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Las esferas de la acción ciudadana

Segunda parte

José Luis Espíndola Castro

Hay muchas posibilidades de distorsionar el concepto

de ciudadanía, y para ello no hay mejor remedio que educar a los futuros ciudadanos desde la escuela elemental y la universitaria. En esta segunda parte no hay consejos didácticos respecto al tema de acción ciudadana, pero sí defi niciones que permitirán acercarnos a los conceptos que debemos enseñar y transmitir en todos los niveles de la educación: la civilidad, el cuidado de lo público, contribuir al logro de la justicia social y el desarrollo.

A. La civilidad o cortesía ciudadana Una de las más elementales esferas de acción ciudadana es la cortesía ciudadana, que a veces recibe el nombre de civilidad o de urbanidad. La cortesía ciudadana consiste en un sistema de costumbres que favorece la conciliación de intereses, la posibilidad de zanjar las disputas de manera racional y sin violencia, y el hecho de tener atenciones y cuidados básicos para los otros. Algunos la defi nen como una “dulcifi cación del trato” para convivir de manera más armoniosa con los demás; pero tal vez deberíamos hablar de una cortesía activa. En esta dimensión se privilegian tres valores principales: la tolerancia, el diálogo y el cuidado elemental del otro. Podría parecer que, frente a los graves problemas sociales que padecemos, la cortesía ciudadana ocuparía un lugar secundario y tal vez trivial. Nada más equivocado: la cortesía ciudadana es la base fundamental sobre la cual se erigen las demás acciones ciudadanas, incrementándolas y potencializándolas. La cortesía ciudadana implica principalmente la conciencia del valor del otro, la búsqueda incipiente del bien común y el abandono de posiciones egoístas.

Es difícil encontrar una ciudadanía fuerte y participativa, allí donde no se ha cultivado antes la civilidad y en donde no se ha hecho del servicio del otro un gusto; porque la urbanidad implica el reconocimiento del valor del otro y el hecho de que todos necesitamos de los demás para superarnos. Es difícil llegar a acuerdos

políticos o sociales allí donde no se ha privilegiado antes el diálogo y la tolerancia. El ejercicio de la ciudadanía, como cualquier otra actividad humana, está sujeto a enfermedades y degeneraciones para las cuales la educación en la cortesía ciudadana es un buen remedio. Lo que podríamos califi car como “urbanidad activa versus pasiva”, en consecuencia, debe ser profundamente educada desde la más temprana edad: participando en las tareas cotidianas de la familia, ayudando a los familiares, conocidos y vecinos más necesitados; en fi n, generando empatía con los sentimientos y las necesidades de los otros. La prognosis aquí no deja de tener un papel esencial: calcular qué es lo que necesita el otro, en pocas palabras, “ser corteses por adelantado”.

Otro valor importante en la urbanidad es respetar con gusto la diversidad cultural; desde los credos hasta la personalidad de los otros (desde luego, cuando éstos no atenten contra la ética). En teoría, todos lo hacemos y en el discurso es lo políticamente correcto, pero la realidad es que la gran cantidad de divorcios, los despidos injustifi cados en los lugares de trabajo por discriminación o diferencias de carácter, las riñas ideológicas y la violencia de todo tipo revelan una profunda intolerancia. La escuela y la universidad, por su parte, deben diseñar actividades que garanticen la educación en estas virtudes, especialmente en la educación básica, primaria y secundaria; la elaboración de códigos de cortesía ciudadana activa, que además se lleven a la práctica, puede ser un buen vehículo pedagógico. En suma, podríamos decir que todas las virtudes ciudadanas están en germen en esta esfera de la acción ciudadana.

B. El cuidado de las dimensiones públicas El cuidado de lo público es una forma más activa de la ciudadanía respecto a la cortesía ciu-

, gaceta coleccionable, núm. 20, octubre de 2006. La huella del Conafe

Un valor importante en la urbanidad es respetar la diversidad cultural, desde los credos hasta la personalidad de los otros.

dadana. Aquí nos hacemos la pregunta acerca de qué podemos cuidar. Debemos cuidar el entorno físico de la comunidad y tomar medidas que prevengan su deterioro: jardines, escuelas, calles, plazas, etc. Debemos cuidar de aquellos que requieren nuestro apoyo en aspectos tales como los riesgos a la salud, la agresión por parte de la delincuencia, los accidentes, las calamidades naturales, las necesidades económicas y los casos de marginación social. Las virtudes ciudadanas para este propósito son la colaboración, la compasión (empatía), el sentido de belleza y la generosidad. No está de más decir que es necesario aquí un sentido de intolerancia ante situaciones negativas e indignas por las que podemos transitar, por ejemplo, que haya niños indigentes en las calles, que exista violencia pública, que la marginación impida la llegada de asistencia médica a comunidades pobres, frecuentemente indígenas, etc. La prognosis y prevención de estos eventos también son de alta

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Para el cuidado de los asuntos sociales públicos, los estudiantes podrían acercarse a asociaciones que ayudan a drogadictos o niños de la calle.

estima: saber valorar qué variables y factores los producirán.

