Una Luz en el Camino Dipankara Atisha (982-1054), erudito maestro budista del siglo XI, fue el abad de uno de los más conocidos y prestigiosos monasterios budistas de todos los tiempos, el de Vikramashila en el norte de la India. Viajó a Tíbet invitado por el rey Lha Lama Yeshe Wo y su sobrino Jangchub Wo. Su llegada a Tíbet inicia el periodo de la «segunda transmisión» del budismo tibetano, el renacimiento que siguió a la persecución del budismo desencadenada por el rey Langdarma en el siglo IX, dando origen a las tradiciones sakya, kagyu y gelug.
h La obra más conocida de Atisha se titula Una Luz en el Camino y fue escrita para los tibetanos siguiendo la petición de Jangchub Wo. Establece el camino budista completo enmarcado en los tres niveles de motivación del practicante representado por los caminos hinayana, mahayana y vajrayana. El texto de Atisha se convirtió así en el origen de las tradiciones del Lam Rim o estadios graduales en el camino a la Iluminación, un acercamiento a la práctica espiritual que forma parte de todas las escuelas de budismo tibetano. Este texto tiene cuatro características fundamentales, la primera es que demuestra que no hay contradicciones en las enseñanzas del Buda. La segunda que éstas deben ser tomadas como instrucciones para la práctica. La tercera que permite comprender fácilmente la verdadera esencia de las enseñanzas y la cuarta que por medio del estudio, ponderar acerca y meditar en ellas se aprende a cultivar lo que debe ser abandonado y lo que debe ser cultivado.
h El texto original viene con un comentario de Gueshe Sonam Rinchen, un «gueshe lharampa» de la Universidad Monástica de Sera. Actualmente es maestro residente en la Library of Tibetan Works and Archives en Dharamsala (India). La traducción del tibetano la ha realizado Ruth Sonam su traductora desde 1983 y autora con él de varios libros de textos budistas esenciales. ISBN: 978-84-86615-68-0
9 788486 615680
Capítulo primero
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Comprende que existen tres tipos de personas a causa de sus capacidades inferior, media y suprema. Yo escribiré distinguiendo claramente sus características individuales.
Atisha inicia, ahora, una breve explicación de la materia. La palabra tibetana para persona es una traducción del término sánscrito cuya connotación es “el dotado de habilidad”1. ¿A qué tipo de habilidad se refiere? A la de alcanzar nuestro bienestar futuro en forma de renacimientos favorables, de la liberación o de la Iluminación completa. Debemos despertar al inmenso potencial de la mente humana que es capaz de crear virtud o no virtud en un solo momento. Atisha habla de tres niveles de capacidad. Los seres de capacidad más limitada eliminan el apego a esta vida y, debido a su interés por su próxima vida, viven de acuerdo con la conexión que existe entre las acciones y sus efectos. Los seres de mediana capacidad sienten aversión hacia todos los estados de la existencia cíclica y buscan la liberación individual mediante los tres tipos de adiestramiento –en la disciplina ética, en la concentración y en la sabiduría–. Los seres de capacidad superior rechazan la existencia mundana así como la paz de la liberación personal y se dedican a ayudar a todos los seres vivos a alcanzar la felicidad insuperable. El autor se compromete a explicar, con claridad y sin confusión alguna, las distintas intenciones, prácticas y propósitos de los que poseen estas diversas capacidades. Nosotros, que hemos recibido una educación, no tenemos dificultad en comprender esta división tripartita pero, ¿estamos realmente interesados por nuestro bienestar futuro y hacemos lo necesario para asegurarlo? ¿Qué motiva nuestras acciones y qué somos capaces de hacer ahora? Éstos son asun-
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tos a los que la mayoría de nosotros dedicamos poca o ninguna atención. 3
Has de saber que los que sólo buscan los placeres de esta vida por cualquier medio y para sí mismos, son personas de capacidad inferior.
