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Periplo, ‘viaje redondo
sentidos
Y SIGNIFICADOS
Periplo, ‘ VIAJE REDONDO ’ UN PERIPLO lingüístico
Arrigo Coen Anitúa (†)
www.fl ickr.com Aunque no con frecuencia, llega a suceder que el español reciba la misma voz, por conductos lingüísticos diferentes y, a la postre, los términos resultantes, irreconocibles entre sí, enriquezcan el caudal del léxico en sus nuevas acepciones campantes por méritos propios, legítimamente conquistados en la lucha por la sobrevivencia semántica, esto es, por el logro de una signifi cación defi nida e inalienable. En las correspondencias de una lengua a otra, los sonidos sufren cambios, algunos de ellos curiosísimos. Por ejemplo, ch en sánscrito da a menudo t en griego y q en latín; y la p sánscrita, sin cambiar en griego, corresponde en latín al fonema velar q. Así, ‘cuatro’, chatur en sánscrito, es téttares en griego y quattuor en latín, y ‘cinco’, pañcha, da, respectivamente pénte, Ilustración del libro Opera dell’arte del cucinare, y quinque. Nada de extraño tiene, pues, que la raíz del chef italiano Bartolomeo Scappi, 1570. sánscrita de ‘cocinar’, pach corresponda al griego pep y al latín coq, y con su mismo valor. La culinaria o coquinaria –del adjetivo latino homógrafo, sobreentendido ars– y la gastronomía siempre han ido de bracero, del comedor a la cocina, o viceversa, pues se completan una y otra. Las diversas técnicas de la primera: afaisanados, sahumerios, escabeches, salsas, prensados, encurtidos, rebozos, frituras, horneados, cochuras o cocidos, dobles cocidos –bizcochos–, asados, sancochos y demás, son otras tantas artes al servicio del buen comer. De ahí que se haya conservado, en el lenguaje científi co, la raíz griega de cocinar, pep, para designar la función gástrica por excelencia, la ‘digestión estomacal’, la peptación se podría decir, y llamamos eupéptico al ‘aperitivo’, peptagogo a un ‘normalizador de la digestión’, al ‘trastorno de ésta’, dispepsia y pepsinas a los ‘jugos estomacales’, como que son ‘cocineros’ interiores que dan el tratamiento adecuado a los alimentos, para hacerlos útiles al organismo.
En cuanto a la raíz latina, coq, que da cocinar, cocina, coca, bizcocho y demás derivados y biderivados, volvemos a hallarla en el inglés cook; en danés, kok y koge; en alemán, Koch y kochen, en sueco, kock y koka; en italiano, cuoco, cuocere, cucinare; en francés, cuire; provenzal, cozer, coire; portugués, coziahar; etc. Todos derivados del latín coquus, ‘cocinero’, o coquere, ‘cocer’, ‘cocinar’.
En cocina todo tiene su ‘punto’. Lo que ‘madura antes de tiempo’ es lo prematuro, y en la gran cocina de la naturaleza lo que se ‘cuece prematuramente’ es lo precoz, ‘pre cocido’, del latín prae-, ‘antes’, y coquus, coctus, ‘cocido’, ‘cocho’.
Esta palabra, precoz, tomó un curioso camino, y he aquí que nos llega por otra parte en el nombre de un sabroso fruto.
El plural neutro de praecoquus, praecoquia, pasó al griego prekókkia, berikokkia, en Dioscórides praikókia, cuyo singular, praikókion (llevado por los griegos a Siria), dio el árabe barquqque; con el artículo defi nido al fue más tarde albarquq, ni más ni menos que el exquisito ‘albaricoque’, antes albarcoque y albercoque; albicocca, en italiano, en portugués albricoque y en francés abricot; y en las formas germánicas: alemán Aprikose, sueco aprikos, danés abrikos, neerlandés abrikoos e inglés apricot.
La p que aparece en algunas de las formas anteriores se debe a una imaginaria relación con el latín apricus, ‘lugar soleado’. Al menos así trata de explicarla el lexicógrafo inglés Juan Minsheu en su Guía de las Lenguas, publicada en 1617, y en la que se lee: “q (uasi) in aprico coctus”, ‘casi madurado al sol’. Ésta no pasa de ser una fantasía popular. Dudo que haya hoy lingüista que no vea la simple trasliteración de la bilabial p, sorda, por su correspondiente sonora, la b, debida al infl ujo del árabe.
Cátate cómo, dando ese rodeo grecoárabe, volvió a nosotros el adjetivo precoz, convertido en albaricoque, dulce fruto del Prunus armeniaca, ‘ciruela de Armenia’, muy parecido al chabacano que se cultiva en México.
También el nombre específi co, armeniaca, se debe a una falsa creencia: la de que era nativo de Armenia; hoy se sabe que es originario de China y que, asimismo, crece, sin cultivo, en los Himalaya y en las provincias noroccidentales de la India, donde se le llama khubani.
Los persas, posiblemente por la ‘pelusilla’ que lo recubre, lo llamaron mishmish, nombre que en lenguaje vernáculo también le dan los árabes, junto con el alótropo mushmush.
Europa no conoció los albaricoques antes del siglo XVI, cuando un jardinero Albaricoque, de Enrique VII los llevó a Inglaterra. Prunus armeniaca.