Sobre la cola del cometa Osel

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INDICE

I.

DE LA INOCENCIA A LA REBELDÍA ................................................ 7 Ideales de la infancia. Educación religiosa. Vida y muerte en el pueblo natal. Desde lo alto de la colina, a toda velocidad: política, matrimonio, drogas, caos, cansancio.

II.

EL DESCUBRIMIENITO DE LA SABIDURIA .....................................14 Llegada a Ibiza. Una convivencia armoniosa. Pepe, primer embarazo, primer curso de meditación. Los fundamentos de la enseñanza budista. Preparativos y curso de meditación con los lamas. Lama Yeshe. Nuestra primera reunión.

III.

INCORPORANDO LAS ENSENANZAS A LA VIDA COTIDIANA..........32 Nacimiento de Yeshe. Formación de un centro. El camino gradual hacia la iluminación. Nacimiento de Armonía. Las Alpujarras. Inicio del Centro de retiros.

IV.

UN CORTUO EN RUINAS.............................................................43 Llegada a las Alpujarras. Regalo de reyes, los primeros trabajos. La Mecila. Desarrollo del centro. Lama Lobsang Tsultrim. Nacimiento de Lobsang. Los primeros retiros.

V.

VISITA DEL DALAI LAMA A OSELING............................................58 La preparación. La visita y sus consecuencias. Curso de lama Yeshe en Madrid. Último encuentro con Lama. Forjando el carácter.

VI.

ENFERMEDAD, MUERTE Y RENCARNACIÓN.................................74 Enfermedad y muerte de lama Yeshe. Llegada del Gueshe al centro. Noticias de una rencarnación. Quinto embarazo. El “domo”. Osel. Encuentro con lama Zopa.

VII.

EL RECONOCIMIENTO DE OSEL ...................................................92 Llamada desde la India. Encuentro con el Dalai Lama. Las pruebas en Dhararnsala, pueblo tibetano. Divulgación de la noticia. Vuelta a España.


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VIII. LA HISTORIA YA NO ERA NUESTRA ...........................................106 Visita a los Centros en Europa. Los reporteros. Adaptación a la vida pública. Viaje a América. Bubión, el pueblo mediático. Mi sexto embarazo.

IX.

LA FAMILIA EN ORIENTE...........................................................122 Las escalas hacia Bodh Gaya, lugar de iluminación de Buda. Las bendiciones del Dalai Lama. La disgregación de la familia entre la India y Nepal. El monasterio de Kopan.

X.

LA ENTRONIZACIÓN .................................................................143 El despliegue del ritual. Lamas en mis sueños. Rencuentro en Kopan. La sucesión de ceremonias.

XI.

LA VIDA EN KOPAN Y KATHMANDÚ.........................................150 Viviendo en 20 m2. Tíbet y Katmandú. La estabilidad de la familia. Nacimiento de Kunkyen. Los problemas económicos. La ceremonia del corte de pelo.

XII.

UN RETORNO PRECIPITADO .....................................................164 Los reyes de España en Nepal. Un problema diplomático. Retorno precipitado a las Alpujarras. Osel en el monasterio de Nalanda. California. Con Osel otra vez. Una aventura económica.

XIII. UN GIRO VITAL ........................................................................178 Osel en el monasterio de Tharpa Chöeling. Una crisis familiar. La señal del cambio. Una determinación. Navidades con Osel. Un retiro en Bodh Gaya.

XIV. LA LIBERTAD NECESARIA..........................................................194 Regreso a España. La metástasis. Benarés. Las enseñanzas del Dalai Lama. Muerte y Cremación de Amala. Retiro en Sarnath.

XV.

EDUCACIÓN EN EL MONASTERIO..............................................207 La entronización en Sera. Las enseñanzas de los monjes y los nuevos estudios de EGB. Su nueva casa. La educación tibetana y el mundo moderno.


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XVI. EL PESO DE LA TRADICIÓN........................................................221 El cáncer controlado. Navidades en Bubión. La separación definitiva. Visita a Sera, una decepción. A Hong Kong para ver a lama Zopa. Osel de nuevo en Bubión. El dilema de una madre.

