en busca de los silencios de la naturaleza, esos que están presentes en casi todos mis libros. Esta vez he decidido sacar a la luz una serie de cuentos que con base en experiencias vividas he llevado a la ficción y que vengo escribiendo desde siempre aunque en mucha menor cantidad que las poesías y relatos. Quizás me animó a hacerlo algunos premios que en distintos concursos he conseguido (para mi sorpresa) en éste rubro que no me atrae tanto como el mundo de los versos. Apoyada en ese incentivo es que hoy entrego a consideración de mis lectores éste conjunto de cuentos que he llamado “Imaginario de amor”. Mi agradecimiento eterno para mis padres que durante toda su existencia me apoyaron siempre en la maravillosa tarea de escribir, de crear, de deambular por los caminos del arte y la naturaleza; y que hoy desde un lugar especial en otra dimensión me están acompañando. A mi hija Rocío Anahí, que en ésta etapa terminal de mi vida me impulsa a nuevos desafíos y me motiva a seguir brindando lo que guarda mi corazón. Te quiero mucho. Gracias a los editores: muy especialmente a Liliana, que como crítica y amiga me ha alentado siempre en lo que hago; antes con su querido esposo Rodolfo (a su memoria dedico éste
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libro) y ahora con el acompañamiento de su hija Paula, están siempre facilitándome la tarea de concretar todos mis sueños literarios y apoyándome para continuar aprendiendo siempre, camino de la perfección. Y por último, al lector, al que me sigue siempre y a los nuevos: porque sin ellos, los autores no existiríamos y nuestras creaciones, serían fantasías inconclusas en nuestra mente. Etel Carpi. Noviembre 2014.
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MICROCUENTOS
INSTANTE
Fue en el momento cuando la tarde se hace noche; hacía calor aquel día de otoño. En los campos cercanos, inmensas cosechadoras trillaban la soja. Caminó hasta el borde del lugar energético. Bajó por el sendero cubierto de abrojos hasta el centro perfecto de la hondonada. Un frío potente le heló la sangre… el clima había cambiado bruscamente en ese lugar. Lo vio, por un instante fugaz, al mirar hacia el cielo donde se apagaban las luces del ocaso. Cerró los ojos…justo antes de caer sobre el pasto quemado.
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VISIÓN
Primero
fue el tránsito de tu boca recorriendo las planicies, las montañas, las selvas, las playas, los médanos, las bahías y las quebradas de mi territorio invadido por el cambio climático. Luego fue el abordaje violento de tus ronquidos al sueño placentero de mi alma… y me encontré arrastrando entre ásperas malezas la figura monstruosa del ser humano que dormía a mi lado.
HAMBRE
La
blancura inmaculada de la hoja desnuda lo
amedrentó. Intentó dibujar sobre ella el torrente imparable de palabras abarrotadas en su mente. Una a una fue apoderándose de la blancura inmaculada de la hoja desnuda. Cerró los ojos por un instante. Justo cuando los abría, la blanca hoja terminaba de deglutir la última palabra escrita: HAMBRE.
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LA GOTERA
Mi casa. Ese monstruo gigante presto a devorarme. El que acecha al amparo de los días calmos, oculto bajo los pliegues luminosos del sol. Se activa cuando la lluvia anestesia los sentidos y transformado en persistentes goteras amplifica en mi mente el sonido impiadoso del agua que cae. Sus constantes repiqueteos alteran la conciencia, me tapo los oídos, me cubro la cabeza enterrándome en la oscuridad, pero el sonido persiste; quiero escapar y estoy paralizada. Son largos tentáculos gelatinosos de agua se multiplican, y rápidamente me rodean, me comprimen y casi sin aliento por el esfuerzo denodado de la defensa ejercida, voy entrando en el túnel desconocido que conduce a la puerta que al abrirla pulveriza todo sentimiento de impotencia. Y entonces sí, el monstruo de mi casa con sonidos de gotera, se autodestruye. Mi ser etéreo encuentra la paz…
VISIÓN: En la Antología “Viajá Conmigo “de Editorial Dunken. Cuentos 2014, compilada por Clara E. Merlo.
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DESTINO CRUEL
1
El sábado llegó. Despertó inquieta después de haber tenido sueños confusos durante la noche. Ese enero se presentaba extraño, con paso fugaz de tormentas peligrosas, días frescos de primavera y otros de tórrido calor, con alta sensación térmica. Llevaba unos cuantos días sola en la amplia casa que compartía con su hija y su mascota desde hacía 14 años. Días atrás había acordado con Héctor que lo esperaría el sábado para pasar un tiempo juntos, porque si bien Héctor estaba jubilado, Marina seguía en actividad y necesitaba espacio para trabajar. Cuando ella recibía su visita dedicaba todo el tiempo a él, para calmar la pasión que los dominaba en cuanto sus miradas se encontraban. Ambos habían pasado la barrera de los cincuenta años y vivían un amor de adolescentes que por parte de él tenía ciertos matices de obsesión y locura que ella trataba de minimizar. La mañana transcurrió normalmente, hizo compras para la casa, revisó su gmail y facebook, contestó algunos mensajes y compró algunas plantas en el vivero de la vuelta, para reponer otras que el fuego del sol estival secó. Le quedó tiempo para leer los últimos capítulos de la segunda parte de la saga que había sacado de la Biblioteca Pública, le urgía terminarla porque estaba ansiosa por el final que parecía prometedor.
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Luego almorzó en forma liviana, se hizo el té de siempre, lo tomó haciendo sus 20 minutos de bicicleta fija y sintió que necesitaba escribir. Buscó los anteojos, prendió una vela y puso esencia de lavanda –su preferida- en el hornito. Se dispuso a escribir, eran las 13.30 horas cuando suena su celular. Lo toma y atiende sin mirar ni dejar de escribir porque más o menos a esa hora Héctor la llamaba todos los días, y luego también por la noche. Formaba parte de la rutina de la relación. Le confirmó que hacia el atardecer estaría con ella, hablaron de cosas cotidianas como siempre y Marina le informó que le tenía una sorpresa. Se lo notaba feliz, pero no preguntó. En realidad ella había estado preparando un portarretratos con su foto para regalárselo. Cuando colgó, siguió escribiendo un rato más y luego se retiró para dormir una siesta. Nuevamente despertó algo angustiada por sueños confusos que la alteraban, y si bien durante la mañana había estado fresco, sintió que un bochornoso calor invadía la tarde. Se levantó, prendió la tele y pasó canales sin encontrar nada atractivo; no quiso preparar mate porque esperaba tomar con Héctor, pues tal vez llegase antes. Ya sin saber qué hacer porque todo había sido hecho y estaba lista para recibirlo, decidió sacar un libro de una de sus bibliotecas y leer un poco al azahar; a las cinco decidió darse una ducha… “si viene me esperará afuera” –pensó; de todos modos siempre acostumbraba llamarla cuando salía de su casa y ella calculaba el tiempo que le llevaba recorrer los pocos kilómetros que los separaban.
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El agua salía tibia, la sintió correr con placer por su piel suave que tanto ponderaba él. Sintió que una vez más estaba preparada para amar y ser amada. Salió al rato llena de ansias de verlo; se secó y untó su piel con la crema perfumada que lo enloquecía. Se vistió de forma liviana y sencilla, y esperó. El tiempo pasaba sin que Héctor diera señales de vida. Ya un poco inquieta se instaló en el escritorio y se puso a escribir. De repente sintió una apremiante necesidad de terminar el cuento comenzado días atrás. Escribiendo pasaron las horas y cuando se dio cuenta era la noche. Y Héctor no llegaba ni la llamaba. Se sintió mal pero no atinó a llamarlo. Siguió con la rutina. Entró el auto al garaje, paseó a su mascota, cenó apenas una taza de compota de pelones y se sentó en el fresco del patio como todas las noches de verano, tan solo a sentir, a disfrutar de esa magnífica soledad. De repente se dio cuenta que ya eran las diez de la noche y Héctor no llamaba. Entonces, movida por un impulso irrefrenable lo llamó. Pero no la atendió, saltó el contestador. Esperó un rato, quizás él, como ocurría otras veces, le devolvería la llamada. Pero esta vez no fue así. Volvió a llamar y nada. Se desvistió, se fue a la cama, apagó las luces y prendió el ventilador para dormir. Pero no podía, el corazón le palpitaba con fuerza, apenas si podía soportarlo. Volvió a llamar, una y otra vez… sin respuesta… hasta que el cansancio la venció y se quedó dormida.
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Héctor era un hombre rudo, de campo, simple, sin vueltas… pero muy celoso y demandante, la quería sólo para él, y eso a Marina le molestaba mucho. La conoció 5 meses atrás y quedó fascinado por esa mujer menuda y fina, intelectual, culta, aunque muy estructurada para su gusto; pero a pesar de sus años lucía bella ante sus ojos. Se enamoró enseguida, aunque no creía ser digno de ella. Sintió que Marina también se estaba enamorando y aunque le pareció un sueño, siguió adelante para conquistarla. Ahora sabía que era plenamente suya aunque algo había en ella que lo inquietaba porque a veces parecía lejana a sus reclamos amorosos. Pero percibía su amor, su timidez, y se sentía por esos días, el hombre más dichoso de la tierra. Ya tenían una rutina de encuentros, planes futuros (en realidad los tenía él, ella tenía los suyos) y momentos inolvidables en su haber. Cuando se despidieron cinco días atrás le había costado mucho partir porque había vivido tres magníficos días a su lado y no quería dejarla, pero ella se lo pidió dulcemente porque quería estar sola para trabajar en su creatividad. Mientras manejaba relajado de regreso por la ruta de siempre, pensaba que ese aspecto de la personalidad de Marina no le gustaba, se sentía relegado, como si no formase parte aún de una parte de su vida que ella reservaba sólo para sí y que él nunca iba a poder franquear. Sólo quería que llegara ese sábado pactado en que se reencontrarían. La conoció una mujer libre, que cuidaba sus espacios y aprendió a ver que si la contradecía, el futuro que soñaba con ella no llegaría nunca. Era una mujer libre que dejaba libre y quería ser libre. Tenía que aceptarla así, como era y el sábado anhelado ya estaba al caer. En pocas horas descansaría en los brazos de su amor dulce y protector.
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Después de hablar por teléfono con ella, a las 13.30 horas se recostó un rato para descansar pensando en ella, en su boca, su piel, sus senos maravillosos que él tanto deseaba, su forma de hacer el amor, incansable, siempre dispuesta a sus caricias, tan suave, tan hermosa… Se durmió, cuando despertó eran las seis de la tarde. Se apresuró a bañarse y preparar el bolsito con las cosas indispensables para ese par de días que pensaba pasar con ella. Cerró las ventanas, dejó una luz encendida y salió a la ruta lleno de ansias y felicidad. El calor de la tarde amainaba un poco con la entrada del sol que doraba con su luz los verdes y extensos campos de soja. Prendió la radio que siempre escuchaba y la música invadió la camioneta. Iba tranquilo, sin apuro, la ruta estaba despejada y le gustaba admirar una y otra vez el paisaje cotidiano mientras pensaba en Marina, su imagen invadía su mente aletargándolo. Transitaba como en un sueño y como en un sueño sintió que la camioneta se estrellaba contra un gran árbol. La última imagen que vieron sus ojos fue la dulce mirada de Marina que desde su sueño lo fue a abrazar.
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2
Cuando María terminó de escribir el cuento eran más de las siete de la tarde, se sintió aliviada por haber culminado antes de que llegase Daniel que vendría a quedarse unos días con ella. Se duchó rápidamente y se dispuso a esperar. De repente, sintió un escalofrío, un impulso que no pudo controlar, la historia de su cuento la atemorizó. Llamó a Daniel, ya era hora de que viniera. No la atendió, pero al rato sonó su celular y era él. -¿Cómo estás?-le dijo. -Bien amor… ¿y vos? -Yo bien y esperándote. -Estaba por llamarte para indicarte que salía, dándote tiempo para que termines tu trabajo. -Ah… hace rato terminé y ya quería tenerte conmigo. -Voy ya, yo también ansío estar contigo. Te amo mucho. -Yo también… besos, cuidate. Después de hablar se calmó un poco, él estaba bien y por salir. Sin embargo, al rato, ya estaba alterada de nuevo al caer en la cuenta que salía a la ruta y aún tenía que transitar varios kilómetros desde la ciudad vecina. Se agolparon en su mente el mal estado de la carretera, el tránsito que habría por ser
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sábado, los incontables accidentes que habían terminado con vidas de personas conocidas en los últimos tiempos. Y sintió miedo que la historia de su cuento se hiciese realidad.
Daniel nunca llegó ni contestó el teléfono, ni los mensajes que le envió al facebook y al gmail. Esa semana, recibió como siempre el diario del pueblo y la noticia la destruyó: “Un accidente ha tenido lugar el pasado sábado al caer la tarde a pocos kilómetros de la ciudad. Una camioneta Volkswagen blanca por motivos que no se han determinado aún se estrelló contra un árbol, falleciendo en el acto su único ocupante, el vecino de la ciudad cercana Sr. Daniel Hidalgo”.
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LA CAMINATA
Llegué
a la reserva una tibia tarde de primavera, soleada y extrañamente sin viento en dulce calma. Mi antiguo amigo guardafauna salió a recibirme. Se asombró: -¿Cómo? Ha venido sola esta vez. -Así es, -le respondí risueña aunque mi pensamiento estaba muy lejos de él y su sonrisa feliz, preparada para la nueva vida que habría de iniciar. -¿Su familia está bien? -Sí… sí… -dije sin demasiado convencimiento –en realidad vine a saludarlo porque pienso seguir viaje a la otra reserva. Ya sabe usted cuánto amo aquel lugar. -¡Claro…! Yo también amo aquel lugar. Pero quédese esta noche aquí, estoy solo y seguramente mañana querrá visitar los animalitos. -No, pienso verlos allá…-dije firme. -Le aconsejo no viajar ahora, se hará noche pronto, me gustaría que se quedara, charlar y mañana tendrá todo el día por delante. -Está bien, usted gana. “Después de todo, ya no tengo nada que perder y quizás mucho por ganar” –pensé.
