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Palabras, libros, historias
DEL AULA
BRASSEUR DE BOURBOURG Y EL ISTMO DE TEHUANTEPEC
Andrés Ortiz Garay
En 1859, este erudito y estudioso de las antiguas civi-
lizaciones mesoamericanas emprendió un recorrido por el istmo de Tehuantepec para conocer su geografía y sus habitantes. El relato de ese viaje es ameno y lleno de interesantes anécdotas, pero sobre todo, es un testimonio vívido acerca de una estratégica región que desde el siglo XIX México ha tenido que defender de las ambiciones expansionistas de potencias extranjeras interesadas en dominar los pasajes interoceánicos en América.
El contexto
En otro artículo de esta serie abordé, a través de la historia de Ernest de Vigneaux,1 las intentonas de varias expediciones de filibusteros norteamericanos y franceses para apoderarse de amplias regiones del norte de México y fundar allí repúblicas supuestamente independientes que, más temprano que tarde, con toda probabilidad hubieran terminado por anexarse a los Estados Unidos de América (EUA), como fue el caso de Texas, o de gravitar en la órbita imperial francesa. Afortunadamente para nuestro país, tal eventualidad no llegó a concretarse en los hechos. Sin embargo, la derrota de los filibusteros no significó que las pretensiones imperialistas de Francia o EUA sobre nuestro país llegaran a un fin con la derrota de William Walker (1854), la muerte en combate de Henry Crabb (1857) o el fusilamiento del conde Gastón Raousset-Boulbon (1854). Más bien lo que sucedió fue que el expansionismo norteamericano consideró que sería más económico y menos riesgoso fincar sus propósitos en proyectos que, evitando la confrontación militar directa, le permitiesen de todos modos implantar y ejercer su dominio sobre zonas
1 Ver “Ernest Vigneaux; filibustero, prisionero y viajero”, Correo del Maestro, número 203, abril de 2013.
estratégicas del país (por su parte, la Francia de Napoleón III tendría todavía que pasar por la tortuosa aventura imperial de Maximiliano de Habsburgo para acabar por renunciar a las pretensiones de establecer por la fuerza un protectorado imperial en México).
Uno de esos proyectos era la compra de derechos sobre una vía que, atravesando el istmo de Tehuantepec, hiciera posible el transporte de pasajeros y mercancías entre los océanos Atlántico y Pacífico. Esto ya se había esbozado en las negociaciones que desembocaron en el Tratado de Guadalupe Hidalgo (1848), aunque entonces la obtención de más de la mitad de la nación derrotada calmó de momento las ansias de conquista. Pero se mantendría como un constante reclamo en las propuestas norteamericanas de los años siguientes. En 1853, como parte de la negociación del tratado correspondiente a la Venta de la Mesilla,2 los norteamericanos insistieron en que se abrieran zonas de libre tránsito y libre comercio en el istmo de Tehuantepec, entre Nogales-Guaymas, en Sonora, así como otra gran vía entre Matamoros y Mazatlán. A lo largo de estas tres rutas no sólo se construirían caminos, estaciones de paso y demás infraestructura necesaria
2 La Venta de la Mesilla (o Gadsden Purchase, según la terminología estadounidense) involucró la cesión a Estados Unidos de más de 75 mil kilómetros cuadrados (situados en los actuales estados de Arizona y Nuevo México) que eran territorio mexicano reconocido en el Tratado de Guadalupe Hidalgo. A cambio de unos cuantos millones de pesos de aquel tiempo, Antonio López de Santa Anna accedió a vender ese territorio; el amago de una nueva guerra si no se accedía a los requerimientos norteamericanos no fue del todo ajeno al desenlace del asunto.
ISTMO
Esta palabra deriva del latín isthmus, que a su vez lo hace del griego . Citaremos aquí en extenso la definición que ofrece La Enciclopedia de Salvat Editores, en el tomo 11 de su edición de 2003, publicada en Madrid. Escogí esta definición porque, además de que concuerda básicamente con la del Diccionario de la Real Academia Española y con las de otros más, nos presenta en su parte final un interesante argumento sobre la extensión de un:
istmo m. Geogr. Brazo de tierra que une dos continentes o una península con tierra firme.
Anat. paso estrecho que une dos cavidades, o porción más estrecha de una parte u órgano.
istmo de las fauces Anat. Región estrecha entre la boca y la faringe. del encéfalo Anat. V. PROTUBERANCIA. uterino Anat. Porción del útero entre el cuello y el cuerpo. Geogr. La extensión de un istmo puede oscilar entre la de un estrecho cordón litoral que suponga una pequeña variación de la forma de la costa, hasta los centenares de kilómetros que separan la península del Labrador del resto de América del Norte o la península Ibérica del resto de Europa. La delimitación de un istmo es muy clara en algunos casos (como en la península Ibérica, donde coincide con la cordillera de los Pirineos, o en la península del Peloponeso, en Grecia), y algo difusa en otros casos, como ocurre en las penínsulas Balcánica o Escandinava.
Por su parte, el Diccionario de uso del español, de María Moliner (segunda edición,
para el tránsito, sino que también se estatomo I-Z, Madrid, Editorial Gredos, 1998) nos blecerían guarniciones del ejército de EUA dice que en geografía, istmo es: “estrecha- que supuestamente velarían por la segumiento o faja de tierra que enlaza a través ridad de los eventuales viajeros (o, en su del mar dos porciones de ella mucho más defecto, México tendría que obligarse amplias” y que “se aplica también como destinar gran parte de sus escasas tropas nombre de *forma; por ejemplo, al estrecha- para cumplir con esta onerosa labor). miento entre el cerebro medio y el posterior.” Aunque tampoco en el tratado de 1853
El Diccionario del español usual en Méxi- se terminó por acordar la cesión de esas co, dirigido por Luis Fernando Lara (segunda vías de tránsito, EUA no cejaría en sus inedición, México, El Colegio de México, 2009) tentos. Combinando la tentación de comagrega a lo anterior que esa “franja de tie- prar territorio con la amenaza de ocuparlo rra relativamente larga y estrecha” no sola- por la fuerza, los representantes del gomente une dos partes más anchas del mismo bierno de Washington lograrían, a finales continente, sino que también podría ser que de esa década, la firma del tratado conouniera “dos islas o una península y un conti- cido como McLane-Ocampo, con lo que nente.” Y curiosamente, pone como ejemplo estuvieron muy cerca de concretar tales el istmo de Tehuantepec. proyectos. En ese tiempo, 1859, también la Francia de Napoleón III se ocupaba en extender su imperio y así mismo ambicionaba la posibilidad de ganarle a los norteamericanos el dominio de aquellas rutas. Ambas potencias, EUA y Francia, pretendían aprovechar entonces, cada una por su lado, la debilidad de México, que se hallaba enfrascado en el terrible enfrentamiento fratricida conocido como la Guerra de Reforma. Fue en este contexto que nuestro personaje, Charles Brasseur de Bourbourg, realizó una travesía a través del istmo de Tehuantepec, un viaje sobre el que escribió la interesante obra de la que aquí nos ocuparemos. Pero antes de entrar de lleno en ella, revisemos antes, así sea brevemente, los antecedentes de la idea que otorgaba –y aún otorga– al Istmo una importancia preponderante.