XVII. DE LA RUPTURA A LA RECONCILIACIÓN...................................238 Viaje sorpresa a Sera. El secreto. Conmoción en la F.P.M. T. La soledad en Bubión. Osel con su padre. La opinión del Dalai Lama. Escapada inesperada. Reunión en Kopan. Los deseos de Osel. El complemento de una educación moderna.

GLOSARIO.........................................................................................253


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NOTA DE LA AUTORA

Por tratarse de una historia cuyos protagonistas estĂĄn vivos y por respeto a la intimidad, aunque todo lo narrado es verĂ­dico, algunos nombres han sido sustituidos por otros ficticios.


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A lama Yeshe y lama Zopa, mis maestros. A lama Osel, mi hijo y maestro. Al maestro interior, naturaleza de todo ser vivo.


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I. DE LA INOCENCIA A LA REBELDÍA

Ideales de la infancia. Educación religiosa. Vida y muerte en el pueblo natal. Desde lo alto de la colina, a toda velocidad: política, matrimonio, drogas, caos, cansancio.

A los 9 años antes de cortarme el pelo

Mis padres tenían mucha ilusión puesta en el niño que esperaban. Estaban enamorados y dispuestos a hacer todo lo posible para fundar una familia ideal. Así, me sentí arropada desde el primer instante y mi infancia empezó de la manera más feliz. La casa en que vivíamos me parecía muy grande. En la planta baja estaba la imprenta y la papelería, el negocio de la familia. El primer piso se dividía entre el apartamento de mis tíos y el nuestro; también los abuelos tenían allí sus habitaciones. A pesar del cariño que todos me prodigaban, era una niña solitaria. Me consideraba una espectadora del mundo, no tenía amigos y tampoco buscaba compañía. Donde más me gustaba estar era en mi propia fantasía y lo que encontraba alrededor de mí me servía para alimentarla. La papelería era mi lugar preferido, me sentaba sobre un paquete, en un rincón, y observaba a la gente que iba a comprar. Podía imaginar cualquier cosa sobre ellos, sabía que algún día, cuando fuera mayor, formaría parte de sus vidas, pero de momento no tenía que intervenir. Mis expectativas sobre el futuro eran optimistas y disfrutaba pensando qué haría de mayor. A los seis o siete años tuve un sueño que se repitió a menudo; muchas veces, desde entonces, lo he vuelto a recordar. Estaba en mi pueblo, Villena, delante de mi casa. Vivía sobre los cables de la luz, que eran una especie de reino privado, a diez o quince metros del suelo. Contemplaba a las personas ir y venir por la calle, me parecían sumidas en grandes sufrimientos y que tenían miedo. Algunas escenas eran patéticas, había guerra y persecuciones, los niños lloraban y ocurría toda suerte de desgracias. Me erigía entonces en heroína liberadora y asumía la responsabilidad de salvarles. Mi misión consistía en bajar y, estirando los brazos, rescatar a las víctimas. Luego les subía a mi reino por encima de los cables y allí encontraban un refugio seguro.


