CAPÍTULO 1
SARIPUTTA MAESTRO DE CEREMONIAS DEL DARMA
Nyanaponika Thera
PRÓLOGO
E
n muchos templos de Sri Lanka encontrará usted, a ambos lados de la imagen del Buda, las estatuas de dos monjes. Sus ropas están plegadas sobre un hombro y ambos se muestran en actitud de reverencia, con las palmas de las manos juntas. También verá a menudo, a los pies de dichas estatuas, unas cuantas flores ofrecidas por algún devoto piadoso. Si pregunta el lector quiénes son estos dos monjes, se le dirá que son los discípulos principales del Iluminado, los arahants Sariputta y Mahamoggallana. Ambos están situados en los lugares que ocuparon durante sus vidas, Sariputta a la derecha del Buda, Mahamoggallana a su izquierda. Cuando se abrió la gran estupa de Sanchi, a mediados del siglo pasado, se descubrió que la cámara de las reliquias contenía dos receptáculos de piedra; el del norte guardaba las reliquias corporales de Mahamoggallana, mientras que el del sur encerraba las de Sariputta. Así yacieron los cuerpos de ambos monjes, mientras los siglos transcurrían y la historia de más de dos mil años representaba el drama de la impermanencia en la vida humana. El Imperio Romano se había erigido para extinguirse después, las glorias de la antigua Grecia se habían convertido en un lejano recuerdo; nuevas religiones habían escrito sus nombres, a menudo con sangre y fuego, sobre la voluble faz de la tierra, sólo para mezclarse finalmente con las leyendas de Tebas y Babilonia; y el apogeo del comercio había cambiado gradualmente los grandes centros de la civilización, de Oriente a Occidente, mientras florecían y decaían generaciones que jamás escucharon la Enseñanza del Buda. Pero mientras las cenizas de los sagrados discípulos permanecían tranquilas, olvidadas en la tierra que les vio nacer, se mantenía con celo su memoria, dondequiera que hubiera llegado el mensaje del Buda, y se transmitía de una generación a otra la historia de sus vidas, primero oralmente, más tarde, en las páginas escritas del Tripitaka budista, el texto escriturario más voluminoso y detallado de todas las religiones. Son estos dos discípulos los que, después del Iluminado, veneran con más ardor los budistas de las tierras teravadas. Sus nombres son tan inseparables de los anales budistas como el del propio Buda. La evidencia de que se hayan entretejido, con el paso del tiempo, tantas leyendas en la tradición de las vidas de sus seguidores no es más que el resultado natural de la devoción que siempre se ha sentido hacia ellos. Y esa elevada estima estaba plenamente justificada. Pocos son los maestros religiosos que han sido tan bien atendidos por sus discípulos inmediatos como lo fue el Buda. Esto lo verá usted a medida que lea las páginas que siguen, pues en ellas se relata la historia de uno de los más grandes de sus discípulos, el venerable Sariputta, que
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secundaba sólo al Buda en la profundidad y el alcance de su comprensión y en su habilidad para enseñar la doctrina de la liberación. No se incluye en el Tripitaka registro alguno asociado a su vida, pero ésta puede recomponerse a partir de los diversos acontecimientos esparcidos por los textos y comentarios canónicos, en los que figura Sariputta. Algunos de estos eventos son más que incidentes pues, al estar su vida tan entrelazada con la del Buda y su ministerio, Sariputta juega una parte esencial en la historia del Bienaventurado y, en numerosas ocasiones, es el propio Sariputta quien ejecuta el papel principal –como diestro preceptor y ejemplo, como amigo bondadoso y considerado, como guardián del bienestar de los monjes a su cargo, como depositario de la doctrina del Buda–; función, ésta, que le mereció el título de Darmasenapati –Maestro de Ceremonias del Darma–. Como persona, fue siempre un hombre sin igual en paciencia y determinación, modesto y recto en pensamiento, palabra y acción, un hombre para quien un acto de bondad debía recordarse con gratitud por tanto tiempo como se permaneciera en vida y que resplandecía, incluso entre los arahants –los seres liberados de toda corrupción de la pasión y del engaño– como la luna llena en un cielo estrellado. Éste es, pues, el hombre de intelecto profundo y de naturaleza sublime, un verdadero discípulo del Gran Maestro, cuya historia hemos relatado con la mayor de nuestras habilidades en las páginas que siguen. Si usted, el lector, puede recoger de este registro imperfecto algo de las cualidades de un ser humano perfeccionado, completamente liberado y elevado al más alto nivel de realización, algo de su modo de actuar, de hablar y de comportarse con sus compañeros y, si tal lectura le aporta fuerza y fe en la garantía de lo que puede llegar a ser un ser humano, entonces, nuestra labor ha merecido la pena y queda ampliamente recompensada.