El lugar
Ya en su cuarta “Carta de relación” (firmada en Tenochtitlan el 15 de octubre de 1524) al monarca español,3 Hernán Cortés daba cuenta de sus esfuerzos por encontrar un paso que permitiera establecer comunicación entre el océano Atlántico y el Pacífico a través de la región que después se conocería como el
3 Se trataba de Carlos I de España y V del Imperio Habsburgo, quien siguió con interés las noticias de pasos por tierra firme para encontrar la ruta más viable entre los dos mares, cosa que su sucesor, Felipe II, desechó diciendo que “El hombre no separa lo que Dios une.” (Ver Patricia Galeana, El Tratado McLane-Ocampo. La comunicación interoceánica y el libre comercio, México, Ed. Porrúa, 2006, p. 2.
istmo de Tehuantepec. Algo antes, en 1513, las exploraciones de Vasco Núñez de Balboa y otros conquistadores españoles en El Darién (parte del istmo centroamericano que hoy situamos en Panamá) ubicaron existencia de “la Mar del Sur” (que si bien entonces no estaba claro que se trataba del Océano Pacífico, sí permitía reforzar la hipótesis de Cristóbal Colón de que navegando hacia occidente desde Europa se Miguel Covarrubias, El sur de México , Clásicos de la Antropología, Núm. 9, Instituto Nacional Indigenista. podía llegar a Asia). La circunnavegación de la Tierra, que comenzó Fernando de Magallanes en 1519 y, tras la muerte Mapa antiguo que representaba fantasiosamente el istmo de Tehuantepec. Las de éste, culminó Sebastián de exploraciones europeas de los siglos XVI y XVII buscaban encontrar un pasaje que permitiera atravesar rápidamente el Nuevo Mundo y llevarles prestamente Elcano en 1522, demostró que, a Asia. en efecto, el mundo era redondo y se podía ir de un extremo a otro. Desde entonces, la búsqueda de un pasaje que permitiera cruzar con relativa rapidez y facilidad los territorios que los europeos iban descubriendo y hacer así más expedita la conexión entre Europa y el Extremo Oriente (China, Japón, las islas de las especies y la India, principalmente) sería una constante en la exploración de América durante los siglos XVI y XVII.
Sin embargo, al decantarse el perfil de América, los geógrafos europeos –y a través de ellos, todos los demás– fueron dándose cuenta de que el anhelado paso interoceánico estaba interrumpido por una masa terrestre que sólo en algunas partes se angostaba. Una de esas partes estaba en el sur de la Nueva España. Por eso, en diferentes momentos del siglo XVIII, los virreyes marqueses de Bucareli y Revillagigedo encargaron a destacados ingenieros la realización de estudios en campo sobre las ramificaciones de los ríos de la región istmeña del virreinato para ver si se podrían unir los mares con la construcción de un canal. A principios del siglo XIX, el barón Alejandro de Humboldt, en su famosa obra Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, realizó un análisis sobre la factibilidad de construir el canal interoceánico en casi una decena de puntos del continente Americano y tras revisar cuidadosamente las opciones, se decantó por las mejores posibilidades que ofrecían el istmo de Tehuantepec o el istmo centroamericano, ya fuera en El Darién o en la angostura del istmo de
Rivas, navegando el río San Juan y el lago Nicaragua. Quizás porque en Darién las selvas se mostraban impenetrables y porque en Nicaragua una cadena volcánica dificultaba la canalización, a Humboldt terminó atrayéndole mucho más la idea de que Tehuantepec sería una mejor elección, ya que gozaba de vías fluviales que él pensaba servirían a la navegación.
Fue así que esos tres puntos de la cintura de América se convirtieron en zonas estratégicas codiciadas por las potencias marítimas del siglo XIX: Inglaterra, Francia y los noveles EUA. Con su concurso, aquel canal fue finalmente construido en Panamá (1903-1914). Pero los otros dos lugares señalados por Humboldt nunca se desecharon. En Nicaragua, la sangre derramada desde Walker4 hasta la Revolución Sandinista daría cuenta de ello. En México, desde el intento de la Compañía Luisianesa que comenta Brasseur en su libro hasta el actual Plan Puebla-Panamá esas mismas pretensiones no han dejado de tratar de imponerse.
Es complicado discurrir en detalles de las ventajas técnicas que cada istmo presentaba a mediados del siglo XIX. Pero, quizás bastaría saber que en Panamá, la separación del Atlántico y el Pacífico se zanjó con 160 kilómetros (la largura que tiene aproximadamente el Canal de Panamá entre Colón, en el Atlántico y Ciudad de Panamá, en el Pacífico), contra los cerca de 300 km del istmo tehuantepecano. Esta diferencia en la longitud de ambos estrechos, se compensaba con un kilometraje menor en el recorrido entre Nueva Orleáns y San Francisco, al acortar la ruta dando vuelta un paralelo y medio antes. La topografía del istmo de Tehuantepec, con alturas no mayores a los 300 msnm, también representaba una ventaja, igual que los caudales del Coatzacoalcos, el Uxpanapa, el Chimalapa o algunos de sus afluentes, que en aquellos tiempos se navegaban con cierta facilidad en las embarcaciones impulsadas por el vapor o acaso, al fallar las profundidades necesarias por la escasez de lluvia, a remo. Sobre estos asuntos Charles Brasseur fue bastante explícito:
A partir de Minatitlán puede decirse que se entra verdaderamente en el territorio del istmo de Tehuantepec. Geográficamente hablando este istmo pertenece al estado mexicano de Oaxaca al sudoeste, y al de Veracruz al noroeste, limitando al oriente con los estados de Tabasco y Chiapas. De todos los pasos conocidos en América para atravesar de un océano a otro, éste es el más cercano a Nueva Orleáns y Nueva York, y el más corto, cómodo y menos insalubre para ir a California. Va de la desembocadura del Guazacualco [río Coatzacoalcos], situada a 18º 8’ 20” de latitud septentrional y a 94º 32’ 50” de longitud oeste, meridiano de Greenwich, hasta el puerto de La Ventosa, en el océano Pacífico, que se encuentra a 16º 11’ 45”
