ÁNGEL FUENTES BALAM
DEVORÉ EL CRÁNEO DE EROS
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ÁNGEL FUENTES BALAM
DEVORÉ EL CRÁNEO DE EROS
EDICIONES O NAVEGACIONES 5
Devoré el cráneo de Eros D.R. © 2017 - Ángel Fuentes Balam D.R. © 2017 – Ediciones O Mérida, Yucatán, México Teléfono: 9991434301 Correo electrónico: Ediciones_O@outlook.es Este libro puede ser reproducido parcial o totalmente, siempre que se respete el crédito del titular del copyright.
EDITADO Y HECHO EN MÉXICO
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Para Luz Ariadne: porque nunca tengas que decir adiรณs.
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We'll meet again, don't know where, don't know when, but I know we'll meet again, some sunny day. “WE'LL MEET AGAIN” ROSS PARKER / HUGH CHARLES INTERPRETADA POR VERA LYNN
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LO ELEMENTAL
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1 MARÍTIMA En la arena dos segundos
Baja la ola. Veo borroso. Tengo sed y unas insoportables ganas de morirme. Jalo todo el aire que puedo. Aire fresco se filtra en la boca. Respiro otra vez en el reino de los hablantes. Camino. No. Me arrastro. Los ojos me arden. La arena me traga los pies. La veo. Borroso como dije. La veo. No es ella. No puede. La detesto. Me aprieto los párpados. Me hace la mano. Me la fabrica, quiero decir. Siento las falanginas irse haciendo, nacer en espiral como las ramas del jardín que soñaba, de niño, tener. A medida que dejo de mí huérfano el océano, siento que al fin tengo manos. La veo. A pesar de que ya sólo mis tobillos se encuentran en el agua, continúa borrosa. No alcanzo a ver su rostro. No entiendo. Me engañó. ¿Qué hace aquí? Me desterró de su vida. —Bórrame de la memoria, como la espuma extingue el nombre en la arena. ¿Se acuerda de los nombres? Parte tierra y parte caracoles diminutos. Toda esa tarde reímos. Nunca había reído tanto por nada. Por las gaviotas, por los menús de los restaurantes, por los hippies que vendían sus estupideces en el malecón. Nunca. Nuestros nombres en la arena. Tu nombre. El mío. Salgo del agua. Creí que estaba más cerca. No veo su rostro; sí su cabello ondulante, movido por una brisa irrepetible. 13
Suaves las conchas. Suave su concha. Jamás la tendré otra vez. Ese saludo que da. Como detenido en el tiempo. Metrónomo a cuarenta. Despacio. Su figura delgada. Sus pechos despiertos. Las piernas potentes. Lo veo todo. Su rostro no. Su cara no. Vuelvo la mía hacia el mar. El viento siempre ruge. No se ve la tierra de atrás. No hay nubes en el agua. Regreso. Navegaste. Huiste. Demostraste que mi planeta era redonda naranja podrida. En otro mar sumergiste la piel. Me destrozó. Convertí el timón de mi nave en rueda inquisitorial. No sé que hace aquí. Nos odiamos. Siguen los ojos la nébula incertidumbre de su brazo, derechaizquierda; no saber si me dice adiós u hola. A este punto, no saber si regresas o te vas. Es la elección. Volver a no volver. Camino. La playa de pronto es blanca. Lo recuerdo. Llovía. Quería un día. Un día, refulgente el sol, bulliciosa la tierra; íntima la ola en que se montaba en mi cuerpo: estallar en las rocas de su útero. Pero al llegar. Lagrimó. Ese día llovió. Nadie habitó el litoral, entonces. Nos resguardamos en una palapa canosa y prematuramente calva. Llevaba un pastel. Lo comimos. —Parece nieve la arena ¿verdad? —Sí. No llores. Disfruta lo gris. —No puedo evitarlo. —Estamos juntos, eso importa más que todos los días veraniegos. —No quería esto. Llueve más. Es extraño respirar otra vez. Caminar también. La gravedad marítima ayuda tanto al amor. Es imposible amar en tierra firme. Es imposible. Amar en tierra. Es imposible amar en tierra. Firme. Es. Imposible. Amar en tierra firme. Me dice adiós. Creí que estaba más cerca. Me dice hola. Bienvenido. Buen viaje. La atmósfera vulgar de los 14
desescamados me recibe. Me acostumbré a la asfixia maravillosa del buceo compartido. Nadar en su saliva. —Vamos a comer en la playa. Nos vamos a sentir como la gente adinerada. Nos vamos a sentir como extranjeros. Extranjeros juntos y felices. En un lugar repleto de seres sin aletas. Y así lo hicimos. ¿Qué pidió? No sé. Una cerveza, para aparentarnos más grandes. Parecíamos casados. —¿Nos casamos? —Sí, acepto. —Este momento. Quiero. —¿Hacerlo eterno? —Sí. Eso mismo. —Crees posible hacerlo. —Si no. —Es posible. Pero no quiero recordarlo. —No quiero recordarlo cuando estés apartada de mí. —Pero nunca estaré lejos. —Promételo. —Lo juro. Mintió. Y ahora. Creí que estaba más cerca. Por más que camino y los granos de arena se entierran en mis uñas, no la puedo alcanzar. No sé qué vino ella a hacer aquí. Esto era entre el mar y yo. Me dejó. No se lo permito. El seseo de las lenguas azules en la orilla. Tiene ese bañador café. Se le había roto el sostén. Tuvimos que salir del agua abrazados. —No. Tengo puesto el azul. Me fui de viaje con él. —Exacto. Por eso tengo que recordar el café. —Te queda mejor. 15
