4 minute read

Leyendas de los Juegos Olímpicos

Y SIGNIFICADOS

Leyendas de

LOS JUEGOS OLÍMPICOS

Arrigo Coen Anitúa (†)

Ha sido común a todos los pueblos el impulso de

honrar a sus dioses consagrándoles solemnes celebraciones (la etimología que atribuye a solemne el origen sollus, ‘entero’ en latín, más annus, ‘año’, es impugnada por Corominas, aunque aceptada por autoridades como Skeat) y dar expansión, suspendidos los trabajos cotidianos, a los sentimientos religiosos, renovando los ritos que presidieran en las grandes inauguraciones (los actos augurales, los auspicios). Uníanse a éstas otras festividades en honor de los fundadores y de los héroes (en griego héros, ‘semidiós’, ‘protector’); las de carácter agrícola y las conmemorativas de sucesos faustos (correctamente sería fastos), los dignos de ser recordados, y aun de ciertos acontecimientos nefastos (también nefandos, ‘de los que no se debe hablar’), en calidad de duelo o de propiciación a los dioses, para que esos últimos no se repitiesen.

Destacaban, entre estas celebraciones, los juegos. En Grecia consistían en certámenes públicos que encerraban verdadera solemnidad religiosa y racial y constituían la renovación del signo de comunidad de origen y de creencias, con virtud sufi ciente para suspender, durante las celebraciones, las luchas tan frecuentes entre aquellas inquietas polis (ciudades repúblicas).

Los juegos más importantes de cuantos se organizaban en Grecia eran los olímpicos, así llamados porque se llevaban a cabo en la ciudad de Olimpia, la cual, desde antes de estas celebraciones, ya era particularmente famosa como santuario, consagrado a Zeus, soberano del Olimpo, y quizá por eso haya sido escogida para ser sede de los juegos que de ella tomaron su nombre y que luego lo dieron a la unidad cronológica, olimpiada, de cuatro años, intervalo entre los solsticios de verano de los años en que había juegos olímpicos.

Aquí vale la pena hacer una aclaración que explica el verdadero porqué de los cinco aros que, con varias interpretaciones, constituyen el símbolo actual de los juegos. Así como se dice “cada tercer (3) día” para expresar ‘un día sí y

otro no’, o sea lapsos reales de dos (2) días; así como decimos “cada ocho (8) días” para signifi car ‘cada semana (7)’, y “dentro de quince (15) días”, esto es, ‘dentro de dos semanas (14 días)’, y ello se debe a que contamos el día en que estamos hablando y lo agregamos a la expresión (en efecto, de domingo a domingo hay ocho días, si contamos ambos domingos), quienes, muy probablemente, por decir ‘nos volveremos a ver en los siguientes juegos, dentro de una olimpiada (cuatro años)’, decían ‘hasta dentro de cinco (5) años’. Pues bien, este modo de computar es el que concierne a los cinco anillos que se encontraron grabados en un altar de roca del estadio de Delfos: el primero y el quinto corresponden a los años en que hay celebración de juegos, y los otros tres anillos representan los tres años intermedios, cuatro intervalos de un año. El glifo del altar de Delfos gustó tanto a los modernos reinstauradores de los juegos, que lo adoptaron; las interpretaciones que posteriormente se le hayan dado son en lo absoluto independientes del original valor cronológico, o, mejor, calendárico de los célebres cinco aros.

Por las excavaciones hechas en Olimpia se comprobó que ese recinto sagrado tiene una antigüedad que se remonta, posiblemente, al siglo XX anterior a nuestra era, y se cuenta que había en Olimpia un altar dedicado a Gaia (Gea, la Madre Tierra), la tierra como divinidad primordial del principio femenino, ligada en este sentido a Deméter ¿‘madre de los dioses’?, o Geméter, ¿otra vez ‘Madre Tierra’?), a Cibeles (Kybéle en griego) y a Rea (Rhea en griego), la hija y esposa de Cronos (Krónos, el dios del tiempo y su personifi cación, el Saturno de los romanos), de quien tuvo a Hestia (Vesta), a Deméter (Ceres), a Hera (Juno), a Hades (Plutón), a Poseidón (Neptuno) y a Zeus (Júpiter), es decir, madre de los primeros dioses olímpicos (quizás así llamados por tener su residencia en el monte Olimpo).

Una de las tradiciones olímpicas más antiguas relata que, procedentes del monte Ida (el de Creta, pues había otro en Frigia), llegaron a Olimpia cinco dáctilos o curetas (personajes dotados de raras habilidades; se los considera inventores del hierro) a quienes Rea encomendó la custodia de Zeus niño. Ellos eran Heracles (al que no hay que confundir con el otro Heracles o Hércules, el héroe, hijo de Zeus y de Alcmena), Peoneo, Epimedes, Yasio e Idas. Heracles, que era el mayor de ellos, retó a los demás a una carrera en la que resultó victorioso y fue premiado con una corona de olivo silvestre.

Dícese también que fue en Olimpia donde Zeus combatió con su padre Cronos y le arrebató el mando, y que en Olimpia también fue donde Apolo venció a Hermes (Mercurio) en la carrera y a Ares (Marte) en el pugilato.

Climeno (Klymenos en griego), hijo de Cardio, o Cardis, y descendiente de Heracles Ideo (el del monte Ida, Ide en griego), cincuenta años después del diluvio de Deucalión (el Noé de los griegos), restableció los juegos y erigió un altar a su ilustre antepasado.

This article is from: