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Palabras, libros, historias
NOSOTROS DEL AULA
Título ARTÍCULO Palabras, libros, historias
ERNEST Autor del artículoVIGNEAUX: FILIBUSTERO, PRISIONERO Y VIAJERO
Andrés Ortiz Garay
Los intentos por dominar los territorios sudamericanos por parte de pueblos diferentes de los españoles no siempre fueron “oficiales”, es decir, conquistas emprendidas por Estados como Francia e Inglaterra. Los filibusteros, ya sea en aventuras individuales o financiados en secreto por los mencionados Estados, y otros, invadieron en repetidas ocasiones nuestro territorio.
el Tratado de Guadalupe Hidalgo1 finiquitó formalmente la guerra entre los Estados Unidos Mexicanos y los Estados Unidos de Norteamérica. Esta nación había declarado la guerra a México el 13 de mayo de 1846 y el conflicto bélico terminó con la firma del Tratado el 2 de febrero de 1848. Pero antes y después de esas fechas nuestro país tuvo que enfrentar la beligerancia del expansionismo estadounidense.
Antes, en 1836, la independencia de Texas había constituido el primer acto de desmembramiento del territorio nacional y marcó pautas que seguirían intentos posteriores de separar de México a sus provincias fronterizas.2 Después
1 Por medio de este tratado, México cedió a Estados Unidos la soberanía sobre cerca de la mitad de lo que en aquel entonces se consideraba territorio mexicano y que forma parte de los actuales estados de Arizona, California, Nevada, Utah, Nuevo México y partes de los de Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma. 2 Durante el proceso de independencia de Texas, hubo no sólo sublevaciones de colonos legalmente establecidos, sino también invasiones de grupos armados que no contaban con autorizaciones legales del gobierno mexicano para entrar al país. Además, antes de la independencia de México, es decir, antes de 1821, varias expediciones armadas entraron al territorio novohispano y algunas de ellas intentaron declarar a esa provincia como entidad independiente de la administración colonial española (por ejemplo, en el número 197, de Correo del Maestro se relatan algunas de las peripecias acontecidas a la expedición comandada por Philip Nolan en la que participó Peter Ellis Bean, el personaje central del artículo “Aventuras y desventuras de un insurgente norteamericano”.
FILIBUSTERISMO
La palabra filibustero deriva del vocablo holandés vrijbuiter, cuyo significado sería el de pirata o saqueador (freebooter en inglés). Hacia el siglo XVII, el término era sinónimo de bucanero o pirata, pues los tres se aplicaban a los salteadores marítimos que asolaban las colonias y las embarcaciones españolas del Nuevo Mundo. Sin embargo, durante el siglo XIX, cuando la piratería en alta mar se encontraba ya en declive, filibustero se usó más para referirse a los aventureros que organizaban, lideraban y participaban en expediciones armadas que se internaban en territorios de una nación con la que el país del que partían tales expediciones se hallaba en un estado de paz. Como esos intentos de invasión eran organizados formalmente por entidades privadas, se mantenía el supuesto de que no se trataba de empresas de conquista por parte del gobierno del país que albergaba –y generalmente armaba– a los filibusteros (aún así las complicaciones diplomáticas no faltaron). Durante la primera de la guerra, también habría otros episodios de lucha armada en las cercanías de la nueva frontera.
A tan sólo mes y medio de la firma del Tratado de Guadalupe-Hidalgo, los periódicos de California comenzaron a publicar, en marzo de 1848, que se había descubierto oro en las cercanías de Sacramento. En los meses siguientes, la noticia se esparció por el mundo provocando una descomunal “fiebre de oro” que llevó hacia ese territorio –hasta entonces poco poblado– a multitud de hombres y mujeres de todas clases y raleas (se ha calculado que de 1848 a 1855 alrededor de 300 mil personas migraron hacia California desde varios puntos de Estados Unidos, Iberoamérica, Europa, Australia y Asia). Eran los audaces, inconformes o ambiciosos, eran los fracasados y los miserables, eran meretrices, tahúres, estafadores y prófugos de la justicia. Aunque también hubo algunos que tenían educación y buenas maneras. Quizás unos pocos pensaban ganarse la vida honestamente en la nueva tierra de oportunidades; quizás algunos buscaban más que la opulencia, la fama o la libertad que no tenían en sus lugares de origen, pero la mayoría iba poseída por el delirio de obtener rápida riqueza sin importarle que para lograrla debieran recurrir a la ausencia de escrúpulos y la violencia.
Del otro lado de la frontera, la situación era caótica. Al terminar “la guerra del 47”, el general José Joaquín Herrera asumió la presidencia de México. Una treintena de levantamientos militares cuestionó su mandato (1848-1851); al mismo tiempo, arreciaban, por un lado, las incursiones apaches (con armamento estadounidense) que asolaban el norte
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Antonio López de Santa Anna.
y, por el otro, la “guerra de castas” en la península de Yucatán, donde los mayas sublevados (con armamento británico) devastaban el sur. Increíblemente, el general Antonio López de Santa Anna volvió entonces una vez más al poder y a fines de 1853 firmó el tratado conocido como la “Venta de la Mesilla” (o Gadsden Purchase según se le conoce en el país vecino), por medio del cual México vendió a Estados Unidos 76 845 km² situados en una región que hoy es parte de los estados de Arizona y Nuevo México. A pesar del disgusto de muchos mexicanos, el gobierno del presidente Santa Anna llevó a cabo la venta y los estadounidenses lograron tender por terrenos apropiados las vías del ferrocarril transcontinental que uniría los puertos del Atlántico del sur con el de San Francisco, en California.
mitad del siglo XIX –y aun después– se sucedieron diversas expediciones filibusteras que, organizadas en Estados Unidos, partieron de allí para invadir Cuba, el norte de México y varios países de Centro y Sudamérica.
Quizá porque las expediciones filibusteras del siglo XIX buscaban afirmarse de un modo más permanente en los territorios que invadían, quedó la idea de que el filibustero era una especie de corsario (si aceptamos que contaban con una patente de corso así fuera ésta “extraoficial”) que más bien actuaba en tierra firme que en el mar o en terrenos insulares, a diferencia de los conceptos más regularmente asociados con las palabras pirata y bucanero.
La Enciclopedia del idioma. Diccionario histórico y moderno de la lengua española (siglos XII al XX), de Martín Alonso, publicada por la Editorial Aguilar en Madrid, 1947, dice sobre el término filibustero y sus derivados:
filibustero (ingl. freebooter, merodeador). m. s. XIX y XX. Nombre de ciertos piratas que alrededor del s. XVII infestaron el Mar de las Antillas. Pichardo: Dicc. cubano, 1875, s.v: D – A.,1884. 2. Apl. al que trabajaba por la emancipación de las que fueron nuestras provincias ultramarinas.
filibusterismo. m. Partido de los filibusteros o de los que trabajan por la emancipación de las que fueron nuestras provincias ultramarinas.
filibuster. m. s. XVIII y XIX. Nombre inglés que tuvieron en otro tiempo los piratas de las Antillas en América. Salvá: Dicc., 1845, s. v.
filibote (ingl. fly-boat, de fly, volar, mosca, y boat, barco: barco mosca. Antigua embarcación semejante a la urca de dos palos, de
popa redonda y alterosa. Recopil. de Indias, 1680, cit. Corominas: Dicc., II.
Aunque actualmente la palabra filibustero es de uso poco frecuente en el idioma español cotidiano y su empleo se reduce a contextos del discurso histórico (por ejemplo, no se habla de mercancías “filibusteras”, sino de mercancías “piratas”), en el inglés que se habla en Estados Unidos se ha conservado un curioso giro de significado: es el que se refiere a aquellos congresistas (senadores o diputados) que utilizan sus capacidades oratorias para dar largas a los asuntos que se tratan en las sesiones legislativas; de ellos se dice que actúan como filibusters o que hacen filibusterism, cosa que nosotros los mexicanos llamaríamos “hacer tiempo” o “hacerse mensos”.
Los poderes fácticos de Estados Unidos no habían quedado conformes con lo obtenido tras la victoria sobre México y siguieron presionando para despojarlo de más territorio. La bonanza del oro californiano no alcanzaba para satisfacer a todos los buscadores de riqueza que llegaban y así, la ambición se volcó entonces sobre los mal defendidos, escasamente poblados y deficientemente administrados territorios de Baja California y Sonora. Si México no estaba dispuesto a venderlos, quedaba la opción de repetir el expediente texano: que por delante fueran partidas de filibusteros, provistos de buenos armamentos, alegando inicialmente que se trataba de colonizadores que trabajarían el campo y las minas en tanto defendían a todos los comarcanos de las depredaciones de los indios rebeldes; después, una vez afirmados en el terreno a través de las armas, podrían –como lo habían hecho antes los texanos anglosajones– desconocer los compromisos contraídos con las autoridades mexicanas y declarar su independencia con cualquier pretexto. Así, esas repúblicas supuestamente independientes terminarían siendo anexadas por Estados Unidos. Al contrario de California, que en 1850 se convirtió en un estado “libre” de la Unión Americana, es decir, un estado en el que no estaba permitida la esclavitud (o que imponía candados legales a su práctica), los patrocinadores y líderes de esos proyectos de creación de “repúblicas independientes” sostenían sin ningún recato que en ellas contar con el trabajo de esclavos negros e indios era una condición indispensable para su prosperidad.
La esclavitud y el destino manifiesto
La esclavitud es un fenómeno social que ha estado presente en casi todas las civilizaciones humanas (desde las bandas de cazadores-recolectores hasta las naciones de la era moderna) y, desde luego, ha adquirido muy diversas formas al manifestarse de manera concreta según sea el lugar y el tiempo que se enfoquen. Aquí tan sólo nos interesa señalar algunas de las principales características que presentaba tal fenómeno en México y Estados Unidos hacia la mitad del siglo XIX con el objetivo de resaltar la relación existente en aquel entonces entre el mantenimiento de la esclavitud y la doctrina sociopolítica conocida como “destino manifiesto”.
Desde la era colonial, la Corona española había buscado poner limitaciones legales a la esclavización de los indígenas que aceptaban incorporarse voluntariamente –es decir, sin resistencia armada– a la soberanía del monarca español. Desde luego, tales limitaciones no siempre fueron respetadas por los colonizadores que se beneficiaban del trabajo esclavo, pero de algún modo, las trabas legales que protegían a los indios posibilitaron la permanencia de sus comunidades. Por cierto, este mínimo nivel de protección (en lo que hoy llamamos derecho humano a la libertad personal) no se extendía a la gente de raza negra, pues ésta no constituía comunidades corporativas que pudieran demostrar la legalidad de su alianza con la Corona y, a través de ésta, la pertinencia de sus derechos de posesión a la tierra y a otros tipos de propiedad. Así, la esclavitud de los negros se mantuvo en la Nueva España, aunque su mezcla y asimilación con los indios posibilitó a muchos descendientes de esclavos negros no ser esclavos ellos mismos.
El movimiento independentista mexicano se radicalizó pronto; poco después del Grito de Dolores, Hidalgo lanzó una proclama en la que abolía la esclavitud y condenaba a la pena capital y la confiscación de sus bienes a los dueños de esclavos que no los libertaran. José María Morelos y el Congreso de Anáhuac hicieron lo propio en 1813. Una vez independiente y convertido en república, México decretó definitivamente la abolición irrestricta de la esclavitud en su territorio, el 15 de septiembre de 1829, cuando era presidente el general Vicente Guerrero. Se debe reconocer que esa prohibición formal tuvo entonces y seguiría teniendo durante mucho tiempo más numerosas y flagrantes excepciones en la realidad, pues el tratamiento dado a los peones acasillados de las haciendas, a los indios que se tomaban como prisioneros de guerra o hasta a algunos criminales –sobre todo los de las clases bajas– que purgaban condenas equivalía de hecho a un régimen de esclavitud. Pero, al menos en lo formal, la esclavitud como tal no era legal en México.
En cambio, Estados Unidos de América, a pesar de que se veía a sí mismo –y otras naciones también lo veían así– como el epítome del igualitarismo
nuestrostrios.blogspot.com proclamado por el régimen de la democracia republicana, mantuvo la legalidad de la esclavitud durante todo su pasado colonial y en su periodo independiente hasta 1865. La mayoría de los esclavos eran de raza negra, pues resultaba mucho más fácil mantener esclavizada a la población que se había traído a la fuerza desde África ya que estaba muy diferenciada étnica y lingüísticamente (cuando llegaban a América, se separaba de inmediato a los esclavos que eran de la misma tribu) y, por lo tanto, no constituía un grupo homogéneo que pudiera unirse en defensa de sus derechos. Aunque también hubo casos de indios esclavizados, en general se prefería tener esclavos negros, pues los indios podían escapar e integrarse con mayor facilidad a las tribus que aún no habían sido subyugadas. El régimen esclavista fue mucho más característico de los estados del sur ya que en ellos el modelo económico predominante se basaba en el trabajo gratuito que los esclavos aportaban a las grandes plantaciones de cultivos Proclama que lanzó Hidalgo en la que abolía la esclavitud. comerciales (algodón, tabaco, cereales y otros); en cambio, en los estados del norte, las factorías industriales y el comercio constituían la principal base económica, que se beneficiaba más si contaba con un proletariado dispuesto a vender su mano de obra al mejor postor y con un público consumidor que pudiera comprar los productos ofertados en un mercado libre. La división entre unos estados partidarios de la esclavitud y otros partidarios de su abolición se volvió más problemática conforme la república se extendía por el interior del continente. Los agricultores esclavistas pretendían que los nuevos territorios incorporados, ya fuese por compra (la Lousiana) o por conquista (los arrebatados a México) se sumaran a su causa y aumentaran así el peso del régimen esclavista en el Congreso. Los industrialistas del norte se oponían a la esclavitud, pero no a la expansión.
Más o menos entre mediados de la década de 1830 y mediados de la de 1840, las ideas libertarias de la Revolución de Independencia en Estados Unidos habían cedido paso a una nueva ideología –convertida casi en una fe religiosa– en la que se concebía que los estadounidenses anglosajones estaban predestinados por Dios y la Naturaleza a penetrar y dominar todo el continente americano primero, y otras grandes zonas de todo el mundo, después. Si bien al principio la justificación de tal dominio se basaba en la pretendida superioridad de las instituciones republicanas instauradas tras la separación de las 13 colonias de la Corona británica, hacia mediados del siglo XIX la supremacía racial de los blancos de ascendencia europea se había convertido en el punto nodal sobre el que se apuntalaba la supuesta racionalidad de la expansión. Un publicista y político del partido demócrata, John L. O’Sullivan, acuñó en sus escritos, publicados en varios periódicos, la frase “destino manifiesto”, con el cual sintetizaba los procesos expansionistas que llevaban a soldados y colonos bajo la bandera estadounidense a enfrentarse con los mexicanos en el suroeste y con los ingleses en el noroeste. Así se expresaba O’Sullivan en 1845:
La vanguardia del ejército irresistible de la emigración anglosajona ha empezado a avanzar, armada con el arado y el fusil, dejando su huella de escuelas y colegios, tribunales y salas de representantes, molinos y casas de reunión […] es el derecho de nuestro destino manifiesto a difundirnos y a poseer todo el continente que la Providencia nos ha dado para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno federado que ha sido confiado a nosotros [o sea, los norteamericanos wasp].3
Cuando el expansionismo estadounidense alcanzó lo que eran dominios territoriales de México, su racismo se aplicó también a la población mexicana, a la que en cierta medida se le consideraba peor, pues se argumentaba que las sangres puras –ya fueran hispana, negra o india– se habían mezclado tanto que la degradación había terminado por afectar a todas. Desde esta perspectiva, la derrota de los mexicanos en la guerra contra Estados Unidos comprobaba lo ineluctable del destino manifiesto; para los estadounidenses (y para otros, como los franceses) el problema no se planteaba ya en términos morales, es decir, ya no se trataba de si era o no justo hacerse de territorio mexicano; el problema residía más bien en cuestiones prácticas, es decir, a qué grupos de poder, a qué tendencias de desarrollo socioeconómico y a qué formaciones nacionales (pues no hay que olvidar que otras potencias mundiales también competían por el predominio en la América hispana) favorecerían en el largo plazo los intentos de desmembración del debilitado México.
