Bistró - XIII

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Bistró. Revista bimestral de poesía. No. 13, Ago-Sep 2017. Es un proyecto editado en Mérida, Yucatán, México. Director: Daniel Medina / Edición: Ediciones O / Consejo editorial: Mary Carrillo, Daniel Sibaja, Fernando Salgado / Artes Visuales: Mariana Pacho de la Vega.

CONTENIDO Presentación Entrevista y poemas del libro Marabunta de Balam Rodrigo Poemas Aless Segovia Haas Andrés Segovia Cuentos Ruy Feben Luis Ricardo Palma de Jesús Ensayos Erick Salgado Michel Sánchez

Portada y obra visual de Docktor Morris www.docktormorris.carbonmade.com


PRESENTACIÓN Como cada dos meses, queridos amigos, les traemos un nuevo número de Bistró bajo la misma apuesta editorial: la brevedad y la unión de la experiencia con las nuevas voces. Hay, en todo esto, una tristeza, un dolor que nos hace pensar en cuánto importa la literatura en este momento: ¿debemos desplazarla antes las catástrofes, ante la muerte de tantos? Eso, en realidad, no lo sabemos y estamos terriblemente lejos de comprenderlo. Guiados por el impulso que nos caracteriza, decidimos continuar con la publicación normal de este número. Vimos muchas manos unirse en torno a la esperanza para salir adelante tras el terremoto que vino a recordarnos la inacabable furia de la naturaleza y la coincidencia. Ante esto, la literatura se levanta como un arma frente al desastre, como otra mano para cargar la piedra del dolor. En este número queremos dar las gracias a todos los que hacen posible no sólo la existencia de estas páginas sino a quienes permiten la restructuración de nuestra sociedad en el siniestro. Ofrecemos lo que siempre nos permite la palabra. Encontrarán en Bistró XIII poemas, cuentos, ensayos y obra visual de diversos creadores del país, de distintas edades y posturas estéticas. Entiéndase este compendio como

esa serie de manos que se unen en una sola palma. Regresamos a las entrevistas que tanto extrañábamos; en esta ocasión podrán leer una realizada a Balam Rodrigo con motivo de su reciente Premio Nacional de Poesía Amado Nervo por su libro “Marabunta”, desde luego, también encontrarán una muestra de dicho libro en estas páginas. Siguiendo con lo poético, ofrecemos poemas de dos jóvenes poetas de Mérida y Campeche: Andrés Segovia y Aless Segovia Haas. Siempre hemos defendido que sólo de poesía no vive uno, así que agradecemos inmensamente a Ruy Feben (Premio Nacional de Cuento Joven Comala 2012) y a Luis Ricardo Palma de Jesús por aportar su narrativa a este número; narradores de altos vuelos, absolutamente disfrutables y que van, claro, más allá de la simple exquisitez de la prosa. Intentando aportar un poco al diálogo, a la crítica y a la reflexión, ofrecemos dos ensayos: uno de ellos de Michel Sánchez en torno al libro “Los hábitos de la ceniza” de Jorge Fernández Granados, y el segundo de Erick Salgado, quien trata los asuntos de la escritura (siempre tan complejos). También agradecemos a Docktor Morris por su maravillosa obra visual que ilustra todo este compendio. ¡Nos estamos leyendo!


EL PRIMERO DE TRES MACHETAZOS SOBRE LA CABEZA DE BARRO DE LA REALIDAD

ENTREVISTA A BALAM RODRIGO + POEMAS Balam Rodrigo es, sin duda, uno de los mejores y más reconocidos poetas del país. Su obra poética, vasta y cambiante, no sólo es inconforme del lenguaje sino de la realidad social: hay en su obra un compromiso real con el mundo. Recientemente, su libro “Marabunta” obtuvo el Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2017.

1- ¿Qué es un poema y qué ofrece el poema al mundo? Un poema es un animal verbal atado al corazón del hombre con cadenas de abismo, y no ofrece al mundo sino su más salvaje indomesticidad, su caudalosa sangre de espejo donde refleja el hombre su rostro vacío, su carne desnuda, sus huesos sin médula hechos con la intemporalidad del lenguaje cotidiano, del humano e irrepetible decir las cosas como si fuesen dichas por última y única vez. Tal como lo escribiera el extraordinario Pablo de Rokha: “El rito bautismal del mundo se reproduce, diariamente, en el poema, derramando sangre humana, sobre la cabeza de la realidad recién nacida.”.Así, el poema es una bestia

paradójica que llora y aúlla de amor y dolor mecida en los brazos sangrantes del poeta, ese animal de Dios que lo ofrece todos los días en sacrificio para ser devorado por un mundo hambriento pero ciego, eternamente, sin tiempo. 2- Rubén Darío escribió, en uno de sus poemas más conocidos, que “ser sincero es ser potente”, ¿qué papel juega la sinceridad en la poesía mexicana actual? La potencia de la que habla Darío en Cantos de vida y esperanza tiene que ver con el componente ético del poeta, por una parte, y por otra, que al escribir el poeta debe hacerlo plenamente


convencido de que al realizar su obra, esta es una obra de arte. El poema es un objeto de arte cuya materia es la palabra, y no solamente debe ser una artesanía verbal o un ornamento para embellecer la estupidez cotidiana. De ahí que la mentirosa artificación de buena parte de la mala poesía mexicana que se está escribiendo en la actualidad tenga por común denominador la inmediatez, y si bien tiene “éxito” en las redes y medios electrónicos con las masas hiperindividualistas entre las que encuentran cientos o miles de “lectores”, es porque es una poesía hecha para, es decir, tiene un fin, un destino, es un producto desechable que está más cerca del meme que del poema: ‘poesía’ viral cuyo ‘espíritu’ es tan desechable como sus creadores. El otro lado de la moneda es la poesía de artificio académico, esa que también crea sus artesanías en serie, poemas edulcorados con el azúcar glass del “canon literario” y hecha expresamente para ser estudiada y leída entre los ególatras contertulios de las teorías literarias y su domesticado rebaño de seguidores y cultivadores. Para ser potente, hay que ser sincero, ciertamente, pero si hacemos caso a la lección de Darío debemos escribir poesía con sangre, sudor y semen, y también con la luz de nuestra propia mierda, aunque con la plena convicción de que estamos creando una obra de arte intemporal, duradera “y sin falsía, y

sin comedia y sin literatura…”, tal como sentenció Darío en el mismo poema. 3- Exfutbolista, diplomado en teología pastoral y biólogo, ¿cómo contribuye cada una de estas disciplinas a tu universo poético, cómo defines su importancia? En mi universo escritural, en mi visión poética del mundo, retomo principalmente la libertad creativa e imaginativa que tiene el futbol como arte y también su disciplina en tanto deporte de alto rendimiento: es necesario practicar y entrenar una y otra vez, pero no para volverse un solitario dominador free style de la palabra, sino para transformarse en un jugador que forme parte de un equipo, porque el balón del poeta está hecho del lenguaje colectivo, y el lugar de sus batallas está situado en la extensa cancha de la vida y de la muerte, y no en el espejo falso del mundo virtual o en el espectáculo circense donde brilla una sola “estrella”. El poeta siempre forma parte de un equipo y de vez en cuando, en medio de un partido, puede realizar una jugada inigualable e irrepetible, aunque no meta ningún gol. Lo importante es el juego colectivo, claro, sin olvidar las reglas y la técnica, la idea es conocerlas bien para luego llevarlas a su límite y romper la red no sólo con el balón, sino con la gambeta paradójica del poema. Por otra parte, me formé como biólogo en la Facultad de Ciencias de la UNAM, donde realicé también estudios de maestría. Así, durante más de siete años


trabajé en el campo de la paleobiología, particularmente en la especialidad de paleobotánica (el estudio de las plantas fósiles), como estudiante, aprendiz y técnico en el laboratorio de paleobotánica del Instituto de Geología de la UNAM. La paleobotánica es una rama de la paleontología que permite reconstruir los paleambientes (incluido el clima del pasado, por ejemplo), conocer las relaciones de parentesco — filogenéticas— entre las plantas fósiles y las actuales (es decir, cómo se ha dado su proceso evolutivo), así como ampliar el registro fósil de nuestro país y generar nuevo conocimiento científico. Las plantas que estudiaba existieron hace más de 72 millones de años, durante el periodo cretácico y vivieron en lo que ahora es el estado de Coahuila. A partir de la evidencia fósil de que disponíamos (frutos fósiles), fue posible que describiéramos una nueva especie de planta para la ciencia y en ese lugar quedan aún muchas especies de plantas (y otros organismos) por descubrir y describir. Así, mi formación profesional es la de biólogo, la de la ciencia, aunque también soy, por decisión y elección plena y consciente, creyente cristiano evangélico, por lo que también realicé algunos estudios de carácter teológico dentro del protestantismo. Ambas formaciones, la de la ciencia y la de la teología, me han dado una particular visión del mundo que me rodea. Mientras la ciencia me ofrece respuestas e interrogantes científicas sobre los fenómenos naturales y físicos del mundo material (siempre me baso en la ciencia para encontrar explicaciones racionales sobre todos los hechos de la realidad

palpable), vivo mi espiritualidad desde y a partir del cristianismo evangélico, pero despojado totalmente de institucionalismos y procurando evitar toda inclinación dogmática. Aunque personalmente he decidido llevar muchas de mis tribulaciones espirituales y preguntas existenciales a la poesía. Así, en lugar de “elevar” un sordo monólogo religioso (como cualquier otro creyente) parapetado en una serie de rituales (los cuales casi nadie entiende ni comprende y que se ejecutan sin sentido alguno ni conocimiento de causa) o en vez de lanzar verdades superiores desde el inamovible y pragmático púlpito de la (deshumanizada) ciencia, he decidido enfocar algunas de mis “plegarias” existenciales por medio del arte y la literatura, ya que la poesía me permite hacer colectivas y múltiples dichas aflicciones, sobre todo las de orden espiritual. Si bien ciertos hombres reciben revelaciones directamente de Dios (lo que creo con firmeza) y las comunican a otros hombres, muchas de esas revelaciones se limitan a un espacio religioso o sagrado determinado, limitado por la liturgia, la religiosidad y que no puede prescindir de ciertos dogmas inalterables, mientras que la poesía (así lo creo y tengo fe en ello) acerca a cualquier hombre a una experiencia de tipo espiritual, es decir, a la real y verdadera espiritualidad, sin necesidad de que el hombre que hace poesía y el que la lee tengan la misma religión, y sin dogma absoluto o ritual alguno, o bien, necesariamente sujeto a las leyes y postulados científicos. Muy por el contrario: la poesía es capaz de prescindir de su perfil religioso, no así