—¿Qué dices? Adiós. Hola. Tu saludo no cambia. No te puedo ver la cara. Zarpó en tarde triste el barco de todas mis putas. No te dije puta. Al menos hoy no. Hoy quiero tomarte la mano. —Besaste mi ombligo bajo una palmera. —Sí. Tu vientre era lo que más amaba. Ahí crece la hija que nunca tendremos. En el litoral se desplegaba la feria del pueblo. En la mañana regresaremos a bañarnos. Camino. Ya casi estoy seco. Ella ríe. Sus hoyuelos. Me recuerdan a profundos charcos donde pisoteaba la lluvia, de niño. Porque no tenía jardín. Por eso pisaba los charcos. La calle dieciséis, es decir, la de mi casa, siempre estará inundada. Me era imposible no añorar. —Quiero que nos mojemos en la lluvia. — Sí. Y al revés de aquel día, esa tarde el sol estuvo lacerante como nunca. Lagrimó. —Quiero que llueva. —Lo importante es que el calor nos ahoga juntos. —No quiero esto. Creí que estaba más cerca. Las barcas de los pescadores se parecen a mi cuerpo. Hicimos el amor a la vista de todos los bañantes. ¿A quién le importa? La arena en las piernas duele. Pequeñamente, la crueldad del límite terrestre con el golfo, se manifiesta. Es probable que. Me gustaba tanto en ese traje de baño café. Su cabello levantado por las ráfagas de un viento acosador. Pero entonces sí podía ver su rostro. Es más. Triste. No recuerdo sus ojos. Sé que eran cafés también. Pero no logro recordarlos. —¡Quédate, quédate! Te lo imploré con la fuerza de un huracán que toca la costa; llevándose frágiles palmas, alzando arena como 16
polvareda inútil, roncando como en el mirador. ¡No me dejes ser isla sin náufrago! ¿A dónde remaré cuando mi estrella polar se extinga? No le veo la cara. Dejo de caminar y comienzo a correr. ¿Por qué está tan lejos? La arena se levanta. Las últimas gotas se aferran a mi piel. No la veo. ¿Dice adiós? ¿Dice hola? ¡¿Qué dice?! Me alejo del mar; sin embargo, a mis espaldas todavía siento cómo me persigue; sus corrientes frías son víboras que suben hasta mi cuello. Corro con todas mis fuerzas. ¡No veo su cara! ¡Habla! No puedes estar tan lejos, si todavía estamos en el límite del mundo terrenal. Aquí la densidad es más baja. Aquí puedo correr hacia ti sin dificultad. Es posible. No bajo el agua cuando el peso de la sal y miles de años en almas de peces ciegos me impide moverme. Grito. Pero salen burbujas. Burbujas de aire. Como unas burbujas de aire. Es imposible. No me muevo. Para llegar a su mano que saluda tendré que recorrer la mitad, y antes la mitad y la mitad de esa mitad y la mitad y la mitad hasta llegar al punto mismo donde estoy y no me muevo. Lo intento. Ella sólo saluda. Mis extremidades pesan como hundidas en el mar. Me esfuerzo. No sé que vino ella a hacer aquí. Saluda. No. No es cierto. Yo estoy del otro lado de la arena. Soy yo quien mueve su mano. Le digo adiós. Se va en un barco. Lo dirige una sombra. Lo dirige alguien que vive en este maldito mundo de oxígeno volátil. No pertenecemos. Tú tienes piernas. Yo tengo una cola plateada que muevo con desesperación, para que no te vayas. Respiro bajo el agua. Nunca tengo sed. Vivo en el agua. Me rijo según la ingeniería de las criaturas marinas. Branquias tengo. Aleteo en el Leteo. Quisiera que fuese el océano del olvido. ¿Qué haces aquí? Esto era entre el mar y yo. Soy yo quien saluda. Le digo adiós. Observo cómo tu balsa desaparece por la redondez diabólica: la hereje cualidad esférica de este planeta absurdo. 17
No veo su rostro. Mueve la mano. Mueve la mano. Yo tan sólo quería ese día gris en la playa. Cuando nieve pareció la arena y el mar se alzaba, hecho de mil destellos agudos que tejían el hilo plateado de Ariadna para sacarme del laberinto de tu traición hiperbólica. Soy el que anclado en la arena se repite “hasta luego”. Hasta la eternidad. El momento de comer en la playa, pedir una cerveza, bucear juntos como extranjeros en las entrañas de las fosas marinas. Respirar la oscuridad de las cavernas ácueas y darnos un beso de aliento vital. Extremado beso profundo. Triste beso redondo. Soy yo. Tú no estás. No es cierto que viniste. Soy yo quien te dice adiós. Tú no saludas con la mano y no conservas el secreto de la creación de mis falanges. Te saludo. Te veré desde la playa. Soy yo. Te digo adiós flotando, me alejo como una estrella polar deshidratada. Pero no tendré sed. Saciadas esas insoportables ganas de beber. Ahora lo veo todo claro. Por fin veo su rostro; pero se borra lento, como nombre en la arena, acariciado por la espuma. Te digo adiós, flotando. Me alejo como estrella de mar, con las extremidades ligeras y abiertas; ondulando en el sabor de las olas donde alguna vez hicimos el amor… esas olas amigas, saludables y robustas, que llevan mi cuerpo infinitamente hacia altamar.