La verdadera base para toda práctica auténtica de la enseñanza del Buda es un interés por las vidas futuras. Con esta orientación, las personas de capacidad limitada se esfuerzan por adoptar y cultivar las pautas positivas del pensamiento y de la conducta y descartar las negativas. Además de esto, pueden practicar las cuatro concentraciones del reino de la forma, las cuatro absorciones del reino sin forma y los cuatro inconmensurables2. El resultado de dichas prácticas es el disfrute futuro de los lugares, los cuerpos y las posesiones humanos o celestiales dentro de la existencia cíclica. Su motivación es la del bienestar personal y no buscan otra cosa más que los placeres de la existencia cíclica. Puede que los seres de capacidad intermedia no logren su propósito de alcanzar la liberación en esta vida y necesiten más renacimientos humanos para progresar hacia la liberación. Por consiguiente, no aspiran a tener un buen renacimiento sólo porque no busquen los placeres de la existencia cíclica. Los seres de gran capacidad también pueden desear tener un renacimiento humano. Pero no será porque busquen su propio beneficio sino por el deseo de ayudar a los demás. Sus propósitos e intenciones son claramente distintos de los que motivan a un practicante de capacidad limitada. ¿Cuáles son las prácticas y las comprensiones principales que cultivan los seres de menor capacidad? Meditan en la transitoriedad y en el sufrimiento que se experimenta en los renacimientos desfavorables. Toman refugio sinceramente y desarrollan convencimiento con respecto a la conexión entre las acciones y sus efectos. Al principio de su obra Gran Exposición de los Estadios del Camino, Ye Tsongkapa subraya la importancia de establecer una relación profunda con un maestro espiritual y de reconocer el valor inherente de una vida de libertad y de fortuna. ¿Por qué no se mencionan aquí ninguna de estas prácticas? La razón es que no están limitadas a los practicantes de capacidad inferior, sino que son esen-
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ciales para los practicantes de cualquier nivel de capacidad sin excepción alguna. ¿Encaja cualquier persona en una de estas tres categorías? Todos tenemos el potencial para hacer lo que describe Atisha, pero la mayoría de nosotros no lo intentamos porque todavía estamos completamente implicados en los intereses de esta vida. Los seres de menor capacidad se dividen en tres tipos de personas. Ciertos individuos, en su búsqueda del placer y de la felicidad, llevan a cabo muchas acciones dañinas y pueden incluso llegar a obtener placer del uso del engaño y de la violencia. Otros emplean medios seglares y espirituales no violentos para obtener felicidad en esta vida. Casi todos nosotros corremos tras la felicidad presente y pertenecemos a esta categoría. Ninguno de estos dos tipos de personas son verdaderos practicantes de capacidad inferior. El verdadero practicante de capacidad inferior es, únicamente, el que se interesa por la felicidad de las vidas futuras y que utiliza las prácticas espirituales sólo para este fin. ¿Cómo podemos despertar un interés por las vidas futuras y eliminar nuestra intensa preocupación por la vida presente? Podremos contrarrestar nuestra obsesiva preocupación por esta vida si reflexionamos sobre el valor de nuestra existencia humana y su naturaleza transitoria, y estimularemos el interés por obtener un renacimiento favorable si pensamos en el sufrimiento que se experimenta en los renacimientos desafortunados. ¿Cómo podemos evitar el intenso sufrimiento de un renacimiento desfavorable? Tomando refugio sincero en las Tres Joyas y viviendo en armonía con la conexión natural entre las acciones y sus efectos. Esto nos protegerá. Nos convertimos en verdaderos practicantes cuando nuestro interés por el bienestar de esta vida se transforma en un interés por la felicidad de las vidas futuras y adquirimos cierta experiencia en las prácticas que forman el fundamento para todos los otros logros espirituales. La práctica de meditación que no esté basada en ellas no será verdaderamente efectiva. Atisha dice, en La Lámpara para un Sumario de la Conducta3, que todos los que tengan esta disposición han de cultivar una relación con un maestro espiritual correctamente cualificado. Se está refiriendo a la disposición cuádruple de los sublimes4 que se contentan con vivir de limosnas, vestir los tres hábitos de una persona ordenada, dormir en un colchón sencillo y que disfrutan meditando y eliminando lo que ha de ser descartado.