de su honda espiritualidad, claro, siempre que sea verdaderamente poesía. En eso también tengo fe: en que los hombres puedan hermanarse más por la poesía que por la religión o por la ciencia. De este modo, todo lo que hago y soy, se lo debo a Dios, y nada está fuera de Él. Esta es una declaración de fe, de mi fe como cristiano evangélico, pero la de un cristiano con formación científica y humanista. 4- Si pensamos que existe un elemento en común en cada una de tus obras, ¿qué ofrece un libro de Balam Rodrigo al lector? Ofrece al lector una obra poética escrita con las entrañas, construida desde el humano lenguaje de las cosas que pasan inadvertidas, y la ofrezco al insospechado lector —pues para él escribo, pensando siempre en ser leído—como si ofreciera(para su total y hedónico deleite y asombro) su propia cabeza sangrante y decapitada servida en el espejo en el que se mira todos los días, y esa cabeza suya lo mirará a los ojos como si fuese un animal con rabia, a punto de atacar y le hablará desde el envés del espejo, desde el lado oscuro de la sangre, chillará con una música que posiblemente lo haga llorar, o reír, o amar con las desatadas tormentas del odio. Si un elemento común tienen mis libros de poesía, es la apuesta por alcanzar diversos estados de conciencia poética por medio del lenguaje, más allá de tendencias o modas literarias. Lo

mío es reflejar el estado anímico del mundo que me rodea y darle voz, hacer hablar aquello que vivo y siento, hacer con las palabras comunes y las de mi dialecto, el dolor y el amor. El lector podrá reflejarse en mis libros como en un espejo que le devolverá su rostro, un rostro siempre desfigurado, colectivo, múltiple, y por tanto, lleno de las innumerables cicatrices del ser y de las abiertas heridas de lo humano. 5- Recientemente obtuviste el Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2017, ¿qué significa para ti? Significa principalmente la publicación —quizá próxima— de uno de mis primeros libros de poesía, Marabunta, cuya escritura inicié en 2003 y terminé en 2010. Además, el Amado Nervo es un premio literario que cumple 16 años de emitir su convocatoria, y poco a poco adquiere mayor prestigio entre los certámenes nacionales de poesía, lo que, de algún modo, incentiva mi trabajo. A esto habría que sumar que con la publicación de Marabunta respondo cabalmente a los compromisos artísticos que adquirí con el Estado al obtener dos becas con las que escribí la mayor parte de Marabunta: una beca del Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico (PECDA), en la categoría de Creadores con Trayectoria, otorgada por el Coneculta-Chiapas en 2009, y la beca para Jóvenes Creadores


del FONCA, en la especialidad de poesía, durante el periodo 2009-2010. En relación con las becas, si bien cumplí en tiempo y forma con las instituciones mencionadas al terminar los proyectos literarios que en su momento propuse (tanto al PECDA Chiapas, como al FONCA-Jóvenes Creadores), considero que el compromiso ético y creativo no termina allí, sino cuando el libro (en este caso Marabunta) es publicado, al menos eso creo yo, para ser coherente con el apoyo económico recibido. 6- ¿Qué valor tiene Marabunta dentro de tu vasta obra poética y vida personal? He mencionado que Marabunta es uno de los primeros libros de poesía que escribí, pero que por diversas razones, dejé al margen durante muchos años. Marabunta es el libro más personal de todos los que he escrito hasta la fecha, pues recoge partes de la historia de mi familia, principalmente la de mi padre, que era un vendedor ambulante, un comerciante callejero que tuvo que adentrarse a vender sus productos en Guatemala (a inicios de los años noventa del siglo pasado), debido a que la crisis económica de México dio al traste con el peso, mientras que el quetzal, la moneda guatemalteca, se fortaleció. Por ello mi padre y cientos de comerciantes ambulantes de Tapachula (donde mi familia y yo

vivimos por varios años) y otros pueblos de Soconusco cruzaban diariamente la frontera con Guatemala (ya en Tecún Umán, ya en Malacatán) para vender sus productos del otro lado y obtener unos cuantos pesos más que en México. Sin embargo, la empresa cotidiana de cruzar la frontera y vender en Guatemala no está exenta de diversos peligros, incluidos el cruzar el río Suchiate, los asaltos por parte de las maras, la captura por parte de las autoridades guatemaltecas (policiacas y militares), la extorsión de las autoridades mexicanas (policía, agentes de migración, aduanales y militares)y otros más, incluyendo la violencia “normal” en la frontera, tierra de nadie desde siempre. A las historias relacionadas con el trabajo de mi padre en la frontera Soconusco-Guatemala sumé las de decenas de migrantes centroamericanos a quienes mi familia ayudó cuando vivíamos en Villa de Comaltitlán, mi pueblo, en los años ochenta; esos migrantes formaron parte de mi familia y nos dejaron, además de su cariño y fraternidad, su dolor, su miseria, pero también su esperanza. Lo que motivó que retomara la escritura de Marabunta fue la muerte de mi padre, pues unos meses antes de que él muriera —debido a una enfermedad terminal—, me comentó que aunque había leído ‘todos’ mis libros de poesía, había entendido poco, solamente fragmentos, versos y frases, algunos


poemas. Sumado a lo anterior, mi padre me dijo que recordaba vivamente que durante una lectura de poesía en Tapachula, en el Centro Cultural “A Puerta Abierta”, había leído yo un poema en el que hablaba de su trabajo en las calles de Guatemala, de la ocasión en que unos maras intentaron asaltarnos a él y a mí en Malacatán, y de cómo habíamos logrado escapar de ellos. “Ese poema sí lo entendí, hijo, me gustó mucho”, me comentó mi padre, lo que me hizo reflexionar en torno a mi compromiso poético con el lenguaje cotidiano de Soconusco, de la costa de Chiapas, pues en Marabunta (como en otros libros míos) intento recuperar la memoria verbal de mi pueblo, Villa de Comaltitlán y la de Soconusco, pues escribí los poemas retomando el habla de todos los días, y retrato con toda la crudeza poética posible las historias de la frontera, historias que mi familia y yo vivimos en carne propia, sin ficciones ni invenciones literarias, sino vida real hecha poesía. Otra de las ideas principales del libro es que sus poemas reflejen cabalmente el estado dialectal del español soconusquense, el habla cotidiana de Chiapas, la del hombre de a pie, es decir, nuestro idioma, nuestro español, que pertenece al dialecto centroamericano, más que al mexicano (por ejemplo, al utilizar el voseo). De ahí que Marabunta tenga un enorme valor poético y personal para mí, y si espero que alguno de mis libros se recuerde en

el futuro, si algo tengo que decir a lectores ulteriores, mi deseo es ser recordado precisamente por este libro, un libro que escribí a puro filo de machete sobre las aguas del río Suchiate, sobre la tierra de Soconusco, abriéndome paso entre la maleza de la discriminación y la ignominia, chaporreando a machetazos los zarzales y la breña de la miseria para darle forma a mi propia historia, que es la historia de mi familia y la de todos los centroamericanos que forman parte de ella, porque nosotros también somos centroamericanos, también hemos sido migrantes, gente que huye del hambre y la pobreza, y no nos han dejado otro camino que el del machete de la lengua centroamericana para decapitar el español de los oligarcas, la rima de los adocenados, la estéril musa de los ladinos. Marabunta es el primero de tres profundos machetazos literarios que pretendo dar sobre la cabeza de barro de la realidad, ya que con Marabunta inicié mi ‘trilogía centroamericana’, como le llamo a la triada de libros que concebí desde esta frontera. 7- ¿Qué sigue ahora para Balam Rodrigo? Estoy metido en culminar el tercer libro de la trilogía centroamericana que he mencionado antes y en terminar otros libros de poesía que estoy escribiendo, así como un par de libros de ensayo que inicié. Lo cierto es que nunca quedo


conforme con ninguno de los libros que escribo, y ningún premio literario obtenido por mis libros o mi obra significa fin o culminación de mi trabajo, pues escribo y trabajo a pesar de ellos o sin ellos, y la insatisfacción que me produce el saber que aún no he escrito un buen libro (¿lo será el próximo?), me motiva a seguir trabajando, a crear, a imaginar otros mundos literarios posibles. Pero me preocupa sobre todo ser un buen hombre, un mejor ciudadano, un padre y un esposo comprometido con mi

mujer y con mis hijos, deseo ser en todo momento una persona humana en toda la extensión de la palabra, sin ambages, un mejor cristiano. Y el día que la mierda del ego derivado de premios, becas, libros o que el falso nombre de poeta se me “suba a la cabeza”, ese día espero que el doble filo del machete de la verdad me decapite, y que mi cabeza ruede bajo el peso innumerable del tiempo y el olvido, y la aplaste completamente, hasta borrarla.


LENGUA DE DOS FILOS Yo sé que ciego y sedentario es estar como las aguas estancadas en la pampa; mejor morir blandiendo una navaja y escribiendo la muerte en otro cuerpo […] Jorge Luis Borges

1. Preludio: memorias de la infancia Nos alumbrábamos la noche y el camino con antorchas de acero de recién afiladas volutas. Nos alumbrábamos los huesos con machetes de dos filos: el primero, el ventral, para cercenar la lengua y el odio; el segundo, el del lomo, para que el tajo y el aire que vienen de regreso decapiten las últimas sílabas del miedo: la cara y el nombre, fragmentarlos en fonemas. Nos alumbrábamos el camino con antorchas de mercurio: bruñidas hojas de zurdo filo y exacta geometría —todas teorema e isósceles de sangre— para visitar el cuerpo y el sueño de los odiados. Un pez de plata que brilla a muerte en las aguas fangosas de la noche, es un machete que silba silencio en mi mano mientras se hunde en el agua de la carne.


2. El viaje. El río. El cambista Voy a cobrar unos quetzales a Malacatán. Acompáñame, hijo. Allá compramos carne, los cortes son aún a la manera de antes, tal como eran aquí. También compraremos pollo campero y pan en el mercado: “vámonos pues, aún es temprano”. Entre Colinas del Rey y la carretera panamericana una camioneta oxidada y ocho pesos: ¡Talismán! ¡Talismán! grita el cobrador a cada cuerpo que viaja en silencio a la frontera. Todo a nuestro alrededor es verde: vertical y horizontal, el verde. Bajar junto a la aduana mexicana y caminar sin que hayan preguntas, documentos. Nada de eso importa, todos lo saben: no existimos. Más allá, un falso pasillo repleto de uniformados y rejas: sordo cardumen de pájaros desteñidos. Llegamos al pie de una galera de hormigón, la aduana guatemalteca.