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Llegué tarde al lugar elegido y decidí no dormir esa noche; estaba ansiosa para que llegara el amanecer y sólo dormité algo en el auto. La verdad que no sé por qué razón esperé al amanecer para hacer lo que tenía que hacer, si lo hubiese hecho mucho mejor durante la noche fría y adornada por rientes ramilletes de estrellas. Eran casi las seis de la madrugada cuando ingresé en el sector de nidificación de los pingüinos. Deseaba caminar por la costa hasta el lugar elegido. De esa manera gozaría una vez más de aquel lugar que tantas veces me vio caminar en soledad, acariciada por el viento frío. El coro de las voces más sublimes desgranaba en el aire sus rítmicas notas. En las cuevas, entre los coirones, en las rocas, en los túneles, en todas partes hombrecitos de frac que miraban con asombro y cierta inquietud mi paso solitario. El cielo, hacia el sur, tenía reflejos de luces doradas y una cortina de nubes gordas y altas oscurecía la alborada. Lejos de toda civilización y presencia humana al fin lograba la felicidad. Caminé lentamente entre las rocas, canto rodado, arena, pasto y caracoles; siempre con la compañía de ostreros, gaviotas, skúas, cormoranes y tantos, tantos seres que han hecho posible mi felicidad en los años que llevaba de mi vida terrena. Sin darme cuenta, fui dejando atrás las últimas cuevas de los pingüinos y entré emocionada al laberinto de rocas rojas donde el mar lapislázuli de la bahía se estrella rugiendo. Y allí, donde el oleaje se rompe en finísimas gotas de espuma, algunos lobos marinos jugueteaban alegremente. Me quedé a
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observarlos, después de todo no tenía apuro; además me esperaba toda una vida en el mundo de ellos, podía darme el lujo de gozar por última vez las sensaciones sublimes que sólo en circunstancias como esas cubren de plenitud mi alma. Repasé por enésima vez las razones que fundamentaban la decisión varias veces postergada. Es que la vida… siempre brinda una nueva oportunidad. Pero entonces era diferente, no habría otra y el vaso de mi valentía estaba vacío, ni una sola gota, ni una más. Actitud cobarde y egoísta, lo sabía, pero necesaria para reparar el error del tiempo, forma y lugar de mi nacimiento. Nunca seguí el rumbo de la humanidad, viviendo a contramano, es imposible entre los hombres. Quedé sola, sin amor, sin amigos, rodeada de odios, envidia y discriminación. -Bueno –repetí una vez más-, se recoge lo que se siembra, ¿y qué sembré yo? Ahí estaba la contradicción, según mi punto de vista. Toda la vida luchando por ser mejor, por superarme y aprender, trabajando duramente para lograr mis sueños, con voluntad, optimismo, esperanza, valor… dándolo todo y renunciando a mucho pero sabiendo que iba a cumplir con mi deber en este mundo. ¿Qué recibí a cambio? Indiferencia, dolor, abandono, soledad, desamor… formidable lección por no subirme al tren de los que dominan el mundo y abandonar el rebaño de la gran mayoría que vegeta sin intentar cambiarlo. Esclavos en una aparente libertad. Programados para obedecer desde la concepción misma. Todo eso pensaba, mientras el sol de la mañana caldeaba poco a poco las rocas.
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-Muy bien –pensé –llegó el momento de tener la felicidad que nunca tuve en el lugar elegido y con los animales queridos. Y con una gran paz invadiéndome el alma, me sumergí en el mar. Enseguida… sentí que cientos de lobos y pingüinos me rodearon presos de fuerte excitación. Los miré… un coro de voces silvestres me envolvió y cerré los ojos, me dejé llevar; ellos… eran los únicos dueños de mi corazón.
Desperté. En una playa. Cerca de la pingüinera. Un robusto y reluciente pingüino me custodiaba. Intenté levantarme para ir nuevamente al mar… pero una voz jamás escuchada antes me detuvo: -No, amiga mía, tu misión está en la tierra. -Debes comprenderme –protesté- traté de cumplirla pero no me dejaron. -Nosotros te necesitamos… -¿Para qué pueden necesitarme si no he podido hacer nada por ustedes? El hombre es dueño de todo, hasta de su propia destrucción, y yo formo parte de esa especie defectuosa. -Precisamente por eso –habló muy convencido el pingüino-tú puedes salvarnos. Seres como tú son muy valiosos. -¿¡ Yo?!... si estoy sola… -Estamos nosotros y todos los demás animales.
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-Y si por ustedes he vivido hasta ahora… pero ya no puedo más. -Sí que podrás. Nosotros te ayudaremos. -¿De qué forma? -Luchando por defender nuestra especie. -Hace milenios que luchan… -Y venceremos. Te prometo que no habrás luchado en vano. Tú y todos los que pelean por lo mismo. Tu misión se está cumpliendo. Diciendo esto se dirigió a la cueva-nido donde su pareja incubaba pacientemente dos huevos blancos, depositarios de nuevas vidas. Me sentí agotada, indecisa, desorientada, chorreando agua caminé sin apuro hasta tocar la espuma marina con mis pies, miré el cielo y respiré. El sol resplandecía ya en medio de un cielo sin nubes, miré el mar una vez más y luego hacia las lomas cubiertas de pingüinos. Como en un visión vi que mi amigo guardafauna avanzaba hacia mí. -Parece que ha disfrutado de un buen baño de mar – comentó al enfrentarse con mi figura húmeda. -Ah… sí… tartamudeé… -me sentí de pronto avergonzada bajo el fulgor de esa mirada transparente y sincera que expresaba amor y preocupación. -Vamos… es un día hermoso pero el clima todavía está frío.
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-¿No estaba usted en la otra reserva? -Estaba… lo dijo bien, pero recuerde que semanalmente recorro también esta otra. -Ayer no me dijo que vendría… -No pensaba venir. Después decidí seguirla, me preocupó verla sola. -¿Qué imaginó? -Nada... la noté rara… creo que usted sabe que la aprecio. -Gracias… lo sé. -Gracias a usted. -¿Por qué? -Por ser como es… por existir. No pude contestar, bajé la vista para que no note mis lágrimas y comencé a caminar a su lado, en silencio, sin comprender la razón de la felicidad que me inundaba el corazón.
Cuento que recibió mención especial en la cuarta convergencia nacional de cuentos JUNINPAIS 2005. Integra la Antología 2005.
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LA MISIÓN
(interdimensional)
Estaba petrificado frente a la ría celeste bañada por la luz de un sol dorado. Me sentía tan extraño… cientos de seres con alas se alimentaban en las charcas cercanas a la costa, indiferentes a mi solitaria presencia. Cerca, la pequeña ciudad continuaba con su ritmo de vida normal. Me sentía solo, en un planeta desconocido, a tres años de distancia de mi hogar, agotado de viajar por la monotonía del vacío cósmico. Tenía dificultades para respirar ese aroma salino que flotaba en el aire, y el sonido del viento me estaba enloqueciendo. Sí, me sentía muy vulnerable en ese planeta ajeno… “Tengo que ser fuerte “-pensaba, y cumplir con la misión que se me ha asignado, de su éxito depende la supervivencia de varias especies. Pero… ¿cómo lograré pasar desapercibido entre los humanos de aquel pueblo donde habitaba ella: la humana de mi destino? ¿Cómo me presentaría? ¿Cómo la buscaría?”. Nuevamente apareció en mi mente –como tantas veces durante el viaje- la radiografía de esa mujer y volví a verla una vez más; estaba preparado, no podía fracasar. Pasaron los días, poco a poco me fui adaptando a la nueva vida y me hice muy amigo de los animales que poblaban las islas de la ría, los amé y fui feliz.
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Así descubrí que “mi” humana gustaba salir a navegar en los días calmos y pasaba horas visitando las aves que anidan en las islas. Sentí que las cosas se facilitaban, podría abordarla sin que nadie nos viera juntos. Esa mañana templada la esperé en la isla de los pájaros con una ansiedad inexplicable para un ser acostumbrado a no sentir emociones. Un grupo de pingüinos me rodeó con curiosidad, los dejé porque me encantaban esos seres tan dulces y elegantes. Cuando ella llegó se dirigió a las matas de atriplex para ver los pichones, al rato volvió a la playa y a paso lento caminó hacia el grupo de pingüinos que me rodeaban. -Hola- me saludó- no te había visto antes por aquí. Traté de parecer amigable y seguro, hasta ese instante sólo era teoría, un plan armado, ahora me encontraba en el momento de actuar, de poner en práctica todo lo estudiado. -Bueno… lo que pasa es que no soy de aquí. Pero a ti te conozco. -¿En serio? –Se sorprendió, pero fue solo un instanteah, claro, me conoces por mis trabajos. -No… no precisamente –decidí entrar sin vueltas al tema que me había llevado hasta allí –en realidad te estaba buscando para hablar contigo. Supe que venías sola y como es necesario que nadie nos vea conversar… -No entiendo mucho –intrigada y sin sombra de temor se acercó y se sentó a mi lado, los pingüinos nos rodearon. Me miró fijamente, estudiándome, sostuve su mirada sin parpadear, me di cuenta que no era bella, pero irradiaba una gran paz interior.
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-¿Quién eres? –dijo al fin. -No tengo nombre, soy un ser de otro planeta. Me miró con una sonrisa incrédula y se puso de pie con decisión de partir. -Ya sé que no me crees y te comprendo pero puedo demostrarte que te digo la verdad. Se detuvo pensativa… -Muy bien, si quieres jugar juguemos; aquí en La Tierra, soy un poco diferente y puedo entender tu locura. Tienes aspecto humano y hablas muy bien nuestro idioma. -No te fíes por el aspecto, tengo capacidad para adaptarme a todo y en cuanto al idioma, lo aprendí antes de venir. Somos unos cuantos los que aprendimos a hablar el idioma del lugar donde se nos destinó. Son los enviados como yo, que ahora, en algún lugar de éste planeta, se estarán comunicando con otros humanos como tú. -¿Y por qué justo yo? -Hicimos una selección (en realidad no fui yo, los que mandan), buscando los mejores para nuestra misión, hombres y mujeres de todos los puntos del planeta Tierra. -Me parece que estás loco, no sé por qué sigo escuchándote. -No importa lo que pienses ahora, esta noche, cuando todos duerman, te llevaré a volar en mi nave. -¿Tu nave? ¿Dónde está? -Al otro lado de las barrancas, donde no la puedan ver. -Jaja, ¿y estás tan seguro que no la descubrirán?
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-No… pero es un riesgo que debo correr, luego la haré desaparecer. -¿Piensas quedarte entonces? -Sí, todos nos quedaremos, y con el tiempo vendrán muchos más. -Nos invadirán… -No, no es así. Escucha, nadie tiene que saber quien soy, por ahora viviré contigo como un terráqueo más. -¡Eso es imposible! -Te aseguro que no lo es, tenemos todo estudiado, sé que eres libre, nadie sospechará de mí. -¿Y cómo pueden estar tan seguros que cooperaremos? -Por algo los elegimos… -No sé qué pensar, me estoy volviendo loca. -Te contaré todo. Hice una pausa mientras miraba sus ojos que se habían clavado en los míos con una seriedad que me retaban a ser claro, sus manos acariciaban con ternura dos pingüinos que se le acercaron; tomé aire y comencé a contar: “Nuestro planeta desaparecerá en unos cientos de años más, hace tiempo que lo sabemos, que hacemos estudios, que recorremos el espacio en busca de un lugar semejante para que nuestra especie pueda continuar desarrollándose. No todos podremos salvarnos, muchos deberán sacrificarse y morir. Nuestra estrella se extinguirá, como alguna vez lo hará el Sol, claro que pasará mucho tiempo todavía, al menos para nuestra medida del tiempo, pero pronto el planeta será inhabitable, nos urge abandonarlo antes de que ello ocurra.
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“Encontramos la Tierra, sabemos que tienen muchos problemas, pero también sabemos que nosotros podemos ayudarlos a revertir la situación de desequilibrio en que viven. Sólo hace falta que nos den la oportunidad de vivir entre ustedes, reproducirnos y aprender lo que nosotros hace bastante tiempo aprendimos: a cuidar nuestro planeta. Pero llega un día en que no se puede hacer nada, ese día para nosotros llegó y llegará también para la Tierra, pero será en forma natural y no precipitada por la estupidez de una de las especies que la habitan. Mezclándonos nacerá una nueva especie que hará de este planeta un lugar de paz”. Hice silencio, sus ojos se perdían en las aguas celestes de la ría, una gran calma parecía dominarla. Luego me miró y sonrió. -Me parece que ese es un sueño imposible de llevar a cabo en este planeta. Nadie comprenderá, hay demasiado odio, egoísmo, envidia…y no creo ser la más indicada para ayudarte, soy una más de los que sufren todas esas cosas por querer ser diferente. Nuestra especie está enferma, no tiene vuelta atrás… -Precisamente, tienes un alma limpia y a seres como tú hemos buscado. Nosotros mismos somos fruto de una selección y será nuestro trabajo prepararlos para la nueva vida, como avanzada en esta misión. Si fracasamos, no sólo desaparecerá nuestra especie, sino que ustedes se autodestruirán junto con tantas otras especies valiosas. -Es cierto –dijo- ¡cómo me gustaría poder ayudar! Pero me temo que somos dos locos sueltos soñando una utopía. -Si eso piensas, será mejor que dejemos el tema por ahora, y esperemos la noche, tendrás la prueba de que no miento.
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-Bueno –dijo alegre- mientras, ¿quieres disfrutar de un buen baño de mar? -Claro, me encantaría. -Bueno, entonces vamos al agua a divertirnos un rato. Después de mucho tiempo de juegos con los animales en el agua transparente y fresca, volvió a hablarme del tema. -Tengo una duda: ¿cómo se reproducen? La pregunta me tomó de sorpresa, pero contesté. -En forma artificial. Algo así como lo que ustedes llaman “in vitro”. Hace tiempo que las mujeres dejaron de producir óvulos por las mismas alteraciones que se han ido presentando en el planeta. Pero tenemos reservas para bastante tiempo. -¿Y los hombres? -Igual, pero también tenemos reservas de semen. -¿Y de verdad creen que aquí podrán recuperar esa capacidad reproductiva? -Eso no lo sabemos todavía, pero confiamos en que sí. Se hizo noche, fría y estrellada. La tomé de la mano y le pregunté: -¿Estás preparada para el paseo? -Supongo que sí. Lo que no sé es si la lancha podrá navegar con tanto oleaje. -No hace falta la lancha. -Pero tenemos que cruzar la ría. -Tú solo toma mi mano y camina.
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Lentamente la arrastré a mi lado y caminando sobre la superficie del agua llegamos a la orilla. Estaba muda, y muda continuó el trayecto hasta la nave. -Bueno –le dije sonriente- aquí tienes mi casa. Te invito a un paseo por el gran espacio cósmico. ¿Aceptas? -¡Por supuesto! –contestó al fin llena de gozo. Ya en viaje, sus ojos no daban crédito a lo que veían pero se notaba que era un ser plenamente feliz. Me acerqué, rodeé su cintura con mis brazos y mirándola a los ojos le pregunté: -¿Está preparada mi amiga para iniciar esta misión? Por la escotilla de la nave un enjambre de estrellas iluminó su rostro dulce mientras decía: -Claro que sí, estoy a tus órdenes amigo lejano, puedes comenzar cuando quieras y cómo quieras. -Bien –dije muy serio mientras la obligaba a responder a mi abrazo- ésta es mi primera orden. Y un enjambre de multicolores mariposas invadió mi corazón cuando la besé.
Cuento que sacó MENCIÓN DE HONOR en el XLIII Concurso Internacional “ELEGIDOS 2014” que organiza el Instituto Cultural Latinoamericano e integra la Antología Digital Elegidos 2014.