3 Esta cita se encuentra en Horsman, Reginald, La raza y el destino manifiesto. Orígenes del anglosajonismo racial norteamericano, Fondo de Cultura Económica, México, 1985. Colección Popular núm. 285. El acrónimo wasp significa white, anglo-saxon and protestant, es decir, blanco, anglosajón y protestante.
Los filibusteros en el noroeste
Antes de la guerra, el Río Grande del Norte (al que los mexicanos actuales llamamos Río Bravo) había sido la guardarraya fronteriza. Pero después, los límites internacionales se prolongaron hasta el Océano Pacífico bisectando imprecisamente el desierto sonorense, donde subsistían algunas poblaciones que (nacidas como campamentos mineros, misiones jesuitas o presidios militares) se sostenían a duras penas combatiendo con mayor fortuna que las rancherías el embate de los apaches, la rebeldía de los cahitas (yaquis y mayos) y la insumisión de los seris. Por su parte, la península de Baja California, a pesar de estar librada de la constante belicosidad de esas tribus indias, se hallaba aún menos poblada que Sonora y sus habitantes –fueran colonos de ascendencia hispana o indios sobrevivientes a las epidemias que los habían diezmado terriblemente– se hallaban concentrados en torno a unas cuantas decenas de asentamientos que se habían originado con la fundación de misiones jesuitas, franciscanas y dominicas.
Según el artículo XI del Tratado de Guadalupe Hidalgo, el gobierno de Estados Unidos se había solemnemente comprometido a evitar –por medio de la fuerza, si ello fuese necesario– las incursiones de invasores armados que pretendieran cruzar la frontera hacia México; en caso de no poder prevenir tales actos, de todos modos se obligaba a castigar y escarmentar a los invasores y a exigirles las debidas reparaciones; además, debía evitar la venta o el
Ernesto de Vigneaux, Viaje a Méjico , Ediciones del Banco Industrial de Jalisco, Guadalajara, 1950.
Un combate entre apaches y colonos, según un dibujo en el libro Personal Narrative of Explorations and Incidents, de John Russell Bartlett, uno de los comisionados para trazar la frontera internacional entre Sonora y Arizona.
suministro de armas de fuego y municiones a los posibles incursores. Si bien ésta y otras disposiciones asociadas que contenía el Tratado hacían referencia explícita a los apaches, comanches y otros indios hostiles, también debían aplicarse a cualquier otro tipo de contingente armado que buscara poner pie en suelo mexicano desde Estados Unidos. Asimismo, las Leyes de Neutralidad, promulgadas por el Congreso en 1818, prohibían que en territorio estadounidense se organizaran y aprovisionaran fuerzas armadas cuyo objetivo fuese atacar a países que se hallaban en paz con esta nación. En ambos casos, es decir, el de los indios y el de las tropas filibusteras, tales obligaciones se convirtieron en letra muerta, pues en la realidad el gobierno hizo pocos y muy pusilánimes esfuerzos por cumplirlas.
Con este complicado contexto como fondo, en la década de 1850 una serie de incursiones filibusteras4 puso en peligro la soberanía nacional al intentar repetir la tragedia de Texas, sólo que ahora teniendo como blanco la apropiación de Sonora y Baja California. Primero, en 1851, Joseph Morehead, intendente general del ejército estadounidense estacionado en California, se robó 400 rifles y 90 mil cartuchos y con ellos armó a un grupo que dirigió a Sonora, luego a La Paz, BC, y después a Mazatlán sin lograr establecer una cabeza Frederic Rosengarten, Jr., William Walker y el ocaso del filibusterismo de playa en ninguno de estos lugares. En 1852, el marqués Charles de Pindray intentó establecer una colonia francesa en el valle de Cocóspera, en Sonora, pero los mismos apaches a los que pretendían exterminar acabaron con su gente. En 1852, el conde francés Gastón , Editorial Guaymuras, Tegucigalpa, 1997. Raousset-Boulbon hizo su primera entrada a México intentando apoderarse de Hermosillo, pero tuvo que retirarse a Guaymas ante el acoso de las tropas mexicanas y de allí regresó a San Francisco. En 1853, William Walker, un ferviente partidario de la esclavitud Conde Gastón Raousset-Boulbon (1817-1854). y del destino manifiesto, llevó al extremo las cosas, Tras fracasar su intento de conquistar Sonora, fue hecho prisionero, juzgado por una corte cuando desembarcó a sus filibusteros en La Paz, tomó marcial y fusilado en Guaymas.
4 Esta breve reseña solamente considera las expediciones ocurridas en la década de 1850-1860 que la mayoría de los historiadores califica como importantes; pero no fueron las únicas ni las últimas si se amplía el periodo enfocado o se consideran otras de menor renombre. De hecho, se ha argumentado que el filibusterismo auspiciado por Estados Unidos contra México (o la Nueva España) abarcaría un siglo: desde 1812, cuando entró a Texas la fuerza armada conducida por Bernardo Gutiérrez de Lara y August Magge, hasta 1911 inclusive, cuando hizo lo propio en Baja California un comando bajo la jefatura del Partido Liberal Mexicano (conducido por los hermanos Flores Magón, se trata de un hecho que nosotros consideramos un levantamiento revolucionario, aunque también se le ha acusado de acción filibustera).
, Editorial Guaymuras, Tegucigalpa, 1997. Frederic Rosengarten, Jr., William Walker y el ocaso del filibusterismo
La apariencia frágil de William Walker escondía La apariencia frágil de William Walker escondía una personalidad fuerte y despiadada. presas a las autoridades mexicanas y declaró unilateralmente la independencia de la república de Baja California a la que dotaría con una constitución en todo similar a la del estado esclavista de Louisiana. En busca de apoyo, se dirigió a la frontera, hasta Ensenada, donde recibió refuerzos. En marzo de 1854, sus filibusteros pasaron a Sonora, a la que Walker también declaró independiente y miembro de una república de la que él mismo se nombró presidente. Dos meses después, atacados por las tropas leales a México, abatidos por el hambre y hartos del despotismo de su jefe, los filibusteros cruzaron la frontera de regreso a Estados Unidos.5 Por último, a principios de abril de 1857, la expedición comandada por Henry Crabb fue totalmente aniquilada por los soldados y la población civil (entre la que había muchos indios pápagos y yaquis) que combatieron contra los filibusteros en una batalla de seis días que tuvo lugar en la
5 William Walker condensa la figura del filibustero del siglo XIX. Nacido en 1824 en Tennesse, es decir, en el corazón de los estados esclavistas de la Unión Americana, estudió medicina y leyes. Viajó por
Europa y a su regreso se convirtió en periodista. En sus escritos defendía sin cortapisas el sistema esclavista, la superioridad de la raza blanca anglosajona y la doctrina del destino manifiesto. Tras fallar su invasión a México, fue juzgado por una corte federal estadounidense acusado de violar la Ley de
Neutralidad. Tras sólo 8 minutos de deliberación, el tribunal lo absolvió de los cargos en su contra, de manera que tal juicio sólo sirvió para acrecentar la popularidad de Walker entre los muchos partidarios de la conquista armada de los territorios latinoamericanos. Apoyado por políticos y empresarios que buscaban consolidar su dominio sobre el istmo centroamericano, Walker armó una expedición que llegó a Nicaragua en 1855 con el pretexto de apoyar al partido liberal que en esa nación estaba enfrascado en una guerra civil contra la facción conservadora. Cuando el nuevo gobierno obtuvo el reconocimiento de Estados Unidos, en julio de 1856, Walker dio un golpe de Estado traicionando a sus aliados nicaragüenses; él mismo se nombró presidente, legalizó la esclavitud, proclamó que el inglés era lengua nacional y anunció su intención de extender su mandato a los otros países de la región (se ha dicho que pretendía declararse rey de Centroamérica). Pero entonces su soberbia le hizo cometer el fatal error de enemistarse con Cornelius Vanderbilt (que hasta entonces era uno de sus principales patrocinadores), un magnate estadounidense –dueño de empresas navieras y ferrocarrileras– que controlaba el tránsito entre el Atlántico y el Pacífico a través de Nicaragua.
