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Los sones de la enseñanza. Prólogo musical en tres actos
Y ARTESANOS
Los sones de la enseñanza
PRÓLOGO MUSICAL EN TRES ACTOS*
Isabel Martínez Araiza**
En diciembre de 2008 nació el taller “Pintemos la realidad
escolar de diferentes colores, matices e intensidades”, modelo de innovación educativa que fue creado como una alternativa pedagógica en la que los estudiantes de los dos últimos semestres de la licenciatura en Educación Primaria, desarrollan una sensibilidad especial para ver los sucesos cotidianos de las escuelas primarias, que cobran significado en su formación profesional. El texto que leerán es la historia de la sexta generación de profesores/pintores, 20102014 egresados de la Benemérita Escuela Nacional de Maestros.
Primer acto. El cuarto propio se pinta de nuevos colores
…Cada uno de los pintores recibió su flor, algunos se despidieron entre ellos, otros se fueron solos, y la maestra rural Luz Jiménez1 los observó con nostalgia, tomó su guitarra, tocó quedo los acordes de La Valentina y, sin saber cómo, comenzó a interpretar el himno a la Normal…2
* Se recomienda leer este texto acompañado de la pieza orquestal Sones de mariachi, compuesta por Blas Galindo en 1940. ** Asesora del Seminario de Análisis del Trabajo Docente I y II de la Benemérita Escuela Nacional de Maestros. 1 Luz Jiménez fue inmortalizada por Diego Rivera en el mural
La maestra rural, que se encuentra en el Patio del Trabajo del edificio principal de la Secretaría de Educación Pública. 2 Isabel Martínez Araiza, Los paisajes de la realidad escolar. Prólogo para los documentos recepcionales de la generación 20092013, México, DGENAM / Benemérita Escuela Nacional de
Maestros, 2013, 22 pp. A ti el canto primero de nuestra alma, mero d
Patria patria, santísimos lares,
Nuestros pechos serán tus altares,
Nuestro credo tu nombre inmortal…
En julio de 2013, una quinta generación de pintores, con más incertidumbres que certezas, abandonó el taller de pintura; ahora sí, la realidad escolar estaba a la vuelta de la esquina y no podían evitarla. A un año de haber egresado, poco se sabe de ellos, pero de algo está segura la mentora: un día regresarán a su alma mater cargando una nueva obra pictórica.
Pasaron algunos días, y un torbellino de acciones y emociones envolvieron a la maestra rural. Tal vez por ello, aunado a su carácter, de inmediato escribió en su viejo cuaderno las indicaciones que recibirían los aspirantes a
Foto: Isabel Martínez Araiza.
Jóvenes normalistas que aceptaron el reto de ser la sexta generación de pintores de la realidad escolar
ingresar al taller “Pintemos la realidad escolar de diferentes colores, matices e intensidades”. No sabía quiénes llegarían, ni el entusiasmo y disposición que tendrían para trabajar, pero ella no cometería los errores de antaño y establecería con claridad las condiciones para permanecer durante un año en el cuarto propio de los pintores.
Fue así como llegó el día de conocer a los aspirantes, una mañana de los primeros días de julio. En la víspera, colocó en su carreta los libros, los cuadernos, las hojas de colores y los gises, pero de manera especial diez cartas escritas por los pintores de la quinta generación, dedicadas a sus sucesores. A pesar de levantarse temprano, al llegar al lugar de la cita, conocido como “La Escuelita”, con sorpresa encontró sentados en un tronco a los diez jóvenes. Esto le provocó una tímida sonrisa y lo consideró un buen presagio, que con el tiempo se confirmaría.
A Luz Jiménez no le gustan las fiestas de bienvenida, así que pidió a los jóvenes que la ayudaran a bajar el material y el letrero que con especial cuidado, año con año, cuelga a la entrada del recinto y que a la letra dice: “Ustedes déjense guiar, de lo demás me encargo yo”. Pasados los meses, todavía se pregunta qué fue lo que impresionó a los estudiantes, el texto del letrero o la fuerza desmedida que puso para clavar y colgar el mismo.
Los días transcurrieron y los pupilos fueron descubriendo con asombro lo que les esperaba para el ciclo escolar 2013-2014, no sólo por las tareas que implicaba el trabajo docente que realizarían como parte del servicio social, sino porque, sin sentirlo, fueron envueltos en lo que con el tiempo reconocerían como “la locura creadora”. El primer y tímido contacto con ella ocurrió el día en que recibieron la carta del pintor y el primer libro que los llevó a conocer algunas historias para niños, con la consigna: “Los libros te escogen, y en ocasiones se cambian de lugar para aparecer frente a ti en el momento que los necesitas”.3
Dentro del libro, venía una crayola de color, diferente para cada uno. Esto se sumó a un dicho anterior, “las cosas suceden por algo”, y a
3 Se retoma el sentido de la obra El libro salvaje, de Juan Villoro (México, Fondo de Cultura Económica, 2008).
partir de ese momento, a cada uno de los jóvenes se le identificó con cierto color, y con sus acciones le irían dando significado.
