REVISTA DE POESÍA
EDICIONES O
BISTRÓ
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Bistró. Revista bimestral de poesía. No. 17, Abr-May 2018. Es un proyecto editado en Mérida, Yucatán, México. Director: Daniel Medina / Edición: Ediciones O / Consejo editorial: Mary Carrillo, Daniel Sibaja, David Bonilla / Artes Visuales: Mariana Pacho de la Vega
CONTENIDO Poesía DOS POEMAS Ghazal Ghazi // p.5 Cuento 99 RED BANKOONS Santana García // p.9 BEBÉ Ángel Fuentes Balam p // p. 14 Reseña NUEVA TIERRA, DE JOSÉ ANTONIO ÍÑIGUEZ Cristian Poot p. // 19 Obra Visual Liliana Ruiz Gómez p. // 23
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PRESENTACIÓN Como cada dos meses, queridos amigos, les traemos un nuevo número de Bistró bajo la misma apuesta editorial: la brevedad y la unión de la experiencia con las nuevas voces. Estamos muy cerca de cumplir tres años como proyecto de divulgación literaria; nuevas personas se van agregando tanto al equipo de trabajo como a la excelente familia de colaboradores que número con número nos brindan el lujo de su compañía. En esta ocasión, traemos nuestro número 17 cuya portada y selección visual corresponde a la artista mexicana Liliana Ruiz Gómez con una serie de collages. En lo correspondiente a la poesía, contamos con dos poemas de la iraní Ghazal Ghazi, autora de un registro en lengua española que ha ido desarrollándose a lo largo de su paso por nuestro continente. Que sirva esta obra como una renovación de nuestros votos con lo internacional: la poesía es, a su manera, la verdadera patria que ocupamos. Del verso no vivimos, así que en este número les traemos dos cuentos pertenecientes a Santana García y Ángel Fuentes Balam. Finalmente, una reseña –siempre con la intención nuestra de aportar al ojo crítico– sobre el libro Nueva tierra, de José Antonio Íñiguez, escrita por Cristian Poot. Como hemos realizado ya en números anteriores,
esta reseña corresponde a un libro publicado por Ediciones O, proyecto responsable de la revista que tiene ante sus ojos: Bistró. Así que gustosos abrimos las páginas a los reseñistas que se acercan a nuestros libros y a nuestros autores. Aprovechamos la ocasión para invitar a los lectores a escribir sobre nuestros libros. Nada nos haría más felices. Nos vemos, como cada dos meses, entre letras como estas.
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Poesía Ghazal Ghazi
nació en Teherán, Irán, en 1990. Recibió su formación académica en EEUU y empezó a escribir poesía en castellano durante los años que vivió en Chile. Su trabajo literario ha sido traducido a turco e inglés, y sus poemas han sido publicados en revistas como Siirden (Istanbul, Turquía) y la antología Salt Boundaries (Damasco, Siria, 2017). Ha participado en distintos festivales de poesía en Latinoamérica, como en Perú, Cuba, y México. Está terminando La Frontera Desemboca en Ti, su primer poemario. 4
Poesía
Versos entre los Océanos: Atlántico e Índico GHAZAL GHAZI ■ Ella agarró cinco relojes con cadenas de bronce, colgó las rutas de los caminos estrechos como aretes, y tejió en su cabello la carne de los continentes. Así de oceánica se adorna cada mañana: como si fuera un verso heredado. Ella tiene siete nombres como los mares que soplaban los vientos para las velas de barcos llenos de grilletes y cadenas que amaban los cuellos, las muñecas, los tobillos y las lenguas. Ella pregunta: ¿Por qué escribir de las plantaciones cuando podría escribir de un pez latiendo con vida? ¿Has visto mi exhalación, enterrada al pie de un árbol tan muerto como un idioma?
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Este acento es una lĂĄpida. Trato de olvidar el ocĂŠano. Yo siempre quise tomar la forma de un manantial incesante y hablar con los poetas de esta manera.
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Recuerdos de Tierra Mojada GHAZAL GHAZI â– Como si fueras el telar de las generaciones, estĂĄn haciendo un tapiz de ti. Tus recuerdos de tierra mojada se convierten en el hilo de viento que desenreda el significado de los nombres.