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LAS CARTAS
“Iré por ti”. Con esas tres palabras terminaba su última carta. Cuando terminé de leerla comprobé que estaba muy nerviosa. Tuve miedo, no estaba preparada para recibirlo. Desde entonces las horas y los días se hicieron interminables, no pude concentrarme en mi trabajo, solía despertar en medio de las noches dominada por la negrura de su rostro mirándome. Me estaba volviendo loca, él es de raza negra (muy negra), de un pequeñísimo país de África Central que no sabía que existía hasta el momento de recibir aquella primera carta contestando a mi pedido de amistad. En esa etapa de mi vida, escuchaba varios programas de onda corta que transmitían pedidos de amistad de personas que deseaban compartir experiencias con otras personas de lugares recónditos del mundo como un intercambio de culturas, idiomas y afectos. “A tus treinta años, eres muy joven y guapa, lo sé aunque no la tengo presente” –me decía entonces en su particular estilo de mezclar el tuteo con un tratamiento más formal. Para entonces yo no sabía que él podía ser de color, sólo me preocupaba la diferencia de edad para iniciar una relación formal de noviazgo. Era un hombre quince años mayor que yo que tenía treinta años, hacía dos años que empecé a darme cuenta que me faltaba sólo algo para ser completamente feliz: el amor, la contención, la seguridad que podía darme un hombre. Fue cuando ingresé en una etapa de tomar conciencia de mi soledad. El trabajo que hacía no me gratificaba tanto
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como antes y así comencé a soñar con romances irreales para poder soportar el gran peso de la soledad. “Quiero que tú seas mía” –me repetía en otra carta mi amante distante, respondiendo a mis protestas de que lo nuestro no tenía porvenir. No me consideraba racista, no me importaba que fuese de color, sin embargo debía admitir que su orgullo me molestaba; “a los cincuenta años, un hombre blanco puede ser considerado mayor, en la raza negra un hombre de cincuenta, aparenta tener treinta”. Esas palabras destruyeron en parte mis argumentos sobre la diferencia de edad. Tal vez tenía razón, faltaba poco para que arribara a mi país, y yo lo estaba esperando llena de dudas y miedos. “No hace falta que vayas al aeropuerto, espérame en tu casa” –me aclaró. Volví a mirar la foto, sin duda que debía estar muy mal, mucho más de lo que creía para aceptar ser la esposa de un hombre de color que en mi ciudad sería una mosca en la leche. No es lindo –pensé- ¿Qué me atrae de él? ¿Estoy enamorada o desesperada? Era bajo, regordete, de ojos muy oscuros y cabello rizado, nariz ancha, labios gruesos y violáceos. Tenía una mirada triste, melancólica tal vez. “En tu carta hablas de que tú no me conoces ni yo te conozco, y ¿por qué yo la quiero?, parece locura, pero es realidad que te quiero pero yo no sé si tú me quieres”. Me daba cuenta, ni yo sabía qué sentía. Era mi afán de aventuras, nuestras marcadas diferencias lo que me atraía y ponía en marcha el motor de la curiosidad y un extraño deseo. ¿Qué pasaría al enfrentarme a él? Una mujer muy blanca frente
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a un hombre muy negro de un país tan diferente y tan lejano del país al cual había entregado todos esos años de mi vida. “Tú no quieres el amor, según tu carta deseas vivir soltera toda la vida porque amas a tu país, a tu trabajo, le digo que todos los hombres del universo aman sus respectivos países y sus trabajos que es lo que dignifica al hombre. No busca el hombre otra cosa en el mundo, tan sólo el bien vivir en cualquier lugar del mundo”. Y seguía: “tú no te haz enamorado ni haz tenido hombre y tienes treinta años. Hasta ahora no lo comprendo, perdone que le diga esto, parece ser que estás en un Convento cumpliendo algún voto”. Él tenía razón, jamás me había preocupado por buscar compañero, era feliz y mi trabajo satisfacía plenamente mis necesidades. Cuando aparecía algún hombre en mi vida, mi actitud poco predispuesta para enamorarme era suficiente para que cobardemente terminara por desaparecer sin luchar. Hasta creo que en el fondo tenía miedo de enamorarme porque amar implica sufrir y yo no quería arruinar mi felicidad, ni mi tiempo que era tan valioso, siempre preocupada por hacer, hacer, y hacer… Así llegué a ese punto agobiada de soledad. Ya no sentía igual que hace unos años, empezaba a ceder a la natural necesidad de ser mujer y realizarme como tal. Y me di cuenta que ya era tarde, no llegaban los hombres como antes, en treinta años había logrado rodearme de una imagen de castidad, sin darme cuenta que ese mundo tan laboriosamente elaborado, como un búmeran, se me estaba volviendo en contra y era el principal motivo de mi soledad.
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De repente, este hombre que llega a mi vida, el corazón se estremecía al recordar aquellas palabras impresas en un papel blanco con aroma a cansancio y quizás a dolor. “Recibí tu foto y te ves tan guapa que no sé… también tus palabras son tan encantadoras como tú misma; me gustaría estar al lado tuyo, mirar tus ojos azules y tus labios que a mí me seducen, aunque estás tan lejos, tu carta hace que estés a mi lado, al ver tu foto por las noches, sueño contigo de carne y hueso, dormida a mi lado”. Me estremecí nuevamente como la primera vez que la leí. Sentí que él era valiente y venía dispuesto a luchar, a imponer su orgullo de hombre de color. “Son dieciséis mil kilómetros, no puedo arriesgarme a hacer un viaje inútil”. Sabía a qué se refería y en ese momento yo sólo sabía que estaba muerta de miedo. Pensé en la gente de mi lugar, cuando lo vieran sería todo un acontecimiento para un lugar pequeño, no iban a tener piedad con las murmuraciones y miradas acusadoras. Y mi imagen pura, de mujer inteligente y equilibrada, quedaría revolcada en el lodo. Y tendrán razón –pensé- porque ni yo sé qué parte de mi ser se ha desequilibrado al punto de hacerme cometer una barbaridad. Pero ¿lo es?, en otros tiempos no me hubiese atrevido ni a imaginarlo, mi educación convencional bloqueaba cualquier intento de pensar en algo así. Siempre había actuado como los otros esperaban que actuase, ¿no era tiempo de obrar según mis deseos? Mis padres lucharon hasta el final para impedir esta locura que no comprendían, pero se resignaron, sabían que no podían hacer nada. Su hija se había vuelto loca y para la salud de su cuerpo y espíritu era mejor dejarla hacer. Tenían la esperanza
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de que a último momento hubiera de triunfar su sensatez, inteligencia y moral. Escuché unos golpes en la puerta. El corazón comenzó a saltar en mi pecho. Me armé de coraje y atravesé el patio, ese era el momento, y de ese momento dependía el resto de mi vida. Abrí. Nos quedamos de frente, en silencio, mirándonos mutuamente sin poder articular palabra. Luego él me atrajo y me abrazó por largos minutos hasta que comencé a sentir que me faltaba el aire. Su perfume era fuerte y embriagador, un aroma desconocido que debilitó mis fuerzas. Se separó y me dijo con un brillo de luces en sus ojos renegridos. -Vengo con el corazón en la mano. Su voz tenía un extraño acento. -Y yo tengo el corazón en la boca –contesté con una sonrisa nerviosa. Tomó mis manos pequeñas y blancas que se perdieron en la noche de sus grandes manos. -Obraré siempre por amor, moriré cada día por amor. -¿Eres un filósofo? -Para nada, siento así. Estoy seguro que me quieres, y yo te quiero. ¿Por qué crees que volé dieciséis mil kilómetros por todo el planeta? -No sé… -estaba muy confundida- ¿y después qué?
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-Siempre estaremos juntos, aquí o allá, los hombres de nuestra raza no abandonamos a nuestras mujeres. Elegimos una vez y para siempre. Y yo te elegí a ti. -¿No pensaste que podía negarme? -No podrá negarse a ser feliz. Y yo sé que puedo hacerla feliz. -¿Cómo puedes estar tan seguro? -Está marcado en el destino. Ante sus palabras sólo pude decir: -¿Me cuidarás? -Los hombres de mi edad saben cuidar muy bien la mujer elegida. Eso te lo puedo asegurar.
Veinte años más tarde me encontraba evocando aquel primer encuentro con ese ser llegado de tan lejos para cumplir con el mandato del destino. Fue un enorme paréntesis de años vividos como un sueño mágico que culminaba abruptamente con su muerte. A mi lado, mis dos hijos adolescentes me tomaban de la mano cuando con lágrimas en los ojos e inundada de lejanas evocaciones; le daba el último adiós. Quedamos solos, los tres, petrificados de dolor, en esa gélida mañana invernal donde el viento y la nieve nos envolvían en un abrazo interminable de puro amor.
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COLAPSO AMBIENTAL Reality show de una escritora. (Cualquier semejanza con la realidad no es pura coincidencia).
Las primeras luces del alba se cuelan por la ventana. Aún no suena el despertador programado puntualmente para las 6 de la mañana. Es domingo de elecciones y ella espera encontrar en el campo un espacio de paz para su creatividad. La noche la sorprendió varias veces despierta tratando de armar el rompecabezas de las actividades de los próximos días. En el cuarto contiguo se silencian las voces de su hija adolescente y de su amiga Sofía que se quedó a pasar la noche para charlar y mirar películas. Para ellas es la hora de dormir… No deja que la alarma del reloj suene, enciende la radio para escuchar las noticias previas a la jornada electoral. Pero escucha muy mal, hoy amanece más sorda de un oído por la fastidiosa cera que las gotas que le recetó su doctor amigo aún no hacen efecto. “Una semana”-le dijo. Paciencia… debe esperar, pero ella no puede soportar la espera, necesita escuchar las noticias como todas las mañanas, para colmo la interferencia casi permanente a su radio preferida ya se ha hecho crónica. El fastidio crece, apaga la radio y se levanta. Al costado de la cama, su mascota de 10 años, la observa con sus bellísimos ojos azules pero no abandona el confortable colchón de tela roja con estampas de patitas.
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Cumple con el ritual de todas las mañanas: lavarse la cara, ponerse crema, gotas en la vista; toma unos mates mientras ejercita los 20 minutos en la bicicleta fija. Y piensa, piensa y piensa… tiene una calesita en la cabeza, donde todas las actividades giran y giran sin acomodo alguno. Se esfuerza por ordenarlas y desiste al darse cuenta que está sobrepasada. Abandona la bicicleta, se dirige a la cocina para desayunar, tomar los medicamentos y las semillitas de todo tipo que mejoran su salud. La mañana primaveral ya vive en la luz plena que ilumina los coloridos malvones de su jardín, la intensamente florida Santa Rita roja del rincón preferido y el silencio magnífico de esa hora tan especial de los domingos por la mañana relaja el espíritu. Un aroma a azahar la embriaga, apura las actividades, quiere llegar temprano al campo, a” su lugar” para escribir algo y armar parte del rompecabezas. Se viste, tiende la cama, saca a su mascota al patio, recoge sus apuntes y parte. Son las 8 de la mañana. Hace los 10 kilómetros escuchando la radio del auto, por suerte ya escucha mucho mejor. No se apura demasiado porque hay bastante arena en el camino. Es mejor conducir despacio en la soledad magnífica de la mañana. ----------
A
hora se encuentra tranquila, bajo los altos sauces, escribiendo un cuento. Se escucha un concierto de aves canoras y el sonar imponente del viento entre las hojas. Sí… porque la soleada y fresca mañana de primavera se ha ido transformando en una mañana ventosa. No importa, ella escribe y escribe sin parar. En eso está cuando entra un mensaje al celular. Número desconocido. Lo lee igual: “buenos días hermosa, ¿Cómo estás?, deseo de corazón que cumplas todos tus sueños hoy y siempre. Te
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quiero”. Analiza el número, imagina y recuerda: es él, su último amor con el que terminó hace seis meses mal y lo había borrado de sus contactos como también de su mente, envuelta en la vorágine de actividades en las que se fue metiendo después. Ese mensaje que llega en un momento tan inoportuno le hace mal. Revive los terribles días que vivió cuando decidió alejarse de él definitivamente después de un episodio violento que le puso el punto final a una relación que la estaba asfixiando, quitándole su tan necesaria libertad. Fueron varios días de amenazas, de un acoso permanente que sólo logró frenar con una denuncia policial. Poco a poco dejó de perseguirla, poco a poco logró borrarlo de su vida, de su mente, de su corazón… no resultó fácil pero tampoco tan difícil como imaginó. Y ahora ese mensaje para romper el silencio. Prefiere seguir en lo suyo, olvidar… “nunca más volverá a hacerme daño, él ni nadie, porque no lo permitiré” –piensa. No contesta el mensaje, vuelve a escribir, no quiere parar. Cuando se da cuenta, han pasado los minutos y debe regresar al pueblo porque en poco tiempo empieza la final de tenis que no desea perderse porque juega el mejor tenista del país con el que quizás sea el mejor de la historia. Y ella, aficionada a ese deporte, no puede dejar de verla, es su espacio de relax. A la tarde concurrirá a votar, a la tarde se pasará la tintura antes de que las canas la invadan. A la tarde terminará de armar su agenda semanal. A la noche terminará de escribir… o tal vez mañana, después de encargarse de buscar al plomero para que arregle la pérdida molesta en la base de la pileta del baño y de la base del inodoro. Ah… no debe olvidarse de subir al techo para verificar que el último trabajo que hizo el techista esta vez dé resultado después del quinto intento fallido en varios meses. Y que esa gotera que se fue multiplicando día a día para trastornar su mente, forme parte del pasado, y
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argumento para algún relato o cuento que un día escribirá. Pero para saberlo… tendrá que esperar la próxima lluvia. Esperar, esperar… escribir, escribir… hacer, hacer… así es su vida, porque está sola y hace años que se acostumbró a esa mescolanza de actividades. ----------------
Lunes. Dedica el día para coordinar las actividades de la próxima Feria del Libro que será en pocos días. Visita a los auspiciantes, al diseñador que hará el banner de la Sociedad de Escritores, a la imprenta para el presupuesto de unos caligramas que piensa presentar y de la invitación personal para la presentación de su libro de cuentos infantiles. Termina de corregir la prueba de galera de su próximo libro, completa los formularios para la edición de 5 páginas de la Antología de una editorial de Rosario, realiza su caminata diaria que desde hace años viene haciendo para mejorar su salud y conectarse con la naturaleza, cocina lo que puede y como puede por el poco tiempo que tiene. Manda un mensaje por el facebook a varios compañeros escritores sobre el tema de la Feria, deben estar en permanente contacto en esos días. Aprovecha para coordinar la visita del profesor del taller literario que vive en una ciudad vecina para que presente su espectáculo de versos y payadas en la Feria; como lo encuentra conectado, hablan y llegan a un acuerdo, sólo faltan unos detalles. También manda mensaje a Braulio, encargado de Medio Ambiente para preguntar en qué lugar de la ciudad se plantarán los árboles con motivo de la presentación de libros en la Feria ya que desde hace dos años ella forma parte del movimiento de eco poesía: devolver a la naturaleza el papel que los escritores consumen al publicar. Y eso, para ella es muy importante, ya que gran parte de su vida de escritora ha estado inspirada y dedicada a defender al medio ambiente por medio de la palabra escrita, de las pinturas