Triciclos, ir y venir de cuerpos. Olor a rancio mar, sudor, olor a mar muriéndose. Cincuenta metros y estamos al pie de los cambistas: pacas de dólares, quetzales, pesos. “Güero ¿cuánto vas a cambiar hoy?”. Cien quetzales. “Tené: cabal la paga, manito…”. Atravesamos la sombra de hormigón y tomamos el taxi hacia Malacatán. Seis quetzales hasta la boca del mercado: treinta minutos de varios y borrosos nombres de aldeas. Atrás ha quedado un río que parte el odio en dos países: ficción de agua que no cesa de fluir, como la sangre. 3. Mi padre. La cobranza. El marero A unas calles del parque de Malacatán, entre recetas y fármacos, un hombre cuenta monedas y minutos: agua que corre tintineante entre sus venas. Mi padre ha ido un par de veces a cobrarle. Aquél le ha dicho: “regresá más tarde, ya me traerán tus quetzales, aún no tengo la paga”.


A tres calles de allí, sin mostrarme, como en oculta escena y de reojo, espero a mi padre mientras leo “El sur”, de Borges. “¿Qué leés?” me dice un bolo y sus palabras se evaporan en mi cara. Leo un cuento. “Mejor leé La Biblia. Todo lo demás es una mierda, como vos”. Pasa un tiempo de horas gemelas. Mi padre ha ido a cobrar de nuevo: “aquí está tu paga: mil y quinientos quetzales; cabal, manito”. Los quetzales llevan trampa entre las alas: un marero sigue su vuelo nomás salir de la farmacia. Camino hacia mi padre para advertirle pero alguien me sigue como si fuera a morder mi sombra (otro marero con un arma y el fuego debajo de la ropa). Mi padre y yo seguimos rumbos distintos. Lo habíamos dicho antes: “si algo sale mal, nos vemos más tarde en el mercado”. Doblo en la esquina y me escondo entre las ramas de un bosque de trapos (ropa americana y prendas de segunda mano).


He quedado justo a espaldas del marero: acaricio mi navaja que suda filos hasta cortar la luz. 4. La navaja. Borges. La garganta Late —esta navaja yugular que empuño— como la lengua de un ángel en mi mano; querido Borges, aquí no hay compadritos, ni pampa, pero vos y yo y los otros vamos hundidos en calles de miedo que corren como ríos de zarza en las espaldas; alguien me dijo que quien lleva un arma es cobarde: y sí, dos somos los cobardes buscando filos en el otro; y vos, querido Borges, sé que dejarías la pluma y las historias de infamia para sostener esta navaja y afilar tu sangre en esta hora; sé que darías tu última visión para empuñar este cuchillo que late relámpagos e intenta escribir de tajo al menos una línea en el cuello del hombre que miro frente a mí: habrá que darle paso a la hoja para que cifre profundos signos rojos en su inédita garganta. 6. Espejos tatuados. El libro. El Sur Libros de carne tatuados por la muerte: malandros o mareros, con la ropa y el corazón holgados, guangos de sangre y de miedo; nada más veo cuando caigo en la grieta de sus ojos empuñados


por el hambre, brasas para encender la ira; sé que vendrán por nosotros y no, no pienso en los bárbaros pero el libro que llevo en las manos se destinta, escurre de él una pez negra: tiemblan sus hojas como alas, pájaros o árboles en desbandada; estamos pálidos, temblamos, el libro y yo mordemos el aire: los dos tenemos el nombre de la anemia. 7. El aire. La sangre. El silencio Empuño la navaja y empiezo a desollar el aire. Da un paso atrás el marero y el ángel del silencio me toma de la mano; gotea la luz de los espejos: suda la muerte nuestros nombres. “Muchá, no sé donde se metió ese baboso. Hijueputa, me lleva la gran diabla”. Apaga el radio y camina a la siniestra, borra sus huesos doblando por la esquina. Aparece mi padre justo en la calle opuesta: “vámonos hijo, estás muy pálido”. Nada ha pasado aquí, querido Borges. Los compadritos se han marchado libro adentro. Guardo la navaja: tiene el silencio un tajo. (Yo sólo pienso en un iceberg o un fiordo degollados).


Un poema de Aless Segovia Haas

LA CÁRCEL EN MEDIO DE LA CASA apunta a los prisioneros con un sol polvoso condenados a mirar sonrisas sólo por la TV el padre se queda horas extra fabricando desvelos en los puertos de un mar seco Cuando llega es tarde y los peces se han comido las plantas de su pie sus hijos nos arrumbamos como bolsas de basura para no mirar el incendio en la cocina para no mirar cómo se quema el cuerpo de la madre junto a dos tomates y un par de manos que no se pueden comer porque se hicieron ceniza en la boca enmohecida He visto por la calle anuncios de muertes en un simulacro de funerales porque en realidad aquí sólo han muerto las palomas en cables de electricidad sólo han quedado un par de hijos para cuidar ancianos sembrados en los postes de luz


y nadie postea sus nombres en una entrada de Facebook y no hay petición de Avaaz para ellos en cambio publican la venta de su hígado de su corazón de su alma alguien que venga por ellos y se los lleve al infierno o al paraíso o a donde diantres quieran un lugar para que no los miren un lugar con nubes y uvas recién cortadas un sitio para que se queden quietos viendo aves parir girasoles que se puedan cocinar por las mañanas He visto facturas de agua que no sacian la sed he visto una estufa llena de ratas huéspedes abandonados en mansiones de lujo corriendo tras las sirenas guardando en las gargantas tragedias para niños que nacen gritando en celdas sin barrotes y con guardias que recién acaban de firmar su sentencia


Un poema de Andrés Segovia IX Enroquemos nuestras copas, sumerge tu pupila sobre mi iris, no somos tan diferentes. El maíz corre por nuestras venas dilatadas; el hombre de Vitrubio tiene los mismos orgasmos, el mismo cáncer, las mismas heridas. -somos perfectos¿acaso la simetría no te lo ha dicho? ¿acaso el miedo te impide acariciar la inmortalidad de los números? Estamos hechos de desperdicios y animales muertos, la melancolía alimenta nuestras almas; equidista el ocaso y la tormenta. Somos la savia del universo, la inútil proporción aurea que se funde en las flores, la metástasis del fauno, las neuronas que bailan en elipse fecundando la demencia. No te dejes morir. Deja que prevalezca el odio en tu boca,


la poesía ingenua que habita en tus ojos, el aleteo de mariposa moribunda que torna en caos la ventisca más tenue. Impregna tu silencio sobre mí el antifaz de laudero, el herpes de tus piernas. Cultiva el yermo de camelias sinodales, de epígrafes malditos, de la flora bucólica que se retuerce en el lodo, sobre las espigas marchitas que exhalan insondables suspiros. Cuenta: nueve insomnios nueve sequias nueve infartos nueve abortos nueve úlceras nueve sacrificios nueve tedios nueve golpes nueve lamentos. ¿Asustado? Cuenta hasta:


Un cuento de Ruy Feben EL CASO FORTES Antes que otra cosa, me disculpo: no sé si este sea el medio adecuado para hacerle llegar este tipo de información. Si no lo es, le agradecería que omitiera mi equivocación y continuara leyendo. Después de todo, sólo soy un ingeniero que sabe que usted es un periodista que hace un reportaje sobre la explosión en el Congreso, y creo que este texto puede servirle más a usted que al Gobierno. Es la trascripción de una cinta que parece tener datos sobre el caso. Disculpe de nuevo el atrevimiento: hago esto como último acto de responsabilidad cívica, dado que sé que lo que viene me alejará de todo, de todos: en cuanto envíe esta carta, planeo escapar a un bosque olvidado o suicidarme. Ojalá que, a diferencia de mí, esta información no lo haga creer que un día algo saltará desde el espejo; que nada, ni siquiera esta carta, podrá salvarnos de lo que viene. (la grabación comienza cortada) “…porque sé que algo me pedirá cuentas; da igual si un ejército vestido con trajes transparentes o un lagarto gigante y hambriento. Con vergüenza digo que nunca aprendí a cabalidad el lenguaje de los droides ni los métodos básicos de crianza de gusanos (nombre ininteligible). Dudo que me quede mucho tiempo: afuera algo ruge intermitentemente; por la ventana he visto pasar dos veces una sombra, o eso me ha parecido. Por momentos el suelo vibra, como si en efecto algo fuera a caer del cielo, y alguna luz corta la noche. Han pasado casi dos horas. En un principio temí que la policía tumbara la puerta; luego, la manada de ambulancias; después, que los reporteros cercaran el edificio. Ahora no sólo añoro lo que llevo esperando, dios me perdone, sino la cámara, la camilla y hasta la picana. “Ahí está el temblor de nuevo. ¿Se escucha? (veinte segundos de silencio) “Supongo que los testamentos comienzan de otro modo, así que empezaré en orden: mi nombre es Emiliano Fortes. Soy Miembro