LA BÚSQUEDA DEL DARMA LOS PRIMEROS AÑOS La historia comienza en dos pueblecitos brahmánicos de India, Upatissa y Kolita, situados en las cercanías de la ciudad de Rajagaha1. Poco antes de que nuestro Buda apareciera en el mundo, dos mujeres concibieron un hijo en el mismo día. Una de ellas era Rupasari, mujer brahmin del pueblo de Upatissa2. La otra se llamaba Moggalli y vivía en el pueblo de Kolita. Las familias de ambas, estrechamente unidas por una amistad que mantenían desde hacía siete generaciones, ofrecieron el debido cuidado a las futuras madres desde el primer día de su embarazo. Transcurridos diez meses, las dos mujeres dieron a luz a un hijo al mismo tiempo. En la fecha de imposición del nombre, el hijo de Rupasari recibió el de Upatissa, ya que había nacido en la familia más importante de ese pueblo y, por la misma razón, al hijo de Moggalli se le impuso el nombre de Kolita. Cuando crecieron, los niños fueron debidamente instruidos y adquirieron maestría en todas las ciencias. Contaban ambos con un séquito de quinientos jóvenes
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brahmines y, cuando se reunían en el río o el parque para hacer deporte o divertirse, Upatissa solía acudir con quinientos palanquines y Kolita, con quinientos carruajes tirados por caballos. Un acontecimiento anual se celebraba ahora, en Rajagaha: el Festival de la Cima de la Colina. Se habían dispuesto para ambos jóvenes asientos desde los que presenciaban juntos las celebraciones. Cuando se presentaba una ocasión para reír, reían; cuando el espectáculo era excitante, se excitaban; y pagaban cuanto fuera necesario para tener acceso al resto de los espectáculos. De este modo disfrutaron también del segundo día de festival. En el tercer día, no obstante, extraños pensamientos arrojaron sus sombras sobre los corazones de los dos amigos, que no pudieron seguir riendo y compartiendo su excitación. Mientras contemplaban sentados los juegos y las danzas, el espectro de la mortalidad humana se reveló, por un instante, ante su visión interna. Después, su actitud ya no pudo ser la misma. Para ambos, este ánimo sombrío cristalizaba gradualmente en una pregunta apremiante: “¿Qué estoy haciendo aquí? Antes de que estas gentes hayan cumplido cien años estarán todas muertas. ¿No deberíamos ir en busca de una enseñanza de liberación?”. Con tales pensamientos en mente se sentaron los dos amigos el tercer día para presenciar el festival. Kolita, viendo que Upatissa se mostraba pensativo y distante, le preguntó: “¿Qué te pasa, querido amigo? Hoy no estás tan alegre y jovial como los otros días, pareces preocupado. Dime, ¿qué te ocurre?”. “Mi querido Kolita, he pensado que disfrutar de estos espectáculos vacíos no aporta beneficio alguno. En lugar de perder el tiempo en tales festivales, debería buscar un camino que me libere de la totalidad del ciclo de renacimientos. Pero tú también, Kolita, pareces estar preocupado”. Y Kolita respondió: “Mis pensamientos son exactamente los tuyos”. Comprendiendo que su amigo compartía la misma inclinación, Upatissa dijo: “Hemos tenido una idea excelente. Sin embargo, sólo hay una cosa que deban hacer los que buscan una enseñanza de liberación: abandonar sus hogares y convertirse en ascetas. Pero, ¿quién nos guiará en esta nueva vía?”. En aquel tiempo, residía en Rajagaha un asceta errante (paribbajaka), de nombre Sanjaya, que contaba con un gran séquito de discípulos. Upatissa y Kolita, decididos a recibir de él la ordenación, se le acercaron acompañados por sus propios séquitos de jóvenes brahmines y todos ellos recibieron de Sanjaya la ordenación. A partir de ese momento, incrementó notablemente la reputación y el apoyo que recibía Sanjaya. Al poco tiempo, los dos amigos habían aprendido toda la doctrina de Sanjaya. Entonces, fueron hasta él y le preguntaron: “Maestro, ¿es ésta toda tu doctrina o puedes enseñarnos algo más?”. Sanjaya respondió. “Mi doctrina no llega más lejos. La conocéis en su totalidad”. Al oír sus palabras, pensaron: “Si es así, de nada sirve continuar la vida ascética bajo su guía. Hemos abandonado nuestros hogares para ir en busca de una enseñanza de liberación, pero con él no la encontraremos. India es grande, si vagamos por las aldeas, los pueblos y las ciudades encontraremos, sin duda alguna, un maestro capaz de enseñarnos el camino que buscamos”. Y, a partir de ese momento, cada