Al perder este apoyo y enfrentado a la alianza militar de Guatemala, El Salvador, Honduras y Costa
Rica en su contra, Walker sufrió varias derrotas y terminó por rendirse ante los oficiales de la marina de guerra estadounidense que habían sido enviados para detenerlo (a instancias de Vanderbilt y su consorcio). De nuevo juzgado en Estados Unidos y de nuevo absuelto, el irredento filibustero –que en su patria era visto como un héroe hasta que culpó de su derrota a la US Navy– organizó otras expediciones para invadir Nicaragua. En su cuarto intento desembarcó en Honduras. Acosado por tropas locales que diezmaron a sus filibusteros y por navíos de guerra ingleses que impedían el arribo de refuerzos desde Nueva Orleáns (los británicos veían amenazados sus propios intereses por las intrusiones de los estadounidenses) finalmente se rindió a estos últimos, creyendo que otra vez su suerte lo libraría del castigo. Pero turnado a las autoridades hondureñas, Walker fue sometido a juicio sumario y fusilado en septiembre de 1860.
H. Caborca (acción que le valió a esa población ostentar desde entonces la distinción simbolizada por la H, que significa Heroica).
Los filibusteros franceses
Si bien lo dicho acerca del destino manifiesto como ideología y práctica de fe por parte de los estadounidenses explica sobradamente su participación en las expediciones filibusteras contra México, es quizá necesario comentar algo más en lo que respecta a los franceses. Sin descartar que una buena proporción de ellos compartieran las ideas racistas e imperialistas de los anglosajones, podríamos llamar la atención sobre alFrederic Rosengarten, Jr., William Walker y el ocaso del filibusterismo , Editorial Guaymuras, Tegucigalpa, 1997. gunos otros factores que determinaron su papel en el Henry A. Crabb (1823-1857), líder de otros filifilibusterismo ocurrido en la frontera norte de México. busteros que pretendieron conquistar Sonora.
Por un lado, los rápidos cambios políticos en Fran- Tras su derrota fue ejecutado en Caborca y su cabeza expuesta como escarmiento. cia que se conocen como la Revolución de 1848 provocaron que muchos franceses salieran de su país; el exilio por este motivo involucró a personajes tan disímbolos como el conde Raousset-Boulbon y Ernest de Vigneaux (a quienes podemos ver, en el primer caso como alguien que se exilió cuando la facción antiaristocrática asumió el poder, o como, en el caso del segundo, como ejemplo del exilio de alguien que dejó su país cuando la contrarrevolución antiliberal se impuso). Por otro lado, fuera por motivos políticos o por el simple deseo de buscar en otros lados una mejor fortuna, se contaron por millares los franceses que se dirigieron a California atraídos por la fabulosa fiebre del oro iniciada también en 1848; en su mayoría excluidos de los puestos de control político y económico por los anglos, estos inmigrantes formaban una importante concentración de elementos unidos por su bagaje lingüístico y cultural. Otro factor de importancia eran los negocios que conducía la firma bancaria conocida como Jecker-Torre y Compañía, la cual tenía especiales intereses económicos y políticos relacionados con los minerales de Sonora; con un suizo como principal representante, esta empresa se inclinaba a favorecer por principio el predominio de los franceses. En último lugar, pero no de menor importancia, estaba el hecho de que el propio gobierno mexicano favorecía la entrada de colonos de origen extranjero en los estados fronterizos. Este recurso había probado ya su alto grado de peligrosidad en Texas, donde los colonos provenientes de Estados Unidos habían formado la punta de lanza de la invasión. Sin embargo, ante el fracaso de la colonización interna (es decir, la que debían llevar a cabo mexicanos de otras regiones), se mantuvo la idea de fomentar los asentamientos extranjeros; si bien por obvias razones se
prohibió que éstos fuesen estadounidenses, se permitió que fueran de origen europeo, especialmente franceses, a los que se consideraba como más afines a los mexicanos en cultura y religión.
De esto se aprovechó el conde Gastón de Raousset-Boulbon, que era hijo de una antigua familia aristocrática de Avignon, en el sur de Francia. Aventurero y derrochador, emprendió negocios en Inglaterra y en el norte de África en los que dilapidó la fortuna heredada de sus padres y además se malquistó con la facción inicialmente triunfante en la Revolución de 1848 en su patria. En busca de fortuna llegó a California en agosto de 1850; aunque no le fue bien con el oro, sí logró encabezar una empresa dedicada al comercio de pieles de castor y nutria. En los salones de juego de San Francisco conoció al mismo Pindray que poco antes había intentado establecer una colonia en Cocóspera, quien lo convenció de las lucrativas posibilidades que ofrecían las entonces legendarias minas de Sonora.6 El conde obtuvo financiamiento de la casa Jecker-Torre para crear y equipar (sobre todo con armas) la Compañía Restauradora de las Minas de Arizona y Sonora, la fachada empresarial detrás de la que se hallaban los intereses de los bancos suizos y franceses. El conde no ocultaba del todo sus objetivos geopolíticos:
Los europeos están preocupados por el crecimiento de los Estados Unidos, y con sobrada razón. Porque a menos que se desuna a esa nación [México], a menos que en sus fronteras se alce un poderoso rival, los Estados Unidos llegarán a ser mediante su comercio, sus industrias, su creciente población, y su posición geográfica entre dos océanos, el amo del mundo. En diez años más Europa no se atreverá a disparar un solo tiro sin su permiso. ¡Eso son los Estados Unidos!”7
Como se mencionó, Raousset-Boulbon dirigió una primera expedición a Sonora en junio de 1852. Ante la arrogancia y los desacatos de los cerca de 200 hombres de Raousset, pasadas seis semanas, el Congreso del estado de Sonora revocó el contrato que permitía las actividades de la Compañía Restauradora, advirtiendo al conde y su gente que sólo se les permitiría permanecer en México si renunciaban a la nacionalidad francesa y optaban por la mexicana. Desechando la máscara de empresario, Raousset-Boulbon mostró su verdadera faz de filibustero al lanzarse sobre Hermosillo que entonces contaba con
6 Desde el siglo XVIII, algunos informes de prospectores, misioneros y funcionarios coloniales habían exagerado al describir las riquezas de oro y plata que se podían obtener en las minas de Sonora.
Tras los descubrimientos en California, ilusoriamente se pensó que las vetas de estos minerales se extendían hacia el sur. Circulaban los rumores y las fantasías acerca de minas de riqueza fabulosa que los jesuitas habían comenzado a explotar, pero que habían tenido que abandonar al ser expulsados de la Nueva España; la explotación de estos yacimientos había sido luego interrumpida por el dominio que los apaches ejercían en la región. 7 Citado en Frederic Rosengarten, Jr., William Walker y el ocaso del filibusterismo, Editorial Guaymuras,
Tegucigalpa, 1997.
Frederic Rosengarten, Jr., William Walker y el ocaso del filibusterismo , Editorial Guaymuras, Tegucigalpa, 1997.
Mapa del teatro de operaciones de las principales expediciones de filibusteros en México.
12 mil habitantes. Tras ocupar esa población brevemente, muchos filibusteros sufrieron –entre ellos el propio conde– los estragos causados por el extremoso clima y cayeron ante el embate de la caballería que contra ellos lanzó el recién llegado ejército comandado por el general Miguel Blanco. Una vez que se rindieron, se permitió a los filibusteros embarcarse de regreso a California.
Sin embargo, Raousset-Boulbon volvió a las andadas esperanzado en que el apoyo de Jecker-Torre sería definitivo. En 1853 viajó a la capital de México, donde se entrevistó con el presidente Santa Anna para solicitarle una nueva concesión minera. Desconfiado y marrullero, el “Napoleón de Occidente” declinó otorgarle un permiso oficial, pero no negó su deseo de que en el México septentrional se establecieran colonizadores de origen belga, francés y español. Quizá malinterpretando el resultado de tal entrevista o quizá desdeñándolo, el conde regresó a San Francisco donde se dedicó a reclutar de nuevo una tropa que llevaría a Sonora.