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Las tres primeras características dependen de tener pocos deseos y de cultivar la satisfacción. Éste es el fundamento para el tipo de disciplina ética que complace a budas y bodisatvas. Tal sencillez es necesaria si deseamos eliminar lo que ha de ser descartado para alcanzar la verdadera cesación del sufrimiento, que se logra meditando en los caminos. La codicia de anhelar todo cuanto vemos y la carencia de satisfacción por la que deseamos más o algo mejor, dificulta la práctica pura y complica nuestra vida. La disposición de los sublimes, sin embargo, la simplifica y da acceso a una práctica pura. Lo que Atisha explica en Una Luz en el Camino, constituye la esencia de la tradición kadampa transmitida por Dromtonpa y sus discípulos, los tres hermanos kadampa5. Sus seguidores y, más tarde Ye Tsongkapa, divulgaron esta tradición haciendo que floreciera. La costumbre de escuchar, de reflexionar y de meditar en las enseñanzas sobre los estadios del camino a la Iluminación, que constituye la esencia de la práctica, no ha declinado en nuestros días. Tenemos a nuestro alcance las mismísimas enseñanzas que practicaron y enseñaron dichos maestros y, si las ponemos en práctica, pueden capacitarnos para satisfacer todos nuestros deseos. En cierta ocasión, Dromtonpa vio a un monje haciendo circunvalaciones y, sabiendo intuitivamente que actuaba impulsado por una motivación mundana, le dijo: “Es bueno hacer circunvalaciones, pero sería mejor que practicaras”. Más tarde vio al mismo monje haciendo postraciones. “Las postraciones son buenas –señaló– pero mejor sería que practicaras”. Transcurrido algún tiempo, el monje empezó a meditar y Dromtonpa le indicó una vez más que hacer retiros era admirable, pero que todavía sería mejor si practicara. Finalmente el monje, que para entonces estaba profundamente perplejo, le preguntó qué quería decir con la palabra “practicar” y Dromtonpa le respondió que su significado era abandonar los intereses de esta vida y desarrollar un amor y una compasión verdaderos. Si lo que hacemos es por el bien de esta vida, nuestro propósito es mundano, por mucho que se parezca a una práctica espiritual. Si no eliminamos tal interés no somos verdaderos practicantes, y si no superamos nuestro interés por el bienestar de las vidas futuras no tenemos un verdadero deseo de liberación. Si no podemos eliminar nuestro egoísmo y nuestro odio no somos practicantes del gran ve-
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hículo. Una vez mermado nuestro apego y nuestro odio, deberemos comenzar la tarea de desarraigar la ignorancia subyacente de la que surgen. Las diez joyas más secretas6, que describen las actitudes del practicante dedicado, son esenciales en la tradición kadampa. Consisten en cuatro actitudes de confianza absoluta, tres resoluciones adamantinas y, finalmente, la expulsión, la búsqueda y el logro. La primera actitud es confiar plenamente en las enseñanzas. Ahora disfrutamos de una vida humana, buena y extraordinaria, de libertad y fortuna, pero no durará eternamente. Estamos seguros de que moriremos y, sin embargo, no sabemos cuándo. A la hora de la muerte no habrá nada en absoluto que nos sea de utilidad, a excepción de nuestra práctica espiritual. Esto es lo único que vale la pena hacer y todo lo demás es una pérdida inútil de energía. Agotamos nuestras fuerzas buscando recompensa, reputación y el tipo de compañía que preferimos, pero no podremos llevarnos con nosotros nada de esto cuando muramos; todo ha de quedar atrás. Lo único que nos acompañará al próximo renacimiento serán las impresiones de las acciones negativas que hayamos efectuado en este proceso de intentar obtener todas estas cosas. Esto no resulta difícil de entender, pero debemos recordarlo y pensar en ello hasta que se produzca un cambio en nuestro modo de pensar y de sentir. Nuestra confianza en las enseñanzas ha de ser tan completa que estemos dispuestos a convertirnos en un mendigo, lo