El autor Rubén Muñoz Martínez - Colección En Pruebas - Gramáticas del silencio - Ediciones En Huida
Rubén Muñoz Martínez es Licenciado en Filosofía y Doctor por la Universidad de Sevilla. Es Asistente Honorario en las universidades de Córdoba y Sevilla y en la actualidad se encuentra realizando estudios universitarios en Historia del Arte. Pertenece al Grupo de Investigación Liberalismo y Comunitarismo (HUM636), a la Asociación Andaluza de Filosofía y al Círculo de Estudios Heideggerianos. Ha publicado diversos textos en revistas especializadas y es autor de los libros Tratamiento ontológico del silencio en Heidegger (2006), Resonancias y silencios de la palabra (2011), Elogio de la contemplación (2012) e Incursiones en lo sagrado (2012).
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Gramáticas del silencio
Rubén Muñoz Martínez Colección En Pruebas
Ediciones En Huida
Sinopsis La sociedad occidental se encuentra inmersa en un ritmo frenético que consciente o inconscientemente tiende a olvidar el lugar fundamental que el silencio ocupa en la existencia humana. Desde una indagación de carácter filosófico, esta obra se adentra en el fenómeno del silencio y lleva a cabo una aproximación a dicha cuestión, mediante una investigación especialmente atenta a la presencia significativa del silencio en nuestra experiencia de lo real. La cuestión es abarcada centrando la mirada en la actitud propia del hombre especialmente religado al silencio, para posteriormente proceder a un internamiento en lo que se ha denominado el decir silencioso del ser. De este modo, el trabajo queda desdoblado en dos caminos paralelos y complementarios: una reflexión filosófica sobre los sentidos más profundos del silencio y un recorrido por la obra de algunos de los grandes creadores que más y mejor han sabido profundizar en la esencia de lo que realmente sea el silencio.
© De los textos: Rubén Muñoz Martínez © De la fotografía de la portada: Silvia Martín Durán © Del diseño de la portada: Martín Lucía (mediomartin@yahoo.es) Maquetación: Martín Lucía Coordinador editorial: Ediciones En Huida ISBN: 978-84-943077-4-4 Depósito Legal: SE 1820-2014 Está prohibida la reproducción total o parcial de este libro, al igual que su incorporación a un sistema informático, su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, reprográfico, gramofónico u otro, sin el permiso previo y por escrito de los editores. Contacte y haga su pedido (sin gastos de envío): ventas@edicionesenhuida.es
Gramáticas del silencio Sobre el decir callado de lo real Rubén Muñoz Martínez
Ediciones En Huida Colección En Pruebas -: 1 :-
Y cuando el Cordero abri贸 el s茅ptimo sello, se produjo en el cielo un silencio, que dur贸 alrededor de media hora. Apocalipsis VIII
Gramรกticas del silencio Sobre el decir callado de lo real
A mis hijas, Daniela y Adriana, con humildad y esperanza
De lo que no se puede hablar hay que callar. Ludwig Wittgenstein Tractatus logico-philosophicus
Índice Prólogo, por Miguel Florián
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Presentación del autor
33
Introducción. Hacia una localización ontológica del silencio 37 I. La significación ontológica del silencio
1. El silencio en el hombre
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1.1. Guardar silencio
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1.2. Callar significativamente
52
1.3. Palabra y silencio
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2. El silencio del ser
60
2.1. El decir silencioso del ser
61
2.2. La escucha del ser
64
2.3. La presencia del ser
67
3. Momentos de encuentro con el silencio
69
3.1. Admiración
71
3.2. Contemplación
74
3.3. Reflexión
77
3.4. Creación
80
II. Poéticas de silencio
1. La plástica del silencio 1.1. Habitar el silencio
88
1.2. Moldear el silencio
96
1.3. Trazar el silencio
88
2. La sonoridad musical del silencio
104 111
3. La aspiración verbal del silencio poético
116
4. La poética silenciosa de la escena
122
4.1. El silencio teatral
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4.2. El silencio cinematográfico
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5. La significación filosófica del silencio
131
6. El resonar silencioso del éxtasis místico
141
Bibliografía escogida
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Prólogo De los hombres aprendemos a hablar; a callar, de los dioses. plutarco
Quietud vacía, calma, silencio, no actuar, he ahí el origen de todos los seres zhuang zi
Dejó escrito Kafka que las sirenas «poseían un arma aún más peligrosa que su canto, el silencio». No deja de sorprendernos esta afirmación. Al menos en un primer momento, luego, cuando ahondamos en ella comenzamos a desvelar la verdad que parecía ocultarse en ella. Lo que sí es cierto es que el silencio, al igual que la soledad, se nos presenta ―también, de entrada― como algo oneroso, de ahí que lo temamos y lo evitemos. El silencio nos aproxima a una realidad profunda, inhabitual, pero nuestra. Nos ensimisma, nos abisma al interior de nosotros mismos, a ese hondón que nos confunde con los demás seres. Hablar acerca del silencio, ¿no es ya de por sí paradójico?, ¿no ha de parecernos contradictorio? ¿Acaso no habríamos de callar para así hacer posible su presencia? Y, sin embargo, hablamos y no podemos evitarlo, somos seres palabreantes, enormemente sonoros... Tal vez, nos tememos, temerariamente ruidosos. Pero es que, por otra parte (y esto es muy relevante) el silencio procura 15