Un filibustero atípico
Ernest Vigneaux8 nació en Burdeos, también en el sur de Francia que mira, pero al revés de Avignon –la cuna de Raousset-Boulbon, situada en la región francesa del mar Mediterráneo– hacia el mar Cantábrico, cerca de la inmensa ensenada del Golfo de Vizcaya. Aparte de que había estudiado medicina en París, no se sabe mucho más de su vida antes del 24 de mayo de 1849, cuando a la edad de 20 años se embarcó en una travesía que lo llevó por el Atlántico hasta la punta meridional de América, donde el barco en que viajaba dio vuelta hacia el norte en el Cabo de Hornos, surcó luego el Pacífico cerca de las costas de Chile, Perú, el istmo centroamericano y México, para terminar desembarcando a sus pasajeros en San Francisco (así, Vigneaux, viajó por una de las rutas más utilizadas por los europeos que iban en pos de la bonanza californiana). Como no hay datos fehacientes acerca de los motivos que le hayan empujado a emprender ese viaje, cualquier hipótesis es susceptible de considerarse; por ejemplo, la de que sus ideas políticas contribuyeron a alejarlo de su patria.
En cambio, sí se sabe que Vigneaux, como muchos otros de sus compatriotas, no se volvió rico gracias al oro, sino que, como lo había hecho RaoussetBoulbon, se enganchó en el tráfico de pieles y ganado; pero al contrario de éste, puso más atención en su nuevo entorno, lo cual le llevó a admirar los valores democráticos preconizados por la república estadounidense. Después de cinco años en la región, un amigo común, el doctor Pigné-Dupuytren, lo recomendó a finales de 1853 con Raousset-Boulbon para que fuera su secretario e intérprete en la expedición que el conde organizaba, ya que el joven Ernest, además del francés, dominaba el inglés y el español, conocía algo de las artes marítimas y era bueno a la hora de poner las ideas por escrito. Así fue que, desde el inicio de la expedición a Sonora, Vigneaux llevó un diario que en el futuro le serviría para escribir el libro del que más adelante daremos los pormenores.
Raousset mandó primero al velero de bandera estadounidense Challenge con 350 hombres, en su mayoría franceses (más algunos alemanes, irlandeses y chilenos) que contaban con la autorización del cónsul de México en San Francisco para arribar al puerto de Guaymas en calidad de colonos. Unas semanas después, a fines de mayo de 1854, Raousset, Vigneaux, su amigo Pigné y otros más partieron en la goleta La Belle llevando armas, municiones, car-
8 El apellido de nuestro personaje ha sido escrito como De Vigneaux o simplemente como Vigneaux.
Ya que aquí lo consideramos como republicano y no como aristocrático, hemos omitido el “de” que lo acercaría más al estamento de la nobleza; en el caso de Raousset-Boulbon se justificaría más usar el “de”, pero nos parece suficientemente explícito el uso del apellido compuesto.
bón y otras provisiones. Capoteando temporales que estuvieron a punto de hacerles zozobrar, desembarcaron por fin (13 de julio) en Morro Colorado, un lugar cerca de Guaymas, desde donde Vigneaux partió hacia el puerto con un encargo:
La intención del señor Raousset no era ir directamente a Guaymas, sino buscar las inmediaciones de un buen fondeadero. Desde allí debía ir misteriosamente un emisario a la ciudad a fin de asegurarse de la presencia y disposiciones de los enlistados franceses, misión que era de mi competencia.9
Ernesto de Vigneaux, Viaje a Méjico , Ediciones del Banco Industrial de Jalisco, Guadalajara, 1950.
El puerto de Guaymas era codiciado por los estadounidenses que querían tener en él una salida hacia el sudoeste en el Golfo de California.
A Vigneaux y Pigné –que debían avisar a sus camaradas previamente desembarcados que el conde y sus refuerzos estaban cerca– los detectaron en el camino, así que cuando llegaron a Guaymas fueron arrestados, con lo que el ataque sorpresa se frustró. Raousset intentó sin éxito convencer al general José María Yáñez, comandante de la tropa mexicana acantonada en el puerto, de unirse a su causa. Tras una ardua lucha en la que una mejor artillería decidió el triunfo de los mexicanos, los filibusteros se rindieron. El general Yáñez envió a los prisioneros a San Blas, en Colima, reteniendo en Sonora sólo a los heridos que no podían moverse (entre ellos al amigo Pigné) y al conde Raousset, quien sin duda enfrentaría un juicio por ser el jefe de los invasores y por comandar en una segunda ocasión una expedición de filibusteros.
Durante el lapso en que estuvo preso en Guaymas, Vigneaux demostró una de las características que otorgarán singularidad a su narración sobre el México de mediados del siglo XIX: la observación detallada de las clases populares del pueblo mexicano, a las que describe desde un punto de vista mucho más empático que otros escritores contemporáneos, en su mayoría demasiado imbuidos en las tendencias racistas y discriminatorias tan en boga en esa época. Por ejemplo, acerca de los soldados contra los que combatió a las órdenes de Raousset nos dice:
Se nos concedió completa libertad de recorrer el cuartel y observar los soldados. Todos son indios; su uniforme consiste en una casaca de tela blanca y un pantalón
9 A partir de aquí las citas utilizadas están basadas en la edición de la obra de Vigneaux publicada en
México en 1982 por el Fondo de Cultura Económica y la Secretaría de Educación Pública, en la serie
SEP 80, con el título Viaje a México.
Arresto de Vigneaux en Guaymas.
Ernesto de Vigneaux, Viaje a Méjico , Ediciones del Banco Industrial de Jalisco, Guadalajara, 1950.
de lo mismo y un pequeño chacó10 de cuero negro puesto en la coronilla. Los sargentos únicamente llevaban zapatos; los soldados, sandalias o huaraches […] Este ceñido traje hace valer admirablemente el musculoso desenvolvimiento del cuerpo y las bellas proporciones de los indios […] El semblante tiene carácter; los ojos son bellos, pero de dura mirada […] Llevan obligatoriamente el cabello corto, a excepción de dos largos mechones en las sienes, y son imberbes. Las excepciones de esta última regla, por insignificantes que sean, dan a la fisonomía un sello salvaje de expresión marcado. Los oficiales, al contrario, teniendo todos algo de sangre blanca en las venas, son generalmente poseedores de grandes mostachos.
El viaje de un prisionero
Llevados por mar hasta el puerto de San Blas, los prisioneros de guerra se enteraron allí de que los conducirían de inmediato a Tepic. A partir de entonces, su conocimiento del idioma español convierte a Vigneaux en el mediador entre los prisioneros y sus captores, ocupando así un liderazgo que comparte con otro francés apellidado Guillot.
Los 187 hombres se encaminaron hacia el interior de la serranía guiados por un indígena que los llevó hasta Tisontla. Allí pasaron su primera noche en el interior de México, durante la que se desató una terrible tormenta eléctrica que Vigneaux describe así:
10 Chacó es el nombre de una especie de gorro o kepí muy usado por las tropas de los ejércitos de la primera mitad del siglo XIX.
E. Vigneaux, Viaje a Méjico , Ediciones del Banco Industrial de Jalisco, 1950.
Costa y puerto de San Blas.
E. Vigneaux, Viaje a Méjico , Ediciones del Banco Industrial de Jalisco, 1950.
Costa de San Blas (parte sur).
Nubes de polvo envolvieron la ciudad, las tinieblas eran intensas […] solamente en este fondo lúgubre relucían por miríadas los cocuyos y moscas luminosas. Sobrexcitadas por la perturbación de los elementos y por la electricidad de que la atmósfera estaba cargada, aquellas fantásticas luciérnagas se agitaban con frenesí […] Después, de repente, las nubes se abrían; a la noche sin claridad sucedía la claridad sin sombras; bajo el torrente de azufrada luz que quema las pupilas del hombre, los cocuyos desaparecían y el paisaje entero se revelaba en todos sus detalles azotado por el huracán y semejante a una decoración de otro mundo […] Luego venían los chaparrones tropicales que traen a la memoria el recuerdo del diluvio […] Si hubiera sido posible dormir en medio de aquella revolución de la naturaleza, nos habrían despertado cuidados más mezquinos. Los mosquitos de largas patas, los terribles zancudos, las pulgas y otros insectos, ebrios con la electricidad, feroces hasta la rabia, tan numerosos como los átomos del polvo que nos cegaba, nos daban continuos ataques, furiosos, irresistibles.