8 Me parece que muchos niños tienen este tipo de sentimientos altruistas. Perciben el mundo de los adultos como algo complicado e incluso absurdo; el deseo de remediarlo surge naturalmente. La idea de poder ayudar me procuraba bienestar y satisfacción; en el sueño, mi imaginación no ponía ninguna traba a ello. Creo que todos poseemos un estado básicamente puro. Luego, la crudeza de la vida nos hace desarrollar otras actitudes y nos vemos obligados a competir, pelear y hacernos valer para sobrevivir. Para mí, este cambio ocurrió cuando tenía nueve años; mis padres me internaron en una institución religiosa y allí terminó mi infancia. De mi soledad confortable y protegida pasé a la soledad de la defensa propia. Ya no estaba mi padre para resolver los ejercicios de matemáticas, ni mi madre para ocuparse de todo. Tuve que aprender a luchar para alcanzar mis metas. El primer año resultó un éxito, me di cuenta de que no sólo era capaz de hacer las cosas sola, sino también de hacerlas bien. Funcionaba tanto en el aspecto académico como en los quehaceres cotidianos. Había desarrollado algo de valor, y gracias a mi optimismo me enfrentaba a cualquier reto como a una aventura interesante que sólo podía tener un final feliz. Aunque no volviera a casa en varios meses, no echaba de menos a mi familia. Aprendí a vivir con otras niñas y a eludir los castigos. Mis padres me habían advertido que no podrían hacerse cargo de mis estudios el segundo año; dos hermanos habían nacido después que yo y necesitaban de mi ayuda para que pudiera seguir en el colegio. Tomé sus palabras al pie de la letra y conseguí una beca que conservé durante los ocho años de mi internado. Lograrlo me infundió confianza en mí misma y el gusto por la independencia. Me interesaba todo, los estudios eran como un juego, trataba de encontrar el sentido de las cosas y por deducción desarrollaba los temas sin tener que aprenderlos de memoria. Esta capacidad agradaba mucho a mis profesores. Mis compañeras acudían a mí para que les explicara las lecciones; yo se las contaba como una película, con nuestro propio vocabulario, y a ellas les resultaba más fácil aprender escuchándome que leyendo el libro. Así, pronto me responsabilice de estudiar no solamente para obtener buenos resultados en los exámenes, sino para ser capaz de transmitir lo que aprendía a. mis amigas. En los exámenes me apresuraba a terminar pronto, hacía dos o tres copias de mi trabajo y las distribuía a las que tenían más dificultades. Mi meta era que aprobáramos todas, para continuar juntas de un curso a otro. Asumía el papel de líder y solían elegirme delegada para plantear los problemas de la clase ante los profesores. Esa solidaridad frente a la autoridad me estimulaba, y me identifique con esa aspiración de librar a mis compañeras de sus dificultades. Los valores positivos que impregnaban mi carácter los habían inspirado mi padre, mi madre y mi tío Alfredo, las tres personas que más influencia ejercían sobre mí. Mi padre era generoso hasta el exceso, lo cual mi madre consideraba un grave defecto. Ella, la madre por excelencia, lo sacrificaba todo para la felicidad de sus hijos; yo pensaba que nunca podría ser así. Mi tío Alfredo representaba la justicia, el sentido de lo correcto y la sabiduría, ayudaba a todo el mundo y muchos acudían a él, que le encantaba agradar, y la gente comentaba lo «increíble» que era. Ellos tres fueron mis inspiradores y los valores que me inculcaron formaron la base de mi carácter, aunque con los años la vida me enseñó a andar por caminos menos virtuosos.


9 En el internado, aunque esencialmente nos enseñaban los mismos valores, empecé a desarrollar el rechazo a la disciplina y a las ideas impuestas. No tenía más remedio que acatar las reglas del colegio, pero me sentía en total desacuerdo con las monjas y los curas, que, a mi parecer, no estaban a la altura de la filosofía que intentaban transmitirnos. Más que abiertamente, me rebelé recurriendo a mi mundo interno y desarrollé la capacidad de abstraerme del entorno para vivir mis fantasías. Nos levantábamos temprano para ir a misa; hacía frío y lo consideraba un suplicio inútil. Desarrolle entonces la habilidad de transformar una situación penosa en algo interesante, y me dedicaba a soñar despierta. No sentía el menor interés en participar del ritual y pasaba esos cuarenta minutos sumida en la metódica construcción de las historias que me inventaba. Cada mañana, volvía a visualizar las escenas creadas por mi imaginación el día anterior y proseguía desarrollándolas como un culebrón. Con ese ejercicio conseguía escaparme de una realidad que me desagradaba y vivir lo que me apetecía. Acabé por disfrutar de la obligación matutina, sin dejar de mantenerme tranquila y callada, como esperaban de mi las monjas. Allí tuve ocasión de elaborar un mundo interno bastante rico. Tenía mi propia interpretación de la vida, mi propia religión y sistema de valores, de los que había erradicado la idea de pecado.