El cuidado de los asuntos sociales públicos también debe abarcar la cultura; la defensa, comunicación y el engrandecimiento de las tradiciones comunitarias que en buena parte son la raíz de la identidad de los pueblos. Progresar, cultivando al mismo tiempo la historia (la memoria histórica) y las tradiciones, es una manera de recuperar y dar sentido a la vida social. Aquí las instituciones en donde pueden participar los ciudadanos tienen una gran importancia: escuelas que contribuyen a la ecología y al desarrollo sustentable, iglesias preocupadas por el entorno social y la lucha contra el consumismo inhumano, ONG dedicadas al mejoramiento de las condiciones sociales de los indígenas, asociaciones que luchan contra el cáncer infantil, que ayudan a drogadictos o niños de la calle, etc., son buenos ejemplos en los que los estudiantes podrían participar o al menos acercarse.

Muchas veces se tilda a las acciones de esta naturaleza como meros programas asistenciales inefi cientes cuando se trata de atacar el grave problema de la pobreza. En alguna medida, esta crítica puede aceptarse cuando, al tener la posibilidad de ejecutar acciones que solucionen problemas de raíz, se prodigan esfuerzos para menguar alguno de los efectos negativos de éstas, creando inclusive dependencia de las comunidades y reforzando la pasividad y el providencialismo. Pero esto no siempre es así. Me parece que la decisión en torno a estas alternativas debe plantearse en cada caso. Las decisiones deberían tomarse de acuerdo con las oportunidades y tendría que haber una planeación estratégica para la toma de decisiones.

C. La contribución al logro de la justicia social y el desarrollo Más allá del cuidado y la solidaridad, una responsabilidad ciudadana fundamental es contribuir al cumplimiento de la justicia social y el combate a la pobreza. La justicia social y el desarrollo consisten en que realmente se cumplan tres condiciones fundamentales:

1. Que realmente y no sólo de palabra exista igualdad de oportunidades para todos; lo cual signifi ca a su vez romper con la herencia social que condena a los pobres a seguir siendo pobres y que favorece a los que ya poseen riquezas. 2. Que las comunidades sean capaces de producir los bienes necesarios para su mantenimiento y desarrollo. Esto significa que tengan la opción de desarrollar una buena economía que les permita vivir dignamente. 3. Que las comunidades puedan tener acceso a una buena calidad de vida y la posibilidad de enriquecer su cultura y animar sus tradiciones. Esto implica salud, cultura, diversión

y una vida armónica con la naturaleza. Aquí conviene prevenirnos contra las patologías sociales que representan el consumismo: el individualismo egoísta y la competencia deshumanizada.

En buena medida la causa de la pobreza en Latinoamérica se debe a la misma estructura clasista y feudal que arrastran nuestros países. El enorme privilegio que tradicionalmente se ha dado a las ciudades por encima de las zonas rurales e indígenas: allá, en las urbes, hay buenas universidades, servicios de todo tipo, gastos en seguridad, gasolina u otros productos subsidiados, industria y trabajo. No es nada raro entonces que acá tengamos megaciudades con enormes cinturones de miseria: la supuesta “igualdad de oportunidades para todos” sólo se da en las ciudades y sólo para una parte de su población. El economista Pipitone1 y Gabriel Zaid2 han señalado que esto es el resultado de pretender construir a la sociedad de arriba abajo y no a la inversa, como lo han hecho los países que han progresado. En consecuencia, también su clase productiva superior es elitista, acaparadora y monopólica, heredera de la aristocracia feudal más que de un neoliberalismo competitivo. Pipitone lo resume en pocas palabras:

Quien crea que el problema del subdesarrollo es problema de escasa dotación de capital o de escaso grado de industrialización o de insufi ciente exposición nacional a los fl ujos de tecnologías y recursos mundiales, tiende a convertir el problema de la salida del subdesarrollo en un problema mecánico y, de paso, a confundir la sintomatología con la etiología del mal. El subdesarrollo es, antes que cualquier cosa, un Frankenstein: un organismo social incapacitado en construir redes sólidas de conexión entre individuos, grupos sociales, zonas de territorio, sectores productivos, instituciones… (la pobreza) es expresión de fracasos económicos previos, de ensoñaciones ideológicas acerca del carácter taumatúrgico de esa o aquella estrategia de desarrollo que a su tiempo pareció dotada de virtudes irrebatibles” (las negritas son mías).3

1 Ugo Pipitone, “Ensayo sobre democracia, desarrollo, América

Latina y otras dudas”, Metapolítica, vol. 2, núm. 7, México, 1998. 2 Gabriel Zaid, “El progreso en bicicleta”, Letras libres, México, abril de 2006. 3 Ugo Pipitone, op. cit. 4 Los más pobres, que por cierto pertenecen a comunidades indígenas, no son en general delincuentes; allí no hay ambición sino una resignación casi absoluta.