Con más ilusión que conciencia, los estudiantes normalistas acudieron a las escuelas primarias donde prestarían el servicio social durante un ciclo escolar, y fue en ese momento cuando iniciaron un periplo que concluyó en el mes de mayo de 2014. Durante la travesía, se percatarían de la serie de debilidades que tenían para ejercer la profesión de enseñar, de las múltiples posibilidades que encierra su persona para ser un profesional de la educación, de la importancia de estar al día en cuanto a los problemas sociales que atañen a la humanidad y, sobre todo, de cómo la educación artística, junto con la historia, puede ser el núcleo de una planeación didáctica.
El entusiasmo no se extinguía, y fue así como, con escobas, trapeadores, fibras, jabón y cloro, llegaron a la Normal el primer lunes de septiembre. Sin preguntar el porqué, pero con una expresión de “¿Y ahora qué quiere que hagamos?”, comenzaron a lavar el cubículo asignado al grupo. Lo que aún ignoraban es que esta actividad se convertiría en una de las acciones sustanciales del taller de pintura, y en el encuentro con Virginia Woolf, descubrirían la importancia de contar con un cuarto propio.
A partir de este día, el cubículo del 4° 20 pasó a ser el recinto en el que se asentó el taller de pintores, y durante las largas sesiones del seminario, entre sus paredes se trazaron bocetos que al principio no tenían forma, se compartieron las dudas que surgían del acontecer escolar diario pero, principalmente, se entretejieron las vidas de diez sujetos que de forma tácita aceptaron formar parte de una hermandad multicolor.
Multicolor, porque la paleta de colores del grupo quedó así: el azul cielo fue para Danae, el rosa mexicano para Citlali, el gris para Lourdes, el azul marino para Sarahí, el café para Emmanuel; Yazmín obtuvo el naranja, Mitzi el morado, Mariana el amarillo, y Anahí recibió el verde limón. Para esas fechas, una integrante del grupo decidió darse de baja temporal.
Así fue como Luz Jiménez, mejor conocida como “la maestra rural”, inició el trabajo con los prepintores. Veía con satisfacción el entusiasmo que ellos manifestaban, pero con preocupación la falta de sustento teórico para empezar a pintar. Consideró entonces que, a la manera de Caravaggio,4 abriría las ventanas de diferente manera y en distintas horas del día con la finalidad de obtener variados efectos con la luz, que permitieran a los estudiantes, paulatinamente, descubrir una multiplicidad de colores, matices e intensidades de la realidad escolar.
Segundo acto. El dilema de un pintor: ¿soy alumno o soy maestro?
Con la esperanza de que las diferentes intensidades y tonos de luz orientaran el quehacer de los jóvenes profesores, se inició la primera estancia prolongada en las escuelas primarias. Poco a poco, el entusiasmo se convirtió en duda, y ésta llegó a paralizar, por un tiempo, a varios de los normalistas. Planificar las lecciones quincenales de acuerdo con un tema transversal, organizar al grupo asignado a partir de los resultados de la prueba de diagnóstico, asistir a las reuniones del Consejo Técnico Escolar, preparar la activación física, participar en las ceremonias escolares, atender a los padres de familia, adaptarse al estilo de trabajo del tutor y estudiar los contenidos para las clases fueron las tareas
4 Michelangelo Merisi, pintor italiano del siglo XVI, conocido por su lugar de nacimiento, Caravaggio. En su época, su obra pictórica fue muy criticada por su realismo. Introdujo, de forma especial, el manejo de la luz.
mínimas que cada uno de ellos tuvo que efectuar en su escuela. Sin embargo, el deseo de ser pintor no se apagaba y, en ocasiones, superaba al de ser maestro, lo que preocupó a Luz Jiménez, ya que el propósito del taller es desarrollar la esencia de ser maestro-pintor como una forma de vida.
Sin embargo, el mayor problema que la maestra Luz enfrentó fue algo que, con el paso de los años se ha dado en llamar “esa forma tan persistente de ser alumno”. A no menos de diez meses de que esos jóvenes presentaran el examen profesional para obtener el título como profesores de educación primaria, este mal era una de sus grandes preocupaciones. Año con año, ella observa lo siguiente: no importa si los maestros pasantes trabajan con primero o segundo grado, o con grupos del tercer ciclo, lo cierto es que les gana el sentimiento de alumno, e incluso de hermano mayor “buena onda”. Éste parece ser el modus vivendi de los profesores en servicio social. Sólo una súbita vivencia casi dramática parece hacer reaccionar a los jóvenes sobre las acciones y responsabilidades que tiene un maestro, principalmente en este mundo caótico y contradictorio que se vive en el siglo XXI.
