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Variaciones sobre un tema de Mireya Cueto. Retrato musical de la artista a un año de su muerte

Y ARTESANOS

Variaciones sobre un tema de Mireya Cueto

RETRATO MUSICAL DE LA ARTISTA A UN AÑO DE SU MUERTE

Oswaldo Martín del Campo*

Pensar en Mireya Cueto no sólo es revivir una experiencia

artística, también implica recordar a una gran persona. Esta mujer adorable y brillante murió el año pasado, y escribo estas líneas un día antes de que se cumpla el primer aniversario de su partida, el 26 de abril.

pocos intentos por parte de las instituciones oficiales que apoyan la cultura en México hay por recordar a quien recibiera la Medalla Bellas Artes en 2012, y fuese una de las más destacadas titiriteras de este país. La mayor parte de los reflectores se enfocan en grandes homenajes, necesarios y bien ganados, para quienes han logrado fama en el medio, pero casi no hay lugar para alguien que aprovechó cada instante de su vida en trabajar para la niñez, en lo pequeño desde lo pequeño, que brindó a la infancia experiencias estéticas asombrosas, trascendentes, dirigidas a estimular su inteligencia y no al ocio vacío.

Es común, tal como decía Mireya, que las ofertas artísticas de calidad que se realizan para los niños sean ninguneadas, y ello es signo del desprecio de algunos sectores por la infancia, por su formación y sus necesidades, actitud que está condenando el futuro –y parte del presente– de esta nación.

Los aprendizajes que dejó esta maestra a sus alumnos, como es mi caso, se aplican constantemente. Es común escucharnos decir: “Mireya Cueto pensaba…”, “Mireya Cueto decía…”, o “en uno de sus textos, Mireya afirmaba…”.

* Licenciado en música por el Centro Cultural Ollin Yoliztli; maestro en literatura, Centro de Cultura Casa Lamm. Titiritero, conductor de radio y televisión y director de escena.

J. José Barreiro y M. Guijosa, Títeres mexicanos , Roche-Syntex, México, 1997.

Foto: Oswaldo Martín del Campo.

Mireya Cueto (1922-2013), titiritera, escritora y draMireya Cuet (1 maturga mexicana

Lamentablemente, la mayor parte de las personas no saben a quién me refiero en este texto; por ello me pregunto: ¿Deberían saberlo? Yo creo que sí.

Quienes están interesados en realizar trabajos artísticos para niños; quienes trabajan en la educación, en museos, en escuelas, en casas de cultura; los pedagogos, psicólogos, investigadores teatrales, padres de familia, funcionarios culturales y, desde luego, los titiriteros, deben conocer la vida y obra de Mireya Cueto. ¿Por qué razón? Entre muchas otras, porque ella concebía a los niños como individuos inteligentes, capaces de apreciar las manifestaciones artísticas sin que éstas fueran previamente adaptadas, por no decir disminuidas, por los adultos. Para la maestra Cueto –como no le gustaba que la nombraran–, los niños merecían buenos estímulos y no mero entretenimiento.

Así, me dispongo a hacer un breve retrato musical de esta mujer apasionada y enamorada del arte, del ser humano amante de la justica, de la infancia y de los títeres.

Preludio (presto ma non tanto)

¿Por qué se juntaron los caminos de una titiritera y un músico? Responderé contundentemente, con un argumento muy gustado por los niños y que a Mireya le parecía irrefutable y dotado de ingenio: porque sí. Durante mis estudios musicales, en los últimos años del siglo pasado, conocí a Catía Ibarra, hija de la titiritera chilena Angélica Cantillana, mujer musical de escandalosas carcajadas. Madre e hija recorrían la Ciudad de México y el país con su compañía Zum-Zum. Tuve la oportunidad de disfrutar su trabajo en el Teatro de las Artes y quedé encantado por el embrujo de los títeres. Un buen día, determinante en mi existencia, las Zum-Zum me invitaron a formar parte de su compañía. Luego de un par de años, otro buen día, ellas me informaron que Mireya Cueto quería remontar un espectáculo de romances españoles y que necesitaba la cooperación de titiriteros y músicos. Angélica Cantillana le ofreció a Mireya la posibilidad de matar dos pájaros de un tiro: Catía y yo teníamos formación musical profesional así como experiencia con los muñecos, por lo que podríamos manejarlos y ejecutar música al mismo tiempo. Catía, en aquellos tiempos, tenía una relación con el hoy director de orquesta Rodrigo Macías, quien entonces hacía sus pininos tocando cualquier género musical que se le pusieran enfrente. Él también se sumó al proyecto.