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realizadas, de sus composiciones musicales en época que estudiaba composición. Braulio le dice que podrían plantar sauces, o tal vez paraísos, le parece bien y piensa en el próximo paso. Se acuerda que tiene que ir a hablar con Laura (la chica que alquila la casa donde vivió con sus padres), para definir con ella los gastos que demandará pintar el frente y el patio. Laura es una chica muy minuciosa en el cuidado de su hogar, es decoradora y le gusta tener todo lindo estéticamente. Es hiperactiva, y al igual que ella, ama la estética y por eso colabora porque es en beneficio para” su “casa. La ve en el negocio y enseguida llegan a un acuerdo, también consigue que auspicie la Feria del Libro con su negocio de decoración y regalería. Por la tarde concurre al Museo de Arte para retirar los cuadros de su última exposición que culminó el día anterior. La agobia el calor, y un viento persistente que altera sus nervios. Le pide a su hija que la ayude, en media hora terminan. Embala los cuadros y en tandas de dos viajes con el auto los regresa a todos a su taller. Ordena un poco y separa los que donó al Museo para repasar los datos que con el tiempo se borraron y luego los regresará al mismo para que formen parte de su colección. Se siente satisfecha, misión cumplida… ordena los folletos que sobraron, guarda el libro con los recuerdos de los visitantes, que no fueron muchos como se esperaba pero no importa, nunca importó, ella hace las cosas por sí misma y para sí misma, esa es su misión en esta vida. Luego prepara unos mates. El día resultó largo y provechoso. Pero lo termina bien, aunque cansada. Se duerme pensando en la reunión del martes con Cultura Municipal para definir el lugar y el programa, más otros muchos detalles de la próxima Feria del Libro en su ciudad. ------------------
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Por la noche, en algunos de sus momentos de insomnio recuerda la visita inesperada de un colibrí que apareció revoloteando en su pieza cuando hacía la siesta el domingo. Se sobresaltó al abrir los ojos y verlo, primero creyó estar ante un murciélago (un poco influenciada por las historias de los libros de vampiros que su hija lee apasionadamente, y le cuenta luego, aunque también ha leído algunos), pero cuando descubre, ya más despierta, que es un dulce colibrí o picaflor, se tranquiliza. Después busca muchos datos en internet sobre estos episodios. Generalmente son de buen augurio, aunque hay leyendas más inquietantes. Ahora piensa “¿habrá sido de buen augurio, o traerá desdicha a mi vida”? Es positiva por naturaleza, después de darle vueltas al pensamiento termina convenciéndose que tiene que ser para bien que un ave tan diminuta, ágil y maravillosa la visite. Al poco tiempo comprobó que estaba equivocada… y cómo! Toma nota: será el argumento de un próximo cuento. Y se duerme… Los días transcurren sin sobresaltos, cumpliendo con todas las tareas que indica su agenda. De todos modos se inquieta al recordar una y otra vez que no pudo llamar al plomero ocupada en otras cosas. Sí hace el llamado a la Acopiadora de Cereales por el pago que quedó pendiente de hace unos meses. Le contestan lo mismo de siempre, que siguen atravesando una situación difícil y que es su deseo pagar a todos pero no saben cuándo podrán. Ya hace tiempo que ella dejó de angustiarse por ese tema, por lo tanto sigue con su vida sin pensar demasiado, “ya se pondrán al día con la próxima cosecha”- -piensa. Llega el recibo del impuesto inmobiliario rural. Lo guarda sin mirar demasiado, sólo que hay un aumento. Cuando ya más tranquila vuelve a mirarlo se da cuenta que no le han hecho la
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bonificación por buen cumplimiento. Lee y relee, sabe que no tiene deuda, se dirige a la oficina de catastro municipal, la empleada le explica que abajo hay una leyenda que dice “falta regularizar DDJJ” (algo que en su aturdimiento no llegó a ver), y la manda al contador. Luego que cargue los datos en la página de internet, tiene que volver por un nuevo recibo. Se dirige al contador, no se encuentra, el secretario le dice que no es la única, que deje el recibo, ellos harán el trámite. Lo increíble –le comenta- es que hace tiempo se subieron los datos y seguro hubo un cruce de los mismos, porque están emitiendo las facturas así, a propósito, para ver si alguien cae y pierde la bonificación que es de un 20%. Pero no fue tan sencillo, tuvo que cargar la clave fiscal de su padre fallecido porque sigue a nombre de él, ya que para hacer el cambio tiene que pagar un dineral y con lo que recauda cada año se le complica más y más. No es su único caso, es una treta más del gobierno voraz que se lleva en impuestos de varios tipos el 80% de la producción del campo. Se amarga, pero hace varios años que viene sufriendo la situación y ya siente que no vale la pena afligirse por algo que parece no tener solución. La descapitalización ya es un hecho y nada puede hacer al respecto. Como el precio de la hacienda comenzó a recuperarse, esperará unos días más y tendrá que vender…no le queda opción, tiene que afrontar los gastos que se avecinan, hablará con su socio y tomarán la decisión juntos, como siempre fue a lo largo de los 15 años de relación en el manejo del campo. Decide hacer una nueva visita a su psicóloga para hablar de los últimos acontecimientos, nada nuevo, nada que ella no sepa ya de su vida y de sus miedos, fobias y obsesiones. Hace varios años que va, ya más que nada por inercia, cuando siente que necesita hablar con alguien, a la psicóloga le agrada
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escucharla y muchas veces le lee algo que escribe; sin duda, lo que para ella fue, es y será la mejor de las terapias es escribir. Analizan los sueños, está en una etapa de descubrir aspectos de otras vidas pasadas que la ayuden a resolver traumas y relaciones en ésta. Resulta simple analizar la vida a través del arte, y muchas veces tiene que escuchar a su hija con su frontal forma de vivir, sus estudios, sus sueños de futuro, los conflictos con su padre que vive en la capital y al que también tiene que escuchar en sus continuas frustraciones de pareja. A sus primas que son hermanas pero tan distintas. Aconsejar a una, aconsejar a la otra… y siempre está en el medio. Trata de ser neutral, pero a veces no se puede, y ella ya ha decidido correrse de ese lugar. La semana pasa, se acerca la próxima reunión de escritores para terminar el armado del programa de la Feria del Libro y los miles de detalles a tener en cuenta. Detalles que les seguirán ocupando hasta el día de la apertura. Los acontecimientos se precipitan en su vida. La tormenta anunciada Berta está por llegar. Locuras del periodismo del sur de poner nombre a los fenómenos meteorológicos severos como hacen con los huracanes en el norte. Pero acá son otro tipo de tormentas, sólo logran crear una psicosis de miedo y alerta en la gente. Se sabe que el Medio ambiente del planeta está alterado y los fenómenos son más virulentos, pero no está bien inducir al miedo. No está bien. Su hija tiene que viajar a la capital. Espera y desea que llegue antes que “Berta”. Quizás, por fortuna, se rompe el micro antes de salir; tratan de arreglarlo sobre la hora sin éxito. Llega otro, buscan solucionar el problema usándolo para hacer arrancar al primero. Y también se rompe. Ahora hay que esperar más…la imagen es patética, el cielo oscuro amenaza con algo malo. Su hija entra en cólera y cambia el pasaje para otro día.
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Regresan a la casa, el tiempo pasa, mientras comentan lo mal que está funcionando la empresa de micros. Cenan, miran televisión y se acuestan. La lluvia no comienza, demasiada quietud en la atmósfera. Se duerme con miedo, teme a la gotera, tiene un presentimiento, no tiene fe en que el último retoque funcione. Reza, pide, da gracias a Dios porque su hija está con ella y no en viaje. Esa noche no desea estar sola. Una inquietud extraña la envuelve. A la 1.30 de la madrugada despierta, escucha caer la lluvia sobre el techo de chapas, va al baño, mira por las ventanas de cada lugar de la amplia casa, pero comprueba que llueve con calma, no hay truenos ni relámpagos. Solo llueve… y llueve y llueve. Se acuesta, ya no duerme, no puede dormir, está alerta. Reza, implora, la lluvia se intensifica un poco más. Pasan las horas, a las 3.30 comienza a caer agua en el lugar de siempre, justo en el marco de la puerta del cuarto. Se le acelera el corazón, ya no cree en nada, una vez más tendrá que sufrir y se quedará sin dormir. Va por el ritual de siempre, coloca un trapo de piso arriba del fuentón para que atenúe el ruido. Se acuesta, no soporta el sonido continuo, el repiqueteo monstruoso del agua al caer. Al rato se levanta con una linternita y verifica cómo se ve el techo, ya hay goteras en otros lados, busca un balde, dos palanganas y trapos, más y más trapos. Se asoma al cuarto de su hija, ella duerme ajena a su drama. Vuelve a acostarse, supone que se duerme un rato porque cuando despierta, a eso de las seis de la mañana, algo confundida escucha que sigue lloviendo y goteando, entonces redescubre la realidad, “su” realidad. No puede estar más en la cama, se dirige al baño, agua por todos lados, limpia, acomoda y siente que ya no puede más, las lágrimas la vencen, pero sigue luchando. Luego en la cocina, ya más tranquila, prepara el mate y con él se refugia en el sector lejano de la casa donde tiene su escritorio y bicicleta fija para gimnasia. Quiere escapar de ese sonido, no ver, no sentir…
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abstraerse de la terrible realidad. Sube a la bicicleta y pedalea con todas sus fuerzas, a toda velocidad, como si quisiese escapar muy lejos, y pronto. Siente nostalgia del sur, su lugar sagrado donde soñó terminar sus días. Pero sabe que está siempre en el mismo lugar, en su casa, en su refugio de paz que siente se ha transformado en una espeluznante trampa mortal. Los días posteriores se convierten en una vorágine de acontecimientos. Pide asesoramiento por todos lados, casi compulsivamente, sin pensar, siente que necesita una solución ya, la ansiedad la carcome. El cielo sigue plomizo pero ya no vuelve a llover. Después de despedir a su hija que al fin puede viajar a la capital y que le pide tranquilidad en su ausencia, se va al kinesiólogo, es su cuarta sección para desanudar la zona cervical donde descarga toda la tensión. La encuentra peor, le comenta lo acontecido… tiene que trabajar bastante para aflojar la tensión acumulada y le dice que le conviene seguir unas secciones más. Ya en su casa, le pesa el silencio, la terrible soledad que acecha. No se reconoce, no es la persona que siempre disfrutó cada rincón de su casa en soledad, de esos silencios necesarios para crear; ella… un ser amante de la soledad, ahora es un ser diferente, temeroso en su propio hogar. El nuevo día amanece bastante frío, despierta temprano, abre ventanas, ventila y sale a caminar. El cielo está cubierto pero se nota que el aire cambió y que hará muy buen tiempo en el transcurso del día. Realiza varios trámites temprano aunque es sábado y la gente tarda más en ponerse en movimiento, en salir del letargo, como en cualquier ciudad pequeña o pueblo de campo. Luego recibe a los albañiles y a su vecino que es maestro mayor de obras y al que le pide asesoramiento para encontrar la mejor
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solución. Ya, en esos dos días ha reunido una docena de opiniones. Ella misma tiene la suya. Pero es la opinión del vecino la que parece más lógica; la acepta, pide presupuesto, en dos días lo tiene, lo confirma, pero… tiene que esperar, esperar que el tiempo cambie, que deje de llover… esperar, esperar. Ella sabe que será difícil, llegó la época de las lluvias, 10 días continuos sin agua ningún pronóstico lo garantiza, es plena primavera, no hay otra opción, esperar, seguir esperando y sufriendo con cada lluvia, rogándole a Dios que sea leve, para que el techo no se deteriore más de lo que ya está. Esperar… -------------------
Llueve… es un caótico diluvio que inunda su mente. Corre de un punto a otro de su casa, mira por todas las ventanas: agua, agua y más agua. Escurre los trapos, cambia la ubicación de los baldes, palanganas y lo que sirva para que las goteras no inunden el piso. Es noche cerrada, imposible permanecer en la cama y dormir. El sonido se amplifica en el silencio total de las calles desiertas, las luces emiten destellos en la cortina de agua, se tapa los oídos y quisiera escapar pero está paralizada. Estar más allá de las nubes, en el cosmos infinito, donde el alma perdura pura y eterna. No bajar nunca más a la tierra, porque ya aprendió y vivió todo lo que tenía que vivir y aprender. El ritmo de su corazón se acelera, se corta la luz y en la oscuridad puede sentir unos largos tentáculos gelatinosos que la rodean, la comprimen, la amarran, y poco a poco siente que entra en un espacio sin tiempo, sin forma, sin luz, sin color, sin sonido, sin atmósfera. Luego siente como ese monstruo gelatinoso de agua se autodestruye, es entonces cuando visualiza una puerta, que al abrirla y luego cruzarla, la despoja
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de su cuerpo, transformándola en un ser etéreo que al fin… encuentra su lugar.
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EL AMIGO (cuento narco-romántico)
Estoy frente a él. Al que ellos llaman "jefe". -Está bien… es ella. Ahora pueden marcharse. –dice con voz ausente de emociones. Si la siente ha sabido disimularla muy bien. Quedamos solos en la pequeña sala muy discretamente decorada. Lo miro desorientada, sin entender absolutamente nada de lo que está pasando; ni siquiera sé donde estoy y para qué me han llevado ahí, ni quien es ese que llamaron “jefe”. No parece seguro de sí mismo. Repaso su figura: estatura mediana, algo gordito, cabellos oscuros con un ralo y corto flequillo cayéndole sobre la frente, ojos marrones penetrantes e inquietos… me mira una y otra vez pero no habla. Pareciera como si estuviese midiendo mi reacción o esperándola. Me siento muy cansada… y no es por el viaje, es un cansancio de impotencia. Al no saber dónde me encuentro y frente a quién me encuentro. En qué lugar del país, o del mundo… todo ocurrió como en un sueño, fui secuestrada y conducida a un lugar desconocido, me obligaron a subir a un avión y luego… ¡No pude adivinar hacia dónde nos dirigíamos! Bueno, ahora tengo la oportunidad de saberlo, estoy con “el jefe”. Pero no hablo, no pregunto, no hago nada que pueda indicarle que estoy asustada. -¿No dices nada?... “gauchita”. Esa palabra… “gauchita”… suena en mis oídos y activa el recuerdo: así me dice en sus cartas mi amigo del norte. Lo miro espantada, ¡no puedo creerlo!
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-¿Dónde estoy? -¿No te imaginas?... al fin estás conmigo, en mi casa, en mi territorio, ¡gauchita linda! -¡Eres tú!, no lo puedo creer… me has privado de la libertad, en éstos momentos todos en mi país me estarán buscando… ¿te has vuelto loco? -Creo haberte dicho en una oportunidad que soy algo loquito… ahora sí voy a cobrarme todos los besos prometidos. Diciendo esto, se acerca y me abraza bruscamente mientras intenta besarme en los labios, pero sólo logra hacerlo en los ojos ante un gesto mío de resistencia. Se aparta enojado: -¿Tendré que usar la violencia contigo? No le contesto. Pero de repente pregunto: -¿En qué cosas raras andas? ¡Qué poco conocía de ti! He sido una ilusa, tener un amigo a distancia no es la solución para una mujer que busca un compañero para toda la vida. Las equivocaciones, se pagan… -Abusas de romanticismo querida… recuerda que vivimos en un mundo materialista. -Seguro, me di cuenta, y tú formas parte de ese mundo. Pero te aclaro que no es el mío. En nada bueno andarás con todo el despliegue que hiciste para traerme a tu guarida. -Es asunto mío… ¡qué te importa! -Me importa si es que tengo que vivir contigo. ¿Para qué me trajiste? ¿Cuáles son tus planes? No entiendo nada. -¿No te imaginas?, justo tú que tienes tanta imaginación… ¡sí que me has hecho soñar querida!