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2 TERRÁNEA Otra ninfa rota —Decidí ya no mirar mi cara sobre el lago. Decidí romper todos los espejos de mi casa. Yo soy fea, y quisiera caminar solita entre la negrura de mis paredes calcinadas por siglos de vejez. “Eres fea”, cantan las niñas del pueblo y me señalan. Y me siento a llorar tranquila, recostada en una roca, donde ningún fauno, ningún duende, viene a perturbar mis ayes sin ternura. Siento el pasto, reverdece con mis lágrimas. El bosque me arropa como mi mamá nunca lo hizo. No quiero que la gente me vea. No quiero ver sus caras de disgusto por mi cuerpo. Me duelen sus risas, sus susurros, sus miradas… Quiero estar acostadita y sola, en mi cama, desde donde puedo viajar a cualquier lugar. O caminar entre los árboles que no me juzgan por quién soy. Jugar a que monto en un pájaro turquesa y volar más allá de la lengua de los otros. Quiero ser como esas niñas guapas que se anudan grandes moños y asisten al catecismo para que todos las admiren. ¿Dios puede quererme sin moño enorme? —No digas bobadas —dice el campanario de las seis— tú eres hermosa. Y me lo repito en el camino a casa, para que lo crea. Hasta lo volví una canción:
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¡Tú, sí que eres hermosa, ninfa rota! Hermosa como una telaraña, o como el atardecer y la mañana. ¡Todos te quieren, ninfa rota! Abuelita igual lo dice, pero no le creo. Las abuelitas mienten demasiado y te obligan a comer. Yo no quiero comer. Quiero ser liviana en el columpio. —No digas bobadas —dice el roble—. Dentro de ti hay más belleza, porque Dios te hizo al revés que al mundo, porque lo miraba en el espejo (ojo de cielo) y todo se veía de otro modo. A las ninfas rotas las creó al séptimo día, no es verdad que se puso a descansar. De ti brotan las cosas más hermosas. Es tu sangre, hermosa. —¡Yo quiero que me vean! —Grito—. Sólo a los bonitos ven. Sólo dan medallas a las niñas guapas que se esmeran en sus moños y que no hablan de otras cosas. —Tú puedes hablar con los árboles y hasta con los campanarios. Esas niñas que dices, no saben hablar. —Pero a ellas las quieren. ¿De qué me sirve entonces, roble, saber hablar contigo? ¿Me puedes amar? Las veo jugar, lejos… Me dan ganas de ponerme vestiditos y ser guapa. Pero aunque lo intente, no soy guapa y nunca lo seré. Y me pongo a llorar y mi amigo roble me deja subir entre sus ramas. Ayudo a Abuelita en la cocina, mientras platico con el polvo. Casi nunca me contesta, pero sabe escuchar bien. Escucho que llueve y me da gusto. Alimento a los gatitos flacos que se acercan cada jueves a echarse al pan. 20
Ya no miro mi cara sobre el lago. Me quedo sentada y sin hacer ruido en la orilla espesa. Quiero ahogarme, pienso; me dan ganas de saltar y hundirme para siempre, a ver si como sirena tengo suerte. Pero me quedo mirando hacia la nada, hasta que anochece y llega por fin la hora de dormir.