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vez que oían de un sabio brahmin o de un asceta en un lugar o en otro, iban a su encuentro y aprendían su doctrina. No hubo, sin embargo, ningún maestro que pudiera responder a todas sus preguntas, mientras que ellos eran capaces de dar respuesta a todos aquéllos que les cuestionaban. Después de viajar de este modo por todo India, regresaron a Rajagaha. Una vez allí acordaron que el primero que hallara al Inmortal informaría inmediatamente al otro. Era un pacto de hermandad nacido de la profunda amistad que existía entre los dos jóvenes. Un tiempo después de hacer tal promesa, el Bienaventurado, el Buda, se puso en camino hacia Rajagaha. Había concluido el primer retiro de la estación de las lluvias, después de su logro de la Iluminación, y había llegado el momento de vagar y de predicar. Antes de su Iluminación, el Buda había asegurado al Rey Bimbisara que regresaría a Rajagaha cuando alcanzara su meta. Ahora emprendía el viaje para cumplir con su promesa. Así pues, el Bienaventurado viajó por etapas desde Gaya hasta Rajagaha y estableció su residencia en el Monasterio de la Arboleda de Bambú (Veluvana) que el Rey Bimbisara le había ofrecido como obsequio. Entre los primeros sesenta y un arahats que el Maestro había enviado a proclamar al mundo el mensaje de liberación se encontraba un anciano llamado Assaji. Este monje había pertenecido al grupo de cinco ascetas que atendieron al Bodisatva cuando éste se esforzaba en las prácticas ascéticas y era también uno de los cinco primeros discípulos del Buda. Una mañana, mientras Assaji efectuaba su ronda de mendicante en Rajagaha, Upatissa le vio pasar, encaminando quedamente sus pasos de puerta en puerta, con su cuenco en la mano3. Conmovido por la apariencia dignificada y serena de Assaji, Upatissa pensó: “Nunca en mi vida había visto un monje parecido. O es un arahant o poco le falta. Debería acercarme a él e interrogarle”. Pero entonces consideró: “Ahora no es el momento adecuado, pues está efectuando su ronda de mendicante por las calles. Mejor será que le siga a la usanza de los suplicantes”. Y así lo hizo. Más tarde, cuando el anciano hubo acabado su ronda y buscaba un lugar tranquilo para comer, Upatissa extendió sobre el suelo su propio manto y ofreció el lugar al anciano para que tomara asiento. El anciano Assaji se sentó y comió, después de lo cual Upatissa le ofreció agua de su propio recipiente, comportándose con Assaji como un discípulo con su maestro. Tras intercambiar los habituales saludos de cortesía, Upatissa dijo: “Serenas son tus facciones, amigo. Pura y resplandeciente es tu tez. ¿Bajo la guía de qué maestro has emprendido la vía del asceta? ¿Quién es tu maestro y de quién es la doctrina que profesas?”. Assaji respondió: “Existe, amigo, un gran solitario, un vástago de los Sakyas, que ha abandonado su clan. Yo he renunciado bajo su guía. Mi maestro, el Bienaventurado, es éste del que te hablo y su darma es el que profeso”. ¿Qué enseña el maestro del venerable?, ¿qué es lo que proclama? Cuestionado de este modo, el anciano Assaji pensó para sus adentros: Estos ascetas errantes se oponen a la enseñanza del Buda. Voy a mostrarle lo profunda que
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es su enseñanza. Así pues, dijo: “No soy más que un aprendiz en el adiestramiento, amigo. No queda lejos el día en que partí de mi hogar y conozco poco esta doctrina y su disciplina. No puedo explicarte el darma detalladamente”. El vagabundo respondió: “Me llaman Upatissa, amigo. Por favor, dime lo que sepas de acuerdo con tu habilidad, ya sea mucha o poca. Mi tarea será penetrar en su significado empleando cien o mil métodos”. Y añadió: Sea mucho o poco lo que puedas decir, el significado sólo, ¡proclámalo para mí! Conocerlo es mi único deseo; de nada me sirven muchas palabras. En respuesta, el anciano Assaji, proclamó la siguiente estrofa: De todo cuanto surge de una causa, el Tathagata ha mencionado la causa, y también cuál es su cesación: ésta es la doctrina del Gran Solitario4. Al oír las dos primeras líneas, surgió en el vagabundo Upatissa la visión impoluta del darma –el primer vislumbre de lo Inmortal, el camino del acceso a la corriente– y hacia el final de las dos últimas líneas ya estaba escuchando como un ser que ha accedido a la corriente. En un instante supo: “¡Aquí ha de encontrarse el medio para la liberación!”