Fundador del Maratón de Carne, Marcianos y Dragones, y esa es toda mi culpa. Sé que el nombre solo parece explicarlo todo, pero la situación es distinta: a pesar de que parezca que éramos una suerte de secta rindiéndole culto a un dios extraño, para mí nunca tuvo otra magia que la de separarme del mundo cada sábado para mirar durante horas películas de zombies, o vampiros, o robots extraterrestres luchando a muerte con ejércitos vestidos con disfraces de cartón en un set sin importancia. Nunca pensé que asistir a esos rituales nocturnos, tirado sin zapatos frente a una televisión que a veces se apagaba sin ninguna explicación, fueran a acabar con este mundo y quién sabe con cuántos otros. Lo que quiero decir es que yo no sé nada de la explosión en el Congreso. Nunca lo supe. Ni siquiera cuando conocí a Alex. “Desde mucho antes de conocerlo, Wallace y yo nos juntábamos a ver películas. Éramos dos jóvenes solitarios con un sillón gris, dinero para comprar cervezas cada sábado, y un acervo grande de películas de acción. Con el tiempo agotamos los filmes de nuestras repisas y las de videoclubes y amigos a los que (dos segundos de estática en la grabación). El paso de las películas comerciales a las de culto fue natural: la avidez por nuevo cine nos orilló a no siempre exigir producciones meticulosas, guiones exactos; comenzamos a apreciar en el sinsentido una suerte de arte. “Tras muchos fines de semana, nos volvimos expertos en ese cine horrendo que tanto nos encantaba. Wallace miraba cada película en silencio, pero siempre, justo al minuto 33, soltaba una sentencia del tipo: ‘vaya, no sabía que el cine de vampiros podía hacerse dejando absolutamente de lado el concepto de expresionismo alemán’. Yo sólo miraba cada película tratando de entender qué clase de mente maligna podía idear historias tan ridículas. Nos obsesionamos; tanto, que pareció lógico hacer oficial nuestra doctrina: inauguramos el Maratón de Carne, Marcianos y Dragones. Pero fuimos más allá; con el tiempo, nos divertíamos pensándolo todo en términos de producción cinematográfica: cuántas cajas de cartón se necesitarían para construir una nave interestelar; cuántos hilos para sostener una montaña


iluminada. Bastó una tarde libre para que termináramos creyendo que cada cinta, con sus musicalizaciones absurdas y sus personajes abyectos, existía en otro mundo real donde dios se había quedado sin presupuesto. Se entiende: éramos adolescentes. Terminamos estudiando cine, decíamos en juego, para evangelizar al mundo. Un día tuve que trabajar; Wallace lo mismo, y olvidamos los sábados de Maratón. Wallace persiguió durante un tiempo la idea de hacer cine, hasta que descubrió otro negocio, no sé cuál, que le permitía trabajar poco y vivir solo. Yo descubrí en poco tiempo mi falta de talento. Si algo me queda claro después de diez años de haberlo intentado en el cine, es que no tengo el menor talento; de eso no se me puede culpar, la vida es así. Por eso funcioné bien como ejecutivo de ventas en una transnacional, donde lo más que se le exigía a mi creatividad era contar un chiste a costa de algún compañero gordo a la hora de la comida. El mundo se volvió de nuevo un lugar con reglas exactas, edificios de concreto y un dios millonario. “Algo ruge afuera, ¿se escucha?, ¿se escucha en la grabación? (trece segundos de silencio) “Hasta la tarde que conocí a Alex. Él era del departamento de finanzas del corporativo donde yo trabajaba: sus extremidades parecían hechas de otro material que no era carne; el color de su piel parecía el de la goma de caucho. Su rostro, absolutamente cualquiera. No sonreía nunca. Alex era el tipo que sólo parecía servir para llenar la fila del comedor. Y yo, claro, nunca me percaté de su existencia sino hasta una tarde en la que, fuera de la oficina, lo vi completamente solo, jugando béisbol en el estacionamiento. “En una plancha baldía llena de autos a medio pagar, sus extremidades chiclosas golpeaban con un bat una bola que volaba hasta perderse en el atardecer anaranjado, atómico, detrás de ese hombre que podría haber venido de cualquier planeta aún desconocido. Eran las seis de la tarde, y la horda de asalariados con corbata, cansados de


sentir que le estamos dando nuestro dinero a un corporativo internacional, anidados en la nada del tercer mundo, desfilaban por el estacionamiento como un ejército de robots; Alex no podría haberles importado menos. En esa escena, Alex era un mal montaje en el sitio incorrecto; el hombrecito de la fila del comedor, haciendo las cosas raras que hace la gente rara cuando no la vemos. “Me acerqué por curiosidad. Lo admito, quería recoger alguna declaración para repetirla al día siguiente en el comedor y mantener mi status de bufón. Algo como ‘estoy entrenando para la Serie Mundial’ o ‘es la terapia que mi acupunturista me recetó para la hernia’. Si yo me hubiera quedado sólo con la imagen del escuálido bateando bolas al horizonte, quizá hubiese logrado incluso que la chica de relaciones públicas me hablara; quizá no estaría en este cuarto viendo las cosas desaparecer, escuchando (seis segundos de estática), esperando que algo caiga del cielo. “‘Estoy alimentando el meteoro’. Eso dijo. “Y me explicó que esas bolas de beisbol volaban hasta una capa de la atmósfera donde eran convertidas en carbono puro que se fusionaría con el asteroide que dentro de poco terminaría con la Tierra; que era su manera de asegurarse de que el meteoro no se destruiría al entrar al planeta. “Recordé que había visto algo parecido años atrás, en una película noruega de ciencia ficción. ‘Es la obra maestra de la estupidez, una joya’, me parece, era la opinión de Wallace al respecto: una civilización que se había quedado sin tecnología en medio de una guerra lanzaba una cantidad descomunal de rocas al sol, hasta que éste reaccionaba, lanzando un rayo láser contra el ejército enemigo. Se lo dije a Alex, que no paraba de batear bolas contra el sol recortado por las casitas desplegadas sobre la colina. Él refirió la película entera, que se llama ‘El día que quemamos el sol’, y corrigió: ‘no es de ciencia ficción, es de política internacional: los noruegos siempre han querido destruir la


Tierra’. Eso dijo él; yo no tengo nada contra los noruegos. Y habló de otras tres o cuatro películas relacionadas. Sentí vértigo: reviví los años del Maratón de Carne, Marcianos y Dragones. Mientras Alex bateaba bolas que pretendían ensanchar los alcances destructivos de un meteoro inexistente, yo pensaba en nuestro apostolado. Que se le culpe de todo este caos a mi nostalgia: las breves historias sobre doncellas cibernéticas contrayendo matrimonio con príncipes mitad lagarto mitad hombre, las exploraciones al fondo de volcanes recreados en túneles, los fuegos dibujados que Alex refirió esa tarde, me hicieron pensar que volver al Maratón sería una buena idea. Que mi trabajo era un asco y que Wallace tenía tiempo. Lo cual también era un asco. “No fui ingenuo como para creer que… (trece segundos de estática) ¿Se escucha? ¿Se escucha ese motor devastando lo que queda de mundo allá afuera? (un minuto de silencio) Es decir, soy adulto ahora. La metafísica sólo serviría de buen entretenimiento. Ahora el recuerdo de esa tarde me queda como la escena inicial de uno de esos videos donde una patrulla persigue al auto de un convicto, de esos en los que uno sabe desde el inicio que todo va a acabar mal. Sin embargo, cualquier duda que me hubiese quedado se disipó, dios me perdone, al día siguiente al pasar, de camino a la oficina, junto a un terreno baldío tapizado de bolas de beisbol. “Wallace aceptó el regreso del Maratón y la anexión de Alex al ritual con una condición: que el nuevo invitado llevara las cervezas. Así fue: Alex llegó a la sesión con seis cervezas y una mochila a punto de deshacerse bajo el brazo; abrió las botellas y se paró junto a la ventana. De inmediato Wallace retó al invitado: ‘me han dicho que tienes una excelente selección de películas… muéstranos una’. Alex sacó de su mochila un disco tan rayado que yo hubiese jurado no se vería jamás. La película comenzó con estática y entró directo a la escena: en un laboratorio —hecho de cartón, se notaba— unos humanoides planeaban la conquista de la Tierra con un aparato —hecho de cartón,


se notaba— que requería de una gema preciosa —que en los flashbacks parecía hecha de cartón— que caería del cielo. Dos de esos humanoides recorrían su planeta, lleno de animales mal montados en la cinta y de escenarios de hule espuma, hasta que, perdidos en un bosque hecho de pedazos de plástico, a punto de ser tragados por una lagartija superpuesta a la imagen, la gema les caía del cielo, como si alguien la hubiese arrojado desde la parte más alta de un set. Con ella vencían al monstruo —que sencillamente desaparecía tras una explosión mal montada— y corrían al laboratorio, insertaban la gema en el cañón y, sin muchas más explicaciones, conquistaban la Tierra. “Wallace soltó, por primera vez en años, uno de sus veredictos: ‘Vaya, esto es una película que reivindica los valores del guion sobre la producción’. A mí la película me pareció refrescante, todo lo que ya habíamos visto en el Maratón: una producción paupérrima, una trama despreciable. Todo lo que me motivó a (tres segundos de estática). Algo tan mal hecho, que hacía pensar que el mundo no es tanto una mierda. “Alex sacó otra película, otro disco rayado, se entiende, y luego otra y otra más: esa noche vimos cuatro películas donde primero se hizo una mala referencia a Frankenstein; luego, un ejército de delfines con metralletas sometió a la humanidad; más tarde, los objetos inanimados de una casa liberaron a un espíritu antiguo que mató a una población entera, salvo por un niño que, a gatas, logró vencerlo con una licuadora. Cada película parecía peor que la anterior: o sea, para nosotros, cada vez mejor. Y mientras Wallace emitía sus juicios —‘No sabía que los reptiles de Klingor fueran más humanos que nosotros’; ‘¡Lo sabía! Los monstruos marinos son capaces de sobrevivir en una pelea de espadas’—, Alex pasó toda la noche junto a la ventana, apenas mirando la televisión algunas veces de reojo, como quien sabe el final de la historia. Poniéndole más atención al cielo, como si ahí estuviera el verdadero final de la película. “Hasta que la cerveza se terminó.


