REVISTA DE POESÍA
EDICIONES O
BISTRÓ
POEMAS JOSÉ ANTONIO ÍÑIGUEZ, ROMÁN VILLALOBOS, NADIA CONTRERAS RESEÑA DOS RESEÑAS DE “DEVORÉ EL CRÁNEO DE EROS”, LIBRO DE ÁNGEL FUENTES BALAM CUENTO HERMANN GIL ROBLES
XII
Bistró. Revista bimestral de poesía No. 12, Jun-Jul 2017. Es un proyecto editado en Mérida, Yucatán, México. Director: Daniel Medina / Edición: Ediciones O / Consejo editorial: Mary Carrillo, Daniel Sibaja, Fernando Salgado.
CONTENIDO Presentación
Dos poemas de José Antonio Íñiguez
Dos poemas de Román Villalobos
Cinco poemas de Nadia Contreras
Dos reseñas de Devoré el cráneo de Eros, libro de Ángel Fuentes Balam
Un cuento de Hermann Gil Robles
PRESENTACIÓN Como cada dos meses, queridos amigos, les traemos un nuevo número de Bistró bajo la misma apuesta editorial: la brevedad y la unión de la experiencia con las nuevas voces. Recién cumplimos dos años como proyecto de divulgación literaria; nuevas personas se van agregando tanto al equipo de trabajo como a la excelente familia de colaboradores que número con número nos brindan el lujo de su compañía. En este número, podrán encontrar poemas de José Antonio Íñiguez, poeta que por primera vez aparece en estas páginas. De la misma forma, contamos con la maravillosa colaboración de Román Villalobos, autor del libro Pequeña ciudad eléctrica y, finalmente, contamos con una brevísima selección de poemas del libro Quedará el vacío de Nadia Contreras con la intención no sólo de propiciar un acercamiento a dicho libro sino también establecer un diálogo entre poéticas distintas. México es un país en el que el tema de la crisis en materia de poesía ha dado mucho de qué hablar: que si los apoyos gubernamentales, fundamentalmetne las becas y los premios, han afectado en gran medida la calidad de las obras; que si las fórmulas escriturales han caído en un facilismo terrible o en un descuido imperdonble. El hecho es que, como en cada número de esta
revista, proponemos la lectura de registros variados que dan siempre, en mayor o menor medida, un vistazo del panorama actual de la poesía no sólo mexicana sino hispanoamericana. El tema de la crisis, querido lector, lo tocaremos pronto. Por otro lado y abriendo el espacio que merece la crítica, la reseña y el ensayo, publicamos en esta ocasión dos reseñas sobre un libro publicado por esta casa editorial: Devoré el cráneo del Eros, del poeta yucateco Ángel Fuentes Balam, reseñas escritas por Roberto Cardozo y Ángel Augusto Uicab. Finalmente y reiterando que de poesía no vivimos completamente, publicamos un cuento de Hermann Gil Robles, narrador que obtuvo el Premio Binacional de Novela Border of Words 2016. Esperamos disfruten este nuevo número y, claro, que nos veamos en Bistró XIII en un par de meses. ¡Nos leemos pronto!