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Cuento
99 Red Bankoons SANTANA GARCÍA ■ Dos niñas con un globo rojo en un banco, hermanas, juegan lanzándolo suavemente entre sus manos. Al principio apenas vuela con poca fuerza de una a otra a la altura de sus cabezas. Su padre, sentado a poca distancia de ellas hace inicialmente una mueca y amaga con decirles algo, pero se contiene y sólo sonríe, las deja jugar. El banco es un viejo cementerio que cuando dejó de tener clientes fue pintado de colores más opacos y le fueron podadas las flores, se sabe que desde que la muerte ya no existe, los antiguos cementerios son los mejores lugares para construir bancos. Y este es uno de los grandes, los pasillos entre los vestigios de las tumbas están abarrotados de personas haciendo fila para realizar diversas transacciones de gran relevancia para las vidas inmortales. Una de las grandes ventajas para los bancos desde que la muerte desapareció es, por supuesto, que el tiempo ya no es cosa importante, por lo que la velocidad en la atención no es prioritaria y han podido ahorrar varios millones en empleados que agilizarían innecesariamente las transacciones. Así que los movimientos van con calma. Se observa, eso sí, el agotamiento y hartazgo marcados en los rostros de los clientes, porque la inmortalidad no quita la impaciencia. Las niñas no saben de impaciencia, no se paran a preguntar ¿ahora que ya no existe la muerte nos quedaremos niñas por siempre o creceremos indefinidamente hasta hacernos gigantes como un árbol de manzana en Marte?, no, las niñas juegan con su globo rojo mientras las filas avanzan lentamente hacia las cajas. La menor es la que se atreve a dar el primer manotazo de mayor fuerza al globo y este vuela haciendo una espiral descontrolada fuera del alcance de su hermana, hay suerte, el globo cae a los pies de una mujer de altos 8
tacones que ni siquiera se percata de que estuvo a punto de botarle en la cabeza, la mayor sonríe y va a recogerlo, el padre se alerta un instante, pero cuando ve que el vuelo de aquel no ha incomodado a nadie, se limita a seguir mirando a sus hijas. Las niñas siguen jugando y el globo empieza a rebotar con más libertad entre sus manos, las niñas van expandiendo poco a poco su territorio de juego, corretean para alcanzar la roja esfera antes de que toque el piso, a veces no lo logran, más de una ocasión el globo pasa muy cerca de alguna cabeza o alguna espalda, pero un aura invisible parece evitar que dé con alguien. El padre las mira, nervioso, preocupado, piensa que un accidente ocurrirá pronto, pero no se atreve a decirles nada. Por momentos, cuando la mayor pasa cerca de él, la toma del hombro con suavidad, no le dice nada, pero su lenguaje corporal le pide calma. Entonces, por momentos el juego se modera, se reagrupan cerca del padre, pero no pasan dos o tres rebotes para que se vuelvan a expandir y corretear. Cerca de ellas, en una alta tumba que se ha rediseñado para servir de escritorio, un ejecutivo atiende a un cliente que apertura (sic, pero no sic) una cuenta de cheques, ahí es donde ocurre lo inevitable; en un mal pase de la hermana menor, la mayor se ve forzada a recibir el globo con un puntapié que lo hace volar más alto de la cuenta y este cae justo en medio del escritorio-tumba, provocando un rayón en la firma que el cliente hacía sobre un contrato, luego el globo da un par de tumbitos más sobre la mesa y cae al otro lado, en el territorio del ejecutivo. El padre abre mucho los ojos al ver esto, los párpados casi se pliegan sobre sí mismos, la menor de las niñas sólo ríe, brincotea en su sitio y espera a que le devuelvan el juguete, la mayor tensa el rostro y mira con preocupación al ejecutivo, este primero mira con severidad al suelo, donde está el globo, luego mira a las niñas y se suaviza, les sonríe, recoge la roja esfera y se las lanza de regreso, al cliente parece no importarle lo sucedido, no intenta corregir su firma, le gusta cómo luce ahora con esa nueva línea inesperada, trata de reproducirla en el resto 9