. Y dijo al anciano: “No es necesario que amplíes tu exposición del darma, venerable señor. Basta con lo que has dicho. Pero, ¿dónde vive nuestro Maestro?”. “En la Arboleda de Bambú, vagabundo”. “Entonces, por favor, ve delante mío, venerable señor. Tengo un amigo con quien he establecido el acuerdo de compartir el darma. Voy a informarle y juntos te seguiremos hasta el Maestro”. Upatissa, entonces, se postró ante los pies del anciano y regresó al parque de los vagabundos. En cuanto Kolita vio llegar a Upatissa, pensó: “Hoy mi amigo tiene un aspecto muy distinto. Estoy seguro de que ha encontrado al Inmortal”. Y cuando se lo preguntó, Upatissa le dijo: “Sí, Kolita, ¡el Inmortal ha sido hallado!”. Upatissa le contó todo su encuentro con el anciano Assaji y, cuando recitó la estrofa que había escuchado, Kolita alcanzó asimismo el fruto del acceso a la corriente. “¿Dónde vive el Maestro, amigo mío?”, preguntó Kolita. “Por nuestro maestro, el anciano Assaji, he sabido que vive en la Arboleda de Bambú”. “Entonces, vayamos, Upatissa, y conozcamos al Maestro”, dijo Kolita. Pero Upatissa siempre había respetado a los maestros y, por consiguiente, dijo a Kolita: “Primero, querido amigo, debemos ir a ver a nuestro maestro, el vagabundo Sañjaya, y decirle que hemos encontrado al Inmortal. Si puede comprender esta
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estrofa, penetrará hasta la verdad. En caso contrario, puesto que tiene confianza en nosotros, podría acompañarnos a ver al Maestro y, escuchando las enseñanzas del Buda, llegar a penetrar el camino y obtener su fruto”. Así pues, fueron ante Sañjaya y le dijeron: “¡Oh maestro! ¡Un buda ha aparecido en el mundo! Su doctrina es bien proclamada y su comunidad está siguiendo el camino correcto. ¡Vayamos a conocerle!”. “¿Qué estáis diciendo, queridos?”, exclamó Sañjaya. Y rehusando la invitación, les ofreció, en cambio, compartir el liderazgo de su comunidad, mencionando la ganancia y la fama que tal posición les aportaría. Los dos vagabundos, no obstante, rechazaron la oferta diciendo: “Oh, a nosotros no nos importaría ser siempre discípulos, pero tú, maestro, tienes que decidir si vienes o no”. Entonces, Sañjaya pensó: “Si saben tanto no escucharán lo que yo les diga”. Y comprendiendo esto, respondió: “Id, pues, vosotros, yo no puedo”. “¿Por qué no, maestro?”. “Soy maestro de muchos. Si retornara al estado de discípulo, sería como si un gran depósito de agua se convirtiera en un pequeño cántaro. No puedo vivir ahora como un discípulo”. “¡No digas eso, maestro!”, le animaban los dos vagabundos. “No insistáis, queridos. Id vosotros, yo no soy capaz”. “¡Oh maestro! Cuando un buda aparece en el mundo, la gente se congrega en tropeles a su alrededor y le rinde homenaje portando incienso y flores. Nosotros también acudiremos. Pero, ¿qué pasará contigo?”. Y Sañjaya replicó: “¿Qué abunda más en el mundo, alumnos míos, los necios o los sabios?”. “Son muchos los necios, oh maestro, y pocos los sabios”. “Si es así, amigos míos, los sabios irán al sabio solitario, Gautama, y los necios vendrán a mí, el necio. Ahora marchad, pero yo no os acompañaré”. Así pues, los dos amigos se alejaron diciendo: “¡Algún día comprenderás tu error, maestro!”. Cuando hubieron partido, se produjo una escisión entre los discípulos de Sañjaya y el monasterio quedó casi vacío. Sañjaya, viendo el lugar desierto, vomitó sangre caliente. Quinientos de sus discípulos habían partido con Upatissa y Kolita, de los cuales, doscientos cincuenta regresaron al monasterio de Sañjaya. Con los doscientos cincuenta restantes y sus propios seguidores, los dos amigos llegaron al Monasterio de la Arboleda de Bambú. Allí, el Maestro estaba enseñando el darma, sentado entre la cuádruple asamblea5, y cuando el Buda vio llegar a los dos vagabundos, se dirigió a los monjes diciendo: “Estos dos amigos, Upatissa y Kolita, que ahora se nos aproximan, serán mis dos discípulos principales, un par excelente”. Los dos amigos se postraron ante el Bienaventurado en homenaje y se sentaron a un lado. Cuando hubieron tomado asiento, dijeron al Maestro: “Qué podamos nosotros, Señor, obtener los votos de novicio bajo la guía del Bienaventurado, que obtengamos la más elevada ordenación”. Y el Buda dijo: “¡Venid, monjes! Bien proclamado es el darma. Ahora, vivid la