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3 AÉREA Clic Clic. Un clic. Fotografía. Una fotografía donde vistes una toga. Graduada. Lic. Otra foto: sonríes con la mano en la mejilla, como esperando responder algo amable o simplemente admirando algo enternecedor. Fotos. Toques. ¿Toques? Tecnología. Mensaje. Un mensaje. Así de breve. Mensaje. Platicar. Platicar. Platicar noches enteras. Melodía. Montañas. Valles. Planicie y calor de la chingada. Aviones. Café. Hotel Sta. Lucía. Cine. Vida Catrina. David Mitchell, Murakami, Benedetti, Pessoa. ¿Hipsterismo, dónde? Redes. Siempre he odiado las redes, aunque dije lo contrario. Música de violín y taller de mimo y de máscara, mientras dormías. Besos. Retirarme del cuarto, de nuestro hogar. Jamás bañarnos en la piscina. Un espejo enorme. El cielo. Sisxmith. Dibujos infantiles. Más cine. El cine. Aeropuerto y música de Bach. Obra de teatro. Faldas largas, tuyas. Cabello largo. Tus ojos grandes y brillantes. Lecturas. Libros. Lágrimas. Servicio social. Odiar a los adolescentes. Mi cuarto. Estabas allí. Dormir contigo. Museo de arte contemporáneo. Zócalo. Vivir tanto. Playa. Sal. Pelear. Televisión. Comida enorme. Reír. Todavía más cine y más café. Teatro. Colaboración. Niños. Desesperar. Partida. Embarazo. Milagro. Consternación. Partida. Noche. Partida. Sonreír. Planear. Besar. Eres hermosa. Aviones. Nubes. Capital. Viaje. Montañas. Valles. Verte embarazada y feliz. Tu cuarto. Sosiego. Templanza y temperatura. Madrugar. Nervios. Parto. Temblores. Ser lo mejor. Maravilla. Creación. Perfección. Es misterioso el camino de nuestra sangre. Llamaremos a nuestra hija “Ariadne”. Temblabas y yo me morí de 22
ternura. Luchabas. La medicina, el shock, el peso del deseo y de una ausencia. Cuidarte. Cuidar a mi hija. Extrema belleza. La misma noche. Estaba aterrado. Cuidar. Hospital. Fragilidad. Cargar. Vía láctea. Felicidad. Sí, felicidad genuina. Partir. Dolor que nunca creerás. Planicie. Mar. Lejanía. Trabajo. Sol. Herramientas. Mensajes. Clic. Un clic. Sonrisa. Decepción. Desolación. Alegría. Carros. Teatro. Ariadne. Ariadne por siempre y para la eternidad. Camino de mi sangre, profecía. Destino. Avión. Planicie y calor. Bebé en mis brazos, en mi pecho. Otra vez juntos. Dormir me duele, no es que no quiera. Luz. Luz de mi cuarto. Tres luces había en mi cuarto. Y una cuarta. Luz de mis entrañas. Dirán todos que hay oscuridad en ellas. Que sólo hay oscuridad. Por eso necesito más de una Luz. Felicidad. Felicidad de esas cosas que antes no notaba. Risas. Partida. Playa. Risas. El mejor día de mi existencia. Amor. Son hermosas. Partida. Ver películas solo, inconclusas, en un autobús. Partida. Arena. Término. Ariadne. Tú. Lejos. Teatro. Fracaso. Sombra. Alegría a un clic. Sí, un clic.
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4 FUGAZ Separación
Ella se sentía sola. Él se sentía solo. Se miraron intensa y tristemente, durante diez segundos. Un cuervo le cantó a la lluvia demorada. Se oyó el ruido de un autobús, mezcla de grito bestial y corazón colectivo, implosionando. Los ojos de ella eran grandes, claros, y se iban tiñendo de rojo lacrimal. Los de él, pequeños; con los párpados caídos y una profundidad considerable. —Ya me voy. —Sí, es tarde. Separaron sus pisadas. Ambos tenían bastante prisa por llegar a su caparazón, donde nadie los molestaba. Ella no lloró. Él no miró atrás. Cayó la primera gota, desde un telar gris cuya visión intimidaba. Un relámpago les iluminó el rostro, que buscaba su opuesto. No tiene caso, pensaban a la par. No lo tiene. El cuervo guardó silencio; pero estuvo tentado a repetir unas palabras
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LO QUE SE CANTA
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5 PRIMER MOTOR INMÓVIL
Ya no hay respiración. Detente, evita que giremos. Duerme a cada bestia, a cada raza. Ya no compartimos el aliento, ni siquiera bebemos de la misma copa. Hemos apagado el cirio que honraba a nuestro dios. Calma la vegetación y el mar de antes: detén la maquinaria del planeta, la expansión de la noche. Acaricia el segundero: que no avance. Debe todo ser sigilo, cuando llueva, cuando lleve mis vidriosas manos a la cara, sin decir palabra mientras pasas el umbral sin verme; como si no hubiésemos sido el motor de todos los principios.