El tiempo transcurría, y se aproximaba el momento de que los jóvenes se convirtieran en pintores de la realidad escolar, no sin antes acercarse a las vicisitudes de un niño que se consideraba “un lisiado social”. Conocer a Xaviercito5 les permitió darse cuenta de que cada alumno es producto de una historia personal, familiar y social. Al hacer una representación pictórica de lo leído, pudieron compartir algo muy personal. El fuerte momento de intimidad grupal fue fundamental para consolidar el trabajo final. La comunión fue tal, que cada uno ofreció lo mejor de sí a sus compañeros con la finalidad de vi-
5 Xavier Velasco, Éste que ves, México, Alfaguara, 2007. vir juntos intensamente el momento de pintar la realidad escolar.
Mientras trabajaban, dispuestos a plasmar en un lienzo los aconteceres de la escuela primaria, los normalistas no perdieron de vista lo siguiente: el taller “Pintemos la realidad escolar de diferentes colores, matices e intensidades” tiene como propósitos que los alumnos: • Reconstruyan su experiencia escolar y den vida al niño que fueron a partir de la lectura de diversos textos literarios que recrean las vivencias infantiles, de tal suerte que al recordar al niño de ayer comprendan al niño de hoy. • Fortalezcan su yo íntimo para dar vida a su yo profesional. • Descubran, a partir del contacto con diversas manifestaciones artísticas, las diferentes posibilidades didácticas que existen para enseñar los contenidos del programa de historia de la educación primaria. • Consideren la historia, los temas transversales y la educación artística como los ejes que sustentan la planeación didáctica, a partir del trabajo interdisciplinario de los contenidos programáticos de las asignaturas del plan de estudios. • Dimensionen la posibilidad que les da el texto narrativo para fortalecer la docencia reflexiva. • Reconozcan que el ejercicio profesional de la docencia requiere la combinación de una serie de ingredientes que perfilen dicha actividad como una forma de vida, entre los que cobran relevancia la investigación sistemática de los sustentos teórico-metodológicos que orienten la enseñanza y el aprendizaje, aunado a la reflexión continua sobre el trabajo docente. • Sumen a todo lo anterior la emoción por vivir y la capacidad de asombro ante el diario acontecer.
Foto: Isabel Martínez Araiza.
El grupo de normalistas mostrando sus pinturas
• Valoren que lo incierto y confuso del mundo actual se puede enfrentar mejor en la medida que se trabaje de forma equilibrada en pro del bien propio y el bien común.
Toda graduación requiere una fiesta. Por ello, el 20 de febrero de 2014, en la Jornada de Expresión Normalista con motivo del 127 aniversario de la Benemérita Escuela Nacional de Maestros, se presentaron a la Normal cerca de 160 niños6 vestidos de diferentes colores, cargando trajineras, flores diversas, banderines, mazorcas, mesas, sillas, etcétera; y, en un abrir y cerrar de ojos, bajo las notas musicales de canciones tradicionales, montaron doce tableros inspirados en los murales del Patio de las Fiestas.7 Para que esta gran manifestación artística pudiera darse, producto del trabajo interdisciplinario que se
6 Alumnos de las escuelas primarias Dr. Samuel Ramos y Club de Leones No. 4, ubicadas en la delegación Álvaro Obregón, de la Ciudad de México. 7 Patio del edificio histórico de la Secretaría de Educación Pública, donde el muralista Diego Rivera dio vida y color a algunas fiestas representativas de México. realiza en las aulas, los normalistas tuvieron que poner en juego un sinnúmero de competencias profesionales planteadas en el perfil de egreso de la licenciatura en Educación Primaria, Plan de estudios 1997.
Casi un mes antes de este gran festejo histórico-musical, los nuevos pintores pasaron un momento triste: José Emilio Pacheco se fue de viaje, como escribió su compañera, la autora de la sección Mar de historias, del periódico La Jornada. La maestra rural, junto con ellos, caminó por las calles del centro histórico del Distrito Federal hasta llegar al Colegio Nacional; allí mostraron sus respetos al escritor con mirada de niño, abrazaron a su esposa y, al abandonar el recinto, su sorpresa fue mayúscula al encontrarse con Xavier Velasco; sí, el autor de Éste que ves, libro que dos días antes habían terminado de leer en forma colectiva… Interpretaron: “Soy vecino de este mundo por un rato, y hoy coincide que también tú estás aquí…”8 ¿A qué refieren estas
8 Líneas de la canción Coincidir, de Alberto Escobar.
líneas? A lo significativas que son las personas y los lugares en la vida de un sujeto; los lugares de encuentros, de coincidencias. Fue tal la emoción de estos jóvenes cuando reconocieron al autor, que prestaron poca atención a un niño que, sentado en las escaleras del edificio histórico y con una flor blanca en la mano, los miraba con cierto asombro; sólo Luz Jiménez advirtió su presencia.