que no significa que debamos desprendernos de todas nuestras posesiones y vivir en la calle. Implica, más bien, liberarnos del apego actual a los objetos de los sentidos, que es como una cadena que nos ata al sufrimiento. Nos vuelve codiciosos, descontentos e infelices ahora, y las acciones que realizamos debido a nuestra codicia nos procuran sufrimiento en el futuro. Vasubandu dijo: El sonido es la perdición del ciervo; del elefante el tacto. La apariencia es la ruina de la polilla del pez, el gusto, y la mosca se siente atraída por los olores. Para ellos sólo hay una única causa. Entre los humanos, cada individuo
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se ve constantemente destruido, tanto de día como de noche, por cada uno de estos cinco. ¿Cómo pueden alcanzar un estado feliz? Los ciervos se sienten atraídos por el sonido de la flauta del cazador y en consecuencia mueren. Los elefantes permanecen inamovibles cuando se les acaricia o se les rasca, lo cual facilita la tarea de atarlos a los ganchos de hierro con los que se les mantiene controlados. Las polillas se ven arrastradas por la llama resplandeciente de una lámpara que las quema. Los peces se sienten tentados por el gusano en el anzuelo y perecen. Las moscas sienten atracción por los olores de un pozo ciego y fallecen ahogadas. Tales criaturas sucumben a causa de su debilidad específica, pero nosotros, los seres humanos, tenemos debilidad por todos los objetos de los sentidos: las formas, los sonidos, los olores, los sabores y las sensaciones táctiles. Estamos atrapados por formas y colores naturales y artificiales, por los sonidos naturales y por la música, por las fragancias naturales y los perfumes creados, por los sabores hasta el punto de ingerir ansiosamente alimentos que sabemos perjudiciales y por sensaciones físicas de todo tipo. Tales factores ejercen la mayor fascinación cuando están asociados a los seres humanos: su apariencia, el sonido de su voz, su olor, su sabor y la sensación de su cuerpo y de su tacto. La autenticidad de este hecho es evidente cuando examinamos con honestidad nuestra propia experiencia. La gente está incluso dispuesta a soportar una cirugía plástica dolorosa y peligrosa con el fin de mejorar la apariencia de este cuerpo, que es el resultado de nuestras acciones pasadas y el producto de nuestros padres. Podemos pensar que ciertas comodidades son imprescindibles para practicar bien y que no las tendremos si nos vemos reducidos a la penuria. Aunque trabajemos intensamente para adquirir seguridad, no hay garantía de éxito y, si lo tuviéramos, es posible que no contemos con la oportunidad de disfrutar de las comodidades por las que hemos trabajado. Debemos estar preparados para practicar y no abandonar las enseñanzas aunque nuestras condiciones de vida sean difíciles. Si vivimos como un mendigo, debemos estar dispuestos incluso a morir a causa de la carencia de las necesidades básicas, en lugar de abandonar nuestra práctica de las enseñanzas. Hemos nacido una
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y otra vez y hemos fallecido otras tantas veces, pero nunca a causa de nuestra dedicación a las enseñanzas. Morir en esta ocasión por el bien de nuestra práctica valdría la pena. Ricos y pobres han de morir, por consiguiente, es mejor emplear nuestra energía en practicar las enseñanzas que en acumular riqueza; mejor es morir sin efectuar las acciones dañinas que a menudo se realizan en el proceso de adquirir riquezas. Cuando consideremos seriamente la idea de entregar toda nuestra vida a la práctica, surgirán temores profundamente arraigados como los siguientes: ¿Qué pasará cuando caigamos enfermos, envejezcamos o agonicemos? ¿Quién cuidará de nosotros? ¿Quién nos asistirá? ¿Tendremos un entierro decente? Necesitamos dinero para costear estos servicios. Y si tenemos familia, ¿qué suerte correrán los que me sobrevivan? ¿Quién se cuidará de ellos? Tales pensamientos muestran lo muy atrapados que estamos en los intereses de esta