de los documentos, mañana irá a cambiar la de su identificación, no se puede esperar que alguien tenga una sola firma para siempre en una vida eterna. Tras el primer incidente algunas personas en la fila, que avanza con mucha lentitud, prestan atención en el juego de las niñas, observan el vuelo de la roja esfera que en su errático flotar parece tropezar con objetos de aire ocultos e impalpables, ven su caída imprevisible y disfrutan cuando los dactilares de las niñas lo empujan de vuelta al aire tibio, sufren cuando lo ven tocar el suelo. Cada vez más personas se vuelven espectadores de aquel juego infantil, las niñas empiezan a correr por más partes del banco y a golpear con más fuerza, los clientes observan con atención aquel juego del que no se espera nada, sin reglas, sin ganadores ni perdedores, sólo el placer de ver flotar un globo rojo por el espacio de un banco que alguna vez fue un cementerio. Entonces el globo inevitablemente comienza a caer con frecuencia entre las filas y las sillas de la sala de espera, los clientes, con delicadeza, devuelven este con un empujoncito al aire. Después de un rato a algunas personas les ha caído el globo más de una vez, y entre más lo devuelven, más empiezan a sentir el deseo de que les caiga de nuevo para rebotarlo con sus manos, más ganas sienten de ser parte del juego de las niñas, de salirse de la fila y formar un triángulo, un cuadrado, un pentágono con ellas y jugar a rebotar el globo hasta que cierre el banco, hasta que vuelva a abrir a la mañana siguiente, hasta que algún día, de nuevo, necesite ser rehabilitado como cementerio. Algunos hombres de trajes estrechos se soban las manos esperando que el globo por fortuna de su vuelo incierto se dirija hacia ellos, y cuando ocurre, lo golpean con tanta energía que pareciera que quisieran liberar en él alguna fuerza muy profunda que les estorba, alguna energía astrointestinal alojada tiempo atrás, que ha crecido en su organismo hasta hacerse intolerable. Y ahí va, el globo rojo flotando por los aires, acrecentándose el deseo de las personas en las filas entre las tumbas derrumbadas de poseerlo, de ser quienes jueguen con él. 10
Hasta que ocurre. En cierto momento alguien no puede más, y al caer la esfera en sus manos por un mal desvío de la hermana mayor, lo sujeta, es un joven de gafas y cabello rapado, mira a los ojos a una chica que está al otro lado de la fila y le avienta el globo, ambos comienzan a jugar. Las niñas toman aquello con indiferencia, la menor saca un nuevo globo de su bolsa y lo infla, en seguida hay dos globos rojos ahora flotando por el aire del banco. Nadie en el banco parece molestarse por aquel uso inadecuado del espacio, es como si en verdad desde hace tiempo hubieran estado esperando por algo como aquello, y ahora cierto inexplorado placer se les depositara en los ojos y en la espera de poder ser parte del juego. Pronto otras personas comienzan a apropiarse de un globo tras otro, por cada uno robado las niñas tienen otro para inflar, así el campo de juego crece y se ven varios pares de manos anilladas, empulseradas, enrelojadas (doble sic), desnudas, empujando globos rojos por todas partes. El padre contempla toda la escena con displicencia, sin moverse de su asiento. El cielo del banco es una roja fiesta aerostática. Entonces, lo más increíble comienza a suceder. Justo en el punto en que la mayoría de los clientes tienen un globo con el cual jugar, el banco comienza a manifestar el renacimiento de los colores y el brío de tiempos pasados, cuando era un cementerio. En el piso marmoleado un verdor de húmedo brote de césped comienza a tapizarlo todo, la blancura de las tumbas adaptadas como escritorios y mesas de trabajo comienza a resurgir de la opacidad que han adquirido en los últimos años, las criptas que fungen como ventanillas y cajas empiezan a resplandecer con cierto brillo solar, flores de todos los colores nacen aquí y allá sacudiéndose sus pétalos, liberando mariposas y abejas mieleras de estos. En los escritorios, un ejecutivo da vuelta a la hoja de un contrato y empieza a dibujar puntitos para jugar timbiriche, su clienta, una señora emperifollada, acepta el juego; van ambos trazando líneas, uno con su pluma negra, la otra con su pluma azul, cerrando cajas y marcándolas con la letra inicial 11