“En cuanto me empiné el último sorbo de espuma, antes de que nadie notara la falta de nada, Alex salió de su trance junto a la ventana. Tomó sus cosas, abrió la puerta, y apenas alcanzó a decir que iba por más cervezas antes de azotarla. Wallace estaba tan absorto en la película que veíamos, que no se percató de ello. Yo sólo alcancé a pensar que debí pedirle más cosas de la tienda: palomitas, papas, cigarros. Le llamé al celular, pero de inmediato abrió la puerta: traía consigo más cerveza y también lo que yo había olvidado pedirle. Como si en vez de celular tuviese telepatía. “Desde ese día, las películas de Alex fueron un éxito cada fin de semana. Siempre en cuanto se terminaban las cervezas salía por más. Y volvía con lo que habíamos olvidado pedirle. Parecía otra metafísica suya, acaso la única que importaba. Nos quedábamos hasta que amanecía y más tarde, pasmados ante películas que parecían hechas con tres pesos pero que lograban alterarnos de modos insospechados: saltábamos, cada que una película terminaba Wallace y yo nos mirábamos en silencio, como compartiendo una revelación recién aprendida, que ahora no soy capaz de explicar. “Alex cada noche miraba la ventana, nada más. Desconozco si él imaginaba, o intuía, o pronosticaba los alaridos de dolor que ahora yo escucho, sentado en el sillón gris de siempre. Ahora una mujer se desgarra en un grito. ¿Se escucha eso en la grabación? ¿Se escucha o es que yo me lo estoy imaginando? (cuarenta y nueve segundos de silencio) “Pasamos así más de cincuenta sábados, las películas reveladoras, las salidas cronométricas a la tienda, su sombra derritiéndose contra el marco. Por lo demás, a Alex sólo me lo cruzaba en los pasillos de la oficina. Trataba de saludarlo, pero él parecía evadirme. Lo veía con montones de hojas sobre los brazos escuálidos. No hablaba con nadie, no bebía café, no fumaba ni me lo encontré jamás en el baño: sólo corriendo en los pasillos, silencioso como aire acondicionado. Quizá estas parecen las actitudes de un asesino serial; para mí sólo era un


apasionado de su arte, atrapado en una oficina para poder pagar la renta; un tipo triste, pero inofensivo. “Sólo un sábado Alex hizo una cosa extraña: llegó jadeando, más pálido que de costumbre, con extrañas manchas de pintura roja en el cuello. Temblando, sacó de su mochila un disco que puso de inmediato, mientras nosotros lo veíamos como quien mira un zombie después de haber visto demasiadas películas de zombies. Entró al baño y estuvo ahí durante un largo rato, haciendo sonidos extraños, con el grifo del agua abierto durante más de media hora. Mientras, en la pantalla veíamos ‘Las vacas locas de Nur’, donde los bovinos de una granja enloquecían y comenzaban a comer humanos; uno de ellos, el héroe de la película, con pésimo maquillaje —una barba postiza, ropa que lo hacía ver mucho más pesado de lo que era—, debía dejarse comer por el líder de las vacas, para después acuchillarlo desde dentro. El héroe salía del ano del animal cubierto de sangre, cargando vísceras que parecían de hule espuma remojado en catsup. “Cuando Alex salió del baño, le pregunté dónde había estado; Wallace estaba demasiado concentrado en las vacas tragando familias enteras de un bocado. Aún jadeando, se posó junto a la ventana: ‘Lo de siempre: alimentando al meteoro’. “Terminó la película, salió por más cervezas, pensé que debimos haberle pedido botana, o refrescos, o ya no recuerdo qué. “De nuevo pasa un animal extraño frente a la ventana; de nuevo suena el rugido de algo, un lagarto o una máquina. ¿Se escucha? ¿Se escucha todo eso en la grabación? (quince segundos de silencio; un susurro mínimo, un gemido) “Una tarde de domingo, Wallace y yo conversábamos; nuestro ocio apenas tocaba el desvarío. Mientras anochecía, hablamos del Maratón. Un poco nublado por el alcohol, Wallace aseguró que Alex le recordaba bastante a un personaje de una película que se llamaba ‘Rubik’, que trataba de una civilización perdida que cazaba dragones


para ofrecerlos en sacrificio a un dios que al final resultaba ser vampiro. ‘Te sorprendería ver cuánto se parece esa película al concepto que tenemos de socialismo. Decadente’; especificó que Alex se parecía a un personaje que se llamaba Tori que, al final de la película, cabalgaba sobre un dragón a las fauces del Dios Vampiro y lo hacía explotar. Atribuí la comparación a los pensamientos esquizofrénicos de Wallace, que siempre buscaba una explicación cinematográfica a todo. Aseguró que varias veces le pareció ver como extra, o en una breve aparición, a un hombre muy parecido a nuestro escuálido Alex: como el soldado que era sometido por un lobo de peluche; como el bailarín de la décima fila en la película de romance alienígena; como uno de los que corría en pánico mientras el monstruo devastaba la ciudad. Parecía imposible: algunas películas eran de 1975, otras se habían rodado en Japón o en Hungría. Sin embargo por un momento, no sé si Wallace lo compartió, sentí el vértigo de mi adolescencia: imaginé que Alex nunca existió, y que las películas que llevábamos más de un año viendo con auténtica devoción eran producto de nuestra imaginación colectiva. Imaginé este mundo como el producto de otra película de baja producción. Se lo dije a Wallace, quien dijo que no le parecía del todo inverosímil: ‘después de todo, hay películas de cuya existencia no estamos seguros; así como no estamos seguros de que este mundo exista’. Alex había traído muchas cintas que nosotros desconocíamos. ‘El lagarto de la isla Kurev’; ‘Amor en las rocas de Marte’; ‘El extraño caso del Dr. Elm Wozniak’. Nosotros, enterados del cine de culto, nunca escuchamos hablar de ellas sino hasta que Alex las trajo a una sesión donde él mismo evitaba verlas, como quien evita el dolor de un féretro abierto. Aventuramos otras hipótesis que el alcohol nos hizo olvidar, o la razón desechar. Y, dios me perdone, no volvimos a hablar de ello.


“Supongo que si Wallace estuviera aquí, si no hubiera desaparecido ya de este cuarto, estaríamos hablando de ello. Al menos para tratar de entender lo que pasó anoche. “Veíamos una película de zombies, donde uno de ellos después de muerto recobraba la conciencia y se volvía líder de los humanos contra los propios zombies, que a Wallace le pareció ‘una muestra delirante de la megalomanía que convoca la cristiana noción de la resurrección’. Vimos otra más, una cinta hindú sobre el amor entre un robot y una noble doncella en un futuro decadente y oscuro. Pusimos una tercera; en ese momento se terminó la cerveza y Alex salió igual que siempre. La película estaba rodada en nuestra misma ciudad; eso lo supimos por los edificios, por las calles, por el tráfico. Empezaba de día, en un jardín oculto donde un científico le daba un mensaje secreto a un alto funcionario del Gobierno: un meteoro chocaría cualquier día contra la Tierra. El Gobierno decidía mantenerlo todo en secreto para evitar revueltas, pero un grupo de rebeldes se enteraba de la conspiración y decidía tomar la solución por sus propias manos. Pretendían hacer volar el edificio del Armamento, disparar todos los misiles ahí contenidos y destruir el asteroide. Yo sé: la trama es inverosímil. Pero, como siempre, nos tenía hipnotizados, igual que todas las películas que Alex traía. Mientras veíamos, un par de veces me asomé por la ventana, como tratando de suplantar el peso de Alex recargado contra el marco, observando el cielo como si buscara algo. “Llegó el final de la película: un hombre enmascarado se acercó al edificio más alto de la ciudad. La cámara temblorosa lo seguía por atrás, mientras el hombre se iba quitando la mochila, una gabardina extraña, la camisa: su cuerpo escuálido recordaba a la piel de un tiburón. Finalmente, se sacaba la máscara y volteaba a la cámara, para mostrar en la mano una bomba, a pocos segundos de explotar. “¿Se escucha eso? ¿Se escucha el grito de ese hombre, se escucha eso que surca el cielo? (treinta y tres segundos de silencio)


“Wallace y yo miramos al hombre de la bomba. Sabíamos que nos recordaba a alguien. Pronto pasó de ser la reminiscencia de alguien para convertirse en un rostro casi conocido. Hasta que lo vimos nítidamente: el hombre de la bomba era Alex. “‘Este meteoro ya va a vomitar’, dijo a la cámara, con su rostro de goma y sus brazos de carne hervida, sin mediar una sola expresión. El reloj de la bomba llegó a cero, la imagen se fue a blanco total, y en ese instante tuve que voltear de nuevo a la ventana a ver el cielo iluminándose de improviso. “Ese fue el instante justo en el que el edificio del Congreso explotó. Como si alguien hubiese recortado la explosión contra el cielo nocturno. Como si un chico la hubiera dibujado sobre el negativo de una película. “¿Se escucha ese rugido? ¿Se escucha en la grabación? (tres segundos de silencio) “No terminamos de ver la película; nunca supe cuándo cayó el meteoro. Nótese que digo ‘cuándo’ y no ‘si’. En cuanto pasó la explosión, las ambulancias inundaron la noche. Wallace y yo, aún consternados, corrimos a la ventana; nuestras sombras escurriéndose por el marco. Contrario a lo que esperábamos, las torretas no se dirigían al Congreso, sino al cruce de una calle en la que una lagartija gigante devoraba un autobús. En otra calle, acaso más cercana, un robot emergía de una alcantarilla, lanzando láser por sus ojos. Sobre el horizonte, una nave que yo nunca hubiese alcanzado a imaginar se abría paso entre las nubes. Parecía de cartón. Más lejos, una montaña colapsó; alcancé a ver un hilo rompiéndose sobre ella. Después a Wallace le cayó sobre la cabeza una gema, como si alguien la hubiera dejado caer del techo. De inmediato desapareció en disolvencia, como si alguien lo borrara de un negativo. “De Alex no he sabido nada. No sé si ahora soy parte de un montaje suyo. Desconozco si las películas que nos mostró son el


archivo histórico de un mundo que apenas alcanzó a anunciarnos. No sé si ahora está montado sobre un dragón, piloteando una nave o un robot, casándose con una doncella extraterrestre. No sé si esas películas son capítulos de una historia épica que quiso contarnos para que este universo no se olvidara, o si soy parte de una alucinación, de él o de quien encuentre esta cinta. Sólo sé que allá afuera algo ruge — ¿se escucha?— y que pronto caerá un meteoro. Que estoy hecho nudo sobre el mismo sillón gris, que mi nombre es Emiliano Fortes y que estas palabras…” (la grabación se corta aquí de súbito, con un golpe seco precedido de otro ruido parecido al de una sierra eléctrica contra un tronco) Espero pues que esta grabación le sea de utilidad. Sé que es poco probable; tómese este acto, ya lo he dicho, como mi última responsabilidad civil. Como usted sabe, el Congreso explotó hace dos días, y no se registró en ningún lado un ataque de lagartija gigante, ni daños a inmueble alguno por causa de un láser o una nave de cartón. La grabación la encontré durante la remodelación de un edificio. Estaba en medio de un cuarto tapiado, vacío (salvo por el polvo), dentro de un edificio al que hace setenta años que no se puede ingresar. La cinta estaba llena de óxido, y escucharla requirió de encontrar un aparato que no se produce desde hace más de medio siglo. La halló uno de mis peones; en condiciones normales, hubiese desechado ese tipo de cosas. Me la dio sólo porque la cinta tenía una etiqueta con el nombre Emiliano Fortes sobre ella. Verá: mi nombre es Emiliano Fortes. Hasta donde yo sé (hasta donde creía saber) no ha existido nadie con ese nombre nunca antes de mí. No recuerdo haber visto jamás una película como las que se describen, ni haber conocido a un Alex, ni a un Wallace. Ni siquiera


haber soñado algo remotamente semejante a lo que la grabación describe. Ahora temo la cámara de los noticieros cuando descubran esta coincidencia imposible; la camilla del sanatorio mental. Temo el meteoro que, lo sé ahora, se acerca en esta u otra dimensión. Temo que nuestro Gobierno, sus lagartos, sus naves de cartón y sus montañas sostenidas con hilos, se enteren de una cinta que pondera un mundo en el que nunca existieron.