vida. Tenemos toda clase de seguros que cubren la enfermedad y la vejez, pero quizá no vivamos lo suficiente como para beneficiarnos de ellos. Es posible que nunca experimentemos enfermedades serias ni vejez, pero no hay duda de que experimentaremos la muerte. ¿Estamos preparados para ello? Tenemos que estar determinados a no abandonar nuestra práctica de las enseñanzas aunque tengamos que morir en la soledad de una cueva desierta, sin nadie que nos cuide o que se ocupe de nuestro entierro. Esto, evidentemente, no quiere decir que tengamos que vivir como un pordiosero o morir en una cueva desolada, pero sí implica un compromiso sincero. La vida del Buda ilustra estas cuatro actitudes de compromiso absoluto. Él abandonó su vida principesca para entregarse a la práctica espiritual y decidió vivir como un mendigo. Practicó la austeridad durante seis años sin preocuparse en modo alguno por su sustento y estaba incluso dispuesto a morir, viviendo en soledad en un lugar desierto a la orilla del Nairanjana. Las tres resoluciones adamantinas e inmutables empiezan por tomar la decisión de actuar de este modo, sin preocuparnos por lo que hagan o digan nuestros padres, nuestras relaciones o nuestros seres queridos. La decisión del Buda de dejar atrás la vida principesca era inamovible. Nuestra decisión causará dolor a nuestros allegados y les hará llorar, pero, si nos mantenemos firmes, les seremos finalmente de gran beneficio como resultado de nuestra práctica espiri-
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tual. La separación también será dolorosa para nosotros, pero, a largo plazo, nos ahorrará un sufrimiento más intenso y prolongado. Así pues, debemos partir para practicar en soledad sin ningún aferramiento ni apego, sin arrepentimiento ni tristeza, lo que no implica renunciar a nuestro amor, compasión y afecto por ellos. Cuando abandonemos el bienestar y las comodidades de las que hemos disfrutado en beneficio de una vida sencilla y decidamos vivir incluso como un mendigo, habrá quienes nos critiquen y se rían de nosotros. Hemos de permanecer absolutamente insensibles a lo que de nosotros se diga, tanto si es bueno como malo. Si nos amoldamos a los deseos de las personas que viven una vida mundana crearemos muchas acciones negativas. La resolución del Buda se mantuvo firme a pesar de las amonestaciones, las críticas y los consejos manifestados por los miembros de la corte de su padre. Con la determinación unidireccional de no renunciar jamás a los preceptos del adiestramiento que hemos adoptado y con la intención de apartarnos por entero de los intereses mundanos, hemos de tomar la resolución sincera de practicar durante el resto de nuestra vida. Es probable que, como resultado de ello, nos expulsen de la sociedad de las personas mundanas comunes. Puesto que pensamos que es nocivo el apego a lo que convencionalmente se considera como las cosas buenas de la vida, la gente normal de cualquier nivel social pensará que estamos locos y nos evitará. Quizá tengamos que soportar el hambre, la sed y las burlas de los demás, como un paria sin hogar que vive al margen de la sociedad cual perro descarriado. Hasta del mismo Buda se mofaron los vaqueros que iban de paso cuando vivía como un asceta. Pero si nos entregamos enteramente a la práctica de las enseñanzas, también nosotros, al igual que el Buda, alcanzaremos el divino estado de la Iluminación. Éstas son las denominadas “joyas” de la tradición kadampa. Pueden parecer extremas y discutibles, pero el hecho de contemplarlas nos infundirá coraje. Si las adoptamos, nos darán audacia, satisfarán nuestros deseos y nos ayudarán a cortar con las ataduras de la existencia cíclica. Por el momento no nos atrevemos a vivir de este modo pero, paradójicamente, si lo hacemos, los seres humanos y celestiales nos ofrecerán presentes y nos rendirán homenaje a pesar de que no sea esto lo que buscamos. El contento y la satisfacción son nuestras mayores riquezas, nuestra felicidad y nuestro esplendor.