Tercer acto. El libro de las historias y los colores
Los meses transcurrían, y los maestros-pintores vivían avasallados en una gran mascarada que les impedía notar que la realidad escolar los rebasaba. Fue necesario pedirles que se detuvieran, que la observaran con mayor cuidado para convertirla en tema de estudio. “¿Que qué?”, expresaron… “¿No que somos pintores?” Se les repitió que sin técnica ni método no se puede pintar, pero ellos se resistían a dejar de ser “artistas”. ¡Menudo problema tenía la maestra proveniente del campo! El tiempo se agotaba y los jóvenes sólo trazaban tímidos bocetos amorfos. Uno que otro tomaba el lápiz con cierta idea de lo que haría, pero la mayoría comenzaba a instalarse en una zona de confort, que al paso de los meses cobraría su factura.
Luz trataba de resolver esto cuando recibió una carta en la que se le indicaba que tenía que partir. Presurosa, tapó su espalda con el rebozo de bolitas, regalo de un fiel admirador, guardó en su canasta unas tortillas y un rico guisado, y subió a su vieja carreta en busca de aquel niño que vio sentado en las escaleras del Colegio Nacional.
Con el temor de no encontrarlo, una vez que dejó su transporte en la calle de República de Brasil, tomó una de las esquinas de su falda, no fuera a caerse, y corrió y corrió hasta llegar al primer piso del viejo edificio. Recorrió los pasillos, dio vuelta a las anchas columnas y, de repente, escuchó una voz tierna: “¿A quién buscas?” Ella, que propiamente no es tierna, le contestó: “A ti, chamaco. Llegó la hora de que conozcas a tus nuevos amigos. Toma tu sombrero y acompáñame”.
En el camino, la mentora buscó diferentes maneras para explicarle cuál sería su trabajo a partir de ese momento; él sólo la miraba y esbozaba una sonrisa mientras pensaba que si los adultos vieran el mundo como lo hacen los niños, éste sería menos complicado. La carreta llegó casi sin ruedas a la Normal y se quedó debajo de una jacaranda. Luz tomó de una mano al pequeño y, sin mediar palabra, lo llevó al cuarto de los pintores, se los presentó y, sin más, se despidió de ellos.
Niño y pintores se miraban sorprendidos; algunos de ellos pensaban que, como era costumbre, Luz los estaba metiendo en un nuevo enredo. ¿Qué hacía este pequeño ahí?, ¿acaso era un alumno de alguna de las primarias que los había ido a buscar? No, porque no lo reconocían. Por su franca expresión, parecía que su experiencia escolar no había acabado con su gracia infantil y, curiosamente, su vestimenta era similar a la que usaban los niños a mediados del siglo pasado.
Los jóvenes le preguntaron su nombre, y él contestó: “Carlos”. Algunas pintoras le dijeron: “Te llamas Carlitos”. Él recalcó: “Carlos”. “¿Qué haces aquí?” Él se sentó en una de las sillas, colocó su sombrero de palma en la mesa, cruzó los brazos y recargó su cara en ellos; sólo los observaba y sonreía. A los normalistas, primero les causó gracia y luego los inquietó. Pasaron cerca de diez minutos y la escena seguía igual: Carlos los miraba, y los jóvenes hacían lo mismo con él, a la vez que intercambiaban expresiones de duda entre ellos.
Pasado un tiempo, Carlos sacó de su morral una caja y un gran cuaderno; luego, con cierta
autoridad les dijo: “En esta caja hay unos colores que me entregó la maestra Luz; son verde limón, amarillo, morado, naranja, café, azul fuerte, gris, rosa mexicano y azul cielo, ¿los reconocen? Ella me encargó que se los diera junto con este cuaderno. Dice que ustedes saben qué hacer con ellos, pero que no se tarden, porque el tiempo apremia. Bueno… esa última palabra es de ella, yo diría que ya se les hizo tarde para hacer la tarea. Yo voy a quedarme para escuchar sus historias.”
Los nueve maestros-pintores estaban atónitos, pues en el tono de voz del niño había un aire de reto, pero también de comprensión. Entre todos, le prepararon un lugar en el cuarto propio; y arreglaron de manera cuidadosa su cama, porque parecía que llevaba varios días sin dormir.
