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La Tierra se puede comer a cucharadas
José Manuel Posada de la Concha
Es poco probable que haya surgido vida en la Luna si nos
atenemos a que ésta tendría que guardar semejanzas con lo que conocemos en la Tierra. Todavía más improbable es que la supuesta vida lunar hubiera evolucionado hasta formar alguna especie como la nuestra, y que un individuo al contemplar nuestro planeta desde allá escribiera un poema como el del poeta chiapaneco que dice que “se puede comer a cucharadas en dosis pequeñas y controladas”. Pero lo que sí es muy probable es que muy pronto en la Luna, luego en Marte, sea posible establecer una colonia de seres humanos que la habiten permanentemente. Alguno de estos habitantes, por qué no, poeta, dirá entonces que “la Tierra se puede comer a cucharadas”.1
quizás una de las cosas que menos inquietará a los científi cos y tecnólogos ocupados en establecer una colonia humana en nuestro satélite es el aspecto del cielo lunar; no de las consecuencias del Sol, del que sí se deben tomar previsiones muy en serio por las radiaciones dañinas, sino de cómo se verían las estrellas, los demás planetas e, incluso, la Tierra. Pero esta bóveda lunar nos sirve de pretexto ahora no para profundizar sobre la belleza de los astros que inspira a cualquier trovador, sino más bien para realizar un excelente ejercicio de lo que los matemáticos llaman “sistema de referencia”.
1 Jaime Sabines, “La Luna”, en Recuento de poemas, 3a. ed., Joaquín Mortiz, México, 1983, p. 65.
spacefl ight.nasa.gov
La Tierra vista desde el horizonte lunar. Fotografía tomada en 1969 durante la primera misión de aterrizaje lunar del programa Apolo de la NASA.
¿Cómo se ve la Tierra desde la Luna?
Desde la Tierra apreciamos que los astros salen por el oriente y se ocultan por el occidente, prácticamente, una vez por día. Lo anterior se debe, de hecho, a que la Tierra rota y no a que los astros del cielo giren a nuestro alrededor. Desde luego, quien haya escrito el siguiente pasaje bíblico no concordaba con lo anterior:
Entonces Josué habló a Jehová y dijo en presencia de los israelitas: Sol, deténte en Gabaón; y tú, Luna, en el valle de Ajalón. Y el Sol se detuvo y la Luna se paró…
Pero no nos detengamos más en asuntos que a la ciencia no le competen. Un aspecto muy interesante de la Luna es que en todo momento le da la misma cara a la Tierra. Siempre observamos al “conejo”, nunca al otro “lado”. Así, instalados sobre la Luna, la Tierra no “saldría” por ningún lado ni se ocultaría por ninguno otro. De pie, por ejemplo, en el ojo del conejo, veríamos a todas horas la Tierra en el mismo punto del cielo, sin importar la hora. La Tierra desde la Luna siempre estaría “estacionada”, inmóvil en el fi rmamento. Existe una foto memorable de la primera vez que el ser humano pisó la Luna. Al fondo se aprecia nuestro planeta. Muchas publicaciones colocaron al
pie de la imagen textos del siguiente estilo: “Esta foto tomada por Armstrong revela el bello espectáculo de la salida de nuestro planeta por el horizonte lunar”. El error es evidente pues la Tierra no se encuentra saliendo, está inmóvil en el cielo.
Debido a que la Tierra rota en 24 horas, desde la Luna veríamos pasar todos los puntos de su superfi cie durante un día completo, como ocurre a si alguien frente a nosotros gira: primero le vemos el rostro, después el brazo izquierdo, luego la espalda. En el caso de la Tierra, primero apreciaríamos América, después el Océano Pacífi co, seguido de Japón y Asia; al fi nal África y Europa para posteriormente repetir otra vez el ciclo. La Tierra no le da siempre la misma cara a la Luna, como sí sucede al revés.
Desde ahora quisiera contribuir con un invento para los futuros habitantes lunares: un reloj basando en la parte observable de la Tierra. Un habitante, al asomarse al cielo lunar y apreciar nuestro planeta, diría que son las 12 del día si ve Inglaterra, por ejemplo. Si aprecia México, serían las 7 p.m.; si aprecia Japón, las 2 a.m. Al notar nuevamente Inglaterra, una vuelta completa, serían las 12 de día siguiente.
Luna
Un reloj lunar se podría basar en la parte observable de la Tierra; por ejemplo, establecer que serían las 12 del día al ver que aparece Inglaterra.
Un eclipse de Tierra podría verse como se simula en esta imagen.
La sombra de la Tierra es muy grande comparada con la sombra de la Luna debido a la diferencia de tamaño de los astros. Por eso, cuando la sombra de la Luna cae sobre la Tierra, sólo lo hace en una franja estrecha. En cambio, en la Luna, casi siempre la sombra de la Tierra la cubre toda. Allá, un eclipse solar se apreciaría en todos lados y no sólo en algunos lugares. Esto traería sus ventajas a los cazadores de eclipses. Aquí en México, el más famoso es el ingeniero José de la Herrán, que ha viajado a todas partes del mundo para apreciar eclipses solares. Hace unos ocho años le escuché decir que ya no iría a observar uno a África, pues ya temía por su salud debido a la malaria y cosas similares. Allá, en la Luna, el ingeniero de la Herrán vería todos los eclipses solares desde la comodidad de su jardín, sin perderse uno solo.
Muchas veces he cambiado de residencia, pero sinceramente, no creo tener nunca la oportunidad de irme a vivir a la Luna y observar desde allá el cielo, que sin duda, sería un espectáculo maravilloso no sólo por lo ya descrito, sino por muchos otros factores más, como tener días que duren 14 días terrestres o por las fases de Tierra, similares a las lunares (allá, desde luego, los calendarios dirían “Tierra Llena” y “Tierra Nueva”). Pero bueno, alguien que sí habitará la Luna, muy probablemente dentro de los próximos 25 años, con seguridad en las noches cantará a sus hijos para arrullarlos: Cuando la Tierra se pone re grandota, como una pelotota y alumbra el callejón…