PRIMERA PARTE
EL CAMINO DE LA APERTURA
La verdad del sufrimiento
«Dulce es el fruto de la adversidad, que, como el sapo, desagradable y venenoso, lleva siempre una gema en la cabeza; así, nuestra vida, aislada del trato social, halla lenguas en los árboles, libros en los arroyos, sermones en las piedras, y el bien en todas las cosas.» —Como gustéis, de William Shakespeare
Con apertura, un tipo de claridad alumbra poco a poco la situación. Así comienza una nueva manera de mirar al mundo.
1 Mira siempre hacia delante, no mires nunca hacia otro lado Si preguntaras a Trungpa Rimpoché cuál es la esencia de la enseñanza del Buda, diría: «Es muy sencillo; es simplemente la enseñanza de la apertura, la completa apertura». La idea de Trungpa Rimpoché consistía en simplemente estar abierto y minimizar las proyecciones que lanzamos en nuestra experiencia. Su máxima era: «Mira hacia todas las cosas». Incluso si no sabemos qué hacer, o cómo manejar una situación, sólo hemos de mirar hacia la misma. Puede que lo que veamos sea intenso, pero siempre será mejor que mirar hacia otro lado. Es una decisión muy sencilla, aunque a veces puede que sea dolorosa. Podemos mirar hacia delante, o podemos mirar hacia otro lado, y Trungpa Rimpoché decía que siempre has de mirar hacia delante, y nunca mirar hacia otro lado. Puede que descubramos, después de haber mirado hacia delante, que no sabemos qué hacer. Puede que nos dé un poco de vergüenza, pero se trata de una clase interesante de vergüenza.
Con las manos vacías Un maestro de artes marciales me explicó una vez que la palabra
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«kárate» significa tener «la mano vacía». No necesitamos lo que él llamaba una «espada secreta»; de hecho, entrenamos para abandonar esas espadas secretas. Según el budismo, todos tenemos un número secreto y puede que no tan secreto, de espadas que utilizamos para manejar situaciones complicadas; cuando todo lo que necesitamos es tener las manos vacías, estar desnudos ante esas situaciones. Podríamos llamarlo incluso el camino de la vergüenza. Normalmente, nos libramos de la vergüenza en situaciones difíciles con un método ingenioso debajo de la manga. Pero el único método que funciona, realmente, es simplemente mirar al frente y experimentar las cosas con claridad. Hemos de superar la vergüenza de no saber cómo manejar siempre las situaciones. Hemos de abandonar nuestros hábitos, proyecciones y otros mecanismos que ciertamente no funcionan. No necesitamos ser especialmente valientes para practicar el darma. Se parece más a alcanzar una situación en la que sólo hay un camino que tomar; es la sabiduría de la desesperación. Lo hemos intentado todo, así que, ¿por qué no intentar esto? Si pensáramos que tenemos otra opción, tal vez no probaríamos algo tan radical. Quizá estemos irritados con nuestro modo habitual de reaccionar ante una situación. Tal vez exista un modo más sencillo de tratar con la existencia, algo más radical que simplemente «manejar» las cosas. Esta percepción es de hecho más real que radical. Mirar las cosas de frente, directa y abiertamente, es realmente saludable. Es penetrante, natural y genuino; muchísimo más que lo podrán ser nunca nuestras proyecciones ordinarias y nuestros modos de manejar las cosas. Pero eso nunca lo sabremos a menos que practiquemos, pues no tendremos nada con que compararlo. Si miramos de frente las situaciones tan abiertamente como nos sea posible, obtendremos la materia prima de nuestra expe-
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riencia. Esto es solo la primera fase, pero es una fase crucial, que nos ayudará a avanzar un gran trecho del camino.