Un cuento de Luis Ricardo Palma de Jesús UNA ESTRELLA DUERME JUNTO AL TEJADO

I

—Dicen que no es bueno salir a estas horas a la calle. —¿Quién dice? —La gente. ¿Te acuerdas de doña Remedios? —¿La de la panadería? —Pos desaparecieron a su muchacho. El comisario, ése, que nomás andan cazando carne joven pa llevárselos. —A ese muchacho ya le faltaba poco pa terminar la normal. Pero, ¿qué fue lo que pasó? No me enteré de eso. —Dicen que estaban en otro pueblito porque fueron a sembrar. Pero llegó el comisario con otros policías, disque pa hacer una revisión. Pero como los muchachos iban solos, se los llevaron y hasta ahora no los encuentran. —¿Y qué fue de doña Remedios? —La pobre ahí anda. Ya no se acuerda de sus demás hijos. Todos los días se despierta diciendo que su muchacho va a regresar, y se sienta en la mecedora del zaguán, a esperarlo. Es como si pa ella todos los días fuera el mismo. Pobrecita. —¿Cuándo fue eso, tú? —Apenitas, hace unos días. —Pos quién sabe, mujer. A doña Remedios tiene harto que no la miro. Ves que no puedo pararme. —Lo tuyo es pretexto. Todo te duele. Pero bien que en la noche… —En la noche salen esos sapos…


—¿Ya viste aquella estrella? Está hermosa y no deja de brillar. —¿Y quién es la que por las noches se la pasa golpeando la puerta? Intento pararme pero estos huesos ya no sirven pa más. No apagues el candil. Ya no veo de noche. Estos ojos tampoco me sirven. Además de que pueden aparecer en cualquier momento uno de esos sapos. Dicen que es malo porque luego si una mujer preñada los ve los chamacos salen con cara de sapo. Qué se me hace que doña Gertrudis vio saltar uno de esos sapos porque ese hijo que se carga nomás da miedito. Mira que los pozos ahorita, en días de lluvia, están repletitos de esos animales. También te dije que le digas a ese Tori que deje de recoger los sapos aplastados que hay en la calle. Es malo. Dicen que también arrojan leche a los ojos cuando uno los quiere agarrar y que esa mismita leche deja ciego. A mí no me consta; eso es lo que dicen. —Pos es doña Eusebia, la que no deja dormir con los golpes a la puerta. Pos, ¿qué te pasa a ti? Parece que todo se te va. ¿Ya no te acuerdas de don Arcadio? La gente dice, yo no, que ella lo mató. Se le empezaron a olvidar las cosas y un día ya no lo reconoció y, como ya estaba entrado en años, el pobre no se pudo defender de los palos que le dio doña Cheba. No hace muchito que lo enterraron en el camposanto. Y doña Cheba ni cuenta de que había matado a su marido. Sus hijos no la culparon porque sabían que... Y ahora como ya no recuerda cosas, ni a su familia, a la pobre la encierran y todas las noches dice: bababababa. Quién sabe qué dice, tú. La pobre ha de tener los dedos chuecos de tanto golpe que le da a la puerta. —No me deja dormir. Será que por eso no puedo ver bien y tengo la vista nublada. —Es la edad. Por eso tienes esos achaques… —¿Ya te bajo tu luna?; porque mira, acabas de dejar un chorrito. —¿A poco te da miedo ese chorrito? Si aguantas los gritos de doña Cheba. Y mira que ésos sí son duros de soportar. —Aguanto más que esos chorritos. —¿Ya viste la luna? Voy a cambiarme porque…. —Espera… ¿escuchaste? ¿Qué fue eso?


—Ha de ser la puerta de doña Cheba. —No. Yo conozco esos golpes que da doña Cheba. —De seguro te vas a quedar como ella, o como doña Remedios. Deja de decir tanta… —¡Ahhhhhh! ¿Ahora sí escuchaste? —¡Canijo! ¿Qué fue eso? —Es lo mismo que te pregunto a ti. Mira… ya me manché todo de tu chorrito. —¡Abrázame, Germán! —Te aseguro que no fue la puerta. Ese ruido no lo había escuchado en más de treinta y tres años viviendo bajo este techito. —Yo tampoco. ¡Shhh! Guarda silencio… ¿Escuchas? —Han de ser esos sapos que… ¿escuchaste? Parece que alguien se acerca. —¡Ahhhh! Creo que tumbaron algo. Abrázame. —Me estás manchando de tu chorrito. Tu luna deja rastro en todo el piso. —Anoche estaba chorriando y ni te quejaste. —Mira, acaba de pasar algo por la puerta. ¿La dejaste sin tranca? —Pos este calor no nos iba a dejar dormir con la puerta con tranca. —¡Ahí está otra vez! Se quedó parado en la puerta. —Germán, ¿qué es esa cosa? Le brillan los ojos. —No sé, mujer. Pensé que eran sapos. Pero eso no tiene cara de sapo. A los sapos no les brillan los ojos. —Se está moviendo. Viene pa acá. —No. Se ve que anda buscando algo. No te muevas. No grites. Vamos a esperar a que se vaya de la puerta pa echarle la tranca. —¿Qué? No te alcancé a escuchar.


—Que vamos a esperar a que salga pa después echarle tranca a la puerta. —¿Y qué será de nuestro Tori? —Ese chamaco. Ojalá que no haiga salido a cazar sapos. Ha de estar afuera. —Mira, se está moviendo. Creo que ya se va. —Calla, mujer. Deja que se largue. —Ya se fue. ¿Echas la tranca tú o yo? —Ves que no puedo pararme. Estos huesos ya no sirven. —Ah, pero anoche ni te quejaste… —Anoche fue anoche. —Yo cerraré la puerta con tranca. —Fíjate, puede estar ahí detracito. —¡Ah! Pensé que esa cosa nos iba a atacar. ¿Qué habrá sido, tú? —No sé. Ahora Tori es el que me preocupa. —Me asomaré por la ventana. Quizá esté afuerita. Y si está le diré que se meta pa prevenirlo. —Cómo quisiera estar bien. Ésta no es vida. —El condenado está allá, junto al almendro. Tiene sapos en las manos. Y los está lanzando al aire. —¿Otra vez está haciendo eso? —¿Otra vez? ¿Ya lo había hecho antes? —Pos ese chamaco lo quiero pero está reloco. Cuando desgranó maíz vio pasar esos pájaros negros, que son zopilotes. Quedé asombrado porque dijo que esos animales parecían sapos con alas. Y dijo que quería inventar sus propios zopilotes. —Sí. Los lanza al aire. Parece que les dice: vuelen, vuelen, vuelen. —Dile que se meta con cuidado; porque los sapos le pueden echar leche en los ojos y lo pueden dejar ciego. A mí no me consta; pero eso es lo que dice la gente.


II —¡Tori, métete pa la casa! —… —¡Tori, que te metas pa la casa! —¿Qué tanto hace ese chamaco? —Sigue aventando sapos al aire. Pero parece que esos sapos están aplastados. Son de los que hay en la carretera. Se les nota. —Grítale más fuerte. Dile que se meta porque allá fuera le puede pasar algo malo. —¡Tori, dice Germán que te metas o te va a traer a palos! Tori dejó de lanzar sapos. Dejó la piel curtida de aquellos animales y se acercó a la ventana. —Que te metas, chamaco. Por ahí anda una cosa. Le brillan los ojos. A los sapos no les brillan los ojos, ¿verdad? —… —Métete, ándale. Con cuidadito. —Dile que cuando entre que le eche tranca a la puerta. —Tori, y cuando entres le echas tranca a la puerta. Tori dio la media vuelta y cruzó el zaguán. Fue a la cocina a tomar agua. Tenía esa costumbre. Bebía litros de agua. Después se dirigió al pasillo y vio que dos luces brillaban en la oscuridad. Parecían dos estrellas desorbitadas. Tori observó detenidamente. Aquellas estrellas fueron tomando forma. Cada vez se acercaba más. Un olor se desprendía de aquellos ojos. Tori no sabía a qué olía eso. —Ya tardó ese niño. —Seguramente fue a tomar agua. —¿Ya viste aquella estrella? Está rebonita. —Y su luna. —Ya empezó doña Cheba con su escándalo.


—¿Es doña Cheba? —Dices que conoces bien el ruido que hace, ¿y ahora dudas? —Mujer, esos ruidos no son de golpes de puerta. —¿Pos entonces? —No sé. Se parece al ruido que escuchamos al principio. Que yo escuché pero que después tú escuchaste. —¿No será Tori? —Tori qué va hacer. Estás viendo cómo está. —Sin lluvias, con poca siembra y con un hijo así. —Calla y pon atención. Qué se me hace que es eso de hace rato. —Lo más seguro… —¿Escuchaste? Otra vez tiraron algo. —Habrá sido Tori. —Que no fue Tori. Asómate de nuevo a la ventana. Quizá regresó a jugar con los sapos. —No hay nadie. La calle está sola. —Entonces algo le habrá pasado a ese chamaco. Asómate tantito a la puerta. —Pero… es que… —Si yo estuviera bueno. Pero este cuerpo ya no me sirve. —Pero… es que… —Si yo pudiera ver bien iría. —Me asomaré tantito. —Con cuidadito. Y si algo pasa echas tranca. —¿Y si no es Tori? —Asómate. Eso no lo sabremos. Yo lo haría. Pero este cuerpo… La mujer se dirigió con cuidado hacia la puerta. Tomó el pestillo y la abrió con cuidado. Echó una mirada violenta. Miró a Tori que


estaba parado. Observó sus movimientos y parecía sonreír y hablar con las dos luces que aparecían. —Tori, métete. —… —Tori, que te metas a… —¿Qué pasa, mujer? —Está parado. No hace nada. ¡Tori, métete! —… —Dile que se meta o yo voy por él. —Tori, métete, por el amor de Dios. —Yo me levantaría, pero estos achaques no me dejan. —Está hablando con… parece que le está acariciando.