DOS POEMAS DE JOSÉ ANTONIO ÍÑIGUEZ
ÚLTIMAS PALABRAS DE (OTRO) ROBINSON CRUSOE
he sido tan sólo un turista de mi propia ebriedad nada ni siquiera la belleza fue conquistada por mí hoy solo y enfermo en esta selva sin nombre no me queda otra opción: le he declarado la guerra al mar con una flor marchita en la mano
ITINERARIO
cruzo la avenida Juรกrez para entrar directo a la memoria cruzo la memoria para entrar a la sala de espera del infierno cruzo el infierno para sentarme debajo de los ojos de Adonai cruzo los ojos de Adonai para mirar de frente el infinito cruzo el infinito para entrar directo a la Pregunta cruzo la Pregunta para verme sucio acostado en la banqueta
DOS POEMAS DE ROMÁN VILLALOBOS BUDA DEL TERROR, DOS FRAGMENTOS
I en la hora de mi muerte seré yo quien prenda todas tus velas alistarás cada una muchos años antes de mi despedida dicen que hay una estancia donde uno mismo se confunde y tendré que tomar mi propia mano para guiarme y decirte dónde [me pierdo a través de la pobreza en donde ahora vivimos pero no puedo agregar nada porque tengo miedo de unírmeles yo también tengo miedo de terminar en la administración universitaria yo también tengo miedo de salvarme como otra generación de porquería II confía en tu prójimo y dale todo lo que tienes, entrégate y libérate muérete en sesiones, muérete en pocas oportunidades es buen día para iniciar en las drogas y se van a cerrar de golpe los agujeros de esta pieza no vas a poder salir, aquí mismo te va a cargar la chingada es buen día para salir de las drogas ¿te acuerdas de cadáveres que brillan como una conspiración [de perdedores? estamos que no podemos con nosotros.
EN LEÓN
Por qué sigo teniendo sueños en los que debo de salvarte y por qué los sueños siempre heredan la forma de una ciudad en la que te vi por segunda vez en la vida junto con otras personas, por qué siempre hay un rostro más allá de la casa en una fiesta verde llena de los guardaespaldas que llevas por amigos, por siempre he de bajarme a toda prisa de un vehículo en marcha e irrumpir en la casa llevando en la memoria una versión más joven de una cara que en el fondo es tuya, los rasgos afilados de un tiempo con dedos cuyas yemas nos tocan en el pecho cada que regresa, como si no supiera que un sueño es puro ser un necio, un perro necio y que el corazón jamás aprende.
CINCO POEMAS DE NADIA CONTRERAS QUEDARÁ EL VACÍO [fragmentos]
6 En ocasiones el dolor se condensa en el cuerpo y se asoma a través de los ojos, la boca, los dientes. El dolor cómplice se sostiene del insomnio; el pasaje de la sangre, el pasaje alrededor del grito. Luego de las manos vacías y la boca llena de pastillas, dormir un poco. O medir la caída.
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Manchas solares: el poema cercano al horizonte y oscurecido por una densa niebla. Las partículas que transportan su energía (las llamaremos fotones) intentan escapar al exterior y, en el vacío del alma, el signo toma forma (los fotones son absorbidos continuamente y remitidos en otra dirección a la que tenían). El poeta (Galileo se arriesgó a la ceguera por observar el Sol a través de un telescopio), como el núcleo del poema, es zona “radiactiva”.
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El nacimiento del poema puede compararse con el eclipse de Sol. Dentro, en el latido de la piel, la revelaciĂłn de un mar lactascente, infundido de astros. Cada hallazgo, de color rojizo, de densidad muy baja y de temperatura altĂsima [...]
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Por encima de la luz, del fuego, su llanura. Lo que percibe: costumbre de mirar el polvo en las paredes. Mi padre, inmerso en la sombra. Sombra-cĂĄrcel, sombra-fosa. ÂżCĂłmo poner en sus ojos el color de los cielos manchados? La mirada, padre, y la quietud secreta rompiendo los velos.
Quedará el vacío en la proximidad del día y de la noche, en el límite de las cosas o en su centro. En el cuerpo que nunca fue acariciado, en el destello oscuro del glaucoma, en los dientes que caen como flores rojas, el destello de ese vacío que incluye el todo de la vida. Vacío plano, en círculos, por encima o por debajo de lo inteligible. Y cada vez, en la boca amarilla del día o en la noche ávida caemos.