4 Ver número de Correo del Maestro ya citado.
de latitud y a 95º 15’ 40” de longitud del mismo meridiano; es decir 143 millas inglesas de recorrido.5
Aparte de estos razonamientos de índole geográfico, es interesante notar que al decir que el istmo de Tehuantepec es el menos insalubre de los pasos interoceánicos de América, Brasseur estaba considerando otra ventaja, ésta más bien relacionada con la climatología, pues aunque también puede ser tan caluroso como sus contrapartes, este istmo goza de la frescura que le otorgan los vientos que, llegados del Pacífico, se adentran bastante en tierra firme al no encontrar barreras orográficas que los desvíen o contengan. Y aunque nuestro autor se queja en varios momentos de su narración del calor y los mosquitos, también nos relata su goce con la frescura que llega al ponerse el sol; por lo menos, esto nos cuenta de su estancia en la población de Tehuantepec:
Después del atardecer todas las familias, ricas o pobres, sentadas en los grandes balcones enrejados de sus casas o en el umbral de la puerta, tomaban el fresco bajo la luz de las estrellas, contándose los sucesos del día o del pasado, discutiendo de política, mientras se echa un ojo a los caminantes retrasados de uno u otro sexo, que la necesidad o el gusto de la aventura lleva por la arena fina de la calle. Bajo este cielo admirable, las noches son tan suaves y brillantes que gustoso se la pasaría uno al aire libre, extendiendo su cama o su petate afuera…
Brasseur continúa brindándonos una decantada descripción del istmo, fijando su atención no únicamente en los aspectos geográficos, sino también en sus recursos naturales, en la composición de sus pobladores y en su historia.
Desde el punto de vista topográfico, el istmo puede dividirse en tres secciones bien definidas, la del norte, la del centro y la del sur.6 La primera, que abarca una zona de 40 a 50 millas de ancho del lado del Atlántico, comprende muchos valles amplios y fértiles, irrigados por el agua que baja de la cordillera al Golfo de México; estos valles, que raramente se elevan a más de doscientos o trescientos pies sobre el nivel del mar, están cubiertos generalmente por bosques de gran altura […] Al oeste de su desembocadura [del río Coatzacoalcos] se levantan las cimas de los volcanes San Martín y Pelón, que se divisan desde el mar y que dan una característica particular a la costa de la Barilla donde forman, volviéndose hacia el
5 Todas las citas del libro de Charles Brasseur fueron tomadas de la edición del Fondo de Cultura
Económica que más adelante se menciona. 6 Resulta curioso que casi siglo y medio después del viaje de Brasseur, uno de los estudios calificados como más completos del Istmo, sostenga algo similar: “La sub-regionalización más completa que se conoce es la de Alejandro Toledo, quien subdivide al Istmo de Tehuantepec en norte (sur de
Veracruz), centro (selvas mixes y zoques) y sur (planicie de Juchitán y Sistema Lagunar Huave), sin delimitar la región hacia oriente y poniente.” Citado en Gómez Martínez, Emanuel, “Diagnóstico regional del istmo de Tehuantepec”, Proyecto Perfiles Indígenas, Oaxaca, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social Unidad Istmo, enero 2005.
norte, un ángulo casi rectangular con la del este. Estas cimas están en el extremo de una gran cadena de montañas que lleva el nombre de sierra de Tuxtla. De allí al río de Jaltepec, afluente principal a la izquierda del Guazacoalco, las únicas montañas dignas de ser mencionadas son el cerro de la Encantada […] y el cerro de Tecuanapan […] A 3 millas al este de Izhuatlán, se halla otra aldea indígena, la de Santiago Moloacan, con 800 habitantes; lo que distingue a este lugar es un pozo de petróleo que se vierte en una extensión de varios acres. A la izquierda del río, detrás de Minatitlán, se encuentra el pueblo de Cozoliacaque […] poblado por más de 2000 indios de origen azteca, que hablan todos la lengua mexicana [náhuatl], eminentemente pacíficos y trabajadores […] De todos estos villorrios, el más célebre es el de Jaltipan, donde la tradición, viva aún entre los indios, hace nacer a Marina, primero esclava y luego amante de Cortés, a quien ella prestó tan grandes servicios al comienzo de la conquista.
Con la coincidencia de la fertilidad, clima y situación geográfica, el valle del Guazacoalco debe ser considerado como una de las regiones más dotadas del globo. La tierra rinde el céntuple de lo que la mano del hombre le confía, y por la misma cantidad de trabajo, produce al menos seis veces lo que el suelo más favorecido en los Estados Unidos […] Es el paraíso de las maderas preciosas de toda clase, del caucho y de la goma, de la vainilla, de la zarzaparrilla, del añil, del sangre de dragón, del cacao, café, azúcar, tabaco, algodón, maíz, miel, pita, etc., y estos productos no necesitan más que de un trabajo insignificante para enriquecer a un pueblo activo e industrioso. El maíz, del que a duras penas se obtiene una cosecha anual en el norte, aquí no produce menos de tres […] Sólo la cría de abejas, que era una de las principales ramas de la industria antes de la conquista, bastaría para la fortuna de un hombre, gracias al rendimiento de la cera bruta, que la piedad mexicana consume en una cantidad considerable, tanto en iglesias como en oratorios.
En una terminología más moderna, diríamos que el istmo de Tehuantepec es el asiento de la cuenca alta de los ríos Usumacinta-Grijalva, Uxpanapa y Coatzacoalcos, que juntos conducen el 40% de los escurrimientos fluviales de México, es decir algo menos de la mitad del agua dulce del país (además de que en el lado del Pacífico se encuentran los sistemas lagunares Huave y Tehuantepec). Que es una de las zonas de mayor precipitación pluvial en Mesoamérica, la cual varía entre 2800 y 4400 mm anuales. Que su relieve topográfico cuenta con alturas entre los 200 y los 2400 metros de altitud. Y finalmente, que esas condiciones, más su variedad climática con diferentes variedades de climas húmedos y cálidos, han posibilitado que esta región sea una de las que tienen mayor diversidad biológica en un país que es megadiverso. En el Istmo hay diversos ecosistemas de bosques y selvas: bosques de pino, de encino, de pino-encino, bosque mesófilo de montaña o bosque de niebla, selvas húmedas que son bajas, medias y altas o de chaparral; por cierto, partes de la selva alta
Instituto Nacional Indigenista.Miguel Covarrubias, El sur de México , Clásicos de la Antropología, Núm. 9,
La gran fertilidad y la rica biodiversidad del Istmo posibilitaron el asentamiento de numerosos pueblos prehispánicos en la región, entre ellos olmecas, zapotecos, huaves, mixes, nahuas y zoques.
