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JACK LONDON
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ENCENDER UN FUEGO El día amanecía gris y frío, muy gris y muy frío, cuando el hombre abandonó la gran pista del Yukón y trepó el abrupto terraplén, por donde se adivinaba un sendero poco frecuentado que se dirigía hacia el este a través de un espeso bosque de abetos. La pendiente era acusada y, con el pretexto de mirar el reloj, el hombre se detuvo en lo alto para recuperar el aliento. Eran las nueve. No se veía ni un atisbo de sol, y eso que no había ni una nube. El cielo estaba despejado y, sin embargo, la superficie de las cosas aparecía imperceptiblemente velada. Una tristeza sutil se adueñaba del día, y ello se debía, sin duda, a la ausencia de sol.
JACK LONDON (1876-1916)
ENCENDER UN FUEGO JACK LONDON Ilustraciones de
N AT H A Ë L E V O G E L
ENCENDER UN FUEGO
PORTADA CASTELLANO ok
ISBN 84-95939-52-5
9 788495 939524
John Griffith London, más conocido como Jack London, nació en 1876 en San Francisco. Desempeño todo tipo de trabajos, desde guardián de colmenas u operario de un vivero de ostras hasta marino, empleado de una lavandería, periodista independiente, buscador de oro en Alaska o cazador de focas en Japón. De pequeño ya devoraba ávidamente los libros de la biblioteca, y toda su vida fue una auténtica novela que le sirvió de fuente de inspiración para sus obras, entre las que destacan Martin Eden, La llamada de la selva, El lobo de mar o Colmillo blanco. Fue un firme defensor de los pobres y criticó con dureza los prejuicios de su época. Se suicidó en 1916.
N AT H A Ë L E V O G E L Tendría que haber sido ebanista y haber vivido en el campo, donde se habría dedicado a construir juguetes junto a la chimenea de su casa, con su perro, mientras oía caer la nieve. Pero lo cierto es que escogió ser ilustradora y desde entonces se dedica a navegar de un libro a otro como un frágil esquife para expresar el color de cada relato y traducir en imágenes su música o sus silencios. En este relato de Jack London ha aguantado la respiración para escuchar el sonido de sus pasos sobre la nieve.
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Título original: To build a fire (Construire un feu) Traducción: Jorge González Batlle Coordinación de la edición en lengua española: Cristina Rodríguez Fischer Primera edición en lengua española 2003 © 2003 Art Blume, S. L. Av. Mare de Déu de Lorda, 20 08034 Barcelona Tel. 93 205 40 00 Fax 93 205 14 41 E-mail: info@blume.net © 1997 Actes Sud, Arles, Francia I.S.B.N.: 84-95939-52-5 Impreso en Francia Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, sea por medios mecánicos o electrónicos, sin la debida autorización por escrito del editor.
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representaban la dolorosa quemazón de un frío contra el que convenía protegerse con unas adecuadas manoplas, un buen gorro, unas cálidas botas y unos gruesos calcetines. Casi cincuenta grados bajo cero eran para él casi cincuenta grados bajo cero. Que pudiera significar más cosas era algo que jamás se le había pasado por la mente. Al reemprender la marcha escupió por mera curiosidad. Escuchó un breve chasquido que le sobresaltó. Escupió de nuevo. Y una vez más, antes de que el escupitajo alcanzara la nieve, éste crepitó. Sabía que a menos de cincuenta grados bajo cero la saliva crepitaba al entrar en contacto con la nieve, pero en esta ocasión lo había hecho en el aire. No cabía duda de que hacía más frío que
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casi cincuenta grados bajo cero; cuánto, lo ignoraba. Pero la temperatura no importaba demasiado. Se dirigía al campamento situado junto a la margen izquierda de Henderson Creek, donde ya se hallaban sus compañeros. Habían llegado de la región de Indian Creek tras atravesar la línea divisoria de las aguas, mientras que él había optado por dar un rodeo con el propósito de estudiar las posibilidades de proveerse de leña en las islas del Yukón durante la primavera siguiente. Llegaría al campamento hacia las seis. Poco después de que se hubiera hecho de noche, era cierto, pero lo esperarían con el fuego encendido y la cena preparada. En cuanto al almuerzo, palpó la gran bolsa que llevaba bajo el abrigo y bajo la camisa, envuelta en un pañuelo, sobre la misma piel.
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duda, hacía frío. Continuó yendo y viniendo, golpeando los pies contra el suelo y sacudiendo los brazos hasta que entró en calor. Entonces extrajo los fósforos y se dispuso a encender un fuego. Encontró leña en el sotobosque, donde las crecidas de la primavera anterior habían dejado tras de sí una buena provisión de ramas muertas. 34
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Procediendo poco a poco, con prudencia, no tardó en dar forma a un fuego que deshizo el hielo que le cubría el rostro, y se dispuso a comer las galletas. Por el momento, había derrotado al frío. Contento con el fuego, el perro se tumbó cerca para aprovecharse de su calor, pero lejos como para no chamuscarse la piel. 35
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ENCENDER UN FUEGO El día amanecía gris y frío, muy gris y muy frío, cuando el hombre abandonó la gran pista del Yukón y trepó el abrupto terraplén, por donde se adivinaba un sendero poco frecuentado que se dirigía hacia el este a través de un espeso bosque de abetos. La pendiente era acusada y, con el pretexto de mirar el reloj, el hombre se detuvo en lo alto para recuperar el aliento. Eran las nueve. No se veía ni un atisbo de sol, y eso que no había ni una nube. El cielo estaba despejado y, sin embargo, la superficie de las cosas aparecía imperceptiblemente velada. Una tristeza sutil se adueñaba del día, y ello se debía, sin duda, a la ausencia de sol.
JACK LONDON (1876-1916)
ENCENDER UN FUEGO JACK LONDON Ilustraciones de
N AT H A Ë L E V O G E L
ENCENDER UN FUEGO
PORTADA CASTELLANO ok
ISBN 84-95939-52-5
9 788495 939524
John Griffith London, más conocido como Jack London, nació en 1876 en San Francisco. Desempeño todo tipo de trabajos, desde guardián de colmenas u operario de un vivero de ostras hasta marino, empleado de una lavandería, periodista independiente, buscador de oro en Alaska o cazador de focas en Japón. De pequeño ya devoraba ávidamente los libros de la biblioteca, y toda su vida fue una auténtica novela que le sirvió de fuente de inspiración para sus obras, entre las que destacan Martin Eden, La llamada de la selva, El lobo de mar o Colmillo blanco. Fue un firme defensor de los pobres y criticó con dureza los prejuicios de su época. Se suicidó en 1916.
N AT H A Ë L E V O G E L Tendría que haber sido ebanista y haber vivido en el campo, donde se habría dedicado a construir juguetes junto a la chimenea de su casa, con su perro, mientras oía caer la nieve. Pero lo cierto es que escogió ser ilustradora y desde entonces se dedica a navegar de un libro a otro como un frágil esquife para expresar el color de cada relato y traducir en imágenes su música o sus silencios. En este relato de Jack London ha aguantado la respiración para escuchar el sonido de sus pasos sobre la nieve.