de su nombre, quedan tablas y vuelven a jugar, quedan tablas siempre. Otros empleados ya han convertido varios oficios en aviones de papel y estos surcan el aire esquivando la flotilla de globos rojos que no paran de brincar de unas manos a otras, los clientes y empleados de un banco nunca habían estado tan felices y satisfechos. Algunas personas ya están en el suelo, intercambiando prendas de vestir, generando combinaciones de todo tipo. Ahí, un viejo de barba se ha puesto las gafas de corazón de una chica y el gorrito pequeño de un niño. Allá, una joven se ha encimado seis abrigos diferentes y ruge como un oso polar. Cerca de las hermanas que iniciaron todo, una señora menudita se calza los enormes zapatos de un hombre alto y trata de caminar chancleteando, pues estos le bailan en sus diminutos pies. Más allá, un grupo de anfitrionas del banco se pintarrajean los labios con colores intensos y se salen de las comisuras, cuando se aburren van y colorean las paredes. Y al otro lado, otro grupo de personas han sacado todas sus tarjetas, de débito, de crédito, monederos, y tomando una tijera de un escritorio han recortado en ellas pequeños círculos de plástico que ahora apilan y juegan como tazos. Así todos, clientes y empleados, parecen haber encontrado algo con qué aligerar el tiempo que pasan ahí. Tan sólo los empleados de ventanillas parecen tristes de no poder ser parte de lo que ocurre afuera. Pero algunos, los más creativos, se las ingenian, y alguno entrega a su cliente un billete de mil con un símbolo de gato dibujado en el reverso y una cruz marcada en la esquina, el cliente sonríe y le devuelve el billete con un círculo en el centro, siguen jugando. Una cajera tarda demasiado en entregarle su efectivo a una clienta, pero cuando le da finalmente veinte billetes de quinientos transformados en pequeñas grullas de papel, esta sonríe y le devuelve un barquito, pues no sabe más que eso de origamis, hecho con un cheque que guardaba para cambiar la quincena siguiente. Así se extiende la algarabía, y las hermanitas, por supuesto, siguen jugando alegremente con su globo, ya sin ningún límite para correr de aquí a 12
allá por el banco. Entonces, una mujer que no se ha enterado de nada, deja una caja-cripta después de terminar su transacción, no repara en ninguna otra cosa más que en las dos hermanitas jugando con su globo rojo, ahora alrededor de su padre. La mujer da un resoplido y se acerca a las niñas, les reprende con algunas palabras que no deberían decirse en un banco que alguna vez fue un cementerio y que ahora es un jardín de niños viejos, pero las dice y atrapa el globo en sus manos y lo revienta. Se trata de su madre. Entonces el padre también reacciona y “niñas, les dije que no anduvieran haciendo eso…”. La familia se va. A las niñas no les importa mucho todo aquello, en casa inflarán otro globo. Salen del banco y no se percatan ya de cómo todos los globos rojos en el aire se van reventando uno a uno. Las flores, las mariposas, las abejas, el césped, todo, se va desvaneciendo, el banco va retornando al gris de banco y perdiendo el brillo de cementerio, los clientes van reordenándose en sus filas y los empleados de vuelta a sus lugares de trabajo tras recoger el regadero de hojas y plumas del suelo. Después, todos van poniéndose tristes. Después, todos, otra vez, recobrando la alegría, porque sienten que algo milagroso ocurre en sus cuerpos. Y entonces uno a uno van desfalleciendo y cayendo encima de las viejas tumbas, las filas se van vaciando y los empleados también van sucumbiendo. El banco ya no puede llamarse así más. Y el cementerio renace a la alegría de la muerte.