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-¿Quieres decirme cómo harás para que no me encuentren y termines preso? -Ahora mismo hablas por teléfono a tu casa y dices que estás bien y que pronto regresarás. Que no se preocupen en buscarte. -¿Y si no lo hago? -Puedo obligarte y te aseguro que no me gustaría hacerte daño. Vuelve a acercarse con expresión dominante, no puedo zafar y siento su boca recorrer mi rostro mientras sus manos tratan de desprender los botones de la blusa. Entonces reacciono, pero con calma, casi con dulzura. -De esta manera no me gusta –protesto- además estoy cansada, permíteme dormir unas horas y me encontrarás más dispuesta. Sólo te doy un consejo… aunque sea la única vez en tu vida, trabaja mi parte romántica y quizás poco a poco puedas lograr tu propósito. Después que lo dije me di cuenta que eso sería imposible para un hombre como él. -Está bien gauchita…puedes ir a dormir… ésta noche te prepararé una sorpresa. Ah… pero antes… no olvides hablar por teléfono a tu casa; además, sería bueno que te dieras una ducha para quitarte todo el cansancio.
Me despertaron unos golpes en la puerta. Tardé unos segundos en volver a tomar dominio de mi situación, el sueño había borrado gran parte de las últimas vivencias y me sentía
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confusa en una cama ajena, de un cuarto ajeno, de una ciudad ajena y de un país ajeno. -¿Quién es? - pregunté indecisa. -No se asuste señorita, es la policía. ¡Dios mío!, la policía –pensé- ahora cómo haré para explicar que no tengo nada que ver con éste hombre. Me vestí rápidamente y salí del cuarto. Quise explicar: -Yo no sé… no entiendo… -Ya no se preocupe. Estamos al tanto de todo. Tenemos a varios miembros de esta organización y confesaron. -¿Qué organización? -Una banda terrorista con conexiones en el mundo del narcotráfico, su amigo es uno de los cabecillas… gracias a su ayuda involuntaria logramos apresarlo. -Debo regresar a mi País. –dije tratando de salir del estupor por el peligro que había estado pasando. -Entendemos, ha sido difícil para usted. -Sí… ha sido una pesadilla, creo que de aquí en adelante deberé controlar mi imaginación y no tratar de cumplir todos los sueños locos que surgen en mi mente producto de un alma inocente y romántica. -¿Cómo dice? -Nada. Yo me entiendo. –contesté sonriendo, relajada al fin.
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LA FRONTERA DE LOS SUEÑOS
Odiaba
a los argentinos. O algo parecido a eso… después de la absurda guerra por las islas aquellas, comencé a sentir repulsión por todo lo que tuviese que ver con Argentina, porque me había encontrado envuelto en una guerra que no habíamos provocado. Pero aquella mañana del mes de febrero de 1987 en la isla 25 de Mayo del Archipiélago Antártico Shetland del Sur, el destino me reservaba una sorpresa. Es común que en el Continente blanco las comunidades internacionales que viven en forma permanente o transitoria en las distintas Bases, confraternicen entre sí. Allí, la extrema hostilidad del clima obliga al ser humano a la solidaridad, a la amistad entre los pueblos de diferentes idiomas, ideologías y banderas. Allí todos somos iguales y nos apoyamos recíprocamente; es un territorio de paz ajeno a las intrigas y pujas que destruyen el mundo. Y debiera serlo por siempre. La costa oeste de la Península Antártica y el archipiélago de las Shetland son los lugares del continente que mayor concentración de bases poseen, encontrándose relativamente cerca unas de otras, pertenecientes a unos ocho países del norte, sur, este y oeste del mundo. En esa zona tenía destino por segunda temporada consecutiva como piloto de la Real Fuerza Británica. Mi trabajo consistía en apoyar logísticamente las investigaciones que mis compatriotas realizan en distintos puntos del continente. En ese trabajo nunca me había cruzado con argentinos, a pesar de
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haber sobrevolado bases Argentinas en cientos de viajes rutinarios en la zona. Aquella mañana de una temperatura muy benigna, 10ºC., iba a ser diferente, y cuando dejé la Base en mi helicóptero para dirigirme a otra Base situada sobre el Mar de Weddell, no podía imaginar cómo terminaría esa jornada. Si bien en el continente blanco suele ser impredecible todo, por los cambios bruscos del tiempo. Antes de poner rumbo al sur debía pasar por la Isla 25 de Mayo donde un grupo de científicos habían instalado su campamento. El lugar: cercanías de una gran pingüinera. Bajé, hablé con los hombres, les dejé víveres y cuando me disponía a partir… la vi. -¿Quién es? –indagué a mis compatriotas. -No sabemos. Llegó hace un rato en un helicóptero que la dejó y se fue. No hicieron contacto con nosotros y aparentemente vino a observar a los pingüinos. -Qué raro, podría necesitar algo… -No creo, porque no se acercó y debe estar trabajando. La verdad… no prestamos atención, ni siquiera vimos si el aparato tenía bandera. -Iré a preguntar… para que esté en conocimiento que estarán a su disposición por si necesita algo. Caminé rápidamente los aproximadamente 500 metros que me separaban de ella sin detenerme a pensar por qué lo hacía realmente. No mostró sorpresa al verme llegar. La saludé y contestó con un “hola” en español. Por lo menos sabía que podría ser Uruguaya, Chilena, o ¿Argentina? Deseé que fuese cualquier
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cosa menos eso, me caía simpática a pesar de que muy poco se veía de su cara y cuerpo enfundado en el típico atuendo naranja. Un par de ojos azules me observaban con expresión inquisidora, esperando mis palabras. -¿De dónde eres? – me animé a preguntar. -Vengo desde unos cinco kilómetros. Traté de hacer memoria… pero no pude recordar cuál Base estaba a unos cinco kilómetros. Temí fuese lo que no quería. Esa joven estaba alterando mi habitual comportamiento frío y distante. Me interesaba. -Soy inglés –le dije sin animarme a tenderle la mano. -Ya lo sé –dijo sin sorpresa- cuando llegué aquí, el piloto me informó que un grupo de ingleses estaban trabajando. No es mi intensión molestar, me interesan sólo los pingüinos. Sonreí –me causó risa su forma de expresarlo- debo suponer que son mejores que nosotros –dije risueño- ya mismo sigo viaje al sur o se me hará tarde. -Habla bien el castellano –me detuvo. -Sí, porque viví en España… ¿y tú? -¿Yo qué? –repreguntó. -¿De qué país vienes? -Ah… vengo de Argentina. -Supongo que eres argentina, entonces. -Sí, lo soy –dijo simplemente y me tendió su mano. La estreché con fuerza y ella continuó: -Soy escritora, ahora investigo sobre la fauna austral y paro en la Base Jubany.
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-Yo soy piloto de la Real Fuerza Aérea de Inglaterra. -Me interesan mucho los pingüinos, y es la primera vez que vengo a esta zona. -Y yo la segunda –respondí- dime, ¿conoces al Pingüino Emperador? -No… sus apostaderos se encuentran en lugares inaccesibles o muy lejanos. -Conozco uno que he visitado algunas veces, puedo llevarte, con todo respeto, voy para ese lado, me quedaría de paso. -¡No, imposible! Tengo que regresar caminando hasta la Base cuando termine aquí. - ¡Qué problema puede haber! –Me sorprendí a mi mismo al decir esto- yo también tengo que regresar a la tarde, puedo dejarla en su Base. -No sé si debo… aceptar la invitación de un desconocido, inglés, y para ir a un lugar peligroso, me parece inviable. -La verdad, también resulta absurdo que yo le formule esta invitación –no pude tutearla- en realidad no sé por qué lo hago, me podría traer problemas, sin embargo ¿desea conocer realmente al Emperador? -¡No imagina cuánto! Es una gran tentación la propuesta, espero no equivocarme al aceptar. -Lo tendré en cuenta, pero partamos ya para aprovechar el buen tiempo. Acá nunca se sabe cuándo puede cambiar el clima, hay que estar alerta.
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Durante gran parte del viaje no nos dirigimos la palabra. No teníamos tema común de qué hablar. Su pregunta me tomó distraído. -¿Intervino en la guerra? -¿La guerra? –Repregunté, no quería recordar- sí…sí, intervine –dije al fin. -Lo sabía. -¿Te molesta? –volví a tutearla para romper el hielo del momento. -¿Qué imaginas? -Supongo que sí… porque a mí me molesta mucho. -Preferiría no hablar de eso. -Sí, es mejor… Mira… allí están los Emperadores. -¡Qué emoción! Es un gran sueño. Descendimos, vi bastante dudoso al clima, por eso le dije: -Mientras trabajas yo seguiré hasta la Base, pronto estaré de regreso para recogerte. -¡¿Cómo!?... piensas dejarme sola. ¿Quien me asegura que volverás para recogerme si no nos conocemos y se supone que estamos en veredas opuestas? -¡Somos seres civilizados! Soy el único responsable de tu seguridad. Y lo de veredas opuestas, ya no estoy tan seguro, la convivencia en estos parajes atenúa los sentimientos más profundos, o los ahonda aún más. No tienes que tener miedo, eres una chica valiente. Mi situación es comprometida, si te pasa algo tendré que dar explicaciones a ambos gobiernos; además, cerca de aquí hay una base Argentina, enseguida te ubicarán. Cuando vean de Jubany que no regresas irán a
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buscarte y allí mis compatriotas le informarán que viniste conmigo hasta aquí, no tienen más que comunicarse con la base Argentina que tenemos cerca, sobre el mar de Weddell donde estamos ahora. -Tus explicaciones me tranquilizan algo, y si no queda más remedio, tendré que esperar y confiar. -Eres muy valiente, no tengas miedo que regresaré. -Gracias y suerte. En la Base me preocuparon mucho más con respeto al tiempo. No podían creer que había dejado a una mujer sola en aquel lugar tan inhóspito. -Será mejor que te apures o esa chica puede morir congelada, se avecina un temporal de viento, la temperatura anda por los -10º C. pero con el viento la sensación térmica rondaría los treinta bajo cero. -Es cierto. Pero allí el clima estaba mejor. De todos modos temo que se levante el Blizzard y no podamos regresar por falta de visibilidad. -Por las dudas lleva provisiones y abrigo –me recomendaron- puedes meterte en un gran problema, si no lo estás ya. -Sí… gracias. La verdad que no sé qué pasó por mi cabeza al dejarla sola, incluso a llevarla hasta allí. Llegué con muy poca visibilidad. El corazón me latía con fuerza inusitada, estaba asustado por lo que podría encontrar. ¿Aguantaría tanto frío esa joven que nunca antes había estado en esos lugares? Me di cuenta lo poco que sabía de ella para
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haberla llevado a un lugar tan riesgoso. Debí asegurarme antes si sus condiciones físicas y anímicas eran aceptables. La busqué entre los pingüinos que se apiñaban para soportar la ventisca. No sabía su nombre. Pero tenía que llamarla. Grité: -¡Argentinaaaaaaaaaaaaaaaaaa! –mi voz se perdió entre el sonido desgarrador del viento. Seguí llamándola, consciente de que ya estábamos en serio peligro. Después de unos segundos que creí eternos, el viento me trajo su voz. -¡Ingléeeeeeeeeeeeeeeeeeees! La busqué, la ventisca impedía ver con claridad. Pero la vi… venía hacia mí buscándome también. Ambos corrimos y nos encontramos en un abrazo interminable. Temblaba y entre fuertes sollozos pronunció la palabra “gracias”. Me di cuenta que yo también estaba temblando y tenía los ojos mojados por las lágrimas heladas. Ya adentro del helicóptero le pedí perdón. -No es tu culpa. En todo caso es de los dos. Ya sabemos que el clima de la Antártida es cambiante. -Pero yo te dejé sola. -Sí, pero gracias a eso pude conocer y admirar al Emperador y trabajar algo antes de la ventisca. -La verdad, estoy sorprendido. Pero no podremos salir ahora, hay que esperar que pase el temporal. -¿Durará mucho? -Es difícil saberlo. No te preocupes porque tengo provisiones y abrigos… ¿recuerdas?, hay una Base Argentina
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cerca, y además mis compatriotas van a estar alerta ante cualquier pedido de ayuda. -Y bueno… nada más se puede hacer. - Así es, sólo esperar y rogar que pase. Espero que puedas soportar este intenso frío. -¿Qué otra opción hay?, tengo que poder, tenemos que poder… -Tengo algo para comer. ¿Quieres? -Bueno. En ésta época no hay noche por estas latitudes, ¿verdad? -Tal vez, una suave penumbra. Si estuvieses en la Base, ¿qué harías?. -Escribiría las experiencias vividas durante el día. -¿Y por qué no lo haces? -Buena idea, por lo menos me mantendré ocupada y no pensaré en el frío. Al cabo de una larga pausa agrega: -No puedo pensar contigo mirándome. -Trataré de no mirar. Al rato de un largo silencio le pregunto: -¿Estás casada, comprometida, de novia? -¿Y tú? -No me contestaste. -Soy soltera. -Yo también. Ambos reímos con ganas.
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Ya no pudo seguir escribiendo. Al cabo de un rato me manifestó que no podía hacerlo, estaba preocupada. -Este lugar es demasiado refrigerador. –dijo al fin.
incómodo.
Parece
un
-Es mejor que te metas en la bolsa de dormir. -Todo está helado. -Creo que tendremos que hacer algo para pasar el tiempo y no congelarnos. Habrá que moverse. -Sí, no podremos dormir si estamos tan fríos. -Será larga la noche… -Aquí todo será largo… -¿Qué hacemos? –preguntó con cara de espanto, se la veía realmente asustada y a punto de entrar en una crisis de llanto. Sin pensarlo la atraje y la abracé fuerte. Temblaba, en realidad, los dos estábamos temblando. Sin dudarlo, seguido por un impulso de supervivencia o tal vez por una atracción que no pude dominar la besé en la boca. Respondió primero con ternura, luego con desesperación, y terminamos besándonos apasionadamente. No nos pudimos detener, simplemente nos dejamos llevar por la vorágine del momento. No hubo palabras, solo suspiros y gemidos. Cuando todo acabó, apoyó la cabeza en mi hombro y dijo: -El destino suele ponernos trampas insólitas. Ni en los sueños más raros que he tenido hubiese imaginado un momento así, en un lugar así, con alguien como tú. -Ni yo… -contesté ya casi sin fuerzas para hablar. La emoción me invadía. Recuerdo que justo antes de dormirme pensé que todo había sido un sueño. Sólo un sueño hermoso y
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horrible a la vez. Cuando su imagen dulce se desvaneció en mis sueños, sentí una inmensa paz.