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Sin ellas, por mucha riqueza que tengamos, nos sentiremos siempre hambrientos y empobrecidos. El contento es esencial para los practicantes de todos los niveles de capacidad. Los de capacidad inferior comprenden que los placeres y las comodidades de esta vida no son perdurables y que carecen de utilidad en el momento de la muerte. Están satisfechos con lo que tienen y consideran como adornos cualquier dificultad con la que se enfrentan, tomando refugio y viviendo de acuerdo con la ley natural de la causalidad. Los practicantes de capacidad intermedia reconocen que todos los placeres y la felicidad de la existencia cíclica no son fiables, están contaminados y sujetos al cambio. Piensan que todas las emociones perturbadoras son falsas y cultivan la satisfacción considerando como ornamentos las dificultades de practicar los tres tipos de adiestramiento. Comprendiendo las desventajas del egocentrismo, los practicantes de capacidad superior cultivan el contento en lo que se refiere a sus propios intereses personales y se dedican enteramente al bienestar de los seres vivos. Perciben como adornos las dificultades con las que se encuentran en su labor por los demás. Su Santidad el Dalai Lama recomienda que dediquemos la mitad de nuestro tiempo a la práctica de la meditación y la otra mitad a ayudar a los demás. ¿Cómo conciliar esto con las diez joyas más secretas de la tradición kadampa? Las diez joyas más secretas tienen el propósito de animarnos a practicar con pureza. La esencia misma de las enseñanzas del Buda es la no violencia, lo que requiere una disciplina ética. Los verdaderos practicantes se adiestran en las dieciséis prácticas que dan como resultado una condición elevada, es decir, un renacimiento afortunado, y consisten en una restricción activa de las siguientes acciones: matar, robar, tener una conducta sexual incorrecta; mentir, hablar con dureza, crear desunión mediante la palabra y mantener conversaciones triviales; la codicia, la malicia y las visiones erróneas. Además de esto, evitan los intoxicantes, que embrutecen la mente; ganan su sustento con pureza y rechazan cualquier comportamiento que dañe a los demás o les cause infelicidad. Practican una generosidad respetuosa ofreciendo objetos materiales, instrucción y protección, y ofrecen presentes a los seres que poseen grandes cualidades, a sus padres y a otros. Se esfuerzan por desarrollar el afecto por todos los seres vivos. Puesto que las prácticas de la tradición kadampa pertenecen al vehículo superior y están fundadas en el altruismo, no se practican
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las diez joyas más secretas para obtener únicamente la liberación personal de la existencia cíclica. Aun así, si deseamos ayudar eficazmente a los demás debemos ser realistas: necesitamos un cuerpo y una mente fuertes. Es importante comprender bien estas “joyas”. No nos obligan a convertirnos en mendigos ni a alejarnos del mundo para vivir y morir en una cueva desierta. Describen, no obstante, una actitud de compromiso tan irrevocable que, si fuera necesario, estaríamos preparados para hacer todo eso. No hay conflicto entre tener una devoción profunda por las enseñanzas y trabajar por los demás. Debemos intentar evitar los negocios en lo que concierne a nuestros propios intereses personales pero, en cuanto a nuestro trabajo por los demás, hemos de hacer todo lo que esté en nuestras manos. Nuestra práctica de meditación ha de servir de soporte para nuestra tarea en el mundo y nuestro trabajo por los demás debe ayudarnos a obtener una comprensión espiritual más profunda. Si practicamos la meditación como es debido nos volveremos más amables y tolerantes y, en lugar de tomar represalias en respuesta a la ingratitud, tendremos un deseo todavía mayor de ayudar. No es necesario meditar siempre sentados en un cojín en la postura formal de meditación. Hay dos grandes categorías. Una es la meditación emplazada, donde intentamos mantener la mente enfocada de forma unidireccional sobre un objeto. La otra es la meditación analítica, que se basa en el razonamiento y puede efectuarse en cualquier lugar. De hecho, hacemos mucha meditación analítica, pero de la peor clase. Por ejemplo, supongamos que alguien ha herido tus sentimientos. Cuanto más piensas en ello, más ganas tienes de humillar públicamente a esa persona. El deseo se hace tan fuerte que maquinas una estrategia y, en cuanto tienes un plan coherente, lo ejecutas sintiéndote, después de realizarlo, plenamente satisfecho de tu actuación. Exactamente el mismo procedimiento puede emplearse de un modo positivo. Te encuentras con una persona que tiene problemas y deseas ayudarla. Piensas en las distintas maneras en que podrías aliviar sus dificultades y en la forma de llevarlas a la práctica. Después, las aplicas con la máxima habilidad y te alegras de lo que has hecho. Es importante no hacer distinciones demasiado rígidas entre la meditación y la aplicación y no creer que el término “meditación” se refiere siempre a sentarse en una determinada postura.