del Istmo son de las mejor conservadas de su tipo en América del Norte. Así, el Istmo constituye “el único puente natural que une las selvas tropicales del país (caducifolias, subhúmedas y húmedas)”.7
En correspondencia con la diversidad de los ecosistemas y sus recursos, es decir con la biodiversidad de la región, también ha existido en ella una diversidad cultural y humana muy acusada; multitud de grupos socioculturales prehistóricos debieron transitar o haberse asentado allí por algunos periodos ya fuese, primero, para cazar las grandes presas de la fauna pleistocénica o, algo después, para practicar en sus fértiles suelos una incipiente agricultura. Con la consolidación de las técnicas agrícolas mesoamericanas, la región fue sucesivamente ocupada por distintos pueblos, desde los casi míticos olmecas hasta los zapotecas o los chontales de origen maya provenientes de Tabasco. Cuando en el siglo XVI los conquistadores españoles enviados por Cortés comenzaron a recorrer el Istmo, se dieron cuenta de que era una codiciada ruta de tránsito disputada por mexicas, zapotecas y mayas, y que estaba dividido en señoríos autónomos aunque subordinados a los grandes centros de poder de esos pueblos (además, la gran producción de cacao que se llevaba a cabo en la época prehispánica –y que continuó durante la época colonial– hacía todavía más atractiva la dominación de esta zona). Si tan sólo enfocamos épocas atestiguadas históricamente, la diversidad cultural del Istmo incluye a poblaciones zapotecas, popolucas, nahuatlacas (a las que Brasseur llama aztecas), zoques, huaves, mixes, chontales, mixtecas, tzotziles, chinantecas, mazatecas y chocholtecas, aparte de las hispanizadas y las de extranjeros que llegaron básicamente a partir del siglo XIX.
7 Cfr. García A., Miguel Ángel, “El megaproyecto del Istmo de Tehuantepec: globalización y deterioro socioambiental”, en: http://yumka.com/docs/istmo.pdf
En resumen, el panorama multicultural del istmo de Tehuantepec presenta una historia tan compleja y antigua (al menos 3500 años de civilización) que puede –desde ciertos puntos de vista– equipararse con otros grandes centros civilizatorios del mundo, como Egipto, Mesopotamia, India y China, nada más que, en este caso, se trata de una historia desplegada en un estrecho de tierra de tan sólo 300 kilómetros de ancho, que en total tiene una superficie poco menor a 4 millones de hectáreas.
Para acabar este apartado, en el que he tratado de ofrecer al lector un breve panorama de las principales características geográficas e históricas de la región que visitó Charles Brasseur en 1859, citaré el trabajo de Gómez Martínez mencionado en la nota 6, tan sólo para establecer unas referencias que desde la actualidad nos permitan ubicar la dimensión geopolítica del ese territorio:
… se ubica al istmo de Tehuantepec en el territorio comprendido entre 33 municipios del sur de Veracruz, 5 de Tabasco, 10 del norponiente de Chiapas y 40 del sureste de Oaxaca. De estos 88 municipios, 73 se encuentran entre Oaxaca y Veracruz, y tan sólo 15 entre Tabasco y Chiapas, por lo que tradicionalmente se piensa que la región del Istmo es únicamente el espacio de confluencia entre Coatzacoalcos, Veracruz, y el área de influencia de Juchitán y Tehuantepec, donde se encuentran las actuales capitales culturales del Istmo.
En ese espacio, habitan actualmente algo más de dos millones de personas, una cuarta parte de las cuales pertenece a los grupos étnicos arriba mencionados, repartidos en unas 540 comunidades indígenas. Y si bien en los días de Brasseur de Bourgbourg esta cantidad de gente y esta división municipal debieron ser menores, no hay duda de que la diversidad biológica era mayor y de que la complejidad de las relaciones interculturales se mostró ante sus atentos ojos tan abigarrada y sorprendente como se puede mostrar ante los ojos de algún otro atento viajero de nuestros días.
El personaje
Charles Étienne Brasseur de Bourbourg viajó por el Istmo entre mayo de 1859 y octubre de 1860. El relato que escribió sobre ese viaje, generalmente titulado en español como Viaje por el istmo de Tehuantepec 1859-1860, es su libro más divulgado entre el público no especializado de nuestro país. Sin embargo, el conjunto de sus obras publicadas es mucho más vasto. Para empezar incluye los artículos que publicó siendo “redactor literario” de los periódicos franceses Le Temps y Le Monde. Le siguen 13 novelas que el joven Charles (bajo el pseudónimo de E. C. Ravensberg) escribió, prácticamente de a una por año, entre 1839 y 1853, y en las que se dirigía básicamente a la juventud
francesa para exponer temas sobradamente imbuidos de una ética católica.8 Parece que varias de ellas alcan- gallica.bnf.fr zaron un buen nivel de popularidad, pues las regalías le aseguraron ingresos puntuales durante parte de su vida. Después, a partir de un viaje que hizo a Canadá y los EUA, su vocación de escritor le llevaría a desarrollar otros géneros literarios y le abriría el paso a una fama que alcanzaría la posteridad.
En un breve esbozo acerca de biografía de Charles Étienne Brasseur destaca lo que aquí consignamos. Nació el 8 de septiembre de 1814 en la ciudad de Bourbourg, Francia, y por eso se entiende que haya ostentado –quizás ya para entonces un tanto anacrónicamente– ese nombre en su apellido. Murió el 8 de enero de 1874 en la ciudad de Niza, también en Francia. En su natal región de Flandes, su padre, que se llamaba igual que él, era un comerciante relativamente próspero, y por ello el joven Charles hubiese podido convertirse en un burgués más o menos típico, pero su encuentro con el poeta Alphonse de Lamartine (1790-1869) le llevó a París y al gusto por las letras y el estudio. Charles Brasseur de Bourbourg tenía 45 años
En un giro un tanto inesperado –del cual, sin em- de edad cuando hizo su viaje por el istmo de Tehuantepec. Para entonces ya era un escritor bargo, ya había dado trazas en sus primeras novelas– reconocido y un erudito en el estudio de las anBrasseur entró en 1840 al seminario de Gante (en la tiguas civilizaciones mesoamericanas. actual Bélgica), para abrazar la carrera sacerdotal. En febrero de 1845 fue ordenado sacerdote en Roma tras distinguirse en cursos de la Sapienza y del Colegio Romano. En el Vaticano conoció a León Gingras, un sacerdote canadiense, quien lo convenció de ir a Canadá para dar clases de historia eclesiástica en el seminario de Quebec; allí estuvo entre el otoño 1845 y la primavera 1846, pero su trabajo se orientó más al estudio de la historia del lugar al que llegó que a la enseñanza de aquél del que había partido.9
Por razones no bien conocidas –que quizás tenían que ver su carácter, inquieto y poco dado a comportarse según los cánones establecidos–, Brasseur
8 Entre las más destacadas están: Le Sérapéon, épisode de l’histoire de IVe siècle, Le Khalife de Bagdad y La dernière vestale. 9 En 1852, Brasseur publicó en París una obra en dos volúmenes, Histoire du Canada, de son Église et de ses missions depuis la découverte de l’Amérique jusqu’à nos jours, écrite sur des documents inédits compulsés dans les archives de l’archevêché et de la ville de Québec…, que antecedida en su fecha de publicación (1851) por las Cartas para servir de introducción á la historia primitiva de las naciones civilizadas de la
América septentrional… (México, traducida al español) fue, no obstante, su primer estudio histórico y etnográfico.