SOBRE DEVORÉ EL CRÁNEO DE EROS ROBERTO CARDOZO Esquizofrenia. Sólo eso en mi mente. Las líneas no inician, me atropellan. Machacan mis ojos. Me debato entre el ahogamiento de las palabras que inundan mi cabeza. Baja la ola. Así comienza Devoré el Cráneode Eros, de Ángel Fuentes Balam. Un libro que va del caos al mismo caos, que nos lleva por este viaje de adioses permanentes, esos adioses que se quedan en la memoria. A través de las líneas de este libro podemos encontrar personajes que han evolucionado como ajolotes, cambiando, reinventándose. Leemos el final de sus historias, que bien pudieran ser un comienzo. Este comienzo de los que lo han perdido todo y sienten que aún siguen perdiendo. La primera parte nos hace conocer a este ser amado y despreciado, porque solamente desde el amor profundo se
pueden tener sentimientos que parecen tan distantes. Entonces la conocemos marítima, terránea, aérea y fugaz. Así era ella. La podemos ver como si asistiéramos a la inauguración de una galería fotográfica de desvelos poéticos. Es de destacar el poema Virgo Lactans, una especie de oda, una exaltación de Bernardo de Claraval, una acto sublime que solo logra un ser que ha conocido la iluminación de beber la vida colgado de los pechos de su amante, sus tetas rotundas desde las que ha visto el cosmos y desde ese mismo cosmos afirmar “ya no te necesito”. Nos encontramos, de repente, en una estación de trenes, diciendo adiós sin quererlo. En estos intentos de diálogos que realmente son monólogos compartidos entre dos que se han conocido tanto que
quisieran tener la esperanza de un después de la despedida. Y finalizamos con una carta de sutil esperanza, un lamento al aire de quien pretende volver a vivir y llegar puntual a ver que el firmamento se tiña de sangre y oro. Es el fin de este viaje poético, lleno de paisajes crudos de la realidad. Es el fin de un principio que nos hace pensar que todos, al final de cuentas, regresaremos a ese lugar donde alguna vez fuimos felices. Escrito en un lenguaje sencillo, pareciera que no tiene pretensiones de grandeza, pero eso es lo que hace grande a este libro. La vida es así de cruda, no hay de otra y la poesía debe ser ese medio por el cual exaltamos las necesidades más básicas y nobles del ser humano. Hace falta más poesía como esta, en medio de una tendencia por verla solo por encima, por lo políticamente correcto. Ángel Fuentes Balam es un escritor que se ha caracterizado por la rudeza de
sus letras, por ir en busca de la belleza en lo grotesco de lo cotidiano. En estos tiempos en que la literatura se está volviendo una vista ligera de la vida, se necesitan escritores que se atrevan a seguir señalando que ésta no es tan fácil como pensamos o queremos creer. Ya lo decía el poeta Manuel Vila, hay que abrir las fauces al mundo, masticarlo entero sin hacer ascos: la tristeza costumbrista, el amor húmedo y bravucón, el dolor. A dentellada limpia. Con estilo. Con poesía.
DESDE LA HERIDA: SOBRE DEVORÉ EL CRÁNEO DE EROS ÁNGEL AUGUSTO UICAB ¿Qué son las despedidas si no saludos disfrazados de tristeza? Lo mismo que el deseo del placer de verte mientras te desnudas y te envuelven en las sábanas. Nunca has sido mía. Nunca pude poseerte y amarte. Nunca me amaste o me amaste demasiado y me admiraste… …Adiós, Anaïs, adiós. Ya nos encontraremos en otras vidas y en otras vidas podré poseerte y quedarme contigo para siempre. Ya te veré en medio de la nieve y entre libros y vino. Adiós, tuyo siempre. Henry Miller
Cuando Ángel dio la noticia de que pronto saldría su próximo libro con el título Devoré el cráneo de Eros,pensé tres cosas: primero que desde el título la obra ya me sabía exquisita;segundo, que la obra anterior de Ángel es de calidad y que el libro iba a sorprender; por último, no está de más decirlo, que si salía bajo el sello deEdiciones O, nos aseguraba lo antes dicho, ya que Daniel, el director, y su equipo nos han entregado obras que son verdaderas joyas. Así que quedé con las ansias por leerlo devorándome. Entonces, cuando por fin leí, no me quedó ninguna duda; de hecho me sorprendió aún más. El libro es una mezcla de narrativa, poesía y dramaturgia.