En 1.970, con diecisiete años acabé el Bachillerato Superior y con las monjas. Me hubiera gustado seguir estudiando pero mis padres y, sobre todo, el novio que tenia entonces, me convencieron de quedarme en Villena. Trabajaba en la imprenta familiar y en el negocio de filatelia que mi padre había empezado a desarrollar. Durante un año me amoldé a esa vida rutinaria, y la relativa libertad que encontraba fuera del colegio me satisfacía. Hubiera podido seguir así, aprendiendo a administrar un negocio y ahorrar para casarme. Pero, tanto los acontecimientos como el secreto deseo de vivir a la altura de mi imaginación, acabaron con lo que iba a ser una aburrida existencia. Miguel, mi novio, era de otro pueblo, venia a verme cada día y cenaba con nosotros. Fue una sorpresa que una noche le esperáramos en vano; era verano y estábamos en el campo. A la mañana siguiente me llamó su prima a la imprenta para decirme que Miguel estaba en el hospital; había tenido un infarto. Sentí la noticia con tal impacto que me desmoroné llorando, sin creerme que ello fuera posible. No podía ir a visitarle antes del mediodía; me mandaron a casa y me dieron un sedante para dormir. Desperté al oír el coche de mi padre que volvía del trabajo, fui a su encuentro y me sorprendió ver que mi tío Alfredo le acompañaba. —Tenemos que ir al hospital ——les dije. —Espera un poco —respondió mi padre. . —A qué tenemos que esperar, si son ya las dos. —Han llamado, Miguel se ha puesto peor —intervino Alfredo. ---¿Qué significa eso? —insistí.


10 —Pues que de un momento a otro se espera lo peor. —¿Qué quieres decir? —Volvió a tener un ataque. --- ¡No! —María, sé fuerte. Miguel murió sobre la una. --- ¡No! ¡No puede ser! ¡No...! -—Y me fui al borde de la terraza para contemplar el vacío. Era la primera vez que recibía un golpe tan tremendo y no sabía como asimilarlo; mi desgarro era tal que no podía hablar y mi llanto quedaba atrapado en la garganta. Dos horas después, estábamos en casa de Miguel; en la entrada, su cuerpo yacía en el féretro. Pude contemplar su cara de cera. Su madre gritaba de dolor, el mundo se desplomaba encima de mí. Esa misma tarde se procedió al entierro, pero había sido todo tan violento que no pude acompañarle, mi padre me llevo a casa. Tumbada sobre la cama, traté de sobreponerme a la conmoción mientras mis padres cenaban. La muerte había destruido en pocas horas todo el edificio que yo, él, mi familia y nuestros amigos construíamos del futuro. ¿Tan frágil era esta anhelada felicidad? El cómodo ideal que nuestro entorno social nos marcaba se había hecho pedazos para mí. Este no podía ser el que yo buscaba. Cuando salí del dormitorio, había hecho mi elección; no me dejaría llevar por esa desgracia. Pedí algo de comer y anuncié que me iba a Valencia a cambiar de vida y estudiar.

A la hora de tomar una decisión he sido siempre clara y rápida. Darme cuenta de que no quiero seguir con una situación basta para impulsarme a dar el primer paso en una nueva dirección. Era mi manera de salir de los atolladeros. La confianza que tenia en mí misma y en el futuro me llevaba a emprender la aventura sin miedo alguno. De niña solía subir a una colina cerca del pueblo, para jugar. Bajaba corriendo, acelerando cada vez mas el paso; una vez lanzada tenía que llegar hasta el final. Si surgía algún obstáculo, no podía parar, debía encontrar la solución al instante para no estrellarme, y siempre la encontraba. Así me disponía a reaccionar ante la vida, sin mirar atrás, cuando ésta me llevara a un cambio radical.

Debido a las circunstancias, mis padres respondieron a esa manifestación de independencia con toda suavidad, pero cuando, pasadas unas semanas, reiteré mi decisión, se opusieron de manera tajante. Su postura era justificada, yo lo entendía y agradecía cuanto habían hecho por mi, pero había llegado el momento de tomar yo misma las riendas de mi vida. Fui a Valencia en contra de su voluntad. Ellos decidieron cortarme toda ayuda económica, pensando que eso me haría volver pronto.