mostrársenos y para ello se sirve de la palabra. La palabra es una máscara del silencio. El silencio es voracidad de voz, como la nada lo es del ser. Estamos en el silencio y esta intimidad hace que no reparemos en él. El silencio da que hablar, el silencio no para de hablar. Se encuentra dotado de innumerables facetas (religiosas, políticas, poéticas, ontológicas...). Hay silencios impuestos que nos obligan a enmudecer, y otros deliberados pero comunicativos siempre porque están henchidos de sentido. Estas líneas están motivadas por la lectura de Gramáticas del silencio («Sobre el decir callado de lo real»), un tratado escrito por Rubén Muñoz Martínez. No deja de ser admirable escribir acerca del silencio en este tiempo nuestro tan contaminado por el ruido, por el estrépito, donde se vive un lacerante culto a la palabrería ensordecedora. «Solo el hombre hace ruido», escribió Alfonsina Storni. Escritos como el de Rubén Muñoz surgen, seguramente, para hacernos caer en la cuenta de que es preciso recuperar el silencio y así hacer posible abrirnos a nosotros mismos, a la naturaleza y a los demás humanos. Porque el ruido nos anula, nos incomunica, nos petrifica como la mirada del Basilisco. David Le Bretón, escribe: «La modernidad es el advenimiento del ruido». Pero, ciertamente, es que mediante la voz, la palabra, podemos delimitar, señalar, la región ignota del silencio. El silencio para reconocerse precisa de la palabra. No podemos entonces dejar de hablar acerca del silencio. Sin la voz que lo demarca no nos percataríamos del silencio que nos circunda y hace germinar cuanto se nos muestra. Sí, el silencio se manifiesta en la voz, en el canto, en el sonido, en la palabra..., porque es centro generador, es logos epifánico. 16
La palabra emerge del silencio ―del magma que a través del hombre busca ordenarse―. La palabra no alcanza, sin embargo, a mostrar por completo lo que pretende; y es que ―al decir de Bodhidarma― «la verdad esencial está más allá de las palabras». Estas tantean en la tiniebla. Hemos de admitir, como los antiguos gnósticos, que en su rebosamiento ―en su bullir, en su borboteo― que aboca a la palabra, el silencio parece denigrarse al individualizarse, al descender a la materia verbal. La palabra no logra ―más que en escasas y felices ocasiones― a nombrar lo que busca, y cuando esto acontece el alma lo sabe, ya que reconoce su carencia. Y pretende la luz, el verbo fulgurante, luciferino, que parece saltar sobre el abismo de la materia y redimirla. La palabra entonces ―como el Espíritu hegeliano― retorna a su centro originario, que es ni más ni menos el silencio transmutado, el silencio hecho carne que ha despertado de su sopor informe. Procedemos del silencio y hacia él nos encaminamos. Entre silencio y silencio discurre el arco de nuestra existencia. «Lo demás es silencio», le dice el príncipe Hamlet a su amigo Horacio, ya próximo a expirar. No es de extrañar que al silencio se le haya identificado con la nada, con lo que no es, con lo que antecede o precede a cualquier manifestación. Sí, el silencio, cabe ser entendido como plenitud o absoluta carencia. Es hénide (Weininger), unidad indiferenciada que provoca lo concreto diferenciado. A través de la voz, como en un espejo, buscamos la inocencia, la transparencia del silencio, su plétora. No es el silencio una superficie oscura y aterradora, ni blanca y opaca. No es homogéneo, no es un mero enmudecimiento. 17
Aproximarnos a la entraña del silencio es, lo estamos viendo, hartamente complejo. Cuando nos afanamos por descifrar su misterio quedamos perplejos, atónitos, para después sentir cómo su voz, sus voces, igual que un incesante mar, se apodera de nosotros y se produce una resonancia que nos mueve a articular la palabra. Porque el silencio es algo pleno de entidad. Lleno de ser, aquello donde se posibilita el ser. La matriz, el seno, el humus primordial de donde brotan los seres que, por serlo, se expresan, y se muestran. Verdaderamente, hay un silencio germinal, el mismo que en la narración judeocristiana antecede a la creación y que se rompe con la palabra, con el hágase, o como aquel bostezo primordial (Χάος) del poema de Hesíodo. Ante este silencio ontogénico los demás silencios son subordinados, parciales, modales. ¿Por qué Dios rompió el silencio eterno para que irrumpiera la palabra, el tiempo, la pluralidad de los seres? Lo dicho nos lleva a distinguir el silencio de los silencios. El Silencio, el Gran silencio: «Aquí está el supremo silencio / que sueña convertirse en sonido / y el sonido deseando convertirse en silencio» (Conrad P. Aiken). El silencio ―en sí mismo― se nos presenta como el ámbito del desacontecer, desconoce la acción, la temporalidad, pero la procura porque es el sustrato de donde larvada emerge toda acción. El sonido, el ruido, la palabra duran, desarrollan el acontecer. La palabra tantea la realidad externa (espacio-temporal). Silencio ontológico y silenció semántico, son el solo silencio. Su auténtica naturaleza se nos muestra tras el límite y la impotencia del habla. Sin este reconocimiento/recogimiento solo daríamos en un silencio vicario un pseudo silencio, reflejado, 18
que es el mero enmudecer. Solo la palabra nos puede conducir al silencio verdadero porque ella emana de allí. La palabra siempre limita con el silencio, con lo averbal que la origina. La palabra siempre nos está señalando su silente origen. El silencio es un exceso del decir. Rubén Muñoz divide Gramáticas del silencio en dos partes diferenciadas: «La significación ontológica del silencio» y «Poéticas de silencio». En la primera nos aproxima a la naturaleza silencio, al silencio originario, a su realidad ontológica; para, en la segunda, acercarnos, fenomenológicamente, a las modalidades del silencio, su manifestación en las diversas artes, pero también en la experiencia religiosa, en la vida cotidiana. En la primera parte («La significación ontológica del silencio») se nos ofrece una muy oportuna distinción entre silencio en el hombre y silencio del ser para desembocar en «Momentos de encuentro con el silencio». El ser humano ―ya nos lo dijo Aristóteles― se caracteriza esencialmente por el habla. El advenimiento del silencio en el ser humano proviene del «modo de posicionarse en el mundo» que se determina en «una actitud fundamental de respeto ante lo real», un recogimiento que hace factible la epifanía de lo existente; pero, también, supone un callar significativamente, y es que este callar no es un callar cualquiera. «El hombre calla ―leemos― cuando lo que le circunda le dice “algo” que queda sumido en el silencio». Ante la pregunta por la esencia del silencio, Rubén Muñoz, nos ofrece una respuesta englobadora: «El silencio es ese
