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Relaciones encontradas, relaciones perdidas

DEL AULA

Relaciones encontradas,

RELACIONES PERDIDAS

Diego Techeira

El presente trabajo pretende establecer un pa-

ralelismo entre dos versiones de la conquista de MéxicoTenochtitlan por parte de los españoles. La primera, la que ha imperado (léase como la que se ha mantenido como imperativa, la versión del imperio), a través de las cartas que Hernán Cortés escribió notifi cando sus experiencias al emperador Carlos V. La segunda, la de los indígenas, aún hoy en día considerada una mera curiosidad literaria y no un testimonio fi dedigno sobre la cual fundar una versión de la historia más crítica y menos autocomplaciente.

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Moctezuma viendo un cometa, que, según la leyenda, se trató de una señal que anunciaba la llegada de los españoles y el colapso del estado mexica. Códice Durán.

el trabajo de recopilación realizado por Miguel León-Portilla, Visión de los venva mucho más allá (aunque parezca que nos enfocamos en ello) del aspecto retórico. cidos, por la simple elección del subtítulo, “Re- Si bien los indígenas no conocían esta discilaciones indígenas de la Conquista”, establece, plina lingüística como la conocemos en la actuaimplícita pero no ingenuamente, el mismo para- lidad, nos es permitido apreciar, en la escritura lelismo al escoger, para los textos indígenas que de sus relaciones, muchos recursos poéticos: relatan en detalle su encuentro con la cultura la reiteración de palabras y de conceptos, la reespañola, el nominativo que Cortés otorgaba a currencia a la analogía, la imagen visual que sus cartas: “…envié a vuestra alteza muy larga sustituye a la idea: en estos textos la palabra pary particular relación…”, “…hice segunda rela- ticipa de la realidad. No sólo la representa. La ción…”, “En la relación que envié…”, etcétera. presenta, la hace palpitar.

Lo primero que llama nuestra atención es el A continuación transcribiremos algunas para contraste del lenguaje empleado, contraste que que el lector pueda apreciar esto:

Tzihuacpoca fi nge ser Motecuhzoma. Pues cuando vieron a Tzihuacpoca, dijeron: —¿Acaso ése es Motecuhzoma? Les dijeron los que andan con ellos, sus agregados, lambiscones de Tlaxcala y de Cempoala, que astuta y mañosamente los van acompañando. Les dijeron: —No es él, señores nuestros. Ese es Tzihuacpopoca: está en representación de Motecuhzoma.

Le dijeron: —¿Acaso tú eres Motecuhzoma? Dijo él: —Sí; yo soy tu servidor. Yo soy Motecuhzoma. Pero ellos le dijeron: —¡Fuera de aquí!… ¿Por qué nos engañas? ¿Quién crees que somos? Tú no nos engañarás, no te burlarás de nosotros. Tú no nos amedrentarás, no nos cegarás los ojos. Tú no nos harás mal de ojo, no nos torcerás el rostro.

Tú no nos hechizarás los ojos, no los torcerás tampoco. Tú no nos amortecerás los ojos, no nos los atrofi arás. Tú no echarás lodo a los ojos, no los llenarás de fango. Tú no eres… ¡Allá está Motecuhzoma! No se podrá ocultar, no podrá esconderse de nosotros. ¿A dónde podrá ir? ¿Será ave y volará? ¿O en la tierra pondrá su camino?

¿Acaso en lugar alguno ha de perforar un cerro para meterse en su interior?

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Cortés y sus hombres desembarcan en las cercanías del actual puerto de Veracruz. Códice Florentino.

Versión casi poética en cuanto al empleo del lenguaje. Versión mágica en el sentido emocional (o psicológico o religioso). Versión estrictamente histórica también en este sentido: la realidad no sólo implica a los hechos sino también a una humanidad que los vive; también son realidad los sentimientos, la conmoción que estos mismos hechos ocasionan al espíritu. De modo que el relato precedente es realista en su lenguaje, pues transcribe no sólo la crónica, sino que incluye las analogías, las imágenes simbólicas que esa realidad proyectaba sobre la concepción universal de los mexicas. La realidad que se transcribe no sólo se atestigua, se vive a través del relato indígena.