Dado que Catía no dejaba de hablar de Mireya y su gran calidad, yo me sentía intimidado. Ibarra y Macías fueron los primeros del grupo en ir a platicar con Mireya para conocer la producción. Ambos regresaron maravillados de los muñecos y de la personalidad de la artista, por lo que mi nerviosismo iba en constante aumento.

Finalmente, llegó el día que tuve que presentarme en San Jerónimo para conocer a Mireya y sus muñecos y comenzar a ensayar la música del espectáculo. No voy a describir el jardín de la casa, pero puedo decir que era un pellizco del paraíso. En la casa, Miyuca, como le decían, se ocupaba de la comida, pero se dio un tiempo para dejarnos entrar en la troje y mostrarnos a la infantina y al conde Olinos. Me quedé maravillado con la belleza de aquellos muñecos, los más hermosos que había visto. Sentí la misma emoción que al escuchar una pieza de Juan Sebastián Bach, pues aquellos personajes estaban elaborados con igual devoción y dedicación que los Conciertos de Brandemburgo o el Clave bien temperado. No había improvisación en los rostros, en las articulaciones o el vestuario. Aquellos títeres de guante y varilla derrochaban espíritu, tenían alma, tanta alma, que fui consciente de estar ante la presencia de algo único. partituras, sino un primer concierto, y al finalizar cada experimento musical, se expresaba con mucho entusiasmo. Me sentí conmovido y un poco avergonzado, pues, estresado por años de estudios sobre música, y contaminado por las ideas de la comparación y la competencia, yo había dejado de disfrutar el encuentro musical. Envidié a aquella mujer de edad avanzada que se alegraba al escuchar música, tal como yo lo hacía en mi infancia.

Los ensayos fueron exhaustivos. A la par del cuidado en el aspecto de la actuación y la manipulación, se vigilaba, con igual meticulosidad, la ejecución musical. A las voces incorporamos un piano, una guitarra, una flauta y un pandero, e incluimos música de Alfonso X el Sabio de los juglares medievales, de Josquin des Prés,

Foto: Oswaldo Martín del Campo.

Presentación del tema (adagio molto)

Después de manipular un rato los elaborados muñecos, Mireya nos mostró el material musical con las melodías que iban a ejecutarse en los romances españoles. Bajo la guía del talentoso Rodrigo Macías, comenzamos a imaginar los arreglos y ensayar las voces.

Mireya se quedaba callada y nos miraba con una sonrisa. Tan sólo era un primer ensayo, pero la vibración de las notas la inundaba de alegría. Para ella no era una simple prueba o lectura de

Títeres de Mireya Cueto

Foto: Oswaldo Martín del Campo.

Títeres de la producción La boda de la ratita

Foto: Archivo.

del Cancionero de Palacio y de la zarzuela española, junto a los romances cantados al estilo de los siglos X, XVI y XIX. La selección parecía arriesgada para un espectáculo infantil. Por mi poca experiencia, llegué a dudar de que hubiésemos elegido correctamente el repertorio. Tal vez, pensé, los niños se van a aburrir y los papás nos van a quemar vivos exigiendo la devolución del dinero pagado por sus entradas. Estaba totalmente equivocado. Mireya Cueto me enseñó una de las lecciones más trascendentales de mi vida profesional al mostrarme que se puede escribir un libreto, hacer títeres o interpretar música para el público infantil apostando a la sensibilidad e inteligencia de los niños.

Variación I (lento quasi andante)

El estreno llegó y, ante mi asombro, los niños guardaban silencio escuchando embelesados la música, pues antes de que los títeres aparecieran en escena se escuchaba una cantiga de Alfonso X el Sabio. El silencio era de asombro; los niños callaban ante lo desconocido, en presencia de lo hermoso. No enmudecían por miedo o por aburrimiento; no, guardaban silencio para no perderse un solo detalle de aquella música que jamás habían escuchado. Con su silencio llenaban el espacio y cooperaban para crear la atmósfera del espectáculo.

