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Aprendamos a ver cine XX

Y ARTESANOS

UN GÉNERO (CASI) PROPIO DEL CINE

Luis Ignacio de la Peña

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Una de las primeras películas hecha y derecha de la his-

toria del cine fue El gran robo al tren (The great train robbery, 1903). Con ella se inicia también el desarrollo de un género de fi cción que se explotó abundantemente en el cine: el western.1 Durante años dicho género proporcionó el marco y el ambiente para hacer lo mismo chorizos de aventuras de mala, incluso malísima, calidad que verdaderos himnos épicos en los que se ensalza la entereza, la amistad, la solidaridad y la lealtad, lo mismo visiones racistas y machistas que confl ictos psicológicos bien planteados y resueltos o alegatos desmitifi cadores de una historia que guarda mucho más de un prietito en el arroz.

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os primeros westerns tendían más a dar rienda suelta a aventuras, enredos y ciertos toques de comedia. No pretendían otra cosa que entretenimiento fácil, rápido y olvidable, pero espectacular en la medida de lo posible. Empezaron a surgir los primeros héroes del género: Tom Mix, Buck Jones, Tim McCoy. Estos personajes estaban caracterizados por algo que siempre los distinguía, ya fuera el sombrero, el

1 La palabra western, si bien es un anglicismo para designar el género y las películas que tratan del viejo Oeste estadounidense, está aceptada en español y aparece en el diccionario de la Real

Academia Española. chaleco o el caballo. Eran los vaqueros guapos, siempre recién afeitados y de vestimenta impecable que se enfrentaban a los villanos malencarados, sucios y desaliñados para salvar a última hora (o a la hora precisa, si gustan) a la muchacha en peligro. En la canción “Dos horas de balazos”, con su característico gusto por la parodia, Chava Flores se pitorrea bien y bonito de esas cintas que en su momento gozaron de una enorme popularidad.

Pero también en la época silente apareció otro tipo de western (incluso antes que los mencionados). Tomemos por ejemplo a William S. Hart, actor, guionista, productor y a veces direc-

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Escena y cartel de Tumbleweeds, actuada y producida por William S. Hart en 1925,

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tor fascinado por todo lo relacionado con el Viejo Oeste, quien conoció personalmente a Waytt Earp. No le bastaba a este hombre con que sus películas se restringieran a una serie de aventuras, visitas al saloon, corretizas a lomo de caballo y balazos a diestra y siniestra. Le importaba el dato histórico adecuado, el uso preciso de la vestimenta de acuerdo con regiones y épocas, el desarrollo de una trama con más fondo y miga. En su considerable número de películas realizadas, no se limitó a representar “héroes”, también asumió papeles de villano y, en especial, a ese personaje típico del género que está fuera de la ley pero es un hombre justo a carta cabal. Su última película, Tumbleweeds (1925, en algunos lugares llamada El hijo de la pradera), en la que se narra una competencia por adjudicarse terrenos para colonizar, es un buen ejemplo de la idea que Hart tenía del western. Muestra el momento justo en el que la historia iba cambiar a favor de la sedentarización, con secuencias fi nales de carrera y persecución memorables.

Cuando llegaron las películas habladas, el western languideció. En la década de 1930 no hubo interés por el género. Casi hubiera podido pensarse que desaparecería, de no ser por la tozudez de un veterano que insistió en que le produjeran una película que, luego de varios intentos en diversas productoras y estudios, fi nalmente se realizaría y exhibiría en 1939. Ese veterano, que ya ha había demostrado en la época muda su solvencia con el género, lo mismo que su habilidad para abordar otros ambientes y temas en lo que iba de cine hablado, era ni más ni menos que John Ford; la película, La diligencia. El éxito de esta cinta, tanto en el aspecto artístico como en el de público, le agenció un buen número de premios y abrió las puertas para un renacimiento del western con algo que no merece otra califi cación que obra maestra. Marcó

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La diligencia marcó el lanzamiento del actor John Wayne.

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Escena de La diligencia, con los actores George Bancroft, John Wayne y Louise Platt.