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Tenía mis ahorros y resolverme la vida en el futuro inmediato no iba a resultar difícil. Empecé por compartir un piso con una amiga. Con un titulo de secretariado y un año de experiencia administrativa, al cabo de un mes tuve la suerte de encontrar un trabajo a tiempo parcial. Me dejaba la tarde libre y pude asistir a clases de inglés e informática. Después de ocho años de internado y uno de vida en familia, la libertad conquistada me daba vértigo. Por la noche cerraba los ojos y sentía escalofríos al pensar en todo lo que ahora podía tocarme vivir. Me emocionaba la sola idea de poder elegir a mi antojo, sin ninguna limitación, lo que hiciera con mi vida. Como si estuviera otra vez en lo alto de la colina, empecé a coger velocidad. En el ambiente universitario de la época, año 1.972, descubrí una nueva forma de pensar. Esos temas interesaban directamente a mi espíritu rebelde, solidario y altruista. Sentí vibrar el mismo sentimiento de los sueños de mi infancia. Desde mi reino por encima de los cables de la luz sentía mi deber, participar en la liberación de mis compañeros: los que sufrían la represión, la dictadura, la discriminación social. Mi educación me había mantenido al margen de sus problemas, y sentí crecer la necesidad de romper con mis propios moldes. Entonces encontré a Carlos, un estudiante de económicas muy activo dentro del movimiento político. Su conversación me conquistó y el mismo día en que le conocí decidí irme a vivir con él. Compartía un piso con cuatro amigos. Nos entendimos muy bien, yo seguí con mi trabajo y me encantó servir de madre a esa pandilla de revolucionarios idealistas. Tenía la ilusión de contribuir a cambiar el mundo. Empecé a llevar mis ideas recién adquiridas a la oficina donde trabajaba, tratando de movilizar al personal para reivindicar mejoras ante la dirección. Muy pronto, el jefe me cito en su despacho para darme a entender que mi comportamiento le molestaba, aún más que mis reticencias a acceder a las galanterías que me prodigaba. Me despidió al día siguiente y tuvimos un pleito en los juzgados que acabé por ganar. Vencedora en la lucha contra la clase dirigente, consolidé mis convicciones y la confianza en llegar un día a instaurar un orden justo para todos. Nuestros sueños fracasaron pronto y solo llegamos a instaurar, con inmediato éxito, el desorden en nuestras propias vidas. Tenía entonces diecinueve años y poca madurez. Cuando Carlos termino el curso, estaba tan desilusionado como yo de las respuestas que habíamos encontrado a nuestras inquietudes. Decidimos replegarnos a Villena, a casa de mis padres. Ellos le acogieron sin reservas, pues era un chico agradable y le apreciaron rápidamente. Nos costó un poco acostumbrarnos al ritmo familiar, pero lo tomamos como otra experiencia y finalmente nos adaptamos. Encontramos los dos empleos en una gestoría y a los pocos meses nos casamos de manera estrambótica, pasando por la vicaria a regañadientes. Mi padre, después de su trabajo, se dedicaba a la filatelia. Había empezado como un pasatiempo y en esa época tenia ya una lista de clientes a quienes mandaba los