Dividido en cuatro partes: Lo elemental-narrativa, Lo que se canta, claro, la poesía, Lo que enciendedramaturgia; y al final, Lo que uno deja, yque me parece la parte más bella, donde se engloban los tres géneros literarios. Pero siempre en todos los textos resalta la poesía que es esencial entodos los géneros y las artes. Esto nos demuestra que Ángel es un escritor completo. Devoré el cráneo de Eros está escrito desde las vísceras. El autor habla desde la llaga a punto de pudrirse. Se percibe que ha escrito rompiéndose el alma. Él nos dice, mira, esto es lo que soy, me han pisoteado y abandonado;ten,son mis restos, te los ofrezco, tú sabes qué hacer con ellos, pisotéalos si así
gustas. Pero no, él nos hace sentirnos pisoteados, nos remite a nuestros propios adioses, a la tormenta tras las rupturas sentimentales, a la sensación de abandono; a ese sentimiento de haber amado a alguien de haberse desnudado y hecho el amor tanta veces de todas las formas posibles y saberlo perdido. De ahí que sea un libro con bastante fuerza, al grado de que el lector sienta la misma emoción que el autor le imprimió al momento de su escritura. A continuación ofrezco un par de fragmentos, el primero es deMarítima en la parte de narrativa, en él se aprecia la confusión de uno al término de una relación: Navegaste. Huiste. Demostraste que mi planeta era redonda naranja podrida. En otro mar sumergiste la piel. Me destrozó. Convertí el timón de mi nave en rueda inquisitorial. No sé qué hace aquí. Nos odiamos. Siguen los ojos la nébula incertidumbre de su brazo, derechaizquierda; no saber si dice adiós u hola. A este punto, no saber si regresas o te vas. Es la elección. Volver a no volver.
En el siguiente fragmento, de La Huida, el penúltimo texto y el más bello a mi parecer, se nota la sensación de abandono: X.- Con decirte que en verdad, sobrabas. Y.- Sobraba en tu vida. X.- No a eso me refiero. Y.- ¿Y? X.- Que ocupabas demasiado. Siempre fuiste muy grande, y yo pequeña (por naturaleza); quedaba empolvada en un rincón de la casa, olvidada como una porcelana. El polvo y el olvido me asfixiaron. Cuando iba a caer no me tomaste. Me sentía vacía. Siempre todo era sobre ti.
Kafka escribió que “Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado que hay dentro de nosotros”, y este del que hablamos, lo logra. Tanto el autor como el lector sufren una transformación tremenda ante él: el primero por poner todo el empeño y por quebrarse en el momento de la escritura, y nosotros los lectores por sentirnos identificados con lo que dice. Por eso siempre
sugiero y comparto el libro, es sin duda una obra que debe ser leída y releída. Yo celebro el libro sobremanera. Y con la misma experiencia de haberme sentido herido, abandonado muchas
veces; de haber dicho adiós, de haber gritado y llorado; de haber amado y odiado y seguir amando; también después del sufrimiento haber perdonado (o haber sido perdonado); me uno al festín para devorar el cráneo de Eros.