Ya en el camino a Tepic, Vigneaux obtiene ciertas prerrogativas conferidas por su poder de comunicación, su despierta inteligencia, sus dotes de líder y por contar con algo de efectivo. Nos narra:
E. Vigneaux, Viaje a Méjico , Ediciones del Banco Industrial de Jalisco, Guadalajara, 1950.
Traje de camino para la lluvia. Traje de camino para la lluvia
La población es india y de bella raza; vi allí algunas jóvenes de tan admirable garbo, que la estatuaria procuraría en vano idealizar […] yo alquilé un caballo; algunos prisioneros desesperados hubieron también de montar en bagajes y aun se procuraron otros en el camino, porque el número de rezagados era grande […] El oficial mexicano en marcha tiene siempre derecho de exigir estos bagajes, y en caso de necesidad, hombres para el servicio; es árbitro de justipreciarlo y fija la retribución a su conveniencia. Así que el tránsito de la tropa es un azote para la gente del campo […] Con todo esto, sólo amenazando sable en mano, pueden los oficiales obtener estos derechos […] El propietario sigue entonces tristemente sus bestias un día, dos a veces, hasta un relevo obtenido por igual procedimiento, sin que se le remunere justamente su pérdida de tiempo.
Hasta entonces, los filibusteros no sabían qué destino les tenían reservado sus captores; parece que el general Yáñez les había asegurado en Guaymas que desde San Blas se les embarcaría de regreso a California; sin embargo, en Tepic, el coronel Yáñez (comandante militar de ese territorio federal y hermano del otro Yáñez al que se habían rendido en Sonora) les comunicó malas nuevas: el presidente Santa Anna estaba muy molesto, porque consideraba que el general se había extralimitado en su autoridad al concederles una gracia que era prerrogativa única de “Su Alteza Serenísima”,11 además, culpaba a los prisioneros de violar la Ley del 1° de agosto de 1853, en la que se establecía que los participantes en sublevaciones y levantamientos contra el gobierno mexicano debían ser juzgados por un consejo de guerra que, de hallarlos culpables, los condenaría a la pena de muerte. Por eso, Vigneaux y sus compañeros debían trasladarse a Guadalajara, donde recibirían nuevas instrucciones.
11 Éste era el título con el que se hacía llamar el general Antonio López de Santa Anna.
En todo el trayecto hasta Guadalajara, Vigneaux demostró ser un buen líder, ya que no sólo disfrutaba de prerrogativas, sino que cumplía con sus responsabilidades. Una de ellas fue redactar, con el concurso de Guillot y otros, un documento que enviaron a la legación de Francia en la Ciudad de México para que intercediera en su favor ante el gobierno central. Otras eran de índole más práctica, como organizar colectas entre sus camaradas para la creación de un fondo común (ya que los prisioneros debían pagarse ellos mismos su sustento), obtener cabalgaduras, adelantarse en el camino para conseguir alojamiento, alimentos y otras provisiones (entre las que el tabaco era una de las más requeridas). Estas labores dieron pie a Vigneaux para hacer algunas curiosas observaciones que consignó en su libro, por ejemplo:
La vendedora de tortillas es un tipo común en México, donde la tortilla es un alimento nacional que suple al pan. Este preparado es una pasta de harina de maíz muy delgada y seca, de gusto desabrido. Hay, sin embargo, panaderos en todas las ciudades; pero no hacen pan ordinario más que para los forasteros; para la gente del país fabrican una multitud de panecillos de capricho, de los que se cuentan nada menos que ochenta especies que tienen sus distintos nombres, y que podrían designarse con el nombre de mantecados, porque en su fabricación entra siempre manteca y casi siempre azúcar. Los mexicanos hacen gran consumo de ellos con sus tazas de chocolate, muchas veces repetidas en el transcurso del día, a título de almuerzo, merienda o cena. Pero la tortilla acompaña ordinariamente a las comidas sustanciales y la clase pobre no come otro pan.
Así que Vigneaux tuvo que aprender cómo “amarchantarse” con las vendedoras de tortillas que encontraba a su paso, pues requería entre 1500 y 1800 tortillas diarias para abastecer a sus compañeros. Nos dice que muchas vendedoras desconfiaban cuando les pedía lo que para ellas eran fabulosas cantidades de su producto (dado que adquirían de fiado el maíz o la masa, preparar tales cantidades suponía el riesgo de arruinarse si el extraño no les pagaba); por el otro lado, el francés debía contar siempre las tortillas que le entregaban para que no lo engañaran. Pero Vigneaux era sensible a estas dificultades y tomaba con buena filosofía todo el asunto:
El pobre indio ha sido desde hace siglos tan explotado, se ha abusado de tal modo de su ingenuidad y buena fe de todos sus sentimientos, en fin que la inferioridad de ignorancia en que se les ha dejado la vida no puede pintarse sino con los más feos colores. El ladrón sí; pero no por instinto, como tantos sabios fisiólogos osan decir, sino por una especie de derecho, derecho de guerra, por represalias, porque ha sido y es siempre tratado como enemigo vencido […] A fuerza de paciencia, de dulzura y energía al mismo tiempo, yo llegaba sin embargo a negociar sobre bases más fraternales.
Ernesto de Vigneaux, Viaje a Méjico , Ediciones del Banco Industrial de Jalisco, Guadalajara, 1950.
Plaza de armas de Guadalajara. Plaza de armasde Guadalajara
Respecto al tabaco, Vigneaux hace otra observación que, no obstante su antigüedad de más de siglo y medio, nos mueve a comparar su relato –desde luego, haciendo ciertas salvedades– con la situación actual de varios ramos industriales en el país.
Se fabrican también muchos cigarros, y aún se fabricarían más a no estar estancado este ramo. El tabaco es originario de México; Moctezuma lo fumaba mezclado con la olorosa resina del liquidámbar. El partido de Tepic, lo mismo que los de Autlán, Ahuacatlán y Acaponeta, que colindan, produce un tabaco justamente estimado, pues sus cigarros no ceden en nada a los de La Habana […] Por desgracia el estanco ahoga este comercio que podría contribuir tan poderosamente a la riqueza nacional. El cultivo de esta planta está restringido a algunos distritos y a la cantidad necesaria para el consumo local, por una ley que prohíbe su exportación bajo cualquier forma que sea, fuera del distrito productor […] Pero no es eso sólo; si la fabricación es limitada, la provisión del consumidor lo es igualmente. Nadie puede tener en su casa más de doscientos cigarros. La administración hace visitas domiciliarias, a las cuales puede sustraerse, sin embargo, la aristocracia, sobornando a los empleados. El estanco es un arrendamiento y los arrendatarios, que son por lo común extranjeros, muy solícitos en sus intereses personales, hallan un provecho más inmediato y sobre todo garantías contra la concurrencia, en importar tabaco, que en favorecer su cultivo en el interior.
A principios de septiembre, el “Batallón Francés” (nombre por el que se conocía a los ex filibusteros) pasó por Ixtlán y entró al estado de Jalisco por Magdalena. Los inmensos campos sembrados de maguey les anunciaron entonces la proximidad del poblado de Tequila y su famosa bebida, a la que Vigneaux llama mezcal: “Tequila da su nombre al aguardiente mezcal, lo mismo que Cognac lo da a los aguardientes de Francia en general.”