rompió con el seminario de Quebec y se fue a la diócesis de Boston, donde fungió una corta temporada como vicario. Allí leyó la famosa obra de William Hickling Prescott, History of the Conquest of Mexico, with a Preliminary View of Ancient Mexican Civilization, and the Life of the Conqueror, Hernando Cortes, que se había publicado por primera vez en 1843. Se puede decir que esta lectura cambió la vida de Brasseur, al despertar en él un vivo interés por las culturas indígenas de Mesoamérica. Aunque todavía dedicaría algún tiempo a la escritura de sus novelas, durante sus restantes 28 años de vida, Charles Brasseur de Bourbourg iba a estar esencialmente dedicado a realizar estudios en los que empleó fundamentos y herramientas de los saberes de aquel tiempo que hoy llamamos lingüística, filología, etnohistoria y arqueología. Las hipótesis generales en las que buscó enmarcar sus investigaciones sobre el desarrollo de la civilización han sido ya descartadas por avances científicos más modernos, al igual que las poco cuidadas técnicas empleadas en las excavaciones arqueológicas de aquel entonces o sus ahora insostenibles propuestas acerca del desciframiento de la escritura maya. Pero su rescate y divulgación de documentos que los frailes franciscanos y dominicos recopilaron pocos años después de la conquista española, o su infatigable esfuerzo por abrir caminos a la aceptación de la importancia de las antiguas civilizaciones americanas en el mundo intelectual del siglo XIX, que en mucho preconizaba el eurocentrismo, le otorgan un destacado lugar entre los pioneros de los estudios etnológicos sobre Mesoamérica.
Unos cuantos datos bastan para apuntalar la anterior afirmación. • En 1849 dio a la luz el Códice Chimalpopoca, la historia del reinado del tercer huey tlatoani de la nobleza mexica-tepaneca que gobernó Tenochtitlan en el siglo XIV. En esta labor fue fundamental la ayuda que le prestó Faustino
Chimalpopoca Galicia, descendiente del tlatoani azteca, quien había heredado el documento y tradujo del náhuatl al español. • En 1850 fue nombrado miembro corresponsal de la Sociedad Mexicana de
Geografía y Estadística. Con respecto a su colaboración con los estudiosos mexicanos de mediados del siglo XIX es interesante señalar que:
Si el hecho de recurrir a los eruditos locales para tener acceso a sus bibliotecas privadas o a sus colecciones arqueológicas era bastante común entre los viajeros europeos que llegaban a México, parece más extraño el hecho de ver a un viajero europeo buscar el establecimiento de una verdadera colaboración “científica” con sus “colegas” mexicanos. Lejos de menospreciar el saber de la elite local, Brasseur de Bourbourg lo valoraba como iba a valorar más tarde la palabra indígena recogida durante sus viajes.10
10 Cfr. www.afehc-historia-centroamericana.org/index.php/index.php?action=im_aff&id=205
• En 1854 comenzó su monumental obra de 4 volúmenes, Histoire des nations civilisées du Mexique et de l’Amérique Centrale, durant les siècles antérieurs à
Christopher Colombus. La publicación de esta obra se completó entre 1857 y 1859. • En ese mismo año inició la traducción de dos grandes obras de la literatura maya, el Rabinal-achí y el Popol Vuh (un trabajo que, si acaso no hubiera realizado otros, bastaría para mantener presente su recuerdo). • En 1863, en mucho gracias a su insistencia, se creó en Francia la Comisión
Científica de México, organismo que publicaría numerosos trabajos de investigación sobre documentos del México antiguo, varios de los cuales fueron de la autoría de Brasseur. • En 1870 publicó otro importante trabajo sobre la escritura maya, el Manuscrit Troano, étude sur le système graphique et la langue des Mayas (2 vols., París).
En fin, esta lista podría alargarse más. Así que mejor concluyamos el currículo de Brasseur diciendo tan sólo que además de un erudito, fue también un muy atento observador y ameno descriptor de las realidades de su época, el libro que aquí enfocamos lo demuestra con creces.
El libro
Aunque como hemos visto, Charles Brasseur fue un prolífico escritor, quizás su obra más leída –dejando aparte su traducción del Popol Vuh– sea la narración de su viaje por el istmo de Tehuantepec. Titulada originalmente como Voyage sur l’Isthme de Tehuantepec dans l’état de Chiapas et la République de Guatemala, 1859 et 1860, se publicó prontamente en París. Si bien es posible que existan otras ediciones de este libro en español –cosa que desconozco– la que aquí he utilizado es la que publicó el Fondo de Cultura Económica en 1981, en colaboración con la Secretaría de Educación Pública, como número 18 de su colección Lecturas mexicanas (Viaje por el istmo de Tehuantepec 1859-1860). Entre otras cosas, en la presentación del libro, se anuncia que Brasseur había proyectado escribir un texto más largo, que como el título en francés lo anuncia, daría cuenta de la prolongación de su viaje por Chiapas y Guatemala. Pero esa continuación nunca apareció, y no sabemos bien si esto se debió a que no la escribió, a que no le fue posible publicarla o, simplemente, a que ni siquiera efectuó completamente el viaje proyectado. En cualquier caso, el Viaje por el istmo de Tehuantepec de Brasseur continúa siendo, El libro de Brasseur se publicó en París a más de siglo y medio de su primera publicación en París en 1862.