Fotografía tomada durante la presentación de “Devoré el cráneo de Eros” en La Casa de Ágata
UN CUENTO DE HERMANN GIL ROBLES LA HUIDA DEL SÍ MISMO
La absorción en el uno y en el “mundo” del que nos ocupamos, manifiesta una especie de huida del Dasein ante sí mismo como poder-ser-sí-mismo propio. Martin Heidegger
Llevábamos dos o tres días de casados cuando lo dijo por primera vez, Me voy a mi casa, estoy hasta la madre, por Dios, hasta me puede caer una infección con tanto pinche polvo. En ese entonces cambiaban el piso del departamento y todo parecía como soplado por una trituradora de ladrillo, no había rincón libre de manchas, de ese polvo fino que se desliza por la piel, de ese que limpias dos, tres, cuatro, cien veces, pero resulta imposible. De alguna u otra forma, siempre encuentra la manera de regresar, de instalarse en todas partes, y ahí lo tenemos al abrir los ojos por la mañana, como si dijera, Aquí estoy, hijo de puta, a dónde creías que me iba a ir. Para empezar, tu casa es aquí, así que mejor déjate de cosas, aquí nos quedamos. Arrugó el rostro y me mentó la madre con la mirada. Luego entró al baño. Escuché el agua correr, encendí la televisión y me dediqué leer. Nuestra boda, que se había llevado a cabo un par de noches atrás,fue algo sobrio, sencillo, no ofrecimos cena en tres tiempos, ni grupo en vivo, sólo canapés y barra libre en un salón de eventos, luego migramos a un bar de cerveza artesanal hipster, —como si algún bar de cerveza artesanal no lo fuera—,ahí nos quedamos hasta las tres, cuatro, cinco de la mañana. Entonces la fiesta terminó y llegó el momento en que la feliz pareja fuera a su nuevo hogar: un sitio compuesto por dos, dos que llevan más de cuatro años viéndose las caras pero que apenas
se conocen, dos que tantas veces se separaron y que ahora, por alguna razón que aún no me explico, pensaron que sí funcionaría. La puerta del baño se abrió y me di cuenta de lo diferente que se veía Lizzeth sin maquillaje, era, en definitiva, otra persona, se veía… cómo decirlo… natural, original, ese siempre había sido su rostro y hasta ahora venía a conocerlo. Sentí terror.Su verdadero Yo yacía detrás de esas capas y capas de maquillaje, vaya, vivía en ese reflejo de ilusiones que provoca el pincel, la tinta y la espátula. Fui a mear al baño. Mientras descargaba, me fijé en la regadera, el piso se encontraba cubierto por el polvo que, mezclado con el agua, hacia una especie de lodo que se iba lentamente por la coladera. Regresé a la habitación. Lizzeth se secaba el pelo frente al espejo, terminóy luego se metió a la cama conmigo, Si me da algo, no mames, luego no tenemos ni dinero para las putas medicinas, me dijo mientras abrazaba una de las almohadas y me daba la espalda, Ya me voy a dormir, apagas la tele, Sí, ahorita la apago, Ok, Buenas noches… no respondió. Me molestabaque no lo hiciera, era como si nunca le hubieran enseñado a dar las buenas noches, o tal vez el del problema era yo, tal vez esperaba mucho. Dar las buenas noches significa un último suspiro antes de perder el conocimiento en la oscuridad de las cobijas, y ella ni siquiera podía decir eso… era su afición al silencio, esa necesidad de quedarse callada cada vez que le preguntaban algo, como si de golpe le hubieran colocado cientos de grapas en la boca. Apagué la televisión y me acomodé para dormirme. La abracé. Roncaba plácidamente y al acolchonar las almohadas, me di cuenta que el maldito polvo aún estaba entre las sábanas. La segunda vez que lo mencionó fue un sábado, apenas llevábamos una semana de vivir juntos. El piso había quedado espléndidamente listo y acondicionamos una habitación para que funcionara como estudio y la otra como dormitorio. Pasamos varias noches limpiando las repisas, trapeando, barriendo, sacudiendo, aspirando, lavando, hasta que por fin logramos tener un espacio decoroso, sin embargo, el polvo seguía colándose por las paredes, era como si se nos desprendiera de la piel. Esa noche leía sentado en la mesa de la cocina cuando ella se colocó a mi lado, encendió un PallMall de moras y soltó el humo, Hay