A los tres días el grupo de rescate llegó al lugar. Sólo encontraron un hermoso trozo de hielo azul.
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LA ÚNICA CITA
Era un suave crepúsculo de fines de marzo. Varias veces había caminado por la calle principal de ese barrio y jamás se detenía para observar el movimiento de la estación de trenes. Pero entonces era diferente. Por primera vez se dirigía a la estación y todo detalle adquiría mayor importancia en un acontecimiento culminante de su vida. Caminó por el andén desierto después del paso del último tren, y se paró en la boletería. -¿Por dónde pasa el tren que va a provincia? –le preguntó a la vendedora, quien la miró un poco asombrada por su ignorancia. Le habría llamado la atención ver a alguien que nunca esperó un tren. -De este lado señorita –le dijo disimulando su asombro. Comenzó a recorrer el largo andén, la gente empezó a llegar, poco a poco se fue apagando la luz natural del cielo y comenzaron a encenderse los faroles. Se sentó en un banco naranja junto con otros pasajeros. Faltaba poco… para su primera cita con un desconocido. Cuando llegó el próximo tren, no se levantó del banco, ni caminó hacia la punta del andén como era la idea porque el cálculo era de una hora, y recién habían pasado 45 minutos desde la conversación telefónica. En pocos minutos, los pasajeros se dispersaron y el lugar quedó vacío. Entonces tomó conciencia que estaba sola y esperando a un hombre desconocido con quien aspiraba a iniciar una relación sentimental.
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Venía caminando lentamente por el andén iluminado por la luz de una farola en el crepúsculo otoñal. Sentada en un banco viejo color naranja estaba ella, sintió un temblor en sus manos y en el alma. No era largo el trecho que lo separaba de esa joven con la que tendría una cita a ciegas. Se sentía un peregrino desterrado del desierto inerte y seco, buscando la lluvia fresca y pura de un amor imaginado en la fantasía dulce de los sueños, donde nunca se pierde la dignidad. Y si se la pierde, es por una buena causa. Las paredes grises del último vagón del tren se perdían en ese espacio difuso de luz cuando la tarde se funde en la noche. Los ruidos cotidianos de la gran ciudad envolvían la mirada pura de la joven que aguardaba la llegada del desconocido con la esperanza de encontrar a su príncipe, presa de un sentimiento encontrado de miedo y felicidad, porque sentía que esa era su única cita. Él se acercó algo dubitativo, la luz del lejano farol alumbró su menuda figura. Ella se paró, lo miró de frente, se sonrieron y él dijo su nombre, besó su mejilla y la tomó de la mano. Descubrió que tenía los ojos más bellos que había conocido en su vida. -COLOR DEL TIEMPO –le dijo. -“COLOR DE LA VIDA” –pensó ella.
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Una poderosa energía los abrazó mientras caminaban por el andén solitario. La noche se apoderaba definitivamente de la gran ciudad sin nombre. Dos caminos. Dos destinos. Dos circunstancias. Y un único final: La imagen neblinosa de la última estación.
Cuento que recibió Mención Nacional en el 10º Certamen Literario Nacional 2012 de Marta Patti. En la antología 2012. Premio “Dúo sombra”.
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LOS PRIMOS
La
volvió a encontrar después de tantos años donde cada uno transitó la vida tejiendo sin pausa la alfombra de su destino. Y rememoraron alegres aquellos días de la niñez plenos de juegos, travesuras inocentes, risas y llantos… pero en definitiva: días felices. Ella viajaba todas las semanas desde el pueblo vecino acompañando a sus padres a la ciudad cercana donde su padre tenía negocios, y siempre terminaban visitando a sus tíos paternos para tomar mate con ricas tortas que hacía su tía. Mientras comían, conversaban de variados temas que no entendían muy bien, porque eran temas de adultos. Para ellos, con sus pocos años, aquellos días eran días de fiesta, porque se encontraban para jugar. Él, por tener un año más que ella, tomaba siempre la iniciativa a la hora de elegir los juegos. Ambos, hijos únicos, se acostumbraron a divertirse juntos, cómplices de recónditos secretos que guardaban muy seriamente. Él, bastante desenvuelto y travieso, trataba de que ella, recatada y tímida, viviera la vida con la intensidad de enfrentarla sin miedos. Las calles desoladas del barrio de la antigua ciudad donde vivía él, les proporcionaba el marco ideal de paz y sosiego para salir en bicicleta bajo los añosos plátanos de las veredas y dar vueltas y vueltas divertidos por el empedrado de las calles viejas y casi siempre desiertas. Era, aquella, una maravillosa época de paz en la llanura inmensa de ese país donde estaban ambas comarcas: una tenía las características típicas de ciudad-pueblo y la otra, más pequeña, era un tranquilo pueblo rural.
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Entre risas infantiles, juegos y tertulias fueron pasando los años. Y ellos fueron creciendo. Y la comunicación ya no era la misma, aunque se fueron animando a profundas confesiones de amor, ante las sensaciones desconocidas que ambos estaban experimentando. Para entonces ya no podían permanecer tanto tiempo solos, sus padres se lo prohibían y como ellos no entendían la razón de esa prohibición, se sintieron terriblemente frustrados y tristes. Poco a poco, sus tíos comenzaron a viajar menos a la ciudad vecina y con ello las visitas y reuniones en su casa se hicieron esporádicas, sumado a que los hermanos empezaron a tener grandes desencuentros por problemas familiares y económicos. Estos acontecimientos alejaron definitivamente a los primos adolescentes y luego, el destino, los llevó a cada uno por distintos caminos; armaron sus vidas lejos uno del otro y si alguna vez se encontraron fue puntualmente por cuestiones de desgracia familiar o de herencia compartida con otros parientes. Los padres de ambos fueron falleciendo, primero los de él y años después los de ella. Él se casó, tuvo dos hijos, se separó y se volvió a amigar con su mujer aunque viviendo en casas separadas. Ella se casó ya bastante grande después de haberse dedicado a estudiar y viajar, tuvo un hijo, se divorció y luego de eso peregrinó en busca del amor sin encontrarlo.
La volvió a encontrar… después de 40 años, y pudieron rememorar aquellos lejanos momentos de la niñez que dejaron una impronta de dulce felicidad frustrada en el rincón más puro de sus almas.
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CONTACTO
El lugar me fascinaba. Era como si no pudiese formar parte del planeta ¨Tierra… y su nombre: Ciudad Perdida, cautivaba mi espíritu. -¿Puedo quedarme un momento? -pregunté al guía- no tendré problemas en regresar sola, recuerdo el camino. Me contestó con otra pregunta: -¿Parece que no piensa almorzar? -No, prefiero aprovechar todo el tiempo en este lugar espectacular para tomar apuntes y bocetos. No tengo hambre. -Muy bien, si es eso lo que desea… la espero en el algarrobal, no se entusiasme demasiado porque el camino de regreso es largo. -No se preocupe –le dije, mientras desplegaba mi banquito de campaña y depositaba el pesado bolso con mi equipo de trabajo en el arenoso lecho del río seco que sirve de camino. Miré por los alrededores y suspiré. El guía se había perdido a la distancia. Me sentía plenamente feliz. Era un día muy frío y diáfano, en la hondonada el viento no llegaba. Silencio… un luminoso silencio invadía el lugar. Detrás de mí: la figura de un arpa, hacia el lado izquierdo: un pétreo lobo marino; al frente: varias figuras indefinidas agrupadas y a mi derecha: un cerdo, un viejito emponchado, alguna mata espinosa… No puedo precisar el tiempo que permanecí absorta disfrutando del silencio y gozando de ese estado de soledad primigenia. Pero en un momento vi como un destello blanco y brillante en el pulido cielo azul. Al cabo de un rato, me pareció
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que el silencio se rompía y un zumbido suave comenzó a crecer lentamente hasta envolverme. Fueron segundos, apenas unos segundos, y el silencio retornó al lugar. Me sentí un poco aturdida, sin saber si era real o imaginario lo que acababa de ver y de escuchar. Fuese lo que fuese, mis latidos se habían acelerado y una extraña sensación me recorrió el cuerpo. Colgué mi cámara de fotos al cuello y comencé a caminar hacia las figuras indefinidas que tenía enfrente. Penetré entre ellas. A mi paso parecían animarse, cobrar vida, moverse, sonreírme… sentí una sensación de ahogo por la falta de viento en esas partes bajas por donde andaba… ¿o sería el miedo? Apuré el paso, dificultosamente trepé por una grieta (son las bajadas del agua cuando llueve) para buscar la parte alta que me permitiese sentir al viento y respirar mejor. Además de ver todo el cielo, para descubrir algún indicio del destello blanco, del sonido alucinante… Llegué a la cima y lo vi. Cerré los ojos… los abrí al cabo de unos segundos para convencerme que no estaba soñando. Una de las figuras indefinidas avanzaba hacia mí, había adquirido forma humana o qué se yo… pero una forma armoniosa al fin. Quedé como petrificada, esperándola, sin poder moverme aunque quisiese. Cuando estuvo frente mío supe que no era tan alta como creía. No podría decir de qué color era su piel, su traje tal vez, su mirada… porque tiene que haber colores desconocidos para los humanos, y esos colores serían algunos de los que estaba viendo en ese instante. No sé tampoco si tenía habla. Extendió su mano hasta rozar la mía, luego apretó mis dedos obligándome a caminar. Sentí que no tenía que realizar ningún esfuerzo para seguirlo, era como si mis pies no tocasen el suelo y flotara en el aire
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prendida de su mano. No tenía miedo, me sentía en paz, rara, feliz, sin saber precisar la razón. Llegamos a un punto y nos detuvimos. Me invitó para sentarnos en el suelo arenoso y seco. Y entonces… habló. -Tendrás que acompañarme –dijo sin emitir sonido alguno pero lo entendí perfectamente. -¿Quién eres? –pregunté tímidamente. -No importa de dónde soy, pero no soy de la Tierra, tengo orden de recoger humanos de sexo femenino en distintos puntos del planeta. Eres la primera que encontré. Antes de partir, los encargados de la tarea aprendimos todo de ustedes, su idioma, sus costumbres, sus lugares… todo, porque hemos encontrado los mensajes que surcan el espacio y que surgen de la Tierra. Allí está todo, es como un gran libro que nos enseña lo que son. Me quedé absorta escuchando sin escuchar hasta que pude articular palabra. -Perdona –dije- pero no puedo ir, no deseo formar parte de un experimento. -No tienes opción. No puedes elegir. Será por una buena causa. -¿Cómo dices? ¿Eres de sexo masculino o algo parecido? -Puede ser. En parte. Sabemos que las hembras humanas podrán servirnos para la preservación de la especie. Te lo voy a demostrar. -¡No!... (Me asusté ante sus palabras), es que no puedo, han elegido mal, no seré de utilidad para lo que desean. Sigue buscando por otro lado, sigue solo tu camino, no iré. -Sí que irás. Te aseguro que no seguiré buscando, creo que me basta contigo. Los dos estaremos aprendiendo. ¿Qué dices?
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Me quedé pensando algo confundida, al fin dije: -Bueno… ¿por qué no? No está mal la oportunidad, nada me ata a este planeta violento más que el amor que siento por su naturaleza. Tal vez, donde me lleves también haya naturaleza. -Sí, claro, es un clima muy frío. Estoy seguro te agradará. Vamos a la nave espacial. -¿Está cerca? -Sí, detrás del cerrito. Llegamos enseguida. -Escucha… ¿si no me agrada el lugar, me dejarás en libertad? -Sí… si es tu deseo, pero estoy seguro que te gustará. -No lo sé. Podría enamorarme y entonces querré vivir donde tú vives. -Y si yo me enamoro no podré llevarte a mi planeta, ni tampoco cumplir con la orden impartida, seré un desertor. -¿Y qué haremos? -Si eso pasara conozco un planeta donde sólo hay vida vegetal. Y estaremos solos. -¿Cómo? ¡No hay animales! -Aún no. Seríamos los primeros. -Me encanta. Ya me enamoré. -Magnífico entonces… ¿Cuál es tu nombre? -¿Crees que tiene importancia ahora? Tampoco sé el tuyo. Cuando lleguemos elegiremos uno, ¿te parece? -De acuerdo. Vamos a poblar ese planeta vegetal, pioneros de una nueva especie en el reino animal.
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CONTACTO
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EL MUNDO PERDIDO
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EL MUNDO PERDIDO.
Amanece. Un día más despuntando en la fría belleza de la isla. En las roquerías azotadas por el viento se apiñan skúas, albatros, cormoranes y petreles en la diaria búsqueda del alimento. En las lomas cubiertas de matas achaparradas cientos de pingüinos despliegan sus voces en un contrapunto de sonidos inigualables. Por las restingas verdosas se arrastran hermosos ejemplares de elefantes marinos y en los acantilados húmedos donde rompe el oleaje una y otra vez, grandes cantidades de lobos marinos cumplen la tarea sublime de procrear. El disco inmenso del sol surge como fuego desde las profundidades azules del mar. En otro sector de la isla, donde un helado arroyuelo discurre susurrante en búsqueda del mar, amplias grutas se adornan con la primera claridad. Entonces… los extraños y fornidos hombres se aprestan a iniciar la monótona tarea diaria de sus vidas. Entre ellos… Zinj y Nandy se disponen a partir a la roquería para pescar.
En una pequeña playa de arenas grises yace el cuerpo pequeño de una joven muchacha. Zinj y Nandy se acercan temerosamente y quedan petrificados observando aquel ser extraño surgido del mar. Intercambian sonidos y miradas, no pueden comprender… Tocan el cuerpo mojado y… ante su sorpresa, la muchacha abre los ojos en una expresión perdida; primero mira a esos dos extraños seres con calma, sin comprender nada, sin saber distinguir la realidad del sueño, luego… un grito de horror los
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espanta, al tiempo que la muchacha se incorpora y sale corriendo por la playa en medio de las aves alborotadas. Zinj y Nandy corren tras ella y fácilmente la alcanzan. Aterrorizada, se desploma en la arena, sumergiéndose en el salvador mundo de los sueños.
