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Cultura científi ca
certidumbres
E INCERTIDUMBRES
Cultura CIENTÍFICA
María Jesús Arbiza
Las personas tienen un interés latente por la ciencia y la tecnología, sobre todo en esta época donde los avances en ambas son vertiginosos y sus productos son casi omnipresentes en nuestra vida cotidiana. Sin embargo, se ha visto que, en general, la cultura científi ca de la población se encuentra en niveles muy bajos, lo que impide a mucha gente desarrollar una posición crítica frente a situaciones que se presentan todos los días; y, lo que es más grave, permite a medios irresponsables que, con intereses cuyo análisis escapa a la intención de este artículo, bombardean todo el tiempo con información tendenciosa e incluso científi camente falsa.1
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Carl Sagan (1934-1996).
para que la cultura en ciencia llegue a toda la población, el primer paso es baAdemás del estímulo que se dé en el hogar –el trabajo de los padres junto a los hijos, sobre jarla del pedestal y ponerla al alcance de todo de los pequeños, es condición sine qua non todos, y la escuela desempeña, en este sentido, para que la semilla prenda–, la labor de los maesun papel protagónico. tros es fundamental. Sin embargo, para que esto
Lo ideal es que el desarrollo de la cultura sea posible, los docentes de los estadios educientífi ca no inicie en el adulto. Por el contrario, cativos básicos deben contar con una adecuada se ha visto que es importante que ésta comience formación sobre ciencia y tecnología y actualidesde que los niños son pequeños, y sobre todo zarse periódicamente. que desde ese momento se estimule el deseo de Por desgracia, una parte importante de los conocer y comprender el mundo que nos rodea. alumnos que terminan el bachillerato sienten cierta –o gran– aversión hacia las materias científi cas. Es fácil observar este fenómeno teniendo en cuenta que la mayoría de ellos eligen para sus estudios superiores áreas no vinculadas a
1 Recomendamos ampliamente la lectura de libro de Carl Sagan,
El mundo y sus demonios: La ciencia como una luz en la oscuridad, 5a. ed., Planeta, México, 2005.
las ciencias. Los jóvenes que se deciden por estudios magisteriales no escapan a esta situación, y gran parte de ellos considera que los pocos cursos de formación científi ca que se imparten en sus currículos son un mal necesario, y dedican poco tiempo a los temas científi cos y a prepararse sobre cómo pueden trabajarse en el aula, con los alumnos. Esta situación se agrava si consideramos que son escasos los cursos de actualización que toman los maestros de los niveles preescolar y primaria en estos temas. Por esta razón, entre otros apoyos, es indispensable que en las escuelas existan obras de divulgación (como libros y revistas) que fomenten la cultura científi ca entre los docentes, y éstas deben valorarse tanto como las literarias.
En cuanto a los niveles siguientes de enseñanza –secundaria y en especial bachillerato–, es muy frecuente encontrar en las aulas a científi cos convertidos en pedagogos, que conocen su materia, pero que la sociedad ha estigmatizado como investigadores fracasados, imagen que llega a sus propios alumnos y agrava el escenario sobre la enseñanza-aprendizaje de las materias científi cas.
En general, en la escuela preescolar y primaria, que es la de nuestro interés en este momento, los maestros trabajan con los niños exclusivamente las actividades propuestas por los libros de texto y siguen al pie de la letra las instrucciones. Rara vez van más allá, e incluso rara vez exploran qué han comprendido y aprendido los niños a cabalidad. Las evaluaciones –si las hay– se remiten a ver si los alumnos dan, a ciertas preguntas, las respuestas que proporciona el libro que se utiliza; pero no se indaga si lo que el niño dijo o escribió –si ya es capaz de hacerlo– representa de veras una comprensión del fenómeno natural que se está tratando.
Muchas veces esto se debe a un problema de tiempo. La lengua y las matemáticas, como materias básicas, ocupan mucho de éste –y existen razones válidas para ello. Pero sugerimos a los maestros entretejer en la enseñanza de estas disciplinas, y en el tiempo dedicado a ellas, la de las ciencias naturales. En un lenguaje sumamente trivial, podemos decir que el docente, haciendo esto, mata dos pájaros de un tiro. Español y matemáticas son entonces los lenguajes que, a la vez que el niño los desarrolla, le sirven para obtener una explicación del mundo material en el que vive, y así se puede trabajar con química, física y biología al tiempo que se aprenden las letras y los números.
La misión del maestro consiste no sólo en transmitir los conocimientos fundamentales, sino también en despertar en los niños una auténtica curiosidad científi ca. Es importante que los profesores de primaria acerquen a sus alumnos el trabajo de los científi cos y que les permitan usar la manipulación para resolver problemas a fi n de que ellos mismos descubran los secretos de la ciencia.
Casi todos los científi cos tienen en común el haber manifestado desde muy pequeños interés en el área. Se ha visto que desde los 4 o 5 años, la mayoría de ellos colecciona animales, plantas o piedras, y hacen preguntas sobre por qué suceden ciertos fenómenos, como por qué brillan las estrellas, o por qué las plantas son verdes. No debemos dejar que el interés de los niños disminuya, pues corremos el riesgo de privar a muchos de ellos de seguir desarrollándose, e incluso de llegar a ser científi cos.