No hace falta decir que esto refuerza la tesis de Putnam y Fukuyama sobre la importancia de la confi anza y la necesidad de una educación que la fomente.

Por otra parte, la pobreza degenera en delincuencia común allí donde existe deculturización, ambición y desesperanza, especialmente en los cinturones de miseria;4 si además las proporciones de malestar social aumentan, la pobreza, como afi rma Pipitone, tiene que ver con la gobernabilidad de los países y, en consecuencia, es un asunto de seguridad nacional. Encontrar soluciones estratégicas a la pobreza es la opción para que las comunidades no exijan por la vía violenta lo que en justicia les pertenece y que abre además la puerta a los demagogos y a las dictaduras.

Si bien solucionar los problemas de la inequidad social es en buena parte responsabilidad de los gobiernos y de las leyes, no es menos cierto que estas últimas deben complementarse de manera estrecha con el ejercicio de una ciudadanía activa que directamente se enfrente a los problemas de la pobreza y la marginación de comunidades enteras. No cabe duda de que la pobreza en México sería aún mayor si no hubiera una participación ciudadana, aunque ésta se limite al envío de dinero que nuestros “mojados hacen a sus familias”. Para ello la acción de

mediación y colaboración de instituciones ciudadanas con el Estado y sus políticas son también tareas ineludibles. También es cierto que cuando no hay recursos, por la razón que fuere, por parte del Estado para lograr esa justicia, es necesaria la participación ciudadana. Tal vez los mejores ejemplos en este sentido son el banco Grameen (banco rural), creado y desarrollado por Muhammed Yunus en uno de los países más pobres del mundo: Bangladesh. Sus micropréstamos han ayudado a casi ocho millones de pobres en su país a crear sus propias empresas, la mayor parte modestas pero efi cientes. Las universidades tienen aquí una esfera propia en la cual actuar poniendo en juego las habilidades académicas, especialmente las creativas, de los estudiantes. El servicio social obligatorio y otras formas de participación deberían estar “empapados” por el pensamiento estratégico para no caer en el mero asistencialismo sin futuro. Aquí distingo dos formas de proyectos: de una variable y los multivariables. Los proyectos de una variable se concentran, como su nombre lo indica, en una sola acción, pero su repercusión afecta a las demás dimensiones, mejorándolas: salud, educación, cultura, alimentación, etc. El banco de Yunus es de este tipo, y ahora el banco y su equipo de colaboradores ofrecen todo tipo de capacitación y de otros proyectos que ayudan a mejorar las condiciones globales de los pobres. Los proyectos multivariables atacan al mismo tiempo varias dimensiones de una comunidad para lograr el efecto deseado, aunque desde luego se establecen prioridades o ejes estratégicos. Por ejemplo, construir una escuela para la comunidad, dar capacitación para realizar cultivos especiales, levantar una pequeña presa para tal fi n, analizar la capacidad para comercializar el producto de la siembra, entre otros.

Por otra parte, la fundación de centros comunitarios recomendados por la ONU, con propósitos múltiples ligados al desarrollo, son otra medida que contribuye al combate de la pobreza. Las acciones ciudadanas dedicadas a estos rubros tienen la enorme ventaja de ser el cimiento para otras acciones porque retribuyen económicamente. Por desgracia, en México la acción ciudadana a menudo es asistencialista y por ello mismo fomenta la dependencia de las comunidades a esos recursos; además, el dinero y los esfuerzos realizados se invierten de manera inefi ciente.

Como señalamos, la justicia social ante todo implica que la máxima de “igualdad de oportunidades para todos” se cumpla realmente y no sólo en el papel; que no existan ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda. De esto se deriva a su vez que la justicia social deba en esencia realizar acciones compensatorias –económicas, políticas y culturales– para procurar la autonomía de las comunidades, tanto para que éstas determinen sus metas, como los medios para lograrlas. Fomentar la libertad y la autonomía requiere tener personas bien educadas y capacitadas para el trabajo; en pocas palabras, formadas en la ciudadanía. No está de más observar el lamentable estado de la educación en México, que se ha dejado en manos de los sindicatos y de los políticos, con una raquítica participación ciudadana. En esta labor educativa, además, se debe llevar la mejor cultura a las comunidades desprotegidas, ya que ser pobre no es sinónimo de torpeza, ni de debilidad mental. La educación que requieren esas comunidades no puede ser la misma que en otros lados, sino oportuna y adaptada a las necesidades regionales; así, las comunidades realizarán mejoras en el entorno y producirán riqueza; sería una educación para formar entre los pobladores verdaderos agentes de cambio. Por ello, y con mayor razón, debe llevarse buena cultura a los pobres porque ésta ofrece perspectivas distintas y nuevos

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Muhammed Yunus creó y desarrolló el banco Grameen en Bangladesh. Sus micropréstamos han ayudado a casi ocho millones de pobres en su país a crear sus propias empresas, la mayor parte modestas pero efi cientes.

puntos de vista, despierta la imaginación y la ambición por mejorar el medio que les rodea. Aquí las universidades y su acción ciudadana pueden llevar a cabo una educación estratégica que sea paralela a los estudios ofi ciales y orientada al desarrollo.