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El consejo de abandonar las actividades mundanas no nos obliga a renunciar a todas las actividades. Incluso ocupaciones supuestamente mundanas, como ayudar a los demás en las labores del campo, en sus negocios o asesorarles sobre el modo de hacerse cargo de su propiedad, son prácticas espirituales cuando están motivadas por un poderoso altruismo. Si hacemos una meditación de relajación porque queremos sentirnos bien, no es una práctica espiritual, pero si la hacemos porque deseamos ser fuertes y serenos para poder ayudar a los demás, sí que lo es. Cuidar de nuestro cuerpo y de nuestra mente es parte del trabajo por los demás. Sería absurdo pensar que podemos ayudar a los demás con eficacia cuando no podemos cuidar siquiera de nosotros mismos. El propósito de la meditación es ayudarnos a desarrollar el control de nuestra mente, liberarla de la esclavitud de las emociones perturbadoras e incrementar su familiaridad con pensamientos positivos como el amor y la compasión. Son muchas las personas que llevan una vida ajetreada y, si bien les gustaría practicar la meditación formal, nunca encuentran tiempo para ello. La palabra tibetana para meditación está muy estrechamente asociada con el verbo “familiarizarse”7. Digamos que meditar es familiarizarse con un estado mental bondadoso. 4
Se dice que los seres de capacidad media son los que buscan felicidad sólo para sí mismos alejándose de los placeres mundanos y evitando las acciones destructivas.
Los practicantes de capacidad intermedia reconocen que todos los estados de la existencia cíclica, desde el más elevado, el “Pico de la Existencia Cíclica”, hasta el más bajo, el “Infierno sin Tregua”, están gobernados por las acciones contaminadas impulsadas por las emociones perturbadoras. Su naturaleza es, pues, el sufrimiento. Dichos practicantes rechazan todos los placeres de la existencia cíclica y no los desean siquiera en sus sueños. Con este poderoso deseo de libertad, apartan cuerpo, palabra y mente de cualquier actividad negativa y de todo cuanto está asociado con ella y se adiestran en la disciplina ética, en la concentración y en la sabiduría, cuyo resultado es la liberación personal, la pacificación del sufrimiento y de sus fuentes.
Una Luz en el Camino Dipankara Atisha (982-1054), erudito maestro budista del siglo XI, fue el abad de uno de los más conocidos y prestigiosos monasterios budistas de todos los tiempos, el de Vikramashila en el norte de la India. Viajó a Tíbet invitado por el rey Lha Lama Yeshe Wo y su sobrino Jangchub Wo. Su llegada a Tíbet inicia el periodo de la «segunda transmisión» del budismo tibetano, el renacimiento que siguió a la persecución del budismo desencadenada por el rey Langdarma en el siglo IX, dando origen a las tradiciones sakya, kagyu y gelug.
h La obra más conocida de Atisha se titula Una Luz en el Camino y fue escrita para los tibetanos siguiendo la petición de Jangchub Wo. Establece el camino budista completo enmarcado en los tres niveles de motivación del practicante representado por los caminos hinayana, mahayana y vajrayana. El texto de Atisha se convirtió así en el origen de las tradiciones del Lam Rim o estadios graduales en el camino a la Iluminación, un acercamiento a la práctica espiritual que forma parte de todas las escuelas de budismo tibetano. Este texto tiene cuatro características fundamentales, la primera es que demuestra que no hay contradicciones en las enseñanzas del Buda. La segunda que éstas deben ser tomadas como instrucciones para la práctica. La tercera que permite comprender fácilmente la verdadera esencia de las enseñanzas y la cuarta que por medio del estudio, ponderar acerca y meditar en ellas se aprende a cultivar lo que debe ser abandonado y lo que debe ser cultivado.
h El texto original viene con un comentario de Gueshe Sonam Rinchen, un «gueshe lharampa» de la Universidad Monástica de Sera. Actualmente es maestro residente en la Library of Tibetan Works and Archives en Dharamsala (India). La traducción del tibetano la ha realizado Ruth Sonam su traductora desde 1983 y autora con él de varios libros de textos budistas esenciales. ISBN: 978-84-86615-68-0
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