Poco después arribaron a Guadalajara 147 prisioneros, pues 40 se habían quedado en Tepic debido a su mal estado de salud. La mayoría iban a pie, casi descalzos y andrajosos. Todos estaban temerosos por lo que les sucedería y más aquellos que habían ostentado puestos de mando en la fuerza filibustera de Raousset-Boulbon. Durante su confinamiento, los presos recibieron la visita de algunos comerciantes franceses establecidos en la ciudad, a quienes acompañaba Manuel Llanos (un mexicano que era administrador de aduanas y había vivido varios años en Francia). Pero nada pudieron hacer esos señores para revocar la orden del general Santa Anna: los presos debían salir hacia la capital mexicana el 11 de septiembre. Sin embargo, Ernest Vigneaux, atacado por constantes diarreas (quién sabe si debidas a las insalubridades del viaje, a su miedo por lo que sucedería más adelante o a ambas cosas) obtuvo permiso –junto con otros 7 de sus compañeros– para ser hospitalizado en el hospicio de Belén, donde ingresó un día antes de la partida del resto de sus camaradas. Al narrar su entrada al hospital tapatío, Vigneaux casualmente nos entera de un detalle de su educación:
El oficial que mandaba el puesto me recibió y entregó al comisario del hospicio, quien me hizo entrar a su cocina, esperando la llegada de los otros. Este hombre de unos cuarenta años de edad, y cara de fámulo, me tuvo mayores miramientos, mandó que me sirvieran de comer, protestó su alegría al encontrar un caballero, me prometió su sincera amistad, y conociendo que yo conservaba algún polvo del colegio, también me habló en latín. Bajo el escudo de esta lengua muerta, me dijo en las barbas del pobre oficial, una porción de cosas malas contra el dictador Santa Anna y aún me ofreció proteger mi fuga […] A la llegada de mis compañeros volvió a tomar su máscara oficial para inscribirnos en sus registros.
El viaje en libertad
Pero esa fuga no fue necesaria, ya que mediante el apoyo del señor Llanos y los comerciantes franceses, quienes pagaron la fianza fijada por el gobernador de Jalisco, el joven Ernest fue puesto en libertad y hospedado en la casa de sus compatriotas Tarel y Lyon. Después de cuatro meses de penoso cautiverio, Vigneaux obtuvo así una libertad que, si bien condicionada, le permitió dis-
frutar de mejor manera su entorno, ser más acucioso en su registro y describir años después –gracias al poder de los recuerdos indelebles– lo que entonces observaba. Por ejemplo, cuando su pluma dibuja el jardín al que daba la ventana de la habitación donde lo hospedaron o cuando relata su asistencia al desfile conmemorativo de la independencia de México:
Era un mosaico monocromo, donde se mezclaban todos los matices del verde, era risueña librea de la naturaleza. El plátano mecía sus anchas hojas por encima de los naranjos cargados de fruto, al lado de la morera, del melocotonero y del peral. La flexible caña se alzaba en medio de los rosales y las hojas bellotas de la planta del café brillaban como rubíes en este bello esmalte. Los árboles del paseo de la Alameda, dominados por cúpulas y campanarios, formaban el marco de este cuadro, del que sobresalía la sombría pirámide de alguno que otro ciprés […] Aún no he olvidado aquel jardín, aquella atmósfera perfumada, aquel aposento en el que he soñado tanto, aquellos portales bajo los que pasaba la mitad de nuestra existencia. Allí se recibían las visitas, se jugaba y se discutía tomando café después de la comida, y fumando un puro de Tepic. Allí he pasado algunos meses, los más felices de mi vida, en medio de una familia que reemplazaba la mía […] El 27 de septiembre puse el pie en la calle por vez primera, en honor de una gran fiesta nacional: era el aniversario de la entrada en México, en 1821, del ejército llamado de las Tres Garantías, mandado por Iturbide, vencedor de los españoles. Los negocios se suspenden este día; hay un gran desfile por la tarde. Entonces vi por vez primera la gala de aquellos soldados; una especie de túnica vieja azul descolorida y sucia, con franja y sin charreteras y un pompón en el chacó […] Después la concurrencia en la plaza de Armas, donde dan música las bandas militares, y no mala música, pues los indios son muy aficionados a las artes. Allí se congrega toda la bella sociedad, y los abanicos se agitan y las miradas se cruzan y se encuentran en abundancia…
Una semana después, Vigneaux vuelve a las calles de Guadalajara, esta vez para asistir a una celebración religiosa:
El 5 de octubre, otra nueva fiesta me sacó a la calle: la fiesta de la milagrosa virgen de Zapopan. El número de vírgenes milagrosas es infinito en México: cada pueblo tiene la suya. Ésta es una pequeña imagen, que pasa seis meses del año en el pueblo inmediato de Zapopan y otros seis en Guadalajara, donde recibe sucesivamente una hospitalidad de algunos días en cada una de las iglesias. La Señora no viaja sino con gran pompa, escoltada por toda la población de la ciudad y de los campos vecinos. Allí volví a ver aquella turba harapienta que se agrupara en torno a nosotros a nuestra llegada; algunos días antes; pero el espectáculo más curioso era el que representaban varios de los indios de Zapopan y de los pueblos circunvecinos, para los que esta festividad es una saturnal en que dan rienda suelta a sus propensiones, especialmente a las bebidas fuertes. Medio desnudos, enmascarados horriblemente y con sus guirnaldas de flores, bailan, haciendo grotescas contorsiones,
Alto de los viajeros en las cercanías de México.
Ernesto de Vigneaux, Viaje a Méjico , Ediciones del Banco Industrial de Jalisco, Guadalajara, 1950.
compitiendo en agilidad, quemando petardos y tirando cohetes. Algunos siguen la procesión de rodillas […] Todo esto degenera al fin en una orgía completa, a que sólo el cansancio y el sueño pueden solamente poner término. Tales eran las fiestas de sus antepasados en la época de la conquista, los mitotes cuya descripción hacen los antiguos historiadores.
Durante su estancia en Guadalajara, algunos presos que habían quedado rezagados en Guaymas y Tepic pasaron por la ciudad en su marcha a México. Aconsejado por sus amigos franceses de que no saliera a encontrarlos, pues al hacerlo arriesgaría inútilmente su costosamente obtenida libertad, Ernest se enteró que el 12 de agosto de 1854 el conde Gastón Raousset-Boulbon había sido fusilado en una playa de Guaymas, luego de que las autoridades mexicanas lo condenaron a la pena capital por sus atentados contra la soberanía nacional. También supo entonces que a su amigo Pigné y a otros filibusteros se les había permitido embarcarse rumbo a América del Sur. Luego recibió carta de Guillot en la que éste le contaba que los integrantes del Batallón Francés separados de él en Guadalajara se hallaban a la sazón en Perote, esperando el arribo al puerto de Veracruz de un barco de guerra francés que los transportaría fuera del territorio mexicano. Esto sucedía porque en noviembre el general Santa Anna, calculando que el fusilamiento del conde Raousset-Boulbon podía funcionar suficientemente como escarmiento a las intentonas filibusteras y buscando mantener una buena relación con Napoleón III –ya para entonces encumbrado como emperador de los franceses–, había decretado una
amnistía que libraba de la prisión y la muerte al Batallón Francés, a condición de que sus integrantes salieran de México lo más pronto posible. A los franceses que permanecían en Guadalajara se les notificó que debían partir de inmediato para alcanzar en Veracruz el buque que se los llevaría. Vigneaux no quiso partir entonces junto a sus compatriotas porque no estaba dispuesto a someterse al mandato de Napoleón III, quien ordenó conducir a los ex prisioneros a la isla de La Martinica, en el Caribe (el emperador no quería que llegaran al suelo continental de Francia en calidad de derrotados). Además, Vigneaux esperaba que separado de sus anteriores compañeros le fuera más fácil regresar a Estados Unidos. Así:
El 20 de enero recibí mi pasaporte del gobierno para México [la ciudad] y una indemnización de viaje. El 23 me despedí con honda pena de una familia que había llegado a serme tan querida, y montando a caballo, me alejé de aquel oasis, donde mi buena estrella me había guiado de todos los males pasados y futuros.