La justicia social implica entonces tener un gran número de trabajos, variados y de buena calidad haciendo a las comunidades proactivas, solidarias y educadas. El trabajo no es cualquier cosa, como ha dicho Adela Cortina: “El trabajo es el principal medio de sustento, pero además uno de los cimientos de la identidad personal, un vehículo insustituible de participación social y política y una forma de educación y humanización”5 que difícilmente puede ser sustituido. Por ende debemos desarrollar una ciudadanía económica. El ciudadano debe participar en los objetivos de tener muchos, variados y buenos empleos. Por suerte, cada vez permea más el concepto de “empresas socialmente responsables”, lo que implica una responsabilidad empresarial con los problemas de la sociedad. Más allá de esto, la fi lósofa Cortina menciona factores esenciales por los que hay que propugnar:

• El imperativo tecnológico para mejorar la productividad.

• El imperativo de la capacitación que refuerza la unidad de las capacidades del individuo con los objetivos de la empresa.

• El imperativo de la incorporación de los miembros a un proyecto empresarial y social común. No deja de recordarnos la autora que los países más desarrollados son aquellos que han logrado empresas inteligentes capaces de aunar una efi ciencia productiva con una efi cacia social. Estas compañías son las que se han alejado de la solución fácil de recortar personal.

5 Adela Cortina, Ciudadanos del mundo, Alianza Editorial, Madrid, 2003, p. 119.

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Según esta visión, no existía allí un sentido del individuo sino de la colectividad. Los artesanos, por ejemplo, construían iglesias, retablos y esculturas sin que aparecieran sus nombres. El anonimato colectivo para esas obras era una manera de ser y hacer. El Estado o el poder, si bien no desaparece como en el comunismo primitivo de Marx, es más bien débil:

El servicio social obligatorio y otras formas de participación deberían estar “empapados” por el pensamiento estratégico para no caer en el mero asistencialismo sin futuro.

5. La ciudadanía como gestora y organizadora social. Hacia fi nales del siglo XIX, cuando las sociedades se debatían entre un liberalismo salvaje y las entonces crecientes ideologías socialistas, la Iglesia propuso una tercera vía política y social basada en la autonomía de los cuerpos intermedios, solución análoga al papel que tenían los gremios en la Edad

Media. Los cuerpos intermedios. Al decir de

Wilhelsem.

Los gremios fi jaron los precios de sus productos (…) establecían las reglas para el ejercicio de sus ofi cios, pero no se contentaban con limitar el campo de sus actividades a lo estrechamente económico. Cada gremio medieval tenía un tesoro para atender a las viudas y huérfanos de sus socios (…) Así se mezclaba lo económico con lo social (…) También los gremios gozaban de un papel religioso, ya que la intensidad con la cual los hombres vivían de la fe en esos siglos hacía que los gremiales dedicaran sus ofi cios a un santo, a una virgen, y así el mismo trabajo se sacramentalizaba. Por muy dura y áspera que fuera la vida, los hombres de trabajo habían unido, casi espontáneamente, lo económico, lo social y lo espiritual. Las cofradías a veces eran los mismos gremios.6

…el poder real, en aquellos tiempos siempre débil en comparación con los antiguos emperadores romanos y con el poder de los estados modernos, encontraba un freno contra cualquier tendencia hacia la tiranía en las Universidades, los Gremios y los Municipios. El poder real tenía que pactar con la sociedad…7

Estos gremios eran, a la vez, organismos sociales que veían por el bienestar de sus miembros y, al mismo tiempo, tenían poder para tomar decisiones políticas. La doctrina social de la Iglesia,8 que proponía un resurgimiento de esta forma de organización social, criticaba el socialismo marxista en el cual el Estado lo poseía todo y la persona carecía de

6 Gambra Wilhelsem, et al., Contribución al estudio de los cuerpos intermedios (Actas de la VI reunión de amigos de la ciudad católica, Madrid, 28-29 de octubre de 1967), Speiro, Madrid, 1968, p. 30. 7 Gambra Wilhelsem, et al., , op. cit. 8 Adela Cortina (cfr. Bibliografía) reconoce la democracia social y la doctrina social católica como fuentes de la moderna democracia europea. Ambas contribuyeron para acabar con lo que actualmente se ha denominado el “capitalismo salvaje” y el establecimiento de criterios y normas de justicia social.