Días después, Carlos vivió una emoción especial al conocer los primeros bocetos de las pinturas de la sexta generación. Colocó los caballetes en el cuarto, acomodó en ellos los lienzos y lavó los pinceles, claro que sus pantalones quedaron de un raro tono multicolor.
Estaba tan emocionado con los bocetos, que su imaginación volaba. Esperaba que el pirata Puño de Hierro lo invitara a pasear en su barco, que lo llevara a tierras desconocidas para vivir aventuras con la guardabosques, y descubrir las huellas de monstruos con la lupa de la detective y, si el clima lo permitía, llegar a la costa del mar Egeo para visitar el Olimpo, de la mano de la musa de la historia, que en un libro había leído que se llama Clío. Después de este viaje por barco, haría uno por tren. Había escuchado por la radio que hay uno muy especial que hace viajes por lugares históricos, guiado por una maquinista. El recorrido es por diversos lugares de México, pero a él lo que más le gusta es el campo, de manera especial los que tienen sembradíos. Seguramente, en uno de ellos, encontrará a una amable campesina que lo invite a comer unos sabrosos elotes bañados de una mezcla de chile, limón y sal.
Estaba tan exaltado, que pensó quitarle horas al descanso para leer. Gracias a un guión de radio se había enterado de que existe una leyenda nórdica llamada “La noche de Beltane”. Además de conocerla, también quería ahorrar para visitar ese lejano lugar.
Este inquieto niño escuchó en algún lado que no sólo de pan y libros vive el hombre, así que cultivaba su espíritu, y para hacer honor al lema griego “mente sana en cuerpo sano”, quiere conocer a una buena entrenadora de baloncesto. Aunque no es su deporte favorito, le gustaría aprender a lanzar el balón para hacer tiros de tres puntos; desde luego, portando la camiseta de su equipo favorito... los Pumas.
En la Normal, Carlos vivió una temporada muy agitada, pero siempre estuvo dispuesto a prestar su ayuda a los pasantes con sus pinturas de la realidad escolar.
Los días trascurrieron y, sin darse cuenta los jóvenes, las metáforas llegaban cada vez con más claridad; así, los trazos, los colores, los matices y las intensidades comenzaron a tomar forma en las pinturas. Desde luego, no fue fácil: las carencias en el uso del lenguaje aparecían con frecuencia; la forma de escribir daba cuenta de las dificultades que los maestros-pintores tenían para expresar, incluso en forma oral, sus ideas. Éstas eran, en general, simples e incompletas porque la lectura no formaba parte de su vida cotidiana. Pero una fortaleza de este grupo era su capacidad para escuchar, así que contar las historias y hablar entre todos sobre los giros que iban tomando, favoreció la tarea de escribirpintar.
Luego llegó la primavera y, junto con ella, algunos días de descanso. Como Carlos no podía quedarse solo, Luz lo llevó a su casa. Cierto día, llegó la noticia de la muerte de Gabriel García Márquez; el pequeño no entendía el porqué
de la honda tristeza de Luz. Ella le explicó que este reconocido escritor era uno de los autores fundamentales del taller de pintura, de manera especial por el epígrafe a su obra Vivir para contarla: “La vida no es lo que uno vivió, sino lo que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”.
Éste es el sentido de pintar la realidad escolar: plasmar en letras y colores los aspectos significativos que para cada uno de los actores del mundo escolar tienen los hechos, los sujetos y los objetos. “Tal vez no me entiendas en este momento, pero cuando tengas la edad de los pintores, recordarás de tu vida escolar, no el libro de texto, sino el significado que éste tiene en tu vida; es algo muy complicado de entender, pero sencillo de vivir.”
Carlos, al ver triste a la maestra, le propuso ir al Palacio de Bellas Artes, lugar donde se le rendía un homenaje al escritor colombiano.9 A Luz le pareció una buena idea; juntos elaboraron un cartel que decía: “Gabo: Gracias por ser fuente de inspiración de los pintores de la realidad escolar. Lux Pax Vis”, y partieron a presentarle sus respetos al autor de Cien años de soledad. Lo que no imaginaron es lo que vivirían horas después.
Primera escena: Carlos y la maestra portaban un cartel dedicado al autor de El otoño del patriarca. Al acercarse al lugar, les tomaron muchas fotografías y fueron entrevistados en varias ocasiones por diarios nacionales y extranjeros. Todo iba viento en popa, hasta que llegaron a los retenes que se colocaron en la explanada del Palacio de Bellas Artes. Allí, un policía federal revisó la cartulina por ambas caras y la bolsa en la que iba para protegerla de la lluvia; amablemente se disculpó por cumplir con su deber, disculpa que fue aceptada con una sonrisa por parte del pequeño.