Miguel Covarrubias, El sur de México , Clásicos de la Antropología, Núm. 9, Instituto Nacional Indigenista. (1861), una referencia obligada para quienes se interesan en la historia de esa región mexicana.
El viaje
El viaje de Brasseur por el istmo de Tehuantepec no fue el único que él hizo a México. En total, entre 1848 y 1871, estuvo en nuestro país 6 veces, varias de las cuales incluyeron sendas estancias en partes de Centroamérica. La crónica de la que nos ocupamos es el resultado de su tercer viaje; ocasión en la que vino bajo los auspicios del Ministerio de Educación del gobierno de Napoleón III quien probablemente, a través de avanzadas como ésta, reunía información para preparar su próxima intervención en el país (es decir, aunque no se acuse a Esta lámina muestra un proyecto de 1884 –que no se rea- Charles Brasseur de espía, es indudable que su lizó– para transportar barcos a en las vías del ferrocarril a través del Istmo. El Ferrocarril Nacional de Tehuantepec, trabajo pudo servir en algo a los servicios de con terminales en Salina Cruz y Coatzacoalcos, fue inaugu- inteligencia franceses, pues poco menos de dos rado por el presidente Porfirio Díaz el 1 de enero de 1907. años después su ejército emprendería la invasión de México). El 12 de mayo de 1859, Brasseur zarpó de Nueva Orleáns en el Guatzacoalcos, un gran buque de vapor fletado por la Compañía Luisianesa de Tehuantepec, una empresa norteamericana que, al amparo del las negociaciones del Tratado McLane-Ocampo había obtenido la concesión conocida como “el privilegio Garay”, para llevar a cabo la transportación a través del istmo.11 Llegó a Minatitlán, lugar donde se hacía un transbordo a uno de los barcos de vapor más pequeños de la línea que navegaban por el río hasta Xúchil; de ahí partían carruajes que una vez al mes llevaban pasajeros, carruajes y mercancías hasta el puerto de La Ventosa, en el Pacífico, donde se abordaba algún barco con destino a San Francisco, en California (desde luego, el viaje también se podía hacer en sentido contrario). Y ese fue más o menos el itinerario
11 José de Garay fue un criollo que hizo jugosos negocios en el ramo de la transportación terrestre. En 1842, aprovechando su amistad con Antonio López de Santa Anna, obtuvo el privilegio exclusivo de abrir en el Istmo una vía de comunicación entre los dos océanos, para lo cual se asoció con empresarios franceses. Sin embargo, Garay no logró cumplir a tiempo con las cláusulas del contrato y vendió la concesión al consorcio Hargous de Nueva York. Durante años se hicieron trabajos de prospección y se construyó el camino carretero Xúchil-Tehuantepec-La Ventosa; pero fue hasta 1858 que se abrió el tránsito, a cargo de la Luisianesa, para ir de Nueva Orleáns a San Francisco o viceversa.
que realizó Brasseur, aunque en algunas partes se detuvo por más tiempo del que usaban los viajeros normales, en su afán de conocer con mayor detalle la región que visitaba. A esto sirvió mucho la amistad de Brasseur con John McLeod Murphy, un joven norteamericano a quien al abate12 había conocido previamente en Europa. Con Murphy, Louis Hargous y otros empleados de alto nivel de la Compañía Luisianesa, Brasseur efectuó cabalgatas por la selva, visitó cuevas donde encontró antiguas ofrendas y enterramientos, gozó de la atención de cónsules norteamericanos y autoridades mexicanas y, en general, encontró una disposición a apoyarle en su viaje que tal vez no habría sido tan fácil –y de seguro hubiese acarreado más peligros– en el caso de haber viajado solo. De su llegada a Minatitlán, Braseur nos cuenta:
Desde el momento en que el vapor hubo franqueado la barra, todos los semblantes se despejaron […] las regiones tropicales, hay que confesarlo, tienen para el viajero un encanto y una atracción que no presentan ningunas otras. La naturaleza es más bella y más sonriente; la magnitud y la riqueza colosal de los bosques, el brillo, la variedad del follaje, el esplendor inusitado del sol, este lujo de luz, de agua y de vegetación, reunidos en un solo paisaje, preparan de inmediato el espíritu para escenas de un carácter completamente nuevo […] A derecha e izquierda, lagunas y ríos abrían ante nuestros ojos maravillados, amplias perspectivas de un agua tranquila y límpida […] Pájaros acuáticos de plumaje centellante cubrían sus orillas, acechando su presa entre los esbeltos bambués y las cañas cuyos flexibles tallos reflejaban con elegancia su follaje inclinado sobre la superficie unida y espejeante: flamencos color de fuego, garzas de un dorado salvaje, se balanceaban sobre sus largas patas, atrapando pequeños peces […] Faisanes de todas clases se mostraban a intervalos, encaramados sobre los árboles; bandadas de loros verdes, hordas enteras de cacatúas cruzaban el río con un vuelo rápido sobre nuestras cabezas, turbando con sus gritos el silencio de los bosques y desafiando la mano mortífera del hombre.
A su paso Brasseur va encontrando una diversidad no sólo de exuberantes paisajes repletos de vida silvestre, además traba contacto con los habitantes. Muchos son indios, que le sirven de guía en algunos pasajes o que él observa en los poblados por los que va pasando; pero también encuentra una buena cantidad de norteamericanos que trabajan para la Luisianesa o de europeos, especialmente inmigrantes franceses e italianos, que han labrado fortunas
12 Charles Brasseur tenía esa dignidad en la jerarquía eclesiástica y así se le nombra en varios trabajos a él referidos. Según la Enciclopedia del Idioma, Tomo I, de Martín Alonso, Madrid, Ediciones Aguilar, 1958, la palabra Abate se define como: “(v. abat y abad). 1. m. Eclesiástico de órdenes menores y a veces simple tonsurado, que solía vestir traje clerical a la romana. 2. m. Presbítero extranjero, especialmente francés o italiano, y también eclesiástico español que ha residido mucho tiempo en Francia o Italia. 3. m. Clérigo dieciochesco frívolo y cortesano.”
M. Covarrubias, El sur de México , Clásicos de la Antropología, Núm. 9, Instituto Nacional Indigenista.
Mujeres zapotecas de Tehuantepec rumbo al mercado. Escenas como esta fueron presenciadas por Charles Brasseur durante su viaje por el Istmo.
aprovechando la política gubernamental que favorece la colonización extranjera. Los modos refinados de Brasseur y su simpatía por la población indígena le hacen chocante la pedantería y la falta de cultura de muchos norteamericanos con quienes se cruza; en todo el libro hace mofa de su ineptitud, rudeza y arrogancia; nos cuenta sobre los malos manejos y la corrupción existente entre los empleados de la Compañía; y comenta acerca de cómo muchos inescrupulosos se aprovechaban de las penalidades de los viajeros más pobres para extraerles hasta el último centavo o acerca de la explotación del trabajo de los indios.