En el relato de Cortés, como contrapartida, el lenguaje apunta a la persuasión. El interés fundamental que se adivina en sus Cartas de relación es el de crear en el emperador Carlos V una imagen favorable de la Conquista y de su actuación personal. Es digno de atención que en la primera carta que se presenta a nuestra lectura, fechada el día 10 de julio de 1519, toda alusión a la persona de Cortés se realiza en tercera persona:

Pareciéndonos, pues, muy excelentísimos príncipes, que para la pacifi cación y concordia dentre nosotros y para nos gobernar bien, convenía poner una persona para su real servicio que estuviese en nombre de vuestras majestades en la dicha villa y en estas partes por justicia mayor y capitán y cabeza a quién todos acatásemos hasta hacer relación de ello a vuestras reales altezas para que en ello proveyese lo que más servido fuesen, y visto que a ninguna persona se podría dar mejor en dicho cargo que al dicho Fernando Cortés, porque demás de ser su persona tal cual para ello conviene, tiene muy gran celo y deseo del servicio de vuestras majestades, y asimismo por la mucha experiencia que de estas partes e islas tiene…

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Será en la segunda carta (30 de octubre de 1520) que Cortés hará referencia a la primera por él redactada como a una “muy larga y particular relación de las cosas hasta aquella sazón”, despachada hacia España el día 16 de julio de 1519.

Una preocupación evidente desde el comienzo mismo de la carta es la de desacreditar la imagen del teniente almirante Diego Velázquez, para justifi car la desobediencia de Cortés al asentarse y fundar poblaciones en Yucatán y en la Rica Villa de la Vera Cruz: “…el dicho Diego Velázquez, movido más a codicia que a otro celo, despachó luego a un su procurador a la isla Española con cierta relación…”

Y hacia el fi nal de la carta, la franca oposición al teniente almirante de la isla Fernandina adquiere tonos de intriga política, casi difamatoria: Con estos nuestros procuradores que a vuestras reales altezas enviamos, entre otras cosas que en nuestra instrucción llevan, es una, que de nuestra parte supliquen a vuestras majestades que en ninguna manera den ni hagan merced en estas partes a Diego Velázquez… …aun allende de no convenir al servicio de vuestras majestades que el dicho Diego Velázquez sea proveído de ofi cio alguno… Y siendo a todos los vecinos y moradores de esta Villa de la Vera Cruz notorio lo susodicho, se juntaron con el procurador de este Consejo y nos pidieron y requirieron por su requerimiento fi rmado de sus nombres,

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Las tropas españolas encabezadas por Hernán Cortés avanzaron hacia México-Tenochtitlan en busca de los tesoros que se encontraban en la ciudad. Códice Florentino.

que en su nombre de todos suplicásemos a vuestras majestades que no proveyesen de los dichos cargos ni de alguno de ellos al dicho Diego Velázquez, antes le mandasen tomar residencia y le quitasen el cargo que en la isla Fernandina tiene…

Estos fragmentos, que pueden parecernos un tanto ajenos al interés de nuestro trabajo, aportan una pista que nos permite realizar la lectura del texto de las cartas cortesianas en su verdadera dimensión, aquella que le otorga la naturaleza de su origen: la intención de poner a su favor el ánimo del emperador español.

Así es que podemos establecer, para las cartas escritas por Cortés a Carlos V, una función que se impone considerar a la hora de interpretar el texto. No es caprichoso ver en las cartas una distorsión de la realidad, guiada no por necesidad de echar mano de recursos retóricos o poéticos que aporten a la relación un mayor grado de realismo, sino únicamente (y el disimular esto explicaría el uso de la tercera persona en la primera de las cartas) por favorecer el interés individual del conquistador español.

…como el dicho capitán Fernando Cortés está tan inclinado al servicio de vuestra majestad y tenga voluntad de les hacer verdadera relación de lo que en la tierra hay, propuso de no pasar más adelante hasta saber el secreto de aquel río y pueblos que en la ribera de él están…

No es difícil adivinar que el secreto que más importaba descubrir al dicho capitán era el botín que pudiese alzar a su paso, pues se revela este interés como primordial también en las relaciones indígenas:

Como si fueran monos levantaban el oro, como que se sentaban en ademán de gusto, como que se les renovaba y se les iluminaba el corazón.

Cuando los españoles se hubieron instalado, luego interrogaron a Motecuhzoma tocante a los recursos y reservas de la ciudad: las insignias guerreras, los escudos; mucho le rebuscaban y mucho le requerían el oro. Van a la casa de almacenamiento de Motecuhzoma (…) como si fueran bestezuelas, unos a otros se daban palmadas: tan alegre estaba su corazón. Y cuando llegaron, cuando entraron a la estancia de los tesoros, era como si hubieran llegado al extremo. Por todas partes se metían, todo lo codiciaban para sí, estaban dominados por la avidez.