Las funciones se dieron a lo largo y ancho de la ciudad y en otros puntos del país. Los Romances de Mireya se vieron y se escucharon en el Estado de México, Veracruz, Morelos y Tlaxcala. En todos lados la respuesta fue la misma: aplausos y gratitud. “El rescate de Melisendra”, “El amor más poderoso que la muerte” y “La casa infiel” se contaron con música en prestigiosos escenarios como el teatro Xicoténcatl y El Granero, así como en plazas públicas de pequeños pueblos. Los años pasaron y las canciones se cantaban sin parar.

Catía y Rodrigo emigraron, a Canadá la una y a Italia el otro, para buscar fortuna, y así, hubo que buscar nuevos músicos que se animaran a

actuar y a mover títeres, así como a entonar canciones y tocar instrumentos. Se unieron la soprano Patricia del Río y los compositores Sergio Cano y Ramón Guerrero, además de la artista plástica Lizette Zaldívar. El grupo se consolidó, y generó otros espectáculos en los que la música siempre estuvo presente, entre ellos, El pastor Turulato y La boda de la ratita.

Se proyectó hacer una ópera con títeres, La hora española, de Maurice Ravel, para la cual existían ya las cabezas de algunos de los personajes. Desafortunadamente, el proyecto no se concretó. También se pensó en remontar María Egipciaca y San Juan de la Cruz. A Mireya le entusiasmaba la idea de que esos espectáculos se hicieran con música y textos en vivo, no previamente grabados, como en su primera versión. Se efectuaron los primeros ensayos, se seleccionó la música, e incluso se anunció el evento dentro del Festival de Títeres de Tlaxcala; sin embargo, el montaje nunca se concluyó.

Los títeres del Romance de don Gaiferos sirvieron para montar la ópera El retablo de maese Pedro, de Manuel de Falla, en una sola función en el Centro Cultural Ollin Yoliztli. Considero esta puesta como mi examen profesional, y ahí estuvo Mireya Cueto, quien recordaba la ocasión en que montó esa ópera con títeres junto al gran Eduardo Mata, con Roberto Bañuelas en el papel principal. Así, me convertí en profesional con la música y con los títeres de Mireya Cueto. A cargo de la dirección musical estuvo la maestra Teresa Rodríguez. Maese Pedro lo cantó el tenor Felipe Gallegos, quien ya se ha escuchado –y se escuchará más– en el Palacio de Bellas Artes, al lado de Horacio Franco. El Trujamán fue interpretado por la soprano Anabel de la Mora, quien está en pleno apogeo de una carrera brillante presentándose frecuentemente con la Orquesta Filarmónica de la UNAM.

J. José Barreiro y M. Guijosa, Títeres mexicanos , Roche-Syntex, México, 1997.

El retablo de maese Pedro, de Mireya Cueto

Detrás del teatrino de El retablo de maese Pedro estaban los titiriteros y músicos que trabajaron durante años con Mireya y con quienes generó amistades entrañables: Catía Ibarra, Patricia del Río, Sergio Cano y Ramón Guerrero. Una noche memorable aquélla.

Variación II (un po’ allegro)

Poco sé de los montajes anteriores a los Romances, pues lamentablemente no los presencié; sin embargo, algo que sí sé de todos ellos es la importancia que la música tuvo. Para Mireya, la música es un personaje dentro del drama; no seleccionaba piezas sólo para rellenar o ambientar. Sin importar que se tratara de grabaciones, Miyuca elegía buena música, que tuviera factura, discurso y profundidad. Jamás optó sólo por ambientar. Una vez seleccionadas las piezas, se preocupaba mucho por la versión que iba a utilizar. Tratándose de Bach, las posibilidades eran Carlos Prieto o Pablo Casals, nadie más.

Foto: Archivo.

Personajes principales de Los dos compadres

Foto: Oswaldo Martín del Campo.

Muchas veces escuché a Mireya hablar de Perséfone o de los Cuentos islámicos, y siempre explicaba el porqué de la música que elegía y de los motivos que tenía para hacerlo. A raíz de haber trabajado con músicos en sus últimos montajes, Mireya manifestó, en repetidas ocasiones, su deseo de reestrenar varias de sus creaciones anteriores, ahora con música en vivo. Como muchos saben, ella tenía cierta reticencia hacia la tecnología, y la idea de presentar el espectáculo con grabaciones no la satisfacía por completo. Ella era como el Wagner de los títeres, pues buscaba presentar una obra de arte total, integral, en la que todos los detalles estuviesen considerados y fuesen creados al momento de la representación.