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lugar de lo real donde las cosas yacen en su plenitud virginal», para seguidamente mostrarnos de manera honda, plena, esa realidad generosamente rica que entendemos por silencio. El silencio, insistimos, no puede reducirse a un mero callar, enmudecer, una mera negación, sino que es plenitud, matriz. Se nos aproxima ahora a un desciframiento del silencio ontológico. Rubén es consciente de la dificultad de esta tarea y es por ello que afirma: «¿Cómo abordar una “realidad” que aparentemente se caracteriza por su imposibilidad de expresión verbal?». Tal vez esta sea una tarea que nos sobrepasa pero no es menos cierto que el abismo del silencio nos reclama, nos seduce y nos impele a hablar. Y es que el silencio tiene mucho que decir (todo por decir). El silencio, insistimos una vez más, es el venero de toda habla. Pero esa sima subyacente no es accesible de forma inmediata porque no es el solo segmentar el ruido para ordenarlo en palabras o notas musicales. Como toda realidad abisal nos fascina, nos seduce, nos reclama. Acceder al silencio conlleva una propedéutica, un saber atender. Se hace necesario el recogimiento, la contemplación quieta, para poder realizarse la escucha que haga viable su manifestación. El hombre, que se muestra significativamente, es un ser que posee ―o se encuentra poseído― por la palabra. La palabra es ontológicamente inseparable del silencio (de su silencio). La palabra emerge de lo averbal y, afirma Rubén, se encuentra movida por la tensión que le impele a «superarse a sí misma». Esta emergencia se hace patente en la creación artística y, de manera notoria, en la poesía («La poesía se vuelve sobre sí misma para oír 20
su propio silencio», afirmó Lezama Lima). La palabra brota del silencio y propende a quedar atrapada en la urdimbre del silencio; describe un arco o círculo que culmina justamente allá donde surgió. «Pensar el ser implica pensar el silencio», y no puede ser de otra manera después de cuanto se ha venido diciendo. En el esfuerzo por descender ―y habitar― la silente raíz del ser es donde se provoca la experiencia que tantos poetas, místicos y pensadores nos han trasmitido. De entre estos últimos es inevitable referirse a Martin Heidegger, que es un referente cardinal en la obra que tratamos. «El ser se da en el silencio», afirma Rubén Muñoz, pero este darse está indisolublemente vinculado a la palabra. Este decir silencioso únicamente es advertido por el sujeto atento, abierto a la escucha. El decir del ser resuena en la palabra. Pero ¿cómo se realiza esa escucha si es que el ser se «da en el silencio»? Dicha escucha nada tiene que ver con la recepción pasiva de voces, ruidos, murmullos que llenan nuestro mundo cotidiano. Es un atender que exige una disposición que implica la reflexión, el doblarse hacia dentro y así acceder a la entraña de lo real: es la «escucha ontológica» donde se posibilita el aprehender intelectual (no sensitivo) del silencio. En este estadio el sujeto humano se reconoce indefenso, frágil, expuesto a la incertidumbre, como en la desesperación kierkegaardiana; es entonces cuando es posible adentrarse en el ámbito inusual de la ignorancia, la docta ignorancia, en la nube del no saber, la razón silenciosa (Plotino). Es el «entreme donde no supe» de Juan de la Cruz. Y es que el hombre se revela como mediador (anguelos) del ser, un portador de la luz (Luzbel) del sentido. 21
Es este el territorio donde se experimenta el vértigo ante el abismo que amenaza destruirnos (como los ángeles rilkeanos). «Un abismo invoca a otro abismo», escribió el encendido Jerónimo Savonarola. Es en la experiencia mística y en la creación artística donde más manifiestamente se hace patente lo afirmado: Rothko, Juan de la Cruz, Miguel de Molinos, Chillida, Celan, Angelus Silesius... Los «momentos de encuentro con el silencio», esto es, la actitud que hace posible «la aparición significativa del silencio», son la admiración, la contemplación, la reflexión y la creación. Con el acercamiento a estos cuatro momentos termina la primera parte del tratado. La relación, diferencia y conexión de estos cuatro espacios propician algunas de las páginas más bellas y reveladoras del libro. El autor nos muestra la necesaria interrelación entre ellos y sus diferentes articulaciones. Al cabo, la admiración y la contemplación brotan del asombro, del pasmo que impele a la reflexión (al «silencio de la reflexión») haciendo de esta forma posible la cristalización de la obra de arte. Es el hombre un animal poiético, generador, porque él es la ocasión de la resonancia del ser que busca manifestarse. La segunda parte de Gramáticas del silencio, es la titulada «Poéticas de silencio», en ella se abordan, en palabras del autor, «ciertos espacios de creación que, por su propia naturaleza, manifiestan una íntima relación con la dimensión más profunda del silencio». Hemos de entender por ‘poéticas de silencio’ aquellas elaboraciones artísticas e intelectuales ―espirituales al fin― que resultan de un modo de expresión «enraizado germinalmente en 22
el silencio». En definitiva, se abordará la relación existente entre silencio y creación, cómo en el hacer creativo subyace la misma raíz silente. Se despliega un recorrido muy sugerente por las diferentes artes (arquitectura, escultura, pintura, música, poesía, teatro y cine) así como por la filosofía y la mística. Apoyándose en la obra de artistas como Luis Barragán, Le Corbusier, Van der Rohe, Chillida, Oteiza, Mompou y otros creadores, pensadores y místicos... Resulta especialmente destacable el apartado dedicado al silencio en la arquitectura («Habitar el silencio»). Pues que, en verdad, reconocemos el cimiento silencioso en muchas edificaciones. El hombre erige edificios para resguardarse de los peligros y protegerse de la intemperie, pero también para cercarse y adentrarse en un laberinto (mandala) en donde reencontrarse. Muy oportuna es la cita del arquitecto mexicano Luis Barragán al afirmar que: «Los muros crean silencio». Es ese silencio íntimo que nos devuelve al pasado individual, o tal vez de la propia especie, al claustro inamovible de las madres. Todos hemos experimentado alguna vez ese recogimiento íntimo en diferentes lugares como los dólmenes de Antequera, en monasterios como San Pedro de la Nave, San Juan de la Peña... y hasta en edificios más próximos en el tiempo, como algunos de los construidos por Le Corbusier, Alvar Aalto, Tadao Ando... En última instancia, todo habitáculo es templo también, espacio sacralizado, reflejo del cosmos. El arquitecto remeda el acto demiúrgico divino: «La arquitectura es el arte del silencio petrificado», escribe Juhani Pallasma.