______________________ Santana García es egresado de la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Cuenta con el poemario "Rosas secas", editado por el SEC Veracruz. Ha colaborado en diversas revistas literarias. Ha obtenido menciones de jurado en certámenes nacionales de cuento. Escribió la obra de teatro de terror "Misofonía", llevada a escena en 2017. Es co-coordinador en el proyecto de narrativa chiapaneca "La voz enTinta". Fue antologado por la Universidad Iberoamericana León en la edición 2017 de la antología internacional de cuentos con enfoque social "Nadie ve, todos saben". Coordina el círculo literario "Las flores del mal TGZ" 13
Cuento
Bebé ÁNGEL FUENTES BALAM ■ Trato de no derrumbarme ante sus ojos; intento mantenerme indemne, aunque los míos se llenen de lágrimas. Asiento con la cabeza a sus frases, mientras tomo sus hombros. La soporto y ella me soporta, como dos columnas que cargasen un puente por el cual pasara un gran ferrocarril. Ella tiembla. Respira con dificultad. Me mira con miedo. La voz le baila cuando habla. Recuerdo esa cara: es la misma que aquella en el hospital, cuando Haru nació. Se lo llevaron hasta el pecho. Ella lo observaba, pletórica de cariño. Dirigía con debilidad su rostro hacia mí. —Mira… Mira, Hideo, mira… Es tan pequeñito… Tiene sus deditos completos, su frente limpia, su nariz… —decía. Me dio tanta ternura verla así, abrazando a nuestro hijo. Me sentí un gran hombre, un hombre inmenso capaz de hacer girar la luna. Haruka siempre había deseado una familia. Vivió en el seno ardiente de un hogar quebrado, marcado por la violencia y la indiferencia. Cuando nos comprometimos, me lo confesó con ahínco bajo la sombra de un cerezo: “Tendremos una gran familia y viviremos en un bol de arroz”. Le prometí que así sería y puse, delicadamente, una bella sakura en su cabello. Al hacernos novios le había regalado un ramo de esas flores; le fascinaban. Algunas sakuras caían alrededor de nosotros y en nuestro hombro. —Nunca tendremos miedo. —Nunca nos encontrará el miedo. —Nos cuidaremos mucho. —Viviremos una felicidad tan larga como el Transiberiano. 14
Podríamos volar sorteando las montañas de la rutina, los lagos de la pobreza, las aves del infortunio. Ella era la mujer y yo el hombre. Esa era la historia de todas las historias. Así fue durante mucho tiempo. Vivimos sobriamente el matrimonio nuevo: yo trabajaba en el gran proyecto del tren ligero de Hida y ella se desempeñaba como maestra de música en la Academia de Takayama. Pasábamos la mañana fuera de casa y por la tarde regresábamos a nuestro “bol”. Era una vida sencilla. Hacíamos crucigramas, cocinábamos juntos, jugábamos ajedrez, veíamos películas… O nos metíamos en la cama para acompañar la caída del sol con nuestros cuerpos desnudos. Cada beso propiciaba que el astro se precipitara a tierra, las caricias dibujaban gruesas nubes que esparcían una cortina purpúrea para ocluir el anaranjado cada vez más moribundo. Un día, terminé bastante tarde mi trabajo en las vías. Cuando llegué a casa, había una nota sobre la mesa. La caligrafía perfecta dictaba que era de Haruka. “Algo ha pasado.” Esos caracteres trazados en la hoja me atemorizaron. Recordé de inmediato unas palabras de mi padre: —Malas cosas pasan a la gente buena —decía, sentado en su vieja silla mecedora. Su sonido y los apoyos en forma de riel, habían influido enormemente en mi amor por los trenes. —¿Haruka? —pregunté con extrañeza. Debía estar en la habitación, dormida. Crucé la sala. Seguramente había hecho la limpieza al retornar del centro de la ciudad, pues el recinto se hallaba impecable. Al llegar a la altura de la cocineta, escuché sollozos. Alarmado, apresuré el paso. —¿Cielo, estás bien? Casi corrí hasta el cuarto. Desde la cama se adivinaba un trémulo cuerpo cubierto por las sábanas. Ágilmente fui hasta él. No lo descubrí todavía; lo analicé. Lloraba. 15