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vida de la pureza para poner fin al sufrimiento”. Estas pocas palabras bastaron para que los dos seres venerables recibieran la ordenación completa. Después, el Maestro continuó su discurso tomando en consideración el temperamento individual de los que le escuchaban y, a excepción de Upatissa y Kolita, todos los asistentes lograron el estado de arahant. Los dos amigos no alcanzaron en esa ocasión los caminos superiores y los frutos, pues ellos necesitaban un periodo más largo de adiestramiento preparatorio con el fin de satisfacer su destino personal: el de servir al Bienaventurado como sus dos discípulos principales. A partir de la acogida de Upatissa y Kolita en la Orden Budista, los textos se refieren siempre a ellos por los nombres de Sariputta y Mahamoggallana respectivamente. Para su adiestramiento intensivo, Moggallana se instaló en Kallavalaputta, un pueblo situado en las proximidades de Magadha, en donde vivía de las limosnas. Siete día después de su ordenación, cuando Moggallana estaba meditando intensamente, se sintió de pronto perturbado por la fatiga y el sopor. No obstante, disipó su agotamiento espoleado por el Maestro y, mientras escuchaba la exposición del Buda sobre el tema de meditación en los elementos (dhatukarmatthana), ganó los tres caminos superiores y alcanzó la cima de la perfección de un discípulo principal. El venerable Sariputta, sin embargo, permaneció junto al Maestro en una cueva llamada El Refugio del Jabalí, dependiendo de Rajagaha para sus limosnas. Quince días después de su ordenación, el Buda impartió un discurso al sobrino de Sariputta, el asceta errante Dighanakha6. Sariputta se hallaba de pie, detrás del Maestro, a quien abanicaba. Mientras escuchaba el discurso, que seguía mentalmente con suma atención como si compartiera una comida preparada para otro, Sariputta alcanzó la cima del “conocimiento que pertenece a la perfección del discípulo” y alcanzó el estado de arahant junto con los cuatro conocimientos analíticos (patisambhida-ñaña)7. Su sobrino, al final del sermón, fue establecido en el fruto del acceso a la corriente. Ahora, el lector podría preguntarse lo siguiente: “¿Acaso Sariputta no poseía gran sabiduría? Y si era así, ¿por qué alcanzó el estado de arahant después de Moggallana?”. La respuesta, de acuerdo con los comentarios, es que se debe a la grandeza de las preparaciones requeridas. Cuando un mendigo desea ir de un lugar a otro, se lanza a la calle sin más; pero en el caso de un rey, es necesario efectuar extensos preparativos y eso requiere tiempo. Lo mismo ocurre cuando se trata de convertirse en el discípulo principal de un buda. En ese mismo día, cuando las sombras del atardecer se habían prolongado, el Maestro reunió a sus discípulos en asamblea y confirió a los dos ancianos el rango de discípulos principales. Algunos monjes no estaban satisfechos con la resolución del Buda y murmuraban entre sí: “El Maestro tendría que haber dado el rango de discípulos principales a los primeros que recibieron la ordenación, es decir, al grupo de cinco discípulos; y si no es a éstos, entonces, o bien al grupo de cincuenta y cinco monjes, encabezados por Yasa, o bien a los treinta del grupo auspicioso (bhaddavaggiya) y, en su defecto, a los tres hermanos Kassapa8. Pero el Buda, pasando por encima de todos, ha otorgado este rango a los que se han ordenado en último lugar”. El Maestro se interesó por el tema de conversación de esos monjes y, una vez
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informado, replicó: “Yo no tengo preferencias, pero doy a cada uno lo que le corresponde de acuerdo con su aspiración. Por ejemplo, cuando en una vida previa Añña Kondañña dio nueve veces limosna durante una sola cosecha, no fue su aspiración convertirse en discípulo principal, sino ser el primero en penetrar en el estado más elevado, el del arahant. Y así ha ocurrido. Pero muchos eones atrás, durante el tiempo del Buda Anomadassi, Sariputta y Moggallana generaron la aspiración de ser discípulos principales, y ahora han madurado las condiciones para que su deseo quede satisfecho. Así pues, sólo les he otorgado aquello a lo que aspiraban y no lo he hecho impulsado por preferencia alguna”.
