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Aprendamos a ver cine II

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Hazlos coincidir

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DE CÓMO LA MAGIA SE INSTALÓ EN EL CINE

Luis Ignacio de la Peña

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Famosa escena de la película de Famosa escena de la película de G. Méliès Viaje a la Luna.G. Méliès Viaje a la Luna.

La “magia del cine” es una frase convertida en uno más de los La

lugares comunes ampliamente socorridos, usada una y otra vez en lug forma gratuita, como suele ocurrir con todos los lugares comunes, fo que no son otra cosa que parches que tratan de llenar algo para q lo que no hallamos (aunque sea sólo en ese instante) una forma lo de expresión más precisa y sustanciosa. Pero, llegado el momento, d incluso los lugares comunes pueden ser certeros, y en el caso de in

Georges Méliès hablar de la “magia del cine” equivale a enunciar Ge una idea absolutamente precisa y sin vueltas del trabajo de este piouna nero de la realización ( nero realización en el más amplio y estricto sentido de la palabra) cinematográfi ca. la palab

méliès nació en París en 1861. Durante su estancia en Inglaterra para invitados a la presentación de un invento: el cinematógrafo de los hermanos Lumière. Méaprender inglés, se convirtió en visitante asiduo liès quedó fascinado con la máquina y quiso del Egyptian Hall, un teatro en el que se pren- comprarla de inmediato. Por alguna razón, los dó del ilusionismo. De vuelta en París, se vio inventores se negaron, pero Méliès, que no se obligado participar en el negocio familiar de fa- dejaba vencer tan fácilmente cuando se le metía bricación de calzado. Sin embargo, su vocación algo en la cabeza, consiguió su propia cámara era otra y cuando su padre se retiró, Méliès y al año siguiente empezó a hacer sus primeros también lo hizo y compró el teatro Robert Hou- experimentos con el novedoso medio de exdin, donde se dedicó a montar espectáculos, presión. además de trabajar como reportero y dibujante Estos primeros intentos no pretendían más en el periódico La Griffe. En 1895 fue uno de los que poner en película algunos de los espectácu-

los montados en su teatro. Poco a poco fue descubriendo que el cine le ofrecía posibilidades que iban mucho más allá: disolvencias, fi lmación detenida para cambiar detalles o provocar apariciones y desapariciones, sobreimpresiones. Así, tenemos cortos (en los que Méliès hace prácticamente todo, desde la puesta en escena hasta la actuación, dirección y aplicación de aspectos técnicos) donde, por ejemplo, el mago dibuja varias veces un rostro en un pizarrón y en seguida vemos que su rostro cambia para convertirse en lo que había dibujado o, provocando un asombro que no ha menguado luego de un siglo, atestiguar que su cabeza se infl a como si fuera un globo o presenciar al mismo hombre ejecutando todos los instrumentos de una orquesta simultáneamente. Uno de sus trucos más frecuentes consistía en hacer que imágenes pintadas cobraran vida: naipes y decoraciones de abanicos se animaban con personajes de carne y hueso, cuyo vestuario además cambiaba en un parpadeo. Y no se conformó con un solo escenario, pues en uno de sus cortos lo que se anima es un cartel publicitario con varios cuadros, y cada uno de ellos da cabida a una situación diferente.

Bien pronto, hacia 1899, Méliès percibió que no necesariamente había que conformarse con una sola escena, sino que era posible encadenar varias para contar una historia. Con tramoya más bien propia del teatro, se embarcó en la tarea de contarnos con imágenes cuentos tradicionales como la Cenicienta o Barba Azul. Pero el encadenamiento de imágenes y su gusto por los efectos especiales fructifi có en 1902 con Viaje a la Luna, su creación más celebrada y conocida, una descabellada y al mismo tiempo ingenua adaptación de la obra de Julio Verne. De esa película proviene la imagen que con más frecuencia se asocia a Méliès: la de la Luna, con una cara humana, a la que se le ha clavado en un ojo la bala

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Georges Méliès.

de cañón en la que se transportan los viajeros. Fue también un éxito plagiado en numerosas ocasiones.

Ya muy consciente de sus recursos, explotó sus hallazgos en películas mucho más largas, como Viaje a través de lo imposible, de 1904, o Eclipse de Sol y Luna llena, de 1907. En la primera vemos la travesía de un grupo de expertos en geografía hacia el Sol. Emplean una serie de vehículos fantásticos: un auto que termina estrellándose, un tren con globos que se eleva hasta el Sol, una cámara frigorífi ca, un submarino que se desprende del Sol y cae al océano. Todo es un prodigio de maquetas y animaciones con modelos de cartón, y no sólo eso: su duración es de veinte minutos (cinco era el promedio en esa época) y la película está coloreada a mano. La segunda nos cuenta las aventuras de un profesor de astronomía que observa con sus alumnos

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Entrada de Viaje a la Luna, de Méliès.

