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El decrecimiento o el sentido de los límites

p o s i b l e s

El decrecimiento o el se ntido de los límites

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Con frecuencia se le reprocha al decrecimiento, una noción que a menudo se entiende mal, el alegrarse por los pobres resultados de la economía nacional a pesar de que el sentido común conduce a lamentarse por ello. No obstante, lejos de cantar las alabanzas de la recesión, este proyecto nos llama a liberar nuestros imaginarios políticos de la influencia de una economía con impulsos suicidas.

El proyecto del decrecimiento no es el de otro crecimiento (“verde”, por ejemplo), ni el de otro desarrollo (“sostenible”, “social”, “solidario”, etc.). Se trata de construir otra sociedad, una sociedad de abundancia frugal o de prosperidad sin crecimiento. En otras palabras, no es un proyecto económico, aunque sea de otra economía, sino un proyecto social que implica el cuestionamiento de la dominación de la economía sobre nuestros imaginarios políticos.

Por ello, hacer del decrecimiento una variante del desarrollo sostenible constituye un contrasentido histórico. El término “decrecimiento”, elegido casi por casualidad debido al éxito de un número de la revista ecologista Silence de febrero de 2002 que retomaba esta expresión –utilizada por primera vez, con su sentido actual, en 1994 como título de la traducción en francés de una recopilación de ensayos de Nicholas Georgescu-Roegen, economista estadounidense de origen rumano–, se impuso en primer lugar como un eslogan. Rápidamente ofreció un estandarte de adhesión a todos aquellos que, viniendo de la ecología política y de la crítica culturalista del desarrollo, sentían la necesidad, frente a la proclamación del famoso TINA (There is no alternative o “no hay alternativa”) por parte de la primera ministra británica Margaret Thatcher (1979-1990), de acabar con la palabrería del desarrollo sostenible –ese oxímoron consensual que utilizan los apóstoles de la religión del crecimiento–.

Se trata de construir una nueva sociedad de abundancia frugal…

Así pues, no se debe tomar al pie de la letra esta palabra: decrecer por decrecer sería tan absurdo como crecer por crecer. Por supuesto, los decrecionistas buscan mejorar la calidad de vida, del aire, del agua y de muchas cosas más que “el crecimiento por el crecimiento” ha destruido. Para hablar de forma rigurosa, sin duda se debería utilizar el término “acrecimiento”, igual que se habla de ateísmo. Además, el objetivo es exactamente ese: el abandono de una fe y de una religión, las del progreso y del desarrollo. Así pues, el decrecimiento no significa recesión* (desaceleración del crecimiento) ni depresión* (crecimiento negativo).

En esas circunstancias, ¿se trataría de otro paradigma económico, que se opone a la ortodoxia neoclásica y que es comparable a lo que fue el keynesianismo en su época (véase la pág. 36)? Algunos partidarios del decrecimiento han explorado esta vía. Para otros se dibuja una prioridad diferente: alejar la idea de que las elecciones humanas se pueden reducir a cálculos individuales, más o menos conscientes, para reconstruir una sociedad ecológicamente sostenible y socialmente justa. Aunque algunas políticas económicas diferentes a las inspiradas por la doxa neoliberal fueron posibles en el pasado, en una sociedad de crecimiento sin crecimiento –situación actual de los países industrializados–, estas políticas han dejado de ser posibles sin que agraven la crisis ecológica.

símbol o fetic he Los recientes debates sobre la pertinencia de los indicadores de riqueza cuentan con el mérito de recordar la inconsistencia del producto interno bruto (PIB)* como indicador que permite medir el bienestar (véase la pág. 26), a pesar de que constituye el símbolo fetiche de la sociedad del crecimiento. En esta ocasión, no nos hemos percatado lo suficiente de que el problema no es de naturaleza económica: es la propia economía la que plantea problemas. La definición de esta disciplina ha variado con el transcurso del tiempo. Para los economistas clásicos, esta ciencia explicaba cómo se producía la riqueza, se repartía y se consumía. Más tarde, sus sucesores neoclásicos pretendieron estudiar la utilización óptima de recursos que inevitablemente escasean (véase el gráfico de la pág. 18). Esta definición, muy amplia, hizo caer todos los objetos del deseo humano (el crimen, el amor, la salud, etc.) en manos de la economía. Pero, si todo es economía, ¡todo deja de serlo!

Volver a introducir la economía en el ámbito social y recuperar el sentido de los límites, tal y como preconiza el decrecimiento, son las condiciones que permiten llegar a la prosperidad sin crecimiento y evitar así el hundimiento de la civilización humana. n

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