—¿Haruka? —pregunté consternado al tiempo que destapaba la figura. Ante mis ojos estaba ella, no sollozando sino riendo. —¿Qué broma pesada es esta? —protesté, dejándome caer en el borde de la cama. Ella me abrazó, contenta, y colocó frente a mi cara (muy cerca) un aparatito blanco y largo que no reconocí, junto con una bola morada. —Dos rayitas —comentó con la sonrisa de un tren antiguo. Mi alegría fue enorme. Me aparté —eufórico— para mirarla. Movía la cabeza al mismo son que la prueba de embarazo. Entre sus dedos, oscilaba una sakura. Haru fue el bebé más amado de todo Japón. El más esperado de la tierra. Otorgó a nuestra existencia un alto propósito y vasta felicidad. Era muy parecido a ella. Un magnífico eco del amor entre su madre y yo. Paseábamos en el campo, empujando su carrito que asustaba a las libélulas. Íbamos al mercado, cambiando el turno para cargarlo. Lo alimentábamos y reíamos con su risa sin dientes. Cuando, por la noche, dormía apaciblemente entre nosotros, yo estaba seguro de que éramos la perfección, una vía sólida del tren del mundo: Haruka era la cabeza del riel, Haru el alma y yo la base. Lo vimos crecer como una ola: así de veloz, así de hermoso. Aquel día se descarriló un vagón. Lo recuerdo. Fue una rueda vieja que salió de su eje. Tuvimos que quedarnos tres horas para arreglar el desperfecto. Ciento ochenta minutos en los que pude haber mirado a Haru. Trato de no derrumbarme ante los ojos de Haruka; intento mantenerme indemne, aunque los míos se llenen de lágrimas. Asiento con la cabeza a sus frases, mientras tomo sus hombros. La soporto y ella me soporta, como dos columnas que cargasen un puente por el 16
cual pasara un gran ferrocarril. Ella tiembla. Respira con dificultad. Me mira con miedo. La voz le baila cuando habla. —No… No… Haru estará cuando lleguemos a casa, ¿sabes? Él no está ahí. No está. Está bajo la cama, jugando a las escondidas. Mañana… Mañana iremos camino al centro de Takayama y él irá recorriendo algunos guijarros para… para aventarlos a los grillos que lo pillen… que lo… O… o estará en la cocina, merodeando entre mis piernas o pescando contigo… Te, te va a preguntar cuándo lo llevarás a ver los trenes más… Tienes que llevarlo, Hideo, tienes que llevarlo… Haruka se pierde en sollozos. Se quiebra. Un tren pasa a toda la velocidad. Es el miedo. La derrota. La derrota. El dolor. El dolor. El dolor. El dolor. El dolor. El dolor. El dolor. Su furia es tremenda. Lo siento en mis huesos. Lo resisto, lo tengo que resistir. Abrazo con fuerza a Haruka. El conductor no se da cuenta. Haruka se descuida un momento con el viento: hojas de partituras vuelan desde atril que también cae. Era un examen importante. Las hojas se riegan por la terraza. Haru persigue una sakura. Sí, una sakura brillante que se sacude en el aire. Sale por la reja de madera que tal vez yo me olvidé de cerrar con la prisa de la emergencia. Haruka está de rodillas recolectando las hojas. No mira a Haru. La pequeña sakura gira y atraviesa la calle. El conductor no se da 17
cuenta. Haru no puede asir la sakura, el automóvil lo golpea antes de tomarla. Mi padre habla desde lo profundo de la muerte: —Malas cosas pasan a la gente buena; pero siempre has de vivir como un ser de paz. Lo fatal no entiende de moralidad, pero tú sí. Sé bueno, Hideo, camina siempre hacia una dirección y protege a quienes estén contigo. Ningún túnel es infinito. Y Haruka desde lo incomprensible de la vida: —Nuestro bebé estará en la casa… Estará ahí… No está ahí… No está ahí —grita la madre de Haru, el niño más esperado de la tierra, apuntando a una pequeña caja blanca que desciende suave, muy suavemente hacia la oscuridad del suelo, como una lágrima, la nota baja en un pentagrama o la última flor de un cerezo.