Con la llegada de los extranjeros de la Compañía Luisianesa, la vida natural y humana en el istmo de Tehuantepec comenzaría a cambiar, a lo largo de un continuado proceso que desde mediados del siglo XIX hasta la fecha no ha dejado de incidir en el agotamiento y dilapidación de los recursos naturales, renovables y no renovables, de la región. Un pasaje que relata Brasseur nos sirve para reflexionar sobre el descuido humano en la protección de los bienes naturales:
El vapor continuó su marcha río arriba […] franqueamos el paso de La Horqueta, donde los dos brazos del Guazacoalco se reúnen después de la isla de Tacamichapa. El agua y los bosques presentan aquí las escenas más encantadoras: lagos transparentes entremezclados por jardines encantados […] La orilla desaparece enteramente bajo el follaje, pero las ramas enormes que avanzan en arco sobre el río, recubriendo en más de un lugar el pantano fangoso donde sus raíces, enredadas a las lianas y las plantas acuáticas, sirven de retiro a los reptiles y sobre todo a los caimanes que se observan alternativamente durmiendo muellemente sobre
el fango calentado por el sol, o flotando sobre el agua, como si fueran troncos […] Alcancé a ver uno de esos monstruos que podría tener de 25 a 30 pies de largo; su hocico abierto y sus ojillos hipócritamente entreabiertos […] Desde que lo descubrieron mis compañeros de viaje se apresuraron a tirar sobre él; todos eran norteamericanos o norteamericanizados, así que hubiera sido un milagro que se hubiera encontrado a uno solo desprovisto de armas de fuego, rifles o revólveres. Uno de ellos, a quien llamaban “el Doctor”, antiguo filibustero de la Sociedad Walker y Compañía, en Nicaragua, cogió su colt y alcanzó al monstruo bajo la línea blanca, el desagradable anfibio hizo una pirueta espantosa desde su rama al agua y rodó sobre sí mismo, muerto, con un horrible movimiento convulsivo, manchando la superficie del río con un gran círculo de sangre.
Por otra parte, Brasseur se interesó mucho por los pueblos indígenas que habitaban en el istmo de Tehuantepec. Sus estudios previos le permitieron tener un panorama de su historia, sobre la cual su pluma se extendió bastante en nuestro libro de referencia. Así, por ejemplo nos cuenta que:
Antes de la ruina del imperio tolteca, que sucedió en el siglo XI, los mijes ocupaban todo el territorio del istmo de Tehuantepec, pero se ignora si fueron ellos quienes fundaron la ciudad que los mexicanos llamaron con ese nombre.13 Lo que sí parece cierto es que los huaves, o wabi, expulsados, como ya hemos dicho, de una región meridional,14 vinieron, costeando las playas del océano Pacífico, hasta las lagunas que se extienden desde Tehuantepec hasta Tonalá, donde constituyen todavía actualmente una población de pescadores muy trabajadora, y se apoderaron, por la fuerza de las ramas, de todos los lugares vecinos hasta el pie de las montañas. Conquistados a su vez, dos o tres siglos más tarde, por Ahuizotl, rey de los mexicanos y tío de Moctezuma II, muy poco después cayeron bajo el yugo de los zapotecas; éstos, aprovechando el alejamiento de las tropas mexicanas, redujeron prontamente todo el territorio de Tehuantepec a su obediencia. Los mexicanos hicieron varios esfuerzos por reconquistar esta bella región; no sirvió más que para hacer brillar con un más vivo resplandor las armas y la valentía de Cocijoéza [el “rey” de los zapotecas] con quien Ahuizotl terminó por concluir un tratado de alianza al darle en matrimonio a su propia sobrina, Copo de Nieve. De esta
M iguel C o v a r r u b ias, El sur de Méx ico, C l á s ic o s de l a A n tropol o g í a, N úm. 9, I n s t i t u t o N a c i o n a l I n d i g e nista.
Desde los tiempos de Brasseur, las mujeres mixes se dedicaban a vender piñas a los viajeros. Así lo muestra este dibujo de Miguel Covarrubias (1904-1957), una figura polifacética en la cultura de México.
13 Santo Domingo Tehuantepec, en el estado de Oaxaca, da su nombre al istmo. Aunque se trata de un pueblo fundado originalmente por zapotecos o quizás mixes, el nombre es náhuatl y significa Cerro del Jaguar (de tecuani = jaguar; tépetl = cerro; y -co = sufijo de lugar). 14 Brasseur dice que algunos escritores sostenían que los huaves provenían de Sudamérica, concretamente del Perú.
M. Covarru bias, El sur de Méx ico, Clásicos … unión nació Cocijopic, instalado más tarde por su padre en el trono de Tehuantepec, y que se encontraba en la flor de la edad cuando el rumor de la marcha de Cortés sobre México vino a alarmar a todos los reinos de América.
Pero Brasseur no sólo se interesaba en la historia indígena prehispánica, también puso mucha atención a las prácticas religiosas de los indios contemporáneos; de ello dan cuenta sus argumentaciones sobre el origen del nagualismo en Mesoamérica, que considera un resabio de la antigua “religión predicada por Quetzalcóhuatl” y que se conservó, pese a las prohibiciones de los frailes dominicos, como una práctica secreta llevada a cabo en las profundidades Los huaves de San Mateo del Mar intercambiaban de una multitud de cavernas del estado de Oaxaca. pescado, camarón y otros productos del mar De hecho, Brasseur relata un episodio en el que, sin por café, pan, chile, frutas y otros avituallamientos en el mercado de Tehuantepec. hacerlo del todo explícito, sí deja ver que una mujer zapoteca, la Didjazá, la bruja de Rayudeja, tuvo que ver en impedirle la exploración de un antiguo santuario zapoteca situado en el monte Guiengula, en las cercanías de Tehuantepec. Resultó que Murphy y sus amigos habían regresado de Huatulco cargados con ídolos y otros objetos antiguos que habían sacado de las ruinas de ese lugar en la costa. Entonces Brasseur los invitó a realizar juntos una excursión hasta las ruinas del Guiengula; pero, primero, varios días de lluvias torrenciales hicieron imposible la salida al campo. Eusebio, un adolescente zapoteca que había sido asignado al abate para servirle de criado, le advirtió que la Didjazá ya había anunciado que: “… los norteamericanos no van a subir […] en todas partes dicen que los norteamericanos son herejes que molestan a los muertos en sus tumbas. Los muertos deben tener reposo donde se les ha puesto.” En una acción irreflexiva, Brasseur se fue a bañar al río al mediodía nadando en la fría corriente, cuando regresó a la casa de su anfitrión, el señor Juan Avendaño. Cayó presa de una fuerte fiebre que lo mantuvo postrado varios días y lo debilitó al extremo de tener que renunciar a la proyectada excursión. Cuando finalmente se recobró, gracias a las tomas de un atole que le dio Eusebio, Murphy le anunció que él y los otros norteamericanos debían regresar de inmediato a Minatitlán pues las quejas de malversación de fondos y mala conducta por parte de varios empleados de la Compañía Luisianesa habían llegado a los oídos de los accionistas y se reclamaba su presencia en Nueva York. Como Brasseur tenía que aprovechar el apoyo que se le ofrecía para ir hacia la costa del Pacífico, tuvo que dejar Tehuantepec y trasladarse hacia Juchitán el 30 de junio. Seguramente, en el camino recordaba a la extraña mujer que había conocido en el
salón de billar de la cantina que era propiedad de Juan Avendaño.
