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Letras y tragos

Todo exceso, así como toda renuncia, conllevan su propio castigo.

Oscar Wilde

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Desde la Antigüedad hasta los bohemios, la generación beat o los contemporáneos en México, al acto creativo comúnmente se le ha relacionado con el uso de estimulantes.

Los griegos rendían tributo a Dionisio para liberarse de la “esclavizante” realidad. Los cristianos narran la transformación del agua en vino y beben la sangre transfigurada como sacramento; con fines rituales las culturas mesoamericanas bebían pulque. La idea de mezclar letras y tragos, devino de una receta de Oscar Wilde retomada por Hemingway: fusionar champagne (nos negamos a la castellanización de «champán») con una vieja botella de absenta abierta un año antes, para brindar por el cumpleaños de Charles Baudelaire. Vinos fuertes y súper alcohólicos son constantemente ligados a las artes, a las grandes plumas: Beber es una forma de suicidio en el que se te permite volver a la vida y comenzar todo al día siguiente, afirmó Charles Bukowski.

EL TRABAJO ES LA MALDICIÓN DE LA CLASE BEBEDORA

Oscar Wilde fue un fanático del champagne. El personal a su servicio tenía la instrucción de mantener su copa llena durante todo el día, a la que en ocasiones le agregaba fresas y coñac para sublimar su brebaje. Cuando fue condenado a prisión logró negociar que lo encerraran con dos cajas de su cosecha predilecta. En la transcripción de su juicio por sodomía mencionó: –En contra de las órdenes de mi médico, el champagne helado es mi bebida favorita. A lo que Edward Carson, abogado del marqués de Queensberry respondió, – Señor, ¡no se preocupe por las órdenes de su médico! Y Wilde replicó, –Nunca lo hago. Al final de sus días, mientras estaba en agonía, el dramaturgo exigía una copa burbujeante.

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