LA PRIMERA ASPIRACIÓN La declaración del Buda recalca un principio fundamental del pensamiento budista: lo que somos y lo que cosechamos como destino de nuestra vida no es sólo producto de las intenciones y actividades que generamos durante el breve espacio de tiempo que dio comienzo con nuestro nacimiento físico actual, sino que refleja un profundo manantial de experiencias previas acumuladas en el ciclo sin principio de renacimiento, el samsara. Así pues, la historia de Sariputta, el gran discípulo, comienza, como debe ser, en el lejano pasado, con acontecimientos que han sido preservados para nosotros bajo forma de leyenda. Tales leyendas, no obstante, no son meras ficciones pregonadas por una imaginación excesivamente vibrante, sino, más bien, representaciones narrativas de principios tan profundos y universales que no pueden ser reducidos a simples datos históricos. Estos principios sólo pueden expresarse adecuadamente cuando los hechos se transforman en arquetipos sagrados y los arquetipos, en ideales espirituales. Esta leyenda tan especial revela un periodo incalculable (asankheyya) de cien mil eones del pasado9. Por aquel entonces, el ser que debía convertirse en el venerable Sariputta nació en el seno de una adinerada familia de brahmines y se le dio el nombre de Sarada. Al mismo tiempo, el futuro Moggallana nació en la familia de un rico propietario y se le llamó Sirivaddhana. Ambas familias se conocían y los dos niños se convirtieron rápidamente en compañeros de juego y amigos íntimos. Sarada heredó la vasta fortuna de la familia a la muerte de su padre. Pero al poco tiempo, reflexionando en soledad acerca de la imposibilidad de evitar la muerte, decidió abandonar todos sus bienes y partir en busca de un camino de liberación. Sarada habló con su amigo Sirivaddhana y le invitó a que se uniera a él en su empresa, pero Sirivaddhana rehusó su propuesta, pues estaba todavía demasiado apegado al mundo. Sarada, no obstante, se mantuvo firme en su decisión. Donó toda su riqueza, abandonó su propiedad y adoptó la vida de un asceta de pelo enmarañado. Rápidamente y sin ninguna dificultad, adquirió el dominio de los logros meditativos mundanos así como de los poderes supranormales y atrajo hacia sí a un grupo de discípulos. De este modo, su ermita se convirtió gradualmente en el hogar de una extensa comunidad de ascetas.
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En aquel tiempo, había venido al mundo el Buda Anomadassi –el decimoctavo buda contando hacia atrás a partir del presente Buda Gotama–. Un día, el Buda Anomadassi, tras surgir de su abstracción meditativa, arrojó su “red de conocimiento” sobre el mundo y contempló al asceta Sarada y a su comitiva. Comprendiendo que una visita a esa comunidad aportaría grandes beneficios a numerosos seres, dejó atrás a sus monjes y viajó en solitario hasta la ermita. Sarada percibió las marcas de excelencia física en el cuerpo de su visitante y comprendió, instantáneamente, que su huésped era un ser completamente Iluminado. Entonces, le ofreció humildemente el asiento de honor y le preparó una comida con los manjares más exquisitos que habían recolectado sus discípulos. Mientras tanto, los monjes del Buda habían llegado hasta la ermita para reunirse con él –cien mil arahants, libres de toda contaminación y encabezados por los dos discípulos principales, Nisabha y Anoma–. Para honrar al Buda, el asceta Sarada tomó en sus manos una gran dosel de flores y lo sostuvo sobre la cabeza del Maestro, permaneciendo de pie detrás de él. El Maestro entró en el logro de la cesación (nirodhasamapatti) –el estado meditativo en el que la percepción, la sensación y otros procesos mentales cesan completamente– y continuó abstraído en dicho estado durante toda una semana. Mientras tanto, Sarada permanecía detrás de él, sosteniendo en alto el dosel de flores. Al cabo de siete días, el Buda emergió del logro de la cesación y pidió a sus dos discípulos principales que impartieran un discurso a la comunidad de ascetas. Cuando hubieron terminado, el Buda tomó la palabra y, al final de su disertación, todos los ascetas alumnos de Sarada habían alcanzado el estado de arahant y solicitaron la admisión en la orden de monjes del Buda. Sarada, no obstante, no alcanzó el estado de arahant ni tampoco ningún otro estadio de santidad. Pues, mientras escuchaba el discurso del discípulo principal Nisabha y observaba su apacible comportamiento, surgió en su mente la aspiración de convertirse en el primer discípulo principal de un buda futuro. Así pues, cuando finalizaron los actos, Sarada se aproximó al Buda Anomadassi y, postrándose a sus pies, declaró: “Señor, como fruto del acto de homenaje que he rendido a tu persona sosteniendo sobre tu cabeza un dosel de flores durante una semana, no aspiro a gobernar sobre los dioses ni a la condición de Mahabrahma, ni a ningún otro fruto más que éste: que en el futuro sea yo el discípulo principal de un ser completamente iluminado”. El Maestro pensó: “¿Se convertirá en realidad su aspiración?”