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Gary Cooper, Randolph Scott y Clint Eastwood. también el lanzamiento al estrellato de un actor que se convertiría en el rostro del género por antonomasia: Marion Mitchell Morrison, conocido en las pantallas con el nombre de John Wayne. Al margen y de paso, mencionemos los nombres de otros actores (varones, por la testosterona que suele resumar en el western, aunque para desmentirlo esté, por ejemplo, Mujer pasional) que han contribuido a darle rostro a las películas de vaqueros: Gary Cooper, Randolph Scott , Clint Eastwood.

En la década de 1940 el western volvió a mostrar una vitalidad que le duraría al menos unas tres décadas más. Y esa vitalidad llegó a su máxima expresión en la década de 1950, años en los que se fi lmó la mayor cantidad de westerns en la historia del cine. Desde luego, ya se dijo, hubo de todo, de vaqueros elegantes y bien aliñados, inverosímiles pero, por supuesto, héroes sin tacha y a veces para colmo también cantarines, como Roy Rogers, Hopalong Cassidy (personaje interpretado por el actor William Boyd), Gene Autry y el Llanero Solitario, pero también una revisión de las circunstancias que rodearon la colonización de las nuevas tierras, retratos de personajes históricos (los hermanos James, Waytt Earp, Billie the Kid, Doc Holliday) y los ambientes donde se movieron, refl exiones sobre la justicia y la injusticia, el destino, la voluntad, reivindicaciones de los indios, etc. No en balde, Jorge Luis Borges solía referirse a las películas de vaqueros como la forma moderna de la épica.

La vitalidad del western era tal que su infl uencia llegó a todo el mundo. Con el tiempo tuvimos películas de vaqueros mexicanas, que iban de copias en versión paupérrima de patrones establecidos y sin pierde, digamos los “caballitos” protagonizados por Gastón Santos entre las décadas de 1950 y 1960, a resultados por demás insólitos, como El Topo (1970) de Alejandro Jodorowsky. Los italianos también hicieron su

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Gastón Santos, rejoneador y actor de películas mexicanas de vaqueros.

Carteles de algunas de las películas de vaqueros que lmó Gastón Santos.

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El Topo, dirigida, escrita y protagonizada por el actor y director de cine Alejandro Jodorowsky.

Caracterizada por sus extraños acontecimientos y personajes, la película trata la incesante búsqueda de “el Topo” por encontrar el sentido de su vida.

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lucha con el llamado “spaghetti western”, que en buena medida dio un nuevo giro a la manera de hacer y percibir el género, aunque gran parte fue paja violenta, desaforada y estridente de la que sobresalen (con mucho) las películas de Sergio Leone.

Es curiosa la interacción que se estableció entre los westerns y las películas de samuráis. Seguramente el japonés Akira Kurosawa era afi cionado al género. Algunas de sus cintas en buena medida refl ejan la asimilación de esas películas, y en lugar de pistoleros tenemos espadachines de habilidad extrema, hablar parco e ingenio maquiavélico, sin olvidar un agudísimo sentido del honor, aunque a veces éste dé la impresión de ser un tanto laxo. Títulos de sus obras sacados al azar dan fe de ello: Los siete samuráis (1954), La fortaleza escondida (1958), Yojimbo (1961), Sanjuro (1962), Kagemusha (1980). A la vez que asimilaban el western, proyectaron de regreso la infl uencia, y así tenemos que mientras Los siete samuráis se transformó en Siete hombres y un destino (The magnifi cent seven, 1960) de John Sturges, Yojimbo pasó a ser Por un puñado de dólares (Per un pugno di dollari, 1964) de Sergio Leone, película esta última en la que hace su primer estelar en el cine Clint Eastwood y que suscitó una demanda legal por parte de los japoneses, quienes no consideraron ni mencionaron que su trama se parece mucho a la de la novela de Dashiel Hammett Cosecha roja (Red harvest, 1929).

Para la década de 1960, además del nacimiento de la veta italiana, hay que hacer notar la presencia cada vez más constante de un subgénero llamado “western crepuscular”, que se caracteriza por la desmitifi cación de personajes y situaciones y la ubicación histórica en el momento en que el Oeste va dejando de ser “salvaje” y la civilización empieza a apropiarse de los nuevos territorios. Mencionemos sólo tres títulos destacados, dos de Sam Pekinpah, uno de Arthur Escenas de Los siete samuráis, de Akira Kurosawa, 1954.