Despierta sobre unos cueros sintiendo el calor del fuego que crepita cerca. Los dos seres raros están a su lado. Ya no los mira asustada, más bien inmensamente asombrada… en los ojos de esas bestias hay una pizca de ternura que la hace sentirse más confiada y cómoda, y no le parecen entonces tan feos. Los analiza: muy altos, fuertes, sus cuerpos casi desnudos aparecen cubiertos de pelo hirsuto. Pero lo que más llama su atención es la forma de sus rostros aplastados como una pala y su frente que se pierde hacia atrás cubierta de pelos. Tan diferentes a cualquier ser conocido de la Tierra, que siente han surgido de las profundidades del tiempo, sus miradas tristes encierran todo el misterio de la evolución. “La evolución”… piensa y cierra los ojos para no ver a su alrededor- “Qué ha pasado?, ¿he viajado en el tiempo en retrógrada? Pareciera que estoy en el lugar donde seres tan semejantes a éstos vivieron en época de los primeros homínidos. Según recuerdo… no existen en nuestro Planeta y entonces… ¿dónde estoy?” En un esfuerzo terrible trata de retroceder al instante en que sintió desaparecía del mundo para siempre. “Claro –recuerda- viajaba sobre el Atlántico sur en un vuelo normal y corriente que me conducía a Angola donde un par de amigos me esperaban para recorrer juntos algunas reservas del Continente Negro. En algún momento el avión se precipitó al mar, desintegrándose en partes, sólo sé que aparecí
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flotando en el agua sobre un trozo… ¿de ala?, no sé muy bien pero luego… ¿qué pasó?, debo haber estado muchas horas en el mar helado, dormirme y… despertar en este lugar extraño habitado por homínidos”. “Sin duda ha de ser una isla, isla que posee una fauna que me resulta muy familiar, semejante a la del continente de donde provengo. ¿Y éstos seres… cómo pudieron sobrevivir tantos años sin ser descubiertos?” ¿O será que por alguna razón desconocida he terminado en otro planeta, en otra dimensión donde la vida es similar a la nuestra aunque el tiempo es otro? “Todas las islas de esta zona son conocidas, tantas veces visitadas y exploradas por los navegantes de todos los tiempos…sin duda que éste lugar no fue visitado nunca. ¿Qué misterio es éste? Creo que me volví loca y estoy alucinando, tal vez me haya muerto y mi alma esté en algún lugar del cosmos donde las almas moran después de abandonar el cuerpo terrenal”. “África, según leí, es la cuna de la especie humana y antiguamente el Atlántico no existía porque África, América del Sur, La Antártida, Australia y la India formaban un solo continente: Gondwuana. Supercontinente que se fue fracturando lentamente en otros más pequeños y en islas hasta ocupar la posición actual. ¿Podría ser que yo esté en una de esas islas donde algunas especies han prosperado durante milenios sin necesidad de evolucionar? Sí… puede ser; pero lo que me parece increíble es que nadie haya reparado en ellos, que aún queden puntos oscuros en nuestro pequeño planeta. ¡Y tantos científicos exprimiendo sus cerebros para desentrañar la verdad de la evolución humana… y aquí, a mi lado, está la respuesta!”. “Aunque también podría ser que se haya abierto alguna puerta hacia otras dimensiones y haya sido abducida hacia el espacio, terminando en algún mundo cósmico donde la vida
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está en una etapa evolutiva equivalente a un lejano pasado en la Tierra”. Interrumpe sus pensamientos y abre los ojos, una sonrisa ilumina su rostro. Lo que sí es real que ahí, cerca de ella están ellos, inmutables y pacíficos. Siente necesidad de comunicarse, saber más, habla aunque sabe no entienden; hace ademanes, trata de explicarse y hacerles ver que tiene frío… y que tiene hambre. La conducen a otras cuevas donde la reciben los demás integrantes de la comunidad: mujeres, hombres, niños, éstos muy juguetones, como cualquier cachorro de cualquier especie. Corretean a su alrededor, la tocan y comentan entre ellos con gran asombro sobre ese gran tesoro que les ha traído el mar. La desvisten y cambian sus ropas húmedas por pieles secas, enseguida la alimentan con sabrosa carne de pescado asada, y así… alrededor del fuego milagroso, una hermosa comunicación va naciendo entre ellos. Y llega el nuevo día… con Zinj y Nandy salen a recorrer la isla como verdaderos amigos. Paso a paso va descubriendo que por la variada fauna es un paraíso. Allí están… todos los seres que tanto ama; “ya no importa cómo llegué aquí –piensa- ahora siento que tengo todo el tiempo del mundo para admirarlos como soñé un día”. Y los días fueron pasando… ella disfrutando de la vida en compañía de sus amigos y todos los demás. Recorriendo y viviendo cada rincón de la isla, dialogando con las aves, escribiéndole poemas al mar y al silencio, al sol y a la nieve, al viento y a las flores… Una mañana –como tantas- descansaba entre unas rocas cercanas al mar, entreteniéndose con la febril actividad de los
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pingüinos criando; cuando distinguió en la lejanía la inconfundible figura de un barco. Una imperiosa necesidad de regresar a la civilización le acelera el ritmo del corazón. “¿Cuánto tiempo llevo aquí?”. No recuerda porque han sido años de felicidad, pero cree que es hora de regresar. Mientras tiene esos pensamientos, varias orcas se acercan a la playa y la saludan. Son sus amigas, como todos los animales de la isla… la idea la conmueve: “ellas me llevarán hasta el barco”. Corre presurosa a las cuevas para informar a sus amigos homínidos de la decisión que tomó. Al principio se asombran, aunque los invade la tristeza, comprenden y se ofrecen para acompañarla a la playa y despedirla. Se lanza al mar, trepa a una de la orcas y trata de indicarle lo que desea, nadando rumbo al lejano barco. No sabe nadar… pero se siente segura porque está con sus amigas, desde la playa le llegan los gritos de saludo que lanzan los extraños seres del pasado. Los pingüinos nadan cerca sin temer la cercanía de las orcas, lo mismo ocurre con lobos y elefantes y todas las aves voladoras que acompañan su insólito viaje.
En el barco no pueden creer lo que ven. Pero sí… es una mujer la que hace señas trepada al lomo de una orca mientras gran cantidad de animales la rodean en un alboroto genial. Sin duda… está pidiendo ayuda. Le tiran un salvavidas y enseguida la mujer se encuentra en la cubierta del barco rodeada por hombres asombrados. El mayor problema es dar con el idioma que habla. Intentan con varios hasta que con gran júbilo reciben contestación.
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-Me llamo Lucía, gracias por recogerme. Deseo que me lleven a mi país porque estoy muy cansada. -¿Pero de dónde vienes? ¿Y esos animales? -Son mis amigos, por ellos pude alcanzar al barco. -No se te ve mal, ¿dónde has estado? No tenemos noticias de un naufragio. -No sé… hace años cayó un avión al mar y yo sobreviví en una isla, con todos ellos. -Sin duda que lo hiciste muy bien… ¿había comida suficiente? -Es que con tantos animales amigos es fácil conseguir comida. –No quiso mencionar lo de los seres homínidos que la encontraron, deseaba que siguieran evolucionando sin intromisiones; además, seguro que esa gente no le creería. -¿Dónde está la isla? Cerca de aquí no conocemos ninguna. -¡Oh sí que hay!, allí está –señala la desierta línea del horizonte- es cerca, porque desde ella vi el barco. Los hombres se miran unos a otros. No ven nada, absolutamente nada, en los mapas tampoco hay nada, están seguros: es altamar. La vuelven a interrogar. -Lucía… creo que tienes una gran confusión, debe ser por todo lo que has vivido como resultado del accidente que mencionas. Cuando descanses podrás recordar y contarnos todo. -No estoy cansada, estoy feliz, y puedo contarles solo algo que es seguro: estuve perdida en un mundo surgido de las profundidades del tiempo.
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LA GOTERA
Un repiqueteo de golpes aislados primero, continuos después, la sobresalta. Aturdida aún por el repentino despertar busca la pequeña linterna de la mesa de luz y alumbra el reloj: las 2.25 de la madrugada. Sabe que esa noche tenía que llover, la primavera venía con lluvias frecuentes después de la larga sequía invernal. El ritmo de su corazón se acelera al compás del ruido de los grandes granizos que al caer sacan notas disonantes de las grises chapas del techo. En los últimos tiempos, cada lluvia, por más insignificante que fuese la altera sobremanera. Más precisamente desde el verano… cuando apareció la primera gotera. Su reacción entonces fue de asombro. En un techo casi nuevo de una construcción de 15 años. Pero ahora se apodera de ella el terror cuando empieza el goteo. La lluvia la fastidia y se cubre los oídos para no escuchar. “Después del décimo arreglo tendría que desaparecer” – piensa. Sin embargo tiene muy poca fe por los tantos fracasos anteriores. Sabe que el hombre que durante 30 años atendió sus techos estaba totalmente desorientado por primera vez en tanto tiempo, cuando ella le dijo una y otra vez que la gotera persistía. Se queda inmóvil en la cama, a esperar, como al acecho… la piedra pasa y sobreviene la calma… algo de viento y luego… se desata la lluvia. No quiere mirar, no quiere escuchar… ahí, en el marco de la puerta de su cuarto está el problema… y más allá… en el pasillo que da al baño también. Como si un monstruo invisible se fuese desplazando a través del tiempo desde el lugar fijo donde empezó a gotear la primera vez, hacia distintos espacios apoderándose poco a poco de casi todo su territorio
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con un contrapunto de goteos cuya melodía fantasmal la invita a mudarse de lugar, a soñar con volver a la casa de su niñez donde fue tan feliz y siempre regresaba en vida de su madre atraída por el aroma sutil del jazminero en flor. La lluvia en esa casa de su niñez sonaba a poesía, porque ese sonido sobre el techo y entre las hojas de las plantas era un susurro de paz para su espíritu. Tantas otras veces se aisló en su taller de arte ,“su refugio de paz”, desde donde nada podía escuchar, donde se sentía segura, donde nada le podía pasar… al menos cuando llovía, y en la entrada de su cuarto se activaban los sonidos espeluznantes de las goteras donde un duende maléfico entonaba un himno fantasmal. Ahora son las 2.25 de la madrugada y ella no quiere abandonar el cuarto que cobijó sus sueños durante 14 años de soledad. Al rato de cesar la lluvia, el sonido familiar de la primera gota resuena en el silencio. Ella se acurruca más y más entre las mantas de la cama y se niega a escuchar. Toma el celular y activa la grabación “1 “con su propia voz reproduciendo el ejercicio de meditación de Brian Weiss. Poco a poco se relajan sus músculos y sin darse cuenta el repiqueteo continuo la adormece y en ese estado de sopor le parece escuchar que la lluvia vuelve a caer y sus campanas repican alegres sobre el techo, la vereda, la calle… y hasta en las paredes de su alma. La última imagen que se dibuja en su mente antes de la fuga es que un diluvio de gotas la empuja con un peso descomunal, hundiéndola en un agujero negro, húmedo, sin fondo; emprendiendo luego un viaje sin retorno por las entrañas de la Tierra; atravesándola, hasta dar en el vacío cósmico seco, silente, incoloro e infinito, convertida en una deslumbrante gota de luz que navega en un océano sin agua.
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LA VISITA (cuento romántico)
Se
presentó en mi casa una de esas tardes de primavera, llena de sol, de trinos, de fragancias florales… Él, mi amigo caribeño. El que conocí alguna vez en un poblado austral bendecido por los dominios del viento, del mar y cientos de seres que viven en libertad y sin misterios. Allí estaba, mirándome, con su voz cálida saludándome, su pelo rebelde, sus ojos inquietos y llenos de vida, como lo recordaba de antes: dispuesto a vivir plenamente la ofrecida creación. Sabía que vendría nuevamente al sur, pero esa vez… me sorprendió su soledad. -¿Tu familia, tus amigos? –le pregunté mientras trataba de reponerme de la sorpresa que por un lado me daba gran alegría y por otro, cierto temor. -Vine solo –hizo una pausa y siguió- han pasado cosas que quisiera hablar tranquilo contigo, tengo muchos planes para realizar y he pensado en ti. -En tus cartas no me decías nada y…. Me interrumpió… -No se puede contar por carta, y además tenía que estar seguro.
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-¿De qué? –dije nerviosa y seguramente que pálida, porque estaba temblando. -Bueno… de lo que pienso hacer con mi vida. -No entiendo –en realidad deseaba no entender y cambié de tema -¿tienes un plan para recorrer el país? -Sí, por supuesto, de eso quería hablar contigo. -Ah!... era eso… -respiré más aliviada al conocer la razón que lo traía a mi- hablaremos más tarde, ahora es mejor que busques dónde pasar la noche.
Después de la cena, lo llevé a mi lugar de trabajo, “mi refugio de soledad” como me gustaba llamarlo, para poder conversar con tranquilidad. Pero la verdad que me encontraba muy nerviosa porque podía imaginar lo que él me iba a proponer, lo que no sabía era hasta dónde podría llegar. Y esa incertidumbre me tenía inquieta, más que nada porque a pesar de mi lucha interior por rechazar esos pensamientos, más bien sentía que me agradaban. -Quiero que me acompañes en el viaje –me dijo sin rodeos. -¿Acompañarte?... no me parece, eres un hombre casado y yo soy soltera y libre. Te perjudicaría. -¿Y si te digo que también soy libre? -No te creería.
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-Como quieras, pero la verdad es que me separé de mi mujer. -¡No puedo creerlo! Formaban una familia ideal… los niños, tan bellos, se veían tan unidos todos. Perdona, pero me cuesta creerlo. -Simplemente que no era tan así como te pareció. Sí es cierto que a mis hijos los adoro y no los abandoné ni los abandonaré. -¿Entonces? -Seguiré viendo a los niños, pero estoy separado de mi mujer y tengo el divorcio en trámite, pronto estaré libre para casarme… -¡Y a pesar de todo, deseas casarte nuevamente! – exclamé sorprendida. -Porque me he vuelto a enamorar, y ahora sé que es definitivo. -Muy bien, es tu vida, pero debes comprender que no puedo acompañarte porque no quiero ser cómplice del fracaso de tu matrimonio. Además, no hay nada definitivo en la vida. -No tienes nada que ver en eso, la relación venía mal, conocerte sólo detonó todo y es mejor así. Quiero ser claro contigo… en verdad, te propongo que seas mi mujer de aquí en adelante. -¿Qué quieres decir? –ensayé una protesta sin fuerza alguna, sentía que se acababan mis débiles defensas.
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Él contestó con toda la paz del mundo, seguro de sí. -Por si aún no has entendido, debo decirte que me he enamorado de ti. Al principio no me daba cuenta, pero luego al ver que las cosas estaban cada vez peor con mi señora, analicé la situación y descubrí que amaba a la muchacha lejana que sólo había visto una vez y con la que me escribía amistosamente cuando el tiempo lo permitía. -No lo puedo creer. Es imposible, más bien creo que te sientes atraído por nuestros intereses comunes. Tal vez eso te confunda. -No, estoy seguro, puedo demostrártelo. -¿Cómo? -Si me acompañas en el viaje, te lo demostraré, nos iremos conociendo más, aprenderemos a convivir, no te pediré nada que tú no desees. -Todo está bien pero… ¿has pensado si yo siento lo mismo? -Sí, por supuesto que he pensado; y es por eso que te daré tiempo, ni siquiera te pido que me digas nada ahora, respetaré tu tiempo. -Será inevitable, buscarás seducirme. -¿Y tú no? Desde que te conocí que me estás seduciendo. -¿Cómo?, jamás fue mi intención. -Con tu ternura, con tu inocencia, con tu pureza…con tu forma de ser y de pensar.
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-¿Cómo estás tan seguro que aceptaré? -Porque te conozco más de lo que imaginas. -Te seguiré igual, aunque creo que es una locura.