Segunda escena: Carlos y Luz siguieron su camino por el pasillo, marcado por el grupo de seguridad encargado de cuidar al señor presidente de la República, y nuevamente los detuvieron, pero ahora les dijeron: “No pueden pasar con el cartel”. Sin embargo, era tal la emoción de participar en el homenaje al premio nobel, que siguieron caminando sin atender a esta indicación. ¡Total!, ¿qué había de incorrecto en su manifestación de respeto?
Tercera escena: A unos metros de la puerta lateral poniente del recinto cultural, se toparon con un arco detector de metales y, en el momento en que lo cruzaban, se escuchó una orden tajante: “Con esto no pueden pasar”, y en el acto les quitaron el cartel.
Epílogo: No mostraron el cartel, pero sí dieron gracias a Gabo por colaborar en el taller de pintura. Al salir del gran teatro, se toparon nuevamente con Xavier, y los tres musitaron: “...coincidencias tan extrañas de la vida, tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio y coincidir...” La maestra y el niño tomaron el metro y, todavía emocionado, Carlos le preguntó a Luz que qué tenía de malo el cartel, si había alguna falta de ortografía... a lo que ella contestó lacónicamente: “A pesar de que el escritor tiene quien le escriba, hoy vivimos la crónica de una censura anunciada”. Tomó de la mano a Carlos, y juntos bajaron en la estación Normal.
9 El homenaje se realizó el 21 de abril de 2014. 9 El homenaje se realizó el 21 de abril de 2014.
Pasaron varias semanas y el niño seguía sin entender lo sucedido; sin embargo, era tiempo de dar la bienvenida a los maestros-pintores que regresaban a la Normal después de haber concluido el servicio social. Solo en el cuarto propio, Carlos empezó a pintar unas cajas de madera que había hecho con palitos de paleta. Con la finalidad de que circulara el aire dentro de las cajas, les hizo algunos orificios de distintos tamaños. Sabía lo que hacía, y no le importaba que lo miraran de forma extraña cuando salía con una caja a recorrer la senda ecológica de la escuela. En ocasiones, permanecía horas sentado en la tierra, y si veía, de repente, algo que corría, lo atrapaba y, con cuidado, lo guardaba en la caja. Así transcurrieron varios días.
En cierta ocasión, una mujer de amplia sonrisa, ataviada con un huipil negro con figuras rojas, se acercó al niño y le dijo: “¿Qué haces?” Él respondió con cierta timidez: “Busco algunos animales para regalárselos a los pintores”. “¿Unos animales?, ¿para qué y de qué tipo?” Carlos se levantó y seriamente contestó: “¿Qué?, ¿no sabes que son maestros? Quiero que se lleven en una caja pintada con el color que les asignó el destino, a un animal que represente el estilo en que enseñan. ¿Me ayudas a buscarlos? Si gustas, te traigo una silla para que no te sientes en el suelo. Por cierto, ¿cómo te llamas?” “María Esther Aguirre, soy amiga de la maestra rural y he llevado varias de las pinturas salvajes10 que se hacen en el taller por algunas partes del mundo…” “Bueno, María Esther, espero que seas hábil para identificar cómo enseñan los maestros y relacionarlo con un animalito, y que juntos terminemos a tiempo esta tarea.” Ella, sorprendida, aceptó el reto, y recordó que los estilos de docencia son tan-
10 Se refiere al libro Las pinturas salvajes de la realidad, obra colectiva en la que participaron los pintores de las cuatro primeras generaciones. tos como las concepciones que se tienen de lo que es una buena enseñanza, situación que data de tiempos históricos, pero desde luego eso no se lo iba a explicar al niño.
María Esther aconsejó al pequeño recorrer no sólo el patio de la Normal sino entrar a míticos jardines y mares, traer todas las cajas de colores colocadas en una canasta, y en cuanto vieran al animal que buscaban, guardarlo de inmediato. El niño aceptó la propuesta, pero no de buena gana; a él le emocionaba más correr de un lado a otro por los pasillos del viejo edificio de la Normal. Durante varios días se dedicaron a esta insólita tarea. Pronto se dieron cuenta de que no todos los animales serían encontrados en el edificio, ni todos cabrían en las cajas, así que sólo algo de ellos se guardaría. Finalmente, la canasta quedó organizada de la siguiente manera:
Para Danae, autora de la obra Apoteosis, conocida en el grupo como “La musa Clío”, se guardó en la caja azul claro “…la medusa [que] no oculta nada, más bien despliega su dicha de estar viva por un instante. Parece la disponible, la acogedora que sólo busca la fecundación… Medusa, flor del mar. La comparan con la que petrifica a quien se atreve a mirarla. Medusa blanca como la Xtabay de los mayas…”.11 En efecto, “La musa” da cuenta de un serio interés por ser una buena maestra, su alegría le dio un toque especial al cuarto propio que armaron los maestros-pintores, pero su disposición al trabajo no siempre fue bien recibida por los cíclopes, los titanes y los dioses que habitan el monte Olimpo. Uno de los tantos retos a los que se enfrentará, será logar que estos seres aprendan a convivir.