III —¿Qué más hace? —Se está riendo. Y pos parece que se está orinando. La baba… la baba se le cae. —Parece que ese chamaco está… —¡Ahhh! No puedo ver… —¿Qué fue eso, mujer? —Tumbó a Tori…. Creo que… le está encajando sus colmillos. Se los vi. Había como una tripa que le colgaba entre los dos ojos que le brillaban… ¡mi Tori! —Échale tranca a la puerta… se puede meter. Si yo pudiera… —Tori, mi tori… ¡no, no puedo escuchar! —Le dije a ese chamaco que se metiera. Seguramente esos sapos lo dejaron ciego…


—¡Mi Tori! —Mujer, ya no se escucha nada… Asómate con cuidadito. Seguramente esa cosa ya se fue. —No puedo… mi Tori… mi Tori. —Si yo pudiera lo haría. Pero estos ojos y este cuerpo ya no sirven. —Tengo miedo. —Vé con cuidadito. Sí, así. Abre la puerta con cuidado. ¿Qué ves? —Es Tori… Está en cuclillas. ¡Es Tori! —Ve por él, anda. Y cierra la puerta. Si yo pudiera, lo haría. —Mira… mira… es nuestro Tori, no le pasó nada. —¡Chamaco! Míranos acá, muriendo de preocupación. —Estás todo orinado. ¿Qué era eso? —… —Déjalo. No quiere hablar. —¿Qué fue lo que pasó, mi Tori? —… —Deja de preguntar y cámbialo porque huele a orines. Tienes razón, mujer. No es bueno salir en la noche. No sabemos qué cosas podemos encontrarnos. Y, ya te he dicho, chamaco: deja de jugar esos sapos. Puedes quedar ciego. —Ya, no pasa nada. Estamos juntos, los tres. Ya estoy muy cansada. Pos mejor hay que dormir porque mañana habrá que seguirle trabajando. —Vénganse. Tori, ya no salgas a estas horas. —… —Doña Cheba ya comenzó con su ruido. —¿Estás segura que es ese ruido? —Pos parece que sí.


—Ese ruido se parece al de hace rato. Sí golpea la puerta; pero no está sola. —Pos quién sabe, tú. —Asómate por la ventana… Si yo pudiera, lo haría; pero estos achaques. —Está gritando más de lo normal. bababababa. Creo que allá están los dos ojos que brillaban apenas hace un ratito. —Vente, mujer. Dejemos en paz a doña Cheba. —Hay que dormir. —Menos mal que nuestro Tori está bien. —Mi Tori. ¿Ya vieron? Hay una estrella. —No me digas que es de nuevo eso que estaba hace ratito. —No. Hay una estrella junto al tejado. —Casi no la veo. Estos achaques… pero si yo estuviera bien…


De la serie American way Desire and power vs dividing line AcrĂ­lico, recortes y adhesivos sobre MDF 95 x 80 cms.


De la serie American way The western way of life AcrĂ­lico, recortes y adhesivos sobre MDF 95 x 80 cms.


Un ensayo de Erick Salgado DE LO INFINITO EN LA ESCRITURA Uno de los problemas o dificultades de escribir es tomar la decisión inicial de cómo abordar el texto. Hace algunos días escribí casi en juego que el lenguaje escrito tiene una facultad de “infinito”:de entre las incontables palabras que existen, el escritor debe comenzar por ponerse un límite; poner un cerco alrededor de determinadas palabras que éste considera útiles para su empresa: por fuerza, debe delimitar siempre que inicie un texto; si desea crear, debe limitar. Quizá este precepto pese aún más: escribir es limitar. La escritura es en un principio un círculo, una calle cerrada que se aleja del mundo infinito que es el lenguaje del humano. Visto así, parece casi imposible comenzar a escribir, o podría asegurarse que el escritor tardaría mucho tiempo en elegir qué palabras usar; y peor aún, en qué orden escribirlas. Antes de dedicarme a escribir este texto, estaba por narrar una anécdota común que después publicaría en mi muro de Facebook como cualquier otro día (y antes de escribir “estaba por narrar una anécdota”, había escrito: “estaba por escribir un texto sobre un suceso que…”, pero ahí surgió el problema.Tuve que volver a poner un cerco, etcétera). Continúo: tenía la intención de narrar una anécdota, pero me detuve dos veces. El primer intento fue así: “Hace un par de días saqué las basuras de mi casa. Me acerqué al bote grande que tenemos en el patio y me di cuenta de que uno de los pollitos que tenemos...”Al releer, comprendí que el inicio del texto no enmarca todo lo que diré; inicia con la acción que da seguimiento al suceso importante, sí, pero no sentí que encadenara de un modo eficaz ambos sucesos; en la forma en la que está escrita, la acción de sacar la basura parece irrelevante. En el segundo intento, pude unir las dos acciones, pero: “Hace un par de días, cuando estaba sacando las basuras de mi casa, mientras me acercaba al bote grande que está en el patio, un pollito de los que mi padre cría, se acercó corriendo hacia mí”. 1. Hace un par de días… 2. Cuando estaba sacando las basuras de mi casa… 3. MIENTRAS ME ACERCABA AL BOTE GRANDE QUE ESTÁ EN EL PATIO… 4. Un pollito de los que mi padre cría 5. Se acercó corriendo hacia mí.


Son treinta y siete palabras que le estoy entregando al lector, como si desde un árbol le arrojara manojos de limones, y le dijera “Atrápalos todos”. Y en la oración marcada con el número 3, siento que le robo la respiración al lector. No me sirvió. “Hace un par de días me sentí parte de la cadena alimenticia. Cuando sacaba las basuras de mi casa, un pollito se acercó corriendo hacia mí.” Este inicio me agrada un poco más, aunque siento que caigo un poco en el llamado spoiler, pero considero que si el final del texto se ha anticipado o sugerido desde el principio, se tiene la oportunidad de compensar tal imperfecto con la fuerza que se le imprima al desarrollo. He aquí el texto terminado: “Hace un par de días me sentí parte de la cadena alimenticia. Cuando sacaba las basuras de mi casa, un pollito se acercó corriendo hacia mí. Mi padre tiene un pequeño criadero de pollos y patos, y a los más pequeños les da de comer directamente de su mano. Como el animalito se me acercó rápidamente, me imaginé que se habría confundido; quizá pensó que yo le llevaba comida en las bolsas. Pero el confundido era yo. Cuando el pollito estuvo más cerca de mí, pude ver que no buscaba lo que yo pudiera llevar cargando, sino una pequeña lagartija que corría desesperada, supongo, delante del pollito. El plumífero fue detrás de ella unos centímetros más, hasta que acertó un picotazo en la colita del reptil. Es bien sabido que las lagartijas tienen la capacidad de soltar la cola cuando se ven en peligro; dicho miembro quedó retorciéndose en el piso, mientras el pollito y el resto de la lagartija se debatían entre la comida y la muerte. Segundos después, otro pollito se acercó rápidamente intentando degustar la merienda de sangre fría; pero el primer pollo se dio cuenta, tomó en su pico al reptil y se alejó corriendo. Mientras yo observaba todo esto, unas hormigas rojas se me subieron a los pies; yo no había sentido las picaduras hasta que dejé de poner atención en la manifestación de la cadena alimenticia que se desarrollaba frente a mí.Al final, dejé las basuras en el bote y me alejé sacudiendo mis pies. Quizá las hormigas sólo estaban defendiendo su hormiguero, quizá querían un poco de carne, y para ser sincero, no tengo mucha… ¿Habrían querido huesos? No sé. Lo que sí sé es que me sentí como una presa, pero yo no corría como la lagartija, yo me quedé ahí colaborando con la cadena alimenticia.” El texto está terminado, sin embargo, al releerlo noto varios tropiezos. Y estoy seguro de que el lector también encontrará algunos que yo no he considerado. También sé que si vuelvo a leer este texto dentro de una semana, encontraré más errores y posiblemente decidiré narrar la historia de un modo distinto. Creo que todo esto ilustra un poco lo que ocurre al escribir. O al menos lo que me llega a ocurrir cuando escribo. Y así como al inicio me interrumpí y decidí cambiar la anécdota, puedo hacerlo una y otra vez, porque las


combinaciones de las palabras son prácticamente infinitas. Del mismo modo, esta forma de edición no se limita al género narrativo, como el texto que puse de ejemplo; todo este texto, esta disertación o ensayo, de principio a fin, puede sufrir varios cambios; puedo volver a poner un cerco más limitado a todas estas palabras o podría ampliarlo más. Voy a escribir un punto final, pero el final será temporal o ilusorio.La escritura no conoce fin. Se ha dicho que toda escritura es reescritura. Este texto puede estar terminado o no, puede ser la reescritura inconsciente de otro texto que algún día leí o puede ser la preescritura de un proyecto más amplio, menos limitado.


Un ensayo de Michel Sánchez EL JUEGO DE LA MEMORIA EN LOS HÁBITOS DE LA CENIZA DE JORGE FERNÁNDEZ GRANADOS La idea de guardar las experiencias, de rememorar cómo surgen los versos, del nombrar con palabras lo innombrable, fue el punto de partida para que Fernández Granados tomará su pluma y escribiera Los hábitos de la ceniza, poemario que inicia desde el titulo con la imagen del carbón y del hogar, pero ¿a qué hogar refiere el autor? El lugar cálido y nostálgico que hace sentir una cercanía con la casa inventada ¿Rural? Podría ser, los espacios significan en la poesía de Fernández, hacen junto con el eco de una abuela, de un trabajador rural el lienzo perfecto para la construcción del lenguaje. El autor menciona en una entrevista realizada por Círculo de poesía, cómo su abuelo, sin biblioteca y sin poesía toma con el asir de la boca los versos y enseña a los demás el hábito de la poesía. Sin duda el marcaje significativo del autor es el manejo de imágenes con objetos propios de la remembranza, entre ellos el maíz, los bizcochos, bolsas de mandado, entre otras más, por otro lado, la muerte en la cotidianeidad y en los soliloquios propios del yo lírico, que siempre está interrogando a los demás, convierten un evento de la memoria que transcurre en tiempo y en la vida. Los habitantes del mundo poético del autor crean un ruido especial en la obra, principalmente en la primera parte, son cuatro: Neme, la Jardinera, el mago y el señor del oficio de enmarcar cuadros, a continuación, esbozaremos el papel que juegan estos personajes en la primera parte del poemario, cómo se articulan en la ficción y en el juego de la memoria que el autor propone al lector. Neme: el miedo constante de perder a la abuela y la pregunta sobre la muerte, crean a partir de las imágenes de símbolos de campo una atmosfera de niñez, que conforme avanza en el poemario, denota una madurez más profunda en el yo lírico, en esta primera presentación, vislumbramos el inicio de un sujeto que crecerá y madurará en el poema, la protección y las respuestas que busca, sólo la abuela las tiene, esto es propio de un sujeto infante que quiere encontrar una respuesta en la figura de alguien mayor. También están presentes los elementos de la naturaleza y de la herbolaria ¿Qué más puede curarnos? Jardinera: inicia esta parte con la imagen de la tierra en las manos de una horticultora que a pesar de la ¿edad? Aún profesa el tocar la tierra con la esperanza de germinar la semilla del fruto, hasta pareciese que éste oficio es hecho con cierta ingenuidad, podemos leer cómo el yo lírico madura y observa a