derechos intrínsecos; en el que se consideraba la sociedad como una masa en la que el individuo poco contaba. A la inversa, el liberalismo enfatizaba los derechos del individuo por encima del bien común; favorecía el egoísmo y la explotación de los hombres que, inermes, tenían que someterse a las condiciones inhumanas de trabajo de los poderosos. Sabemos lo que pasó: el liberalismo económico cedió a las necesidades sociales y se humanizó, o como dice Savater destacando la paradoja, el marxismo triunfó en el capitalismo. Pero más allá de eso la doctrina social de la Iglesia y las democracias sociales permearon mucho en la cultura económica europea y han dado vida nuevamente a las sociedades intermedias y a la participación ciudadana; ahora cobran nueva vida estas ideas que respaldan la autonomía y capacidad de autoorganización de la sociedad. De hecho, la forma más autónoma y libre de la participación ciudadana se da cuando ésta es capaz de realizar acciones por sí y para sí misma, y que son respetadas y respaldadas por el Estado y el derecho, a través de asociaciones bien constituidas de todo tipo: profesionales, deportivas, educativas, independientes y con propósitos diversos, etcétera. La participación ciudadana en este sentido sostiene que: a) entre el individuo y el Estado deben tener poder de decisión los cuerpos intermedios; b) debe haber mayor fl uidez y comunicación entre lo privado, lo social y lo público; c) la sociedad civil es capaz de dirigirse y organizarse por sí misma en la consecución de tareas distintas y que, en consecuencia, puede proponer las leyes que sustenten jurídicamente su funcionamiento; en pocas palabras, que el Estado debe respetar y apoyar esa autoorganización.

Quienes lo han logrado primero en varios países han sido los municipios, antes enteramente dependientes de los gobiernos centrales; se abrió paso también el derecho a los usos y las costumbres de los pueblos indígenas; algunas organizaciones o federaciones deportivas han adquirido representatividad formal ante el Estado en varios países. Organizaciones profesionales en México, como la barra de abogados, han exigido el cambio de leyes en las asignaciones de presupuestos y de funcionarios de la Suprema Corte. A pesar de que existen muchos ámbitos en donde la sociedad civil puede organizarse por sí misma, hay dimensiones vitales a las que no tiene acceso y que son cotos de políticos y sindicatos, tal es el caso de la educación, en donde ni siquiera las asociaciones de padres de familia tienen poder de decisión. Colonias y barrios tendrían formas de organización propias para tareas específi cas reconocidas por el poder político. La organización de socieda-

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Es preciso que la ciudadanía trabaje cerca de los partidos y a través de organizaciones políticas, con propuestas, críticas y ofi ciando de árbitro donde exista un problema político por resolver.

des intermedias con fi nes de autogestión de tareas es de vital importancia. Los estudiantes podrían acercarse a las que ya existen para analizar sus posibilidades.

6. La ciudadanía como diseñadora del futuro. La palabra ingenio puede defi nirse como la virtud por la cual un ser produce algo; así hablamos del “ingenio azucarero” o del “ingenio industrial”. En el hombre este sentido del ingenio se ha convertido en una producción derivada de su capacidad para resolver problemas, de su inteligencia y su creatividad; y así se habla del ingenio en este último sentido: su producción es por medio de su ingenio –y no en el sentido biológico de tener hijos, aunque para esto también se precisa ingenio en los dos sentidos. Esta dimensión, aunque fuertemente emparentada con la esfera de la justicia social, va más allá para considerar aspectos globales de las comunidades; más hacia la calidad de vida: cómo hacer ciudades o pueblos más humanos, más cercanos a la naturaleza, con menos depresión y mejores condiciones laborables y de vida; en pocas palabras, aquí los ciudadanos se tornan en creadores, productores y diseñadores del futuro de las comunidades; esto debe ser especialmente producto natural de lo que tantas veces presumimos: que vivimos en una sociedad del conocimiento. Entonces la imaginación ocupa un lugar importantísimo al lado de la estrategia y el cálculo. Vemos los resultados de esta ausencia: barrios enteros que son adefesios, ciudades sin áreas verdes, sin espacios deportivos, ni lugares públicos de convivencia o habla agradables; sitios que fomentan la delincuencia y las enfermedades; medios de comunicación que favorecen la mediocridad y las peores costumbres; sistemas educativos caducos y perniciosos que reproducen el subdesarrollo, etc. Tal vez uno de los ejemplos de que esto es posible es el de la ciudad de Medellín, Colombia, con sus barrios de miseria que llevaban la delincuencia hacia todos los puntos de la ciudad. ¿Qué se hizo? El presidente municipal, Sergio Fajardo, trazó un plan con varias acciones: mejorar las viviendas de las barriadas que existían en los cerros, organizar una plaza plurifuncional –parque o plaza en donde se brindaba, además, educación y cultura a través de distintos eventos–; mejoró el transporte y creativamente se instaló un “metrocable”, especie de teleférico que unía a aquellas comunidades con el centro de la ciudad; se construyeron puentes y avenidas para unir comunidades antes rijosas entre sí. En pocas palabras, se dignifi có y revaloró lo público y todo se hizo con la más alta calidad tecnológica, de diseño y de materiales, violentando y derribando la famosa pirámide de Maslow que afi rma que primero hay que resolver las necesidades básicas antes de acceder a las más altas de desarrollo. Tenemos que reconocer que la mentalidad producida por la pirámide de Maslow en gran parte de los casos es perniciosa y falsa. Aquí el punto de vista es a la inversa: hagamos una mentalidad de alta calidad en todo y ofrezcamos una alta cultura en todos los sentidos.