En las cartas de Cortés, esto se transmite con la sobriedad de quien da un informe burocrático, como si toda su pasión residiera en el servicio al rey:

Y luego que los vieron venir los naturales de la tierra se pusieron en manera de batalla fuera de su pueblo para los defender la entrada, y el capitán los llamó con una lengua e intérprete que llevaba y vinieron ciertos indios a los cuales hizo entender que él no venía sino a rescatar con ellos de lo que tuvieran y a tomar aguaje, y así se fue con ellos hasta un jagüey de agua que estaba junto al pueblo y allí comenzó a tomar su agua y a les decir con el dicho faraute que

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Entrada del conquistador español Hernán Cortés al valle de México en 1520, de ahí el nombre que se conserva hasta hoy: “Paso de Cortés”, mientras en la imagen inferior se ve a unos hombres dando el informe a Moctezuma. Códice Florentino.

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Entrevista de Moctezuma con Cortés ayudados por la Malinche. Lienzo de Tlaxcala.

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Página del Códice Azcatitlan donde se muestra al ejército español, con Cortés y la Maliche al frente. les dieran oro y que les darían de las presas que llevaban. Y los indios, desde que aquello vieron, como no tenían oro que les dar dijéronle que se fuesen… …me informé cómo habían llegado a un río que está treinta leguas la costa abajo después de pasada Almería, y que por rescate les había dado de comer, y que habían visto algún oro que traían los indios, aunque poco… Y para que tuviese por bien de le mandar recibir a su real servicio, que le rogaba que me diese algún oro que yo enviase a vuestra majestad…

La primera de las citas de las cartas abre otra perspectiva interesante del conquistador. Atendamos que todas las referencias a Malintzin la presentan no en su persona sino en su función:

…Y el dicho Fernando Cortés hablándole por medio de una lengua o faraute que llevaba… …entre los cuales venía un indio principal al que le habló el dicho capitán Cortés de parte de vuestras altezas con la lengua e intérprete que traía…” …y el dicho capitán les habló con la lengua y faraute que llevaba…

Tal vez la conquista más importante de Cortés, que le sirvió para abrirse paso en los territorios mesoamericanos y fue la más efi caz de todas sus armas, no se menciona en su persona sino al pasar: “…a la lengua que yo tengo, que es una india de esta tierra, que hube en Potonchán…”, y no con mucho honor, se puede apre-

ciar (imposible anticipar que sería madre de su primer hijo) sino más bien como a una esclava redituable.

Compárese a la referencia que de la misma se hace en el testimonio indígena:

Una mujer, de nosotros los de aquí, los viene acompañando, viene hablando en lengua náhuatl. Su nombre, Malintzin; su casa, Teticpac. Allá en la costa primeramente la cogieron…

Volviendo a nuestro interés por develar la construcción falaz en las cartas de Cortés, citemos un pasaje donde la contradicción se hace evidente:

Soldados españoles en batalla. Códice Florentino.

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Y después de haber andado cuatro leguas, encumbrando un cerro, dos de caballo que iban delante de mi, vieron ciertos indios con sus plumajes que acostumbran traer en las guerras, y con sus espadas y rodelas, los cuales indios como vieron los de caballo, comenzaron a huir. A la sazón llegaba yo e hice que los llamasen y que viniesen y no hubiesen miedo; y fui más allá hacia donde estaban, que serían quince indios, y ellos se juntaron y comenzaron a tirar cuchilladas y a dar voces a la otra su gente que estaba en un valle, y pelearon con nosotros de tal manera que nos mataron dos caballos e hirieron otros tres y a dos de caballo. Y en esto salió la otra gente, que serían hasta cuatro o cinco mil indios, y ya se habían llegado conmigo hasta ocho de caballo sin los otros muertos, y peleamos con ellos haciendo algunas arremetidas hasta esperar los españoles que con uno de caballo habían enviado a decir que anduviesen. Y las vueltas les hicimos algún daño en que mataríamos cincuenta o sesenta de ellos sin que daño alguno recibiésemos, puesto que peleaban con mucho denuedo y ánimo; pero como todos éramos de caballo, arremetíamos a nuestro salvo y salimos así mismo. Y desque supieron que los nuestros se acercaban, se retrajeron, porque eran pocos, y nos dejaron el campo…

Difícil es imaginar que ocho hombres de a caballo puedan dar lucha y doblegar a cinco mil indígenas en pie de guerra y mucho más difícil es suponer que habiendo sufrido éstos “cincuenta o sesenta bajas”, se replieguen por quedar pocos combatientes (estaríamos hablando,

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La matanza del Templo Mayor. Códice Durán.

en los cálculos menos favorables, de 3940 guerreros que no tenían, por otra parte, tradición de cobardes).