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6 VIRGO LACTANS Si en la furia de tus pezones duros pudiese atornillar mi lengua ahogado entre la santa muerte que divides, y rompiera ahí mi cráneo insustancial para gobernar la hora en que los demonios impelen corazones de estallar y oler a sudor, ceniza y enamorada carne… Tendría el supremo gozo de que pueden presumir los miserables: un sabor capaz de hacer que dios se pusiera de rodillas e implorase chuparme el sexo para dejarlo vagar libre entre nuestros pelos, protuberancias y estaciones. Lo oiremos cantar puercas rondas mientras cobija tu blancura y mi robusta maquinaria de alaridos. Podría mamar de ti junto a tu esposo y tus hijos, porque mi nombre es Bernardo de Claraval y no reniego del sueño que en mi boca se deslíe; voy presto al convite de tu leche milagrosa. ¡Dámela, baña mis entrañas y hazme un superhombre! Rauda expulsa tu licor, ante este diácono obseso aprieta las tetas rotundas e ilumina el cosmos. Yo comería de ti hasta volverme loco de rabia y reventar como la piel de una serpiente antigua. Si pudiera bañarme en tu humedad, quemarme con el eco incendiario que tu voz riega en el viento, sería el más vil de los tiranos y el más noble de los huérfanos.
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Si reposara en tu cálice, espeso y moribundo, yo no me iluminaría de inmenso; besaría tu frente, agarraría tus muslos y llenaría tu boca de mi infamia, después fumaría un cigarro y abriría los brazos para ascender al cielo y desde allí afirmar: ya no te necesito.
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LO QUE ENCIENDE
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7 ADIÓS, PERRO SIN PATA Personajes: M H La sala de un departamento bien arreglado. M acaba de abrirle la puerta a H, quien entra con cierta dificultad, puesto que camina con la ayuda de una muleta. H mira a M por unos segundos, antes de llevar una de sus manos al sombrero que lleva. Se oyen ladridos. M.- No te lo quites. H.- Será por un momento, sólo vine por “Cianuro”; seguro que no ha comido bien, puedo verlo desde aquí. ¿Le compraste las croquetas que le gustan? M.- Es un perro. Hasta la mierda le gusta. H.- Como a algunas personas… M.- Si no vas a tardar, déjatelo puesto. H.- ¿Qué? M.- El sombrero. H.- Hace calor. Ni siquiera encendiste el clima. (Se oyen ladridos. M, molesta, los calla) M.- Ya no puedo pagar tanta luz. 33
H.- Sólo un momento, hace un calor de la chingada. M.- No. H.-… (Vuelve a intentar sacarse el sombrero) M.- No hace falta que lo quites (se acerca a él y le acomoda la prenda). Te queda bien. Siempre te quedó bien. Pareces un “caifán”, como decía tu papá. H.- No creo. (Se oyen ladridos. M, molesta, los calla) M.- Como quieras. Entonces, no tardas. Pasa a ver a “Cianuro”, anda hasta saltando desde que te olió. Se ve muy estúpido. H.- Tú lo dijiste, hasta la mierda le gusta… M.- En eso estamos de acuerdo. H.- Siguiendo esa lógica tú serías una… M.- (Muy cerca de la cara de H) ¡Wof, wof! (Ladridos de “Cianuro”) H.- Te contesta. M.- Te habla a ti. H.- (Al perro) Ya voy, ya voy. (Se va a quitar el sombrero) M.- ¡Déjatelo puesto, carajo! H.- (Se lo quita) ¡Que no! M.- (Muy molesta, se echa al sillón) No puedes hacerme caso ni una vez. H.- ¡Qué cosa con el pinche sombrero! 34
M.- Ya no eres calvo. ¡Ya no eres calvo! (Se cubre los ojos) H.- Pues no, ya no soy. La ciencia médica ha avanzado de tal forma que ahora puedo vivir tanto como mi perro. Incluso, puedo cepillarme el pelaje con los dedos, ¿lo ves? M.- ¿Sabes qué? Ponte ese puto sombrero y lárgate con tu mierdero perro… ¡Cojo! H.- Cojo por tu culpa. Tú lo pateaste, ¿no te acuerdas? Y lo habrás pateado con una jodida pala. Agradece que no llamé a protección… ¡animal! Pobre “Cianuro”, jamás lo quisiste. Y él te quería mucho. M.- No. Ni él me quiso, ni tú… Ni… Ya, vete, por favor. Tengo cosas que hacer. H.- Me iré. (Sale de escena. Sonidos de perro y frases de dueño contento. Mientras eso sucede, M extrae de un cajón un peine y espray para el cabello. Regresa H, con “Cianuro”, al que, efectivamente, le falta una pata) H.- Me voy (Colocándose el sombrero) M.- Toma. H.- ¿Qué es esto? M.- Llévate a tu perro, llévate la parte de la luz que te correspondía, llévate todo lo que quieras de esta casa e incluye esto, mira, un peine y espray para tu nuevo cabello. Así puedes peinarte tú, junto con “Cianuro”, cuando salgan a correr juntos, cojeando. H.- A lo mejor le encuentro una perra… coja. Ya sabes lo que dicen: “mientras más coja”… 35
M.- ¡Vete! Y cúbrete esa ridícula matita de pelo. H.- A vivir me voy. Cojearé mucho. (Toma el espray, lo agita cerca de sus genitales y emula una eyaculación) ¡Mucho! (Sale) M.- (Empujándolo hacia el umbral) ¡Vete, vete, jodido excalvo! ¡Hijo de puta, malagradecido! ¡Todo era mejor cuando tenías cáncer! Ladridos. Dicha la última frase, M se echa a llorar al sofá. Se va la luz.