Alguien podría aducir que esos cambios son fundamentalmente obra del gobierno, sin embargo, se lograron con apoyo de innumerables grupos ciudadanos y, por otra parte, creo que políticos creativos provienen de una ciudadanía creativa. Pero la realidad profunda de Medellín y de muchísimas ciudades latinoamericanas es el gigantismo producido por la inmigración de las zonas rurales. Allí hace más falta el diseño y la arquitectura comunitaria. Sin embargo, ¿es

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En Medellín, Colombia, se han mejorado las viviendas; se sustituyeron casas precarias por edifi cios bien construidos.

posible esto? Kliksberg9 describe el caso de Villa El Salvador, que aquí presento de manera sucinta. En 1971 fueron expulsados miles de pobres –cerca de 50 000– que se habían asentado en las afueras de Lima, capital del Perú; el gobierno les dio unos terrenos áridos y polvorientos. Allí fundaron Villa El Salvador, que ahora cuenta con más de 300 000 habitantes; es decir, todo un milagro de sustentación. ¿Pero qué tiene en especial? Que han logrado plantar más de medio millón de árboles, su índice de mortalidad es inferior a la media del país y su matrícula en primaria y secundaria de 98 y 90 respectivamente, superior también a la media nacional. Poseen varias escuelas y bibliotecas, un parque industrial y tienen espacios para el deporte y el esparcimiento; sus calles están bien trazadas y todos participan en el bienestar público. No viven en la opulencia, pero lo hacen dignamente; la necesidad de colaborar de manera estrecha para sobrevivir y crecer les ha dado excelentes resultados.

Ni qué decir que esta actitud de cambio y de imaginación debería fomentarse desde la educación básica, primaria y secundaria. Podrían plantearse preguntas elementales a estos alumnos y también para los universitarios: ¿cómo deben ser las ciudades, mi ciudad? ¿Cómo el campo en tal lugar? ¿Cómo la vida integral de tal o cual comunidad marginada? ¿Cuál la relación de la comunidad humana con la naturaleza? ¿Cómo podríamos vivir mejor en mi comunidad? Aquí los niños y adolescentes podrían escribir proyectos, hacer planos, maquetas, ensayos y propuestas imaginativas; participar en concursos de proyectos. Las competencias básicas serían el trabajo en equipo, la creatividad, el

9 Bernardo Kliksberg, “Capital social y cultura: claves olvidadas del desarrollo”, coordinador general de la Iniciativa Interamericana de Capital Social, Ética y Desarrollo del BID. Publicado por BID-INTAL, 2000.

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Villa El Salvador, Perú.

empleo de la tecnología y especialmente el pensamiento estratégico tan abandonado en nuestra educación. ¿Y qué no podrían hacer los universitarios con su bagaje intelectual haciendo propuestas de diseños urbanos y comunitarios de todo tipo?

Diseñar el futuro, en una sociedad del conocimiento, es recuperar el espíritu de la utopía bajo los ojos de la estricta realización. No cabe duda de que profesionales, universitarios, ciudadanos responsables y organizaciones, como las universidades, tienen el potencial para proponer cambios y realizarlos.

Europa, en esta dimensión, se ha conformado como una ciudadanía cognitiva en donde todo problema, ya sea educativo, social o económico, lo abordan y analizan organismos ofi ciales y ciudadanos; estos órganos de diseño social deberían formar parte de la ciudadanía latinoamericana. De allí podrían surgir soluciones y tareas precisas por realizar. Esta dimensión no está lejos del alcance ciudadano y del universitario. Varias ciudades se han recuperado haciendo una ingeniería total que incluyó remodelación urbana y ecológica, transporte, fuentes de trabajo, escuelas especiales y trabajo social. Se ha logrado de esta forma reducir la degradación ambiental y acabar con la delincuencia.

7. La ciudadanía metacognitiva: la ciudadanía que se conoce a sí misma. Finalmente, la ciudadanía debe refl exionar sobre su propia acción. Defi nir hasta dónde debe llegar su acción y sus límites con el Estado; el tipo de organizaciones ciudadanas necesarias; defi nir las competencias que deben enseñarse y cómo hacerlo; la posibilidad de construir una ciudadanía mundial y sus fundamentos; cómo coordinar las acciones ciudadanas; hacia dón-

de debe ir la ciudadanía. ¿Será necesaria una hibridización de la ciudadanía con el Estado? ¿Cuál es el futuro de la ciudadanía con el quehacer democrático? ¿Cuáles son los límites de la ciudadanía? Éstas son tareas que corresponden muy bien al intelectual universitario que está en contacto con las acciones ciudadanas y que deberían iluminar el futuro camino de la ciudadanía estableciendo claridad axiológica y sociológica a estas nuevas tareas.