12 álbumes que él mismo editaba. Pensábamos que era un buen negocio y que nuestra contribución le daría el impulso que necesitaba. Le propusimos participar y él, con los brazos abiertos, nos aceptó como socios. Los resultados no tardaron en llegar, y gracias a ello pudimos mantenernos económicamente, haciendo un trabajo que nos gustaba. En Villena nos quedamos tres años. Carlos hizo el servicio militar y desarrollamos el negocio de filatelia con éxito. Habíamos vuelto al redil, pero el deseo de sensaciones mas fuertes nos llevó a probar la marihuana y el LSD. Los estados alterados de conciencia que descubrimos entonces nos hicieron cuestionar el tipo de vida que llevábamos. Si la percepción del mundo podía ser cambiada tan fácilmente con estas sustancias, es que la realidad tal como la conocíamos no era del todo concreta o sólida. Nuestra educación, el entorno en el cual habíamos crecido, nos había condicionado para pensar e incluso percibir de cierta manera. Yo misma, en el ambiente universitario de Valencia, me había cuestionado muchas cosas. Ahora, estas experiencias me hacían ver que la propia conciencia podía transformarse. La concepción que tenía entonces de mi misma sufrió una profunda revolución. Estos replanteamientos nos dejaron insatisfechos con la tranquila rutina de nuestras vidas. No podíamos quedarnos en aquel pueblo, mientras en el mundo entero la juventud estaba buscando un nuevo sentido a la existencia. Así, en Semana Santa decidimos ir a Barcelona. Estábamos en 1.977 y ya se respiraban aires de democracia. La filatelia era ya todo un negocio, y mi padre estimo que merecíamos algo más; nos entregó un fondo de sellos para permitirnos empezar donde quisiéramos. En Barcelona nos encontramos con un torbellino, casi todos nuestros amigos estaban inmersos en la locura. Parecía una gran hoguera en la que muchos quemaban sus vidas entre las drogas, el sexo desenfrenado y la delincuencia. Lo que encontramos ya no era el clima de inquietud existencial de una generación, sino la sistemática destrucción de los valores: el culto a la transgresión. Aquello me fascinó. Y aunque reconocía todo lo negativo que conllevaba, me dejé llevar en esa borrachera salvaje. De todos modos, Carlos y yo seguíamos manteniendo los pies en la tierra, gracias al negocio de la filatelia. Nuestro apartamento servía de refugio a todo tipo de almas perdidas; intentábamos rescatar a los más jóvenes. Carlos se cansó de esa clase de vida; yo quería seguir haciendo de samaritana sicodélica y nuestra relación empezó a degradarse. Finalmente nos agotamos todos y, tras seis meses de frenesí, nos fuimos a Francia para trabajar en la vendimia. Tenia ganas de naturaleza y de trabajo sano para regenerarme física y mentalmente. Allí, Carlos y yo nos separamos definitivamente; habíamos acumulado demasiadas rencillas para continuar juntos sin amarguras. Conocí a un francés a quien pude mostrarme de manera mas positiva e iniciamos un idilio durante el cual viajamos a Paris y al norte de Europa. De regreso a Barcelona con mi nuevo amigo, él descubrió el mundo un tanto sórdido en el cual me había sumergido los últimos meses, y le incomodó bastante. Gracias a él comprendí la estupidez de mi atracción por el caos, y volví a Villena a pasar las Navidades con mis padres. Una mañana, me encontré con una amiga que se disponía a viajar a Ibiza para reunirse con su marido. Carlos estaba también allí para pasar la Nochevieja. Yo había


13 llegado algo deshecha al pie de mi colina, necesitaba buscarme otra. En la bajada había perdido las ilusiones y el sentido de los valores, algo nuevo tenia que estimularme. Le pedí que comprara un billete también para mí.

María Torres a los 7 años con el vestido de la primera comunion

María Torres a los 9 meses de edad


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“En el Tíbet, cuando muere un lama importante, buscan su rencarnación. Tras la muerte de mi maestro Lama Yeshe, desde mi casa de las Alpujarras estaba atenta a cualquier noticia que me permitiese ser testigo de su rencuentro. Esperaba el acontecimiento con gran expectativa, como si del paso de un cometa se tratase y, repentinamente, me vi arrastrada por su cola: mi antiguo maestro era ahora mi hijo Osel. Deslumbrada por el fulgor y presa de vértigo, traté de mantener el equilibrio mientras su fuerza me apartaba de mi modesto mundo para cruzar un espacio inmenso y desconocido. En ese viaje mi único refugio fueron las enseñanzas que había recibido de Lama Yeshe, y de ellas me valí para intentar asumir la posición sin precedentes en que me vi colocada sobre la cola del cometa Osel”. He aquí la historia verdadera de una mujer que se convirtió en partícipe y testigo de acontecimientos extraordinarios que cambiaron su vida para siempre. Y he aquí, asimismo, una inteligente reflexión sobre las facetas espirituales que pueden proporcionar a nuestra cultura sólidos valores de tolerancia, paz y armonía.


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