. Y dirigiendo su conocimiento hacia el futuro, vio que así era. Entonces habló a Sarada del siguiente modo: “Esta aspiración tuya no será yerma. En el futuro, tras una era incalculable y cien mil eones, aparecerá en el mundo un buda llamado Gotama, y tú serás su primer discípulo principal, el Maestro de Ceremonias del darma, de nombre Sariputta. Cuando el Buda se hubo marchado, Sarada fue a ver a su amigo Sirivaddhana y le exhortó a que generara la aspiración de ser el segundo discípulo principal del Buda Gotama. Sirivaddhana dispuso, entonces, una sala repleta de manjares recogidos en su ronda de mendicante y, cuando hubo finalizado todos los preparativos, invitó al Maestro y a sus monjes a que vinieran y participaran en el festín. Durante
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toda una semana Sirivaddhana proporcionó comida abundante al Buda y a los monjes. Al final de las festividades y tras haber ofrecido costosos hábitos a todos los miembros de la Sangha, se acercó al Buda y anunció: “¡Qué por el poder de este mérito pueda yo ser el segundo discípulo principal del mismo buda bajo el cual mi amigo Sarada será el primer discípulo principal!”. El Maestro observó el futuro y, viendo que su aspiración quedaría satisfecha, profetizó que Sirivaddhana se convertiría en el segundo discípulo principal del Buda Gautama y que sería un monje de gran fuerza y poder, conocido por el nombre de Moggallana. Cuando los dos amigos hubieron recibido sus respectivas predicciones, ambos se entregaron al cultivo de las buenas acciones en sus propias esferas. Siribaddhana, como un buen devoto laico, se ocupaba de satisfacer las necesidades de la Sanga y efectuaba diversas obras de caridad. Sarada, como asceta, continuó con su vida meditativa. A su muerte, Sirivaddhana renació en un mundo celestial dentro de la esfera sensorial, mientras que Sarada, habiendo dominado los logros meditativos y las divinas moradas (brahmavihara), renació en el mundo de Brahma.
SARIPUTTA EN LOS JATAKAS A partir de este punto, no existe una narrativa continuada sobre las actividades de estos dos grandes discípulos pero, en algún momento de su vagar por el ciclo de nacimiento y muerte, ambos amigos tuvieron que cruzarse en su camino con otro ser que, mucho antes, a los pies del vigesimocuarto buda de la antigüedad, se había comprometido a ganar la Iluminación suprema. Nos estamos refiriendo al Bodisatva, el ser que más tarde se convertiría en el Buda Gotama, el ser Iluminado de nuestra era histórica. Los Cuentos Jataka narran los hechos del Bodisatva a lo largo de unos quinientos cincuenta renacimientos previos y Sariputta desempeña un importante papel en dichos relatos, apareciendo con más frecuencia que ningún otro discípulo del Buda, con la posible excepción de Ananda. Aquí sólo podemos considerar un muestreo representativo de tales historias. Puesto que el proceso de renacimiento no respeta las divisiones entre los reinos de existencia y asciende desde el reino animal hasta los reinos humanos y celestiales y desciende desde los reinos celestiales hasta los de los seres humanos y de los animales, encontramos que las formas específicas de relación entre Sariputta y el Bodisatva varían de una vida a otra. Podemos tomar estas relaciones diversas como la línea directriz de nuestro análisis. El Bodisatva y Sariputta renacieron como animales en varias vidas previas. Una vez, el futuro Buda era el jefe de una manada de ciervos y tenía dos hijos a los que había instruido en el arte del liderazgo. Uno de ellos (Sariputta), siguiendo el consejo de su padre, condujo su manada a la prosperidad; el otro, que más tarde se convertiría en el celoso primo del Buda, Devadata, desdeñó el consejo de su padre en favor de sus propias ideas y llevó su manada al desastre (Jat.11). Cuando el Bodisatva era un ganso real, sus jóvenes hijos, Sariputta y Moggallana, intentaron afrentar al sol; cuando el agotamiento se apoderó de ellos y estaban a punto de desplo-