Las enfermedades de la ciudadanía

Como en toda actividad humana, los fi nes se desvirtúan si no nos precavemos de ello. La acción ciudadana puede perder su naturaleza si deja que otros poderes desvíen su curso. Entre estas posibles enfermedades podemos señalar brevemente:

• La acción ciudadana impulsada por fi nes egoístas o visiones parciales. Un grave peligro para la acción ciudadana es que dirija sus actos desde intereses particulares o de grupo sin considerar el bien común. Éstas podrían llamarse, entonces, acciones anticiudadanas. No es poco frecuente el hecho de que grupos ciudadanos impidan o traten de impedir cambios positivos en la urbanización porque ello les representa molestias para ellos, o que cierren calles o el tránsito local para tener “más seguridad en sus hogares”, que luchen por privilegios especiales sin importar que esto lesione a los demás o si es justo o injusto, etc. En este punto también podríamos aplicar el criterio de Rowls de hacer causa desde el “velo de la ignorancia”; el velo de no saber qué papel social me tocará realizar. No es difícil tampoco que la ciudadanía pierda de vista la complejidad de un problema y sólo perciba una parte de él. Por ello es necesario un público educado.

• El secuestro de la acción ciudadana. Los actores políticos, líderes o partidos, con mucha frecuencia tratarán de manipular la acción ciudadana para sus propios propósitos de poder o en vistas de elecciones. Aquí la acción ciudadana sirve de ariete en contra del gobierno, contra la oposición o simplemente a favor de las opiniones del líder político.

No es fácil, en ocasiones, discernir entre una auténtica acción ciudadana que lucha contra regímenes negligentes u opresores y los grupos ciudadanos cuyas fi nalidades son determinadas por los grupos políticos. Tal vez un criterio para distinguirlos es cuando estos últimos grupos son apoyados a trasmano y de manera oculta con recursos económicos y logísticos, y cuando tampoco sean respaldados por el resto de la ciudadanía.

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Una ciudad se puede recuperar haciendo una ingeniería total que incluya remodelación urbana y ecológica, entre otras.

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Llevar computadoras a las aulas puede ser muy útil, pero es mejor aplicar recursos para desarrollar la lectura y la escritura a través de acciones diversas.

• El uso de la ciudadanía como mercancía. Ha sido notorio en esta última década el desarrollo de las llamadas organizaciones no gubernamentales (ONG) y de otras fundaciones altruistas. Sin descartar sus enormes contribuciones a la acción ciudadana, como preservación del medio ambiente y la ayuda a personas desprotegidas, entre otras, hay que destacar también que varias de ellas se han convertido en auténticos negocios que medran del presupuesto público o de generosos donativos de organizaciones internacionales. En muchas ocasiones la corrupción de estas organizaciones consiste en ofrecer servicios que no proporcionan, o que son defi cientes pero muy bien pagados por el gobierno, las cuotas de ciudadanos generosos o bien por fundaciones fi lantrópicas. Otra forma de corrupción es cuando los gastos “administrativos” de supuestas organizaciones fi lantrópicas, visitas, comidas, viáticos para viajes, exceden lo debería destinarse para ayudar a los demás. En otros casos, la supuesta acción fi lantrópica de fundaciones, constituidas para el servicio de una causa social, se lleva a cabo para no pagar al fi sco, pero al mismo tiempo y con ellas, se hace publicidad para vender los productos e imagen de la empresa patrocinadora; esto puede representar una competencia desleal para otras compañías.

• La inefi ciencia o la falta de sentido estratégico de la acción ciudadana. Ya hemos señalado cómo el mero asistencialismo no es una verdadera opción para la acción ciudadana si al menos éste no acompaña a proyectos de desarrollo social. En otros momentos, las organizaciones ciudadanas inician proyectos que luego requieren una fuerte inversión del gobierno para continuar, con lo que más que solucionar problemas, se convierten en parte de éstos.

• Los prejuicios de la modernización. La confusión en los fi nes puede ser muy peligrosa. Con frecuencia se quiere adaptar a la gente a nuestros propios modos de existencia y a nuestras costumbres. Poner cemento y cambiar construcciones en un pueblo rústico muchas veces llega a ser la causa de destrucción de una riqueza turística (de hecho así ha pasado con muchos pueblos). Construir calles y viviendas sin respetar la ecología es cerrarnos a mejorar la calidad de vida de comunidades enteras. Llevar computadoras a las aulas puede ser muy útil, pero es mejor aplicar recursos para desarrollar la lectura y la escritura a través de acciones diversas. Convertir comunidades pobres en remedos de ciudad puede causar más una destrucción que una ayuda; sobre todo cuando inducimos al estrés, la competencia y la frustración por la ambición desmedida: a menudo, las comunidades pobres tienen más posibilidades de lograr una mejor calidad de vida que quienes vivimos en las ciudades y sólo requieren aprovechar estratégicamente sus recursos.