que ir viendo lo del divorcio, no somos compatibles, tu hermana no me quiere y además, dejas las cenizas en la regadera, Cómo, Ya dije, casarme contigo fue un capricho, A caray. Dio otra bocanada, se puso de pie y, tal vez imitando alguna escena de su serie favorita, se acercó a la ventana dándome la espalda y arrojó el humo, No tenemos nada en común, no sé por qué nos casamos. Me quedé sin palabras, hace apenas unos días me había dicho que se quería ir a casa de sus padres y ahora esto. Algunos colegas me habían comentado que los primeros días de matrimonio eran un poco complicados, pero jamás imaginé que fuera a este nivel, No mames, cómo que un capricho, Sí, no sé, como que quería casarme y ya, no sé, A ver, Lizzeth, que estas cosas no se deciden de un día a otro, no chingues,lo pensamos desde hace mucho, qué te pasa. De nuevo las grapas sellaron sus labios. Miraba al vacío desde la ventana. Sentí que una arcada venía desde mis vísceras, no quería estar ahí. Tomé mi libreta y un libro y decidí ir al café para leer un poco y aclarar la mente. Al salir, ella seguía mirando la ventana, como esperando que tomara su hombro. Me senté en la misma mesa que usualmente ocupaba, la había escogido porque desde ahí se podía ver claramente todo el lugar — nunca me gustó estar frente a las paredes— y se perdía el ruido de las pláticas, lo cual me daba cierta tranquilidad para concentrarme, sin embargo, no logré pasar de la primera página. Era imposible que las cosas se fueran en picada tan pronto, no llevábamos más de quince días juntos y ya teníamos deudas, conflictos, abandonos y huidas. Además, estaba el maldito polvo, todas las noches barríamos, pasábamos el trapeador, sacudíamos y ni así era posible eliminar por completo ese polvo rojo fino. Cuando Lizzeth salía del baño, seguía dejando lodo en la regadera, era como si se cayera del pelo. Incluso en las mañanas me daba cuenta que el polvo se había metido entre las sábanas, dentro del refrigerador, en los caldos que cocinábamos, incluso entre las páginas del libro que estaba leyendo en ese momento. Poco a poco las personas fueron abandonando el café, hasta que de un momento me encontré solo con los baristas, me dijeron que en cinco minutos iban a cerrar, entonces tomé mis cosas y salí de regreso a casa.
Lizzeth, por alguna extraña razón, seguía mirando a través de la ventana. No es que se hubiera quedado así la hora y media que estuve fuera, sino más bien, creo que volvía continuamente al lugar. Me acerqué para tomarla por la cintura,sentí que el polvo se metía entre mis dedos, y le dije que me disculpara por tirar las cenizas en la regadera, que sí teníamos cosas en común, que solo estábamos pasando por una mala racha, que yo conseguiría el dinero, que veríamos la forma para que todo se solucionara, las deudas eran lo de menos, lo importante era que nosotros siguiéramos juntos, que así veríamos la luz, que no se preocupara. Se giró y me abrazó también, nos besamos, sus labios tibios, la lengua juguetona tocando apenas la mía, luego recargó su rostro en mi hombro y me quedé con una sensación de terrosidad en la boca, pareciera que el polvo se había metido en nosotros. Comenzó a llorar, Perdón, dijo como si hubiera cambiando instantáneamente de idea, Perdón, repitió y se asió a mí con más fuerza. Ya en la cama, leí un poco mientras ellaveía Sin senos sí hay paraíso, una serie colombiana protagonizada por Carmen Villalobos. Dejé el libro en el buró y dije, Buenas noches, nadie respondió. Definitivo, nuestra relación iba en picada. Me estaba convirtiendo en un puto manual de autoestima. Quería hacer de todo para que las cosas funcionaran, incluso llegaron los días en que le leía por las noches, como si se tratara de un bebé, de un hijo, de una esperanza. Ella me respondía que Qué bonitas palabras, quién es, Un tipo que se llama Juan y escribe muy bien, Sí, dice cosas muy bonitas, aunque nunca le entiendo qué quiere decir. Luego se dormía o seguía viendo su serie, siempre pensé que existía un amor idílico por Fabián Ríos, debido a que cada vez que aparecía en escena, Lizzeth soltaba una suerte de chillido, un sonido similar a la contención de un suspiro o un orgasmo. La última vez fue la más sorprendente. Ese día me levanté y de inmediato fui a la ducha. Al salir, ella se encontraba fumando en el comedor, Cuándo firmamos el divorcio, preguntó mientras exhalaba humo desde la nariz, Cuándo, ya me quiero ir,dijo al vermeparalizado. Lo curioso es que ese tipo de actitudes y desplantes me siguieran sorprendiendo, vaya, ya debía ser momento de acostumbrarme.