Todo fue maravilloso hasta que él regresó a su casa, en el hemisferio norte. Pasaba el tiempo y yo sabía que no volvería, que era un engaño y sin embargo, en contra de todos mis principios había aceptado su propuesta y me había convertido en su amante. Creo que en el fondo de mi alma, latía una esperanza. Esa única esperanza para alejar mi eterna soledad. ¡Qué paradoja!, y me sentía más sola que nunca, amada por un hombre casado que ya había logrado su objetivo y que jamás abandonaría a su mujer. “¿Si siempre lo supe, porqué me dejé engañar así?” me preguntaba una y otra vez. Mi corazón sabía la respuesta: por amor, casi sin darme cuenta, me había enamorado como nunca antes. -Y bueno, ¿qué puedo hacer? –me dije. -Lucha por él, viaja a su casa, búscalo y comprueba la verdad, si te engañó tendrá que afrontar la realidad de tu presencia. –me contestaba.
Cuando llegué a la pequeña isla y comencé a caminar por la ciudad me sentí rara, en un mundo extraño que no era mi
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mundo cotidiano. La gente, los autos, los edificios… era como si me asfixiara y no pudiese respirar. Otros colores, otros olores, otras costumbres… Me sentía fuera de lugar y hubiese escapado de esa ciudad si no fuera porque mis sentimientos me impulsaban a buscarlo. En realidad, lo que quería no era escapar de ese lugar, sino de mis sentimientos para no tener que afrontar una situación en la cual jamás soñé verme envuelta, una situación para la que no había nacido, ajena a mi vida planificada, digna, correcta, estructurada… intachable, dirían quienes me conocen bien. A pesar de todo, tomé coraje y llegué hasta su casa. Llamé a la puerta. Me recibe una criada muy amablemente. -¿Qué desea señorita? Le expliqué que lo buscaba a él. -El señor ha salido de viaje –me contesta. -¿Y la señora? –indagué. -Todos han salido, también los niños. -¡Qué mala suerte! Vengo de lejos y tenía que verlo, es por algo urgente. -Lo lamento, sin embargo en unos días pueden estar de regreso. -¿Me permitiría esperarlos aquí?, no conozco a nadie en ésta ciudad.-dije sin pensar. -No lo sé –titubeó- sin orden de ellos…
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-Soy conocida y amiga del señor, puedo mostrarle algunas de las cartas que me enviaba donde está su firma. Y mi documento también. Sin esperar respuesta saqué una de mi cartera y se la entregué. -Puede leerla –le dije. -No… no hace falta, pase que le indicaré su cuarto. -Gracias… es muy amable.
Esa noche supe lo que iba a hacer; ya no tenía dudas, me había engañado y mi vida estaba arruinada, tenía que poner fin a todo. Hablé con la criada y le dije que cuando llegaran nada dijese de mi presencia en la casa porque les tenía preparada una sorpresa. Por suerte, sin sombras de sospecha, aceptó cumplir con mi pedido. Y el día llegó. La alegre familia entró en su propia casa sin imaginar la sorpresa que le esperaba. Cuando se hizo noche y todos se retiraron a descansar, me preparé para cumplir con lo prometido. No tenía miedo… era mi tiempo de venganza.
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Sigilosamente me acerqué al cuarto de los esposos, llevando como única arma mi almohada. Me aseguré que dormía y todo fue muy rápido y fácil, presioné la almohada contra su rostro y esperé… al poco tiempo, estaba muerto. Sin embargo, tarde me di cuenta del error, la oscuridad me había impedido ver que en la gran cama, él, estaba completamente solo. Totalmente perdida, abandoné la casa, y comencé a andar sin rumbo, devorada por las sombras de la lejana y mustia ciudad.
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MISTERIOSA HONDONADA
La tarde de otoño cae plácidamente en el campo. Ellos caminan tomados de la mano alrededor de la enigmática laguna que forma un ecosistema de gran biodiversidad. La vida acuática transcurre con la actividad pausada de principios de otoño. Patos, gallaretas, cisnes de cuello negro, garzas blancas, nutrias… emergen entre las altas totoras o descansan en el centro de la laguna de aguas plagadas de organismos vivos para alimentar a tan variada fauna. Un lugar sagrado, un antiguo cementerio indígena, un lugar inigualable de la vasta llanura de aquel país lejano, casi a salvo de los ruidos de la civilización. Ella desea esperar la puesta de sol para sacar buenas fotos, siendo como es coleccionista de alboradas y crepúsculos. Cuando llegan a lo alto de la loma donde descansan los restos del Cacique que gobernaba esa tribu doscientos años antes, es el momento ideal para la toma que desea hacer. Reflejos dorados tiñen las aguas de la laguna y sus seres alados van buscando refugio para pasar la noche. El cielo diáfano, la suave brisa apenas fresca acaricia los rostros de la pareja. ¿Te gustaría ir a un lugar muy especial que hay por aquí cerca? –pregunta ella. -¿Qué lugar es ese? –dice él.
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-Un sitio energético… se dicen muchas cosas sobre el mismo... pero mejor experiméntalo tú mismo. No te arrepentirás. -Si no es lejos… vamos. -No… creo que llegaremos para la hora justa que es cuando anochece, y si queremos podemos quedarnos un buen rato allí. -Dale… vamos entonces. La camioneta se adentra por los laberínticos caminos de ese lugar, la luz se va apagando y una capa de polvo en suspensión por momentos no deja ver bien. Pasan un paraje rural y 9 kilómetros más adelante, una escuela que ya tenía las luces encendidas. Desde ahí desvían unos 700 metros por un camino mucho más angosto y un viejo cartel les indica que llegan, pero hay que entrar unos 50 metros por una huella que termina abruptamente en un alambrado. La noche se avecina en la penumbra que envuelve los campos sojeros. Dejan la camioneta y pasan el alambrado siguiendo una angosta senda a pie. Suben un trecho y ya arriba, se abre ante sus ojos la imagen simple pero muy extraña de una gran hondonada cubierta de pastos duros, secos en el centro, como si fuese un cráter abierto por un gran meteorito, como los que ella alguna vez vio en Campo del Cielo. El terreno mucho más alto de sus bordes impide que los campos bajos que la rodean manden agua cuando hay inundaciones; por lo tanto, ese extraño pozo de forma oval nunca se llena de agua. Desde una de las esquinas bajan hasta llegar al centro de la hondonada, en cuanto llegan allí sienten mucho frío notando que el clima cambia abruptamente a una temperatura varios
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grados menos que la que hace en los bordes altos. En ese momento la penumbra los rodea, es el exacto momento en que el día se hace noche. El silencio sólo es interrumpido por el andar de unas cosechadoras que hacen su trabajo en un campo cercano. A lo lejos, el reflejo de la luz amarilla de la escuela y nada más. Una extraña sensación los invade. Ascienden por un costado y se topan con un sojal bastante deteriorado, el entorno se ve algo lúgubre. Bajan nuevamente al centro, y otra vez el frío ese. Él decide subir por el otro lado y luego caminar por arriba hacia el punto donde habían subido primero. Ella, sin embargo, permanece inmóvil en ese centro oscuro y frío. Cuando él la observa desde arriba su silueta era una sombra en la oscuridad ya instalada. Gira unos segundos para observar los alrededores, una perdiz levanta vuelo a su lado y lo asusta… entonces vuelve su mirada al fondo para buscarla… pero no la ve. La llama, le dice que bajará a buscarla para ayudarle a subir, que deberían partir. Recorre con su vista el entorno, no hay nada más que noche y el reflejo de la luz de la escuela. Baja una vez más hasta el centro frío y nada. La vuelve a llamar ya envuelto en una extraña sensación de angustia. Le contesta el monótono andar de las dos cosechadoras cuyas fantasmagóricas luces despiden haces que se entrelazan en la oscuridad ya instalada y su reflejo lo encandila desde el diáfano cielo otoñal.
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EPÍLOGO “A un gran amor que dejó huellas en mi vida”
UNA LEJANA HISTORIA DE AMOR. Ciudad, 22 de marzo de 1990. Vida mía: Hoy ha sido uno de esos días tan tristes en mi existencia, no tenía idea que el verdadero amor fuera así. Te amo, te amo mucho… Estuve en el aeropuerto hasta que el avión alzó vuelo. Cuando lo vi surcar por los aires sentí una pena tan intensa en el alma que sin darme cuenta una lágrima caía por mi mejilla porque te extraño mucho ,se me hace un nudo en la garganta, aunque debo estar feliz porque pronto estaremos juntos. Hemos vivido 22 días intensos, ambos sabemos que éste intervalo de separación tiene que ser corto para preparar el matrimonio tal lo acordado. Tenía necesidad de sentarme a la máquina y escribir, en esta misma máquina que acariciaron tus dedos de sensible poeta; no es fácil ver mi casa y pensar que estás en todos los rincones de ella. Recuerdo que anoche estábamos juntos jurándonos amor eterno. Vienen a mi mente esos momentos tan tiernos cuando te aprestabas a preparar nuestros alimentos en la cocina del Instituto cercano a la Reserva, yo apreciaba tu bella figura cerca del fuego, los perros husmeando por la zona y el cariño con que me atendías… ese pequeño detalle de un andar o
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un te quiero, es que jamás he sido tan feliz como en aquellos momentos porque ninguna mujer me amó tan puramente como tú, con quien anhelo ser feliz el resto de mis días. Recuerdo los paseos tomados de la mano por la Ciudad, el Olivar, la Costanera, aquella noche frente al mar cuando nos besamos por primera vez. Hoy: ¡Qué triste está mi casa sin tu presencia! Sin tu despertar, sin tu caminar, sin tu anochecer, sin tu contagiosa risa… gracias mi amor por amarme, por ser tan noble y linda, por aprender a ser mimosa y dulce, gracias por ser como eres, junto a mi creerás en la vida, aprenderás lo que es amar… Puse tu casete y escuchando el piano que tan bellamente ejecutas me largué a llorar como un niño en la soledad de mi dormitorio. Nunca lloré por una mujer, pero tú eres esa mujer que tanto esperé, la que amé en mis sueños, incluso antes de haber nacido. Estoy muy orgulloso de ser tu novio, tu amigo, tu compañero, tu amante. Gracias por todo, por amarme, por quererme, por ser linda conmigo, gracias por haberme permitido ser el primer hombre en tu vida, gracias por ese privilegio de entregarme tu pureza, por ser mi novia y futura esposa. Te quiero, te adoro, te amo. Besos de tu: Danilo.
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Pueblo, 2 de abril de 1990. Mí querido Danilo: Hoy cuando fui al correo a dejarte una carta me encontré con la sorpresa de la tuya del 22 en mi casilla. Lloré, lloré mucho al leerla, también sé lo que sufriste cuando partí, lo sé mi amor y te comprendo. Yo estoy igual, más por la situación que estoy viviendo con la enfermedad de mi padre, aunque ahora ya me siento más tranquila, papá está en casa, lo traje esta mañana y el médico dice que se recuperará pronto. Anoche te soñé mucho y te imaginé en mis brazos. Entonces escribí otra poesía, acá te mando unos versos, y poco a poco estoy armando el libro sobre nuestra historia de amor. “Te espero. Te espero. Te espero. Te esperaré siempre, porque en el surco de mis senos hizo nido tu boca y en la blanca redondez de mi vientre guardo un remanso para la fatiga de tus manos”. No sabes las veces que leo y releo tu bellísima carta del día posterior a mi partida… y cada vez que lo hago lloro de emoción y de deseo de estar contigo, de amarte, de hacerte feliz…y luego, antes de dormirme por la noche, escucho el casete con las canciones románticas que me dedicaste. Y sueño con lugares y momentos idílicos que pasaremos cuando vengas y viajemos por esos sitios silentes, solitarios, donde sólo estaremos tú y yo para amarnos mil veces hasta el cansancio.
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Te cuento que mi familia sigue nuestra historia de amor como siguen una novela en la Tele, no ven la hora de conocerte, hablarte y vernos juntos. Danilo mío, sabes que soy solo tuya, y no veo la hora de que estemos definitivamente juntos, y recuerda que te amo mucho, jamás se me olvidarán tus besos y tu forma de amarme. Eres lo más maravilloso que me pasó en la vida. Te amo hasta el infinito. Y te sigo deseando, cada día más, cuanto más pasa el tiempo, más crece mi deseo. Muchos besos como a ti te gustan. Selva *En la Antología "CARTAS DE AMOR". Editorial Rosario. 2014.
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INDICE PREFACIO ........................................................................................7 REFLEXIONES DE AUTOR. ..............................................................11 EL ÚLTIMO VIAJE ...........................................................................17 INVASIÓN DE HORMIGAS .............................................................19 LA BAHÍA DE PARACAS ..................................................................22 LAS ISLAS BALLESTAS ....................................................................26 EL VUELCO ....................................................................................28 LIHUÉ CALEL ..................................................................................30 UN REGRESO INOLVIDABLE ..........................................................32 CLAROMECÓ .................................................................................35 NIEVE EN ISCHIGUALASTO ............................................................38 EL MUSEO DEL FIN DEL MUNDO...................................................40 LAGUNA LA AZOTEA .....................................................................41 EL REGRESO ..................................................................................43 DERROTERO POR URUGUAY .........................................................47 EL DESIERTO COSTERO DEL PACÍFICO...........................................50 VOLVIENDO A PARACAS................................................................52 RUMBO AL NORTE ........................................................................55 MOMENTO....................................................................................57 SAN LUIS: NUEVOS RUMBOS. .......................................................58 UN DÍA EN ISLA DE LOS PÁJAROS .................................................69 AMANECIENDO CON LA NATURALEZA EN CABO DOS BAHÍAS .....70 AVENTURA ALADA EN PUNTA ROJA .............................................72 UN BAÑO RECONFORTANTE .........................................................74 ESPERANDO LA NOCHE EN PUNTA NORTE ...................................76 HACIA EL MUNDO DE LAS ROCAS .................................................77
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EN CALETA VALDÉS ...................................................................... 79 ESPERANDO LA LLEGADA DE LAS ORCAS ..................................... 80 EN PUNTA DELGADA .................................................................... 82 PINTANDO EN LAS SIERRAS .......................................................... 83 REFLEXIONES DE AUTOR .............................................................. 87 INSTANTE ..................................................................................... 89 VISIÓN .......................................................................................... 90 HAMBRE ....................................................................................... 90 LA GOTERA ................................................................................... 91 DESTINO CRUEL ............................................................................ 93 LA CAMINATA ............................................................................. 100 LA MISIÓN (interdimensional) .................................................... 107 LAS CARTAS ................................................................................ 115 COLAPSO AMBIENTAL ................................................................ 121 EL AMIGO (cuento narco-romántico)......................................... 133 LA FRONTERA DE LOS SUEÑOS................................................... 137 LA ÚNICA CITA ............................................................................ 147 LOS PRIMOS ............................................................................... 151 CONTACTO ................................................................................. 153 EL MUNDO PERDIDO. ................................................................. 159 LA GOTERA ................................................................................. 165 LA VISITA (cuento romántico) .................................................... 167 MISTERIOSA HONDONADA ........................................................ 175 EPÍLOGO ..................................................................................... 181
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