su alrededor, deduce y comienza a mirar de forma distinta su entorno, esto dará lugar a la presentación de los próximos personajes. El mago: la decadencia de la edad y la melancolía de lo que un día fue, hacen de este poema el punto central del desencanto que ya venía presentándose en todo el poema, el yo lírico madura para dar paso a un cuerpo desgastado que recuerda todos los momentos que vivió ejerciendo su oficio de mago, el único entretenimiento de los niños del pueblo. La imagen (o enmarcador): el sujeto que aquí narra en poesía fue alguna vez un enmarcador de cuadros, era el mejor en el arte y desempeñaba su oficio mientras unos cuantos ejercían el ocio, él tomaba del trabajo su único deber. La idea es similar en el anterior poema, el desgaste corporal del trabajo, el añoro de lo que fue alguna vez y la inevitable muerte acechando a los personajes. Para concluir, a través de estos personajes podemos deducir como la memoria juega el papel de nostalgia que frecuenta con la inevitable muerte, ese es el principal artificio del tiempo memorial: la muerte que se presenta como un final natural del hombre.


COLABORADORES Balam Rodrigo (Villa de Comaltitlán, Chiapas, México, 1974). Exfutbolista, biólogo por la UNAM y diplomado en teología pastoral. Autor, entre otros, de los libros de poesía: Hábito lunar (2005), Libelo de varia necrología (2006 y 2008), Silencia (2007), Larva agonía (2008), Icarías (2008 y 2010), Bitácora del árbol nómada (2011), Cuatro murmullos y un relincho en los llanos del silencio (2012), Braille para sordos (2013), Libro de sal (2013), El órgano inextirpable del sueño (antología poética 2005-2015) (Guatemala, 2015), Desmemoria del rey sonámbulo (2015), Iceberg negro (2015), Bardo. Pequeña antología (Chile, 2016) y Sobras reunidas. Antología de poesías & pensamientos inútiles (Los Bastardos de La Uva, 2016). Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés, portugués, zapoteco, polaco y francés, y aparecen en antologías, revistas y diarios de México, así como en publicaciones de República Dominicana, Brasil, Colombia, Argentina, Chile, España, Puerto Rico, Estados Unidos, Guatemala, Honduras, Portugal, Alemania, Polonia y Francia. En cuatro ocasiones ha recibido las becas otorgadas por el CONACULTA a nivel estatal y nacional: del Coneculta-Chiapas en las categorías Jóvenes Creadores en 2005 y 2007; Creadores con Trayectoria en 2009; y Jóvenes Creadores del FONCA en 20092010. Su obra ha merecido una cuarentena de reconocimientos de carácter internacional, nacional, regional y estatal, entre otros, el Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2012 y el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2014. Fue finalista del I Premio Internacional de Poesía Medardo Ángel Silva 2014 (para obra publicada) convocado en Guayaquil, Ecuador y recientemente obtuvo el Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2017 por su libro Marabunta, Miembro del Sistema Nacional Creadores de Arte del CONACULTA en la disciplina de Letras. Aless Segovia Haas. Pasante de la Licenciatura en Literatura por la Universidad Autónoma de Campeche. Co-autor del libro de cuento Voces de la Ceiba y del compilado sobre la narrativa de Julio Cortázar Queremos tanto a Julio. Participante en la primera novela colectiva de la Península con la obra Ahí donde se quiebran las piedras. Ha presentado ponencias en la Universidad Autónoma de Campeche, preparatorias y secundarias de la entidad y la FILEY de la ciudad de Mérida, Yucatán. Ganador del concurso de poesía joven del estado de Campeche y del segundo concurso de cuento universitario Voces de la Ceiba. Andrés Segovia (Mérida, 1999) cursa estudios en el Centro de Educación Artística “Ermilo Abreu Gómez” con especialidad en Música.


Ruy Feben (Ciudad de México, 2 de julio de 1982) es narrador. Ha publicado crónicas, reportajes y entrevistas en revistas como Gatopardo, Chilango, Esquire y GQ. Sus cuentos han aparecido en antologías mexicanas, españolas e inglesas, y en revistas como La Peste. Su primer libro de cuentos, Vórtices viles, obtuvo el Premio Nacional de Cuento Joven Comala 2012. Luis Ricardo Palma de Jesús (1990) nació en Acapulco, y es licenciado en Literatura Hispanoamericana. Ha tomado talleres de cuento con Patricia Laurent Kullick y Alfonso Orejel. Ha sido corrector de estilo de la Revista de Humanidades de Rojo Siena Editorial. Ha publicado cuentos en las revistas Revolución, Revista Asalto, Cuestionarte y Círculo de Poesía. Obtuvo el Premio Estatal al Tercer Lugar en el evento académico realizado por CONACYT, el XVIII Premio Estatal de Cuento María Luisa Ocampo 2016, en la categoría de cuento, y del Programa Editorial de la Secretaría de Cultura 2017, con el libro Las maneras de conjugar la muerte. Ha realizado estancias de investigación en Puebla, Zacatecas y Guanajuato y ha participado en tres ocasiones en el Encuentro Nacional de jóvenes escritores: Acapulco Barco de Libros; además del Encuentro Nacional de Estudiantes de Literatura en Colima. Becario del Festival Cultural Interfaz, y del Programa de Estímulos a la Creación y Desarrollo Artístico de Guerrero (PECDAG) 2015, en el área de Letras. Actualmente estudia una Maestría en Humanidades. Erick Salgado (1991) nació en Iguala, Guerrero y radica y trabaja en la misma ciudad. Es profesor de inglés y corrector de estilo en Letramía, revista literaria editada en CDMX, y en Punto y coma, compañía de corrección de estilo de la cual es cofundador. Es director y cofundador de la revista literaria digital Kaleido. Publicó la primera edición del libro de cuentos La puerta secreta bajo el sello editorial de Editorial ABN Arte Buhonero, Baja California, México; la segunda edición de la misma obra con Ediciones Zetina, Cuernavaca, Morelos; y el minificcionario Gotas para los ojos bajo el sello editorial de Arribos, México, D. F. Ha publicado cuentos en revistas digitales como Nomastique, Delatripa, Moria y A buen puerto. En junio del 2015 impartió un taller de redacción para cuentistas en la Casa de la Cultura, de Iguala, Guerrero. Ha participado en distintos eventos relacionados con la literatura en su ciudad natal y en ciudades aledañas. Michel Sánchez (Mérida Yucatán 24 de mayo de 1993). Estudiante de la licenciatura en Literatura Latinoamericana (UADY). Ha participado e impartido talleres literarios. Fue becada por el Programa Institucional para el Impulso y la Orientación a la Investigación PRIIORI en el verano de 2016. Cursó un semestre de movilidad en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en la Facultad de Filosofía y Letras. Actualmente realiza su tesis sobre poesía mexicana de Siglo XX.


Docktor Morris nació en la Ciudad de México en 1974. Cursó las carreras de escultura en metal” y “Esmalte a fuego” en el Instituto Nacional de Bellas Artes. Diplomado de dibujo en la Academia de San Carlos, talleres de pintura, creatividad, electrónica - Arduino, Antropología visual. También ha sido conferencista en Museos y coloquios de Arte Visual. Mayormente su dogma es crear usando las manos y no la actual costumbre de maquilar ideas en manos de otros. Su actividad creativa es multidisciplinaria, ha incursionado en la pintura, escultura, fotografía, serigrafía, arte en vidrio, esmalte a fuego, restauración, mobiliario, y de manera aleatoria en remodelaciones, branding y diseño. Ha participado en varias subastas de Arte. Su trabajo se ha difundido internacionalmente en revistas, catálogos, periódicos y Programas de radio. En el 2007 se presentó la revista VC-Art, En “MACO” La Feria más Importante de Arte Contemporáneo en México. Participó en una muestra colectiva en Luxemburgo dentro de la Celebración de la Capital Europea de la Cultura 2007. Cuenta con más de 70 exposiciones en México, Luxemburgo, Italia, Alemania, España, Kosovo, USA: Miami, Tucson, Nueva York, Washington, Londres, Perú, y China. Ha colaborado en proyectos aleatorios de mercadotecnia inteligente para UNILEVER, y con ilustraciones para una aplicación de sueño lúcido Dream Gen. En 2008 - 2009 Trabajó como restaurador en el CENCROPAM- Instituto Nacional De Bellas Artes, en la restauración de los murales de la SAPS – Sala de Arte Público Siqueiros, del maestro David Alfaro Siqueiros. En 2010 fue seleccionado por la Propeller Club de Valencia España con una de sus esculturas, En el 2012 fue seleccionado por la Bienal Internacional Beijing, China con una de sus esculturas. Participó en el proyecto México Joven, creado por la doctora Maja Zawierzeniec, en Monterrey 2010 y en Mérida 2017. Parte activa del proyecto educativo de Murales “México Arte y Tiempo de la mano de Artac Aiap, SEP, en escuelas de la Red Pea-UNESCO. Este año el proyecto sumó a la UNAM a través del Museo de la luz, en el proyecto A todas Luces Dialogo de saberes entre Ciencia y Arte, proyecto en el que Morris participó como asesor en Centro educativo Roberto Cabral del Hoyo, el estado de Zacatecas. Ha participado con varios colectivos artísticos con artistas de Alemania, Perú, Luxemburgo Argentina y México. Actualmente tiene un intercambio Cultural con artistas de Alemania. Su obra forma parte de colecciones en: Syndicat d’Initiative, Petange, (Luxembourg), Instituto de Cultura de Campeche (México), Fundación Cultural Pascual Boing (México), Museo de Arte Contemporáneo de Cusco (Perú). Y en colecciones privadas en España, Luxemburgo, Bélgica, Kosovo, México, y USA. Es miembro activo en Asociación de Artistas Plásticos de México, ARTAC aiap-UNESCO desde el 2007. Desde Mayo del 2017 se mudó a Yucatán Conkal, con la idea de abandonar la CDMX




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