Ver las cosas como realmente son La siguiente fase está más en el nivel de la comprensión. Puede que descubramos, por ejemplo, que nuestra percepción de uno mismo no es tan sólida como creíamos. O puede que comprendamos plenamente lo que llamamos con desdén «un mero cambio». Experimentar un momento de no-yo suena más a descubrimiento, puesto que se trata de una experiencia que nos es muy poco familiar. Pero todo el mundo sabe que las cosas cambian. ¿Qué hay de nuevo en eso? Bien, de hecho hay un montón de cosas, pues sólo comprendemos el cambio desde un punto de vista conceptual. Intelectualmente, todos sabemos que las cosas cambian, claro está. Pero nunca percibimos el significado del cambio en nuestros corazones y en nuestras entrañas. Es obvio que las cosas ordinarias cambian. Podemos comprobarlo cuando entramos en una habitación y encendemos el televisor, o salimos de casa para ir de compras. Pensamos que esa es solo la manera en la que funcionan las cosas, y no nos paramos a pensar en su significado. Pero cuando es nuestro cuerpo el que cambia, especialmente si el cambio es repentino o grave, recibimos entonces un impacto emocional mucho mayor. Un accidente, o descubrir que alguien cercano a nosotros tiene una enfermedad terrible, nos afecta en mayor grado. Aun así, a menudo no comprendemos su significado. Al contrario, pensamos en ir al médico y cuando envejecemos, pensamos en cremas faciales. Seguimos sin percibir el significado del envejecimiento y del cambio. Como practicantes budistas entrenamos para ver el significado de la transitoriedad a cualquier nivel: al nivel aparentemente insignificante de las cosas cotidianas, como el ir de compras o ver
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la televisión, o al nivel dramático y emocionalmente enorme de la vejez, la enfermedad o la muerte. Hay quien piensa que el budismo es pesimista. Pero, en realidad, no es ni optimista ni pesimista. Sólo trata de ver las cosas como son en realidad. La práctica budista consiste en hacerse más abierto, lúcido y sensible. No hay nada deprimente en ello. Claro que esto puede hacer que nuestra experiencia sea más clara y penetrante, y puede que eso no nos guste. Tal vez nos sintamos incómodos cuando nuestro mundo aparentemente sólido se convierta en algo más «transparente» y «no tan fácil de agarrar», como solía decir Trungpa Rimpoché. Pero no tiene nada de pesimista ver que el mundo de nuestra experiencia es un lugar potencialmente mucho más brillante y grande de lo que pensamos. Esto me recuerda cuando me llevaron mis padres a la playa, siendo niño. Mientras miraba al mar por primera vez, rompí a llorar y eché a correr. El mar parecía tan grande y yo tan pequeño... El mar me aterrorizaba, pero eso no era motivo para sentir pesimismo. Sólo estaba viendo con claridad lo que tenía delante de mí, y tuve que superar mi miedo con la ayuda de padres y amigos.
La verdad del sufrimiento La primera verdad del Buda, la verdad del sufrimiento, no consiste en decir que todo es horrible. Consiste en mostrar que el sufrimiento o duhkha es inherente a la naturaleza de la existencia y a la estructura básica de todo ser sensible. Los libros occidentales sobre el budismo dan a menudo la impresión de que el Buda enseñó esto a toda persona con la que se encontraba. Pero hay evidencias que sugieren que el Buda enseñaba de modos diferentes en función de si la audiencia estaba preparada o no para esta verdad universal, si bien oculta, de la naturaleza de las cosas.
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El término duhkha no puede comprenderse totalmente por nuestra idea común de sufrimiento. Técnicamente, su significado incluye tres aspectos: el sufrimiento del sufrimiento, el sufrimiento de la transitoriedad y los cambios, y el sufrimiento de los skandhas. El primero es fácil de entender. El sufrimiento y la insatisfacción son injustos, en el sentido más obvio. El hecho de que ya estemos sufriendo no excluye la posibilidad de que suframos más aún. Esto es lo que Trungpa Rimpoché llamó «el sufrimiento del sufrimiento». El ejemplo que me dio fue el siguiente: padecer cáncer no excluye la posibilidad de que nos atropelle un coche. El segundo aspecto, más sutil, del sufrimiento es el duhkha del anitya, o el sufrimiento de la transitoriedad y del cambio. Antes o después, debido al dinamismo del cambio, las cosas a las que nos aferramos y que deseamos que continúen desaparecerán. Si nos aferramos a ellas y deseamos que permanezcan con nosotros, siempre estaremos decepcionados y sufriremos por ello. Claro que, si pensamos que ya estamos sufriendo, cualquier cambio en nuestra situación será positivo. Pero esto es algo más sutil y profundo que nuestra idea convencional de lo que nos gusta y lo que nos disgusta; se trata de que la inestabilidad, el colapso y el final de las cosas es doloroso en sí mismo. Deseamos la estabilidad y la permanencia, y siempre se nos niega, ya estemos hablando de dolor o de placer. Es algo que queremos, pero que nunca podemos alcanzar. El tercer tipo de sufrimiento, el más sutil de todos ellos, es el duhkha de los cinco skandhas, los propios constituyentes de nuestra existencia: la forma del cuerpo, los sentimientos de dolor y placer, las percepciones de los sentidos, el contenido de la mente y el corazón, y nuestra consciencia misma. Los skandhas no son sólo los constituyentes de nuestra existencia personal; incluyen también nuestra percepción del mundo exterior y las cosas a las que nos agarramos en ese mundo.
