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De abominaciones a cuentacuentos

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Tocar los libros

Tocar los libros

Apaga la luz, insistes en que recuerde aquel otro amor que tuve que todo lo quería brillantemente iluminado No sé con cuál me quedo en la oscuridad mi fealdad no se ve a plena luz tu belleza resplandece.

Dinos Christianopoulos, Apaga la luz, 1931

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Al ser espectador de un espectáculo travesti, de imitación o el show Drag del bar local viene a mi mente el poema de 1931 Apaga la luz, del poeta griego Dinos Christianopoulos, el cual describe la sensación que me embarga, justo cuando los artistas de la cultura lgbt+, por medio del travestismo escénico, muestran su ideal de belleza que se disfruta bajo la luz brillante del reflector, hundiéndonos en la oscuridad del anonimato y al deslumbrarnos con su actuación.

Recorriendo la ciudad encontramos a la progenie de la noche, enfundada en lentejuelas y diamantina, maquillada con la expresión surrealista de género como sentencia discursivo. Hombres vestidos de mujeres, mujeres que se visten de hombres para travestirse de mujeres, monstruos y reinas, una que otra princesa porque, por supuesto, su madre no ha muerto. Estas divas inalcanzables, musas iridiscentes que flotan y revolotean, emergiendo de sus crisálidas con inocencia, asegurando ser única y pionera en la vanguardia del Drag, pero su existencia novísima tiene por detrás una muy larga y poco explorada historia que, hasta hoy, algunas desconocen.

Discurre 1440 a. C, se prepara, respira profundo y exclama: No vestirá la mujer traje de hombre, ni el hombre vestirá ropa de mujer, porque abominación es. Así reza la sentencia del Deuteronomio (22:5), que condena cualquier forma de travestismo. Esto no siempre fue así, existe registro bibliográfico donde el travestismo fue utilizado como recurso literario que ayuda a explicar metáforas de la complejidad humana.

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