El billar reunía cada noche, en casa de Avendaño, a los notables de la ciudad, incluidos el gobernador y el prior de Santo Domingo. Era una reunión curiosa, particularmente en estos tiempos de agitación: se escuchaban muchas cosas y para mí era una fuente de nuevas observaciones cada día. Aunque las mujeres en Tehuantepec, exceptuando sin embargo a las criollas, son las menos reservadas que haya visto en América, tienen no obstante la suficiente modestia todavía para no presentarse en lugares públicos como éste. Nunca vi más que a una que se mezclaba con los hombres sin la menor turbación, desafiándolos audazmente al billar y jugando con una destreza y un tacto incomparables. Era una india zapoteca, con la piel bronceada, joven, esbelta, elegante y tan bella que encantaba los corazones de los blancos, como en otro tiempo la amante de Cortés […] la llamaban la Didjazá, es decir, la zapoteca, en esta lengua; recuerdo también que la primera vez que la vi quedé tan impresionado por su aire soberbio y orgulloso, por su riquísimo traje indígena, tan parecido a aquél con que los pintores representan a Isis. Que creí ver a esta diosa egipcia o a Cleopatra en persona […] Pero esta india, tan bella y tan seductora a los ojos de quienes se encontraban con ella, era objeto de misterioso terror para muchos otros. Algunos la consideraban loca; pero la mayor parte, sobre todo entre las clases bajas, la temían teniéndola por bruja y en comunicación con los naguales o espíritus del monte Rayudeja. Además del conocimiento profundo de las hierbas medicinales y de sus combinaciones, se le atribuía un sinnúmero de otros conocimientos de los que hacía uso, se agregaba, según le plugiera, y hasta su destreza en el billar era considerada como parte de su magia […] Ni una sola vez tuve la ocasión de hablar con esta mujer; me contentaba con observarla mientras escuchaba lo que ella decía y lo que se decía junto a ella. Se expresaba en un castellano tan bueno como el de las
Miguel Covarrubias, El sur de México , Clásicos de la Antropología, Núm. 9, Instituto Nacional Indigenista.
Esta fotografía de la doctora Alfa Ríos Pineda, esposa del famoso escritor Andrés Henestrosa, nos parece representar como pudo haber sido la Didjazá de quien nos habla Brasseur. Las mujeres zapotecas se han distinguido por gozar de un lugar destacado en la sociedad istmeña.
Miguel Covarrubias dibujó así al joven general Porfirio Díaz de la década de los años sesenta del siglo XIX, cuando Brasseur lo conoció y quedó gratamente impresionado por su carácter y su persona.
Miguel Covarrubias, El sur de México , Clásicos de la Antropología, Núm. 9, Instituto Nacional Indigenista.
mejores señoras de Tehuantepec; pero nada era tan melodioso como su voz cuando hablaba en esa hermosa lengua zapoteca, tan dulce y sonora que se podría llamar el italiano de América.
Otro personaje que Brasseur conoció en Tehuantepec, era un joven militar que se había distinguido en la Guerra de Reforma como uno de los caudillos del partido liberal y que durante la visita del abate fungía como el líder político de la región.
[…] su aspecto y su porte me impresionaron vivamente. Zapoteca puro, ofrecía el tipo indígena más hermoso que hasta ahora he visto en todos mis viajes: creí que era la aparición de Cocijopic, joven, o de Guatimozín [Cuahutémoc], tal como me lo había imaginado a menudo. Alto, bien hecho, de una notable distinción; su rostro de una gran nobleza, agradablemente bronceado, me parecía revelar los rasgos más perfectos de la antigua aristocracia mexicana. Porfirio Díaz, por lo demás era todavía muy joven. Ocupado por sus estudios en Oaxaca, no había alcanzado a graduarse cuando la guerra lo lanzó a la carrera de las armas, y fue Juárez, que lo conocía personalmente, a quien debía su nombramiento como gobernador de Tehuantepec. Después de esa entrevista tuve la ocasión de volverlo a ver casi todos los días […] pude, así, estudiar perfectamente su carácter y su persona. Sin tocar para nada las ideas políticas, puedo decir que las cualidades que mostraba en la intimidad no hacían sino justificar la buena opinión que tuve de él a primera vista […]
El Tratado McLane-Ocampo
Charles Brasseur de Bourbourg estuvo en el istmo de Tehuantepec casi al mismo tiempo de la firma del tratado conocido como McLane-Ocampo (porque sus firmantes principales fueron Robert McLane, embajador plenipotenciario del presidente de EUA, James Buchanan, y Melchor Ocampo, ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de Benito Juárez). Aunque nunca se ratificó, la firma del tratado ha sido causa de una fuerte polémica en nuestro país entre quienes defienden el pragmatismo de la facción de Juárez y quienes han visto en esa negociación una traición a la patria. Por razones de espacio, no podemos aquí más que mencionar este hecho y remitir al lector interesado en este asunto al muy completo libro de Patricia Galena que mencionamos en la nota 3.
Tan sólo resta, entonces, decir que el libro de Charles Brasseur sobre su viaje por el istmo de Tehuantepec a mediados del siglo XIX sigue manteniendo su vigencia como fuente para el conocimiento de una región crucial en el pasado, el presente y el futuro de México, pues bien sabemos que desde los días de Hernán Cortés o los del abate Brasseur de Bourbourg hasta la actualidad, las ambiciones en torno al dominio de los pasos interoceánicos en el sur de México y Centroamérica no han cesado todavía.