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8 ANULAR Esto es sencillo: hombre y mujer. El departamento de ella. El tipo con maletas: tiene una mano vendada.
M.- ¿Quieres tomar algo? H.- No. Estoy bien. M.- Tengo cerveza en el refri. H.- (Negando) Gracias. M.- ¿Quieres sentarte? H.- No. M.- … H.- ¿Cómo explicarte?... No hay parte de esta casa que no me recuerde a ti. M.- No entiendo. H.- Quiero irme sin esencias, sin olor. M.- No seas dramático. H.- Soy precavido. Silencio.
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M.- Así que esto es el fin. (Deja la frase en el aire con mucho cuidado y luego agacha la cabeza.) H.- El fin fue hace mucho. M.- Era como una línea que no terminaba de escribirse. H.- Sí… Concuerdo. M.- Si quisieras, podría derivar en una historia. H.- Tal vez. M.- Pero no quieres. H.- Tú no quisiste… (Pausa) No. No entremos en la batalla de las culpas. Sólo vine a darte esto. El hombre abre la maleta más pequeña y extrae un frasco, cubierto por un pañuelo; descubre el objeto, sin prisa. Al interior del frasco, en una solución amarillenta flota un dedo. M.- (Horrorizada) ¿Qué es esto? Ella se niega a tomar el frasco, retrocede impávida. Él coloca el regalo sobre un buró. H.- Ahora puedes colocarle un anillo. M.- (Gritando) ¡Estás enfermo! ¡Maldito psicópata! H.- Me voy. No quiero nada tuyo. M.- ¡Te odio! El hombre sale y cierra la puerta. Ella toma el frasco y mientras lo arroja vuelve a gritar: M.- ¡Ojalá te mueras! 38
El vidrio se rompe y el agua fluye, arrastrando el dedo por el piso. La mujer se quiebra; la fuerza del impulso la ha hecho caer de rodillas. DespuĂŠs de unos minutos se arrastra por el suelo. Llega al dedo, tomĂĄndolo con dulzura. Lo besa. Mira una de sus manos.
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LO QUE UNO DEJA
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12 LA HUÍDA Una estación ferroviaria antigua. Poca gente espera el tren. Una manada de vagones oxidados, paredes descascaradas, sombras en quebranto. La tarde lame con su lengua amarga. Nieva. Y.- Fuma. X.- Con maletas. Y.- ¿Cuánto falta? X.- Media hora más o menos. Y.- ¿Estás…? X.- Te dije que sí. Y.- ¿Y si…? X.- ¿Regresáramos al verano? Y.- Sí. X.- Esto es definitivo. ¿No lo ves? Y.- Quiero olvidarlo. X.- Pronto. Y.- No esto, el verano. X.- Yo también. Y.- Pero no por lo que tú. Quiero olvidarlo para no. 43
X.- Yo igual. Y.- Mientes. X.- Como quieras. Y.- ¿Hace cuánto? X.- Toda la vida. Y.- ¿Tanto? X.- Unos años. Y.- Demasiado. X.- Un par de meses. Y.- No lo creo. X.- La verdad. Y.- O una mentira. X.- Unos días. Y.- Tanto… X.- ¿Por qué viniste? Y.- Para ver marchar al último vagón. Estos trenes son muy viejos, ¿sabes?; datan de la segunda guerra. Transportaban comida y medicinas. Ayudaban en la contienda de países destrozados por el odio. En ese entonces llegaban hasta el puerto. Más allá de donde tú y yo. X.- ¿Y qué; eso qué tiene que ver?