A Citlali, “La maquinista”, que pintó el cuadro El viaje a través del tiempo, se le entregó en
11 José Emilio Pacheco, Nuevo álbum de zoología, México, Ediciones ERA, 2013, p. 30.
una caja rosa mexicano una luciérnaga porque “…luces verdes iluminan bosques diminutos. Luciérnagas que revolotean entre las palabras. Palabras breves, de una sola sílaba, que se desperezan deslumbradas, y ruedan perezosas sobre los tréboles”.12 A su estilo de enseñanza le falta algo que lo distinga, y esto surgirá pronto, una vez que ella defina el tipo de maquinista que quiere ser.
El color gris acompañó a María de Lourdes, que presentó su ópera prima titulada El cultivo del saber. Para ella se pensó en el ave Fénix, que “…arde en el cuerpo de su propio vuelo. Bajo el cuerpo de su lumbre ella es el sol. Su resplandor la atrae y la convierte en ceniza… Pero entre lo deshecho se rehace. Toma fuerzas del caos, se teje en luz… y amanece en la llama indestructible”.13 Para “La campesina”, como se le conoce en el taller, relacionarse con “El caporal” no fue fácil; sin embargo, reconoce las enseñanzas que él le dio, gracias a las cuales, al sumarlas a su peculiar sentido para reflexionar, muy pronto la veremos recogiendo con satisfacción una buena cosecha.
El azul, parecido al color que distingue a su alma mater, adornó la caja para Sarahí Berenice. Ella tituló su obra Un monstruo debajo de mi cama, tal vez por ello, “…en las manchas del muro Leonardo vio dibujarse la salamandra. Nace del fuego o es el fuego. Encarna la vida invulnerable que vuelve siempre, para encenderse y seguir ardiendo se nutre de lumbre y muerte…”.14 Para “La detective”, la experiencia del servicio social tuvo diversos colores, como el cuerpo de la salamandra. Gracias a ellos se dio cuenta de que ser maestra implica una equilibrada do-
12 María de Jesús Sánchez Obeso, “Palabras pequeñitas”, disponible en: <luzdelasluciernagas.blogspot.mx/> [consulta: 7 de junio de 2014]. 13 José Emilio Pacheco, op. cit., p. 150. 14 Ibidem, p. 149. sis de emoción y preparación, que den cuenta de las competencias docentes que ha desarrollado. Para lograr esto tendrá que trabajar de una manera especial y alcanzar el perfil profesional que la sociedad requiere de una joven maestra.
El pirata Puño de Hierro es el título que Emmanuel otorgó al libro en el que narra las vivencias de la realidad escolar. Por su carácter, en la caja color café se guardó un colmillo de tigre. “Mirad al tigre. Su altiva pose de vanidad satisfecha, dormido en sus laureles, gato persa de algún dios sanguinario”.15 Este viajero es fiel representante de las habilidades que se requieren para dominar los mares, pero le falta aprender que, entre los piratas, se respeta al que sabe los secretos del oficio, y también al que domina su carácter. Cuando logre esto, pronto lo veremos surcando los océanos escolares en un majestuoso galeón.
Yazmín, la basquetbolista del grupo, escribió-pintó El balón invaluable. A Carlos no le fue difícil encontrar un animal que la identificara, ya que su equipo deportivo se llama Los Quetzales. Si a ello sumamos sus triunfos deportivos, esta estrofa le va de maravilla: “Pájaro quetzal de bosques nublados, bosques lluviosos y altas montañas que te posas sobre los acantilados para esconder tus grades hazañas”.16 El pájaro no cupo en la caja naranja, pero sí una de sus hermosas plumas. El extraordinario manejo que tiene Yazmín del balón fue apreciado en el deportivo Dr. Samuel Ramos, donde con frecuencia lanzó con precisión tiros de tres puntos. Muy pronto ella podrá aplicar esta habilidad a todas las acciones que la requieren, al haber ingresado de manera permanente en el deportivo al que llegará el próximo mes de agosto.
15 Ibidem, p. 81. 16 Edwin Yanes, “Poema al quetzal”, disponible en: <www.poesiagt. com/2013/09/poema-al-quetzal.html> [consultado: 6 de junio de 2014].