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Hay ocasiones en que la arquitectura y la escultura propenden a confundirse, como en la obra de Serra, de Chillida o de César Manrique. En la escultura reconocemos el esfuerzo de la materia informe por amoldarse y concretarse en un ente particular. Pensemos, a este respecto, en la obra última de Miguel Ángel, en la de Rodin o, más cercano en el tiempo, en las esculturas de Giacometti, auténticos golems que se desprenden de la arcilla. En escultores como es el caso de Eduardo Chillida, afirma muy oportunamente Rubén Muñoz, «encontramos un intento magistral para recrear nuevos lugares mediante el tratamiento del vacío, elaborando de esta manera un peregrinar constante hacia la dimensión más misteriosa del silencio». Al abordar el silencio en la creación artística, Rubén, se demora en pintores silenciosos como Vermeer, Chardin, el Velázquez de Las meninas, (podían añadirse muchos más como Georges de La Tour o Hammershoi), aunque se hace mayor hincapié en creadores del siglo xx como Mark Rothko, representante señero del expresionismo abstracto, pintor cuya obra ha abordado anteriormente nuestro autor en diferentes escritos: «Rothko hace del silencio uno de los componentes esenciales de su creación». El pintor estadounidense de origen ruso fue muy consciente de la labor demiúrgica del artista y así escribe: «Insisto en la equivalencia en términos de existencia entre el mundo engendrado en mi mente y el mundo engendrado por Dios fuera de sí». Antoni Tapies, Kazimir Malévich (el silencio pintado), Giorgio de Chirico: «Dios creó al mundo en silencio; después, cuando hubo soltado sobre las esferas que giran (o que no giran) en el espacio, los elementos y 24
los animales, empezó el ruido. Toda creación se hace en silencio; a continuación, sus fuerzas ocultas hacen nacer el ruido, o mejor dicho, los ruidos, por el ancho mundo» (Sobre el silencio). Es la expresión musical connatural al silencio. Sin él la música no podría darse puesto que está tramada por silencio y sonido. La música que viste el aire «de hermosura y luz no usada» (Fray Luis de León) nos acerca, como ningún otro arte, al ámbito de lo inefable. En la música el sonido y el silencio juegan entre sí para sustraernos de la realidad cotidiana y ―como escribe Fray Luis en la Oda a Francisco Salinas― arrebatarnos a los confines del alma, devolviéndola a su realidad primera. Rubén se detiene brevemente en la obra de John Cage y, con mayor extensión, en la de Beethoven y Mompou. Especial atención le concede nuestro autor a la poesía. Esta parece aproximarnos a la infancia de las palabras, a ese territorio intacto cuando las palabras parecían fluir desde la entraña de lo averbal. El poema se encuentra larvado, latente, en el vacío inicial, en su ámbito silente. Muy oportunamente escribe Francisco José Ramos González: «El poema conversa con sus propios silencios para dejar traslucir aquello que nunca nos abandona: el gran silencio, insondable e inabordable, sobre el que gravita el devenir de los universos. La palabra poética es una exhortación al silencio y el silencio una invitación a la poesía. En este sentido, si bien nuestro universo es el del lenguaje, la palabra poética está abocada al desbordamiento de lo humano» (La significación del lenguaje poético).
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En la génesis del poema lo crucial es el hallazgo germinal del primer verso, de la primera palabra, del primer hálito. Cuando el alma quieta es agitada por la mano del ángel. Y es entonces cuando se forman ondas, círculos, esferas cada vez más amplias, comarcas que quiebran (y a la vez contienen) la placidez primera. De ese temblor matricial emerge la palabra, el verbo incipiente y seminal, que luego a través de una emanación deductiva, se desarrollará formando la cadena del poema. Hasta transformarlo en un cristal o ―al decir de Wallace Stevens― en un faisán. En la piel finísima, amaterial y tensa del alma. En gran medida los grandes poetas (Paul Celan, Juan Ramón Jiménez, Stéphane Mallarmé, Alejandra Pizarnik, Rainer María Rilke...) experimentaron una muy especial lucha con el silencio y la palabra (logomaquia), como el combate entre Jacob y el ángel... Un esfuerzo por liberar la palabra y retenerla en la trama del verso. Es en la metáfora, la voz proteica que de continuo escapa, donde se configura el decir poético, ese decir y desdecir, ese forzar a la palabra a desentrañar lo que pueda guardar en su seno. La metáfora nos revela el movimiento interior de las palabras, como un azogue insofocable, nos muestra el desplazamiento del sentido, en su voracidad aglutinante, hasta mostrarnos una realidad insospechada que no nos es reconocible hasta que no nos lo muestra el poema. Escribe el gran poeta y filósofo rumano Lucian Blaga: El silencio es mi sabiduría / y como permanezco inmóvil y sereno, / tal un asceta de piedra, / me parece / que soy una estalactita dentro de una 26
cueva inmensa / con el cielo por bóveda. / Lentas, / lentas / lentas gotas de luz, / gotas de paz, caen incontenibles / del cielo / y se hacen de piedra dentro de mí. Volvemos a servirnos de unas palabras del también poeta y filósofo puertorriqueño Francisco José Ramos: «El silencio de la palabra poética se funda en el momento de su evanescencia. Atender al momento de la vida, al surgir y cesar de lo momentáneo, es el supremo acto poético capaz de generar una obra de arte» (La significación del lenguaje poético). Y es que la poesía, ahora en palabras de Rubén, «aspira a alcanzar la plenitud significativa de aquel silencio inicial», a aquella Gran Palabra, limítrofe al silencio, a la que aspiraba Sören Kierkegaard para morir con ella en los labios. En el teatro y en el cine podemos también encontrar el rastro generativo del silencio, basta con aproximarnos a autores teatrales como Anton Chejov, Henrik Ibsen, Maurice Maeterlinck, Antonio Buero Vallejo, Samuel Beckett... o, en el ámbito cinematográfico, a Serguéi Einsenstein, Ingmar Bergman, Michelangelo Antonioni, Carl Th. Dreyer o Andrei Tarkovski. Y muchos más. Dreyer y Einsenstein, se formaron en el cine mudo, ello explique tal vez por qué el silencio se encuentra tan presente en sus películas aún después de que apareciera el cine sonoro. Especial importancia concede Carl Th. Dreyer al silencio en sus películas. En Ordet (La Palabra) el silencio y los planos inmóviles confieren una sensación de tiempo petrificado y luz cristalizada. Ingmar Bergman, muy influido por el cineasta danés, también supo en su cine mostrarnos el sustrato silencioso que subyace a las imágenes 27