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Y.- Cuanto más joven fui, más los admiré. Desde chico. Nunca imaginé que aquí… Siento que no me hago viejo; sino que enjuvenezco, me transformo en niño. X.- Todas las mujeres te querrán entonces. Y.- Y sólo quiero, ahora, escuchar las ruedas quejándose sobre las rieles. X.- Entonces no. Y.- Este es el día. Siempre lo fue. X.- Te pedí llorando que faltaras. Y.- Falto. Por eso te vas. Si hubiese sobrado. X.- Igual me hubiera ido. Y.- Te pedí llorando que no me dejes. X.- Igual me hubiera ido. Y.- ¿Podrías? X.- Con decirte que en verdad, sobrabas. Y.- Sobraba en tu vida. X.- No a eso me refiero. Y.- ¿Y? X.- Que ocupabas demasiado. Siempre fuiste muy grande y yo pequeña (por naturaleza); quedaba empolvada en un rincón de la casa, olvidada como una porcelana. El polvo y el olvido me asfixiaron. Cuando iba a caer no me tomaste. Me sentía vacía. Siempre todo era sobre ti. 45
Y.- Eso que dices… ¡Todo lo hice porque…! X.- ¿Me amas? Y.- Más que a nada. X.- Entonces, vete. Y.- Contigo me iré. X.- No digas estupideces. No puedes irte. Y.- Lo haré. X.- No quiero que vengas. Silencio. X.- Por favor. Te lo ruego… vete. Y.- Él no es mejor que yo. X.- ¿Qué quieres decir? Y.- Lo sé. X.- No tiene nada que ver. No busco eso. Y.- Él nunca será como yo. X.- Haces esto más difícil. Y.- ¿Cómo podría ser más fácil? X.- Simplemente queda con lo bueno… con lo bello. Con eso quiero marchar. Y.- Lo bueno. Me pides quedar con lo bueno. Lo mejor que me ha pasado jamás, eres tú. Henos aquí, a punto de perdernos para siempre. A minutos de desintegrar de la historia ese verano. 46
Olvidemos los momentos malos por ti. Olvidemos al otro como si fuese una hoja seca: bella un tiempo, frágil siempre, vuelta polvo. Lo bueno ¿qué es lo bueno? (La locomotora ruge) ¿Escuchas? Es el sonido de tu adiós. X.- ¿Recuerdas la playa, cuando acostados en la arena nos cubría una manta el rostro? Me dijiste eres toda mía. Me dijiste eres mi océano infalible, te necesito dijiste… Me sentí segura y plena. Pero poco a poco nos fuimos hundiendo, caíamos hacia altamar. La ola nos arrastraba, pero tú no me viste. Respiraste y no estaba allí, para resucitar en tus pulmones. Te aferraste a otras cosas, maderos con los que pretendías restaurar una barca perdida hace años. Lo entendí. Intenté construirla junto a ti. No me permitiste subir. Sólo me mostraste cómo construir mi balsa. Pero te acompañé. Te di todo y más. Navegaste lentamente, pero yo no estuve ahí. Ahora. Construí mi propia balsa, porque en la tuya, nadie más cabe. ¿Lloras? Y.- Lloro. Todas esas cosas. X.- Ya no importa. Y.- ¡No, escúchame! X.- Entiende. Y.- ¡Entiende tú! ¡Esa barca era para ti! Navegué para buscar maderos más fuertes, más hermosos, con los que pudieras estar satisfecha; construir no un barco, sino una isla donde podríamos dormir todo el día, sin miedo a que uno de los dos despertase; escuchando el ruido de las olas acompañando una respiración común. Entiende que todo era para ti. Sólo te faltó esperar más. X.- Lo único que quería era hundirme contigo. En ese momento. No en el mañana. No en la siguiente estación. 47
Y.- Ahí estaba. X.- ¡No! Y.- Lloras. X.- Lloro. Y.- Todo era por ti. X.- Basta. Y.- Basta. Suena el tren. X.- Es el sonido del adiós. Y.- Ya viene. X.- Sí. Y.- Nunca se extinguirá ese verano. X.- Nunca. Y.- Voy a morirme sin ti. X.- No. Encontrarás a alguien que te ame. Y.- No soy como tú. X.- Lo que pasó… Y.- No digas nada. X.- … Y.- No lo soporto. X.- Lo sé. 48
Y.-
¿Lo sabes?