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Escena de Viaje a la Luna que muestra la ceremonia de lanzamiento de la nave, que parece una gran bala.

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Escena de Viaje a la Luna en la que salen de la nave los viajeros.

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En esta secuencia de Viaje a la Luna se muestra a los viajeron durmiendo entre una serie de imágenes oníricas.

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Escena de Viaje a través de lo imposible, de 1904.

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Escena de Viaje a través de lo imposible. La película está coloreada a mano.

el coqueteo del Sol y la Luna que da como resultado un eclipse; pero no se queda ahí, sino que hay todo un interesante desfi le estelar en que los astros asumen cualidades antropomórfi cas y ejecutan una especie de coreografía. La imaginación desatada en ambos casos realmente no se parece a nada de lo que se hacía en esos años.

Resumiendo, las aportaciones de Méliès al naciente arte del cine no son nada desdeñables. Cuando todos echaban a funcionar la cámara para que registrara de la manera más fi el posible lo que estaba enfrente, nuestro pionero iba descubriendo cómo aplicar efectos especiales, prácticamente impensables en ese momento. Mientras los demás fi lmaban una sola escena y sanseacabó, el mago francés vio la manera de encadenar varias escenas para contarnos ya no una anécdota aislada, sino una historia hecha y derecha. En el momento en el que todos se conformaban con cinco minutos, Méliès fue cinco veces más lejos, no siempre, claro, pero varias veces lo hizo. ¿Limitaciones? Por supuesto, si bien pensó que el encadenamiento de varias escenas podría redundar en una mejor historia, no le pasó por la mente que en una misma escena podrían usarse varios encuadres (eso sería mérito de D. W. Griffi th, algunos años más tarde). ¿Virtudes? Ante todo, el gusto por la experimentación y la imaginación desatada a cualquier costo.

A lo largo de su carrera como autor de cine, Méliès realizó unas quinientas películas, muchas de ellas perdidas. Su sentido comercial no siempre fue acertado y, cuando los otros astutamente alquilaban sus productos, Méliès los vendía. Tuvo que asociarse con Pathé y se fue endeudando, al grado de tener que desprenderse de prácticamente todo. Incluso mandó quemar algunos de sus negativos por no contar con un lugar para almacenarlos, y otros se utilizaron

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Escenas de Eclipse de Sol y Luna llena, de 1907.

durante la Primera Guerra Mundial como tacones para el calzado de los soldados. Ante la quiebra de sus negocios, sobrevivió atendiendo un puesto de golosinas y juguetes en la estación Montparnasse, propiedad de su segunda esposa.

A principios de la década de 1930 fue redescubierto y revalorado, sobre todo por el grupo surrealista. Méliès y su mujer pudieron acogerse a la casa de jubilados de Chateau d’Orly. En 1931 recibió la Legión de Honor y en 1938, poco antes de su muerte, una parte de sus películas fueron recuperadas y restauradas. En el Festival de Sitges (o Festival Internacional de Cine Fantástico de Cataluña) se otorga cada año el premio Méliès de Oro a la mejor película fantástica.

Los premios Méliès

Puesto que Méliès es uno los pioneros del cine que ha ganado un merecidísimo reconocimiento internacional, su nombre se ha tomado para nombrar diversos concursos y premios, sobre todo de cortometrajes. De entre todos esos galardones, dos son de primera importancia.

El primero se instituyó en 1946 para premiar a la mejor película o coproducción francesa del año. Prácticamente todos los grandes cineastas de Francia lo han recibido: Robert Bresson, Jacques Tati, Alain Resnais, François Truffaut, Jean-Luc Godard, René Allio, Jacques Demy, Eric Romher, Louis Malle, Agnès Varda… En la lista de ganadores hay cuatro extranjeros que hicieron parte su carrera en Francia: Jules Dassin, Orson Welles, Luis Buñuel y Kzrisztof Kieslowski. Casi todas las películas que lo han recibido son recomendables.

El segundo se otorga en España, en la ciudad catalana de Sitges, donde todos los años, desde 1968, se lleva a cabo un Festival Internacional de Cine Fantástico. Entre los premios que se entregan están el Méliès de Plata y el Méliès de Oro, concedidos a partir de 1995 a las mejores películas europeas de género fantástico de corto y largo metraje. En 2008 recibió el Méliès de Oro Déjame entrar, una estupenda película sueca de Tomas Alfredson que da nueva vida al tema de los vampiros (tan maltratado ahora con las películas para adolescentes que son en la actualidad sólo éxito de taquilla). Otra películas premiadas fueron Haute tension (en México se llamó El despertar del miedo), de Alexander Aja, en 2003, y Tren de sombras, de José Luis Guerín, en 1997. Déjame entrar, ganadora del Méliès de Oro en 2008.

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