Foto: Isabel Martínez Araiza.
Después de un arduo trabajo, los pintores por fin terminaron su primer libro
En el taller de pintura, una integrante se distinguió por su pasión por la danza: Mitzi. Tal vez por ello escribió la obra La noche de Beltane. Carlos no sabe si en los países nórdicos hay colibríes, pero le gustó esta ave para la bailarina, por la gracia con la que se mueve entre los árboles, así que guardó un colibrí en una caja morada, con recomendaciones para su cuidado. “El colibrí es el sol, la flor del aire entre las dos tinieblas”.17 La constancia con que la bailarina ejecuta sus rutinas la hicieron destacar entre los maestrospintores; además, el tiempo le mostró que con paciencia puede llevar a los alumnos por los insospechados mundos del conocimiento.
Hay un libro que gustó mucho a Carlos, y una de sus historias llamó de manera especial su atención: “Si la radio suena, las historias viajan…”, escrita por Mariana Itzel. La leyó en varias ocasiones debido a que, gracias a la radio, sus abuelos y sus padres vivieron momentos de entretenimiento, y él, durante algún tiempo, escuchó los programas de Cri-Cri. Tal vez por eso, en una caja color amarillo, el niño guardó dos pájaros que dan cuenta de presagios y augurios. “El alba está lejana. No sé qué busca el pájaro entre la noche densa. Habla, murmura, insiste. Se acerca a la ventana. Dice que el sol no ha muerto y existe otro mañana”.18 “La guionista”, como se le conoce en el cuarto propio, cuenta con una gama de destrezas para ser una profesional de la educación, siempre y cuando abandone la zona de confort que con frecuencia la atrapa. Carlos le agradece su franca sonrisa, a pesar de los coscorrones que a veces le dio, pues ella lo miraba siempre con especial simpatía.
Carlos le explicó a María Esther que en el taller de pintura hubo una guardabosques, autora de ¿Cuál es el tesoro que esconde el bosque? Él está muy entusiasmado con esa historia porque le encanta treparse en los árboles. La mujer del
17 José Emilio Pacheco, op. cit., p. 52. 18 Ibidem, p. 64.
huipil lo escuchaba con atención, pero lo apuró: “Anda, pequeño, que el tiempo se agota y no vamos a terminar de preparar las cajas. Entiendo que la de Anahí es la de color verde, porque es la única sobrante. ¿Qué animal le pondremos?” “Pues un búho”, contestó rápidamente el niño, porque es el animal que la acompañó en su largo caminar. “En esas horas tardías empieza tu reinado, reposado en el día, activo en las noches. La oscuridad es tu aliada, tus sentidos se agudizan, tus ojos se agrandan y ves más que cualquier otro ser.”19 Para Anahí, los primeros meses en el taller de pintura no fueron fáciles, las rutas que elaboraba para incursionar por el bosque eran confusas, y enojaron a la maestra rural. Sin embargo, después de derramar algunas lágrimas, dejó el sentimentalismo a un lado y se puso a trabajar con un ahínco que la llevó a descubrir una actividad que favoreció el trabajo con los exploradores: la lectura en voz alta. Si sigue cultivando ésta y otras formas de enseñanza, descubrirá los múltiples tesoros que guarda el bosque escolar. Carlos estaba muy contento, pues había terminado la tarea a tiempo. Tomado de la mano de María Esther, y dando pequeños brincos, se fueron al cuarto propio de los pintores, colocaron moños a las cajas y las acomodaron en los caballetes que dispusieron para ello en el patio. Ahora sólo había que esperar a que los jóvenes regresaran a la Normal. En cuanto escucharon los acordes de un piano, salieron al patio y los vieron venir cargando sus obras de arte, que colocaron en los caballetes, y de manos de Carlos y María Esther recibieron lo que en ese momento llamaron “los dones de la docencia”. Emocionados, abrieron las cajas, compartieron el contenido y, sin mediar palabra, formaron un gran círculo para bailar cadenciosamente el Son de la enseñanza, que a partir de ese día los acompañará mientras dure su ejercicio profesional.
En cierto momento, Ramón Mier dejó de tocar el piano; había interpretado diversas melodías para acompañar la entrega de los dones. María Esther despidió a los jóvenes con la mano derecha en alto; y Carlos, abrazando a su gata Mimosa, y con algunas lágrimas en los ojos, dijo adiós a sus nueve amigos, los pintores de la realidad escolar, sexta generación.
Verano de 2014
19 Kanet, “La noche y el búho”, disponible en: <http://sentimientoenpoesia.blogspot.mx/2011/11/la-noche-y-el-buho.html> [consultado: 5 de junio de 2014].