X.- Te he llorado como a ninguno. Y.- Ahora no. X.- Ningún dolor Y.-
es para siempre
X.- … Y.- Se acerca. ¿Te ayudo? X.- No hace falta… por favor… Y.- No lleves la… no, nada. X.- La llevo. Y.- ¿Por qué? X.- Por el verano. Y.- No quiero esto. X.- Perdóname. Y.- Perdónate. X.- Me iré. Y.- ¿Cómo pudiste olvidarnos? X.- No lo hice. Llega el tren lento. La gente aborda. X suelta las maletas. Y las recoge. Niega con la cabeza. X con la mirada baja, las toma. Subirá al tren. X.- No lo hice. 49
Se cierra la puerta. El tren comienza su andar. Y lo mira. Cuando ya no es visible, saca una carta, la dobla, y hace un barco de papel que después puede romper. Y.- Somos un par de gaviotas. Tranquila, el mundo no nos escucha. Planeamos sobre el mar café que, hirviente, avanza robusto a la orilla: la arena, el lugar donde estampamos la huella. ¡Mira, unos cadáveres: son peces perdidos, balsas podridas, conchas seniles anhelando una perla! Si todo el mundo pudiera escucharnos… Oír caracol en la oreja el lamento que damos, graznando el adiós más azul, mas adiós, que podamos. Somos un par de gaviotas. Refulgentes, grandes gaviotas. Tranquila, el mundo no puede escuchar. Tranquila, que nadie nos puede escuchar, 50
Tranquila, el mundo no nos escucha. Y se sienta en las rieles. Se cubre la cara. Suenan gaviotas. SonarĂĄ el tren. Lentamente anochece. Antes de que la oscuridad se coma todo, por el costado donde el tren ha partido, aparece X avanzando muy despacio, como para no despertarlo de su sueĂąo. Deja caer las maletas. Y responde al sonido. Se miran. X corre hacia Y, pero desaparecen en la oscuridad antes de dar el Ăşltimo beso.
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13 PARAÍSO DIURNO
Una tarde llegaremos: limpios, correctos, veloces, a observar cómo el firmamento se tiñe de sangre y oro. Bajo los cables de la electricidad, que cortan nubes en cuadros imperfectos, nuestras cabezas se coronarán en el germinar de la noche. Los perros desnutridos que correteen por la calle, nos enseñarán de teología; las abuelas saldrán en sus silletas de hierro, urdidas con hilo de plástico multicolor, a platicar de los primeros años de la colonia, cuando la mayoría estaba cubierta por hierba y calzadas blancas; el panadero sonará la corneta más alegre para los niños descalzos: correrán por la merienda, ahí, sonrientes en la banqueta bañada en luz amarilla de farol y lenguas de luna. Tú y yo miraremos el cuadro desde un pequeño muro, felices por habernos reencontrado. Los malos días serán un recuerdo nebuloso, la vida que fue significará un trozo de lluvia, la nota de una guitarra queda, serpenteante. Reiremos, nuevamente. Nada se habrá movido de lugar. El cuadrante estelar apuntalará a nuestra inmortalidad reciente, esparcirá sus esporas de olvido hacia nuestra respiración pausada. Yo contaré mis chistes, tú fingirás otra vez que deleitan. Una tarde llegaremos. Y después de esa noche que la preceda, jamás amanecerá.
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SOBRE EL AUTOR ÁNGEL FUENTES BALAM (Mérida, Yucatán, México, 1988). Es director de teatro, escritor y actor. Egresado de la Licenciatura en Teatro de la Escuela Superior de Artes de Yucatán. Director y productor de las obras: “El ventrílocuo”, de L. Tremblay, “Riñón de cerdo para el desconsuelo”, de A. Ricaño, “El nacimiento de mi violencia”, de Marco Canale, “Melodía tu engranaje quieto” y “Ramona mató un par de aves”, de su autoría. Ha sido actor de diversos montajes que van desde el performance, teatro de calle, didáctico, clásico, realista y siglo de oro. Es autor de los libros: “Melodía tu engranaje quieto”, (Editorial El drenaje) y “Cruóris o la rabia que fuimos”, (Libros en Red). Ha publicado en las antologías “Pyramid” (U.S. Poets in México, NYC.), “Small Claim of Bones”, (Cindy Williams, University of Southern Maine), “Cuéntanos tu locura” (Ediciones Arriba del Pegaso), “La memoria de los días” (Ediciones O), “Dramaturgia Express I” (SEGEY) y “Karst. Escritores de la península de la península yucateca en 2016”, (El drenaje). Ha sido colaborador de cuento, dramaturgia y poesía en revistas como “Delatripa”, “JUS”, “Almiar”, “Sinfín”, “El mollete literario”, “Círculo de poesía”, “Río Arriba”, “Ariadna-rc”, “Morbífica”, “La Guarida”, “Bitácora de vuelos”, entre otras a nivel nacional e internacional. Escritor y director de los cortometrajes “Obediencia” (2013) y “Ósculos” (2016), en el marco del festival independiente Kabaret Kino Maya. Ha trabajado como maestro, tallerista y narrador oral en escuelas privadas y públicas de la localidad y del centro del país, así mismo como profesor de teatro y creación literaria en el CEAMA, Yucatán.
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DEVORÉ EL CRÁNEO DE EROS de Ángel Fuentes Balam se terminó de editar en febrero de 2017 en la ciudad de Mérida, Yucatán. Cuidaron la edición: Daniel Medina, Daniel Sibaja, Mary Carrillo y el autor. ediciones_o@outlook.es facebook.com/edicioneso edicionesomx.blogspot.com
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