y a la voz. Películas como Persona y El silencio, son a este respecto paradigmáticas. Por su parte, Andrei Tarkovski, heredero en gran medida de los dos anteriores, ha desarrollado una cinematografía que ha sido calificada de trascendental (como la de Ozu o Bresson): «La finalidad del arte consiste en preparar al hombre para la muerte, conmoverle en su interioridad más profunda», escribió el realizador ruso en Esculpir en el tiempo. No debemos desaprovechar la ocasión de recordar aquí El gran silencio, el film que en 2005 realizara el cineasta alemán Philip Gröning en la Grande Chartreuse mostrándonos la recogida y callada vida cotidiana de los monjes cartujos. Se aborda seguidamente «La significación filosófica del silencio». Se le previene al lector que el silencio puede ser abordado desde una gran variedad de perspectivas. Y así se pasa a distinguir el silencio hermenéutico, el silencio meditativo y el silencio etimológico. Afirma Rubén Muñoz que «las cosas residen en un lugar originariamente silencioso desde donde posteriormente se nos entregan mediante formas distintas. Pero inicialmente las cosas están contenidas, por así decirlo, en el silencio original del ser». Allí las cosas aún no han sido «tocadas» por el lenguaje humano. Rubén Muñoz se sirve ahora del pensamiento de Inmanuel Kant, de Wittgenstein y, fundamentalmente, de Martin Heidegger. Ya Wittgenstein dejó patente en el Tractatus que nuestro mundo humano se encuentra limitado por la estructura del lenguaje. Pero el lenguaje no agota lo real. Y es que no posee otras manos el hombre para aprehender la realidad que la lengua. Esta moldea la realidad, la estructura para que, en una suerte de metabolismo 28
epistemológico, pueda ser asumida. Lo que queda más allá de la malla del lenguaje es indecible, lo a-lógico, lo místico. Recurre Rubén a Heidegger (un pensador muy frecuentado por nuestro autor) y a su consideración del silencio en tanto habla del ser. El pensador alemán se afanó por hallar las posibilidades de aproximación comprensiva a aquello que queda fuera del entramado del lenguaje, y ello le condujo a prestar especial atención a «la dimensión significativa del silencio»; este sería el habla del ser, “un modo de hablar que se da en el silencio mediante un decir callado ―escribe Rubén― que solo es apto para algunos poetas y pensadores”. Finalmente, se abordará en el tratado que comentamos el silencio en la experiencia mística («El resonar silencioso del éxtasis místico»). «Un silencio de la lengua, un silencio del cuerpo, un silencio del corazón», escribe Thomas Merton al referirse a la recogida vida de los monasterios. Sobre la experiencia mística afirma Rubén: «El devenir del místico comienza y culmina en el silencio». Es la experiencia mística justamente eso: una experiencia del misterio, de lo oculto y sellado que se encuentra en la realidad y en el seno de nuestro espíritu. Esa experiencia, cuando aparece se manifiesta como una salida (éxtasis) de ese ser que somos en la vida cotidiana para acceder a una realidad más honda donde la palabra reconoce su límite y enmudece. Se hace así posible el advenimiento a una experiencia a la que después se la señala mediante símbolos, paradojas, metáforas. He aquí un ejemplo de cómo ―en El libro de la vida santa Teresa de Jesús― se manifiesta: «Ansí es también en otra manera que Dios enseña el alma 29
y la habla sin hablar, de manera que queda dicha. Es un lenguaje tan del cielo, que acá se puede mal dar a entender aunque más queramos decir, si el Señor por espiriencia no lo enseña. Pone el Señor lo que quiere que el alma entienda en lo muy interior del alma, y allí lo representa sin imagen ni forma de palabras, sino a manera de esta visión que queda dicha». Vivencias similares las encontramos en el Pseudo Dionisio Areopagita, Agustín de Hipona, Meister Eckhart, Johannes Tauler, Juan de la Cruz, Miguel de Molinos o en Jakob Böhme... El ser humano se sabe absorbido por una potencia trascendente que lo atrae hacia sí. («La sensación de presencia de un poder amigo superior parece ser la característica fundamental de la vida superior», dejó escrito William James en Las variedades de la experiencia religiosa). Habrá de ser en el ámbito de la vida eremítica y monacal, donde aquellas manifestaciones se presenten con mayor frecuencia. El recogimiento, la interioridad, la vida callada propician esta suspensión de la conciencia abocando a otra realidad que se revela como inefable. Es por ello que monjes y cenobitas buscan lugares apartados ―bosques, montañas, páramos y desiertos― y así acallar el ruido que nos aliena. El hombre solamente puede hallarse a sí mismo al atender al manantial callado que habita en su interior, el silencio interior que deviene al apartarnos de los caminos más transitados y ruidosos. Escribe el gran poeta catalán J. V. Foix: «En los frescores del silencio, más allá de la palabra antigua, de la imagen nueva o de la imagen abstrusa, tú y yo, y tal vez otros que nos acompañan y a los cuales no conocemos, somos testigos del prodigio: el paso del instante con fulgores de eternidad (Carta 30
a Joan Salvat-Papasseit)». Vivimos en el misterio y «nada más misterioso que el hombre» (Sófocles). Acabaremos con una cita más, ahora de uno de los místicos más señalados del islamismo, el murciano Ibn Arabi: «En el silencio se cifra tu existencia y en la articulación [de la palabra] tu inexistencia».