Las cifras manejadas por Cortés apuntan más que a dar detalle de los hechos, a crearse una imagen, a aparecer ante el rey con las cualidades de un héroe de gesta, una especie de Mio Cid, noble caballero al servicio fi delísimo de Dios y la Corona, por Dios llevado de la mano, y solicitada la mano del monarca:

Es de creer que no sin causa Dios Señor ha sido servido que se descubriesen estas partes en nombre de vuestras reales altezas…

En todo suplicamos a vuestras majestades manden proveer como vieren qué más conviene al servicio de Dios y de vuestras reales altezas, y cómo los que aquí en su servicio estamos, seamos favorecidos y aprovechados.

Esta última expresión será la más franca del capitán.

Opuesta a esta mentalidad aventurera, positiva e impositiva, individual y voluntarista de Cortés, el relato de los indígenas expone una concepción mágica de la realidad, atada a presagios, augurios y rituales:

Diez años antes de venir los españoles primeramente se mostró un funesto presagio en el cielo. Una como espiga de fuego, una como llama de fuego, una como aurora: se mostraba como si estuviera goteando, como si estuviera punzando en el cielo… …también pudiera ser que con alguna palabra de encantamiento les hablaran largamente (a los españoles), y con ella tal vez los enfermaran, o se murieran, o acaso se regresaran a donde habían venido.

…tomaron a un gran capitán de nombre Opochtzin, tintorero de ofi cio. En seguida lo revistieron, le pusieron el ropaje de “tecolote de quetzal”, que era insignia del rey Ahuizotzin. (…) Le dieron aquello en que consistía la dicha insignia de mago. Era esto: Era un dardo colocado en vara, que tenía en la punta un pedernal. Ya va enseguida el tecolote de quetzal. Las plumas de quetzal parecían irse abriendo. Pues cuando lo vieron nuestros enemigos, fue como si se derrumbara un cerro.

El relato, imbuido de misterio y atento a lo sobrenatural, se complementa con pasajes de un realismo crudo, desgarrador, donde la crueldad de los españoles supera los más negros augurios (como en el caso de la masacre en el Templo Mayor) y donde se exponen las tristezas y dolencias del pueblo que habría de caer en derrota:

Cuando ver arder el templo, se alza el clamor y el llanto, entre lloros uno a otro hablaban los mexicanos.

Y todo el pueblo estaba plenamente angustiado. No bebían agua potable, agua limpia, sino que bebían agua de salitre. Muchos hombres murieron, murieron de resultas de la disentería. Todo lo que se comía era lagartijas, golondrinas, la envoltura de las mazorcas, la grama salitrosa (…) andaban masticando lirios acuáticos y relleno de construcción (…) Algunas yerbas ásperas y aun barro. Nada hay como este tormento: tremendo es estar sitiado.

A algunos desde luego les marcaron (los españoles) con fuego junto a la boca. A unos en la mejilla, a otros en los labios.

Visión contrapuesta a la imagen de la Conquista que ofrece Cortés, siempre demasiado amable, y que presentara a un ingenuo Moctezuma casi convencido de que aquello que era su cautiverio se trataba de una plácida licencia vacacional. Testimonio donde impera la ausencia a la más mínima mención de la matanza perpetuada por los españoles en el Templo Mayor cuando estaba el pueblo indígena, que los había hospedado, que estaba de festejo y absolutamente desarmado.

De modo que podemos asegurar que las relaciones acerca de la Conquista según la versión española e indígena son “encontradas”, en el sentido de que entran en confl icto.

Pero se ofi cializó la de los vencedores. Una historia de honor y de enaltecimiento. La otra voz, la de los vejados y desposeídos, la de los vencidos, se convirtió en una voz sepultada; en un sentido institucional, la ofi cialista, es una cultura hasta hoy en día sorda y cómplice de aquel penoso pasado, sus relaciones perdidas, llevadas por el viento.

Bibliografía: LEÓN-PORTILLA, Miguel (compilador), Visión de los vencidos. Relaciones Indígenas de la Conquista, UNAM,

México, 2000. CORTÉS, Hernán, Cartas de Relación, Porrúa, México, 2002.

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