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Penn: Pistoleros al atardecer (1962), La balada del desierto (1970) y Pequeño gran hombre (1970). Esto refl ejaba el estado de conciencia que en esa época privaba en Estados Unidos (lucha por los derechos civiles, guerra de Vietnam). También es la primera muestra de declive del género, que entre otras cosas iba a transformarse en comedia musical con La leyenda de la ciudad sin nombre (Paint your wagon, 1969), de Joshua Logan, o en caricatura desmedida, procaz y desmandada con Locura en el oeste (Blazzing saddles, 1974), de Mel Brooks.

En las últimas décadas del siglo pasado y en lo que va del presente, los gustos mayoritarios al parecer ya no se inclinaban a favor del western. Sin embargo, lejos estaba, o mejor todavía, está, de haber muerto. El género suele levantar cabeza de tiempo en tiempo y acostumbra hacerlo de tal forma que no pasa inadvertido para quien gusta de ver buen cine. Y si no, que lo digan películas como Los imperdonables (Unforgiven, 1992), de Clint Eastwood, Appaloosa (ídem., 2008) de Ed Harris o Temple de acero (True grit, 2010), remake realizado por los hermanos Ethan y Joel Coen y que (aun sin ser lo mejor de sus autores) supera con ventaja a la versión realizada en 1969.

A los espectadores y afi cionados sólo nos queda estar pendientes del próximo duelo y ver cuál de los dos contendientes desenfunda más rápido… (Por mi parte, casi apuesto que no será el sheriff).

Títulos imprescindibles

Algunos títulos imprescindibles (desde mi punto de vista, conste):

• De John Ford: La diligencia (Stagecoach, 1939), La pasión de los fuertes (My Darling Clementine, 1946), La legión invencible (She wore a yellow ribbon, 1949), Río Grande (ídem., 1950), Más corazón que odio (The searchers, 1956), El hombre que mató a Liberty Valance (The man who shot Liberty Balance, 1962), El otoño cheyenne (Cheyenne autumn, 1964).

• De Howard Hawks: Río Rojo (Red River, 1948), Río Bravo (ídem., 1959), película que el director habría de volver a hacer en dos ocasiones más con los títulos de El Dorado (ídem., 1967) y Río Lobo (ídem., 1970), con John Wayne en el papel protagónico de las tres.

• De William A. Wellman: Incidente en Ox

Bow (The Ox Bow Incident, 1943).

• De Fritz Lang: La venganza de Frank James (The return of Frank James, 1940), Rancho

Notorius (ídem., 1952).

• De Robert Aldrich: Apache (ídem., 1954),

Veracruz (Vera Cruz, 1954).

• De Raoul Walsh: Murieron con las botas puestas (They die with their boots on, 1941).

• De Fred Zinnemann: A la hora señalada (High noon, 1952).

• De Anthony Mann: Winchester 73 (ídem., 1950), Cazador de forajidos (The thin star, 1957).

• De Delmer Daves: La fl echa rota (Broken arrow, 1950), El tren de las 3:10 (3:10 to

Yuma, 1957).

• De Georges Stevens: Shane el desconocido (Shane, 1953).

• De Nicholas Ray: Mujer pasional (Johnny

Guitar, 1954).

• De Sam Peckinpah: Pistoleros al atardecer (Ride the High

Country, 1962), Sed de venganza (Major Dundee, 1965),

La pandilla salvaje (The wild bunch, 1969), La balada del desierto (Ballad of Cable Hogue, 1970), Pat Garret y Billie the Kid (Pat Garret and Billie the Kid, 1973).

• De Sergio Leone: El bueno, el malo y el feo (Il buono, il brutto, il cattivo (1966),

Érase una vez en el Oeste (Once upon a time in the West, 1968).

• De Arthur Penn: El pistolero zurdo (The left handed gun, 1958), Pequeño gran hombre (Little Big Man, 1970).

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