Miguel Florián
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Presentación del autor
Con el título Gramáticas del silencio no se pretende dar a entender que las páginas que conforman este trabajo vayan a desbrozar toda la arquitectura interna del silencio, tarea del todo imposible para todo aquel que pretendiera llevarla a cabo en términos absolutos. Este título no designa otra cosa que el intento de llevar a cabo una aproximación a la estructura ontológica de esta cuestión, mediante una reflexión filosófica especialmente atenta a la presencia significativa del silencio en nuestra experiencia de lo real. Así, una vez localizado el objeto de la investigación, iniciaremos nuestro planteamiento atendiendo a la actitud propia del hombre especialmente religado al silencio, para posteriormente adentrarnos en lo que hemos denominado como el decir silencioso del ser. A continuación, nos detendremos en el momento decisivo que implica el encuentro silencioso entre hombre y mundo, para finalmente completar la investigación reflexionando sobre algunos de los distintos ámbitos de creación en los que el silencio adquiere una especial trascendencia en su manifestación. A lo largo del trabajo hemos aludido a grandes creadores cuyas obras guardan una especial relevancia en lo que a su relación con el silencio se refiere. Debido a sus matices expresivos particulares, algunos de estos creadores han sido tratados de una manera más detenida que otros, siempre teniendo en cuenta que nuestro objeto de estudio ha sido el fenómeno del silencio y no la obra concreta de cada uno de estos autores. Debe quedar claro, 33
pues, que en ningún caso hemos pretendido establecer un catálogo completo de todos aquellos autores en cuyas obras el silencio ocupa un lugar especialmente destacado. Nos hemos detenido en estos creadores para a partir de ellos reflexionar sobre el silencio, buscando así una referencia concreta a nuestras ideas sobre la cuestión. En líneas generales, podemos decir que este estudio se articula como un intento de comprensión global del silencio, basado en tres momentos claramente diferenciados: el hombre, el mundo y la mediación o encuentro entre ambos. Atendiendo a lo dicho, concluimos esta presentación subrayando que este trabajo ha sido realizado con el propósito de advertir acerca de la importancia que el silencio puede llegar a alcanzar en la vida del existente humano, así como con el claro designio de reflexionar detenidamente sobre sus aspectos más significativos. *** Son muchas las personas que directa o indirectamente han contribuido a la elaboración de esta obra. Todas las conversaciones mantenidas con ellas a lo largo de estos años laten de alguna manera en las páginas que conforman este trabajo. Pero muy especialmente he de agradecer al académico José Villalobos la corrección del primer borrador completo de esta investigación. Igualmente, quedo muy agradecido al poeta y amigo Miguel Florián por la elaboración de su hermoso y profundo prólogo. 34
Asimismo, tampoco puedo dar por concluidas estas líneas sin agradecer las sugerencias de todos aquellos que por petición expresa leyeron alguna parte del manuscrito o prestaron un especial interés por la evolución del mismo, resaltando de esta manera los nombres de José María Prieto, Antonio Durán, Jaime Rodríguez Sacristán, Susana Rotbard, Mario Álvarez Porro, Eugenio Silverio y María del Carmen Molina. Mención aparte merecen mi mujer, Silvia, soporte fundamental de mi trabajo y mis hijas, Daniela y Adriana, fuentes esenciales de mi inspiración. A ellas, en nuestro más íntimo resonar, van dedicadas expresamente todas estas páginas y aquellas futuras que alguna vez pudiera escribir.
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Introducción. Hacia una localización ontológica del silencio
El silencio es ese lugar de lo real donde las cosas yacen en su plenitud virginal, un modo de estar que es ofrecido al hombre mediante un decir callado difícil de captar.
En el siglo pasado, el filósofo alemán Martin Heidegger señaló el lenguaje como «hogar del ser». A partir de este planteamiento, y profundizando en algunas de sus consecuencias, intentaremos pensar el silencio como hogar del lenguaje, y por lo tanto, del ser. En un sentido exclusivamente sensorial ha quedado claro que el ser humano no está capacitado para vivir en el pleno silencio, tal y como demuestran las cámaras anecoicas1, esos espacios físicos diseñados por el ingenio humano para absorber todos los sonidos que se producen en su interior. Como ha sido comprobado en diversos experimentos, ningún ser humano puede soportar dentro de estas cámaras más de cuarenta y cinco minutos sin empezar a perder la cordura. Al parecer, la tensión que el silencio absoluto provoca en el cerebro se hace totalmente insoportable. No obstante, lo que a nosotros realmente nos interesa es el aspecto ontológico del silencio. Así, al hablar del silencio como 1 A este respecto resulta conveniente recordar la visita del compositor John Cage a la cámara anecoica de la Universidad de Harvard. Cage, autor de la polémica 4´33´´, al salir de la cámara comentó que no había dejado de oír durante su estancia dos sonidos. El ingeniero responsable de su visita le comentó al compositor que esos dos sonidos no eran más que el latido de su corazón y la circulación de su sangre.
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decir esencial o decir callado de lo real nos estaremos refiriendo prioritariamente al aspecto ontológico del mismo ―silencio ontológico―, ya que lo que verdaderamente nos interesa aquí es ese silencio que resuena en el hombre al margen de cualquier circunstancia externa que lo rodee, ese silencio que se genera en el interior del pensador, el poeta o el escultor, independientemente de los sonidos externos que puedan estar envolviendo a su acción durante el desarrollo de su tarea. De este modo, partiendo de lo que habitualmente entendemos como silencio físico, llevaremos a cabo un tratamiento de la cuestión desde el que desarrollaremos una reflexión que se centrará fundamentalmente en el aspecto ontológico de este fenómeno. Por otro lado, y al encontrarnos en el inicio del recorrido, resulta esclarecedor detener la mirada sobre la etimología de la palabra silencio, la cual proviene del latín silentium, cuyo origen se encuentra en el verbo silere ‘estar callado’. El verbo silere expresa una presencia tranquila que no es interrumpida por ningún ruido y que es aplicable al hombre, a la naturaleza, a los animales e incluso a los objetos. Por su parte, el verbo activo tacere significa interrupción o ausencia de la palabra y su sujeto siempre es una persona. Pero al margen de consideraciones lingüísticas y centrándonos en el contenido ontológico de la cuestión, nos preguntamos: ¿cómo abordar una «realidad» que aparentemente se caracteriza por su imposibilidad de expresión verbal?