______________________ Ángel Fuentes Balam. Mérida, Yucatán. 1988. Director de teatro, escritor y actor. Becario actual del PECDA Yucatán 2018. Director de “Perros que parecen laberinto”, agrupación teatral independiente. Docente de Teatro en El Claustro, Campeche. Es autor de los libros: “Melodía tu engranaje quieto” (Editorial El Drenaje), “Cruoris o la rabia que fuimos” (Libros en Red) y “Devoré el cráneo de Eros” (Ediciones O). Ha publicado en las antologías: “Pyramid”, “Small Claim of Bones”, “Cuéntanos tu locura”, “La memoria de los días”, “Dramaturgia Express I”, “Karst. Escritores de la península de Yucatán” y en diversas revistas a nivel nacional e internacional. Coordina “Buqueic” (2017), presentación de lectura y acciones escénicas sobre literatura pornográfica, erótica y violenta, realizada por autores mexicanos.
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Reseña
Un escueto análisis del libro Nueva tierra de José Antonio Íñiguez CRISTIAN POOT ■ El haikú es un pequeño óleo de la naturaleza, un nido en el desierto de sílabas en tres escalones, señala el poeta peruano Miguel Ángel Zapata. El haikú, además del oficio inherente al uso de la métrica (5-7-5), es una experiencia sensitiva y anti-intelectual. Es una sabiduría que pasa por la fisicidad del poema. En palabras de Takayama: “nos enseña a ver la inestabilidad de las cosas y de la vida humana”. Los estudiosos del haikú enumeran una serie de temáticas que éste aborda. Sin embargo, Basho considera que al haikú hay que buscarlo en las cosas que a uno le rodean. En este contexto, el libro “Nueva tierra” de José Antonio Íñiguez propone una conversación estrecha con la tradición japonesa del haikú. A lo largo de la manufactura de estos versos, el poeta gana con creces el título de haijín, como se le nombra al poeta del haikú. Lo anterior debido a que demuestra un amplio dominio de la métrica necesaria para la escritura de este género poético pero además porque es capaz de compenetrarse con los elementos del entorno, dejando a estos hablar por sí mismos. En un análisis escueto se puede comentar lo siguiente. El epígrafe del libro anuncia la temática cíclica, situando al lector en el inicio de la cuenta. Pero también inicia el diálogo con la tradición japonesa del haikú, ya que el haikú utilizado por Antonio como epígrafe, pertenece a Shiki Masaoka (1902), creador del término haikú que se empezó a utilizar a partir del siglo XIX, cuyo antecedente es el término haikai, utilizado desde el siglo XVI. Cito el epígrafe: Cada año nuevo/ cielo y tierra en armonía/ el primer día” (Shiki, n.d., en Íñiguez, 2018). Por otro lado, este libro se configura en tres apartados: Tiempo de lluvia, Solares y Nueva tierra. En el primer apartado, Tiempo de lluvia, el primer haikú empata con lo anunciado en el epígrafe. El haikú que hace alusión a copos de nieve 19
deja asomar el desenfado, propio de la voz poética del autor. El ánimo del haikú se asemeja a Kobayashi en la medida que parte de lo natural, pero toma en cuenta que lo natural ha sido modificado por el hombre, donde la realidad es moderna y existen términos como “glamour” que forman parte del ideario moderno: Copos de nieve en las ramas de un pino. Eso es glamour. (Íñiguez, 2018, p. 22)
Otra de las herramientas que utiliza el haijín es la transfiguración, que también Buson solía utilizar en algunos de sus textos. En el siguiente haikú de Antonio Íñiguez ocurre lo apenas mencionado: Bajo la lluvia dos paraguas abiertos, como dos lirios. (Íñiguez, 2018, p. 25)
Al menos dos de los haikús de este apartado comparten elementos del escenario que el propio Basho utiliza. A continuación uno de los poemas más conocidos de Basho: Un viejo estanque: Salta una rana ¡zas! Chapalateo. (Basho, N.D.)