Tomé las riendas de mí mismo y fui al cuarto para terminar de cambiarme. Me siguió, Cuándo, no quería responder porque sería una plática que se alargaría durante horas, Cuándo, me seguía de un lado a otro de la habitación, dejando una estela de polvo rojo fino que se desvanecía en el viento, Cuándo, quiero irme, quiero irme ya, lo dijo mientras me peinaba en el baño, Cuándo, de nuevo al abrir la puerta. Salí del departamento, pensé que gritaría desde la ventana, pero sólo vi su silueta que me observaba desde la altura. Me hubiera gustado responder que ya, que cuando quisiera, que para luego es tarde, que no hay que esperar más, que de una vez, que chingue a su madre, que qué nos falta, pero no, la pinche parte lógica que todos tenemos me orilló a callarme el hocico y manejar hasta la oficina mientras destilaba bilis por el culo. Llegué, estacioné el auto y entré al edificio. En la oficina trabajamos doce personas y es muy común que todos sepamos en qué anda el otro, por lo mismo, traté de poner mi mejor cara como queriendo ocultarme de un delito. Al sentarme en mi escritorio, lo sentí más cálido que nunca, un lugar confortable, ameno, lo más parecido ala tranquilidad que buscaba con ahínco. Antes de que pudiera revisar mis correos, Lizzeth me llamó, Ya llegaste, Sí, Me voy del departamento, Cómo, Sí, me voy, mi hermana viene a ayudarme con la camioneta para llevarme las cosas, Ok, O sea, te vale, No, no me vale, pero tengo mucho trabajo, Me voy a ir, Tengo una junta ahorita, si quieres hablamos al rato, Está bien, pero me voy a ir. Lo mejor era no avivar más el fuego y dejar que las cosas se calmaran por su propio pie. Además, me era imposible abandonar el trabajo para ir a detenerla y, aunque así fuera, tal vez mentía, como midiéndome, como para ver si iba por ella, como para ver si intentaba detenerla. No le presté atención. De regreso a casa por la noche, no vi ni una luz encendida. Bajé del autoy casi brinqué los últimos escalones, inserté la llave y abrí la puerta, grité su nombre y el sonido se fue a estrellar con las paredes. Los muebles de la sala seguían ahí, los cuadros, el librero. Fui a la cocina y todo igual, la mesa en su lugar, los trastes limpios, la estufa aún con manchas de grasa, la televisión apagada, el microondas marcando la hora.
Aunque no creía que realmente pudiera hacerlo, una parte de mí se dio cuenta que sí, que en cualquier momento podía cumplir su palabra y podía largarse de buenas a primeras. Acerqué mis pasos hasta la recámara, si en verdad había abandonado el barco, por lo menos, se tendría que haber llevado su ropa. Entonces, como temiendo que una artimaña me esperara, abrí la puerta y encontré la cama, los burós, la televisión, las paredes recién pintadas, el polvo en el piso y la mitad del closet completamente abandonada, Mmm… exclamé al momento que me sentaba sobre el colchón, Mmm… solté de nuevo al clavar la vista en los cajones desérticos, Mira nada más, pensé mientras miré un montón de polvo que se encontraba en el piso, al otro lado de la cama.Qué cosas, dije o penséy, de inmediato, entendí de dónde provenía el polvo que era imposible sacar todos los días. Fui por el recogedor y la escoba y lobarrí con la misma parsimonia de la cera deshaciéndose y luego lo fui a tirar al bote de la basura de la cocina. Me di cuenta que moría de hambre, saqué algo de pan, jamón, mostaza, lechuga, cebolla y antes de comenzar a prepararme la cena, decidí que era mejor sacar de una buena vez. Tomé la bolsa y la arrojé al contenedor fuera del departamento.