Vigneaux partió hacia México, una ciudad que estaba empecinado en conocer. Fuese por enterada recomendación o por afortunada casualidad, contrató a un joven zacatecano de 20 años, Miguel, quien fungió como su guía, sirviente y acompañante en la siguiente etapa del viaje. Su itinerario lo llevó por las ciudades y pueblos de Guanajuato, Querétaro y el Estado de México hasta las inmediaciones de la capital. De todos esos puntos, el viajero hace más o menos detalladas descripciones en su libro. Una muy emotiva es la que hace al subir al cerro del Tepeyac, desde donde obtuvo una magnífica vista del Valle de México que le lleva a decir extasiado:
La emoción, pero una emoción expansiva y dulce dilata el corazón. Ningún viajero puede sustraerse a estas impresiones; todos acaso han sentido el deseo momentáneo, fugitivo como el relámpago de plantar ahí su tienda y acabar en ella sus días, en los inefables goces que produce la contemplación de la naturaleza.
El 6 de febrero de 1855, Vigneaux entró en la capital de México. Allí se puso en contacto con gente de la legación francesa que le ayudó a arreglar su viaje a Veracruz, pues la amnistía otorgada por Santa Anna era más endeble si se refería a un solo individuo. No obstante el supuesto peligro de que se descubriera su identidad, Vigneaux se atrevió a recorrer la ciudad y sus inmediaciones, lo que le permitió consignar en su libro brillantes descripciones de sus principales sitios y, sobre todo, de sus habitantes. Tras vender su caballo y decir adiós a Miguel, el 14 de febrero emprendió en una diligencia el camino que, pasando por Puebla, Texmelucan, Ayotla, Perote y Jalapa, lo llevaría hasta el puerto. El 22 de febrero de 1855 abordó allí el buque de vapor Orizaba:
Muy luego se elevó el ancla: y no sin pesar vi borrarse poco a poco en una vaporosa lontananza las costas de México; mientras que la alta cima del Citlaltépetl fue
Vista general de Veracruz tomada desde el camino de Orizaba.
Ernesto de Vigneaux, Viaje a Méjico , Ediciones del Banco Industrial de Jalisco, Guadalajara, 1950.
visible en el horizonte, mi mirada permaneció fija en ella y mi pensamiento volaba hacia esa bella tierra azteca, a la que deseaba con toda mi alma la paz y la prosperidad en la independencia.
La historia escrita por Vigneaux
El Orizaba llevó a Vigneaux a Nueva Orléans, desde donde pensaba dirigirse de nuevo a California. Esa idea nunca se concretó y un tiempo después regresó a Francia. En 1863, la editorial L. Hachette publicó en París el libro titulado Souvenirs d’un prisonnier de guerre au Mexique, la obra que Ernest Vigneaux escribió a lo largo de los ocho años transcurridos después de su salida de México. Cuando el libro apareció, un ejército francés enviado por Napoleón III avanzaba hacia el interior de México con la consigna de allanar el camino para establecer el imperio que encabezarían el archiduque Maximiliano, hijo del emperador Habsburgo que dominaba la Europa oriental, y su esposa Carlota, hija del rey de Bélgica, que controlaba la trata de esclavos en África.
En las 565 páginas de su libro, Vigneaux narró con detalle los sucesos referidos a la expedición de Raousset-Boulbon (recordemos que durante toda su aventura llevó un diario de viaje y que contó, a través de cartas, con información que le dieron sus camaradas de armas). En esa obra, su autor se
extendió ampliamente en sus descripciones de los lugares por donde pasó, ya fuera como prisionero de guerra o como viajero con salvoconducto después de la amnistía. Y no omitió, para nada, verter sus consideraciones y opiniones acerca de las situaciones de índole social, económica o política de las que fue testigo o de las que se enteró en sus pláticas con gente bien informada. De esta manera, Vigneaux señaló que el peso de la Iglesia católica, las ambiciones de los empresarios extranjeros, la prepotencia de los militares y la ineficiencia de la burocracia eran algo así como los Cuatro Jinetes del Apocalipsis que se conjuntaban para arruinar a México. Por eso dice:
Casi no estuve en los salones en donde se extraña a Europa, donde México es irremisiblemente condenado, pero frecuenté al pueblo mexicano, estoy lleno de él, y conozco sus penas.12
Y en verdad, gran parte de lo que más vale en el libro de Vigneaux son sus estampas del pueblo mexicano a mediados del siglo XIX.
Souvenirs d’un prisonnier de guerre au Mexique Souv u enirs d’unprisonnierde guerre au Mexique, Ernest Ernest Vigneaux, 1863. […] tuvo ocasión de asomarse a “las profundidades de México” y tratar con los parias de su sociedad: léperos, criminales y mendigos. Habló con arrieros, vaqueros, peones, mineros, aguadores, cargadores, lavanderas, fruteras, soldados y soldaderas. Buen escritor, supo retratar con maestría a algunos personajes, como el tendero filipino de San José del Cabo: “desdentado, gesticulante, calvo, oliváceo y agotado”, o a doña Concepción, la tortillera de Magdalena, quien, “viva y alegre, enseñaba sin cesar las perlas de su boca en la sonrisa más irritante, [y] tenía la lengua maravillosamente sutil y la réplica fina”.13
12 Es necesario advertir que casi en todas las etapas de su viaje, Vigneaux contó con el apoyo y la complicidad no sólo de sus compatriotas, sino además de funcionarios y políticos locales, lo cual es especialmente claro en el caso de su estancia en Guadalajara; sin embargo, por lo que se sabe, también resulta incuestionable que sus intereses se inclinaban más hacia la posibilidad de moverse en el país sin llamar demasiado la atención y de acercarse, en la medida que le fuera posible, a la gente común. 13 Esta cita es del artículo de Ana Rosa Suárez Argüello “Viajando como prisionero de guerra. Ernest
Vigneaux y su travesía por el México de Santa Anna”, publicado en Estudios de Historia Moderna y
Contemporánea de México, Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de
México, México, núm. 27, enero-junio 2004 (hay una versión en internet en la dirección www.historicas.unam.mx/publicaciones/revistas/moderna/vols/ehmc27/322.pdf). La información contenida en ese ensayo de Suárez Argüello constituyó un apoyo crucial para la elaboración del presente escrito.
La publicación de la obra de Ernest Vigneaux durante la intervención francesa en México no fue casualidad; más bien correspondió al renovado interés francés en nuestro país y a las intenciones de las fuerzas políticas que en Francia y otras partes de Europa se oponían a tal tipo de aventuras imperialistas. La postura más bien favorable hacia la lucha de Benito Juárez y su gobierno, que el autor explicita en la introducción y las reflexiones finales –reforzada por lo que comenta en la narración de su viaje– hacen indudable que Vigneaux era partidario de un México republicano e independiente. Por ello, es una lástima que en el mundo de habla hispana su libro se haya conocido entonces y se conozca aún ahora bajo un formato deficiente. En 1866, la imprenta española de Gaspar y Roig, basada en Madrid, publicó el libro con el título Viaje a Méjico. Pero aunque bellamente ilustrada con excelentes grabados, Viaje a Méjico, de Ernest Vigneaux, en una versión mexicana. esta versión resumió en tan sólo 64 páginas la mucho más extensa obra original. Además de haber sido mal traducida, esa edición española suprimió los pasajes más polémicos de lo que escribió Vigneaux (por ejemplo, lo relativo a la expedición filibustera, sus apreciaciones sobre las empresas de capital extranjero o las críticas a la Iglesia católica mexicana, entre otros asuntos), centrándose más bien en sus descripciones de pueblos, ciudades y costumbres. Después, las ediciones mexicanas del libro14 han seguido la versión española, escatimado con ello gran parte de la riqueza histórica del escrito original. Aún así, la narración de Ernest Vigneaux de su viaje en México constituye una lectura altamente recomendable.
14 Además de la antes citada edición del Fondo de Cultura Económica de 1982, también están: Un folletín realizado: la aventura del conde Raousset-Boulbon, en la Biblioteca Joven, de SEP-Setentas y el FCE, 1973 (reeditada en 1988), que contiene un excelente prólogo de Margo Glantz; y Viaje a Méjico, de
Ediciones del Banco Industrial de Jalisco, Libros del Siglo XIX, Guadalajara, 1950, que reproduce los grabados de la primera versión española y cuenta con una introducción de Leopoldo I. Orendáin.