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La mayor sutileza de este sufrimiento reside en que los skandhas son en sí mismos una creación falsa. Puesto que no se corresponden con lo que existe realmente ahí fuera, nos sentimos emocionalmente envueltos en proyecciones falsas y distorsionadas de la realidad. Nuestra realidad aparente es fundamentalmente falsa y somos absorbidos hacia esa falsedad, lo cual es doloroso. Es el duhkha más sutil de todos ellos: el sufrimiento de nuestra propia existencia. Si lo tomamos literalmente, la mayoría de nosotros no estaríamos de acuerdo con la verdad del sufrimiento, aquí, en Occidente. No todo en nuestra vida y en este mundo es sufrimiento. Sí, es cierto que hay mucho sufrimiento en el mundo, físico y mental, y a menudo la vida resulta insatisfactoria. No vamos a vivir eternamente, de modo que siempre planea sobre nosotros esa incertidumbre. Pero dentro de la escala de sufrimiento, algunos parecemos sufrir menos que otros, y a veces disfrutamos de la vida. Pero aquí estamos hablando de algo que se sitúa en un nivel mucho más profundo de la existencia. A pesar de todo, la mayoría de los occidentales no se identifica con ello. En culturas tradicionales, donde hay un mayor respeto por el budadarma y el hecho de la enseñanza goza de un gran reconocimiento, la gente tiende a aceptar la verdad del sufrimiento, si bien puede que no la entiendan. Posee un significado cultural para ellos, y tal vez continúen y practiquen para tratar de encontrar la verdad. Si no conocemos estos detalles, puede que pensemos que el budismo es intrínsecamente deprimente y con un sentido de la vida poco emocionante. Los primeros críticos occidentales que observaron traducciones de textos budistas retrataban a menudo al budismo como algo negativo y pesimista. Creo que no tiene sentido seguir insistiendo en esto. Las enseñanzas del Buda hablan de muchas cosas y si bien la naturaleza del duhkha es fundamental, podemos dejar
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que vaya emergiendo poco a poco. ¿Quién sabe? Puede que descubramos que, en el fondo, la vida es maravillosa, incluso desde una perspectiva budista. Lo más importante es experimentar la naturaleza de nuestros mundos del modo más directo posible. Digo «mundos» porque nuestro a priori mundo convencional está formado por todas nuestras emociones, ideas y proyecciones. Al menos podemos aspirar a liberarnos de nociones y proyecciones de cómo debería ser el mundo, y tratar de experimentar las cosas como realmente son. Ese simple hecho de aspirar a ser libres, de liberarnos dentro de nuestras posibilidades, es mucho más importante de lo que pensamos.
Obstáculos imaginarios Trungpa Rimpoché decidió que el mejor modo de expresar las enseñanzas del Buda era empleando el término de apertura. La palabra «abierto» tiene un significado inmediato para nosotros. Hablamos de gente abierta o cerrada. Asociamos la idea de estar cerrado a la claustrofobia y a una visión estrecha y limitada. Estar abierto sugiere la idea de estar abierto a diferentes posibilidades y a modos de pensar y sentir. Nos abrimos a los demás, permitiéndoles que rocen con nosotros, incluso que nos golpeen en un momento dado, sin rechazarles desde el principio. Abrirse es un modo de aprendizaje de la vida que nos permite relacionarnos con las cosas de manera apropiada y actuar con destreza. A veces, Trungpa Rimpoché me hablaba de la apertura completa o absoluta. Es algo más que la apertura en el sentido ordinario. Rimpoché pensaba que es posible experimentar la vida sin ningún tipo de barreras provenientes del ego. No solo eso, sino que además ese estado de apertura absoluta es completamente
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natural. No debemos construirlo, ni deconstruirlo como se dice hoy en día. No debemos tirar abajo un muro de fuego en nuestra mente o en el corazón. Esos muros sólo existen en nuestra imaginación. Pero esa imaginación es tan poderosa como un encantamiento mágico.
Despertarse del hechizo El poder de nuestra visión errónea del mundo es como un encantamiento. El gran maestro del siglo XIV Longchen Rabjam utilizó esa misma palabra para describirlo. Encantamiento es una buena palabra para ello. Es como si estuviéramos bajo un hechizo que hace que veamos cosas que no están ahí y no veamos las que sí están. Esta visión equivocada es la visión del mundo tal como lo conocemos. Este hechizo no lo ha lanzado un mago horrible y maligno; en cierto modo, lo hemos creado nosotros. Gracias a la práctica de la apertura y la presencia, nos convencemos de que estamos bajo un encantamiento. Surge entonces un sentido gradual de des-encantamiento, en el buen sentido de la palabra. Tal vez pienses que eso debería provocarnos un sentimiento de alivio, pero por desgracia no es así. A menudo, el mayor golpe lo recibimos cuando el hechizo se desvanece, y nos preguntamos: « ¿Dónde ha ido a parar mi mundo?». De repente nos damos cuenta de que el universo es un lugar muchísimo más vasto de lo que habíamos imaginado. Comprendemos lo reducida que había sido nuestra visión hasta ese momento. Puede que no queramos ir más allá. ¡No queremos que sea tan vasto y abierto! Pero sólo es señal de que debemos enderezar nuestro camino. Afortunadamente, no es algo tan difícil. Muchos otros lo han logrado anteriormente, así que nosotros también podemos con-
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seguirlo. Esta es la verdadera visi贸n budista y el camino de la apertura, lo cual no tiene nada de pesimista.