COLABORADORES José Antonio Íñiguez (Cancún, 1991). Ha publicado en diversas revistas como Puf!, Tropo a la uña, Rio Grande Review, entre otras. Actualmente es coeditor del fanzine de poesía Cracken (de próxima publicación) y miembro del consejo editorial de la revista El humo. Román Villalobos (Lagos de Moreno, Jalisco, 1991). Coautor de Pieza de paso (CULagos Ed., 2015) y autor de Pequeña ciudad eléctrica (Editorial Montea, 2016). Ha publicado narrativa y poesía en revistas y sitios web nacionales e internacionales. Es coeditor de la revista 3 pies al gato. Nadia Contreras (Quesería, Colima, 1976) es una poeta consumada, narradora y editora. Es fundadora y directora de la Revista Literaria Digital Bitácora de Vuelos y de la casa editorial digital con el mismo nombre. Sus libros de poesía más recientes son Quedará el vacío (2017), Visiones de la patria muerta (2014) y Cumplimiento de la voluntad (20149. Entre sus premios destacan: Mención honorífica en el Premio Nacional de Poesía “Elías Nandino”, 2001; Premio Estatal de la Juventud, Colima, 2002; Premio de Poesía Instituto Mexicano de la Juventud, 2003; Premio de Publicación Editorial, convocado por la Dirección de Cultura de Torreón, en 2006, 2008; Premio de poesía “Timón de oro” convocado por la Secretaría de Marina y la Escuela Naval Militar de México y Ganadora del Primer concurso de narrativa “Salvador Márquez Gileta”, Universidad de Colima, 2011. En 2014, el congreso del Estado de Colima le otorgó la presea “Griselda Álvarez Ponce de León”, por su trayectoria en la literatura; es el máximo galardón que el estado puede entregar a una mujer. Es becaria del PECDA Coahuila en la categoría Escritores con trayectoria, disciplina poesía. Roberto Cardozo. (Yucatán, México, 1975). Es profesor de matemáticas. Ha publicado la plaquette de poesía En los ojos la noche (El drenaje, 2011). En revistas de poesía como Rojo Siena (2014) y se le puede leer brevemente en la antología de Microrelats Negres del Centro Cultural La Bòbila (Barcelona, 2012). Participa en el Consejo Editorial de la revista delatripa: narrativa y algo más. Incursiona en el cine como realizador y guionista con el cortometraje Espejo Retrovisor (2014) y en el marco del FICMY 2016, como el Festival de Cannes, estrenó el cortometraje En Venta, que marca su debut como director de fotografía.
Ángel Augusto Uicab. (Mérida, Yucatán, 1988). Fue incluido en la antología #ESCRIVIVE-PLAYA (GRECA, 2016). Ha publicado en revistas como: REVARENA, FACTUM, Monolito, Cirrosis, Bitácora de Vuelos y Carruaje de pájaros. Desde marzo de 2016 participa en revista delatripa: narrativa y algo más con su columna Koo´tenXook (Ven a leer). Hermann Gil Robles (Culiacán, Sinaloa 1983) es narrador y Periodista.Obtuvo El primer lugar en el Concurso Nacional de Cuento del COBACH de San Luis Potosí en 1999 y el Premio Binacional de Novela Border of Words en 2016. Becario Del FOECA Sinaloa 2001 y del Centro De Escritores de Nuevo León 2006. Ha Participado en talleres coordinados por Élmer Mendoza y Patricia Laurent. Y en el campamento de Novela FORCA 2012 coordinado por Julián Herbert. Becario del Programa de Residencias Artísticas FONCA 2012. Ha Publicado en diversas revistas nacionales e internacionales; coautor del libro Antes de los Veinte (Difocur, 1998); y Cuatro Rosas y Silencio (COBAES, 2000).Autor de No Hay buen puerto (Harakiri Plaquettes, 2004); de Fuera de la Memoria (IMCC, 2011); de Los Sueños de los Últimos Días (Andraval Ediciones, 2012); y de La ciudad del olvido (FETA, 2016). Su obra fue incluida en la antología Cien Años del Cuento en Sinaloa de Jesús Manuel Rodelo (IMCC. 2006).