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El hombre, autoconsciente de sus limitaciones para acceder a ese decir silencioso, intenta descubrir y transitar nuevos caminos que al menos le permitan intuir algunos destellos de semejante decir, tal y como sucede en la poesía de san Juan de la Cruz, en las grandes catedrales góticas, o más contemporáneamente, en el pensamiento de Heidegger o en el teatro de Samuel Beckett, ámbitos concretos de creación que asumiremos en este trabajo como «gramáticas de silencio» donde es posible rastrear algunos de los significados más destacados de lo que hemos decidido llamar decir esencial. Atendiendo a estos planteamientos, parece adecuado partir del pensamiento que indica que el silencio constituye el modo en el que se dan las cosas originalmente y el lugar de donde todo emana y a donde todo ha de volver. En este sentido, aunque pensamos que el silencio recorre el subsuelo de la existencia, entendemos que en primer lugar hay que saber atender intencionalmente a su modo de darse para poder intuir su significación más profunda. Aunque en sentido estricto es cierto que el silencio «no habla», no podemos obviar que el silencio está y se da de una manera a la que podemos acceder con el pensamiento, la intuición o el sentimiento. El silencio, pues, parece significarse como el lugar de encuentro con lo más íntimo de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. Muchas son las situaciones y lugares en donde la manifestación del silencio es ampliamente propiciada. Podríamos pensar en el momento de la oración, la lectura de un texto,
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la escucha del sacerdote o del terapeuta (psicólogo, psiquiatra o psicoanalista)2 o el momento privilegiado de la reflexión. Aunque son diversos y muy variados los ejemplos que podemos encontrar, no todos contienen la misma carga de profundidad en su resolución final. Obviamente, no tiene la misma trascendencia el silencio que se produce en un estadio de fútbol antes del lanzamiento de un penalti, que el silencio que aparece en un lugar sagrado en el momento de la oración, pero aun así cada silencio posee su trasfondo significativo propio. En la vida religiosa, por ejemplo, el silencio ocupa un lugar absolutamente prioritario3, tal y como ha destacado Anselm Grün en su Elogio del silencio: «Los monjes no guardan silencio en aras de un principio abstracto, ni para alcanzar artificialmente un estado de ánimo, ni para enorgullecerse de una gesta ascética. Guardan silencio, sencillamente, porque han experimentado a Dios y no quieren destruir esa experiencia hablando. Se niegan de abandonar la actitud en la que están abiertos a Dios»4. 2 Kovadloff, S. El silencio primordial. Buenos Aires. Emecé. 2010, p. 54: «Diríase: el psicoanalista calla para que el paciente escuche. Y el paciente escucha (es decir, se convierte en protagonista) cuando cargando con su propio extrañamiento, logra oír, en el silencio del psicoanalista, esa otra dimensión de sí mismo que es absoluta alteridad». 3 En su escrito autobiográfico, Viaje al silencio, Sara Maitland detalla: «Las tres grandes religiones ―el judaísmo, el cristianismo y el islam― están profundamente marcadas en su fe por la narración verbal; sus fieles hablan directamente con su Dios, y su Dios les habla a través de los textos, además de cara a cara (...) Es natural que una cultura que atribuye tanto poder al lenguaje desarrolle una historia de la creación por decreto. Y que la misma cultura entienda el silencio como carencia o ausencia, no solo negativa, sino vacía». Maitland, S. Viaje al silencio. Barcelona. Alba. 2010. Trad. Catalina Martínez Muñoz, p. 156 4 Grün, A. Elogio del silencio. Santander. Salterrae. 2003. Trad. Ramón Ibero Iglesias, pp. 92-93.
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Del mismo modo, las situaciones con una alta dosis de contenido emocional e intelectual suelen ir precedidas por un elocuente silencio. En cualquier caso, parece evidente que la realidad está colmada de silencios, aunque no todos contengan el mismo valor para el existente humano.
«Es el silencio, o puede ser, un mandato del alma (Spinoza), lo que queda del mundo y de la muerte, su despojo (Shakespeare), aquello en que la forma se desconoce (Agustín), el más fiel de los confidentes (Kierkegaard), la puerta de entrada de la sabiduría (Juan de la Cruz), el resultado de toda obra (Bergson), el espacio entre la aspiración y la espiración, que siempre es reinicio (Gadamer), el engarce entre los signos que buscan un sentido (Humboldt), lo previo frente a la trascendencia (Jaspers), lo no dicho e imposible de decir (Wittgenstein), el obligado camino entre el exterior y el interior (Heidegger), el modo de cubrir la distancia infinita (Weil)»5.
Los silencios acontecen en distintos niveles significativos6, e incluso en nuestro día a día podemos llegar a encontrar algunos silencios que parecen carecer de cualquier tipo de significación. Sobre estos últimos poco hay que decir, ya que al tratarse de si5 Andrés, R. «De los modos de decir en silencio», en No sufrir compañía. Escritos místicos sobre el silencio. Barcelona. Acantilado. 2010, p. 17. 6 Colodro, M. El silencio en la palabra. Aproximaciones a lo innombrable. México. Siglo XXI editores. 2004, p. 89: «El silencio se expone como un lugar sin límites, demasiado vasto e inabarcable para una interpretación que busca agotarse en la precisión de un sentido único».