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marse a medio camino, el Bodisatva acudió a su rescate (476). En un nacimiento como una perdiz, el Bodisatva era mayor que sus dos amigos, un mono (Sariputta) y un elefante (Moggallana). De este modo se convirtió en su maestro y preceptor, un signo precursor de la relación que mantendrían en su existencia final (37). El Bodisatva figura una vez más como preceptor en el Sasa Jataka (316), donde era una liebre sabia que enseñaba el valor de la moralidad y de la generosidad a un mono (Sariputta), a un chacal (Moggallana) y a una nutria (Ananda). Cuando Sakka, el rey de los devas, se acercó a la liebre disfrazado de brahmin hambriento para poner a prueba su determinación, la liebre se arrojó sin dudarlo al fuego para proporcionarle alimento. Los dos futuros discípulos aportaron en diversas ocasiones una ayuda vital al Bodisatva. Cuando el Gran Ser era un ciervo y cayó en una trampa, sus compañeros –un pájaro carpintero (Sariputta) y una tortuga (Moggallana)– le salvaron la vida rompiendo la armadija. Después, el cazador (Devadatta) atrapó a la tortuga, pero los otros dos animales corrieron a su rescate y consiguieron liberarle (206). El Bodisatva, no obstante, no fue siempre tan afortunado, y los Jatakas relatan su porción de tragedias. Así pues, en una historia de su vida (438) cuando era una perdiz que enseñaba los Vedas a los jóvenes brahmines, Devadatta, un cruel asceta, la mató y se la comió. Sus amigos, un león (Sariputta) y un tigre (Moggallana), fueron a visitar a la perdiz y, al ver una pluma en la barba del asceta, comprendieron la enormidad del acto que se había cometido. El león se mostró misericordioso, pero el tigre mató al asceta y arrojó su cuerpo a un foso. Este incidente revela ya una diferencia de temperamento entre los dos discípulos: Sariputta, aunque poderoso como un león, era amable y cariñoso, mientras que Moggallana, aunque inofensivo en su última vida como monje Iluminado, podía exhibir todavía la ferocidad de un tigre. En otros Jatakas, el Bodisatva o Sariputta es un ser humano y el otro un animal, y sus roles como benefactor y beneficiario sufren asimismo inversiones de orden. Así pues, en un lugar encontramos al Bodisatva como un corcel de batalla y a Sariputta como su guerrero (23); en otro al Bodisatva como un elefante blanco sin igual que entra al servicio del Rey de Benares (Sariputta) (122); y aún en otro, vemos al futuro Buda como una perdiz y a Sariputta como un sabio asceta que la instruye (277). Pero en otros nacimientos, el Bodisatva es un ser humano y Sariputta un animal. En una historia, por ejemplo, el Bodisatva es un ermitaño que rescata de una inundación a un príncipe maligno (Devadatta) y a tres animales. Los animales –una serpiente (Sariputta) una rata (Moggallana) y un loro (Ananda)– muestran su gratitud ofreciendo a su salvador tesoros escondidos, pero el príncipe, envidioso, busca la muerte del ermitaño (73). A veces, los futuros héroes espirituales renacieron con cuerpos celestiales. En cierta ocasión, el Bodisatva era el rey Sakka y Sariputta y Moggallana eran respectivamente Canda, el dios de la luna, y Surya, el dios del sol. Los tres, acompañados por varias deidades, visitaron a un notorio avaro y le convirtieron a una vida de generosidad (450). A menudo es el Bodisatva quien beneficia a los futuros discípulos pero, a veces, es Sariputta quien acude en auxilio del Bodisatva. Cuando ambos
N YA N A P O N I K A T H E R A (1901-94) fue uno de los principales intérpretes del Budismo Theravada de nuestro tiempo. Nacido en Alemania, entró en la Orden Budista de Sri Lanka en 1936, bajo la tutela del Ven. Nyanatiloka Mahathera, y vivió cincuenta y ocho años como monje hasta su muerte, a finales de 1994. Fue presidente fundador y, durante mucho tiempo, también editor de la Buddhist Publication Society, en Kandy. Sus libros incluyen The Heart of Buddhist Meditation, The Vision of Dhamma y Abhidhamma Studies. HELLMUTH HECKER es un destacado escritor alemán especializado en budismo y traductor del Canon Pali. Sus libros incluyen una traducción alemana del Samyutta Nikaya (partes 4 y 5), una crónica en dos volúmenes sobre el budismo en Alemania y una biografía del Ven. Nyanatiloka Mahathera, el primer monje budista alemán. BHIKKHU BODHI es un monje budista americano de la ciudad de Nueva York, que recibió la ordenación en Sri Lanka en 1972. En la actualidad es el presidente y editor de la Buddhist Publication Society. Sus libros incluyen The AllEmbracing Net of Views, A Comprehensive Manual of Abhidhamma y también ha traducido The Middle Length Discourses of the Buddha.
Grandes Discípulos de Buda es una compilación de veinticuatro biografías de los discípulos más eminentes y más allegados al Tathagata. Estos relatos han sido extraídos de un amplio abanico de fuentes originales. Tres autores contemporáneos del budismo pali proporcionan retratos íntimos de la primera generación de budistas, aquéllos que contribuyeron en gran medida a la formación de las enseñanzas del Buda. Estos relatos, que están inmersos en el abigarrado ambiente colorista y cultural de la India antigua, dan vida a figuras legendarias como Sariputta y Moggallana, Ananda y Mahakassapa y otros muchos, permitiéndonos participar en sus logros, vicisitudes y vivencias en la expansión del darma. Grandes Discípulos de Buda ofrece una confirmación inspiradora del potencial humano para el despertar y la transformación espiritual.
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ISBN: 84-86615-80-1
9 788486 615802