Las últimas producciones de Mireya fueron pequeñas, y la mayoría de ellas se presentaron en plazas comerciales o en eventos privados. Entre estas producciones estuvieron La boda de la ratita, La familia Musmusis, Los dos compadres y Francisca y la muerte. En todas ellas, el ya mencionado Ramón Guerrero tocaba la guitarra y cantaba algunas canciones originales; Catía y yo cantábamos; y, algunas veces, Aylén Hernández, una gran artista cubana, tocaba el violín frente a los asombrados asistentes. Mireya deseaba que la música se interpretase en vivo aun en la más pequeña de sus presentaciones. Su último proyecto fue la producción de Arcalia, historia que deseaba fuera contada a través de canciones basadas en temas tradicionales de distintas comunidades. Lamentablemente, apenas pudo bocetar algunas ideas del guión.

Variación III (Finale, adagio religioso)

A manera de epílogo, quiero compartir que Mireya era una melómana irremediable. No sólo le gustaba la música: era una parte fundamental de su vida. Se puede decir que esto lo heredó. Lola, su madre, tuvo que decidir, a edad temprana, entre dedicarse a la pintura o a la músi-

ca, pues poseía una gran facilidad para tocar el piano. Dolores optó por las artes plásticas, pero siempre gustó de cantar, lo mismo que Mireya, quien solía recordar, feliz, los años en que cantó junto a los hermanos Alatorre, llevando la voz de mezzosoprano.

Gustaba de las canciones de Georges Moustaki y de las melodías que compuso Paco Ibáñez sobre los poemas de León Felipe. En las constantes visitas a su casa, me pedía que le recordara la letra de las pícaras y coloradas canciones de María Conesa, Lupe Rivas Cacho y otras tiples, con las que reía a sonoras carcajadas. Decía que Mozart y Beethoven le parecían muy machacones. Alguna vez compró un disco con composiciones para piano de Federico Nietzsche y terminó regalándomelo porque no lo soportó. Cantaba a voz plena una extraña y patriótica canción de Gachita Amador con el tema de la independencia de México, de melodía y letra tan raras que no he logrado localizarla en ninguna parte. Adoraba la voz de Marian Anderson, de quien tenía varios discos. Cierta vez, en un restaurante de Topotzotlán, un cantante de mariachi se acercó a ella para interpretarle célebres canciones de María Grever y Agustín Lara, hecho que detonó su enojo e incomodidad, pues decía que no conocía canciones más horrendas y cursis.

Cierro en punto y aparte, sólo para recordar que su compositor favorito era Juan Sebastián Bach, creador muy apreciado por las mentes en las que fluyen las múltiples y elaboradas melodías que combina el contrapunto del genio de Einsenach. Mireya y Bach comparten que ambos creaban como una alegre celebración a la existencia, que tenían buen humor, amaban a sus hijos y ofrecían su creación a los demás –Bach principalmente a Dios, Mireya a los niños– sin esperar reconocimiento. Bach componía para mayor gloria del Creador; Mireya, para mayor gloria del ser humano.

Entre las incontables anécdotas de Mireya, está aquella en la que se quejó de los malos tratos de cierto chofer de microbús, quien primero le provocó gran enojo y luego pena y compasión, pues, según dijo, era un pobre hombre que llevaba una vida sin Juan Sebastián Bach.

En la primavera de 2013, Mireya fue velada, por unas horas, en la capilla de la clínica Escandón, antes de ser trasladada a las funerarias del ISSSTE. Unos niños, dos hermanos, ella y él, se acercaron a orar, como si todos los niños hubiesen ido a despedirse de ella. De fondo, se escuchaba una suite para violonchelo de Bach, como si su amado compositor le diera la bienvenida a otro lugar. Luego se fueron los niños y calló Bach, pero el amor de Mireya por los niños, la música y los amigos se quedó.

F o t o : O s wal d o M artí n d el C am po .

Títeres de la producción Francisca y la muerte

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