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lencios huérfanos de un sentido fecundo, suelen acontecer sin un trasfondo especialmente relevante al que atender. Se trata de silencios que no albergan un sentido excesivamente significativo, ya que su esencia se reduce a la ausencia sonora del momento de su aparición. En la sociedad occidental actual existe un claro menosprecio del silencio en detrimento del sonido e incluso del ruido7. En el día a día es fácil observar cómo se acepta antes una respuesta, por muy insustancial que sea, que un meditado silencio. En nuestra sociedad el que se queda sumido en el silencio queda fuera del colectivo, tal y como se puede comprobar en el mundo laboral, social o político. Más de un minuto de silencio se hace absolutamente insoportable ante el planteamiento de cualquier pregunta. Por ello, la utilización consciente de los silencios ha quedado relegada a un plano muy concreto y exclusivo. En la sociedad del vértigo se prefiere lo rápido y superficial a lo lento y profundo. En resumidas cuentas, podríamos decir que la sonoridad de la palabra insignificante triunfa ante la rotundidad de los silencios que laten en el fondo de la existencia. En el mundo del silencio encontramos una multitud de aspectos profundamente significativos, con un núcleo digno de la más elevada atención. Sobre estos aspectos (modos concretos de silencio) sí hay mucho que decir. De hecho, estos silencios, cargados de sentido, son silencios sobre los que todo 7 Rimpoché, S. El libro tibetano de la vida y la muerte. Barcelona. Ediciones Urano. 2006. Trad. Jorge Luis Mustieles, p. 84: «Pero en un mundo dedicado a la distracción, el silencio y la quietud nos aterrorizan, y nos protegemos de ellos mediante el ruido y las ocupaciones frenéticas».
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pensamiento con interés en los estratos más profundos de lo real debería detener su reflexión8. ¿Quién podría dudar de la llamada silenciosa que recibimos cuando nos asalta una auténtica vocación o de la llamada silenciosa que tiene lugar en la experiencia trascendental del amor? Etimológicamente hablando, vocación proviene del verbo latino vocare, que significa apelación, llamada, una llamada que se produce en silencio y apela a lo más hondo de nuestro ser. En sus Papeles sobre Velázquez, Ortega y Gasset sentencia: «El yo de un hombre es su vocación». Efectivamente, la llamada propia de la vocación que apela a lo más hondo de nuestro ser y nos indica qué camino debemos seguir, brota en un acto silencioso que incide en el núcleo de nuestra existencia particular y resuena con el peso de la palabra más decisiva y determinante. El amor, por su parte, como experiencia fundamental y constituyente de todo ser humano, acontece radicalmente en un espacio de silencio desde donde se arrebata lo más hondo de nuestro ser. Obviamente, para poder realizarse en plenitud, el amor necesita silencio. Por ello, al hablar de la poesía de Jorge Guillén, Amparo Amorós describe el silencio como «el ámbito propicio que acoge la relación amorosa»9. 8 Resulta más que interesante atender a las palabras que Carlos Pagés desliza en su sugerente trabajo «Una aproximación al silencio como experiencia integradora»: «... el silencio es (con su aire paradojal, errático pero preciso, vago aunque certero) un puente entre lo sagrado y lo profano...». Ver en revista Pensamiento Biocéntrico. Nº 12 jul/dez 2009. 9 Amorós Moltó, A. La palabra del silencio (La función del silencio en la poesía española a partir de 1969). Tesis Doctoral presentada en la Universidad Complutense de Madrid, el 28 de septiembre de 1990. (Inédita), p. 327.
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El amor verdadero queda sellado mediante un pacto silencioso, donde las almas se entregan voluntariamente sin esperar nada a cambio. Así, podríamos hablar del amor como de un profundo marco de silencio, donde la persona amante pone en juego la totalidad de su ser.
«De antedicho se desprende que el espacio propio del amor es el silencio, campo de encuentro del que parte toda palabra acogedora y al que retorna para nutrirse de nuevo. El seductor no guarda silencio, no enamora; domina con una cascada de palabras. No se dirige a la inteligencia del seducido ni apela a su voluntad libre; intenta encandilarlas y arrastrarlas»10.
El silencio, pues, no adquiere vigencia significativa de manera autónoma, sino que su presencia alcanza una dimensión de significado cuando entre el hombre y lo real se produce una mediación que propicia el marco adecuado para la manifestación de su decir. Así, con la expresión «decir del silencio» nos queremos referir al modo en el que las cosas se manifiestan desde sí mismas ante la presencia expectante y respetuosa del ser humano. Nos referimos a la manera de hablar del silencio mismo, una manera de hablar en donde las cosas se significan a través de un decir callado que apenas podemos escuchar. 10 López Quintás, A. El encuentro y la plenitud de la vida espiritual. Madrid. Publicaciones Claretianas. 1990, p. 49.
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Con esta caracterización queremos establecer una distinción entre el modo de expresión del hombre (habla) y el modo de expresión de las cosas (decir), que nos ayude a profundizar en la comprensión del silencio como evento significativo. El silencio se hace significativo cuando las cosas se dicen/ se dan en un ámbito de sentido al que hemos de saber atender adecuadamente. Cuando este atender, o escuchar por parte del hombre, se hace de manera auténtica y entabla conexión originaria con el decir ontológico de lo real aflora la significación, la cual no puede tener lugar sin la «co-laboración» del hombre. O dicho de otro modo, el silencio alcanza un nivel significativo relevante cuando el existente humano acoge su decir con una escucha suficientemente atenta, que posibilita el acceso a ámbitos de sentido profundamente fecundos a los que solo podemos acceder gracias a la conexión con ese silencio. La significación del silencio, pues, brota del nexo de unión que se establece entre el haber de lo real, y la consecuente y humilde percepción atenta que el existente humano pone en práctica para captar ese haber. Es la atención hacia ese silencio la que puede guiarnos al resonar significativo de los estratos más profundos y relevantes de lo real. Cuando el hombre entra en contacto con esas entrañas, se genera el plano significativo de carácter profundo que tanto nos tiene que decir. Somos plenamente conscientes de que la articulación del silencio originario produce una cantidad ingente de silencios particulares, y que pretender delinear un catálogo completo de todos
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estos modos de silencio es poco menos que una tarea imposible, pero pensamos que señalar algunos de estos lugares e intentar reflexionar detenidamente sobre los mismos es una tarea accesible. Este último designio y no otro es el referente principal que guía la intención fundamental del trabajo que aquí se presenta. A lo largo de esta investigación trataremos de advertir sobre algunas de las distintas posibilidades de manifestación del silencio, atendiendo detenidamente a aquellas que por su sentido o trascendencia ocupan un lugar primordial dentro de la existencia humana. De esta manera, nos acercaremos, entre otros, al silencio de la reflexión, al silencio implicado en la creación artística o al silencio esencial que tiene lugar en el horizonte creador de la poesía.
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