• La ciudadanía débil y poco participativa. En las sociedades que han sufrido despojos y dominación, la acción ciudadana es prácticamente nula o al menos muy defi ciente. Allí reina la desconfi anza y la falta de colaboración que, lejos de producir riqueza y bienestar, genera violencia y pobreza.

Frente a estas posibles distorsiones insisto en que no hay mejor remedio que educar en la ciudadanía desde la enseñanza elemental, primaria y secundaria hasta la universitaria; que se promuevan allí valores y sus correspondientes acciones ciudadanas que, en última instancia, se resumen en un alto concepto de uno mismo y de la persona humana, así como en el hábito de servir desinteresadamente a los demás; y uso el vocablo desinteresado en el sentido de formar ciudadanos en el disfrute mismo de la acción –por supuesto, ciudadana– y de ejercer el poder para cambiar el mundo.

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Las acciones ciudadanas se resumen en un alto concepto de uno mismo y de la persona humana, así como en el hábito de servir desinteresadamente a los demás y a la comunidad.

Una breve conclusión

Hasta aquí, no hemos intentado ofrecer una lista sistemática de competencias para cada una de las esferas que se analizaron, sólo hemos sugerido algunas de ellas. Tampoco ofrecimos una didáctica o una pedagogía para el desarrollo de la ciudadanía. Lo que hemos tratado de presentar es un panorama sistemático de las acciones ciudadanas posibles y necesarias, enfatizando su pertinencia y sus alcances. Creemos que con ello es posible establecer con claridad las competencias ciudadanas más adecuadas a los niveles educativos que enseñamos. Y una vez establecidas éstas, esperamos que incidan en la creación

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Actividad cívica para mejorar la escuela. No hay mejor remedio que educar en la ciudadanía desde la enseñanza elemental.

de los mejores métodos educativos para desarrollarlas. Si bien Adela Cortina ha dicho que el Estado benefactor creó una ciudadanía criticona pero no crítica, nosotros agregamos que también es contestataria y exigente, pero no proactiva ni constructiva; al fi n y al cabo, el providencialismo ha sido el resultado de un coloniaje poco creativo en Latinoamérica. Contra esto debemos luchar.

Lo anterior parece una tarea de titanes; lo es. Jorge Luis Borges expresó en un congreso, y a pesar del nihilismo que comparte con Schopenhauer:

Es indispensable poseer un remedio a ese mal de la disparidad en la distribución de la riqueza y de la pobreza y por ello es de la más grande importancia para todos los que estamos aquí, que creamos en la posibilidad de crear futuro. Será tal vez una ilusión como creer en el libre arbitrio. Pero para continuar viviendo, debemos creer en el libre arbitrio, y debemos elaborar programas para un futuro sin duda incierto y a propósito del cual lo único que sabemos es que no se parecerá a nuestros sueños. Mientras tanto, hacemos todo como si fuéramos inmortales, en función del devenir. Pienso que puedo morir en cualquier momento; sin embargo, vivo pensando, aun si es una ilusión, que soy inmortal, y es tal vez la única manera en la que conviene vivir. Conviene vivir en el futuro, conviene vivir generosamente, proyectando nuestros sueños en el futuro, hacia un devenir mejor que este presente para nosotros muy triste (…) somos parte del anima mundi que sueña en el porvenir. El porvenir no es tal vez más que un acto de fe (…) personalmente no sé si tengo la fe, pero puedo dar aquello que no tengo a otros. (La traducción es mía.)10

La competencia básica de la ciudadanía, después de todo, se reduce a una; la compasión

10 Jorge Luis Borges, “La deuxième renaissance et le ragnarokkr”, D’où vient l’Orient? Où va l’Occident?, Belfond (documentos del congreso de Tokio “El segundo renacimiento”), París, 1984.

ontológica: el reconocimiento de que “todo otro” es un ser necesitado. Entonces puede surgir allí el amor como fuente de socialidad. Si bien la competencia es esencial en el mundo de la mercadotecnia y los deportes, no lo es en el campo social, y así lo resume el famoso biólogo Humberto Maturana:

Todo sistema social humano se funda en el amor, en cualquiera de sus formas, que une a sus miembros, y el amor es la apertura de un espacio de existencia para el otro como ser humano junto a uno. Si no hay amor, no hay socialización genuina y los seres humanos se separan… la conducta social está fundada en la cooperación, no en la competencia. La competencia es constitutivamente antisocial porque como fenómeno consiste en la negación del otro. No existe la “sana competencia” porque la negación del otro implica la negación de sí mismo al pretender que se valida lo que se niega. La competencia es contraria a la seriedad en la acción, pues el que compite no vive en lo que hace, se enajena en la negación del otro”.11

11 Humberto R. Maturana, La realidad, ¿objetiva o construida?,

Anthropos, México, 1995, p. 16.

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