Como señalamos, es importante empezar con la enseñanza de las ciencias cuando el niño es pequeño. Se ha observado que entre los 5 y los 9 años ellos se hacen gran cantidad de preguntas sobre la naturaleza y las cosas en general, pero se recomienda comenzar incluso antes de esa edad. Existen investigaciones sobre la iniciación científi ca en preescolar que señalan que los ni-
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Entre los 5 y 9 años los niños se hacen muchas preguntas sobre la naturaleza.
ños de 3 y 4 años observan con gran atención y curiosidad cosas que se caen o se deslizan sobre una pendiente, animales, la aparición de fl ores y de frutos en las plantas o cómo germina una semilla, entre infi nidad de otras cosas.
Obviamente, la enseñanza debe adaptarse a la capacidad de asimilación de los niños, y el trabajo y la investigación que los maestros propongan a alumnos de secundaria serán más complejos que aquellos en los últimos años de primaria, y éstos más que los de los primeros años y los de preescolar. En cada nivel, las explicaciones de los fenómenos a las que los niños lleguen serán más amplias y elaboradas.
Las actividades lúdicas y activas son un excelente medio para mantener el interés a medida que los niños y jóvenes conocen la realidad. Sobre todo hasta los 5 o 10 años de edad, es recomendable dejar a un lado el método científi co, muy lineal, para concentrarse en problemas abiertos. Con la expresión “dejar a un lado el método científi co” no nos referimos a “olvidarlo” sino simplemente a no hacerlo “evidente”, a explicar su importancia fuera de contexto. Los niños, poco a poco, comprenderán la importancia de ser metódicos, y entenderán que no cualquier cosa puede ser aceptada como una explicación válida. Llegarán a comprender esto mientras avanzan en el camino. El profesor debe guiar a los niños para que aprendan a observar, generalizar, formular hipótesis y luego verifi carlas por medio de la experimentación. Esta última, a su vez, puede conducir a nuevas inferencias, según el nivel de sus alumnos. Los niños, sin necesidad de que el maestro haya explicado teóricamente qué es el método, irán comprendiendo su importancia.
Las actividades “recetas”, que a menudo se proponen en los libros, y que proporcionan todo el camino a seguir a los niños, no les permiten
experimentar por ellos mismos. Es preferible darles material y preguntarles, por ejemplo, si con él pueden construir una torre muy alta, o mostrarles un pez y un cuyo y preguntarles qué diferencias y similitudes observan y qué tienen que ver con el lugar donde viven o qué pasaría si ponemos a uno en el hábitat del otro. Así, los niños darán muchas buenas respuestas científi cas y cada uno de ellos será reconocido por haber encontrado una solución por sí mismo.
Las tendencias educativas basadas en desarrollo de competencias en ciencias y tecnología señalan que los alumnos deben ser capaces de resolver problemas de diverso tipo de acuerdo con su edad y nivel educativo. Sin embargo, se puede ver que, muchas veces, en los libros de texto no se encuentran problemas a resolver sino preguntas cerradas a las que los niños deben responder en forma de recetas preestablecidas. El pedagogo, investigador y profesor de didáctica de las ciencias Marcel Thouin2 señala que esto lleva a los maestros a lo que él llama la ciencia “papel-lápiz”, o sea a las investigaciones en internet o en la biblioteca sobre temas científi cos, en la que los niños sacan información y sólo la transcriben. Las visitas a los museos de ciencias o historia natural también se convierten en transcribir información de las fi chas a los cuadernos, o que los maestros o guías les lean éstas a los niños. Nunca se les plantean otro tipo de actividades, preguntas que los motiven a enfrentar sus conocimientos previos y al deseo de investigar. Rara vez en estas “investigaciones” o visitas a museos se obtiene un conocimiento signifi cativo para los niños.
Es fundamental que los maestros cambien algunos hábitos arraigados y valoren la experimentación que permite diversos caminos para una búsqueda de respuestas.
Para ello se deben identifi car las concepciones previas de los niños y jóvenes y aprovecharlas para provocar que den un paso más allá al resolver problemas que los motiven a investigar, a meditar en las posibles soluciones. Esto permite asegurarse que ellos comprenden la experiencia y que se deshagan de conceptos erróneos. No es fácil que los niños entiendan que los seres vivos han evolucionado, o incluso que la Tierra es esférica. Si no se le plantean experiencias y problemas que los enfrenten a sus ideas previas, el riesgo es que se aferren a conocimientos erróneos.
Con materiales sencillos y creatividad se puede iniciar a los niños desde que son muy pequeños en conceptos de química, de física, de biología, de geología, etc. Las materias científi cas son quizá las más cercanas a la vivencia de los niños, y ellos están más que dispuestos a buscar explicaciones a cosas que ocurren en su vida cotidiana, como por qué tienen una carie, o por qué sale vapor cuando en su cocina burbujea una sopa o guiso, o por qué el agua se hace hielo al meterla al congelador, o por qué se quema una tortilla si se la deja sobre el comal demasiado tiempo.
Aprovechemos, entonces, todos esos “por qué” precisamente para buscar respuestas y, como maestros, no tengamos miedo de responder: “No lo sé, pero déjame investigar”. O, mejor aún, “No lo sé, ¿qué te parece si lo investigamos juntos?”
2 Marcel Thouin es un investigador canadiense, físico de formación. Se desempeña como profesor de didáctica de las ciencias en la Universidad de Montréal. Es autor, entre otras obras, de Problèmes de sciences et de technologie pour le préscolaire et le primaire, 1999; Résoudre des problèmes scientifi ques et technologiques au préscolaire et au primaire, 2007; Tester et enrichir sa culture scientifi que et technologique, 2008.