El siguiente poema de Antonio Íñiguez hace referencia directa al haikú anterior, haciendo una especie de homenaje a Basho. Remarcando el diálogo de este libro con la tradición japonesa del haikú: Quieta la rana al borde del estanque. ¿Espera a Basho? (Íñiguez, 2018, p. 27)
En el apartado dos, Solares, hay una agudeza del haijín para conectarse con los elementos del mundo. Una suerte de actitud acorde a la 20
expresión del arte zen, una compenetración del hablante lírico con cuanto lo rodea, dejando que las cosas hablen por sí mismas. Cito los siguientes poemas: Silencio en casa. (El viento en las cortinas me contradice). (Íñiguez, 2018, p.38)
No sabe el árbol si cantar o dar frutos. Tarde de marzo. (Íñiguez, 2018, p. 41)
En este segundo apartado, uno de los haikús es dicho desde una voz acorde al tipo de haikú llamado “existencialista y social” con fuertes influencias de la II Segunda Guerra Mundial. En el caso de Íñiguez, esto significa una postura curiosa e inquisitiva por comprender el entramado de la realidad social, pero ejerciendo a la vez un acto de amor y compasión por su realidad inmediata: Si no al sol, ¿a quién le canta el gallo? Cuéntame, obrero. (Íñiguez, 2018, p. 48)
En el apartado final, Nueva tierra, aparentemente hay una ruptura con la voz del haijín de los apartados anteriores, en el sentido de que ahora aparecen elementos retirados del verdor, de la hojarasca, del estanque y todos aquellos elementos naturales. O bien, se hace visible la problemática ambiental de la era moderna. Como ejemplo, los siguientes poemas: Deshuesadero: en una llanta grazna un pájaro ¿de otro mundo? (Íñiguez, 2018, p. 59)
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Por pura estética un hombre corta un árbol en la avenida. (Íñiguez, 2018, p. 64)
Sin embargo, elementos de la era moderna como el televisor, o escenarios como un deshuesadero, que justamente se hacen presentes en este último apartado, aún continúan con el diálogo propuesto con la tradición japonesa desde el principio del libro. Prueba de ello, Issaa Kobayashi, uno de los haijines más sobresalientes precursores de la tradición japonesa del haikú, presenta poemas que conversan también con la problemática moderna: “Se han abierto las flores: no las merece el mundo.” (Issaa Kobayashi, n.d.)
“Brisa de otoño, según mi brújula mi choza está detrás del monte”. Para finalizar y tomando en cuenta lo anteriormente expuesto. El libro Nueva tierra de José Antonio Íñiguez es una oportunidad para acercarse a la agudeza del haikú, ya que es un libro que deja hablar a los elementos del mundo, expresando el punto de intersección de lo momentáneo con lo constante y eterno. _______________ Cristian Poot. Poeta. Nació en Felipe Carrillo Puerto, Quintana Roo el 12 de noviembre de 1992. Autor de los poemarios ”Nostalgia de pájaros”, 2015; e “Infancia remota” de próxima publicación. Compilador de la revista literaria Literachere, 2015. Cuenta con textos publicados en la antología “Desde los siete azules”, 2016; y Contramarea: breve antología de poesía joven de Quintana Roo, 2018. En 2015 obtuvo los siguientes logros: mención honorífica del Premio Nacional de Cuento Breve del Tecnológico Nacional de México; becario del encuentro peninsular de escritores Festival Cultural Interfaz-ISSSTE, “Los Signos en Rotación” realizado en Yucatán; y mención honorífica del Premio Estatal de la Juventud de Quintana Roo, categoría Expresiones Artísticas y Artes Populares. 22
OBRA VISUAL
Liliana Ruiz Gómez Nació en Tepic, Nayarit, México. Egresada de la Licenciatura en filosofía y ciencias sociales (ITESO). Reside en Guadalajara, Jalisco desde hace 7 años. Escritora de cuento fantástico y hacedora de collage por la convicción de que la realidad tiene un sustento más allá de lo visible y de lo ordinario. Participó en la exposición colectiva “In cvt we trvst”, en El museo del juguete antiguo (CDMX) Marzo del 2018. Redes sociales: Instagram: @flamingo_tears 23
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